Trabajo de Mitos y Leyendas
Trabajo de Mitos y Leyendas
Trabajo de Mitos y Leyendas
En principio, cada ser humano tenía su Moira o destino, pero este concepto
evoluciona y luego de las obras de Homero, “La Ilíada” y “La Odisea”, se
adopta el concepto de las tres hermanas. Siendo la personificación del destino,
tienen como función, regular la vida de todo mortal, asignándole suertes y
desgracias.
En algunas versiones, las Moiras serían hijas de Zeus y Temis, pero en otras,
son hijas de Nix, la Noche, diosa que tenía la capacidad de engendrar por sí
sola.
Las Moiras son tres hermanas: Cloto (la más joven, la que hila), Láquesis (la
del medio, la que teje el destino) y Átropos (la más vieja, la que corta los
hilos).
Estas deidades deben asegurarse de que el destino se cumpla según lo
planeado, incluso el destino de los dioses. Ellas asisten al nacimiento de cada
persona, hilan su destino y luego predicen su futuro.
Una de las representaciones más extendida de estas deidades las personifica
como tres mujeres de aspecto severo, a Cloto se la presenta con una rueca, a
Láquesis con una pluma y a Átropos con una balanza.
Originariamente, estas deidades se asociaban con el nacimiento, ya que era en
ese momento, que se decidían los acontecimientos de la vida y el momento de
la muerte.
Con el tiempo, el mito evolucionó al de las tres hermanas, donde el destino era
determinado por un hilo de lana blanca o dorada, que marcaba los momentos
de felicidad, o uno de lana negra que marcaba los momentos de dolor. Cloto es
quien preside los nacimientos llevando un ovillo de lana con el que hila el
destino de los hombres. Su hermana Láquesis, enrolla el hilo en un carrete con
el que dirige el curso de la vida, y la anciana Átropos, toma el carrete con el
hilo de la vida y lo corta con sus tijeras de oro, y su decisión debe ser acatada.
Su equivalente romano son las Parcas: Nona, Décima y Morta.
El mito de las sirenas
Un par de siglos atrás, la gente no era tan lista y avisada como es ahora, ni
mucho menos.
Pues por aquellos días sucedió en una pequeña ciudad el extraño
acontecimiento que voy a contaros.
Un anochecer llegó de un bosque próximo una de esas grandes lechuzas que
solemos llamar búhos o granduques, y fue a meterse en el granero de un
labrador, donde pasó la noche.
A la mañana siguiente no se atrevió a abandonar su refugio, por miedo a las
demás aves, que, en cuanto la descubren, prorrumpen en un espantoso griterío.
Cuando el mozo de la granja subió al granero por paja, asustóse de tal modo al
ver al búho posado en un rincón, que escapó corriendo y dijo a su amo que en
el pajar había un monstruo como no viera otro semejante en toda su vida;
movía los ojos en torno a la cabeza, y era capaz de tragarse a cualquiera sin
cumplidos.
- Ya te conozco - respondió el amo -.
Eres lo bastante valiente para correr tras un mirlo en el campo; pero en cuanto
ves un pollo muerto, te armas de un palo antes de acercarte a él.
Tendré que subir yo mismo, a averiguar qué monstruo es ése que dices.
Y dirigiéndose, animoso, al granero, echó una mirada al lugar indicado, y al
descubrir al extraño y horrible animal, entróle un espanto parecido al de su
criado.
Bajó en dos saltos y corrió a alarmar a los vecinos, pidiéndoles asistencia
contra un animal peligroso y desconocido, que podía poner en peligro a toda la
ciudad si le daba por salir de su granero. Movióse gran alboroto y griterío en
las calles.
Los burgueses acudieron armados de chuzos, horquillas, hoces y hachas, como
si se tratase de presentar batalla a algún formidable enemigo.
Luego se presentaron también los miembros del Consejo, con el burgomaestre
a la cabeza, y, una vez formados todos en la plaza del mercado, iniciaron la
marcha hacia el granero y lo rodearon por todas partes.
Adelantóse entonces uno de los más bravos y entró pica en ristre; pero
inmediatamente volvió a salir, pálido como un muerto e incapaz de proferir
palabra tras el grito de espanto que le había arrancado la vista del monstruo.
Otros dos se aventuraron a probar suerte, pero retrocedieron tan aterrorizados
como el primero. Finalmente, avanzó un individuo alto y forzudo, famoso por
sus hazañas guerreras, y dijo:
- Con sólo mirarla no ahuyentaréis esa bestia monstruosa. Hay que actuar en
serio; mas veo que todos sois unas mujerzuelas y que nadie se atreve a ponerle
el cascabel al gato.
Pidió que le prestasen una armadura, espada y pica, y se aprestó al combate.
Todos ensalzaron su valor, y eran muchos los que temían por su vida.
Abrieron la doble puerta del granero y apareció el búho, que, entretanto, se
había posado en uno de los grandes travesaños.
Mandó él que trajesen una escalera de mano, y cuando la colocó y se dispuso a
encaramarse en ella, todos lo animaron a gritos y lo encomendaron a San
Jorge, el matador del dragón.
Llegado arriba, cuando el búho comprendió sus propósitos agresivos, turbado,
además, por el griterío de la multitud y no viendo el medio de escapar, empezó
a girar los ojos, erizó las plumas, desplegó las alas y, castañeando con el pico,
con voz ronca lanzó su grito:
"¡Chuhú, chuhú!." - ¡Embístele, embístele!
- gritaba la gente desde abajo al esforzado héroe. - Si estuvierais aquí conmigo
- respondió él -, a buen seguro que no gritaríais así. - Subió otro peldaño; pero
entróle un fuerte temblor y emprendió la retirada, casi desmayado.
Ya no quedaba nadie dispuesto a arrostrar el peligro.
- Este monstruo - decían -, con sólo su grito
y su aliento ha envenenado y malherido al más fuerte y valiente de nuestros
hombres. ¿Vamos también a exponer la vida de los demás?
Deliberaron acerca de lo que convenía hacer para evitar la ruina de la ciudad.
Durante buen rato nadie encontró remedio; hasta que, por fin, el alcalde dijo.
- Mi opinión es la de que todos contribuyamos a indemnizar al propietario el
valor de este granero con todo lo que contiene, grano, paja y heno, y le
peguemos fuego para que se incendie todo con la terrible bestia; de esta
manera, nadie habrá de exponer su vida.
Es un caso en que no hay que andarse con reparos; la tacañería sería
contraproducente.
Todo el mundo se declaró conforme con la proposición e incendiaron el pajar
por los cuatro costados, y junto con él quedó el pobre búho reducido a cenizas.
Y el que no quiera creerlo, que vaya a preguntarlo.
El arcoiris
Hace mucho, mucho tiempo, nuestro mundo y el mundo de las hadas estaban
separados por un cristal mágico. Y tal era el poder de este cristal, que sólo las
hadas veían lo que pasaba al otro lado.
Pero por aquel entonces, nuestro mundo no era como lo conocemos ahora.
Todo él era de un color gris opaco: las casas eran grises, la gente era gris,
incluso el cielo era siempre gris... Mientras, en el país de las hadas el color
brotaba por todos lados. Rojo, verde, azul, amarillo... todo era color y alegría.
Sin embargo, existía un ser, un hada joven y hermosa, que se sentía muy
apenada por el mundo triste y gris en el que vivían los humanos.
Iris, que así se llamaba, lloraba amargamente por ello y soñaba con poder
cruzar el cristal y poder llevar un poco de alegría al otro lado.
Siete de sus mejores amigas idearon un día un plan: con polvo mágico de sus
alas construirían un puente de un mundo al otro y, así, Iris podría cumplir su
sueño. Construirían un arco para Iris con los siete colores de cada una de sus
alas.
Y dicho y hecho: gracias a este arco de colores, nuestra amiga traspasó el
cristal mágico hasta nuestro mundo. Y tal fue su emoción, que gruesas
lágrimas brotaron de sus ojos; lágrimas que, al filtrarse a través del ArcoIris,
se mezclaron con el polvo mágico de las hadas y, para sorpresa de todos,
llenaron de color aquel mundo gris.
Desde aquel día, cada cierto tiempo, Iris y su siete amigas recargan de color
nuestro mundo. Piensa en ello cada vez que veas un arcoiris y finas gotas de
lluvia mojen tu cara.
Fabulas
EL ÁGUILA Y LA FLECHA
Estaba asentada un águila en el pico de un peñasco esperando por la llegada de las liebres.
La vio un cazador, y lanzándole una flecha le atravesó su cuerpo. Viendo el águila entonces
que la flecha estaba construida con plumas de su propia especie exclamó:
-¡Qué tristeza, terminar mis días por causa de las plumas de mi especie!
Moraleja: Más profundo es nuestro dolor cuando nos vencen con nuestras
propias armas.
LA ZORRA Y EL COCODRILO
Moraleja: Recuerda siempre que lo que bien se ve, no se puede ocultar con la
mentira.
EL LEÓN Y LA LIEBRE
Dándose cuenta de que era perseguido por un lobo, un pequeño corderito decidió refugiarse
en un templo cercano. Lo llamó el lobo y le dijo que si el sacrificador lo encontraba allí
dentro, lo inmolaría a su dios.
- ¡Mejor así! - replicó el cordero - prefiero ser víctima para un dios a tener que perecer en
tus colmillos.
Moraleja: Si sin remedio vamos a ser sacrificados, más nos vale que sea con el mayor
honor.
LEYENDAS
Hace muchísimo, pero muchísimo tiempo, existían unas criaturas maravillosas, los unicornios
Vivían en la India y tenían el cuerpo de caballo, con patas de antílope, barba de chivo y un
cuerno recto en la frente. Los unicornios eran de color blanco.
Estos seres no podían ser vistos por cualquier persona, sino por aquellos que fueran
bondadosos y puros de corazón. Se supone que sólo las jóvenes doncellas podían cuidarlos y
protegerlos. También es por este motivo, que emplearon a estas doncellas para atraparlos.
El cuerno del unicornio tenía poderes curativos, podía combatir enfermedades incurables,
servía como antídoto para venenos y otras leyendas le atribuyen poderes de elixir de la
eterna juventud.
Para desgracia de estos animales, si se les quitaba su cuerno, morían al instante.
Durante la Edad Media, muchos nobles buscaban este trofeo y ofrecían grandes recompensas
para quién pudiera conseguirles un cuerno de unicornio de la India. Esta práctica llevó a la
extinción de estos animales mágicos.
El unicornio era un animal solitario y tímido, sin embargo, podía ser muy agresivo, por lo que
su captura resultaba particularmente difícil.
Se consideraba que brindaba protección contra todos los venenos conocidos y también contra
las enfermedades incurables. Era creencia que quien ingiriera alguna poción preparada con
cuerno de unicornio, viviría eternamente.
Los nobles consumían el cuerno molido preparado con la comida o la bebida, y su acción era
más intensa si la copa estaba hecha con un cuerno de este animal.
En realidad, las copas de cuerno de unicornio debían estar hechas con cuernos de rinoceronte
o con el colmillo de la ballena narval. La narval macho desarrolla uno de sus colmillos más
que el otro, pudiendo llegar a medir hasta tres metros de longitud, este colmillo es torneado.
El unicornio es símbolo de libertad, pureza, la fuerza, el valor y la magia.
La leyenda del rey Arturo
En lo que actualmente se conoce como la Gran Bretaña, según la leyenda, vivía el rey Uther
Pendragon, quien llevaba un largo conflicto con el duque de Tintagel. Un día decidió firmar la
paz, para lo que invitó al duque y la duquesa al castillo. Al ver a la duquesa Ingrayne, Uther se
enamoró perdidamente de ella.
Uther enfermó de amor y solicitó ayuda al mago de la corte, Merlín, quien realizó un hechizo
con el cual hizo creer a Ingrayne que Uther era su esposo. De esta unión nació Arturo, quien
fue tomado por Merlín y entregado a Sir Héctor para que lo criara como propio.
Ingrayne y Gorlias tenían ya tres hijas Morgause, Elaine y Morgana, las hermanas mayores de
Arturo. Morgana fue enviada a la isla de Ávalon con Merlín y la Dama del Lago, donde se
convirtió en sacerdotisa y sucesora de la Dama del Lago. Las otras dos hermanas se casaron.
Cuando Arturo tuvo 16 años, su padrastro lo llevó junto con su propio hijo, Sir Kay, a Londres,
donde caballeros de toda la Bretaña, intentaban liberar una espada de su prisión de piedra.
Según la leyenda, quien liberara la espada sería el rey de toda la Bretaña. Nadie tuvo éxito,
excepto Arturo, quien logró sin esfuerzo, sacar la espada y fue proclamado rey.
Arturo fue un rey justo y noble, se rodeó de los caballeros más valientes y honestos entre los
que destacaban: Lancelot, Perceval y Gawain. Los caballeros se reunían en torno a una mesa
redonda, donde debatían los problemas del reino, durante doce años, el reino estuvo en paz.
Hasta que los caballeros marchan a la búsqueda del Santo Grial, que es hallado por Perceval,
Galahad y Bors.
Arturo se casó con Ginebra, hija del rey de Cameliard, que tuvo un romance secreto con
Lancelot.
Durante los años que los caballeros estuvieron en batalla, Arturo fue ayudado por Merlín,
quien luego desapareció junto a su amada Nimue (Dama del Lago).
Morgana utilizó su magia para acostarse con su hermanastro Arturo, de cuya unión nació
Mordred, quien denuncia los amores de Lancelot y Ginebra. Ante la acusación, Arturo debe
condenar a su esposa a la hoguera, como lo disponía la ley. Lancelot salva a Ginebra y huye
con ella a Francia. Arturo sale entonces a perseguir a la pareja, dejando el reino en manos de
su hijo natural Mordred.
Cuando Arturo regresa a Camelot, debe luchar para recuperar el trono de manos de Morded.
Padre e hijo se enfrentan en la batalla de Camlann, donde Arturo mata a Morded, pero este
alcanza a herirlo fatalmente.
La leyenda dice que Morgana llevó el cuerpo de Arturo en una barca hasta orillas de Ávalon,
junto con otras dos reinas misteriosas.
Cuando más tarde muere Ginebra, Lancelot lleva su cuerpo para sepultarlo junto a la tumba
del rey Arturo.
La caja de Pandora
Este mito de la caja de pandora comienza con los personajes de Prometeo y Epimeteo. Ellos
eran hermanos, y los dioses del Olimpo les encargaron la creación de los animales y del
hombre, además debían dotar a sus criaturas con los recursos necesarios para la
supervivencia. A Epimeteo le correspondió crear a los animales y a Prometeo, a los hombres.
Prometeo realizó su trabajo con gran esmero y amor, construyendo a los hombres semejantes
a los dioses, con una mezcla de agua y tierra.
El reparto de las cualidades lo hizo Epimeteo, otorgando una porción equitativa de dones a
cada uno. A quienes tocaba fuerza, no correspondía rapidez, a los débiles les daba armas, a
los pequeños alas y así sucesivamente. Cuando repartió todos los dones, los dotó de pelos y
una piel gruesa, para protegerlos de las temperaturas extremas. Hizo que su alimentación
fuese variada, unos comían hierbas, mientras que otros devoraban a otros animales. Así,
hasta que completó el reparto, pero no se dio cuenta de que había dejado a la especie
humana sin facultades.
Cuando llegó Prometeo a inspeccionar el trabajo de Epimeteo, vio que todos los animales
estaban justamente equipados, menos el hombre. Como Prometeo amaba a los hombres y
estos deberían vivir en la tierra sin contar con los recursos necesarios para su supervivencia,
les concedió el fuego, para que pudieran sobrevivir y les enseñó a respetar a los dioses.
Además, como los hombres fueron hechos a semejanza de los dioses, pudieron hablar,
construyeron viviendas para refugiarse, vestidos para abrigarse y obtuvieron el alimento de la
tierra.
Durante una festividad, Prometeo sacrificó un gran toro para honrar a los dioses, pero procuró
que al hacer el reparto de la carne, los hombres, que eran sus favoritos, se llevaran la mejor
parte. Entonces dividió la carne en dos partes, en una puso la carne bajo una capa de huesos
y tendones, en la otra, puso los huesos cubiertos de rica grasa. Para no levantar sospechas,
dejó que Zeus eligiera la parte que deseaba. El dios eligió la parte de los huesos con grasa,
dejando para los hombres la parte que Prometeo deseaba darles. Zeus se ofendió por la falta
de respeto y en venganza, quitó el fuego a los hombres. Prometeo se sintió apenado por los
hombres y por tanto subió al monte Olimpo y robó la sabiduría de las artes de Palas Atenea y
el fuego de la forja de Hefesto, para compensarlos por su pérdida.
Zeus castigó a Prometeo por la segunda ofensa, ordenó a Hefesto que creara a la primera
mujer, a la que llamó Pandora. Zeus le concedió la vida y Pandora impresionó a todos los
dioses con su belleza, por lo cual, cada uno le otorgó un don, Atenea le dio sabiduría, Apolo
dotes para la música y Hermes le dio la elocuencia. Zeus le entregó una caja donde
supuestamente había tesoros, y ordenó a Pandora que no la abriese por ningún motivo.
Zeus entregó a Pandora y su caja a Prometeo, quien no confiaba en el dios y por tanto,
entregó el regalo a su hermano Epimeteo, ordenándole que guardara bien la llave de la caja,
para que nadie pudiera abrirla. Epimeteo se enamoró perdidamente de Pandora y se casó con
ella y guardó la llave de la caja.
Un día, Pandora no pudo resistir más su curiosidad y quitó la llave a Epimeteo y abrió la caja,
de la que salieron todas las calamidades. Cuando Pandora comprendió su error, cerró la caja,
pero sólo pudo retener dentro a la esperanza, la que desde entonces, ayuda a los hombres a
soportar los sufrimientos.
A Prometeo le tocó en suerte un castigo espantoso por sus ofensas, Zeus ordenó a Hefesto
que lo encadenara a una roca del monte Cáucaso y cada día, enviaba una harpía a que
comiera su hígado. Por ser inmortal, el hígado de Prometeo crecía cada noche nuevamente,
pero cada día la harpía volvía a comérselo. Este castigo debía durar toda la eternidad, pero
cuando habían transcurrido unos treinta años, pasó por el lugar Heracles, que iba rumbo al
jardín de las Hespérides, cuando vio a la harpía haciendo su faena, la mató de un flechazo.
Entonces Zeus perdonó a Prometeo, pero lo condenó a llevar las cadenas y la roca a que lo
ataran, durante toda la eternidad.
La bobina maravillosa