Alejandro y Rubén (Vos Porque No Tenés Hijos)

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Alejandro y Rubén – El primer amor del no-lugar

Esta es una de las tres historias de amor fuerte que ha vivido Alejandro Marino,
protagonista de Vos porque no tenés hijos, novela de Osvaldo Bazán. Buenos Aires:
Mondadori. 254 p. (versión papel), 163 p. (versión ebook)

Policía en la estación
Alejandro, a sus quince años, viajaba en el tren Sarmiento a Ramos Mejía, adonde se
había mudado su padre luego de la separación de su madre.
En la estación Flores lo vio parado en el andén, nítido, brillante y masculino. Ese mismo
momento supo que tomaría una decisión sin consultar a nadie, era el momento de su
primera libertad. De ahí en más, nunca más desoiría los llamados del sexo. No
importaba que ese policía tuviera cuarenta años y Alejandro apenas quince.

***

Miradas cómplices
El día en que Alejandro se percató de la presencia de Rubén, el joven se puso muy
contento porque había sido recíproco: como si ambos se hubieran individualizado en
medio de la multitud. Ambos habían apartado los gestos, la frente y las expectativas del
otro. El policía sabía de la existencia del joven.
Mágico fue el tiempo en el que el tren se detuvo en la estación de Flores. Se cruzaron
las miradas cómplices, atándose en una suerte de autopista de ida y vuelta de deseo.

***

El encuentro ideal
Alejandro, en sus quince años de parálisis emocional, estaba viviendo una especie de
shock al entender que los intereses eran mutuos. El joven andaba muy excitado.
Él sabía cómo sería el encuentro con Rubén. Alejandro bajaría de un salto del tren con
un Rubén mirándolo sólo a él. Se acercarían y hablarían muy despacio. Caminarían por
alguna calle de Flores. ¡El joven hasta sabía los tonos que usaría el policía! Lo mismo
pasaba con los temas de los que conversarían.
Seguramente Rubén lo haría reír con cuatro o cinco anécdotas tontas. La joven sonrisa
tendría su correlato en el brillo de la mirada del policía, en un destello de lujuria y paz
que modificaría para siempre la vida de Alejandro.
Una sola pregunta se hacía el joven en el colegio, en su casa, en la calle: ¿bajaría?

***

El encuentro real en el no-lugar


Llegó el día en que el joven hizo una parada en Flores en su viaje a Ramos Mejía. Se
miraron a los ojos. El policía le resultaba irresistible. No hubo un intercambio de
sonrisa. Lo que impactaba a Alejandro era la imagen de un Rubén de treinta y nueve
años: era un policía y cada tarde paseaba su autoridad por la estación de Flores. El joven
estaba dispuesto a mentirle si le preguntaba su edad: en vez de quince, diría dieciocho.
Alejandro y Rubén – El primer amor del no-lugar

Pero Rubén ni siquiera preguntó eso. Tampoco otra cosa. Sólo hizo un gesto huraño:
señaló la casucha que, alejada unos treinta metros, se conocía como ‘baño de
hombres’. Ningún otro signo era necesario: hacia allí fue el joven, casi acatando una
orden, mientras se sentía sobre el filo del cuchillo. Treinta metros de desesperación,
ahogo, ganas. Alejandro no pensó que todo podría ser o una trampa o una golpiza. Sólo
pensaba que si Rubén le haría daño, ese daño sería monstruosamente más exquisito que
todo lo que le había pasado hasta ese momento.
El baño de hombres era una excusa. Nadie iba a éste a hacer sus necesidades. La mugre
era funcional al fin social de ese lugar. Ese baño, como tantos en tantas estaciones, era
un espacio de libertad y condena. Eran los años finales de la dictadura y el único lugar
en donde los desviados podrían juntarse era ahí en medio de la mierda, una poco sutil
metáfora: ‘¡Son mierda, mézclense en la mierda!’.
Lo que sorprendió al joven cuando ingresó no fue el hedor que impregnaba esa casucha,
sino la presencia de cinco hombres de edades indefinidas. Con los pantalones bajos
hasta la rodilla, se masturban en silencio. Con una mirada de violación, la carga de
deseo de esos hombres se depositó en Alejandro. Cuando entró Rubén, todo cambió. La
mirada del policía expresaba propiedad: ese pendejo es mío, decía sin decir. El joven
más se excitó con esa autoridad. ¿Por qué? Porque era la forma en que el policía
demostraba que Alejandro era importante para él. Ahí mismo, ante una desencajada
audiencia que continuaba masturbándose, desvistió al joven. Todo lo que hicieron el
policía y el joven fue prolijamente observado por los otros cinco en medio de un brutal
silencio. Sin gemidos ni promesas, el más animal de los deseos se hizo carne en el más
animal de los lugares. Para el joven, el desgarro, el dolor, fueron nada comparados con
la libertad conseguida.

***

Encuentros de fin de semana


Desde el primer encuentro, todos los viernes cuando Alejandro iba a lo de su papá,
hacía una parada en Flores. Lo mismo hacía los domingos, cuando volvía a la casa de su
madre. Más de un año duró esta relación de los fines de semana.
Rubén fue el primer amor del joven Alejandro, que nunca se lo pudo decir ni a él ni a
nadie.
Ese primer amor adolescente, tan puro a los ojos de las buenas consciencias; ese
bosque de flores y corazones de colores en las hojas de todas las carpetas; esas charlas
demoradas en el teléfono; eso que tiñe las telenovelas y las propagandas de celulares;
ese pícaro tema de conversación familiar; esa manera mullida y bienpensante que
tienen casi todos los jóvenes del mundo occidental de entrar en el planeta de la
responsabilidad, para Alejandro fueron los encuentros semanales con Rubén en el
desastrado baño de la estación Flores, con cinco o seis pasajeros que se memorizaron
los horarios de su llegada.
El amor a Rubén, del cual el policía posiblemente nunca se dio por enterado, no incluyó
caminatas por las calles de Flores, ni chistes ni conversaciones, mucho menos
relámpagos en la mirada.

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Alejandro y Rubén – El primer amor del no-lugar

***

‘Detebencil’: un significante colmado


Rubén y el joven solamente hablaron una vez: cuando el policía le pegó ladillas a
Alejandro. El adulto lo tranquilizó: no eran más que unos bichitos, como los piojos. El
joven se calmó luego de entender que no se le había pegado la peste rosa que
comenzaba a ponerse de moda en esos años.
En un tono seco, la palabra detebencil resonó en un eco. Ese era el champú piojicida que
servía para la ladilla. Ese fue el único recuerdo con el que se quedó Alejandro de la voz
de su amor.
Esos días habían sido muy fuertes para Alejandro. Fue cuando su padre se enteró que su
hijo mayor era no-reproductivo, preguntándole si se imaginaba por qué la naturaleza lo
había pesto en el mundo si no era para procrear.
Una pregunta bastante desafortunada para un joven adolescente de dieciséis años que
había descubierto que su amor le era infiel, con el temor de la muerte que las ladillas
picaban. Andate a la puta madre que te re mil parió fue el descargo de Alejandro con su
padre.

***

Y un día Rubén se fue


El tren llegó demorado ese viernes a Flores, unos diez minutos. Justo hubo un asalto en
la estación y la autoridad del policía fue herida, herida de bala.
Cada vez que recordaba un seco ruido, como de varias bolsas de papa cayendo,
Alejandro podía ver al policía en medio de un charco de sangre, la gente alejándose, y
Rubén mirando al joven entre la gente y sonriéndole. El joven se acercó, lo abrazó y
lloró.
En medio de una gran confusión, Alejandro terminó en el hospital, llorando
desconsoladamente, delante de la mujer de Rubén, sus dos hijas y su hijo de la misma
edad que Alejandro.
De no haber sido por el retraso del sistema de trenes, Rubén habría estado en el
momento del robo en el baño, dando un show público a los mirones. Habría estado con
los mirones en el baño apócrifo combatiendo otros males, también al servicio de la
comunidad, muriendo de otra manera, más violentamente dulce.

***

El descubrimiento del hermano


La mujer del padre de Alejandro, Ángela, había preparado una ensalada que llevaba el
nombre de él, por las verduras que había sembrado.
Cuando ella se acercaba a la mesa, presentándole a todos la Ensalada Alejandro, el
medio hermano del joven comenzó a gritar que le pusieran la carta, la carta del policía.
Dos amigos del medio hermano de Alejandro estaban en la casa y se acoplaron a su
amigo, gritando La ensalada del mariquita, mientras le tiraban panes al joven. Los
mocosos tenían doce años, Alejandro, casi dieciocho.

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Alejandro y Rubén – El primer amor del no-lugar

El padre preguntó de qué carta hablaba el medio hermano, quien enseguida la sacó y
mostró. Eran unas hojas que alguna vez Alejandro había escrito para su policía
pornógrafo, que por supuesto jamás le había mostrado. Dibujos explícitos del gran
show del falso baño, descripción de poses, olores y sabores.
Los tres niños coreaban ¡Alejandro es mariquita! ¡Es la novia de un policía!
El joven no sabía de dónde su medio hermano sacó la carta. ¿Habría acaso revisado su
mochila? El inescrupuloso niño había mostrado la carta a sus amiguitos. Varias veces.
Incluso podría haberla llevado a la escuela y se habrían reído entre todos sus
compañeros. Le habían matado a Rubén hacía ya unos meses, pero recién ese momento
entraba en la casa.

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