El Sentido de La Enfermedad

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El sentido de la enfermedad

El cuerpo susurra, dice o grita lo que la mente no puede o no quiere comprender.


Por Carlos M. Menegazzo
El enfermar deriva del disloque, de una desarmonización. Esto acontece cada vez que algún
individuo desemboca en una respuesta situacional inadecuada.

Cada hombre, desde sus primeros pasos evolutivos, es un ser que se halla siempre, desde su
concepción hasta su muerte en permanente relación. Es más, la individualidad es nada más que
una ilusión racional.

Para comprender la enfermedad hay que considerarla, entonces, como una manifestación de
conflictos que siempre acontecen en lo vincular.

Desde una veta epistemológica enfermar quiere decir ‘permanecer quieto’ o ‘detenido’. Lo
que significa precisamente: tener dificultad, en todos, o en algunos, de los movimientos
que promueven el crecimiento humano. Enfermar es, por ende, tener dificultad (o
imposibilidad) de progresar en las relaciones. Miedos, (0 pánico) a vincularse es la enfermedad
básica, esencial y única en el hombre.

Las múltiples formas clínicas del enfermar humano son, como se ve, nada más que figuras
diferentes en su aparecer y en su modo de manifestarse, pero en esencia sólo caleidoscópicas
patetizaciones del esencial miedo y culpa inauténtica del desplegarse en vincularidad (consigo
mismo, con los otros y con el otro en el mundo)

La enfermedad como mensaje

Enfermarse es un modo de sincerarse, es dar mensajes propicios para la búsqueda de


integridad y de coherencia. Comprender por qué y para qué enfermamos es un modo de crecer,
porque la enfermedad es el otro polo de la salud: son como dos tensiones que buscan su unidad.
No hay salud sin enfermedad, ni hay enfermedad sin vitalidad.

La enfermedad vista de este modo resulta ser un mensaje para el hombre ante sus
incoherencias; un estímulo para reorbitar su camino, una propuesta de plenitud para su natural
incomplenitud; ¡un desafío! Nuestro cuerpo físico es capaz de sugerirnos aquello que nuestra
razón consciente demasiadas veces no quiere o no puede reconocer.

Nuestra razón, generalmente, entretenida en demasiados cantos de sirena, por las


preocupaciones propias de lo cotidiano, por demás atada a los sentidos de lo superficial, no sabe
darse cuenta de ciertos mensajes. Prefiere reprimirlos o negarlos, y es por esto que al cuerpo no
le alcanza con susurrar, tiene que decirnos o, directamente gritarnos.

Nuestras dolencias y sus síntomas son mensajes y hay que aprender a interpretarlos.

Cada enfermedad es, en primer lugar, una manifestación de nuestra situación vincular en el ‘aquí
y ahora’. Nos dice siempre algo con respecto a las circunstancias y las relaciones que estamos
viviendo.

El ‘para qué’ de la Enfermedad

La enfermedad humana no tiene nunca un solo por qué (‘los por qué’ son multifacéticos) pero
tiene siempre ‘un para qué’, que es lo que le da un profundo sentido. Cada enfermedad es una
propuesta para el ‘darse cuenta’ aunque esconde, también, un intento de evasión de esta misma
propuesta de comprensión, una tendencia al repliegue, un acomodarse en algún pseudo
beneficio secundario del estar enfermo. En lo más profundo, es una propuesta de
transformación, de crecimiento y de conversión.

Cada enfermedad nos muestra el intento de atrincherarnos en la impotencia irresponsable o en


la omnipotencia hiperresponsable, así como en alguna de las infinitas evasiones, propias, a
nuestra condición humana. Redundando, es al mismo tiempo un intento de sinceramiento
consigo mismo y de superación.

Si nos atrevemos a escuchar lo que la enfermedad nos quiere decir, podremos ir


transformando nuestro modo de ser y nuestro modo de vincularnos; el modo de enfrentar
los obstáculos que nos presenta la vida para nuestro crecimiento. Curarnos es ser fieles a

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nuestra ‘libertad interior’, reorientarnos y convertirnos auténticamente en nosotros mismos.

Siempre, en lo más profundo de cualquier figura clínica, si sabemos buscarla, hallaremos la


enfermedad única (el miedo al vínculo) sobre la cual se articulan todas las otras manifestaciones
del enfermar, porque las emociones que más profundamente actúan en el hombre, frenando su
libertad, su espontaneidad, su creatividad y su responsabilidad, son las culpas inauténticas y los
pánicos…

Estas son las emociones que nos anclan y es nuestra cultura, tan profundamente culpógena, la
que promueve en nosotros ataduras de este tipo. Paralizados y detenidos por múltiples
mandatos, inconscientemente cargados de tales emociones, nos enfermamos y los síntomas
de nuestro enfermar son nada más que señales de estos lazos, que nos impiden progresar en
los vínculos, en el camino de elevación y transformación existencial.

Permanecer quieto y tener dificultad o imposibilidad de algo, es enfermar, como se ha dicho, y


ese algo es siempre en el fondo una dificultad o una imposibilidad humana de progresar en el
camino de Personificación Integrativa. Ahora bien, ¿cómo no va a ser enfermante la crianza con
modelos de educación basados en premios y castigos? Esta cultura nuestra, en la que las
máximas maestrías se logran generalmente en el arte del dominio de los unos sobre los otros,
en el arte de sojuzgar y del matar, así como en las planificaciones de los genocidios.

Es necesario que iluminemos la enfermedad con una nueva mirada que nos propone
transformaciones y crecimiento

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