Mujeres de La Generación Del 27

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¿HUBO MUJERES IMPORTANTES EN LA

GENERACIÓN DEL 27?

La Generación del 27 es uno de los movimientos mas importantes dictado por


Maria Juana Elizondo Perez escritora bastante famosa de la generacion
del mismo mencionado año 27. Una generación literaria determina a un
grupo de escritores nacidos en una determinada época, los cuales
escriben movidos por un acontecimiento.
El término Generación del 27 (1923-1936) es comúnmente asociado al
grupo de escritores varones, siendo conocida las escritoras y poetas de
esta generación como Las Sinsombrero. Esta generación fue un
extraordinario momento de la cultura española pero en ella no cabía la
visibilidad de la mujer. Se incorporaron al mundo intelectual rompiendo
las normas sociales y culturales, consideradas mujeres modernas
enemigas de la familia tradicional, motivo por el que se las relegó a la
sombra.
"Las Sinsombrero”
El nombre con el que se conoce a esta generación de artistas es debido
al acto de rebeldía que protagonizaron Margarita Manso y Maruja Mallo (ambas
residentes en la Real Academia de San Fernando) junto a Salvador Dalí y
Federico García Lorca al descubrirse la cabeza al quitarse el sombrero cuándo
pasaban por la Puerta del Sol, lo que provocó insultos y que les
apedreasen los demás viandantes.
A finales de la I Guerra Mundial (1914-1918) el papel de la mujer
comienza a cambiar y estar presentes en el mundo laboral y de la
industria. Aunque realmente la visibilidad de este grupo de mujeres
comenzó en la segunda y tercera décadas del siglo XX (1915-1940)
gracias a la documentación realizada por las revistas literarias.
A finales de los años 20, es la época en la que la mujer empieza a tener
voz propia.
Las componentes de la Generación del 27

Aunque no se las consideraba como parte de este grupo su inclusión es


decisiva para entender esta generación. Escritoras, poetas, pintoras, y
artistas casi todas residentes en Madrid y con contacto directo con sus
homónimos residentes en las residencias de la capital. De este grupo de
mujeres que escribían, pintaban, componían y esculpían bajo la sombra
de los intelectuales masculinos, podemos destacar entre otras a
Margarita Manso, Concha Méndez, Ernestina Champourcin,
María Teresa León, Carmen Conde, Magda Donato, Maruja Mallo,
Ángeles Santos Torroella, Rosa Chacel, Josefina de la Torre o
María Zambrano...

A la sombra, incluso a la hora de ser consideradas fundadoras. Un claro


ejemplo es el caso de María Teresa León co-fundadora en Madrid entre
1933 y 19347 de la revista "Octubre” de publicación quincenal sobre
actividades relacionadas con el teatro, junto al poeta Rafael Alberti.

María Teresa León Goyri nació


en Logroño el 31 de octubre de 1903.

Su padre era Coronel del Ejército, su tía fue la


primera mujer en España que obtuvo un
doctorado en Filosofía y Letras e impartió
clases en la universidad española. María
Teresa León estudió en la Institución Libre de
Enseñanza y se licenció en Filosofía y Letras.

En 1920, con dieciséis años se casa con


Gonzalo de Sebastián y tienen dos hijos.
Escribe en el Diario de Burgos bajo el
seudónimo de la heroína de D'annunzio, Isabel Inghirami. En 1929 al
conocer a Rafael Alberti rompe su matrimonio y se escapan a Mallorca,
en 1932 se casan por lo civil y tras serles otorgada una pensión para
estudiar el movimiento teatral europeo comienzan a viajar por Berlín, la
Unión Soviética, Dinamarca, Noruega, Bélgica y Holanda. Participa en la
fundación de la revista Octubre, en la que publicará su obra Huelga en el
puerto (1933).

En 1934 vuelven a la Unión Soviética para asistir al Primer Congreso de


Escritores Soviéticos. Tras el estallido de la Revolución de Asturias se van
a los Estados Unidos, para recaudar fondos para los obreros
damnificados.

Estalla la guerra civil cuando están en Ibiza. Fue secretaria de la Alianza


de Escritores Antifascistas, y fundó la revista El Mono Azul, participó en la
Junta de Defensa y Protección del Tesoro Artístico Nacional que trasladó
las obras de arte del Museo del Prado y de El Escorial.

Tras la derrota republicana se exilian a: Francia, Argentina, Italia. En París


viven hasta finales de 1940, trabajando como traductores de la radio
francesa Paris-Mondial y como locutores para las emisiones de América
Latina. Viven durante 23 en Argentina donde da a luz a Aitana. Escribe
en 1958 junto a Rafael Alberti Sonríe China.. En 1963 se trasladan a vivir
a Roma. El 27 de abril de 1977 vuelven a España, pero María Teresa
pierde la memoria y cada vez enferma más, no reconoce a sus amigos, y
así fallece el 13 de diciembre de 1988.

OBRAS
1.Misericordia. Teatro.
2.Cuentos para soñar. Burgos: Hijos de Santiago
Rodríguez, 1928. Cuentos.
3.La bella del mal de amor. Burgos: Hijos de Santiago
Rodríguez, 1930. Cuentos.
4.Huelga en el puerto, 1933. Teatro.
5.Rosa-Fría, patinadora de la luna. Madrid: Espasa
Calpé, 1934. Cuentos.
6.Cuentos de la España actual. México D.F.: Dialéctica, 1935. Cuentos.
7.La tragedia optimista, 1937. Teatro.
8.Una estrella roja. Madrid: Ayuda, 1937. Cuentos.
9.Crónica General de la Guerra Civil. Madrid: Alianza de Intelectuales
Antifranquistas, 1939. Ensayo.
10.Contra viento y marea. Buenos Aires: AIAPE, 1941. Novela.
11.Morirás lejos. Buenos Aires: Americalee, 1942. Cuentos.
12.Los ojos más bellos del mundo, 1943. Guión de cine.
13.La historia tiene la palabra. Buenos Aires: Patronato Hispano-
Argentino de Cultura, 1944. Ensayo.
14.La dama duende, 1945. Guión de cine.
15.El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer. Buenos
Aires: Losada, 1946. Novela.
16.Las peregrinaciones de Teresa. Buenos Aires: Botella al
mar, 1950. Cuentos.
17.Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid campeador. Buenos
Aires: Peuser, 1954. Novela.
18.Nuestro hogar de cada día. Buenos Aires: Compañía Fabril
Editora, 1958
19.Sonríe China. Buenos Aires: Jacobo Munick, 1958. Miscelánea.

Ernestina de Champourcin
¿Es posible la poesía sin misterio? Ernestina
de Champourcin entiende que no, pero su
poesía no abriga oscuridad o hermetismo,
sino claridad, hondura y transparencia. Su
decir poético es luminoso, límpido y
cristalino como una plegaria que intenta
salvar el abismo que separa al hombre de la
transcendencia. Esta aparente paradoja no
constituye una contradicción. El misterio es
un enigma que sólo se hace inteligible
mediante el resplandor e inmediatez de la
palabra exacta. En Españoles de tres mundos (1940-41), Juan Ramón
Jiménez afirma que la profundidad lírica de Ernestina es “un misterio
repetido, […] una nube fogueante, […] una larga primavera” rodeada de
“esbeltos ánjeles adolescentes”. Poeta esencial –nunca le agradó la
denominación de “poetisa”-, no se conforma con exaltar la tierra. Desde
sus primeros poemas, hay una ardiente búsqueda de la trascendencia
que rescata al mundo de su caída en lo finito e imperfecto. “¿En qué
peligrosa zarza ardiente de lo estraño se ha metido Ernestina?”, se
pregunta Juan Ramón Jiménez, que no es ajeno a esa tensión hacia lo
último y originario, lo infinito y prístino. Ernestina no se conforma con la
belleza, ni con el compromiso social –que jamás rehuyó en su vida
personal-, sino que busca una vía de comunicación entre la carne y el
espíritu, lo perecedero y lo eterno. Por eso, su poesía es “¡Trueque
incesante de orillas confundidas!”, como exclama el poeta de Moguer,
intentando explicar el estilo sencillo y visionario de Ernestina.

Poco leída y conocida, Ernestina de Champourcin y Moran de Loredo


nació en 1905 en Vitoria en el seno de una familia aristocrática, católica
y tradicionalista. Su padre era el barón de Champourcin. Sus ideas
monárquicas convivían con una sensibilidad liberal-conservadora, que le
mantenía alejado de planteamientos reaccionarios. Su mujer nació en
Montevideo y era hija de un militar de ascendencia asturiana. Ernestina
fue educada en inglés, francés y español. Aprendió a hablar, leer y
escribir en los tres idiomas. En 1915, la familia se trasladó a Madrid.
Ernestina estudió en el Colegio del Sagrado Corazón, manifestado una
creatividad precoz, que se plasmó en unos prometedores primeros
versos. La lectura de Víctor Hugo, Lamartine, Musset, Vigny, Maeterlinck
y Verlaine determinó que eligiera el francés para componer sus primeros
esbozos líricos. Más tarde, leyó a San Juan de la Cruz, Santa Teresa de
Jesús, Rubén Darío, Concha Espina, Amado Nervo, Valle-Inclán y Juan
Ramón Jiménez, que se convirtió en su poeta de referencia después de
adentrarse en las páginas de Platero y yo (1914).
En 1923 publica sus primeros poemas en revistas como “Manantial”,
“Cartagena Ilustrada” o “La libertad”. Tres años más tarde, se une al
Lyceum Club Femenino, fundado por María de Maeztu y Concha Méndez,
plenamente identificada con el proyecto de integrar a la mujer en la vida
política, social y cultural de su época. Envía un ejemplar de su obra En
silencio a Juan Ramón Jiménez, pero no recibe respuesta. Sin embargo,
coincide con el poeta y su esposa Zenobia Camprubí en La Granja de San
Ildefonso. Comienza así una amistad que le permitirá conocer a los
grandes poetas de la Generación del 27 (Alberti, García Lorca,
Aleixandre, Cernuda, Salinas, Dámaso Alonso,Jorge Guillén) e iniciarse en
la poesía de John Keats, Shelley, William Blake y Yeats. Aunque nunca
elaboró una poética, pues no sentía la necesidad de explicar mediante
conceptos su labor creativa, el contacto con los hallazgos formales de las
vanguardias y el conocimiento de una poesía simbólica, alucinada y
metafísica, le permitió orientar su estilo hacia una pureza despojada de
fantasías modernistas y con un impulso ascendente hacia lo absoluto.
Durante los años siguientes, publica una serie de libros que evidencian
su alta inspiración: Ahora(1928), La voz en el viento (1931), Cántico inútil
(1936).
Gerardo Diego la incluye en su célebre antología de 1934 y, de este modo,
Ernestina introduce en la Generación del 27 una nota mística que vibra al
compás de la exaltación del amor.
A pesar de su linaje aristocrático, Champourcin celebra la proclamación
de la Segunda República y comienza una relación sentimental con Juan
José Domenchina, poeta y secretario personal de Manuel Azaña. Se
casarán el seis de noviembre de 1936, fundiendo sus destinos en un
momento particularmente trágico de la historia de España. Todos los
testimonios de la época destacan el profundo entendimiento de la pareja.
En Españoles de tres mundos, Juan Ramón Jiménez dedica dos textos a
Domenchina. El primero en 1930: “Alto, lleno, apeponado, […] Juan Pepe
de amarillo y blanco, […] cuyo torneo de cuerpo humano registrado no
podía borrar su no sé qué íntima belleza”. El segundo en 1934: “Quien
vuela por sí, sin alas, sin otra ala que el impulso, el peso vertical
ascendente, sienta bien la planta, […] esclavo feliz de la cuerda y la
pluma”. La “íntima belleza” de Domenchina y la “larga primavera” de
Champourcin se aliaron para luchar por la libertad y la poesía. Durante la
guerra civil, Domenchina continúa al lado de Azaña, ocupando distintos
cargos políticos. Ernestina trabaja como enfermera en el comité de
“Protección de Menores” creado por Juan Ramón y Zenobia para
proporcionar amparo a los niños huérfanos o abandonados a causa de la
contienda, y algo después, traslada sus servicios al hospital dirigido por
Dolores Rivas Cherif, esposa de Azaña. Su labor humanitaria no impide a
la poeta publicar su única novela, La casa de enfrente, donde reflexiona
desde una perspectiva crítica sobre la educación que recibían las niñas
de la burguesía. A pesar de contar con el apoyo de su madre, Ernestina
no pudo cursar estudios universitarios por la oposición de su padre, lo
cual le causó un perdurable malestar.
La casa de enfrente reivindica la igualdad entre los sexos con un tono
sereno, moderado, elegante, lejos de confrontaciones estériles. Ernestina
comenzó otra novela, Mientras allí se muere, que narraba las
penalidades de la guerra, pero no llegó a finalizarla. La derrota
republicana obligó al matrimonio a exiliarse. Después de un breve
tránsito por Francia, se establecen en México. Acompañados por la
madre y la hermana de Domenchina, ambas viudas, y por dos sobrinos,
el matrimonio afronta una situación de estrechez e incertidumbre. Alfonso
Reyes coloca a Domenchina en la Casa de España. Ernestina publica
algunos versos en las revistas Romance y Rueca, pero la necesidad de
ingresos económicos no le deja otra alternativa que trabajar como
traductora e intérprete en conferencias internacionales. Entre los autores
traducidos, podemos citar a Mircea Eliade, Gaston Bachelard, Emily
Dickinson, Edgar Allan Poe, Anaïs Nin. En esos años, compatibiliza la
traducción con la crítica literaria, reseñando libros de poesía.
Ernestina se adaptó bastante bien a México, llegando a considerarla una
segunda patria. Por el contrario, su marido nunca logró aclimatarse,
enfermando prematuramente. A principios de los cincuenta, Ernestina –
que nunca había abandonado su fe católica- experimentó un
renacimiento interior. Algunos aún no comprenden que una mujer
republicana y moderadamente feminista abrazara con fervor el
tradicionalismo católico, olvidando que María Zambrano adoptó la misma
actitud. De hecho, la autora de El hombre y lo divino nunca ocultó su
oposición a las reformas litúrgicas introducidas por el Concilio Vaticano II.
Jaime de Siles intenta explicar su conducta con argumentos emocionales,
psicológicos: “Cuando la historia parece hundirse, lo único que queda
como asidero es la idea de Dios. Un Dios a veces panteísta y otras veces
cristiano”. No comparto esta interpretación. Para Ernestina, la fe no fue
un refugio, sino la culminación de una trayectoria poética impulsada por
la búsqueda de la trascendencia, del sentido último de las cosas. En su
caso, el amor a Dios no es un ardid de la mente para huir del fracaso y el
dolor, sino una experiencia liberadora que transforma la vida cotidiana
en un camino de perfección. En 1952, publica Presencia a oscuras,
retomando su quehacer poético después de una década de silencio. En
una carta a Carmen Conde, escribe: “Yo he guardado un silencio casi
completo estos diez años, pero ahora me ha salido una voz nueva,
clásica y mística que canta a pesar mío y a la que no puedo resistir. Si
encuentro editor, la oirás pronto…”.Presencia a oscuras incluye sonetos,
décimas, romances y otras estrofas tradicionales de la poesía barroca.
Además, recrea las catorce estaciones del Viacrucis con brillante prosa
poética: “Aquel suelo agrietado debió de esponjarse dulcemente al
recibirte, soñando ser, para Ti, una mullida y fragante pradera”. El
reencuentro con la fe ayuda a Ernestina a sobrellevar con entereza y
alegría la enfermedad de su marido. Domenchina falleció en 1959,
confortado por el amor de su mujer, que lo cuidó con ternura maternal. El
matrimonio no había tenido hijos y Ernestina tuvo que enfrentarse a una
viudez prematura. La dolorosa pérdida no truncó su resurgir poético. Los
libros se encadenan: Cárcel de los sentidos (1960),El nombre que me
diste(1960),Hai-kais espirituales (1967),Cartas cerrada (1968), Poemas
del ser y del estar (1972).
En 1972, Ernestina regresa a España. No le agradan las transformaciones
que ha experimentado. Madrid le parece una ciudad extraña, ajena, muy
distinta de lo que recordaba. Con el paso de los años, la soledad y la
vejez adquieren un indeseado protagonismo. Su tristeza no ahoga su
vuelo poético.

Publica nuevos libros de carácter intimista y nostálgico, que miran hacia


el porvenir sin miedo, preparando el encuentro con la muerte:Primer
exilio (1978), La pared transparente(1984),Huyeron todas las
islas(1988),Los encuentros frustrados(1999)Del vacío y sus
dones(1993),Presencia del pasado(1966). En 1981, aparece La ardilla y la
rosa (Juan Ramón en mi memoria), una selección comentada de las
cartas intercambiadas con Zenobia Camprubí. Fallece en Madrid el 27 de
marzo de 1999. Nunca temió a la muerte, pues jamás consideró que
constituyera un final, un anonadamiento:

“Yo creo que morir es estar


es estarse por fin en lo absoluto
en lo definitivo…
Morir es una rosa
que se nos da de balde
un perfume cuajado
en un amor para siempre”.
El sociólogo y periodista Emilio Lamo de Espinosa, sobrino de Ernestina,
ha comentado que su obra ha caído en el olvido por su dimensión
religiosa, obviando otras facetas como su compromiso con la causa
república y con los derechos de las mujeres.
Para Champourcin, la poesía no es una simple actividad creadora, sino
una apremiante necesidad vital:
“Yo sin la Poesía no existo, no soy nada Prescindir de ella sería
anularme”.
No necesita justificar esa vocación con filigranas teóricas: “Carezco en
absoluto de conceptos. La vida borró los poco que disponía, y hasta
ahora no tuve tiempo de fabricarme otros nuevos. Por otra parte, cuando
todo el mundo define y se define, causa un secreto placer mantenerse
desdibujado entre los equívocos linderos de la vaguedad y la vagancia”.
Esa indefinición no evita que podamos apreciar tres etapas en la poesía
de Ernestina. Entre 1905 y 1936, prevalece la exaltación del amor
humano con un estilo modernista y tardorromántico que evoluciona
hasta los planteamientos de la poesía pura de Juan Ramón Jiménez.
Después de un prolongado silencio, la publicación en 1952 de Presencia
a oscuras marca el comienzo de una poesía religiosa que acata los
dogmas del catolicismo, celebrando el amor divino. El regreso a España
en 1974 no implica un alejamiento de esta postura, pero sí acentúa la
nota intimista, el recuerdo nostálgico y la prefiguración de la muerte.
Ernestina nunca se sintió cómoda con esas divisiones y jamás aceptó ser
una de las voces femeninas de la generación del 27, pues le parecía
absurdo establecer distinciones por sexo. En 1976, declaró en una
entrevista: “Nunca he logrado pensar en la poesía como algo
exclusivamente masculino o femenino. Y en igual forma me repugnan los
calificativos con los que suele acompañarse esa palabra. Para mí, la
poesía es poesía o no es nada. Y entonces sobran las etiquetas de social,
amorosa, religiosa, femenina, etc; creo que toda la poesía que lo es, o
sea en toda la poesía auténtica, está Dios. Tiene que estar Dios, y en ella
lo encontramos con frecuencia, aunque no se le nombre”. La poesía que
interpela directamente a Dios es “un diálogo del que sólo nos llega la
parte humana, la del dolor y el deseo del hombre”.
Ernestina esperó a la muerte con serenidad en un Madrid que ya no era
el de su juventud, cuando paseaba por el Retiro con su futuro marido,
hablando de poesía. “Entre tanto callar / qué marcha hacia lo eterno”,
escribió Su poesía no merece ser olvidada, ni interpretada como una
simple expresión de fe. La esperanza que fluye por sus versos constituye
un acto de rebelión contra la angustia de vivir y no hallar ningún sentido
a las cosas.
La poesía de Ernestina de Champourcin posee el latido de los espíritus
que no conciben un mundo despojado de alma, trascendencia y misterio.
No pretende
convencernos.
Sólo nos indica un
camino y nos pide
que caminemos
con ella un
trecho.
CONCHA MÉNDEZ

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Jiménez.
Concha perdió un bebé-, regresaron a Madrid. De
ideario republicano, la sublevación militar llevó a la pareja a la
separación temporal -Manuel se quedó en España- y, a Concha, al exilio
en Inglaterra, Bélgica y Francia. Reunidos de nuevo, y tras cuatro años
en Cuba, se quedaron a vivir en Ciudad de México, prosiguiendo su obra
respectiva no sin dificultad y con escasos medios de supervivencia.
Altolaguirre se lió con una rica mecenas cubana y el matrimonio se
rompió en 1944, aunque siguieron siendo amigos. En la casa de
Coyoacán en la que vivió con su hija y nietos y murió, Concha Méndez
tuvo hospedado durante unos 10 años a Luis Cernuda, que murió de un
infarto en su habitación. Para conocer todo lo que he sido incapaz de
resumir aquí, lean Memorias habladas, memorias armadas. No les
decepcionará.
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feminista (incluso sin autodefinirse así), capaces, como Concha Méndez,
de salir a la calle vistiendo el mono azul de trabajadora de la
imprenta o de despojarse en sus paseos del entonces preceptivo
sombrero. En la web de RTVE puede verse un interesantísimo
documental, Las sinsombrero, que habla de Concha y de algunas de
estas mujeres. Y de otras, como la pintora surrealista Maruja Mallo, gran
amiga también de Méndez.
Durante años se ha nombrado a Concha Méndez como la novia
veinteañera que tuvo Luis Buñuel, antes de irse a París en 1925, durante
casi siete años, no siempre recordando que la escritora trató
estrechamente también por méritos propios a Dalí, Lorca y
Alberti. La poesía de Concha Méndez -dada a conocer a partir de la
publicación de Inquietudes (1926) y Surtidor (1928)- presentó
coincidencias con la poesía de Lorca y Alberti, con quien con toda
probabilidad mantuvo un breve affaire sentimental. Ella no se cortaba al
decir -se lo dijo a Max Aub en una entrevista- que había tenido muchos
novios.
Pero en 1932 se casó en una iglesia madrileña con el poeta
malagueño Manuel Altolaguirre, y pasó a ser «la mujer de Manuel
JOSEFINA DE LA TORRE
Decir Josefina de la Torre es decir artista. Aunque se la conoce
eminentemente por su obra poética, estamos ante una mujer
que profesó distintas artes: además de ser una de las pocas
escritoras vinculadas la generación del 27, fue cantante y
actriz de cine, teatro y televisión. Su carácter polifacético no se
ve reflejado, lamentablemente, en los ojos de la crítica. Estas
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líneas impresora, editora, impulsora
tienen el objetivo de revistas
de presentar algunasde notas
poesía,biográficas
dramaturga,
presentandoescritora de cine,
su actividad entraductora, ensayista
estos distintos y articulista,
sectores artísticos.
Concha Méndez (1898-1986) fue miembro de pleno derecho de la
1. LA GESTACIÓN DE UNA ARTISTA
Generación del 27. Como ocurriera con otras mujeres del mismo
grupo, su dimensión creativa ha permanecido a la sombra de sus
colegas
Desde masculinos
niña, deTorre
Josefina de la su generación.
vivió inmersa en la cultura y el arte. Nació en 1907 de
las Palmas de Gran Canaria en una familia burguesa, los Millares, que dio a luz
_________________________________________________________________
grandes pensadores, pintores y poetas. Al calor de sus tertulias creció Josefina, que
comienza desde muy niña a componer poemas.
Durante años se ha nombrado a Concha Méndez como la novia
veinteañera que tuvo Luis Buñuel, antes de irse a París en 1925, durante
Al parecer, es en el seno familiar donde se revela la calidad artística de Josefina y se
casi siete años,
fundamenta no siempre
su vocación recordando
como cantante y como que la escritora
actriz. Su abuelo trató
Agustín Millares
Torres había construido un pequeño teatrillo en su casa de Las Canteras, donde
estrechamente
organizaba numerosas también por yméritos
zarzuelas propiosena los
obras teatrales Dalí,
queLorca y Alberti.
intervenían todosLa
los
miembros de la familia. La música tenía también enorme
poesía de Concha Méndez -dada a conocer a partir de la publicación de protagonismo, porque
muchos familiares tocaban distintos instrumentos y solían dar recitales nocturnos de
Inquietudes
música clásica.(1926) y Surtidor
Años más (1928)-y presentó
tarde, Josefina su hermano coincidencias
Claudio tomancon la la
batuta
creando el Teatro mínimo, que es el nombre con el que se conoce a una serie de
poesía de Lorca y Alberti, con quien con toda probabilidad mantuvo un
representaciones que los hermanos comenzaron a organizar en periodos vacacionales
breve
en esteaffaire
teatrillo,sentimental. Ella no
y que se inaugura consela cortaba al decir
representación de -se lo dijo
la obra a Max El
de Claudio
Viajero (vid. García de Mesa, 2012: 63-68 y Reverón Afonso, 2007: 160-171).
Aub
2. ALen una LADO
OTRO entrevista- que había
DEL OCÉANO.- tenido
Cuando su muchos
hermano novios.
Claudio recibe el premio
Nacional de Literatura en 1923 por su novela El señor de vida alegre, Josefina lo
acompaña Madrid. En la capital perfecciona su capacidad para el cante en la
Academia de Dahmen Chao y da una serie de recitales que fueron muy elogiados por
la crítica. Sus dotes como recitadora y excelente cantante le valen también algunas
apariciones en la prensa nacional. Hemos de recordar que, además de su aptitud para
el canto, Josefina tocaba el piano, el violín y la guitarra. Entre 1926 y 1935 realiza
distintas estancias en la capital. Allí, conoce a escritores como Alberti, Lorca, Rivas
Cherif o Giménez Caballero. Fruto de esta relación son algunos bellos poemas, como el
que Josefina escribe a Lorca o el que Alberti le dedica a ella. La prensa nos muestra
sus primeras apariciones públicas: en 1926 recita junto a algunos de los literatos que
hemos mencionado, entre los que se encuentra Ramón del Valle-Inclán (La época,
Madrid, 1/2/1926). Aunque había publicado ya algunos de sus textos en revistas
poéticas de prestigio, como España, Alfar, Verso y prosa, La gaceta literaria y Azor, en
las que colaboraba la flor y nata de la generación del 27, será precisamente en 1927
cuando Josefina publique su primera obra literaria. Este libro de poemas, Versos y
estampas, fue editado por la revista Litoral y prologado por el gran poeta Pedro
Salinas. Su segunda plaquette, titulada Poemas de la isla, aparece en 1930.

Josefina asumió, por tanto, un papel representativo en la renovación poética que


supuso el grupo de escritores del 27. Ese grupo no estaba únicamente compuesto por
hombres. A pesar de que la historia no ha querido realzar sus figuras, nombres como
los de Rosa Chacel, Concha Méndez, Ernestina de Champourcin, Carmen Conde,
Maruja Mallo, Margarita Nelken o María Teresa de León forman parte de la historia
literaria de la época (vid. Merlo, 2010). Además, los años de juventud de Josefina
coinciden con la II República Española (1931-1936), que fue una época de enormes
avances para las mujeres: la adopción de medidas como la igualdad jurídica y el
derecho al voto de la mujer, el matrimonio civil y el divorcio, buscaban la autonomía
de la mujer en la sociedad española. Josefina de la Torre quiso ser una de esas mujeres
modernas, tal y como ella misma nos cuenta en la antología de Gerardo Diego (1991:
617): “Juego al tennis. Me encanta conducir mi auto, pero mi deporte predilecto es la
natación”. Es curioso que Josefina se presente de esta manera, subrayando aquellas
actividades que más caracterizan la independencia de la mujer del nuevo siglo.
3. A LA SOMBRA DE LOS FOCOS: ETAPA CINEMATOGRÁFICA.- Gracias también al
trabajo de su hermano Claudio de la Torre, Josefina toma contacto con el cine, que en
los años treinta se había convertido en una novedosa vía de escape a la creatividad.
Cuando su hermano se muda a los estudios franceses de la Paramount, nuestra artista
conoce de primera mano la actividad fílmica y empieza a colaborar e introducirse en
ella. Después de visitar a Claudio en 1931, es contratada como actriz de doblaje [1].
Su primera intervención es el doblaje del film Miss Fanes baby is stolen (Un secuestro
sensacional, 1934), de Alexander Hall, en el que dobla a la actriz Dorothea Wieck. En
esta película coincide con Luis Buñuel [2], que pone la voz a uno de los secuestradores
del hijo de Miss Fanes.

En 1934, Josefina se establece en Madrid hasta el comienzo de la guerra civil, cuando


regresa a Las Palmas junto a su hermano Claudio y su esposa, Mercedes Ballesteros.
Una vez ha terminado la Guerra Civil, vuelve a Madrid, renovando su entusiasmo por
la interpretación. En 1940 debuta como primera actriz del Teatro Nacional María
Guerrero, con la obra La rabia.
Al año siguiente, retoma también sus relaciones con el cine pero, esta vez, como
actriz. Su hermano le concede pequeños papeles en sus películas Primer Amor y La
blanca Paloma. En 1942 participa en el film Y tú, ¿de quién eres?, bajo la dirección de
Julio de Flechner, y, un año más tarde, vuelve a ponerse bajo la batuta de Claudio
en Misterio en la marisma (1943). Aunque nunca consiguió papeles protagonistas, ni
siquiera de la mano de su propio hermano, Josefina recabó gran reconocimiento,
llegando a ser portada de la revista de cine Primer Plano en 1943 y 1944, y
colaborando con artículos como el célebre Aquellos tiempos de Joinville y algunas
entrevistas a actores. Su actuación en la película El camino del amor, dirigida por José
Mª Castellví (1944), en el que representa un papel de mayor importancia, es alabado
por la crítica. Pero sin duda, la cima de su carrera cinematográfica se produce en su
colaboración no solo como actriz, sino como guionista, en la película Una herencia en
París, dirigida por el mejicano Miguel Pereira. En esta ocasión, Josefina elabora el guion
a partir de una novela suya titulada Tú eres él, por el que recibe un accésit en los
premios del Sindicato Nacional del Espectáculo. Su última aparición en el cine es en La
vida en un hilo de Edgar Neville (1945). Estos intensos cinco años de trabajo
cinematográfico, serán los únicos de su vida que dedicará al celuloide. Cuando estaba
adquiriendo mayor reconocimiento, Josefina abandona el género y se vuelca hacia el
teatro. Como indica subliminarmente en boca de los personajes de su
novela Memorias de una estrella, la carencia de papeles protagonistas pese a su
evidente talento interpretativo, su dicción excelente y su formación musical, parecen
ser la causa.
4. DEL CELULOIDE AL TEATRO NACIONAL: ACTIVIDAD TEATRAL.- Durante su etapa
cinematográfica, Josefina había ido compaginando teatro y cine. Pero, además del
teatro convencional, trabajó en el teatro radiofónico. En 1944 se convirtió en primera
actriz del Teatro Invisible de Radio Nacional. Al parecer, le habían ofrecido su
dirección, pero ella se la cede a su hermano Claudio (vid. Reverón Afonso, 2007: 231-
232). Hasta 1957 desarrolla esta actividad, y luego pasará a formar parte de La Voz de
Madrid, en Radio Madrid.

En 1946 funda su propia compañía teatral, la Compañía de Comedias Josefina de la


Torre, junto a Ramón Corroto, con la dirección artística de su hermano Claudio de la
Torre. También colaboró en otras compañías, hasta 1958, como Teatro de Cámara del
teatro Español, Compañía de Teatro Nacional de Cámara y Ensayo (Teatro María
Guerrero), Pequeño Teatro Dido y Teatro de Cámara T.O.A.R. Asimismo, en la década
de los sesenta Josefina forma parte, entre otras, de las compañías de Amparo Soler
Leal, Nuria Esper, María Fernanda D’Ocon y Vicente Parra. En 1968 actúa en la primera
versión española de Sonrisas y lágrimas en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Para un
estudio más profundo, (vid. Fernández Hernández, “Lazos dialógicos de Claudio y
Josefina de la Torre”, en Mederos: 2007).
5. VUELTA DE CLAQUETA: JOSEFINA Y LA TELEVISIÓN

En los años sesenta, Josefina reinicia su contacto con las cámaras y los focos. Como si
no fuera suficiente haber sido testigo de la ebullición literaria del primer tercio de
siglo, de los inicios del cine y del teatro en el periodo franquista, nuestra artista se
reinventa en la historia del espectáculo para participar en la televisión, que se estaba
convirtiendo en una industria en alza. En 1966 actúa junto a Rafael Navarro en El
cumpleaños, de la célebre serie Historias para no dormir, dirigida por Narciso Ibáñez
Serrador. Entre 1969 y 1973, rueda para televisión española los episodios Los verdes
campos del Edén (1969), Esperando a Godot (1969) y Ajax (1970), en la serie Teatro
de siempre, y otros como David Copperfield (1969), Nora (1970), Un futuro
imposible(1970), La condesa de Bureta (1972) y La actriz (1973). Diez años más tarde,
cuando Josefina tenía más de setenta años, vuelve a aparecer en la serie de Televisión
Española Anillos de oro, dirigida por Pedro Masó, en los capítulos Cuestión de
principios, ¿Por qué has tenido que hacerme esto? y Dejad que vuelen los pájaros. En
ellos aparece en el papel de una abuela elegante que, pese al tiempo, sigue teniendo
una voz timbrada y potente.
6. JOSEFINA DE LA TORRE, LA ESCRITORA
Cuando la crítica habla sobre la poesía de Josefina suele destacar, sobre
todo en sus primeros libros de poesía, un acercamiento al
neopopularismo de Alberti y Lorca y a la poesía pura de Juan Ramón
Jiménez y Salinas. En efecto, se trata de una poesía sencilla que busca
ser sincera y transmitir la mirada de su alma. El intimismo es la contante
en toda su obra, la expresión de su ser, la recopilación de recuerdos y
sensaciones, impresiones de amor y dibujos de su infancia. Como indica
Blanca Hernández Quintana (2001):

La mayor parte de los poemas de Josefina de la Torre está escrita durante


su estancia en Madrid, de ahí esa constante nostalgia y melancolía por
su isla a la que siempre se ha sentido muy unida, pese a la distancia. Y
porque su poesía fluye directamente del corazón, de sus recuerdos, de su
infancia anclada en su tierra natal.

Versos y estampas (1927) es una sucesión de escenas de su niñez, en


prosa, en las que la playa, el mar y los juegos toman el papel
protagonista. Cada estampa viene seguida de un poema en verso. La
conjunción de verso y prosa poética trata de difuminar los límites entre
géneros y unir lo pictórico a lo escritural. Pese a la juventud y la llaneza
de su léxico, sus versos encierran el profundo misterio de una voz
madura:
Mis dolores se escondían
en el fondo de mi alma.
Eran tantos, tan pequeños,
que casi no me molestaban.
Los guardaba con amor
en el fondo de mi alma.
En Poemas de la isla (1930) los temas prácticamente no varían, pero se
aprecia una depuración lírica y una notable mejoría de estilo. Su
estilización se manifiesta en la conjunción entre interior y exterior: se
trata de una poesía más intelectualizada, más abstracta, en la que está
presente el juego de dibujar realidades sobre el papel, junto a ciertos
guiños vanguardistas.
Tu nombre ya me lo han dicho
pero yo no te conozco,
ni te vi nunca la cara
ni sé el color de tus ojos.
Pero tu nombre ¡qué claro
lo voy diciendo en el fondo,
con sus siete letras firmes
de tres sílabas, sonoro!
Enamorada ya estoy
aunque yo no te conozco,
ni te vi nunca la cara,
ni sé el color de tus ojos.

Tu nombre ya me lo han dicho


con siete letras en corro.

Marzo incompleto, publicado en 1968, pero que contiene poemas desde


antes de la guerra civil, muestra ya una poesía madura:
Cuando el tiempo
no tenga ya memoria
y todo lo pasado
sólo exista en la luz
de mi recuerdo intacto.
Cuando tu vida ya sea otra
y ese rumbo
del que hoy irás en busca
sea ya tu destino.
Cuando tú y yo,
salvadas las distancias,
la inevitable ausencia
que tu palabra puso a nuestro alcance
volvamos a encontrarnos
frente a frente,
yo buscaré detrás de tu mirada
la imagen de mi imagen,
y todo
lo que ahora he perdido
lo volveré a encontrar.

En Medida del tiempo, el recuerdo vuelve a saltar sobre las líneas:


recuerda a sus amigos de la generación, a distintos espacios de su tierra
natal (la Plaza de san Bernardo, la Playa de las Canteras, la Semana
Santa isleña), a sus hermanos y a su familia. Como notas amargas, se
introduce el tema de la muerte y la ausencia de descendencia. Su
sencillez constructiva y su intimismo no le abandonan, pero utiliza
nuevas formas de construcción, como el soneto. El paso del tiempo y la
vejez arriban a su costa, y el tono se va ensombreciendo:
Cuando veo mi imagen reflejada
en la luna impasible del espejo,
siento cómo me duele su reflejo
tan fiel a mi verdad enajenada.
Esta forma que late y se rebela,
un tiempo fue de amor y fue de vida;
y aún hoy, que huellas saben de su huido,
queda una voz para su luz en vela.
Pero un día vendrá el irremediable
que a este espejo me asome, ya acabada.
Y la raíz de fuego insobornable
que crece en mi interior, aún no saciada,
conmoverá la cárcel indomable
con su llanto de ruina abandonada.
Mientras que su poesía ha sido profundamente estudiada [3], su prosa no
ha recibido tal atención por parte de la crítica. Pero Josefina escribió
también prosa. No podía ser de otro modo, si tenemos en cuenta la
fuerza de su pluralidad artística. A partir de 1937, Josefina comienza a
escribir una serie de novelas amorosas del corte de la novela rosa. Estas
novelas aparecerán en la colección «La novela ideal» e irán firmadas por
el pseudónimo Laura de Cominges, tomando el segundo apellido de su
padre, Bernardo de la Torre y Comminges. La colección surge del impulso
de su hermano Claudio, su cuñada, Mercedes Ballesteros y la propia
Josefina, como un medio de solventar la crisis económica que, tras la
guerra, estaba afectando a su familia. En 1954 publica también dos
novelas breves, Memorias de una estrella y En el umbral, que aparecen
en la exitosa colección de la época «La novela del sábado», de ediciones
Cid. Asimismo, entre la producción de Josefina se cuenta con algunas
adaptaciones teatrales, como la de Una mujer entre los brazos (1956), de
Rafael Materazzo.
Este recorrido por los distintos ámbitos artísticos en los que se sumergió
Josefina de la Torre configuran un perfil polifacético: su arte es un arte
múltiple. Tener en cuenta las distintas vías que explotó a lo largo de su
vida nos sirve para comprender el porqué de su corta producción poética
ROSA CHACEL
y nos muestra una personalidad inquieta. Su potencialidad artística es un
Como torrente
tantos otrosabierto
escritoresaque
lavieron su existencia
creatividad y entregado al arte.
alterada profundamente por la guerra civil española,
Rosa Chacel pasó gran parte de su vida en el exilio.
Nacida en 1898, desarrolló una fructífera carrera
literaria que gozó de un amplio reconocimiento hacia el
final de sus días.

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«No era común entre las mujeres de mi tiempo lanzarse a las letras».
Rosa Clotilde Chacel Arimón pertenece a la llamada Generación del 27. Escritora, poetisa, ensayista y traductora,
nació el 3 de junio de 1898 en Valladolid, en el seno de una familia liberal, lo que le permitió crecer en un ambiente
donde desarrolló una personalidad de gran independencia, amplia cultura literaria y una autonomía de pensamiento
poco frecuente en una niña, ya que fue educada sin asistir al colegio debido a su delicada salud. Su madre, Rosa Cruz
Arimón, que era maestra, le dio la formación elemental en su propia casa. Al no ir al colegio, no hizo amigos, y sus
padres, en realidad, fueron los que la lanzaron a una vida intelectual que, en definitiva, era el ideal de ellos para Rosa.
Era sobrina nieta de Zorrilla y ella misma dice que, cuando su madre dejó de leerle los cuentos de Calleja y Las mil y
una noches, aprendió a leer con los versos de Zorrilla: «Me los sabía de memoria». También le encantaba Julio
Verne. Rosa dice: «Mi adoración por Julio Verne, ese fue mi gran culto, tiene mucha importancia en mí».
En 1908 se fue a vivir a Madrid, al barrio de Maravillas, a la casa de su abuela materna. A los once años, Rosa
estudió dibujo (esa faceta le viene de su padre, que fue quien le enseñó) con Fernanda Francés, en la Escuela de Artes
y Oficios y en la Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer, abierta poco después. Ingresó más adelante en la
Escuela de Bellas Artes de San Fernando, que dejó unos años después. Aunque fue su gran vocación, la deja en el
momento en que se empiezan a abandonar los cánones clásicos para buscar otras formas de expresión alejadas de sus
inquietudes. Comienza a ir al Ateneo y se adentra en el mundo de la literatura.
En ese momento es cuando conoce a su marido y a una de las grandes figuras intelectuales de la época, Ramón María
del Valle-Inclán. Es a partir de entonces cuando empieza a frecuentar las tertulias de la cafetería Granja del Henar y
la botillería de Pombo. También el Ateneo de Madrid, donde dio su primera conferencia, titulada La mujer y sus
posibilidades. Rosa comenta: «No era común entre las mujeres de mi tiempo lanzarse a las letras».
De 1918 a 1922 comienza a colaborar con la revista vanguardista Ultra y traba amistad con José Ortega y Gasset,
Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez entre otros. En esa época es cuando se casa
con el pintor Timoteo Pérez Rubio (Timo), con quien tuvo un hijo, Carlos.
Entre 1922 y 1927 residieron en Italia, gracias a una beca obtenida por Timoteo en la Academia de España en Roma.
Entró en el círculo de Ortega y Gasset. Publicó en la Revista de Occidente dos relatos: Chinina Migone(1928)
y Juego de las dos esquinas (1929), y el ensayo Esquema de los problemas culturales y prácticos del amor (1931).
También escribe en la Gaceta Literaria, y en el segundo número de la revista Ultra publica el relato Las ciudades. Su
primera novela, Estación. Ida y vuelta, escrita en 1930. Logra que Ortega y Gasset la lea y la encuentre digna de ser
publicada por Revista de Occidente, así que le encarga escribir una biografía sobre la amante de José de Espronceda
para una colección llamada «Vidas extraordinarias del siglo XIX», titulada Teresa, que será publicada en 1941 en
Buenos Aires.
Al estallar la Guerra Civil española, Pérez Rubio se alista y Rosa permanece en Madrid, colabora con publicaciones
de izquierda y suscribe manifiestos y convocatorias que se llevan a cabo durante el primer año de la contienda.
También colabora con la prensa republicana y trabaja como enfermera. El agravamiento en la situación militar
provoca la decisión de enviar al exterior las obras del Museo del Prado, responsabilidad que se le encarga a Timoteo.
Rosa y su hijo partieron a Barcelona, luego a Valencia y más tarde a Francia, con una breve etapa en Grecia, donde
coincidirá con Concha Albornoz, siendo hospedadas las dos por Nikos Kazantzakis.(...)

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