Trabajo de Mitos y Leyendas

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El mito de las moiras

En principio, cada ser humano tenía su Moira o destino, pero este concepto
evoluciona y luego de las obras de Homero, “La Ilíada” y “La Odisea”, se
adopta el concepto de las tres hermanas. Siendo la personificación del destino,
tienen como función, regular la vida de todo mortal, asignándole suertes y
desgracias.
En algunas versiones, las Moiras serían hijas de Zeus y Temis, pero en otras,
son hijas de Nix, la Noche, diosa que tenía la capacidad de engendrar por sí
sola.
Las Moiras son tres hermanas: Cloto (la más joven, la que hila), Láquesis (la
del medio, la que teje el destino) y Átropos (la más vieja, la que corta los
hilos).
Estas deidades deben asegurarse de que el destino se cumpla según lo
planeado, incluso el destino de los dioses. Ellas asisten al nacimiento de cada
persona, hilan su destino y luego predicen su futuro.
Una de las representaciones más extendida de estas deidades las personifica
como tres mujeres de aspecto severo, a Cloto se la presenta con una rueca, a
Láquesis con una pluma y a Átropos con una balanza.
Originariamente, estas deidades se asociaban con el nacimiento, ya que era en
ese momento, que se decidían los acontecimientos de la vida y el momento de
la muerte.
Con el tiempo, el mito evolucionó al de las tres hermanas, donde el destino era
determinado por un hilo de lana blanca o dorada, que marcaba los momentos
de felicidad, o uno de lana negra que marcaba los momentos de dolor. Cloto es
quien preside los nacimientos llevando un ovillo de lana con el que hila el
destino de los hombres. Su hermana Láquesis, enrolla el hilo en un carrete con
el que dirige el curso de la vida, y la anciana Átropos, toma el carrete con el
hilo de la vida y lo corta con sus tijeras de oro, y su decisión debe ser acatada.
Su equivalente romano son las Parcas: Nona, Décima y Morta.
El mito de las sirenas

En la mitología griega, las sirenas eran criaturas fabulosas mitad mujer y


mitad pájaro, parecidas a las arpías. Eran hijas del dios río Aqueloo y de una
musa que puede ser: Melpómene (tragedia), Terpsícope (danza) o Estérope
(poesía). El número de estas criaturas es variable, pueden ser tres, cinco u
ocho.
Las sirenas eran compañeras de Perséfone y cuando Hades la raptó, no
pudieron salvarla y la diosa Deméter (madre de Perséfone), las convirtió en
criaturas híbridas como venganza.
Estas criaturas vivían en la isla de Artemisa, tenían forma de mujer de la
cabeza a la cintura y la parte inferior, era una cola de pescado. Su canto
melodioso como el de un ave, atraía a los marineros anunciándoles los
placeres del mundo subterráneo engañosamente, para hacerlos zozobrar y
poder comer sus cuerpos.
En la Odisea, cuenta Homero que cuando el barco de Odiseo (Ulises) pasó
frente a la isla de las sirenas, hizo que la tripulación sellara sus oídos con cera,
para que no escucharan el canto de las criaturas. Pero Odiseo tenía gran
curiosidad por oír su voz, para lo que ideó un plan, se hizo atar al mástil del
barco y exigió que no le permitieran soltarse, sin importar lo que pasara. Ante
el fracaso sufrido, las sirenas se lanzaron al mar y murieron ahogadas.
Fuera de la ficción, tenemos testimonios de navegantes que afirman haberse
encontrado con estos seres mitológicos, entre ellos, Cristóbal Colón, quien
testimonia en un escrito de 1493, que había visto una sirena frente a las costas
de lo que actualmente es la Florida. En su testimonio comenta que las sirenas
no son tan hermosas como cuenta la mitología y que sus rostros tenían formas
de hombre.
El explorador John Smith declaró haber visto a uno de estos seres cuando se
sumergía en las aguas del mar Caribe y que tenía el cabello largo de color
verde y que era atractiva, tanto como para cautivar a cualquier hombre.
El mito del aracne

Como en la mayoria de los mitos y leyendas, el protagonista tiene una


cualidad especial. En este caso, Aracne era la hija de Imdón, un tintorero. La
joven era una de las mejores tejedoras de Grecia. Hasta las ninfas del bosque
acudían para admirar sus trabajos, su prestigio era enorme, tanto, que todos
creían que Atenea la había dotado con tales dones. Pues la diosa de la
sabiduría, era la patrona de los artesanos.
Los bordados de Aracne eran maravillosos, pero la hermosa joven tenía una
gran vanidad, constantemente se ufanaba de ser la mejor tejedora del mundo.
Un buen día, la muchacha terminó por compararse con la propia Atenea y
comenzó a lanzarle desafíos, invitándola a participar en un concurso, para
dilucidar cuál de las dos era mejor.
La diosa bajó desde el Olimpo a la Tierra para aceptar el reto y así darle una
lección. Debido a los comentarios de Aracne, la diosa se le presentó con
aspecto de anciana, para advertirle sobre su conducta y lograr un trato más
digno. Pero la muchacha no hizo caso, ignoró todos los consejos de la anciana
y la insultó. Ante semejante comportamiento, la diosa se mostró ante la joven
y la competencia comenzó.
El concurso comenzó, Aracne y Atenea tejieron durante todo el día. El tejido
de Atenea representaba a los dioses en todo su esplendor, donde mostraba, a
modo de ejemplo, episodios de las derrotas de los mortales que desafiaban a
los dioses. Pero la tela de Aracne, en cambio, mostraba a los dioses como unos
viciosos e inmorales. Esto ofendió profundamente a la diosa, la que rompió la
tela de la joven.
Aracne se sintió humillada por el comportamiento de la diosa, y herida en su
orgullo intentó quitarse la vida colgándose de una viga del techo. Palas Atenea
le salvó la vida, pero como castigo por su conducta, la convirtió en araña y la
condenó a tejer hasta el confín de los tiempos.
El caballo y la zorra

Tenía un campesino un fiel caballo, ya viejo, que no podía prestarle ningún


servicio. Su amo se decidió a no darle más de comer y le dijo: - Ya no me
sirves de nada; mas para que veas que te tengo cariño, te guardaré si me
demuestras que tienes aún la fuerza suficiente para traerme un león. Y ahora,
fuera de la cuadra. Y lo echó de su casa. El animal se encaminó tristemente al
bosque, en busca de un cobijo. Encontróse allí con la zorra, la cual le
preguntó: - ¿Qué haces por aquí, tan cabizbajo y solitario? - ¡Ay! - respondió
el caballo -. La avaricia y la lealtad raramente moran en una misma casa. Mi
amo ya no se acuerda de los servicios que le he venido prestando durante
tantos años, y porque ya no puedo arar como antes, se niega a darme pienso y
me ha echado a la calle. - ¿Así, a secas? ¿No puedes hacer nada para evitarlo?
- preguntó la zorra. - El remedio es difícil. Me dijo que si era lo bastante fuerte
para llevarle un león, me guardaría. Pero sabe muy bien que no puedo hacerlo.
- Yo te ayudaré. Túmbate bien y no te muevas, como si estuvieses muerto.
Hizo el caballo lo que le indicara la zorra, y ésta fue al encuentro del león,
cuya guarida se hallaba a escasa distancia, y le dijo: - Ahí fuera hay un caballo
muerto; si sales, podrás darte un buen banquete. Salió el león con ella y,
cuando ya estuvieron junto al caballo, dijo la zorra: - Aquí no podrás
zampártelo cómodamente. ¿Sabes qué? Te ataré a su cola. Así te será fácil
arrastrarlo hasta tu guarida, y allí te lo comes tranquilamente. Gustóle el
consejo al león, y colocóse de manera que la zorra, con la cola del caballo, ató
fuertemente las patas del león, y le dio tantas vueltas y nudos que no había
modo de soltarse. Cuando hubo terminado, golpeó el anca del caballo, y dijo: -
¡Vamos, jamelgo, andando! Incorporóse el animal de un salto y salió al trote,
arrastrando al león. Se puso éste a rugir con tanta fiereza que todas las aves del
bosque echaron a volar asustadas; pero el caballo lo dejó rugir y, a campo
traviesa, lo llevó arrastrando hasta la puerta de su amo. Al verlo éste, cambió
de propósito y dijo al animal: - Te quedarás a mi lado, y lo pasarás bien - y, en
adelante, no le faltaron al caballo sus buenos piensos, hasta que murió.
El Buho

Un par de siglos atrás, la gente no era tan lista y avisada como es ahora, ni
mucho menos.
Pues por aquellos días sucedió en una pequeña ciudad el extraño
acontecimiento que voy a contaros.
Un anochecer llegó de un bosque próximo una de esas grandes lechuzas que
solemos llamar búhos o granduques, y fue a meterse en el granero de un
labrador, donde pasó la noche.
A la mañana siguiente no se atrevió a abandonar su refugio, por miedo a las
demás aves, que, en cuanto la descubren, prorrumpen en un espantoso griterío.
Cuando el mozo de la granja subió al granero por paja, asustóse de tal modo al
ver al búho posado en un rincón, que escapó corriendo y dijo a su amo que en
el pajar había un monstruo como no viera otro semejante en toda su vida;
movía los ojos en torno a la cabeza, y era capaz de tragarse a cualquiera sin
cumplidos.
- Ya te conozco - respondió el amo -.
Eres lo bastante valiente para correr tras un mirlo en el campo; pero en cuanto
ves un pollo muerto, te armas de un palo antes de acercarte a él.
Tendré que subir yo mismo, a averiguar qué monstruo es ése que dices.
Y dirigiéndose, animoso, al granero, echó una mirada al lugar indicado, y al
descubrir al extraño y horrible animal, entróle un espanto parecido al de su
criado.
Bajó en dos saltos y corrió a alarmar a los vecinos, pidiéndoles asistencia
contra un animal peligroso y desconocido, que podía poner en peligro a toda la
ciudad si le daba por salir de su granero. Movióse gran alboroto y griterío en
las calles.
Los burgueses acudieron armados de chuzos, horquillas, hoces y hachas, como
si se tratase de presentar batalla a algún formidable enemigo.
Luego se presentaron también los miembros del Consejo, con el burgomaestre
a la cabeza, y, una vez formados todos en la plaza del mercado, iniciaron la
marcha hacia el granero y lo rodearon por todas partes.
Adelantóse entonces uno de los más bravos y entró pica en ristre; pero
inmediatamente volvió a salir, pálido como un muerto e incapaz de proferir
palabra tras el grito de espanto que le había arrancado la vista del monstruo.
Otros dos se aventuraron a probar suerte, pero retrocedieron tan aterrorizados
como el primero. Finalmente, avanzó un individuo alto y forzudo, famoso por
sus hazañas guerreras, y dijo:
- Con sólo mirarla no ahuyentaréis esa bestia monstruosa. Hay que actuar en
serio; mas veo que todos sois unas mujerzuelas y que nadie se atreve a ponerle
el cascabel al gato.
Pidió que le prestasen una armadura, espada y pica, y se aprestó al combate.
Todos ensalzaron su valor, y eran muchos los que temían por su vida.
Abrieron la doble puerta del granero y apareció el búho, que, entretanto, se
había posado en uno de los grandes travesaños.
Mandó él que trajesen una escalera de mano, y cuando la colocó y se dispuso a
encaramarse en ella, todos lo animaron a gritos y lo encomendaron a San
Jorge, el matador del dragón.
Llegado arriba, cuando el búho comprendió sus propósitos agresivos, turbado,
además, por el griterío de la multitud y no viendo el medio de escapar, empezó
a girar los ojos, erizó las plumas, desplegó las alas y, castañeando con el pico,
con voz ronca lanzó su grito:
"¡Chuhú, chuhú!." - ¡Embístele, embístele!
- gritaba la gente desde abajo al esforzado héroe. - Si estuvierais aquí conmigo
- respondió él -, a buen seguro que no gritaríais así. - Subió otro peldaño; pero
entróle un fuerte temblor y emprendió la retirada, casi desmayado.
Ya no quedaba nadie dispuesto a arrostrar el peligro.
- Este monstruo - decían -, con sólo su grito
y su aliento ha envenenado y malherido al más fuerte y valiente de nuestros
hombres. ¿Vamos también a exponer la vida de los demás?
Deliberaron acerca de lo que convenía hacer para evitar la ruina de la ciudad.
Durante buen rato nadie encontró remedio; hasta que, por fin, el alcalde dijo.
- Mi opinión es la de que todos contribuyamos a indemnizar al propietario el
valor de este granero con todo lo que contiene, grano, paja y heno, y le
peguemos fuego para que se incendie todo con la terrible bestia; de esta
manera, nadie habrá de exponer su vida.
Es un caso en que no hay que andarse con reparos; la tacañería sería
contraproducente.
Todo el mundo se declaró conforme con la proposición e incendiaron el pajar
por los cuatro costados, y junto con él quedó el pobre búho reducido a cenizas.
Y el que no quiera creerlo, que vaya a preguntarlo.
El arcoiris

Hace mucho, mucho tiempo, nuestro mundo y el mundo de las hadas estaban
separados por un cristal mágico. Y tal era el poder de este cristal, que sólo las
hadas veían lo que pasaba al otro lado.
Pero por aquel entonces, nuestro mundo no era como lo conocemos ahora.
Todo él era de un color gris opaco: las casas eran grises, la gente era gris,
incluso el cielo era siempre gris... Mientras, en el país de las hadas el color
brotaba por todos lados. Rojo, verde, azul, amarillo... todo era color y alegría.
Sin embargo, existía un ser, un hada joven y hermosa, que se sentía muy
apenada por el mundo triste y gris en el que vivían los humanos.
Iris, que así se llamaba, lloraba amargamente por ello y soñaba con poder
cruzar el cristal y poder llevar un poco de alegría al otro lado.
Siete de sus mejores amigas idearon un día un plan: con polvo mágico de sus
alas construirían un puente de un mundo al otro y, así, Iris podría cumplir su
sueño. Construirían un arco para Iris con los siete colores de cada una de sus
alas.
Y dicho y hecho: gracias a este arco de colores, nuestra amiga traspasó el
cristal mágico hasta nuestro mundo. Y tal fue su emoción, que gruesas
lágrimas brotaron de sus ojos; lágrimas que, al filtrarse a través del ArcoIris,
se mezclaron con el polvo mágico de las hadas y, para sorpresa de todos,
llenaron de color aquel mundo gris.

Desde aquel día, cada cierto tiempo, Iris y su siete amigas recargan de color
nuestro mundo. Piensa en ello cada vez que veas un arcoiris y finas gotas de
lluvia mojen tu cara.
Fabulas

EL ÁGUILA Y LA FLECHA

Estaba asentada un águila en el pico de un peñasco esperando por la llegada de las liebres.
La vio un cazador, y lanzándole una flecha le atravesó su cuerpo. Viendo el águila entonces
que la flecha estaba construida con plumas de su propia especie exclamó:
-¡Qué tristeza, terminar mis días por causa de las plumas de mi especie!

Moraleja: Más profundo es nuestro dolor cuando nos vencen con nuestras
propias armas.

LA ZORRA Y EL COCODRILO

Discutían un día la zorra y el cocodrilo sobre la nobleza de sus antepasados.


Por largo rato habló el cocodrilo acerca de la alcurnia de sus ancestros, y terminó
por decir que sus padres habían llegado a ser los guardianes del gimnasio.
- No es necesario que me lo digas - replicó la zorra - las cualidades de tu piel
demuestran muy bien que desde hace muchos años te dedicas a los ejercicios de
gimnasia.

Moraleja: Recuerda siempre que lo que bien se ve, no se puede ocultar con la
mentira.

EL LEÓN Y LA LIEBRE

Sorprendió un león a una liebre que dormía tranquilamente. Pero cuando


estaba a punto de devorarla, vio pasar a un ciervo. Dejó entonces a la liebre
por perseguir al ciervo.
Despertó la liebre ante los ruidos de la persecución, y no esperando más,
emprendió su huída.
Mientras tanto el león, que no pudo dar alcance al ciervo, ya cansado, regresó
a tomar la liebre y se encontró con que también había buscado su camino a
salvo. Entonces se dijo el león:
- Bien me lo merezco, pues teniendo ya una presa en mis manos, la dejé para
ir tras la esperanza de obtener una mayor.

Moraleja: Más vale pájaro en mano que cien volando.


EL LOBO Y EL CORDERO EN EL TEMPLO

Dándose cuenta de que era perseguido por un lobo, un pequeño corderito decidió refugiarse
en un templo cercano. Lo llamó el lobo y le dijo que si el sacrificador lo encontraba allí
dentro, lo inmolaría a su dios.
- ¡Mejor así! - replicó el cordero - prefiero ser víctima para un dios a tener que perecer en
tus colmillos.

Moraleja: Si sin remedio vamos a ser sacrificados, más nos vale que sea con el mayor
honor.

LEYENDAS

LA LEYENDA DEL UNICORNIO

Hace muchísimo, pero muchísimo tiempo, existían unas criaturas maravillosas, los unicornios
Vivían en la India y tenían el cuerpo de caballo, con patas de antílope, barba de chivo y un
cuerno recto en la frente. Los unicornios eran de color blanco.
Estos seres no podían ser vistos por cualquier persona, sino por aquellos que fueran
bondadosos y puros de corazón. Se supone que sólo las jóvenes doncellas podían cuidarlos y
protegerlos. También es por este motivo, que emplearon a estas doncellas para atraparlos.
El cuerno del unicornio tenía poderes curativos, podía combatir enfermedades incurables,
servía como antídoto para venenos y otras leyendas le atribuyen poderes de elixir de la
eterna juventud.
Para desgracia de estos animales, si se les quitaba su cuerno, morían al instante.
Durante la Edad Media, muchos nobles buscaban este trofeo y ofrecían grandes recompensas
para quién pudiera conseguirles un cuerno de unicornio de la India. Esta práctica llevó a la
extinción de estos animales mágicos.
El unicornio era un animal solitario y tímido, sin embargo, podía ser muy agresivo, por lo que
su captura resultaba particularmente difícil.
Se consideraba que brindaba protección contra todos los venenos conocidos y también contra
las enfermedades incurables. Era creencia que quien ingiriera alguna poción preparada con
cuerno de unicornio, viviría eternamente.
Los nobles consumían el cuerno molido preparado con la comida o la bebida, y su acción era
más intensa si la copa estaba hecha con un cuerno de este animal.
En realidad, las copas de cuerno de unicornio debían estar hechas con cuernos de rinoceronte
o con el colmillo de la ballena narval. La narval macho desarrolla uno de sus colmillos más
que el otro, pudiendo llegar a medir hasta tres metros de longitud, este colmillo es torneado.
El unicornio es símbolo de libertad, pureza, la fuerza, el valor y la magia.
La leyenda del rey Arturo

En lo que actualmente se conoce como la Gran Bretaña, según la leyenda, vivía el rey Uther
Pendragon, quien llevaba un largo conflicto con el duque de Tintagel. Un día decidió firmar la
paz, para lo que invitó al duque y la duquesa al castillo. Al ver a la duquesa Ingrayne, Uther se
enamoró perdidamente de ella.
Uther enfermó de amor y solicitó ayuda al mago de la corte, Merlín, quien realizó un hechizo
con el cual hizo creer a Ingrayne que Uther era su esposo. De esta unión nació Arturo, quien
fue tomado por Merlín y entregado a Sir Héctor para que lo criara como propio.
Ingrayne y Gorlias tenían ya tres hijas Morgause, Elaine y Morgana, las hermanas mayores de
Arturo. Morgana fue enviada a la isla de Ávalon con Merlín y la Dama del Lago, donde se
convirtió en sacerdotisa y sucesora de la Dama del Lago. Las otras dos hermanas se casaron.
Cuando Arturo tuvo 16 años, su padrastro lo llevó junto con su propio hijo, Sir Kay, a Londres,
donde caballeros de toda la Bretaña, intentaban liberar una espada de su prisión de piedra.
Según la leyenda, quien liberara la espada sería el rey de toda la Bretaña. Nadie tuvo éxito,
excepto Arturo, quien logró sin esfuerzo, sacar la espada y fue proclamado rey.
Arturo fue un rey justo y noble, se rodeó de los caballeros más valientes y honestos entre los
que destacaban: Lancelot, Perceval y Gawain. Los caballeros se reunían en torno a una mesa
redonda, donde debatían los problemas del reino, durante doce años, el reino estuvo en paz.
Hasta que los caballeros marchan a la búsqueda del Santo Grial, que es hallado por Perceval,
Galahad y Bors.
Arturo se casó con Ginebra, hija del rey de Cameliard, que tuvo un romance secreto con
Lancelot.
Durante los años que los caballeros estuvieron en batalla, Arturo fue ayudado por Merlín,
quien luego desapareció junto a su amada Nimue (Dama del Lago).
Morgana utilizó su magia para acostarse con su hermanastro Arturo, de cuya unión nació
Mordred, quien denuncia los amores de Lancelot y Ginebra. Ante la acusación, Arturo debe
condenar a su esposa a la hoguera, como lo disponía la ley. Lancelot salva a Ginebra y huye
con ella a Francia. Arturo sale entonces a perseguir a la pareja, dejando el reino en manos de
su hijo natural Mordred.
Cuando Arturo regresa a Camelot, debe luchar para recuperar el trono de manos de Morded.
Padre e hijo se enfrentan en la batalla de Camlann, donde Arturo mata a Morded, pero este
alcanza a herirlo fatalmente.
La leyenda dice que Morgana llevó el cuerpo de Arturo en una barca hasta orillas de Ávalon,
junto con otras dos reinas misteriosas.
Cuando más tarde muere Ginebra, Lancelot lleva su cuerpo para sepultarlo junto a la tumba
del rey Arturo.
La caja de Pandora

Este mito de la caja de pandora comienza con los personajes de Prometeo y Epimeteo. Ellos
eran hermanos, y los dioses del Olimpo les encargaron la creación de los animales y del
hombre, además debían dotar a sus criaturas con los recursos necesarios para la
supervivencia. A Epimeteo le correspondió crear a los animales y a Prometeo, a los hombres.
Prometeo realizó su trabajo con gran esmero y amor, construyendo a los hombres semejantes
a los dioses, con una mezcla de agua y tierra.
El reparto de las cualidades lo hizo Epimeteo, otorgando una porción equitativa de dones a
cada uno. A quienes tocaba fuerza, no correspondía rapidez, a los débiles les daba armas, a
los pequeños alas y así sucesivamente. Cuando repartió todos los dones, los dotó de pelos y
una piel gruesa, para protegerlos de las temperaturas extremas. Hizo que su alimentación
fuese variada, unos comían hierbas, mientras que otros devoraban a otros animales. Así,
hasta que completó el reparto, pero no se dio cuenta de que había dejado a la especie
humana sin facultades.
Cuando llegó Prometeo a inspeccionar el trabajo de Epimeteo, vio que todos los animales
estaban justamente equipados, menos el hombre. Como Prometeo amaba a los hombres y
estos deberían vivir en la tierra sin contar con los recursos necesarios para su supervivencia,
les concedió el fuego, para que pudieran sobrevivir y les enseñó a respetar a los dioses.
Además, como los hombres fueron hechos a semejanza de los dioses, pudieron hablar,
construyeron viviendas para refugiarse, vestidos para abrigarse y obtuvieron el alimento de la
tierra.
Durante una festividad, Prometeo sacrificó un gran toro para honrar a los dioses, pero procuró
que al hacer el reparto de la carne, los hombres, que eran sus favoritos, se llevaran la mejor
parte. Entonces dividió la carne en dos partes, en una puso la carne bajo una capa de huesos
y tendones, en la otra, puso los huesos cubiertos de rica grasa. Para no levantar sospechas,
dejó que Zeus eligiera la parte que deseaba. El dios eligió la parte de los huesos con grasa,
dejando para los hombres la parte que Prometeo deseaba darles. Zeus se ofendió por la falta
de respeto y en venganza, quitó el fuego a los hombres. Prometeo se sintió apenado por los
hombres y por tanto subió al monte Olimpo y robó la sabiduría de las artes de Palas Atenea y
el fuego de la forja de Hefesto, para compensarlos por su pérdida.
Zeus castigó a Prometeo por la segunda ofensa, ordenó a Hefesto que creara a la primera
mujer, a la que llamó Pandora. Zeus le concedió la vida y Pandora impresionó a todos los
dioses con su belleza, por lo cual, cada uno le otorgó un don, Atenea le dio sabiduría, Apolo
dotes para la música y Hermes le dio la elocuencia. Zeus le entregó una caja donde
supuestamente había tesoros, y ordenó a Pandora que no la abriese por ningún motivo.
Zeus entregó a Pandora y su caja a Prometeo, quien no confiaba en el dios y por tanto,
entregó el regalo a su hermano Epimeteo, ordenándole que guardara bien la llave de la caja,
para que nadie pudiera abrirla. Epimeteo se enamoró perdidamente de Pandora y se casó con
ella y guardó la llave de la caja.
Un día, Pandora no pudo resistir más su curiosidad y quitó la llave a Epimeteo y abrió la caja,
de la que salieron todas las calamidades. Cuando Pandora comprendió su error, cerró la caja,
pero sólo pudo retener dentro a la esperanza, la que desde entonces, ayuda a los hombres a
soportar los sufrimientos.
A Prometeo le tocó en suerte un castigo espantoso por sus ofensas, Zeus ordenó a Hefesto
que lo encadenara a una roca del monte Cáucaso y cada día, enviaba una harpía a que
comiera su hígado. Por ser inmortal, el hígado de Prometeo crecía cada noche nuevamente,
pero cada día la harpía volvía a comérselo. Este castigo debía durar toda la eternidad, pero
cuando habían transcurrido unos treinta años, pasó por el lugar Heracles, que iba rumbo al
jardín de las Hespérides, cuando vio a la harpía haciendo su faena, la mató de un flechazo.
Entonces Zeus perdonó a Prometeo, pero lo condenó a llevar las cadenas y la roca a que lo
ataran, durante toda la eternidad.

La bobina maravillosa

Había en un castillo lejano, un principito muy holgazán, que no quería estudiar ni


hacer nada. Sólo le interesaba jugar. Sus padres los reyes, habían intentado de
todo para convencerlo de que asumiera sus responsabilidades reales para el
futuro, pero el príncipe los ignoraba completamente.
Una noche, después de recibir un gran sermón sobre su pereza, suspiró
tristemente, deseando ser mayor, para poder hacer lo que le viniera en gana.
Se fue a dormir apesadumbrado, y a la mañana siguiente, descubrió sobre su
cama, una bobina de hilo de oro. La tomó con curiosidad y la bobina le habló con
voz muy débil:
- Trátame con cuidado, príncipe. Mi hilo es mágico, representa toda tu vida. A
medida que vaya pasando, el hilo se irá soltando.
El principito estaba completamente asombrado y algo escéptico. La bobina
continuó:
- Sé que quieres crecer pronto. Te concedo el don de desenrollar el hilo a tu
antojo. Pero te advierto. Todo el hilo que hayas desenrollado, no podrá volverse a
ovillar, pues, los días pasados no retornan.
Para convencerse de lo que decía aquella bobina, el príncipe dio un fuerte tirón del
hilo, y se convirtió en un apuesto príncipe. Tiró entonces un poco más y se
encontró llevando la corona del rey, su padre.
La curiosidad le ganaba y tiró un poquito más.
- Dime bobina. ¿Cómo será mi esposa y mis hijos?
Apareció una joven hermosísima junto a él, y cuatro niños rubios y sonrosados.
Sin siquiera disfrutar de lo que había obtenido, dejó que la curiosidad se
apoderara de él. Tiró un poco más, para saber cómo serían sus hijos de mayores.
Pero de pronto, vio su imagen reflejada en el espejo. Había frente a él, un anciano
decrépito de barba blanca y poco cabello. Sintió mucho miedo, era un viejo y ya le
quedaba poco hilo. Su vida estaba llegando a su fin.
Intentó enrollar nuevamente el hilo, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles. La
vocecita de la bobina volvió a sonar:
- Has desperdiciado tu vida. Ahora comprendes que no pueden recuperarse los
días perdidos. Fuiste perezoso, deseabas pasar por la vida, sin molestarte en
hacer el trabajo de cada día. Deberás sufrir tu castigo.
El rey entró en pánico, lanzó un terrible grito y murió. Había gastado toda su vida,
sin haber logrado hacer nada provechoso.

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