Lectura de El Dinosaurio

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Efecto dinosaurio

Felisberto Ricaurte

“El dinosaurio” es, tal vez, uno de los minicuentos más famosos del habla hispana.
Considerado uno de los más cortos del mundo, este texto de escasa una línea es presentado antes
estudiantes de diversos niveles como ejemplo de condensación de lenguaje y economía lingüística.
Augusto Monterroso, su autor, es un gran maestro latinoamericano del minicuento.

La primera reacción habitual de las personas ante “El dinosaurio” es la sorpresa y tras ella
la pregunta: ¿cómo puede ser una línea un cuento? Y no hay duda de que lo es. Que hay dos
personajes, que hay una trama y un evento que cierra de manera eficiente el texto. Pero como la
incredulidad de las personas es grande, aquí trataremos de sistematizar el por qué “El dinosaurio
es un minicuento perfecto. Vamos a ello.

La primera característica que resalta de este texto es la brevedad. Por lo general la gente
asocia cuento con texto breve y novela con texto largo. El minicuento lleva hasta el extremo la
brevedad de su género madre. La brevedad en el cuento tradicional se logra con la concentración
de las acciones a una trama, es decir, no hay digresiones, como en la novela. En el cuento
tradicional, el objetivo desde la primera palabra es generar una tensión grande que precipite un
final que se sabe inminente. En el minicuento la acción no es que se hace mínima, sino que se
intensifica. Es así que el minicuento cumple con la exigencia de la brevedad. En el caso de “El
dinosaurio”, la brevedad se logra cuando se presenta una acción que de por sí implica otras:
despertarse supone el hecho de estar previamente dormido y cuando se duerme muchas veces se
sueña. De esta manera en la breve línea se presentan una serie de acciones que están implícitas y
que el lector infiere sin dificultad.

La segunda está relacionada con la anterior y es la condensación. Al ser breve,


necesariamente el contenido presentado en el minicuento puede considerarse más fuerte, más
intenso. Si Julio Cortázar decía que la novela era un texto que ganaba la pelea a lo largo de los
asaltos y el cuento ganaba por KO, el minicuento es una pelea que se gana con el primer puñetazo.
En el caso del cuento que nos ocupa, la introducción del segundo personaje, el dinosaurio, es el
inicio de ese golpe sorpresivo y fulminante. Una persona despierta, hay un dinosaurio y enseguida
se nos señala qué pasa, por qué la introducción sorpresiva de este animal ya extinto. No es
necesaria una larga explicación, porque para el lector basta saber que alguien ha despertado y su
sueño ha continuado en la realidad. Las consecuencias posteriores no son importantes. Lo que
interesa es el hecho extraordinario de que el sueño ha trascendido al mundo consciente.

Una más, que está relacionada con las dos anteriores, es el carácter proteico. Es decir, que
más allá de lo que está expuesto explícitamente, hay una potencialidad de más acciones y tramas
que el lector genera tras la lectura, como si el minicuento fuera un pequeño cabo del que tira el
lector para descubrir que detrás hay una gran madeja. El minicuento es un gran mundo en
potencia, un grano que contiene toda una galaxia. En este texto de Monterroso, tenemos el
mundo de lo que pudo haber ocurrido antes de que esta persona se despertara, cómo se durmió,
dónde, con quién, por qué soñó con un dinosaurio. Y el mundo de lo que podrá ocurrir después.
Una vez que este personaje se despierta y ve que el dinosaurio permanece, ¿qué ocurrirá? El
lector es libre de generar sus propios supuestos. Pero es claro que hay allí una potencialidad de
acciones, una potencialidad de sucesos que conforman todo un universo narrativo.

La última sería el carácter lúdico. No es que los minicuentos no puedan ser serios, sino
que hay en ellos una clara intención de jugar con el lenguaje y sus recursos, sus trucos.
Establecer una acción compleja en pocas palabras no es fácil. La brevedad y la condensación
suponen manejar complicados vericuetos del idioma para dar con aquellas palabras que
permitan decir mucho con poco. Antes hablamos del verbo “despertarse”. Pero en el cuento
también es relevante el adverbio “todavía”. “Todavía” implica que hay algo que continúa, que
existía antes y persiste. Jugar con las palabras es fundamental en el minicuento. De hecho, para
hacer un minicuento es necesario conocer y utilizar recursos lingüísticos medianamente
complejos. Pero a la vez, estos recursos son presentados de forma graciosa, curiosa. Un
minicuento, muchas veces, además de generar sorpresa, genera una sonrisa, una sensación de
bienestar, de haber sido engañado dulcemente. Monterroso, así, juega con nuestra mente
cuando nos plantea un texto en el que todo está por hacerse, a partir de las pocas palabras que
nos da. Nos propone jugar y está en nosotros aceptar este pacto de lectura.

Como se podrá percibir, “El dinosaurio” es un minicuento modélico, a través del que se
puede comprender el extraordinario poder del lenguaje y de las palabras y que todo el que
quiera aprender del género debe conocer. Lo no dicho es tan importante como lo dicho en el
minicuento y de ahí la sorpresa de los lectores. De ahí, en ocasiones, su incredulidad. Pero estos
dos sentimientos, la sorpresa, la incredulidad, unidos a la sensación bienestar, nos dicen que
estamos ante la presencia de un minicuento bien logrado. Como en efecto lo es el cuento de
Monterroso.

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