Poemas [Selección]
Manuel Scorza
ed. lit. de Dunia Gras Miravet
Índice
• Poemas: [Selección]
•
o Rumor en la nostalgia antigua (1948)
•
o Canto a los mineros de Bolivia (1952)
•
o Las imprecaciones (1955)
Epístola a los poetas que vendrán
América, no puedo escribir tu nombre sin morirme
Alta eres, América
Soy el desterrado
Los poetas
Antes del canto
Voy a las batallas
•
o Los adioses (1960)
Viento del olvido
Rosa única
Serenata
La sombra
Crepúsculo para Ana
•
o Desengaños del mago (1961)
Vals verde
-I-
- II -
- III -
- IV -
-V-
•
o Cantar de Túpac Amaru (1969)
-I-
- III -
- VII -
- VIII -
- XI -
- XII -
- XIV -
- XVII -
- XXI -
•
o El vals de los reptiles (1970)
Eva
El falso peregrino
•
o Lamentando que Hans Magnus Enzensberger no esté en Collobrières
(1974)
Poemas : [Selección]
1
Manuel Scorza
Dunia Gras Miravet (ed. lit.)
Rumor en la nostalgia antigua (1948)2
Cuando la luz cansada de embestir al día
vara en los muelles su cadáver dorado,
y está el silencio entre los ausentes
y las golondrinas,
poniendo huevos lentos,
¿vuelve el agua a los pétalos del rayo?
¿torna el cristal a desplumarse en la azucena?
¿escuchas al otoño, bandada por bandada, aterrizar
entre los resortes ruinosos del poniente,
me oyes llegar pisando el olor que humea
de las manzanas sumergidas, me escuchas...?
Yo recuerdo que el día en que la luciérnaga
se puso su anillo de barcos perdidos,
el tiempo bajó a mirarte hasta las cosas mudas.
¿Quién se acordó entonces del rocío sujetando
a las palomas?
¿quién racimo de planetas enfermizos?
¿quién soledad desfondada por los muertos?
¿quién cuchillo afilado en la luna?
Era el mes de las olas arrodilladas esperando
tu corona.
Era la mitad desde el plumaje deshecho de la tarde,
desde las corrientes, desde el olvido.
¡Y ahora estoy en medio de los meses invadidos,
entre las finales cáscaras del día!;
oigo que te pones el vestido sucio de un fantasma
siento que un sol ciego
te llueve con plumas aguas, y ya no te conozco.
¿Quién, pues, eres tú que desaguas eternamente
al otoño con tu cubo?
¿quién que enroscas tu barba al horizonte?
Esta es la hora
en que la luz se arranca las pestañas,
tirita el lirio en la cama polvorienta del relámpago
viaja el toro al dorso del bramido.
Esta es la hora,
en que a tu isla de párpados recién cernidos,
llega la lluvia desangrándose de ruiseñores.
¡A ver la niebla, que él está mirando!
¡A ver la hierba, que yo no tengo la culpa
que empañe el paisaje como un vaso!
¡Ah, combatiente, qué dirías si vieras
el resplandor que te encuaderna las entrañas!
¡Ya no es posible que no sepas que tus dedos
emergen de los golfos trayendo aquí
todos los días una flor de luz petrificada!
¡Ya no es posible, ni tampoco quiero,
que mi corazón se vaya
en el carruaje amarillento de las hojas!
Mas no lloradlo.
A Él lo construye perpetuamente el agua.
En el principio, cuando la lágrima vuelve
a su trono transparente, lo edifica
el viento que borra los sepulcros.
¿Qué lo han visto en los malecones
por donde llega el otoño,
de jazmín en jazmín desde el fondo de la tierra?
Levántate,
las gentes no quieren creerme
que por todas partes limitas con el alba,
que estás en la gota donde, ya en ruinas,
agitando los brazos se despide el horizonte...
Canto a los mineros de Bolivia (1952)3
Hay que vivir ausente de uno mismo,
hay que envejecer en plena infancia,
hay que llorar de rodillas delante de un cadáver
para comprender qué noche
poblaba el corazón de los mineros.
Yo no conocía
la estatura melancólica del agua,
hasta que una tarde, en el otoño,
subí a El Alto, en La Paz,
y contemplé a los mineros ascendiendo al porvenir
por la escalera de sus balas fulgurantes.
¡Cómo olvidar a los obreros
luchando por la vida en los fusiles!
¡Cómo olvidar a los ausentes
combatiendo, de memoria, en los suburbios!
Miré sus casas
edificadas sobre el trueno,
entré a sus vidas como al carbón ardiendo,
toqué sus cuerpos
capaces de contener odio y relámpagos,
cuando era todavía la edad inclinada de sus frentes.
Yo fui a Bolivia en el otoño del tiempo.
Pregunté por la Felicidad.
No respondió nadie.
Pregunté por la Alegría.
No respondió nadie.
Pregunté por el Amor.
Un ave
cayó sobre mi pecho con las alas incendiadas.
Ardía todo en el silencio.
En las punas4 hasta el silencio es de nieve.
Comprendí que el estaño5
era
una
larga
lágrima
petrificada
sobre el rostro espantado de Bolivia.
¡Nada valía el hombre!
¡A nadie le importaba si bajo su camisa
existía un cuerpo, un túnel o la muerte!
En vano cavaban los mineros
tratando de enterrar su gran fatiga;
durante siglos buscaron sus ojos ciegos en el metal,
sin saber que en la altura el llanto era neblina.
¡No haberlo sabido me avergüenza!
Porque en las ciudades los poetas
lloran la ausencia nostálgica del aire,
pero no saben lo que es vivir bajo la lluvia,
confundiendo el hambre con la sed,
y la sed con un pájaro pintado.
Yo fui uno de ellos.
Yo no sabía por qué los ríos
se secan en el sueño
y ciertos rostros en los Andes
son puras miradas melancólicas.
Hasta que los mineros,
cansados de tener una sola vida para tantas muertes,
domesticaron truenos,
nutriéronse de piedras,
bebiéronse las lluvias,
rompieron con sus manos la jaula de la vida.
En La Paz.
Era otoño.
Recordadlo.
Era otoño.
Velad por los muertos -recordadlos-.
La sangre derramada
-era otoño-
es el oído secreto de la tierra
-en el otoño-
y a través de su silencio
-era otoño-
descifra la raíz el idioma futuro de las flores
-en el otoño-
y el aire siente que su cuerpo
-era otoño-
acaba en verde campanada.
Recordadlo.
Ya lo veis desde la altura.
Aquí empieza
la dinastía sucesora del rocío.
A mi patria rota me voy.
Mas antes de partir, decidme, mineros:
¿Cuándo veré esta luz en los ojos de América?
¿Hasta cuándo jugarán a los dados
la túnica sangrienta de mi patria?
Oh, hermanos, ruiseñores verdaderos del metal,
¡prestadme vuestra muerte para edificar la vida!
Las imprecaciones (1955)6
Epístola a los poetas que vendrán
Tal vez mañana los poetas pregunten
por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
tal vez mañana los poetas pregunten por qué nuestros poemas
eran largas avenidas
por donde venía la ardiente cólera.
Yo respondo:
por todas partes oíamos el llanto,
por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras.
¿Iba a ser la Poesía
una solitaria columna de rocío?
Tenía que ser un relámpago perpetuo.
Mientras alguien padezca,
la rosa no podrá ser bella;
mientras alguien mire el pan con envidia,
el trigo no podrá dormir;
mientras llueva sobre el pecho de los mendigos,
mi corazón no sonreirá.
¡es más bello que el rocío!
El metal resplandeciente de su cólera
¡es más bello que la espuma!
Un Hombre Libre
¡es más puro que el diamante!
El poeta libertará al fuego
de su cárcel de ceniza.
El poeta encenderá la hoguera
donde se queme este mundo sombrío.
América, no puedo escribir tu nombre sin
morirme
América,
no puedo escribir tu nombre sin morirme.
Aunque aprendí de niño,
no me salen derechos los renglones;
a cada sílaba tropiezo con cadáveres,
detrás de cada letra encuentro un hombre ardiendo,
y no puedo ni cerrar la a
porque alguien grita como si se quedara dentro.
Vengo del Odio,
vengo del salto mortal de los balazos;
está mi corazón sudando pumas:
sólo oigo el zumbido de la pena.
Yo atravesé negras gargantas,
crucé calles de pobreza,
América, te conozco,
yo mismo tendí la cama
donde expiró mi vida vacía.
Yo tenía dieciocho años
yo vivía
en un pueblo pequeño,
oyendo el diálogo de musgo de las tardes,
pero pasó mi patria cojeando,
los ahogados empezaron a pedir más agua,
salían de mi boca escarabajos.
Sordo, oscuro, batracio, desterrado,
¡era yo quien humeaba en las cocinas!
¡Amargas tierras,
patrias de ceniza,
no me entra el corazón en traje de paloma!
¡Cuando veo la cara de este pueblo
hasta la vida me queda grande!
¡Pobre América!
En vano los poetas
deshojan ruiseñores.
No verán tu rostro mientras no se atrevan
a llamarte por tu nombre, ¡América mendiga,
América de los encarcelados,
América de los perseguidos,
América de los parientes pobres!
¡Nadie te verá si no deshacen
este nudo que tengo en la garganta!
Alta eres, América
Alta eres, América,
pero qué triste.
Yo estuve en las praderas,
viví con desdichados,
dormí entre huracanes,
sudé bajo la nieve.
¡En tu árbol
sólo he visto madurar gemidos!
Alta eres, América,
pero qué amarga,
qué noche,
qué sangre para nosotros.
Hay en mi corazón muchas lluvias,
muchas nieblas, mucha pena.
La pura verdad, en estas tierras
golpean a los hombres hasta sacarles chispas,
y uno, a veces,
con sólo mirar envenena el agua.
Alta, tierna, bella eres,
mas yo te digo:
¡no pueden ser bellos los ríos
si la vida es un río que no pasa!
¡Jamás serán tiernas las tardes,
mientras el hombre tenga que enterrar su sombra
para que no huya agarrándose la cabeza!
Entonces,
¿de dónde trajeron los poetas
la guitarra que tocaban?
Te conozco:
dormí bajo la luna sangrienta,
despintaron mis ojos las lluvias;
el cruel atardecer
me dio su enredadera de pájaros violentos;
en salvajes llanuras
destejí implacables tinieblas,
en las casas entré y en las vidas,
pero jamás miré sonrisas habitadas.
¡Ay, tu corazón al fondo de la noche!
Ya fui lo que seré y todo ha sido sangre.
Ya se quemó el pez en las sartenes.
Ya caímos en la trampa.
Por favor, ¡abran las ventanas!
Aquí el pájaro no es pájaro
sino pena con plumas.
Soy el desterrado
América,
a mí también debes oírme.
Yo soy el estudiante
que tiene un solo traje y muchas penas.
Yo soy el desterrado
que no encuentra la puerta en las pensiones.
Te digo que en las calles
y en las azoteas y en las cocinas,
y al fin de cada día y en mi pecho,
algo está muriendo.
Escúchame:
Yo soy el desterrado,
yo vagué por las calles
hasta que los perros
lamieron mi amor desesperados.
¡Acuérdate de mí!
Hay días que no tengo ganas
de ponerme los ojos,
días en que hasta los pájaros
se pudren a la mitad del vuelo.
¡Amor, amor,
tú no has dormido
en cuartos inmundos;
tú no sabes lo que es vivir
con una mujer que zurce su ropa llorando!
Ay, durante siglos los poetas callaron
y en el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba,
hasta que ya no pudimos más,
y el dolor empezó a mancharlo todo:
la mañana,
el amor,
el papel donde cantábamos.
Un día el dolor
empezó a gotear desde abajo,
daban los muros gritos desgarradores,
una mano amarguísima volcó mi pecho.
Ahora vengo a ti gimiendo,
aquí está mi voz encarcelada,
aquí estoy yo, debajo de esta frente, derrumbado.
Los poetas
Ustedes, poetas,
¿qué creían?
Cantaban
bellísimas canciones;
en vuestra tarde hermosa
sólo sonaba
el murmullo amarillo de la fuente;
los poetas tejían
enredaderas de espuma
alrededor de las muchachas;
los poetas decían:
las aguas son transparentes
como si debajo agitaran candelabros encendidos.
Aquí algo humeaba;
no era nada,
era gente desconocida;
el humo salía de los ojos del mundo,
quemaba cisnes, mataba flores,
y ustedes, poetas, cantaban.
¡Era difícil interrumpir la melodía!
Cómo iban los poetas a decir:
«No hay papas»,
«Está sucia mi camisa»,
«La niña llora por su pan descalabrado»,
«No tengo para el alquiler»,
«No puedo, vuelva a fin de mes».
Ay, poetas,
ahora el beso
en los labios se nos pudre;
muertos estamos
de comer barbudas aves.
En verdad, os digo:
antes de que cante el gallo,
lloraréis mil veces.
Antes del canto
Antes de la primera letra,
antes aún de la primera página,
yo escribí este libro.
Cuando era tan pequeño
que todo mi dolor cabía en un verso;
después, temblando entre los años,
cuando ya no bastaban
todas las tardes de muchas vidas.
Tal vez cuando comprendí
que la dicha era un remoto recuerdo de familia,
o cuando lavando el rostro padre
se me mojó la mano de tiniebla,
o cuando la patria empezó a salírseme a borbotones,
ardió en mí la primera cólera.
Lentamente,
ruina a ruina,
muerte a muerte,
mi corazón se pobló de herrumbre
y cuando llegó el día
me bastó abrir el pecho
para que salieran mis muertos queridos:
Alejo, interminable amigo,
Adela, tan dulce,
Pedro Marca, hoy sin boca,
Mariano, creciendo solo en su celda,
Ramiro y su corazón azul de tanto golpe,
gentes que amé desde la infancia,
¿dónde estaban?
Rotos,
llovidos,
hasta la última hilacha desgastados.
Ay, todos navegaban por la muerte,
yo estaba encallado entre los vivos.
Entonces
comprendí
que yo también moriría
si no alzaba en mis versos
la vida que demolía el incendio,
y escribí estas canciones
para que en otras vidas ellos fueran inmortales
y en alguna parte
volviera a crecer el tallo de sus risas rotas.
Voy a las batallas
América,
aquí te dejo.
Me voy a las batallas.
Luchar es más hermoso que cantar.
Yo te digo,
a pesar del dolor,
a pesar del las patrias derrumbadas,
ama a los gorriones.
Yo sé que es difícil
hallar entre las tumbas un lugar para la risa.
Yo mismo, a veces, caigo,
y el viento
levanta mi cara como una alfombra rota,
pero aun en las celdas,
bajo la lluvia,
yo no perdí la fe.
Amigos,
aunque os golpeen,
jamás perdáis la fe;
aunque vengan días sucios,
jamás perdáis la fe,
aunque yo mismo os niegue de rodillas,
no me creáis,
amad la vida,
¡guardad rocío
para que las flores
no padezcan las noches canallas que vendrán!
Sed felices, os ruego,
salid de los cuartos sombríos,
sed felices para que yo no muera.
Yo no escribí estos cantos
para dar espuma a las muchachas.
Yo canté porque los dolores
ya no cabían en mi boca:
yo siempre estuve aquí
peleando con mastines de pavorosa nieve;
conozco todas las caras,
he visto a los deudores tratando
de meterse en sus zapatos cada amanecer.
¿Dónde no estuve?,
¿en qué pantano no bebí?,
¿a qué pozo malo no rodé?
Ay, a mi alma caían las cáscaras
que amargas cocineras, pelaban.
Amigos: en mi corazón jamás reinó silencio,
yo oí todas las voces,
escuché a las sábanas quejarse,
supe cuando las criadas escribían cartas de tristeza,
y cuando no llegó a tiempo el único pie del cojo,
y canté, América, los dolores,
y recliné en ti mi cabeza.
Mas ahora digo:
degollad la tristeza,
cantad frente al mar.
Dadme la mano, amigos.
Amo la tierra flaca
que me siguió cojeando a los destierros.
No quise confesarlo antes.
Era difícil,
me ahogaba el esqueleto,
el aire me dolía,
la voz me llagaba
pero ahora te amo.
No soy nada,
no soy herrero,
ni jinete, ni sembrador.
Yo sólo sé cantar, pero te amo;
¡también la aurora se construye con canciones!
¡Amigos,
os encargo reír!
Amad a las muchachas,
cuidad a los jazmines,
preservad al gorrión.
No me busquen amargos en la noche:
yo espero cantando la mañana.
Un gran viento se levanta.
Hay demasiado dolor.
Un gran viento se levanta.
He visto arder extraños ríos.
Un gran viento se levanta,
preparad la hoguera,
preparaos.
Aquí dejo mi poesía
para que los desdichados se laven la cara.
Buscadme cuando amanezca.
Entre la hierba estoy cantando.
Los adioses (1960)7
Viento del olvido
Como a todas las muchachas del mundo,
también a Ella,
tejiéronla
con sus sueños,
los hombres que la amaban.
Y yo la amaba.
Pudo ser para otros un rostro
que el Viento del Olvido
borra a cada instante.
Pudo ser,
pero yo la amaba.
Yo veía las cosas más sencillas
volverse misteriosas
cuando Ella las tocaba.
Porque las estrellas de la noche
¡Ella con su mano las sembraba!
Los días de esmeralda,
los pájaros tranquilos,
los rocíos azules,
¡Ella los creaba!
Yo me emocionaba
con sólo verla pisar la hierba.
¡Ah si tus ojos me miraran todavía!
Esta noche no tendría tanta noche.
Esta noche la lluvia caería sin mojarme.
Porque la lluvia no empapa
a los que se pierden
en el bosque de sus sueños relucientes,
y sus días no terminan
y son sus noches transparentes.
¿Dónde estás ahora?
¿En qué ciudad,
en qué penumbra,
en cuál bosque
te desconocen las luciérnagas?
Tal vez mientras escribo,
estás en un suburbio,
sola, inerme, abandonada...
¡Abandonada, no!
En tu ausencia
mi corazón todas las tardes muere.
Rosa única
La hierba crece ahora
en todos los crepúsculos donde antes sonreías.
La hierba o el olvido. Es igual.
Entre mi dolor y tu silencio,
hay una calle por donde te marchas lentamente.
Hay cosas que no digo porque ciertas palabras
son como embarcarse en interminables viajes.
Para mi amor siempre tendrás veinte años.
Mientras yo cante en tus ojos habrá agua limpia.
Ya para siempre
mi amor te circunda de cristal.
Puedes morir mil veces.
Inmutable en mi canto estás.
Puedo olvidarte.
Mas olvidada, resplandecerás.
¿Qué son las luciérnagas
sino remotas luces
que extintos amadores antaño encendieron?
¿Qué son sino carbones
de hogueras que perduran,
tras que sus caras y sus bocas se rompieron?
Te digo que ni el rocío
con tu rostro se atreverá.
No envejecerá la muchacha
que, reclinada en mi sangre,
un día miró una rosa hasta volverla eterna.
Ahora la Rosa eterna está.
Yo la distingo única,
perfecta, en los jardines.
Por las mañanas y collados
búscanla gentíos.
Sólo mis ojos que tus ojos vieron,
la pueden mirar.
Serenata
Íbamos a vivir toda la vida juntos.
Íbamos a morir toda la muerte juntos.
Adiós.
No sé si sabes lo que quiere decir adiós.
Adiós quiere decir ya no mirarse nunca,
vivir entre otras gentes,
reírse de otras cosas,
morirse de otras penas.
Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse,
olvidando, como traje inútil, la juventud.
¡Íbamos a hacer tantas cosas juntos!
Ahora tenemos otras citas.
Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes.
La lluvia que te moja me deja seco a mí.
Está bien: adiós.
Contra el viento el poeta nada puede.
A la hora en que parten los adioses,
el poeta sólo puede pedirle a las golondrinas
que vuelen sin cesar sobre tu sueño.
La sombra
Como el centinela
que en la agreste torre
lucha por no rendir los ojos al invencible sueño,
yo resisto al olvido.
Pero te me vuelves pequeña;
la lluvia moja
las calles de 1943;
la lluvia rompe
el cristal en que te guarda
mi juventud.
¡Miseria de los amantes
que locamente sueñan
eterna la eternidad!
El Día es de espuma,
niebla es la carne,
humo el ayer.
El país luciente
de nuestra juventud hermosa,
el tiempo asoló con sus ejércitos potentes.
Marcial acampó la herrumbre
donde ardió la rosa.
En la memoria sólo una calle queda
por donde caminas lentamente.
Ya casi no te miro,
y el moribundo sol, atardeciendo,
te torna cada día más pequeña.
Pero pasan los años,
y a medida que te vuelves más pequeña,
arrojas una sombra más larga.
Crepúsculo para Ana8
Sólo para alcanzarte escribí este libro.
Noche a noche,
en la helada madriguera
cavé mi pozo más profundo,
para que surgiera, más alta,
el agua enamorada de este canto.
Yo sé que un día las gentes
querrán saber por qué hay tanto rocío en las praderas,
yo sé que un día
irán ansiosas a los campos,
seguirán los hilos de los prados,
y a través de las florestas
llegarán hasta mi pecho,
y comprenderán,
-lo siento, estoy sintiéndolo-,
que es mi amor quien platea por ti el mundo en
las mañanas,
y verás esta hoguera.
Desde ciudades enterradas,
desde salones sumergidos,
desde balcones lejanísimos,
verás este amor,
escucharás mi voz
ardiendo de hermosura,
comprenderás que sólo por ti he cantado.
Porque sólo por ti estoy cantando.
¡Sólo por ti resplandece
mi corazón extraviado!
¡Sólo para que me veas,
ilumino mi rostro oscurecido!
¡Sólo para que en algún lugar me mires
enciendo, con mis sueños, esta hoguera!
¡El Mudo,
El Amargo,
El Que Se Quedaba Silencioso,
te habla ahora a borbotones,
te grita cataratas, inmensidades!
Algún día amarás,
alguna vez
en las lianas de la ternura enredada
comprenderás que cuando el dolor nos llega,
es imposible hablar;
cuando la vida pesa, las manos pesan:
es imposible escribir.
Hasta que con los años las escamas se nos caen.
Y un día, al volver el rostro,
vemos a lo lejos,
como remotos barcos encallados,
cosas que creíamos llevar dentro,
y miramos que son musgo los amores más ardientes.
¡El hombre enceguecido
no escucha las campanadas silenciosas de la hierba,
hasta que encuentra en los caminos,
como culebra, su antigua piel,
y reconoce entre las ruinas
su vieja máscara oxidada,
y descubre agujeros rotos
do eran ojos fulgurantes,
porque el tiempo crudelísimo
injurió el Rostro Puro,
y los años nos pusieron
anteojos de melancolía,
con los ojos que se mira la ruina,
el otoño,
la grosura de las mujeres!
Surge entonces
el Dolor inextinguible,
cual surge ahora esta voz
que llora por los días hermosos,
cuando la vida era azul.
Porque todo lo que nace ha de morir.
¡No digo más porque me entiendes!
Tú sabes que sólo quiero
que, en algún lugar, leas esta carta,
antes que envejezcan los carteros
que te buscan
a la salida de las iglesias,
entre las recién casadas,
a la hora del jazmín rendido.
¡Quiero que el rayo de mi ternura
traspase con lanza a los que no conozco,
y salte noche hirviendo
a los ojos de los que abran este libro,
y en algún lugar,
un día de este mundo,
me oigas
y te vuelvas,
como quien se vuelve extrañado
al sentir detrás el resplandor de un incendio,
y comprendas que estoy ardiendo por ti,
quemándome sólo para que veas,
desde tan lejos, esta luz!
Desengaños del mago (1961)9
Vals verde
No viajaremos
a países de cabellera incandescente.
No partiremos,
no saldremos de la ciudad ululante.
Bajo los árboles vertiginosos del crepúsculo,
vestidos de viudos, hemos de vernos.
En las estepas de los gentíos
me verás, te veré, nos veremos.
Y alrededor de nosotros
los recuerdos de pico ensangrentado.
Las hélices amarillas del otoño
degollando pájaros inocentes.
Cierta tarde -cualquier tarde-
en una esquina nos desconoceremos.
Y por calles diferentes
a la vejez nos iremos.
-I-
Yo vivía en una torre que custodiaban tardes
de susurrantes collares.
Yo acechaba a las caravanas que, al caer
los crepúsculos, entraban en los patios
polvorientas de azul.
Yo jamás dormí.
Tal vez dormí, tal vez soñé que un ruiseñor sediento
secaba los mares.
Tortugas sospechosas empezaron a seguirme.
Yo en las tardes miraba flotar en los estanques
ciudades de ojos magnéticos.
Cada noche la marea depositaba en los árboles
islas dormidas.
En bosques de miel esperé a Lucy, la niña de cuernos
relucientes.
Lucy sollozaba por los elefantes enredados en mi barba.
Lucy era una gaviota.
Yo era un cangrejo, un lirio, un árbol relampagueante.
- II -
Déborah: si alguna vez desciendes de los tejados,
si alguna vez emerges de los cementerios donde
vives, y cruzas (ave o demonio) por la Plaza del Oso,
me verás bajo la lluvia esperándote. Porque amé tu
calavera de conejo, amé hasta enloquecer tu rostro
dañino.
Déborah y yo cabalgamos sobre un escarabajo
de ojos penetrantes y en días de tristeza recorrimos
espejos, uniformados de azur.
Déborah se mataba las pulgas mientras yo recitaba
mis grandes cantos.
Sólo una vez me permitió besarla. Fue en los jardines: la
primavera silbaba su tonadilla. Ella movía la cola,
azorada.
Pero tan pronto la besé, sacudió el polen de su falda,
aulló a la luna y huyó por los desfiladeros.
Yo felizmente era un topo, dichosamente excavé
un túnel.
Yo estaba solo amancebado con la luna.
Bien lo sabes, Déborah, mi araña incomparable.
¡Oh mi alondra!
¡Oh mi cítara enlutada!
- III -
Antaño fui un mago melancólico, panteras
invulnerables me seguían arropadas en sus sedas.
Poblé los cielos de bondadosos monstruos.
Yo tenía veinte años: el año empezaba.
La abominable tripulación puso proa al paraíso.
¡Proa al paraíso, charcos de maldad!
(«¡Nunca te traicionaré! ¡No me rendiré mientras
chapoteen las sirenas! -mentíale a mi musa»).
Remonté ríos de erizados dientes.
Era el tiempo humeante de mi generación.
Todavía escucho gritar a los unicornios pisados
por la multitud.
El gentío himpla para que abdique.
Pero yo no cambio de plumaje: me niego a iluminar
con mi canto los fétidos establos de la noche.
No más embustes:
que el Poeta se quite el antifaz y muestre su pico afilado.
Rabiosos ejércitos nos buscan.
Mas yo vuelo hacia el futuro, yo anido en el pasado.
Os prometo: una brisa de alondras refrescará
el infierno.
- IV -
Y llegó el tiempo del murciélago.
En los caminos colgaron a los elfos.
Pintarrajearon a las hadas antes de forzarlas.
Fracasaron mis magias.
Vagué por llanuras de trapo.
Me hinché de moscas como un verano gordo.
Estuve en Samarcanda, la de cabeza sumergida.
Sólo insectos poblaban tu urbe, desesperación.
¡Oh desolado, sólo tu pueblo ciego te miró envejecer
ante las murallas!
Atravesé salones enjoyados donde el tigre husmeaba:
tigres gigantescos entre cuyas zarpas pasan ríos
despavoridos.
Huí de aquellas tribus.
Llegué a Nínive, la de ojos sangrantes.
La tarde era un pez de tetas fosfóricas10: el río arrastraba
imperios de oro danzante: yo mismo era una serpiente.
Tuve suerte: me amamantó una hembra cuya gordura
a los naturales aniquilaba.
Yo saludo a la que me llevaba muérdago y ratones
frescos a mi cubil, yo celebro a la que lamía mis cabellos.
Oh Nínive vestida con mi dicha.
Nínive de ojos inaccesibles.
Nínive de torres soñolientas.
Nínive donde queda mi corazón ardiendo.
Así empezaron los años de mis inolvidables
desgracias, aquel amor que fue mi ruina.
-V-
Al salir me derribaron los coletazos del viento
enloquecido por los piojos.
Para vivir compuse canciones: la turba me arrojaba oro
entre los barrotes.
Ya era tarde.
Enfermé.
Agonicé en los bosques. Mi trono era la luna; mi cetro, el aullido del lobo.
Peinábame el sol, adulábanme sus hipócritas vasallos.
Recliné la frente en las catedrales.
Caían las torres envenenadas.
Sangraban los obeliscos.
El mar encaneció, las islas huyeron.
Cantar de Túpac Amaru (1969)11
A Enrique Solari12
-I-
¡Hombres de las nieves, hombres de las arenas, hombres
del mar!
¡Hoy es el día del canto!
¡Hombres de las alturas! ¡Esos que se crían en las
praderas donde pasan su infancia tenebrosa los
relámpagos!
¡Hombres de poco sudor, de pómulos biselados por los
vientos, siempre vestidos por la lana negra de las
tempestades!
¡Esos que traen osos a los caseríos!
¡Los que entran a los pueblos con los trajes manchados
de arco iris!
¡Reuníos, reuníos!
¡Habitantes de los ventisqueros!
¡Todos esos que enjaulan ríos y comen cabezas de
carnero pelada con ceniza!
¡Contrabandistas de aguardiente, saladores de cuero,
cuñados de las paca-pacas13!
¡No quiero pleito con ellos!
¡Por el contrario: los busco para compadres!
¡Hoy es el día del cantar!
¡Hombres del centro, sembradores de eucaliptos,
vendedores de telas chillonas talladores de anillos de
carozo de durazno, buscadores de vetas! ¡Esta es la gente
que en las ferias de los domingos ofrece baratijas y
gesticula con las manos llenas de piedras falsas,
rematadores, subastadores, mercachifles! ¡No me meto
con ellos, cuento mis dedos cuando les doy la mano!
¡Estos no son pura boca, éstos guardan en las trojes, y son buenos para padrinos!
¡Reuníos, reuníos!
¡Hombre de las selvas, comedores de frutas, asadores de
monos, maridos de culebras! ¡Toda esa gente que
hundiendo sus pértigas en el atardecer navega hacia los
rápidos del olvido, todos esos que agitando los brazos
saludan desde las balsas cuando se alejan hacia las
grandes cataratas de la medianoche!
¡Reuníos, reuníos!
¡Y la gente remota de los caños, gente desnarigada por la
uta14, cuyas sombras, nos cuentan, son verdes! ¡Bocas
siempre manchadas de risa y mango, hospedadores de
ladrones, contrabandistas! ¡De aquí salen las hembras
estrechas! ¡El que las prueba ya no puede dormir!
¡Entrad también a la plaza del Canto!
¡Y las gentes de las arenas donde los desiertos se sientan con
la cabeza entre las manos!
¡Hombres de los pueblos donde los mediodías se tienden
con la lengua fuera!
¡Estos son los que usan grandes sombreros de paja!
¡Odres de risa, barricas de engaño! ¡Aquí roncan los Grandes
Maestros de la sombra y los Preparadores de pócimas!
¡Esos que bajo la luna de los Grandes Pasos fuerzan a las
noches a beber grandes tragos de
luciérnagas! (El Enemigo hurta después sus cuerpos y deja
piedras en sus ataúdes).
¡Hablo con respeto, no los ofendo: yo sé que tienen Grandes
Pactos con el Tiznado15!
¡Penetrad también al Cantar!
¡Hombres flacos del sur, gente vestida de negro, gente que
pelea por el agua!
¡Gentes pagadas de sí mismas; no tienen para comer y
mandan engastar celajes en los anillos de sus barraganas!
¡De aquí salen los que le roban los huevos al águila!
¡No me meto con estos! ¡Gustan demasiado de la fruta
confitada y la calumnia!
¡Reuníos, reuníos!
¡Hombres del Perú, hombres perseguidos como piojos,
hombres pisoteados, hombres tallados a sablazos,
hombres que tienen una sola camisa!
¡Escuchad el cantar de la Guerra de los Pobres, oíd el
cantar de Túpac Amaru!
- III -
Era invierno.
Era invierno,
en los pasos
aullaba el año famélico.
¡Sólo encontraba carroña!
Era invierno cuando chisporroteó la Rabia.
¿Y dónde humeó la pelea?
¿En Lima, la Tapada?
¿En Huamanga, la Beata?
¿En Trujillo, la Florida?
¿En el Cuzco, por sus tesoros famosa?
¡En Tungasuca, la Mendiga, empolló su flamígero huevo
la Revuelta!
- VII -
Reunión de la cólera
A Juan José Vega16
Y los Pobres se sublevaron.
Halando sus montes que bramaban al vadear las
torrenteras,
arreando sus campos que se bamboleaban bajo el peso
de las bandadas,
(Ay cuántas alondras se trizaron en la marcha),
azuzando a las montañas semidormidas que en la niebla
tropezaban
olvidando el delicado cristal de los venados,
los Pobres acudieron.
Arreando los gordos rebaños de las ofensas,
pastoreando las enormes manadas de los dolores,
-mucho tardaron en vadear el Urubamba-
vino la gente de Acos.
Tomasa Tito Condemayta los mandaba.
La gente de Taraco vino luego.
Eran tan pobres que no tenían ni sombra.
Para acudir tuvieron que descuartizar los pellejos
de muchas noches.
Pedro Silva Condón, Ojos de Venado, era su varayok17.
Cabalgando en pelo sus hambres,
jineteando sin brida a
sus miserias,
vino el ayllu18 de Cai-Cai.
Nicolás Sanka, el Tartamudo, era su varayok.
Ondeando al viento el estandarte de sus telarañas,
única bandera que flamea la pobreza,
vino el ayllu de Parcuna.
Miguel Samalva, el Viejo, era su varayok.
Seguidos por la tropa de sus vientos amaestrados,
flanqueados por la fila de sus granizos enseñados.
¡Cuántos años tardaron en enseñarle a dar la pata a la
Desgracia!
vino el ayllu de Quisguares.
Andrés Condorpusa, el Campanero, era su varayok.
El ayllu de Otavalo vino luego.
Potentísimos brujos los protegían, yacarcas19 capaces de
dormir bajo los lagos.
Bajo tiendas de hongos con grasa de trueno los frotaron.
¡Ay! No estaban autorizados.
Ninguno volvió a ver amarilla la retama.
Gregorio Malki, el Lagañoso, era su varayok.
Salpicado por el fango de atardeceres deslumbrantes,
llegó el ayllu de Poroy.
No les importaba la lluvia,
no les importaba comer espinas,
no les importó acostarse con la Carcancha20.
Juan Canke, el Leporino, era su varayok.
El ayllu de Marcaconga vino luego.
La víspera habían preñado a sus mujeres.
Qué bien hicieron.
Después ya sólo con los cardos sin tetas se acostaron.
Francisco Frinacancha, el Yerbatero, era su varayok.
La gente de Colpa vino luego.
¡Hombres presurosos!
Por abalanzarse a la batalla despreciaron los carneros que
sus hembras degollaron.
Cuánto se pesaron.
Después tuvieron hambre y para comer sólo trozos de
neblina encontraron.
Narciso Puyucawa, el Porquero, era su varayok.
Desde sus picachos donde el trueno vaga desalentado
bajó el ayllu de Sicaya.
Pascual Cusiwamán, el Aguatero, era su varayok.
Desde las nieves adonde sólo sube el hambre moteado
de delitos,
bajó el ayllu de Livitaca.
Andrés Camake, el Cojo, era su varayok.
Y desde más arriba,
donde la noche peina a los muertos,
bajó el ayllu de Chimor.
Pedro Silva Condori, el Tuerto, era su varayok.
Así
a la plaza entraban danzando.
Ay qué lástima dieron luego sus charangos21 destripados.
Así acudían,
desde cien, desde mil años antes,
cargando en brazos sus pequeñas iglesias, sus cristos
flacos, sus santos pobres
-en los harapos se veía que andaban sin trabajo-
arrastrando como perros sus cursos sin agua,
tratando de salvar los escasos tesoros de estiércol de sus
pájaros.
Porque no iban a ver la Danza de las Tijeras22.
Y con sus ojos miraban al buitre descender a saltos las
escaleras del cielo,
y al zorro renunciar a sus amistades, bruscamente
altanero.
Y la Guerra avanzó volcándolo todo.
Es en abril cuando nace en el campo la campánula y
honra la pradera la amarilla nevisca de la retama.
Por las laderas avanza el pueblo ilustre de las flores,
mejores que el hombre.
Porque ni la zarza a la que nadie invita, ni el cardo que
no tiene novia, matan ni asesinan.
Más altas que sixtinas23 son las pobres cúpulas del geranio.
Bella es la flor, la hierba tonta crece sin saber sobre los
cráneos de los maestros de armas.
Más alta que las desdeñosas estirpes de los ming24 y de los
claudios25 es la descendencia de las flores.
Porque bajo la napa de los pájaros,
bajo la veta de los delfines, ¡ojo de águila! ¡oro de
tinieblas! ¡filo del día! contra la muerte el hombre
sólo tiene su coraje.
- VIII -
Cuando los Nobles supieron que el pueblo arreaba
un rebaño
de meteoros por la nieve, se calzaron de huracán
para la Cólera.
«El Señor, Nuestro Dios,
inspiró a un hombre a descubrir las refulgentes Indias.
En la proa de su locura, se cubrió con las bubas del
sueño;
los Reyes, nuestros amos, mandaron cargarlo de cadenas.
Un relampagueante Papa,
cien labrados arzobispos, mil repujados obispos,
nos repartieron estos reinos.
Somos los Señores,
por nuestros anillos pasan temblando los planetas,
somos Señores de las Tierras y las Aguas.
¡Muerte a los que se rebelen contra Nos!
Segad las tardes.
Volcad los lagos.
Talad las aguas.
Lapidad la luz.
Muerte, muerte, muerte.
Ni la aurora que conoce los yacimientos del rocío,
ni el mediodía que engorda bajo los aleros,
ni los ventanales del crepúsculo,
se libren del coletazo de nuestra ira.
Sombra, sombra, sombra».
- XI -
La espuma de la ira
Cuando el Marqués de Guirior26 supo
que su ejército era un cubo de ceniza
a sus lacayos mandó vestirlo con el traje de la ira.
Luego, él mismo, con sus manos,
se calzó de huracán para el castigo.
Y convocó a los Notables.
Lima, la Tapada27, abrió su único ojo.
En sus ventrudos palacios, en sus plazas de toros,
en sus Paseos de Aguas, los Muy Grandes agitaron
sus crótalos28.
Seis mil calesas ronronearon.
Por las galerías de marfil del año,
entre antorchas de seda, los Nobles avanzaron.
¡Sólo a cien pasos sus sombras se atrevían a seguirlos!
El Marqués de Montemira llegó primero.
¡Siete lacayos portan el candelabro de sal de su mirada!
Bordado de odio vino el Marqués de Soto Florido.
Pisoteando el Rímac29, fangoso como su alma,
llegó el Marqués Zelada de la Fuente.
Nadando en su grasa, vientre con ojos,
vino el Marqués de Roca Fuerte.
¡Son los Grandes!
¡Son los Dueños del Perú!
¡En sus casacas todos llevan bordada la Tenia30!
¡Como ella son blancos, como ella viven inmaculados en
medio de la inmundicia!
«¡Somos los Señores del Perú, somos blancos más puros
que la nieve!».
¡Nuestros rostros no parecen fango pisoteado!
¡Ni mil mares llenarían el pozo que de la plebe nos
separa!
¡En el Perú cien familias han estado siempre sobre todos!
«¡Así ha sido, así es, así será!»
dijo el Marqués Guirior.
«Los apestados de sueños,
los que consuelan a las quimeras moribundas,
los que se niegan a identificar a los que miran en sueños,
los que rehúsan revelar las actividades clandestinas de
sus espejos,
los espantapájaros en cuyos equipajes se sorprenden
cartas de las aves,
¡ellos empollan los huevos donde crecen los héroes!».
¡Ay de los rebeldes!
¡Ay de los que instigan a los jóvenes a fabricar auroras!
¡Ay de los que pegan con saliva la cristalería rota de las
fábulas!
¡Ay de los que murmuran que el hombre desciende de
relámpagos!
«¡La vida es orden!
el agua, el aire y la luz
todos siguen sus túneles de cristal,
los puentes colgantes de los amaneceres o las escaleras de
los pájaros.
Puntual llega la lluvia a la semilla;
nunca el pájaro espera en vano a la Primavera.
¡El sol se aparta de su camino de oro!
Las estaciones, los planetas, las jerarquías son inmutables.
La vida es sorda:
¡Todo lo que se oponga al orden debe abatirse!».
Dijo el Juez Mata Linares.
«¡Basta que un Hombre sueñe,
basta que un solo hombre se infecte con la pústula del
delirio
para que toda una raza hieda a mariposas!
¡Basta que uno solo murmure haber visto arco iris en las
noches
para que hasta el fango tenga los ojos relucientes!».
El Visitador mira el canario.
¡Cae el ave convertida en humo amarillo!
- XII -
Bajo la humeante cúpula de sus cejas los Obispos se
encendieron.
«Seré soldado», dijo el Arzobispo Moscoso, y mandó
repicar la María Angola31.
¿Y quiénes acudieron?
Los dominicos volaron primero.
Fray Melchor de la Sota los conducía.
La Gula, la Codicia y la Lujuria los seguían bajo palio.
Los betlemitas32 sólo vuelan de noche
-heridas de muerte les causa la luz-
los betlemitas evitan el día.
Fray Ramón Salazar los conducía.
Jineteando los pecados capitales,
la calle del Ataúd bajaron los franciscanos.
Fray Pedro de la Rosa los conducía.
Sólo entonces los seminaristas develaron el tapiado
rostro del arzobispo.
Siete lebreles lo seguían:
todos lamían su sombra cuajada de esmeraldas.
«Hermanos en Cristo:
En verdad os digo, infinita es la piedad del Señor.
En su perdón se purifica el que tiene las manos tintas de
sangre o la que comercia su carne;
pero ni la Virgen, más pura que el rocío,
intercede por los revolvedores.
Un relámpago tiene el Arcángel para todos los
libertadores».
Santa Tiniebla, Madre de los Santos, ora pro nobis33.
«En verdad os digo:
el señor les dio a los ricos poderes, palacios, grandezas;
a los pobres desdichas, lágrimas, fatigas;
de los ricos es la tierra, de los pobres, el cielo.
Pero también os digo:
sólo los sumisos penetran en el Reino».
Santa Tiranía, Madre de los Grandes, ora pro nobis.
«Condorcanqui34:
yo, Manuel de Moscoso,
Arzobispo del Cuzco, Príncipe de la Iglesia,
te excomulgo.
Yo abro de par en par la ceniza de tu perdición,
yo te condeno al fuego.
Tiniebla, tiniebla, tiniebla».
Santa Tortura, Candado de los Pueblos, ora pro nobis.
¡Anatema35 a los Rebeldes!
Santa Espada, Guardiana del Orden, ora pro nobis.
¡Anatema a los soñadores!
Santa Tortura, Candado de los Pueblos, ora pro nobis.
¡Anatema a los que señalan caminos!
Santa Serpiente, Patrona de los Delatores, ora pro nobis.
¡Anatema a los que guían a las muchedumbres perdidas!
Santa Ergástula, Jaula de los Puros, ora pro nobis.
¡Anatema a los que empollan los huevos del imposible!
Santa Miseria, Fosa de los Soñadores, ora pro nobis.
¡Anatema a los que tienen los ojos manchados de
palomas!
Santa Infantería, Terror de los Débiles, ruega por nos.
¡Bienaventurados los pozos donde se ahogan los
solitarios!
Santa Caballería, Escuela de la Muerte, ruega por nos.
¡Bienaventurados los piquetes que abaten a los mejores!
Santa Artillería, Mastín de los Fuertes, ruega por nos.
- XIV -
Don Fernando de Inclán, Intendente del Cusco.
Cuan poco faltó
para que el Cusco se nos escapara de la mano,
el año ochenta,
cuando la guerra mostró su labio leporino.
Enero entró a la ciudad
con la melania desgarrada
y la mitad de su sombra: las espinas se quedaron
con la otra.
Con mis propias manos di mi cantimplora al mes
agonizante,
y supe que el pueblo venía arreando meteoros.
Palidecieron las Capitanías,
alzando los brazos sollozaron las Intendencias.
Bañado por cubos de relámpagos,
piafó el Siglo.
Los temblorosos dedos del Cusco
desgarraron la delicada seda de la brisa;
bajo la falda de las provincias,
se acurrucaron los caseríos,
debajo de sus tricornios envejecían los caballeros.
Yo les dije:
«Gentilhombres ceñidos por la banda de honor,
comerciantes ricos en trigo,
ilustrísimos prelados de sombras enjoyadas:
No es un ejército,
es una multitud desesperada.
Hace mucho que no comen
sino los pellejos de sus presentimientos;
viven del puro jugo de sus lanzas
y tampoco son lanzas, son ramas, espadas de
espantapájaros».
- XVII -
¿Qué alcanzó la gente que asaltó la ciudad desdeñosa?
¿Qué alcanzó Tomasa Tito?
Tenía hermosura, campos, ganados.
¿Qué logró?
Un montón de gusanos alcanzó.
¿Y Carmela Canke, la Preñada?
¿Qué hijo parió?
Una lanza en los ojos fue lo que crió.
Y Marcela Castro que con flores se adornaba,
¿cuál galán la enamoró?
Una nube de moscas la ennovió.
Y María Malki, la Coqueta,
¿qué sombrero lució?
Un sombrero de fierro la adornó.
Pero las estrellas no se inmutan,
giran indiferentes a nuestro infortunio.
El estólido sol ignora
que lame nuestra única carne.
La tierra tampoco nos perdona.
Zumba el insecto de nuestra agonía.
La mañana no se apresura
a sacar la joyería del rocío,
ni la tarde se digna adornarse con el collar del arco iris.
Tres días combatimos.
El primero era serpiente; el segundo, buitre;
el tercero, un perro, aullaba delante de treinta regimientos.
- XXI -
Aunque te cubran la cara de sangre,
di que llueven granadas.
¡Alegría!
Aunque te lluevan piedras,
di que graniza
¡Alegría, alegría!
(Anónimo quechua)
Un año duró la pelea.
Un año de mil meses combatieron.
Cien mil sacaron la lengua.
Cien mil se balancearon de las vigas.
Honor al valiente y al cobarde,
honor al hermoso disputado por las hembras,
honor al contrahecho sólo amado por su madre.
A la hora de morir todos fueron iguales.
Honor al que tumba árboles con su abrazo y al que
tiembla ante los insultos de los tordos.
Igual pesaron en los platillos de la muerte.
No tenían lanzas, ni espadas, ni estandartes.
Todos los Reyes,
todos los Papas,
todos los Grandes,
avanzaban contra ellos.
No temblaron.
Un año duró la pelea.
Un año de mil meses combatieron.
Que sobre sus sombras rotas,
sobre sus sonrisas quemadas,
sobre sus sueños volcados,
sobre sus nombres pisoteados,
monten guardia hasta la última generación los arcoiris.
Fueron derrotados, no vencidos.
Ni con espada, ni con cadena, obtiene el hombre victoria.
Sobre las ruinas siempre avanza el alba con banderas.
El vals de los reptiles (1970)36
Eva
Entre todas las doncellas que pastan
en los patios del Sofista ninguna más hermosa
que Eva,
Eva, la del cuello especialmente creado
para ramonear hierba en otros planetas.
Eva,
ahora sólo eres un agujero donde el zorro
esconde sus tesoros epilépticos.
Eva,
por tu anillo
pasaban tiritando, el falo erecto, los planetas
iracundos.
Eva y yo a picotazos disputábamos
los gusanillos de los años.
Ustedes son jóvenes,
ustedes nunca sabrán cómo era este
poblado en el tiempo en que la ciudad vivía
colgada del rabo de los purísimos mandriles.
La corniveleta muchacha llegaba.
Hervía la ciudad.
En los billares pastan las calumnias,
en los circos cacarea la arena.
Me saltan las lágrimas cuando el Dandy
me conduce a los balnearios donde Eva los
obeliscos de nuestra pasión empollaba.
Por las playas buscábamos delirios, quizás estrellas,
megaterios37.
Decenios recorrimos las arenas
hasta reconocer tus ojos en una malagua38.
Eva: tu belleza ofendió a las matronas.
El Inquisidor mandó desnudarte: en tus senos
los alguaciles descubrieron huellas de los mordiscos
del Giboso.
El gentío aulló: esa misma tarde te condujeron
a la hoguera.
Desde entonces ardes
y a veces en las noches me despiertan
los chillidos de tu calavera azul.
El falso peregrino
A Rowena
I
Cuando terminó el verano el falso peregrino
quebró su huevo,
atravesó la floresta de sus crímenes,
descendió la escalinata,
el parque conducía a un verano, a una
vida anterior.
Melena al viento enfiló hacia la ciudad.
II
Mocedades del Cid
En un sótano
al que jamás se atrevieron a descender
las ratas,
íntegramente vendado
vivió el profeta su juventud vehemente.
Nada lo distinguía de sus compañeros de cría.
Como ellos,
permanecía centurias colgado del rabo
de las constelaciones;
como ellos,
reptaba hacia altillos donde envejecía
ferozmente.
Ora despertaba convertido en médano,
ora relámpago, ora tempestad.
Pasó su juventud graznando.
Se proponía una vida heroica.
¿Quién desconoce su iniciación
en la santidad?
III
El niño asombra a los sabios de Sión
Es el día de la feria,
aniversario de las calumnias, máxima efemérides
de la ciudad.
La urbe danza.
Pestes fosforescentes,
plagas radiantes, deseos leporinos, colman
las plazas.
Razas íntegras perecen pisoteadas.
Tal era la alegría cuando el emocionado leproso
proclamó su amor por la Opa39 Adriana.
La bizca me persigue,
ay amor
La tuerta me acaricia,
ay amor
La muda me desviste.
Canta el bellaco.
La muchedumbre pía embelesada.
El doncel arráncase
las vendas que tapian sus cegadores ojos.
Rompe a reír entonces el espantapájaros.
El Peregrino suplica silencio.
El espantahombres vuelve su rostro de piedra.
El mancebo comprende que nada aplacará
el rencor de la estatua.
Níveo de rabia derriba a hachazos
al concertista.
Sorbe sus sesos, come sus frutos, se deleita
con sus cabellos.
Ya nada detiene la matanza.
Estrangula a la ciudad,
pisotea los mares,
arrasa la tierra,
dirige su pico a los cielos,
implanta milenios de matanza.
Cuando se detiene
un charco de planetas agoniza a sus pies.
IV
Primeros milagros
Ni en las galaxias, ni fuera de las galaxias,
encontrará refugio.
Perezosamente se levanta de su silla
y solicita su sombrero.
Nada delata su turbación.
Los hombres beben cerveza, las mujeres
lavan sus penes, los niños juegan con pulpos.
Todo es normal.
Fingiendo interesarse en la crianza
de incestos gana los suburbios;
pocos años bastan para cruzar las ramblas,
unos decenios para atravesar la plaza.
Joven todavía cruza las murallas.
Cuando los campanarios convocan a los beduinos,
vuela a centurias de distancia.
¿Por dónde?
Por sus calaveras recogidas en los estrechos
se deduce que habitó los mares;
por sus esqueletos encontrados por las caravanas
se presume que atravesó los desiertos.
Las águilas pretenden que amó a una corneja,
los peces que reinó sobre los escualos.
La travesía no fue fácil.
En el libro de bitácora consta:
«Países verdes emergían de sus conchas furiosos,
países morados seguíanme ronroneando.
Para atravesar aquellas comarcas fingí ser ciego.
No era fácil.
Los alcahuetes sospechaban de la mansedumbre
de mi cítara.
Una noche percibí la brisa,
mi sombra ya no podía sacar los pies del fango».
Por su talla no obtenía posada,
pasaban glaciares por sus ojos;
reyes cubiertos de enredadera tañían
músicas difuntas,
reina la oscuridad,
se murmura de amores con témpanos,
matrimonios con pestes,
en los estrechos olas inmensas lo detienen cien
años.
En el libro de bitácora consta que «para
sobrevivir mató millones de marmotas de un
arcabuzazo».
La palabra «arcabuzazo» demuestra que por lo
menos transcurrió otro milenio.
V
Manjares de la amistad
En el bosque donde abrí las hileras de mis
cuatrocientos ojos, Merlín paseaba sonriente.
No distinguí las bandadas
que disputaban en sus ojos.
Merlín observó los planetas que cruzaban
por mi anillo.
El hechicero me ofreció uvas, relámpagos,
amistad.
A la luz de las hogueras dancé, luego dormí.
Cuando desperté habían transcurrido otros mil años.
¡El despreciable brujo me había traicionado!
VI
La partida
Evitando tropezar con los centinelas
podridos por la brisa, recorrí la caverna.
En la bruma distinguí a los jugadores.
Por la estúpida sonrisa que untaba
sus quijadas comprendí
que jamás me libertarían si perdía
la partida.
Trescientos años tardé en divisar la mesa.
Es difícil jugar.
Millones de estorninos ocultan las bandas.
La vegetación cubre los rostros de los jugadores.
Los géiseres son venenosos, los billaristas lentos.
Para decidirse tardan decenios.
Los adversarios envejecen sin iniciar el juego.
Hay que esperar que nazca una nueva generación.
¿Qué se gana cuando empiezan?
Las bolas no llegan, ruedan años,
a medio camino son gastadas por meteoritos,
devoradas por bisontes.
La selva cubre la sala,
el agua inunda las mesas, los jugadores,
los años.
VII
El centelleante pájaro de amor
Mitad nieve, mitad arena era la sala.
Antes de cruzarla se secaban los mares,
los mismos desiertos se sentaban
con la cabeza entre las manos.
Quise salir: no se podía.
¡Había que bailar con Mandrágora!
No era fácil hallarla:
habitaba en las selvas,
vivía bajo lagos perpetuamente cubiertos
de hueso.
Años tardaban en vestirla,
decenios en remolcarla;
Mandrágora era caprichosa;
si en el camino descubría helechos,
no vacilaba en lanzarse a las aguas,
sin importarle cuántos países pisoteara.
¡Había que soportarla!
Y empezó la fiesta.
Sacaron a los músicos
de sus sarcófagos;
el frenesí empapaba
la quijada de los palacios,
bailando cruzamos salas
atravesamos galerías,
arcadas de nieve,
países de cuero
amamantados por la luna.
Y la música seguía.
¡Qué dichosa era la novia!
Me arrancaba los cabellos,
sacaba mi rostro a cucharadas.
Y el vals no terminaba.
Encanecían las ciudades,
cojeaban las torres,
tosía la noche,
el vals no terminaba;
la orquesta desfallecía,
vacilaban las trompetas,
engordaban los saxos,
la peste diezmaba los tambores,
y la música seguía.
VII
El reo pretexta ser príncipe de las golondrinas
Parado en una esquina
en una intersección de los meses
pasó chisporroteando una mujer
tres treinta trescientos años no sabría decirlo
muchedumbres de cítaras
obeliscos viciosos ciegos iracundos pontífices
con falo bajo palio
seguíanla frenéticos
la primavera piaba pero no llegaban las aves
los amigos traicionaban
no obstante escribí mis palotes calmosamente
redacté mis deberes
mi madre me enseñó a decir la verdad
no me explico
embistiéronme los espejos
nací a destiempo
acepto lo que diga la policía
no asistí a los crímenes
probablemente dormía
frecuentemente me transformo en árbol
muchas veces reclino la cabeza
al despertar soy una peste
nadie atravesó la calle
lo juro
estatuas sospechosas me seguían
no volví el rostro
sabía que me convertiría en sal
traté de alejar a mis perseguidores
vagué años por las avenidas
las fuentes se apartaban
las flores rechinaban sus dientes
volví asustado
hallé la ciudad desierta
las torres simulaban roncar
sentí miedo
penetré al café
una gran tela de araña cubría la época
las mesas los parroquianos la tarde el siglo
rodaron pulverizados
era evidente
vivía en una época desaparecida
telefoneé a la policía
ignoraba que dormir fuera delito
mis trajes mis belfos mis fuselajes estarán
manchados pero mi cola es inocente
espera el juicio de la eternidad
IX
El campo en primavera
Pasados unos milenios el reo abre los ojos.
Ha envejecido.
Por su aspecto
semeja una banda de pirámides epilépticas.
Para defenderse de los eclipses
sólo dispone de su pico.
Vaga por las ramblas;
en su caminata encuentra jóvenes humeantes,
adolescentes derribados por el fuego antiaéreo.
En las esquinas estúpidamente profetiza
el pasado,
solicita tazas llenas de relámpagos.
Mil cuatrocientos años después demanda un destino.
La súplica es aprobada.
Pasa cincuenta mil años en el vientre
de su novia,
una mañana entre las vendas, oye pájaros.
Es el atardecer:
quiebra su huevo,
atraviesa la floresta de sus crímenes,
desciende la escalinata,
el parque conduce a un verano, a una vida anterior.
Lamentando que Hans Magnus Enzensberger no
esté en Collobrières (1974)40
Los mayas que abandonaban sus ciudades prodigiosas
cada cincuenta y dos años
porque por desconocidas razones
todos los katunes41 esperaban el fin del mundo,
no develan jamás sus verdaderos nombres.
¡Correrían el riesgo de que les robaran el alma!
Los mayas honraban, sin embargo, a los «maestros de las
palabras».
Placenteramente
ofrendaban
cacao, moneda preciosa,
a los forjadores de palabras
más resistentes que las piedras de sus pirámides
abolidas.
¡Ensalcemos la poesía, ensalcemos el amor, ensalcemos la
amistad!
Lástima, Hans Magnus, que no estés
en la corola de este verano
en cuya terraza
caminan Cecilia42 y Sofía mejores que esas uvas
pero no que mi hija
que tiene cien días
y que durará más que el gobierno de Napoleón.
¡Celebremos la poesía, celebremos el amor, celebremos la
amistad!
La vida es breve.
«La vida pasa como las islas Azores», se lamentaba
Maiacovski43.
¿Y qué más da?
Acepto que mi cuerpo
sea banquete de coleópteros,
a condición de transformarme
en árbol
y luego
en mariposa
y luego
en liquen
y luego en luz.
Hay una mosca que olfatea desde cinco kilómetros
el olor de la muerte
y vuela
recta al lecho de los agonizantes.
Está bien.
¡Pero también hay el sol,
el vino
y el cuerpo de nuestras mujeres!
Y nuestro oficio: juntamos palabras.
La palabra
es un torreón
desde donde se vigila
tenazmente la noche
y entretanto llega la hora del combate,
como en todas las guarniciones
jugamos naipes, bebemos, fornicamos, nos reímos
a gritos del frío
que un día entrará por esa puerta agitando su bastón
de mariscal.
Hoy caminaremos por el bosque, buscaremos
una guitarra,
nos bañaremos en estanques prohibidos.
La vida es una mierda, la vida es sublime.
Y Cecilia y Sofía lo saben.
Y más que nadie mi hija
que tiene los ojos rasgados,
los ojos de su bisabuelo mongol que tiritando cruzó
el estrecho de Behring44
más que en su iglú calentándose
con los fuegos que encendían sus juntadores de palabras.
¡La palabra!
Eso asombró al gran Atahualpa45.
Cuando Hernando de Soto46 se le abalanzó al galope y
detuvo su
caballo a un metro de su sagrada persona,
el Divino no se movió
y luego mandó ahorcar
a los cobardes que del prodigioso monstruo escaparon
como plumas de gallina
pero cuando conoció los libros,
«los papeles que hablaban»
desfalleció.
Lástima, Hans Magnus,
que no estés con nosotros
mordiendo no duraznos sino enigmas,
o recorriendo
tu infancia
o mi infancia
o simplemente oyendo el viento
el viento que se llevará las murallas, los
hombres, las bestias, las palabras, los sueños.
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