Riesgo, Poder y Autoridad Simbólica
Riesgo, Poder y Autoridad Simbólica
Riesgo, Poder y Autoridad Simbólica
La teoría del riesgo de U. Beck (Beck: 1998) fue cuestionada, entre otros, por J. Alexander
(Alexander:2000) al diferenciar el peligro objetivo con la configuración del riesgo en
términos simbólicos, tomándolo como un hecho mítico constitutivo de la cultura. La
diferenciación de lo sagrado y lo profano, nos dice Alexander, ha sido la dinámica
fundamental de la que surgieron las religiones milenarias. Beck prevé una catarata de riesgos
que harían inhabitable la tierra, la sociedad industrial moderna enormemente consumista ha
dañado el medio ambiente y generado específicamente calentamiento global, al mismo
tiempo los estados de bienestar surgidos luego de la segunda guerra mundial ya no pudieron
dar respuesta a los nuevos problemas de las sociedades post 1970 y aparecieron nuevas
expresiones identitarias, así como una exacerbación del individualismo.
Los vínculos establecidos en los inicios del siglo XX van cambiando a lo largo del mismo,
las solidaridades mutan o desaparecen en el mundo laboral y las nuevas tecnologías hacen su
aporte al imbricarse con los nuevos principios sociales de la organización del trabajo. El
colapso del control estatal está en el centro de la sociedad del riesgo de Beck, con la
concomitante falta de consensos que se propician en la sociedad civil. El descentramiento del
estado genera una incertidumbre que es característica del mundo contemporáneo. Si bien este
planteo parece ser incontrastable, el señalamiento de Alexander pone el acento en desvelar
una estructura de lo simbólico que da por tierra con el objetivismo. Pero Beck hará un
corrimiento posterior para quitarse las críticas epistemológicas de su realismo ingenuo, y
logra hacerlo al plantear la emergencia de la semántica del riesgo. El conflicto se establece
entonces en las relaciones de definición ya que no cualquiera puede definir qué es un riesgo.
Esto no quiere decir que Beck niegue que los riesgos existan en sentido ontológico, sino que
éstos sólo serán reales para la sociedad si logran ser definidos como tales.
La caída de las certezas en el mundo contemporáneo, entonces, puede ser vista como parte
de un proceso de modernización donde la pérdida de lo comunitario y la “muerte de dios”
han generado un vacío perdurable. El planteo de Beck es -según Alexander- un planteo más,
en la constante dinámica de lo sagrado y lo profano en el que juega la cultura humana. Pero,
entonces, este juego no es vano. En el mismo se encarnan creencias e ideologías que
construyen y destruyen hegemonías. Y en estas hegemonías aparece con fuerza el nuevo
neoliberalismo, cuya originalidad es que instrumenta las crisis de la democracia liberal que
él mismo provoca, canalizando el resentimiento de capas enteras de la población contra esa
misma democracia, al instaurar un estado más potente al momento de imponer una lógica de
la competencia – de la apropiación privada y el acaparamiento de bienes- en todas las áreas
del mundo social.
La autoridad simbólica
Bourdieu
Según Bourdieu (Bourdieu: 2011) una de las preguntas básicas del mundo social es la de
saber por qué y cómo el mundo se presenta en su ser, cómo se perpetúa el orden social. Para
responder esto debe rechazar la visión estructuralista por la que las estructuras generan su
propia reproducción sometiendo a los agentes, y, al mismo tiempo la visión interaccionista
por la cual lo social es producto de los actos de construcción de los agentes. A los efectos de
analizar las sociedades modernas, Bourdieu propone conjugar el objetivismo y el
subjetivismo. Estos dos polos deben empalmarse ya que no existe un sujeto universal, los
agentes aprehenden el mundo desde ciertas condiciones estructurales. Lo social es percibido
por los agentes como natural, lo que enmascara el hecho de que las estructuras cognitivas
están ya socialmente estructuradas. Por esto los agentes según sus Habitus (como sistema de
percepción y apreciación), conocen y adquieren experiencia, producen prácticas y clasifican.
Por esto, la percepción del mundo está dada por una doble estructuración, por un lado,
objetiva, en tanto está socialmente estructurada, pero también subjetiva ya que está
estructurada por los esquemas de percepción y de apreciación. (Bourdieu: 1988) Así, tanto
el concepto de Campo como el de Habitus expresan, según Bourdieu, dos modos de
existencia del mundo social estrechamente relacionados. En lo social existen en las cosas –
objetividad-, y las mentes –subjetividad-; el Campo y el Habitus, respectivamente. El Campo
es la estructura objetiva de posiciones, que posee la cuasi-realidad de los objetos físicos. El
Habitus, en cambio, refiere a sistemas perdurables y transferibles de percepción, apreciación
y acción, resultado de la institución de lo social en el cuerpo de los agentes. Designa
esquemas cognitivos que son estructuras estructurantes, y permite a Bourdieu integrar
tradiciones diferentes de la sociología. Al mismo tiempo toma distancia de planteos
reproductivistas, y esto justamente en sus escritos sobre el sistema escolar, ya que el mismo
se caracteriza, según Bourdieu, por una inestabilidad estructural puesto que el acceso a
posiciones superiores para los hijos de las clases superiores es de orden estadístico (y no
mecánico) y que la correspondencia entre los títulos escolares y las posiciones sociales no
está determinada de una vez para siempre.
Cuando Bourdieu incursiona en el tema de la reproducción social (Bourdieu:1997): el planteo
es que las familias y las instituciones escolares participan de cierto status y posición social
que tienden a reproducir para sus integrantes. El acto de “nominación inicial” según
Bourdieu, esto es, la credencial emitida por una institución educativa, está consagrada a
brindar un status a los detentadores de una competencia social determinada. Las imágenes
que utiliza Bourdieu son constantemente referidas a estamentos para dar cuenta de un grupo
que participa de ciertos privilegios y al que no es posible acceder sino hereditariamente.
Cuando se habla de selección social por estamentos y heredad cultural se hace mención a
fenómenos visibles socialmente, sin que esto impida que muchos individuos puedan sin duda
saltar las barreras estamentales (ya que la sociedad moderna es “estamental” sólo
figurativamente y no al estilo feudal). Las categorías sociales de percepción funcionan al
modo de las diferencias constitutivas de los sistemas de simbólicos, como el conjunto de
fonemas de una lengua. Bourdieu genera la noción de Habitus en un intento de dar cuenta de
las regularidades en las prácticas observadas de los agentes sin caer ni en el objetivismo ni
en el subjetivismo, ya que el hecho de que haya un generador de prácticas no implica que las
mismas sean homogéneas en los agentes. El Habitus como esquema cognitivo permite a
Bourdieu captar distintas tradiciones de la sociología, por ejemplo, las condiciones de
existencia marxistas o las visiones del mundo weberianas. Existe una imbricación entre las
estructuras objetivas y las estructuras incorporadas que se da por la educación en un sentido
amplio.
Para Bourdieu, hay que recusar la cuestión de saber si las señales de sumisión que los
subordinados acuerdan permanentemente con sus dominadores, se forman y sostienen
constantemente sin cesar en la relación de dominación, o si a la inversa, la relación objetiva
de dominación impone signos de sumisión. Un estudio de los sistemas de estrategias de
reproducción social debe tomar en cuenta la composición del patrimonio a transmitir (formas
de capital), y por otra parte los mecanismos de reproducción o sea mercado, derecho,
institución escolar, etc. (Bourdieu: 1997)
Bourdieu desdibuja la lucha de clases y configura el conflicto en Campos separados (o al
interior de las clases) pero no el conflicto de unas clases contra otras.
Bourdieu plantea más que el consentimiento, la internalización de hábitos. La diferencia
aunque parezca sutil resulta fundamental: es la dominación simbólica. Bourdieu jamás dirá
falsa conciencia sino un reconocimiento desacertado a raíz de un Habitus particular. Y aquí
la jouissance, el goce, planteado como central en Stavrakakis queda absolutamente diluido.