1) El documento explica el concepto de jurisdicción, su evolución histórica y sus elementos característicos. 2) Define la jurisdicción como la función del Estado de administrar justicia a través de órganos especializados. 3) Examina las divisiones tradicionales de la jurisdicción, señalando que la única división válida es entre jurisdicción contenciosa y no contenciosa.
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1) El documento explica el concepto de jurisdicción, su evolución histórica y sus elementos característicos. 2) Define la jurisdicción como la función del Estado de administrar justicia a través de órganos especializados. 3) Examina las divisiones tradicionales de la jurisdicción, señalando que la única división válida es entre jurisdicción contenciosa y no contenciosa.
1) El documento explica el concepto de jurisdicción, su evolución histórica y sus elementos característicos. 2) Define la jurisdicción como la función del Estado de administrar justicia a través de órganos especializados. 3) Examina las divisiones tradicionales de la jurisdicción, señalando que la única división válida es entre jurisdicción contenciosa y no contenciosa.
1) El documento explica el concepto de jurisdicción, su evolución histórica y sus elementos característicos. 2) Define la jurisdicción como la función del Estado de administrar justicia a través de órganos especializados. 3) Examina las divisiones tradicionales de la jurisdicción, señalando que la única división válida es entre jurisdicción contenciosa y no contenciosa.
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JURISDICCIÓN
Antes de hablar específicamente de la jurisdicción primeramente es importante
dar a conocer su evolución. La palabra jurisdicción proviene del latín iurisdictio, que se forma de la locución ius dicere, la cual literalmente significa “decir o indicar el derecho”. Este significado etimológico no nos permite determinar el carácter específico de la jurisdicción, pues si bien es cierto que, en ejercicio de la función jurisdiccional, el juzgador “dice el derecho” en la sentencia, también lo es que, en ejercicio de la función legislativa y de la función administrativa, el órgano legislativo y el agente de la administración pública también “dicen el derecho” en la ley y en el acto administrativo, respectivamente (Favela, 2016). En el derecho romano en el que, como es obvio, no rigió el principio moderno de la división de poderes la iurisdictio era una más de las funciones de los magistrados. Entre dichas funciones se distinguían tres diversas potestades: el imperium, la iurisdictio y el imperium mixtum. El primero era otorgado a los altos magistrados mediante la lex de imperio, y daba a estos el derecho de coerción, es decir, la facultad de utilizar la fuerza pública para ejecutar sus determinaciones. Valiéndonos de los párrafos anteriores, definimos a la jurisdicción como la soberanía del Estado, aplicada por conducto del órgano especial a la función de administrar justicia, principalmente para la realización o garantía del derecho objetivo y de la libertad y de la dignidad humanas, y secundariamente para la composición de los litigios o para dar certeza jurídica a los derechos subjetivos, o para investigar y sancionar los delitos e ilícitos de toda clase o adoptar medidas de seguridad ante ellos, mediante la aplicación de la ley a casos concretos, de acuerdo con determinados procedimientos y mediante decisiones obligatorias (Echandía, 1984) 1. Como ámbito territorial No solo en la práctica forense se suele incurrir en el error de confundir la jurisdicción que es una función con el ámbito territorial dentro del cual se puede ejercer dicha función; también las propias leyes procesales llegan a incurrir en este error. 2. Como sinónimo de competencia Este segundo significado es producto, también, de una confusión. A reserva de analizar más adelante el tema de la competencia, desde ahora debemos advertir que no se deben confundir estos dos conceptos: la expresión jurisdicción designa la naturaleza de la función propia del juzgador; en cambio, la competencia es un concepto que se aplica a todos los órganos del Estado y no solo a los jurisdiccionales, para indicar la esfera o el ámbito espacial, material, personal, etc.– dentro del cual aquellos pueden ejercer válidamente las funciones que les son propias. 3. Como conjunto de órganos jurisdiccionales pertenecientes a un mismo sistema o con competencia en la misma materia En el primer sentido, se suele aludir a la jurisdicción o justicia federal, la jurisdicción o justicia local o estatal, etc.; en el segundo, a la jurisdicción militar, la jurisdicción del trabajo, la jurisdicción administrativa, etc. Esta es una acepción que se da por extensión a la palabra que estamos examinando. 4. Como función pública de hacer justicia Este es, de acuerdo con Couture, el sentido técnico y preciso del vocablo jurisdicción. La jurisdicción es, pues, una función pública, una función de los órganos del Estado. Jurisdicción y otras funciones del Estado Desde ahora debemos aclarar que el concepto de jurisdicción, al igual que los de acción y de proceso, tiene una relatividad histórica, según lo puso de manifiesto Calamandrei, ya que no podría encontrarse una definición absoluta, que fuese válida para todos los tiempos y para todos los pueblos. Vamos a referimos al concepto de jurisdicción dentro del Estado democrático de derecho contemporáneo. Pero para poder determinar dicho concepto estimamos pertinente analizar previamente las diferencias de la jurisdicción respecto a las demás funciones del Estado (Favela, 2016). La distinción entre la función legislativa, por un lado, y las funciones jurisdiccionales y ejecutiva, por el otro, es relativamente sencilla, si se toma en cuenta la muy diferente naturaleza de los actos que resultan de cada una de ellas. A través de la función legislativa se van a crear normas jurídicas generales, abstractas e impersonales, a las que se denomina leyes. Dentro de los Estados democráticos de derecho, solo se da el nombre de ley a las normas jurídicas generales expedidas por el órgano legislativo – congreso, asamblea o parlamento–, que reúne a representantes electos por medio del voto popular. La jurisdicción es, en primer término, una función que desempeñan órganos del Estado; una función pública. Tiene razón Couture cuando señala que las definiciones que conciben a la jurisdicción como una “potestad”, un “poder” o una “facultad”, contemplan solo uno de sus aspectos y no toman en cuenta que, además del conjunto de poderes o facultades que implica la jurisdicción, esta también impone, a los órganos que la ejercen, un conjunto de deberes. ELEMENTOS QUE CARACTERIZAN LA JURISDICCIÓN Según José Ovalle Favela, estos elementos serian: 1. Elementos subjetivos En la función jurisdiccional intervienen tres sujetos principales: el juzgador, que es el titular de la función, y las dos partes: la que pretende (actora o acusadora) y aquella contra quien se pretende (demandada o acusada). Una condición esencial para el ejercicio de la función jurisdiccional, según hemos visto, es la independencia institucional del juzgador o, al menos, su autonomía funcional. Asimismo, una condición indispensable para que se ponga en movimiento la función jurisdiccional consiste en que la parte actora o acusadora ejerza la acción ante el juzgador. 2. Elemento objetivo El objeto sobre el cual se ejerce la jurisdicción es un litigio o conflicto entre partes de trascendencia jurídica. Este litigio normalmente se manifiesta por la pretensión de una de las partes y la resistencia de la otra; sin embargo, también puede llegar a no manifestarse, cuando el demandado no comparece a expresar su resistencia. Pero, aun en este último caso el juzgador debe ejercer su función partiendo del supuesto de la existencia del litigio. 3. Elemento estructural Ya hemos señalado que la función jurisdiccional solo se puede desarrollar a través del proceso. La función administrativa no requiere necesariamente una secuencia de actos para su ejercicio; pero cuando esta secuencia llega a darse, será solo un procedimiento administrativo y no un proceso. 4. Cualidad del resultado La sentencia que pronuncia el juzgador en ejercicio de la función jurisdiccional, una vez concluidas o no utilizadas oportunamente las impugnaciones, obtiene una cualidad que solo ella puede lograr: la autoridad de la cosa juzgada. DIVISIONES DE LA JURISDICCIÓN La jurisdicción, en tanto función pública de impartir justicia conforme a derecho, no es susceptible de ser dividida ni clasificada. La función de conocer y juzgar los litigios y de ejecutar lo juzgado es esencialmente la misma, cualquiera que sea la rama del derecho sustantivo que se aplique a través de dicha función. Sin embargo, diversos sectores de la doctrina suelen formular algunas divisiones o clasificaciones que, más que referirse a la función jurisdiccional en sí misma, conciernen a los órganos que la ejercen, a la materia sobre la que recae o al ámbito en el que se debe desarrollar. Vamos a aludir brevemente a algunas de esas divisiones. 1. Jurisdicción contenciosa y voluntaria Esta división tradicional pretende distinguir la jurisdicción en contenciosa y voluntaria, según que aquella recaiga o no sobre un litigio. Ya hemos visto que la finalidad de la jurisdicción es la resolución de litigios, mediante la aplicación del derecho y de criterios de justicia; y que el elemento objetivo de la función jurisdiccional consiste precisamente en el litigio sobre el que se ejerce dicha función. De acuerdo con esta caracterización de la función jurisdiccional, es claro que la llamada jurisdicción voluntaria no tiene, en modo alguno, naturaleza jurisdiccional, ya que carece de la finalidad y del elemento objetivo propios de esta función pública. Por tal razón, tanto Alcalá-Zamora como Couture han advertido que la jurisdicción voluntaria no es jurisdicción ni es voluntaria. No es jurisdicción, porque no se ejerce sobre un litigio; ni es voluntaria, porque normalmente la promoción de los procedimientos denominados de jurisdicción voluntaria no obedece a la libre voluntad del interesado, sino que viene impuesta por la ley. . Si, por un lado, la llamada jurisdicción voluntaria no tiene, en sentido estricto, carácter jurisdiccional ni voluntario y, por el otro, la jurisdicción es una función que se ejerce para resolver conflictos, y en este sentido siempre es contenciosa, esta división tradicional carece de justificación. 2. Jurisdicción forzosa y prorrogable Por jurisdicción forzosa se suele entender aquella competencia de los órganos jurisdiccionales que no puede ser alterada ni modificada por acuerdo expreso ni por sumisión tácita de las partes. Es una “jurisdicción improrrogable”. La regla general es que la competencia de los órganos jurisdiccionales no puede ser modificada ni ampliada por acuerdo expreso ni por sumisión tácita de las partes; es decir, que es forzosa o improrrogable. Solo en aquellos casos excepcionales que la ley autoriza de manera expresa, se admite la llamada prórroga de jurisdicción 3. Jurisdicción retenida y delegada Esta clasificación de la jurisdicción corresponde a la época de la monarquía absoluta, cuando el rey concentraba la mayor parte de las funciones públicas y no regía el principio de la división de poderes. Entonces el monarca podía ejercer la jurisdicción de dos modos: retenida, es decir, personalmente, o delegada, por medio de otros funcionarios. De acuerdo con esta clasificación, los llamados tribunales de justicia retenida son aquellos que carecen de autonomía respecto de la administración pública y se limitan a formular proyectos de decisión que someten a la aprobación de la propia administración. En cambio, los tribunales de justicia delegada son los que poseen autonomía respecto de la administración y se encuentran facultados para pronunciar sus propias sentencias. En rigor, los llamados tribunales de justicia retenida no son tribunales, ya que carecen de autonomía y esta es una condición indispensable en el órgano que ejerce la jurisdicción. 4. Jurisdicción ordinaria, especial y extraordinaria Esta es otra clasificación que se basa en el tipo de competencia de los órganos jurisdiccionales. Así, se suele entender por: a) Jurisdicción ordinaria o común: la que ejercen los juzgadores que tienen competencia para conocer de la generalidad de los litigios. b) Jurisdicción especial: la que compete a los juzgadores para conocer de cierta clase de litigios. c) Jurisdicción extraordinaria: la que se atribuye a órganos creados ex profeso para conocer de uno o más litigios concretos y determinados. Como se puede advertir, esta es una clasificación convencional con un valor muy relativo. Durante algún tiempo se consideró que la jurisdicción penal y la jurisdicción civil eran las jurisdicciones ordinarias o comunes, al paso que las nuevas jurisdicciones que fueron surgiendo, como la constitucional, la laboral y la administrativa, eran jurisdicciones especiales. Posiblemente todavía pueda afirmarse que la jurisdicción penal es la ordinaria frente a la militar, que es especial. Límites de la jurisdicción La función jurisdiccional suele tener dos tipos de límites: a) los objetivos, que se determinan por la clase de litigios de los que pueden conocer los juzgadores de acuerdo con su competencia, y b) los subjetivos, que derivan de la situación jurídica en que se encuentran determinadas personas. Los límites subjetivos de la jurisdicción se manifiestan, en forma preponderante aunque no exclusiva, en el derecho procesal penal, a través de la institución conocida como inmunidad. Esta es solo un obstáculo transitorio para el ejercicio de la jurisdicción, establecido en favor de determinadas personas por la función que desempeñan, el cual puede dejar de existir al término del encargo, o bien puede ser removido antes de este por el órgano competente para ello. COMPETENCIA Mucho se suele confundir la competencia con la jurisdicción; por eso, es menester hacer una diferencia concisa, bien decía (Lara, 2012) “la jurisdicción es una función del Estado; pero en cambio, la competencia es el límite de esa función”, contribuyendo a esa diferenciación, (Echandía, 1984) mencionaba que “la jurisdicción es el género, mientras tanto la competencia es la especie”. La competencia es una condición que deben satisfacer no solo los juzgadores, sino todas las autoridades. Por la misma razón, la competencia debe estar señalada en la ley. Con todo acierto, Ignacio L. Vallarta entendía la competencia como “la suma de facultades que la ley da (a una autoridad) para ejercer ciertas atribuciones” (Favela, 2016) Si aplicamos este concepto al derecho procesal, podemos afirmar que en este campo la competencia es la suma de facultades que la ley da al juzgador para ejercer su jurisdicción en determinado tipo de litigios o conflictos. El juzgador, por el solo hecho de serlo, es titular de la función jurisdiccional, pero no puede ejercerla en cualquier tipo de litigios, sino solo en aquellos para los que está facultado por la ley; es decir, en aquellos en los que es competente. La competencia del órgano jurisdiccional forma parte del concepto del derecho al juez natural, el cual consiste en el derecho que toda persona tiene para ser juzgada por tribunales competentes, previamente establecidos en la ley, independientes e imparciales. La competencia es también un presupuesto procesal, es decir, una condición esencial para que se pueda constituir y desarrollar válidamente el proceso. Por esta razón, independientemente de los derechos que las partes tienen para cuestionar la competencia, el propio juzgador debe verificar, en cada litigio que se le plantee, si tiene o no competencia para conocer de él. Si considera que no tiene competencia, el juzgador, de oficio, debe negarse a conocer del litigio (Favela, 2016) Criterios o factores para determinar la competencia Para llegar a establecer cuándo un litigio concreto queda o no dentro de aquellos que puede conocer un juzgador, es decir, dentro de los asuntos de su competencia, las leyes procesales señalan ciertos factores a los que se conoce comúnmente como criterios para determinar la competencia, “La competencia de los tribunales se determinará por la materia, la cuantía, el grado y el territorio.” Estos cuatro factores constituyen los criterios fundamentales, en virtud de que son los que normalmente se toman en cuenta para determinar la competencia. Al lado de estos cuatro criterios fundamentales existen otros que eventualmente influyen sobre la competencia del juzgador, a los que podemos calificar de complementarios: la prevención, la atracción y la conexidad. Por último, también el turno, pero este, en sentido estricto, no es un criterio para determinar la competencia, sino solo un orden interno de distribución de los asuntos que ingresan, el cual no afecta, en modo alguno, la competencia de los órganos jurisdiccionales. A todos ellos nos referiremos brevemente. Materia Este criterio se basa en el contenido de las normas sustantivas que regulan el litigio o conflicto sometido al proceso. El criterio de la materia también nos permite determinar cuándo un litigio debe ser sometido a los tribunales del trabajo, a los tribunales administrativos o a los tribunales agrarios. Cuantía El criterio de la cuantía o del valor toma en cuenta el quantum, la cantidad en la que se puede estimar el valor del litigio. En materia penal este quantum se traduce en la clase y dimensión de la pena aplicable; en materia civil, la cuantía del litigio suele medirse por su valor pecuniario. Grado Normalmente el ejercicio de la función jurisdiccional no se agota con una sola cognición; es decir, con el conocimiento y la decisión del litigio por parte de un solo juzgador. Tomando en cuenta que el o los titulares del órgano jurisdiccional son seres humanos y, por tanto, seres susceptibles de equivocarse, las leyes procesales regularmente establecen la posibilidad de que la primera decisión sobre el litigio sea sometida a una revisión por parte de un juzgador de superior jerarquía, con el fin de que determine si dicha decisión fue dictada con apego o no a derecho y, por consiguiente, si debe o no confirmarse o convalidarse. A cada cognición del litigio por un juzgador se le denomina grado o instancia. Así, se afirma que un proceso se encuentra en la primera instancia o en el primer grado de conocimiento cuando está siendo conocido, por vez primera, por un juzgador. A este se le denomina juzgador de primera instancia o de primer grado. La segunda instancia o el segundo grado se inicia, por regla, cuando la parte afectada por la decisión del juzgador de primera instancia interpone el recurso que proceda contra tal decisión. Este recurso generalmente recibe el nombre de apelación. También cabe la posibilidad de que las leyes procesales prevean un tercer grado de conocimiento, que se inicia con el recurso de casación o con el amparo. El grado o instancia es un criterio para determinar la competencia, según que un litigio determinado haya sido sometido o no al conocimiento de un juez. Territorio Desarrollando esto a groso modo como menciona (Favela, 2016) “el territorio es el ámbito espacial dentro del cual el juzgador puede ejercer válidamente su función jurisdiccional. Este ámbito espacial recibe diferentes denominaciones: circuito, distrito, partido judicial, etcétera; en distintos países la denominación varia”. Atracción El fenómeno de la atracción se manifiesta particularmente en el derecho procesal civil. Consiste en la acumulación que debe realizarse de los juicios singulares que se sigan contra una persona, al juicio universal que se promueva en caso de que dicha persona fallezca (juicio sucesorio), o sea declarada en estado de insolvencia (juicio de concurso civil). En la disciplina mencionada, los juicios se clasifican en singulares, cuando versan sobre uno o más derechos o bienes determinados, y en universales, cuando afectan la totalidad del patrimonio de una persona, salvo los bienes que deban excluirse conforme a las leyes. Conexidad Este fenómeno se presenta cuando dos o más litigios distintos, sometidos a procesos diversos, se vinculan por provenir de la misma causa o relación jurídica sustantiva (conexidad objetiva); o porque en ellos intervienen las mismas partes (conexidad subjetiva). Para evitar que sobre los litigios conexos se dicten sentencias distintas, por separado, y que estas lleguen a ser contrarias o contradictorias, procede la acumulación de los procesos en los que se tramiten tales litigios, con la finalidad de que, aun cuando se sigan sustanciando “por cuerda separada”, se resuelvan en una sola sentencia. La acumulación se suele hacer del proceso más reciente al más antiguo. El fenómeno de la conexidad, además de producir la acumulación de los procesos, determina que la competencia para conocer del segundo o de los ulteriores procesos se desplace hacia el juzgador que se encuentra conociendo del primer proceso. En materia penal, el juzgador del primer proceso es el que conozca “de las diligencias más antiguas”. Prevención La prevención es un criterio complementario y subsidiario para determinar la competencia, pues se suele recurrir a él cuando, de acuerdo con los criterios anteriores, varios jueces resultan ser competentes para conocer en forma simultánea del mismo asunto; entonces se afirma que será competente el que haya prevenido en la causa, es decir, el que haya conocido primero. Turno Se denomina turno al orden o modo de distribución interno de las demandas o los asuntos que ingresan, cuando en un lugar determinado existen dos o más juzgadores con la misma competencia. El turno se puede llevar a cabo por periodos (horas, días, semanas, etc.), por orden de ingreso, por programas automatizados, etc. Como lo indicamos al principio, estimamos que el turno es solo un orden o método interno de distribución de los asuntos entre juzgadores con la misma competencia; pero no es, en sentido estricto, un criterio para determinar la competencia, ni fundamental ni complementario. El presupuesto de este método interno de distribución del trabajo es precisamente la existencia de varios juzgadores con la misma competencia. Estos juzgadores no dejarían de ser competentes por los errores que llegaren a cometerse en el turno. Dichos errores no afectarían la competencia, aunque podrían dar lugar a la aplicación de las sanciones correspondientes al responsable del error. Cuestiones y conflictos de competencia Ya indicamos anteriormente que como la competencia es un presupuesto de validez del proceso, el propio juzgador tiene el deber de verificar, en cada litigio que se le plantee, si tiene o no competencia para conocer del mismo; y si considera que es incompetente, de oficio debe negarse a conocer del litigio. Con independencia de este deber del juzgador, las partes tienen el derecho de impugnar, de objetar, de cuestionar la competencia de aquel. Se suelen denominar cuestiones de competencia los medios a través de los cuales las partes objetan la competencia del juzgador. Tradicionalmente estos medios o vías han sido dos: la declinatoria y la inhibitoria. La declinatoria es una vía de impugnación directa, ya que se promueve ante el juzgador que está conociendo del litigio, pidiéndole que se abstenga del conocimiento del mismo y remita el expediente al juzgador que se estima competente. En cambio, la inhibitoria es una vía indirecta, en virtud de que se promueve ante el juzgador que no está conociendo del litigio pero que se estima competente para conocerlo, pidiéndole que dirija oficio al que está conociendo del litigio y se considera incompetente, a fin de que se inhiba o deje de conocer del asunto y remita el expediente al primero. Normalmente las leyes procesales facultan a los juzgadores para que resuelvan, ante la cuestión de competencia planteada, si se consideran o no competentes. Por ejemplo, el propio juzgador ante el que se promueve la declinatoria debe resolver si se considera o no competente para seguir conociendo del litigio. Solo en caso de que se declare incompetente, remitirá el expediente al juzgador que se estime competente, el cual, a su vez, debe resolver si efectivamente es o no competente. En caso afirmativo, conocerá del proceso. Pero en caso de que el segundo juzgador determine que tampoco es competente, la cuestión de competencia promovida por una de las partes dejará de serlo y se convertirá en un conflicto o contienda de competencia entre los dos juzgadores que niegan tener competencia respecto del mismo asunto (conflicto de competencia negativo). Asimismo, el juzgador ante el que se promueve la inhibitoria debe resolver, en primer término, si se considera o no competente para conocer del litigio de que se trate. Solo si estima que es competente dirigirá el oficio inhibitorio al juzgador que esté conociendo del litigio, el cual, a su vez, deberá determinar si es o no competente. Si estima que no es competente, remitirá el expediente al juzgador que le dirigió el oficio. Pero si se considera competente, la cuestión de competencia se convertirá en un conflicto o contienda de competencia entre los dos juzgadores que afirman tener competencia para conocer del mismo asunto (conflicto de competencia positivo). En el trámite tanto de la declinatoria como de la inhibitoria, en cumplimiento del principio de contradicción, se da la intervención que corresponde a la contraparte de quien promovió la cuestión de competencia. De acuerdo con lo que hemos expuesto, los conflictos de competencia se presentan cuando dos juzgadores se declaran competentes (conflicto positivo) o incompetentes (conflicto negativo) para conocer del mismo asunto. Si el conflicto de competencia se plantea ante dos juzgadores que tengan como superior jerárquico al mismo tribunal, será este el competente para resolverlo (Favela, 2016) Por último, cabe señalar que, por regla general, las actuaciones llevadas a cabo por un juzgador declarado incompetente son nulas. Esta regla general, como tal, admite las excepciones que las propias leyes procesales señalan.