1 Jurisdicción

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JURISDICCIÓN

Antes de hablar específicamente de la jurisdicción primeramente es importante


dar a conocer su evolución.
La palabra jurisdicción proviene del latín iurisdictio, que se forma de la locución
ius dicere, la cual literalmente significa “decir o indicar el derecho”. Este significado
etimológico no nos permite determinar el carácter específico de la jurisdicción, pues si
bien es cierto que, en ejercicio de la función jurisdiccional, el juzgador “dice el derecho”
en la sentencia, también lo es que, en ejercicio de la función legislativa y de la función
administrativa, el órgano legislativo y el agente de la administración pública también
“dicen el derecho” en la ley y en el acto administrativo, respectivamente (Favela, 2016).
En el derecho romano en el que, como es obvio, no rigió el principio moderno de
la división de poderes la iurisdictio era una más de las funciones de los magistrados. Entre
dichas funciones se distinguían tres diversas potestades: el imperium, la iurisdictio y el
imperium mixtum. El primero era otorgado a los altos magistrados mediante la lex de
imperio, y daba a estos el derecho de coerción, es decir, la facultad de utilizar la fuerza
pública para ejecutar sus determinaciones.
Valiéndonos de los párrafos anteriores, definimos a la jurisdicción como la
soberanía del Estado, aplicada por conducto del órgano especial a la función de
administrar justicia, principalmente para la realización o garantía del derecho objetivo y
de la libertad y de la dignidad humanas, y secundariamente para la composición de los
litigios o para dar certeza jurídica a los derechos subjetivos, o para investigar y sancionar
los delitos e ilícitos de toda clase o adoptar medidas de seguridad ante ellos, mediante la
aplicación de la ley a casos concretos, de acuerdo con determinados procedimientos y
mediante decisiones obligatorias (Echandía, 1984)
1. Como ámbito territorial
No solo en la práctica forense se suele incurrir en el error de confundir la jurisdicción que
es una función con el ámbito territorial dentro del cual se puede ejercer dicha función;
también las propias leyes procesales llegan a incurrir en este error.
2. Como sinónimo de competencia
Este segundo significado es producto, también, de una confusión. A reserva de analizar
más adelante el tema de la competencia, desde ahora debemos advertir que no se deben
confundir estos dos conceptos: la expresión jurisdicción designa la naturaleza de la
función propia del juzgador; en cambio, la competencia es un concepto que se aplica a
todos los órganos del Estado y no solo a los jurisdiccionales, para indicar la esfera o el
ámbito espacial, material, personal, etc.– dentro del cual aquellos pueden ejercer
válidamente las funciones que les son propias.
3. Como conjunto de órganos jurisdiccionales pertenecientes a un mismo sistema o
con competencia en la misma materia
En el primer sentido, se suele aludir a la jurisdicción o justicia federal, la
jurisdicción o justicia local o estatal, etc.; en el segundo, a la jurisdicción militar, la
jurisdicción del trabajo, la jurisdicción administrativa, etc. Esta es una acepción que se da
por extensión a la palabra que estamos examinando.
4. Como función pública de hacer justicia
Este es, de acuerdo con Couture, el sentido técnico y preciso del vocablo
jurisdicción. La jurisdicción es, pues, una función pública, una función de los órganos del
Estado.
Jurisdicción y otras funciones del Estado
Desde ahora debemos aclarar que el concepto de jurisdicción, al igual que los de
acción y de proceso, tiene una relatividad histórica, según lo puso de manifiesto
Calamandrei, ya que no podría encontrarse una definición absoluta, que fuese válida para
todos los tiempos y para todos los pueblos. Vamos a referimos al concepto de jurisdicción
dentro del Estado democrático de derecho contemporáneo. Pero para poder determinar
dicho concepto estimamos pertinente analizar previamente las diferencias de la
jurisdicción respecto a las demás funciones del Estado (Favela, 2016).
La distinción entre la función legislativa, por un lado, y las funciones
jurisdiccionales y ejecutiva, por el otro, es relativamente sencilla, si se toma en cuenta la
muy diferente naturaleza de los actos que resultan de cada una de ellas. A través de la
función legislativa se van a crear normas jurídicas generales, abstractas e impersonales, a
las que se denomina leyes. Dentro de los Estados democráticos de derecho, solo se da el
nombre de ley a las normas jurídicas generales expedidas por el órgano legislativo –
congreso, asamblea o parlamento–, que reúne a representantes electos por medio del voto
popular.
La jurisdicción es, en primer término, una función que desempeñan órganos del
Estado; una función pública. Tiene razón Couture cuando señala que las definiciones que
conciben a la jurisdicción como una “potestad”, un “poder” o una “facultad”, contemplan
solo uno de sus aspectos y no toman en cuenta que, además del conjunto de poderes o
facultades que implica la jurisdicción, esta también impone, a los órganos que la ejercen,
un conjunto de deberes.
ELEMENTOS QUE CARACTERIZAN LA JURISDICCIÓN
Según José Ovalle Favela, estos elementos serian:
1. Elementos subjetivos
En la función jurisdiccional intervienen tres sujetos principales: el juzgador, que
es el titular de la función, y las dos partes: la que pretende (actora o acusadora) y aquella
contra quien se pretende (demandada o acusada). Una condición esencial para el ejercicio
de la función jurisdiccional, según hemos visto, es la independencia institucional del
juzgador o, al menos, su autonomía funcional. Asimismo, una condición indispensable
para que se ponga en movimiento la función jurisdiccional consiste en que la parte actora
o acusadora ejerza la acción ante el juzgador.
2. Elemento objetivo
El objeto sobre el cual se ejerce la jurisdicción es un litigio o conflicto entre partes
de trascendencia jurídica. Este litigio normalmente se manifiesta por la pretensión de una
de las partes y la resistencia de la otra; sin embargo, también puede llegar a no
manifestarse, cuando el demandado no comparece a expresar su resistencia. Pero, aun en
este último caso el juzgador debe ejercer su función partiendo del supuesto de la
existencia del litigio.
3. Elemento estructural
Ya hemos señalado que la función jurisdiccional solo se puede desarrollar a través
del proceso. La función administrativa no requiere necesariamente una secuencia de actos
para su ejercicio; pero cuando esta secuencia llega a darse, será solo un procedimiento
administrativo y no un proceso.
4. Cualidad del resultado
La sentencia que pronuncia el juzgador en ejercicio de la función jurisdiccional,
una vez concluidas o no utilizadas oportunamente las impugnaciones, obtiene una
cualidad que solo ella puede lograr: la autoridad de la cosa juzgada.
DIVISIONES DE LA JURISDICCIÓN
La jurisdicción, en tanto función pública de impartir justicia conforme a derecho,
no es susceptible de ser dividida ni clasificada. La función de conocer y juzgar los litigios
y de ejecutar lo juzgado es esencialmente la misma, cualquiera que sea la rama del
derecho sustantivo que se aplique a través de dicha función. Sin embargo, diversos
sectores de la doctrina suelen formular algunas divisiones o clasificaciones que, más que
referirse a la función jurisdiccional en sí misma, conciernen a los órganos que la ejercen,
a la materia sobre la que recae o al ámbito en el que se debe desarrollar. Vamos a aludir
brevemente a algunas de esas divisiones.
1. Jurisdicción contenciosa y voluntaria
Esta división tradicional pretende distinguir la jurisdicción en contenciosa y
voluntaria, según que aquella recaiga o no sobre un litigio. Ya hemos visto que la finalidad
de la jurisdicción es la resolución de litigios, mediante la aplicación del derecho y de
criterios de justicia; y que el elemento objetivo de la función jurisdiccional consiste
precisamente en el litigio sobre el que se ejerce dicha función.
De acuerdo con esta caracterización de la función jurisdiccional, es claro que la
llamada jurisdicción voluntaria no tiene, en modo alguno, naturaleza jurisdiccional, ya
que carece de la finalidad y del elemento objetivo propios de esta función pública. Por tal
razón, tanto Alcalá-Zamora como Couture han advertido que la jurisdicción voluntaria no
es jurisdicción ni es voluntaria. No es jurisdicción, porque no se ejerce sobre un litigio;
ni es voluntaria, porque normalmente la promoción de los procedimientos denominados
de jurisdicción voluntaria no obedece a la libre voluntad del interesado, sino que viene
impuesta por la ley. .
Si, por un lado, la llamada jurisdicción voluntaria no tiene, en sentido estricto, carácter
jurisdiccional ni voluntario y, por el otro, la jurisdicción es una función que se ejerce para
resolver conflictos, y en este sentido siempre es contenciosa, esta división tradicional
carece de justificación.
2. Jurisdicción forzosa y prorrogable
Por jurisdicción forzosa se suele entender aquella competencia de los órganos
jurisdiccionales que no puede ser alterada ni modificada por acuerdo expreso ni por
sumisión tácita de las partes. Es una “jurisdicción improrrogable”. La regla general es que
la competencia de los órganos jurisdiccionales no puede ser modificada ni ampliada por
acuerdo expreso ni por sumisión tácita de las partes; es decir, que es forzosa o
improrrogable.
Solo en aquellos casos excepcionales que la ley autoriza de manera expresa, se admite
la llamada prórroga de jurisdicción
3. Jurisdicción retenida y delegada
Esta clasificación de la jurisdicción corresponde a la época de la monarquía absoluta,
cuando el rey concentraba la mayor parte de las funciones públicas y no regía el principio
de la división de poderes. Entonces el monarca podía ejercer la jurisdicción de dos modos:
retenida, es decir, personalmente, o delegada, por medio de otros funcionarios.
De acuerdo con esta clasificación, los llamados tribunales de justicia retenida son
aquellos que carecen de autonomía respecto de la administración pública y se limitan a
formular proyectos de decisión que someten a la aprobación de la propia administración.
En cambio, los tribunales de justicia delegada son los que poseen autonomía respecto de
la administración y se encuentran facultados para pronunciar sus propias sentencias. En
rigor, los llamados tribunales de justicia retenida no son tribunales, ya que carecen de
autonomía y esta es una condición indispensable en el órgano que ejerce la jurisdicción.
4. Jurisdicción ordinaria, especial y extraordinaria
Esta es otra clasificación que se basa en el tipo de competencia de los órganos
jurisdiccionales. Así, se suele entender por:
a) Jurisdicción ordinaria o común: la que ejercen los juzgadores que tienen
competencia para conocer de la generalidad de los litigios.
b) Jurisdicción especial: la que compete a los juzgadores para conocer de cierta
clase de litigios.
c) Jurisdicción extraordinaria: la que se atribuye a órganos creados ex profeso
para conocer de uno o más litigios concretos y determinados.
Como se puede advertir, esta es una clasificación convencional con un valor muy
relativo. Durante algún tiempo se consideró que la jurisdicción penal y la jurisdicción
civil eran las jurisdicciones ordinarias o comunes, al paso que las nuevas jurisdicciones
que fueron surgiendo, como la constitucional, la laboral y la administrativa, eran
jurisdicciones especiales. Posiblemente todavía pueda afirmarse que la jurisdicción penal
es la ordinaria frente a la militar, que es especial.
Límites de la jurisdicción
La función jurisdiccional suele tener dos tipos de límites: a) los objetivos, que se
determinan por la clase de litigios de los que pueden conocer los juzgadores de acuerdo
con su competencia, y b) los subjetivos, que derivan de la situación jurídica en que se
encuentran determinadas personas.
Los límites subjetivos de la jurisdicción se manifiestan, en forma preponderante
aunque no exclusiva, en el derecho procesal penal, a través de la institución conocida
como inmunidad. Esta es solo un obstáculo transitorio para el ejercicio de la jurisdicción,
establecido en favor de determinadas personas por la función que desempeñan, el cual
puede dejar de existir al término del encargo, o bien puede ser removido antes de este por
el órgano competente para ello.
COMPETENCIA
Mucho se suele confundir la competencia con la jurisdicción; por eso, es menester
hacer una diferencia concisa, bien decía (Lara, 2012) “la jurisdicción es una función del
Estado; pero en cambio, la competencia es el límite de esa función”, contribuyendo a esa
diferenciación, (Echandía, 1984) mencionaba que “la jurisdicción es el género, mientras
tanto la competencia es la especie”.
La competencia es una condición que deben satisfacer no solo los juzgadores, sino
todas las autoridades. Por la misma razón, la competencia debe estar señalada en la ley.
Con todo acierto, Ignacio L. Vallarta entendía la competencia como “la suma de
facultades que la ley da (a una autoridad) para ejercer ciertas atribuciones” (Favela, 2016)
Si aplicamos este concepto al derecho procesal, podemos afirmar que en este campo la
competencia es la suma de facultades que la ley da al juzgador para ejercer su jurisdicción
en determinado tipo de litigios o conflictos. El juzgador, por el solo hecho de serlo, es
titular de la función jurisdiccional, pero no puede ejercerla en cualquier tipo de litigios,
sino solo en aquellos para los que está facultado por la ley; es decir, en aquellos en los
que es competente.
La competencia del órgano jurisdiccional forma parte del concepto del derecho al
juez natural, el cual consiste en el derecho que toda persona tiene para ser juzgada por
tribunales competentes, previamente establecidos en la ley, independientes e imparciales.
La competencia es también un presupuesto procesal, es decir, una condición esencial para
que se pueda constituir y desarrollar válidamente el proceso. Por esta razón,
independientemente de los derechos que las partes tienen para cuestionar la competencia,
el propio juzgador debe verificar, en cada litigio que se le plantee, si tiene o no
competencia para conocer de él. Si considera que no tiene competencia, el juzgador, de
oficio, debe negarse a conocer del litigio (Favela, 2016)
Criterios o factores para determinar la competencia
Para llegar a establecer cuándo un litigio concreto queda o no dentro de aquellos
que puede conocer un juzgador, es decir, dentro de los asuntos de su competencia, las
leyes procesales señalan ciertos factores a los que se conoce comúnmente como criterios
para determinar la competencia, “La competencia de los tribunales se determinará por la
materia, la cuantía, el grado y el territorio.”
Estos cuatro factores constituyen los criterios fundamentales, en virtud de que son
los que normalmente se toman en cuenta para determinar la competencia. Al lado de estos
cuatro criterios fundamentales existen otros que eventualmente influyen sobre la
competencia del juzgador, a los que podemos calificar de complementarios: la
prevención, la atracción y la conexidad. Por último, también el turno, pero este, en sentido
estricto, no es un criterio para determinar la competencia, sino solo un orden interno de
distribución de los asuntos que ingresan, el cual no afecta, en modo alguno, la
competencia de los órganos jurisdiccionales. A todos ellos nos referiremos brevemente.
Materia
Este criterio se basa en el contenido de las normas sustantivas que regulan el litigio
o conflicto sometido al proceso.
El criterio de la materia también nos permite determinar cuándo un litigio debe ser
sometido a los tribunales del trabajo, a los tribunales administrativos o a los tribunales
agrarios.
Cuantía
El criterio de la cuantía o del valor toma en cuenta el quantum, la cantidad en la
que se puede estimar el valor del litigio. En materia penal este quantum se traduce en la
clase y dimensión de la pena aplicable; en materia civil, la cuantía del litigio suele medirse
por su valor pecuniario.
Grado
Normalmente el ejercicio de la función jurisdiccional no se agota con una sola
cognición; es decir, con el conocimiento y la decisión del litigio por parte de un solo
juzgador. Tomando en cuenta que el o los titulares del órgano jurisdiccional son seres
humanos y, por tanto, seres susceptibles de equivocarse, las leyes procesales regularmente
establecen la posibilidad de que la primera decisión sobre el litigio sea sometida a una
revisión por parte de un juzgador de superior jerarquía, con el fin de que determine si
dicha decisión fue dictada con apego o no a derecho y, por consiguiente, si debe o no
confirmarse o convalidarse. A cada cognición del litigio por un juzgador se le denomina
grado o instancia.
Así, se afirma que un proceso se encuentra en la primera instancia o en el primer
grado de conocimiento cuando está siendo conocido, por vez primera, por un juzgador. A
este se le denomina juzgador de primera instancia o de primer grado. La segunda instancia
o el segundo grado se inicia, por regla, cuando la parte afectada por la decisión del
juzgador de primera instancia interpone el recurso que proceda contra tal decisión. Este
recurso generalmente recibe el nombre de apelación. También cabe la posibilidad de que
las leyes procesales prevean un tercer grado de conocimiento, que se inicia con el recurso
de casación o con el amparo.
El grado o instancia es un criterio para determinar la competencia, según que un litigio
determinado haya sido sometido o no al conocimiento de un juez.
Territorio
Desarrollando esto a groso modo como menciona (Favela, 2016) “el territorio es
el ámbito espacial dentro del cual el juzgador puede ejercer válidamente su función
jurisdiccional. Este ámbito espacial recibe diferentes denominaciones: circuito, distrito,
partido judicial, etcétera; en distintos países la denominación varia”.
Atracción
El fenómeno de la atracción se manifiesta particularmente en el derecho procesal
civil. Consiste en la acumulación que debe realizarse de los juicios singulares que se sigan
contra una persona, al juicio universal que se promueva en caso de que dicha persona
fallezca (juicio sucesorio), o sea declarada en estado de insolvencia (juicio de concurso
civil). En la disciplina mencionada, los juicios se clasifican en singulares, cuando versan
sobre uno o más derechos o bienes determinados, y en universales, cuando afectan la
totalidad del patrimonio de una persona, salvo los bienes que deban excluirse conforme a
las leyes.
Conexidad
Este fenómeno se presenta cuando dos o más litigios distintos, sometidos a
procesos diversos, se vinculan por provenir de la misma causa o relación jurídica
sustantiva (conexidad objetiva); o porque en ellos intervienen las mismas partes
(conexidad subjetiva). Para evitar que sobre los litigios conexos se dicten sentencias
distintas, por separado, y que estas lleguen a ser contrarias o contradictorias, procede la
acumulación de los procesos en los que se tramiten tales litigios, con la finalidad de que,
aun cuando se sigan sustanciando “por cuerda separada”, se resuelvan en una sola
sentencia. La acumulación se suele hacer del proceso más reciente al más antiguo.
El fenómeno de la conexidad, además de producir la acumulación de los procesos,
determina que la competencia para conocer del segundo o de los ulteriores procesos se
desplace hacia el juzgador que se encuentra conociendo del primer proceso. En materia
penal, el juzgador del primer proceso es el que conozca “de las diligencias más antiguas”.
Prevención
La prevención es un criterio complementario y subsidiario para determinar la
competencia, pues se suele recurrir a él cuando, de acuerdo con los criterios anteriores,
varios jueces resultan ser competentes para conocer en forma simultánea del mismo
asunto; entonces se afirma que será competente el que haya prevenido en la causa, es
decir, el que haya conocido primero.
Turno
Se denomina turno al orden o modo de distribución interno de las demandas o los
asuntos que ingresan, cuando en un lugar determinado existen dos o más juzgadores con
la misma competencia. El turno se puede llevar a cabo por periodos (horas, días, semanas,
etc.), por orden de ingreso, por programas automatizados, etc.
Como lo indicamos al principio, estimamos que el turno es solo un orden o método interno
de distribución de los asuntos entre juzgadores con la misma competencia; pero no es, en
sentido estricto, un criterio para determinar la competencia, ni fundamental ni
complementario. El presupuesto de este método interno de distribución del trabajo es
precisamente la existencia de varios juzgadores con la misma competencia. Estos
juzgadores no dejarían de ser competentes por los errores que llegaren a cometerse en el
turno. Dichos errores no afectarían la competencia, aunque podrían dar lugar a la
aplicación de las sanciones correspondientes al responsable del error.
Cuestiones y conflictos de competencia
Ya indicamos anteriormente que como la competencia es un presupuesto de
validez del proceso, el propio juzgador tiene el deber de verificar, en cada litigio que se
le plantee, si tiene o no competencia para conocer del mismo; y si considera que es
incompetente, de oficio debe negarse a conocer del litigio.
Con independencia de este deber del juzgador, las partes tienen el derecho de impugnar,
de objetar, de cuestionar la competencia de aquel. Se suelen denominar cuestiones de
competencia los medios a través de los cuales las partes objetan la competencia del
juzgador. Tradicionalmente estos medios o vías han sido dos: la declinatoria y la
inhibitoria.
La declinatoria es una vía de impugnación directa, ya que se promueve ante el
juzgador que está conociendo del litigio, pidiéndole que se abstenga del conocimiento del
mismo y remita el expediente al juzgador que se estima competente.
En cambio, la inhibitoria es una vía indirecta, en virtud de que se promueve ante
el juzgador que no está conociendo del litigio pero que se estima competente para
conocerlo, pidiéndole que dirija oficio al que está conociendo del litigio y se considera
incompetente, a fin de que se inhiba o deje de conocer del asunto y remita el expediente
al primero.
Normalmente las leyes procesales facultan a los juzgadores para que resuelvan,
ante la cuestión de competencia planteada, si se consideran o no competentes. Por
ejemplo, el propio juzgador ante el que se promueve la declinatoria debe resolver si se
considera o no competente para seguir conociendo del litigio. Solo en caso de que se
declare incompetente, remitirá el expediente al juzgador que se estime competente, el
cual, a su vez, debe resolver si efectivamente es o no competente. En caso afirmativo,
conocerá del proceso. Pero en caso de que el segundo juzgador determine que tampoco
es competente, la cuestión de competencia promovida por una de las partes dejará de serlo
y se convertirá en un conflicto o contienda de competencia entre los dos juzgadores que
niegan tener competencia respecto del mismo asunto (conflicto de competencia
negativo).
Asimismo, el juzgador ante el que se promueve la inhibitoria debe resolver, en
primer término, si se considera o no competente para conocer del litigio de que se trate.
Solo si estima que es competente dirigirá el oficio inhibitorio al juzgador que esté
conociendo del litigio, el cual, a su vez, deberá determinar si es o no competente. Si estima
que no es competente, remitirá el expediente al juzgador que le dirigió el oficio. Pero si
se considera competente, la cuestión de competencia se convertirá en un conflicto o
contienda de competencia entre los dos juzgadores que afirman tener competencia para
conocer del mismo asunto (conflicto de competencia positivo).
En el trámite tanto de la declinatoria como de la inhibitoria, en cumplimiento del
principio de contradicción, se da la intervención que corresponde a la contraparte de quien
promovió la cuestión de competencia.
De acuerdo con lo que hemos expuesto, los conflictos de competencia se presentan
cuando dos juzgadores se declaran competentes (conflicto positivo) o incompetentes
(conflicto negativo) para conocer del mismo asunto. Si el conflicto de competencia se
plantea ante dos juzgadores que tengan como superior jerárquico al mismo tribunal, será
este el competente para resolverlo (Favela, 2016)
Por último, cabe señalar que, por regla general, las actuaciones llevadas a cabo
por un juzgador declarado incompetente son nulas. Esta regla general, como tal, admite
las excepciones que las propias leyes procesales señalan.

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