Análisis Del Discurso y Análisis Del Yo

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ANÁLISIS DEL DISCURSO Y ANÁLISIS DEL YO

1.
Toda literatura analítica está enraizada entorno a la definición exacta del yo del
sujeto.
Función de desconocimiento; esto es el yo en análisis.

Crítica a Klein y a Anna Freud


¿Qué es lo que aquí se presenta como necesidad de analizar la defensa del yo?
No es otra cosa sino el correlato de un error. Anna Freud, en efecto, consideró
inmediatamente las cosas desde el ángulo de la relación dual entre la enferma y ella misma.
Confundió la defensa de la enferma con aquello mediante lo cual se manifestaba: a saber,
una agresión contra ella, Anna Freud. Es en el plano de su yo, el de Anna Freud, en el
contexto de la relación dual con ella, Anna Freud, donde percibió las manifestaciones de
defensa del yo. Quiso al mismo tiempo ver allí una manifestación de transferencia acorde
con la fórmula que convierte la transferencia en la reproducción de una situación.
Anna Freud empezó por interpretar la relación analítica según el prototipo de la
relación dual, que es la relación del sujeto con su madre. Volvemos así al problema de
saber cuál es la Bejahung (Concepto elaborado por Jacques Lacan para designar un
mecanismo específico de la psicosis por el cual se produce el rechazo de un
significante fundamental, expulsado afuera del universo simbólico del sujeto.
Cuando se produce este rechazo, el significante está forcluido. No está integrado en
el inconsciente, como en la represión, y retorna en forma alucinatoria en lo real del
sujeto), la asunción por el yo, el sí que está en juego en el progreso analítico. ¿Cuál es la
Bejahung que se trata de obtener cuya revelación es esencial para el progreso de un
análisis?
La técnica psicoanalítica, nos dice que lo que define la entrada en la situación
analítica es el establecimiento de un pacto. «El "yo" enfermo del paciente promete la más
completa sinceridad, es decir, promete poner a nuestra disposición todo el material que le
suministra su autopercepción. Por nuestra parte, le aseguramos la más estricta discreción
y ponemos a su servicio nuestra experiencia en la interpretación del material sometido al
inconsciente. Nuestro saber ha de compensar su ignorancia, y ha de permitir al yo recuperar
y dominar los dominios perdidos de su psiquismo. En este pacto consiste la situación
analítica.»
Pues bien si es cierto que nuestro saber acude en auxilio de la ignorancia del
analizado, no por ello dejamos de estar, nosotros también, en la ignorancia, en tanto
ignoramos la constelación simbólica que yace en el inconsciente del sujeto. Además, esta
constelación hay que concebirla siempre como ya estructurada, y de acuerdo a un orden
complejo.
La palabra complejo surgió en la superficie de la teoría analítica por una especie de
fuerza interna; como ustedes saben, no la inventó Freud, sino Jung. Cuando nos
encaminamos hacia el descubrimiento del inconsciente, nos encontramos con situaciones
estructuradas, organizadas, complejas. Freud nos proporcionó su primer modelo, su patrón,
con el complejo de Edipo.
A pesar de la riqueza del material incluido en el interior de la relación edípica, poco
nos hemos despegado del esquema dado por Freud. Este esquema debe, en lo esencial,
mantenerse, pues él es, verán ustedes por qué, verdaderamente fundamental, no sólo para
toda comprensión del sujeto, sino también para toda realización simbólica, por el sujeto, del
ello, del inconsciente, el cual es un sí-mismo y no una serie de pulsiones desorganizadas,
como parte de la elaboración teórica de Freud permitiría pensar al leer en ella que sólo el
yo tiene, en el psiquismo, una organización.
¿Dónde está la fuente de la evidencia? Lo que el sujeto debe autentificar es la
reconstrucción analítica. El recuerdo ha de ser revivido con ayuda de los vacíos. Y Freud
nos recuerda, a justo título, que jamás podremos confiar íntegramente en la memoria.
Lo real o lo que es percibido como tal es lo que resiste absolutamente a la
simbolización.
Algo aún no ha sido franqueado: algo que justamente está más allá del discurso,
que necesita un salto en el discurso. La represión no puede pura y simplemente
desaparecer, sólo puede ser superada, en el sentido de Aufhebung (Aufhebung o
Aufheben es utilizado por Hegel para explicar lo que sucede cuando una tesis y una
antítesis interactúan, sobre todo a través del término "sublimar”).
Lo que Anna Freud llama análisis de las defensas contra el afecto es tan sólo una
etapa de su propia comprensión, y no de la del sujeto. Una vez que se ha dado cuenta de
que está equivocada al creer que la defensa del sujeto es una defensa contra ella misma,
puede entonces analizar la resistencia de transferencia.
Dejo ahora la palabra a la señorita Gélinier quien va a mostrarles cuál es el punto
de vista de Melanie Klein. Este punto de vista se opone al de Anna Freud: no en vano estas
dos damas, que no dejan de presentar entre sí ciertas analogías, se enfrentaron en
rivalidades merovingias.
El punto de vista de Anna Freud es intelectualista, y la lleva a formular que, en el
análisis, todo debe ser conducido a partir de la posición mediana, moderada, que sería la
del yo. Todo parte para ella de la educación o de la persuasión del yo, y a esto se limitará
todo. Verán de dónde, por el contrario, parte Melanie Klein para abordar a un sujeto
especialmente difícil, con el cual uno se pregunta cómo se las habría ingeniado Anna Freud
para utilizar sus categorías de yo fuerte y yo débil, que suponen una posición previa de
reeducación. Podrán apreciar al mismo tiempo cuál de ellas se encuentra más cerca del eje
del descubrimiento freudiano.
2. .
¡Hay que ver con qué brutalidad Melanie Klein le enchufa al pequeño Dick el simbolismo!
Tú eres el pequeño tren, quieres cogerte a tu madre.
Percibieron la falta de contacto que experimenta Dick. Es éste el defecto de su ego.
Su ego no está formado. También Melaine Klein distingue a Dick de los neuróticos a
causa de su profunda indiferencia, su apatía, su ausencia. En efecto, es evidente que,
para Dick, lo no simbolizado es la realidad. Este joven sujeto está enteramente en la
realidad de su estado puro, inconstituida. Está enteramente en lo indiferenciado. Ahora
bien, ¿qué es lo que constituye un mundo humano sino el interés por los objetos en
tanto distintos, por los objetos en tanto equivalentes?. El mundo humano es, en lo que
se refiere a los objetos, un mundo infinito. En este sentido, Dick vive en un mundo no-
humano.
La teoría del ego está aquí incompleta, quizá porque ella no se decide a formularla,
sin embargo, muestra claramente lo siguiente: si, en el mundo humano, los objetos se
multiplican, se desarrollan con la riqueza que constituye su originalidad, lo hacen en la
medida en que aparecen en un proceso de expulsión ligado al instinto primitivo de
destrucción.
Se trata aquí de una relación primitiva, situada en la raíz misma, instintual, del ser.
A medida que se producen esas eyecciones fuera del mundo primitivo del sujeto, que
no está aún organizado en el registro de la realidad propiamente humana, comunicable,
surge cada vez un nuevo tipo de identificación. Esto es lo que no puede soportarse y la
ansiedad surge al mismo tiempo.
La ansiedad no es una especie de energía que el sujeto debería repartir para
constituir los objetos. La ansiedad siempre es definida como surgente, arising. A cada
una de las relaciones objetares corresponde un modo de identificación cuya señal es la
ansiedad. Las identificaciones a las que se refiere preceden a la identificación yoica.
Pero aún cuando esta última esté realizada, toda nueva re-identificación del sujeto hará
surgir la ansiedad: ansiedad en tanto ella es tentación, vértigo, pérdida del sujeto que
vuelve a encontrarse en niveles extremadamente primitivos. La ansiedad es una
connotación, una señal, como siempre lo formuló claramente Freud: una cualidad, una
coloración subjetiva.
Dick ni siquiera puede lograr el primer tipo de identificación la cual sería ya un
esbozo de simbolismo. Por paradójico que sea decirlo, él está frente a la realidad, vive
en la realidad. En el consultorio de Melanie Klein no hay para él ni otro ni yo; hay una
realidad pura y simple. El intervalo entre las dos puertas es el cuerpo de la madre. Los
trenes, y todo lo demás, es algo sin duda, pero no es ni nombrable ni nombrado.
Entonces Melanie Klein, con ese instinto de bruto que le permitió alcanzar, por otro
lado, una suma de conocimientos hasta entonces impenetrable, se atreve a hablarle:
hablar a un ser que, sin embargo, se deja aprehender como alguien que, en el sentido
simbólico del término, no responde. Está allí como si ella no existiese, como si ella fuese
un mueble. Y, sin embargo, ella le habla. Ella literalmente da nombre a aquello que, sin
duda, participa efectivamente del símbolo pues puede ser inmediatamente nombrado,
pero que hasta entonces no era para ese sujeto, más que una realidad pura y simple.
Sin embargo, no se trata de una realidad totalmente deshumanizada. A su nivel, ella
significa. Ya está simbolizada pues puede dársele un sentido. Pero como ella es, ante
todo, movimiento de ida y vuelta, no se trata más que de una simbolización anticipada,
inmovilizada, y de una sola y única identificación primaria que tiene nombre: lo vacío, lo
negro. Precisamente, lo que es humano en la estructura propia del sujeto es esa hiancia
y es ella la que en él responde. El sujeto no tiene contacto sino con esa hiancia.
En esa hiancia, sólo cuentan un número muy limitado de objetos, que el niño ni
siquiera puede nombrar, como han podido observar. Ciertamente, dispone ya de cierta
aprehensión de los vocablos, pero no ha realizado la Bejahung: no los asume. (Al
mismo tiempo, y por más paradójico que ello parezca, existe en él una posibilidad
de empatía mucho mayor que la normal, pues se encuentra perfectamente bien
en su relación con la realidad, de modo no ansiógeno. Cuando ve sobre la blusa
de Melanie Klein virutitas de lápiz, resultado de un destrozo, dice: Poor Melanie
Klein).

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