Albert Schweitzer y El Respeto Por Todo Lo Creado
Albert Schweitzer y El Respeto Por Todo Lo Creado
Albert Schweitzer y El Respeto Por Todo Lo Creado
Hay algo que me conmueve cuando miro atrás, hacia mis días de juventud. La
ayuda que muchos me prestaron o lo que para mí significaron, sin que ellos lo
supiesen. Esas personas, con alguna de las cuales nunca crucé una palabra, y otras
de las que tuve noticia por referencias, han tenido una influencia decisiva sobre mí,
entraron en mi vida y se convirtieron en un poder dentro de mí. Cosas que no habría
sentido tan claramente, o hecho tan efectivamente, fueron sentidas o realizadas bajo
la influencia de esas personas. Por lo tanto, creo que todos vivimos espiritualmente de
lo que otros nos han dado en momentos significativos de nuestra vida. Esas preciadas
horas no se anuncian, sino que llegan inesperadamente. Tampoco hacen alardes, sino
que pasan casi desapercibidas. Con frecuencia su significado se nos hace patente
cuando miramos atrás, así como la belleza de una pieza musical o de un paisaje nos
admira cuando lo recordamos. Mucha de nuestra benevolencia, modestia, bondad,
buena voluntad para perdonar, veracidad, lealtad, resignación al sufrimiento…, se lo
debemos a gente en la que hemos observado estas virtudes en la práctica, a veces en
grandes acontecimientos, a veces en cosas muy sencillas. Un pensamiento saltó como
una chispa y encendió una llama en nosotros.
Solamente los insensatos afirman no deber nada a nadie, o que ellos se han
hecho a sí mismos sin la ayuda de otros…; esta afirmación encierra una gran falsedad,
pues en toda nuestra trayectoria vital han colaborado multitud de personas. Es la
grandeza y lo asombroso de nuestra existencia, reconocer cómo todos vamos
interactuando y tejiendo redes y urdimbres de las que salimos fortalecidos. Nadie
educa a nadie, afirmaba Pablo Freire, nos educamos en comunidad mediatizados por
el mundo. Es de grandes almas reconocer y agradecer las influencias recibidas que,
finalmente, han contribuido a hacernos como somos.
Y, como la otra cara de la moneda, el poder del ejemplo. A lo largo de nuestras
existencias aprendemos y enseñamos, transmitiendo lo mejor de nosotros. Las
palabras mueven, pero los ejemplos arrastran, por eso es tan importante la
transmisión no verbal de nuestros valores. En nuestro caminar diario, con nuestra
forma de estar en el mundo, enviamos continuamente mensajes a nuestro alrededor. Y
esos mensajes sutiles, sin aparente público que los escuche, llegan, sin embargo, a
las personas que nos rodean. De ahí la importancia de nuestro cultivo personal, paso
necesario (aunque no suficiente) para la transformación social.
Qué incómoda es la voz que me susurra: “Tú eres feliz” por ello debes parte de
tu felicidad a los demás. Cuanto hayas recibido de más que la mayoría, en cuanto a
talento, habilidad, éxito…, en una niñez y juventud dichosa, en una vida de familia
armónica, todo esto no debes aceptarlo como de tu exclusiva pertenencia. Has de
pagar un precio por ello. Debes conceder un extraordinario sacrificio de tu vida para
las demás vidas. La voz de la verdadera ética es peligrosa para los que son felices, si
tienen el valor de escucharla; ya no puede apagarse el fuego que ésta enciende, los
reta a abandonar el camino ordinario, y a intentar convertirse en esos aventureros del
sacrificio personal, de los que el mundo anda escaso.
Respetar la inmensidad sin fin de la Vida, no ser nunca más un extraño entre
los hombres, participar y compartir la vida de todos. Yo debo respetar todo lo que vive.
Yo no puedo evitar sentir compasión hacia todo lo que vive: he aquí donde radica el
principio y fundamento de toda ética. Quien un día haya realizado esta experiencia, no
dejará de repetirla, quien haya tenido esa toma de conciencia una vez, ya no podrá
ignorarla jamás. Este es un ser moral que lleva en su interior el fundamento de su
ética, porque la ha adquirido por propio convencimiento, porque la siente y no la puede
perder. Pero aquellos que no han adquirido esta convicción, no tienen más que una
ética añadida, aprendida, sin fundamento interior, que no les pertenece y de la que
fácilmente, según las conveniencias del momento, pueden prescindir. Lo trágico es
que durante siglos, la humanidad sólo ha aprendido éticas de conveniencia, que
cuando hay que ponerlas a prueba no resisten: son éticas no sentidas. El resultado es
la grosería, la ignorancia, la falta de corazón y, no lo dudemos, esto es así porque
todavía no es general la posesión de la base de toda ética: el sentimiento solidario
hacia toda vida, el respeto total a la vida.