Reseña
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Reseña
FACULTAD DE INGENIEIRA
DEPARTAMENTO DE CIENCIAS BASICAS
LECTURAS
Hacer una reseña crítica no es lo mismo que censurar. De hecho, debemos tener
cuidado de que la redacción no critique en forma negativa simplemente por el afán de
desprestigiar lo que estamos criticando. En la reseña crítica debemos evitar
generalizaciones, es decir el comentario superfluo, se trata más bien de sintetizar el
contenido del texto (como en el resumen), además de ofrecer datos sobre su
estructura y su autor, sobre todo supone la evaluación crítica del texto reseñado.
La reseña crítica, al igual que la reseña descriptiva, también ofrece un resumen del
contenido del libro y datos sobre su estructura y su autor, pero introduce, además, el
análisis del texto, que funciona a modo de argumentación de la evaluación. Llamamos
crítica a la reseña que analiza un texto, lo evalúa y recomienda o no su lectura.
Estructura
Si bien las reseñas no tienen un esquema fijo, podemos distinguir en todas ellas la
presencia de un resumen del contenido de la obra reseñada, información sobre el
autor, un análisis y una evaluación crítica. Estos componentes, que no necesariamente
corresponden a un orden predeterminado, responden a la triple intencionalidad del
texto: informar, analizar y evaluar. Esto convierte a la reseña en un texto de estructura
compleja: donde hay mezcla de resumen, secuencias narrativas y expositivas;
además de un análisis y evaluación, predominando las secuencias expositivo-
argumentativas.
Procedimiento
Para redactar una reseña crítica se deben contemplar los siguientes pasos:
Conviene destacar que el orden de dichos pasos puede cambiar a criterio del autor de
la reseña.
1. Leer y analizar ejemplos de reseñas (las que se leen en el curso y otras que el
alumno y el docente encuentren en diarios o revistas). observar, en las reseñas
cómo fueron trabajados estos mismos pasos: cómo se resume, se analiza y se
evalúa, y a través de qué recursos (transcripción de citas textuales,
comparaciones con otras obras del autor o con textos de temática similar,
anécdotas o datos interesantes).
2. Seleccionar el texto que se reseñará, además de leerlo minuciosamente por
completo (recordar que será necesario leerlo más de una vez). Una buena
reseña crítica nace de una buena comprensión del texto reseñado. Determinar
párrafo a párrafo las proposiciones que se plantean.
3. Indagar por los datos biográficos más relevantes del autor. obtener datos
acerca del autor (si es su primer obra, si escribió otros textos, cuál es su
nacionalidad, etc.) y del contexto de producción (cuándo la escribió, si
responde a un contexto histórico, etc.),
4. Reconocer y señalar el tipo de obra que es: ensayo, cuento, novela, antología,
artículo, etc.
5. Realizar el resumen o síntesis de las ideas planteadas en el texto.
6. Hacer el análisis del texto. Seleccionar los elementos que se consideran más
importantes, de acuerdo con el tipo de texto que se reseña (tal vez sea la
historia, tal vez el modo de narrarla, la elección del final o la construcción del
texto, los personajes, la elección y el modo de exposición de los temas que son
abordados, la información que se brinda, etc.). Después de haber examinado
minuciosamente el texto, el reseñista lo relacionará con otros similares, puesto
que conviene recordar que ningún texto existe en el vacío, ya que toda obra se
relaciona en una u otra forma con otras.
7. Elaborar un esquema argumentativo que configure el juicio de valor sobre las
ideas expresadas en el texto. Es decir, elaborar un plan de argumentación que
desarrolle la evaluación crítica del texto.
8. Hacer las citas textuales que correspondan con el propósito de apoyar los
juicios críticos.
9. Elaborar un pequeño plan de escritura, puede ser un esquema o "esqueleto"
textual (pensar el orden de presentación de la información y la evaluación).
Luego redactar la reseña de acuerdo con los puntos anteriores.
10. Después de escribir la reseña es importante elegir un título apropiado y
atractivo de acuerdo con el concepto general que se evaluó en el texto.
11. Revisar y corregir el texto para lograr la versión definitiva de la reseña. leer el
texto cuidadosamente y preguntarse si es convincente, si aporta información, si
tiene coherencia, si la evaluación está fundamentada, si el final le da unidad a
la reseña, si el inicio despierta el interés del lector, etc. Es preciso recordar
que, a menudo, es necesario reescribir varias veces partes del texto hasta
que el resultado sea satisfactorio.
3.2.2
MODELO DE RESEÑA
Héctor Abad Faciolince, “Balas, Goles y Kolas” En: Revista Número, # 29, 1998
Héctor Abad Faciolince periodista antioqueño que realizó sus primeras intervenciones
en el mundo de la comunicación en uno de los periódicos más reconocidos de
Medellín, y que luego empezó a ocupar las páginas de revistas como “Cromos”, “El
mal pensante”, “Número” y el diario “El tiempo”. Entre sus obras más reconocidas
están: “Fragmentos de amor furtivo”, “Memorias de un Hidalgo disoluto”, “Tratado de
culinaria para mujeres tristes”, “basura” y “Balas, goles y Kolas” que es el artículo que
vamos a reseñar.
En éste artículo, Héctor Abad Faciolince, nos muestra la situación del periodismo y la
comunicación en la actualidad colombiana. El autor plantea la ironía de un país
generador de una inmensa fuente de historias, y cómo los principales medios de
comunicación no hacen más que centrarse en un esquema informativo comercial que
sólo busca captar la atención del mayor público y no interpretar la información. Por
una parte, con los deportes (goles) se atrae al público masculino; con la farándula
(Kolas) al público femenino, y a las pocas personas que en verdad les interesa la
realidad colombiana, se les brinda un show de amarillismo y espectacularidad, que por
lo asombroso, evita la reflexión y el análisis tanto del emisor como del receptor. Éste
último es uno de los aspectos más destacados de éste artículo, puesto que Héctor
Abad Faciolince cuestiona duramente la superficialidad y crudeza con que los medios
presentan la realidad colombiana y encuentra unas posibles explicaciones para esta
problemática: La mediocridad del periodismo, los fines comerciales y el temor a
desenmascarar las verdaderas motivaciones de los “monstruos” que por medio del
terrorismo abaten al país. Finalmente que nos lleve a la reflexión y no tan sólo al
asombro.
Me complace mucho esta obra, ya que es un jalón de orejas y un llamado a los medios
de comunicación para que replanteen sus esquemas y vuelvan al interés principal de
la comunicación, que es informar y no el de lucirse presentando una realidad más
exagerada de lo que ya es.
o creo que en este momento haya en ninguna parte un país más periodístico que
Colombia. A todos nuestros colegas del mundo se les hace agua la boca: guerra y
guerrillas, masacres, helicópteros que zumban, asesores gringos, gobiernos
corruptos, narcotráfico, mafiosos tenebrosos, asesinos en serie, motosierras,
secuestros, cocaína, fútbol, y mujeres bonitas que andan casi desnudas por la calle.
Colombia, como materia prima periodística, es el paraíso de la prensa y la televisión.
Pero si de la materia prima no nos podemos quejar, el producto elaborado, en cambio,
es lamentablemente pobre comparado con la realidad.
En vez de ocuparse la casi inagotable fuente de historias que está ante
nuestros ojos, algunos periodistas inventan, y otros, la mayoría, simplemente se
repiten, se alimentan unos de otros o incluso de sí mismos. Ejemplos de los que
inventan: un periodista infame convierte en atentado un accidente de tránsito, en Cali;
algunos colegas hacen pasar por exilio sus ganas de irse (no doy nombres, pero he
visto a muchos vivir de gorra y de lágrimas de cocodrilo gracias a fundaciones
internacionales de primermundistas con mala conciencia). Como hay y ha habido
tantos mártires entre nosotros, creemos que a todos nos corresponde, en vida, nuestra
ración de martirio, porque esa falsa medalla al valor nos da prestigio. Obsesionados
por la maldad y por el odio convertimos en crimen deliberado lo que sólo es un
desastre más de la guerra (los niños de Pueblo Rico, por ejemplo).
Este país está lleno de historias sin contar, de sucesos desgarradores mal
explicados. Pero, como si no estuviéramos hasta el cuello de acontecimientos dignos
de la primera plana, le añadimos exageraciones macabras a nuestra ya de por sí
despiadada realidad. Nos aprovechamos del dato espantoso de que aquí todo lo
repugnante se ha vuelto creíble, para añadirle sordidez imaginaria a una realidad que
no requiere empujoncitos fantásticos. Y lo hacemos, esto es lo más triste, por un
motivo bajo, comercial, que nos lleva a enamorarnos del escándalo, es decir, de lo que
más se vende. Es en el escándalo en lo que somos repetitivos y sosos.
Este mismo motivo comercial es el que ha inspirado el esquema típico, calcado
y rutinario de nuestros actuales noticieros de televisión: balas, goles y colas (con c),
que es como los cursis dicen nalgas. A estos tres elementos infaltables (la violencia,
el deporte y la farándula), se les podrían añadir unos cuantos minutos de babas, pero
esto sólo en período electoral, es decir, en el año que sigue. Balas, goles y nalgas
tienen un elemento en común: la espectacularidad.
Mi crítica al periodismo que ha dejado de ser lo que debiera (información,
historias y análisis), para convertirse en espectáculo, parte de un axioma, de una
verdad que supongo evidente. Dice así: “El espectáculo anula la reflexión”. Es muy
grave este axioma cuando se le aplica al periodismo colombiano. Como lo que aquí
pasa es, en sí mismo, espectacular, nos estamos quedando sin reflexión. Lo
espectacular es aquello que por sí solo capta y domina nuestra atención: una mujer
desnuda, una maniobra mediante la cual Montoya pasa a Schumacher, una hilera de
muertos con las manos atadas a la espalda y la sangre esparcida alrededor, la imagen
de un templo derruido por una catarata de pipetas de gas...
Lo espectacular causa admiración, asombro, miedo, deleite, tristeza,
excitación, alegría. Produce sentimientos elementales y casi instintivos, así como
sensaciones más fáciles e intensas que las del pensamiento, pero carece
precisamente de eso, de lo más importante y más humano: del pensamiento, de la
reflexión. El periodismo colombiano es espectacular (le podríamos dar otro nombre:
escandaloso), abusa de la gritería (un desgañitado narrador de fútbol, el grito de un
extra, el alarido pictórico de una imagen tremendista), es pornográfico, crudo, nudista,
pero no reflexivo. Mostramos, y escogemos lo más llamativo, lo más bonito o lo más
horrible para mostrarlo, pero no pensamos, es decir, no lo explicamos.
No estoy en contra de mostrar. Si el periodismo no muestra, se muere de
hambre. Pero si se limita a mostrar, se muere de brutalidad. No se pueden dejar las
cosas en bruto.
¿Se acuerdan de la teoría de la generación espontánea? En el medioevo era
la más aceptada para explicar la vida de las sabandijas: las moscas, las lombrices, los
gusanos, en general todos los bichos, surgían espontáneamente de los pantanos.
Nosotros, en la transmisión de lo que sucede en la realidad nacional, estamos todavía
en la etapa de la generación espontánea. “Paramilitares masacran a 32 campesinos
en el Cauca”. Pero ¿por qué, cómo, con cuáles fines, quiénes, para qué, con cuáles
consecuencias? Es como si lo que nos pasara fuera tan absurdo e inexplicable como
las catástrofes de la naturaleza; como si esta barbarie fuera fruto de la mala suerte, la
némesis de un desconocido ángel exterminador, de una dios furioso que envía plagas
porque sí. Como las diez plagas de Egipto: el río de sangre, la oscuridad cerrada, las
pústulas ulcerosas, la muerte de los primogénitos... Así la tragedia en Colombia,
inexplicada, inexplicable, como si todo nos fuera enviado por la furia de un Dios que
para castigarnos (¿de cuáles culpas?) usara los instrumentos ciegos del sicario, del
guerrillero o del paramilitar. ¿No hay un motivo en todo esto? ¿No hay una moral,
unas morales y varios intereses enfrentados?
Los colombianos estamos hartos de ver. Mejor no generalizo, porque el rating
me contradice: yo estoy harto de ver. Pienso que ya lo hemos visto todo y que el
noticiero de hoy es la repetición, con caras levemente distintas, del de ayer. Estamos
hartos de un país cíclico en el que se repiten las masacres, los goles y las nalgas, y
donde lo único que cambia es el color de las kolas (con K). Queremos entender. Y
esto es lo que no está haciendo el periodismo (sobre todo el televisivo, que es el que
más gente llega), donde no tienen espacio sino las personas de la farándula, los que
empuñan las armas y los que reparten puestos públicos y espectros
electromagnéticos.
Es posible, también, que no expliquemos porque nadie se atreve a explicar. No
explicamos porque nos da miedo. Explicar es mostrar el verdadero rostro, las
verdaderas intenciones de los que matan. Nos quedamos en el espectáculo, en el eco
sordo al que aspira el terrorismo. Sin análisis, el miedo aumenta. Sin entender a los
malos, todos estos se convierten en diablos del más allá, incomprensibles e
invencibles, en el “monstruo” perpetuo del que habla William Ospina. No
desmontamos la retórica del monstruo multicéfalo, no revelamos sus intenciones
recónditas, no explicamos sus intereses. Tras la necesaria hilera de muertos siguen
las pelotas y los empelotes. Todo termina en desfiles de modas, en nalgas firmes,
ombligos y pechos ardientes, y en ese cálido regazo feliz nos olvidamos. Entrelazados
con las masacres y los goles, están los envases: de cerveza en un canal, de gaseosas
en el otro. Los muertos, la guerrilla, los paras, los goleadores y las reinas son
vendedores de publicidad de kola y pola.
La solución no consiste en ponerle velos negros, grises o transparentes a la
información. No se trata de tapar, sino de mostrar de otra manera. Nos hemos
acostumbrado a lo crudo, a lo desnudo; y la desnudez también mata la reflexión. Es el
escándalo. Las películas pornográficas no tienen, prácticamente, historia, porque ante
lo explícito nadie es capaz de concentrarse en la historia. Es una urgencia imperiosa,
como el hambre: el hambre también mata la reflexión. El hambre, el sexo, el sexo, el
odio, la sangre. No mostramos pensando, mostramos simplemente el horror: no lo
explicamos, no decimos paso a paso quién, por qué, con qué intenciones, qué busca
exactamente. Treinta y dos cuerpos decapitados, con las manos atadas con alambre,
sin ninguna historia, son una imagen pornográfica, es decir, equivalente a lo
pornográfico en la incapacidad de suscitar reflexión: suscita un impulso animal de
miedo y de repulsa, nada más. Ni siquiera sabemos quién mató esos cuerpos, si los
unos o los otros, la imagen es igual. La televisión quiere impresionar, dar miedo,
escandalizar, vender. Pero la labor del periodismo es, además de informar, hacer
pensar y hacer entender. La televisión es breve y bruta, bruta en el sentido de que no
tiene tiempo sino para darnos las noticias en bruto. Debería tenerlo, pero como los
dueños no están dispuestos a darle tiempo a lo que no tiene mucho público, le tocaría
a la prensa, al periodismo escrito, explicar y profundizar. La prensa no puede limitarse
a repetir en palabras el escándalo gráfico de la televisión. El periodismo aquí, muchas
veces, sufre de autofagia: se alimenta no de la realidad, sino de sí mismo: crea
debates ficticios, falsas novedades exageradas, por ejemplo, para vender más un libro.
No es cierto que una imagen valga más que mil palabras. Tiene funciones
distintas. Las imágenes nos encienden la cabeza, pero las palabras la ponen a
pensar; son irremplazables porque son el mejor vehículo del pensamiento. La lengua:
no hemos encontrado un medio mejor para transmitir ideas. Pero no estamos usando
el pensamiento. Nos estamos quedando en los hechos, sin explicarlos, y los
periodistas de opinión muchas veces preferimos el brillo de una buena frases a la
iluminación de una idea clara.
Explicar es también contar la historia completa: no unos nombres sin pasado,
no unos cuerpos inertes, sino una historia: qué hacía exactamente el asesinado, cuál
era el interés concreto para matarlo. Estamos aterrorizados y los que explican, a su
manera, la realidad, son los que tienen a su vez las armas. "Yo digo que esto es así",
dice el entrevistado. ¿Por qué? Por esto: y muestran el fusil. Pero los que tienen el
fusil no tienen la razón. Para reflexionar, ante todo, se necesita tiempo y valor. Hay
que ir despacio, explicar paso por paso, y exponerse, durante la explicación, a que lo
maten a uno., porque la voz del que explica es una voz discordante, peligrosa.
Mientras el periodismo colombiano tenga terror de explicar, el país seguirá a oscuras,
hundido en ese triste espectáculo que consiste solamente en mostrar sin entender.