Conversaciones Con Mi Ser Superior PDF
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Conversaciones Con Mi Ser Superior PDF
Superior.
Por Jascha
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Gracias a Jorge, mi amado esposo, por su continuo
Amor y apoyo a mi camino espiritual.
Camino que no siempre ha comprendido, pero se ha
esforzado en respetar.
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INDICE
INTRODUCCION
La Voz de tu Ser Superior
CAPITULO 4: La Felicidad
La Felicidad
CAPITULO 6: La Verdad
Metáforas
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CAPITULO 9: Comunicaciones con mi Ser Superior
Así como eres, así eres perfecto
Actitud de Paz y Alegría ante la vida
Estar al Servicio
La Vida Cotidiana
Creatividad
Lo que Hago, Lo que Pienso, Lo que Siento
A ti que estás confundido
A mí no puedes engañarme
Son sólo creencias, creencias y más creencias.
Sanación
¿Cómo conectarte con tu Ser Superior?
Tu Vida es tu Creación
Aquí y Ahora
Son sólo distractores
¿Qué Hacer para Escucharte?
SER v/s ser
Resistencia al cambio
La Importancia de Reunirse
Cuando un Grupo de Humanos Despiertos se Reúne
Responsabilidad v/s Culpabilidad
El Amor en la Nueva Tierra
A ti humano
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INTRODUCCION
Génesis 1,26
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La Voz de tu Ser Superior
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Reconoce mi presencia en tu interior, que yo te ayudaré a
reconocerla en quienes te rodean y de ese divino
reconocimiento, la magia de la creación te será develada.
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Hacía ya un tiempo que había estado realizando
meditaciones, en las cuales entablaba un dialogo íntimo y
personal conmigo misma. Un día decidí intentar escribir estas
reflexiones, me senté frente al PC, prendí un incienso, puse una
música suave y relajante y, luego de dar unas profundas
inspiraciones, pedí a mi Ser Superior que me diera algún
mensaje. El resultado de este experimento fue un vibrante texto,
que una vez terminado pude leer sintiéndome profundamente
conmovida, en ese momento sentí que esas palabras eran una
especie de suspiro espiritual que salió desde mi interior y que se
materializó en la pantalla del PC a través de mis manos.
Con el tiempo, y luego de repetir varias veces la
experiencia, poco a poco me fui atreviendo a hacer preguntas y a
escribir sus respuestas, posteriormente comencé a escribir
mensajes menos personales que pudiesen servir a otras
personas. Luego de varios intentos, me decidí a compartir estos
escritos que bauticé Conversaciones con mi Ser Superior, a
través de una lista de correos en internet.
Desde mi primer envío recibí decenas de cometarios en
los cuales algunas personas me agradecían por las palabras
contenidas en mis escritos, me contaban que sentían que esos
mensajes habían sido escritos para ellos y me estimulaban a
continuar escribiendo y compartiendo. Meses después, pude
comprobar que mis escritos circulaban por otras listas y que eran
publicados en otros sitios web de carácter espiritual, para mi
sorpresa éstos tuvieron muy buena recepción y rápidamente
comenzó a gestarse en mí la idea de publicar un libro que
recopilara esos mensajes.
A lo largo de mi proceso de despertar, he leído una
enorme cantidad de libros de crecimiento personal y espiritual.
Muchos han sido verdaderos maestros, que llegaron a mi vida
justo en el momento apropiado. A veces he sentido que todo está
escrito, que ya no hay nada nuevo que decir y que los libros nos
repiten una y otra vez las mismas cosas y llegan a la misma
conclusión: todo lo que buscamos se encuentra en nuestro
interior.
Pareciera que podemos leer una y otra vez esta misma
sempiterna verdad expresada de muchas formas, sin que en
realidad lleguemos a comprender lo que significa. Sin embargo,
llega un momento, en que por necesidad o porque la vida nos
empuja a hacerlo, todo lo leído se hace carne en nuestra vida y
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pasa del plano mental al plano concreto. Ese es el momento en
que dejamos de buscar afuera y nos replegamos a nuestro
interior a buscar nuestras propias respuestas.
Aún consciente de la enorme cantidad de libros que se
han escrito sobre este tema, he sentido el llamado interior a
compartir mis propias experiencias. Sé que obedezco más a una
necesidad personal que a la necesidad de colaborar con el
despertar de la humanidad. Estoy convencida que el despertar
espiritual es un proceso personal, que sólo se precipita cuando el
alma clama por expresarse.
Cuando iniciamos nuestra búsqueda de sentido de vida
la ley de atracción y sincronía, prepara el terreno para que
lleguen a nuestras manos los libros, las personas, los cursos y
los sucesos que favorecerán nuestro proceso de comprender
quiénes somos y nos recordarán que nunca estamos solos. Si
estás leyendo este libro, entonces, probablemente, significa que
estamos en el mismo proceso y si algo de su contenido te sirve o
estimula, entonces la escritura de este libro está más que
justificada.
Siempre me definí a mí misma como una persona con
aptitudes e inclinaciones literarias poco desarrolladas, soy
ingeniera de profesión, por lo cual los números son para mí un
campo más familiar que las letras. No sé de filosofía, ni de
religiones, ni de psicología, no puedo citar autores, ni hilvanar
ideas de los cientos de libros que he leído, no tengo consejos
que dar ni verdades que defender. Sin embargo, en mi interior
siento un fuerte llamado a compartir mis experiencias, así que en
un acto de osadía me atrevo y animo a darle forma a este libro.
Te invito a repasar junto a mí el camino que he recorrido
en estos últimos años, para descubrir lo divino que hay en mí.
Este camino puede ser el mío, pero en realidad es el de todos,
pues seguramente podrás identificarte con algunas de las etapas
que yo viví y, si lo deseas, podrás hacer tuyas alguna de las
conclusiones que aquí transmito.
Tal vez no aparezca aquí nada nuevo, pero confío en
que el Universo se encargue de hacer llegar este libro a quien lo
necesite en el momento preciso y que su contenido le sirva para
descubrir que lo que busca ya habita en su interior.
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Dejo la escritura de este libro en manos del Espíritu
Santo, que Él use mi mente y mis recuerdos para trasmitir Su
sabiduría.
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CAPITULO 1: Reconociendo el fracaso
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Rendida
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Jesús, el gran maestro espiritual de occidente, fue
torturado y asesinado en la cruz para expiar los pecados de la
humanidad y a pesar que han pasado más de 2000 años, aún
continuamos cargando la pesada cruz de la culpa. Nos pasamos
la vida sintiéndonos en falta, por no conseguir ser lo todo lo
perfectos que se debe ser para alcanzar la gracia de Dios. Cada
vez que asistimos a un servicio religioso, nos recuerdan lo
pecadores que somos y lo poco que hacemos para conseguir
que Dios perdone nuestra pequeñez.
No importa cuán liberado te sientas de esta ignominia, no
importa que no profeses una religión judeocristiana, aún cuando
te definas como ateo, esta idea está tan instalada en el
inconsciente colectivo que, quieras o no, influye en la forma como
enfrentas tu vida y en como te limitas a ti mismo creyendo que
eres un ser inferior ante los ojos de tu Creador.
A esta ingrata creencia establecida como paradigma para
la humanidad, debemos sumarle el stress inherente a la vida
moderna, basada más en el tener y en el hacer, que en el Ser.
En el mundo actual, no sólo las cosas son desechables, sino
también lo son las personas, los trabajos y las relaciones. El
último artículo de moda es reemplazado por otro nuevo y más
deseable, incluso antes que terminemos de pagar el anterior.
Modelos anoréxicas fijan pautas de belleza, poniéndonos
patrones imposibles de seguir. Vivimos en una sociedad que nos
inunda de publicidad, en la cual el valor del ser humano está
centrado en el auto que posee, la cerveza que bebe, los viajes
que realiza. Ser para siempre joven pareciera ser la meta, como
si la vejez fuese un castigo y la muerte una condena.
De esta forma, al no ser lo suficientemente perfectos
para merecer el amor de Dios, se le suma el no serlo como para
conseguir destacarnos y sentirnos valiosos en una sociedad que
fija estándares inalcanzables. Nos pasamos la vida intentando
brillar ante los ojos de Dios, ante los ojos de quienes nos rodean
y lo que es peor, ante nuestros propios ojos. No importa lo que
hagamos, pareciera que no conseguimos sentirnos satisfechos
con nosotros mismos.
Puede que seas un profesional exitoso, padre o madre
de una hermosa familia, un deportista renombrado, da igual,
puede que a los ojos de los demás hayas conseguido el éxito,
pero muy dentro de ti, en el fondo de tu alma, tu sabes que ese
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éxito sólo ha conseguido poner en manifiesto el profundo vacío
que sientes en tu interior.
Es posible que en algún momento de tu vida hayas
sucumbido al engaño y por un tiempo hayas sentido que tuviste
la clave de la felicidad. Sentiste que habías diseñado tu vida de
una forma tal, que tus logros te hicieron sentir satisfecho, exitoso
y te paseaste triunfante por el mundo, hasta que en algún
momento, una crisis, una pérdida o una enfermedad te llevaron a
cuestionarte la real profundidad y trascendencia de tus logros.
No importa cuánto éxito mundano hayas tenido, tarde o
temprano terminarás por comprender que mientras no sacies tu
sed interna, nada de lo que hagas logrará darte la ansiada paz
que tu alma anhela.
No estoy desmereciendo los éxitos de este mundo, por el
contrario creo que el camino espiritual nos lleva a una vida
material, física y emocionalmente plena, expresión de la plenitud
interna que experimentamos. El fracaso del que hablo, está
relacionado con el engaño de creer que alcanzaremos la plenitud
interna a través de los éxitos materiales.
Si el dinero, una vida sana o una profesión exitosa
aseguraran la plenitud, entonces podríamos estar tranquilos,
bastaría con trabajar con ahínco por una sociedad próspera y
tendríamos asegurada la paz interna para todos quienes
disfrutaran de bienestar material. Pero la vida nos enseña que no
necesariamente quienes más tienen, se sienten más felices o
más satisfechos con sus vidas. No siempre las personas más
afortunadas a los ojos del mundo son las más plenas. Personas
que tienen todo lo que este mundo material pueda ofrecerles:
fama, dinero, belleza física, admiración, lujos; son a veces
quienes más abusan de las drogas y del alcohol, como una forma
de escapar del vacío interno que las persigue y que nada parece
llenar.
Por el contrario, en ocasiones personas carentes de toda
importancia para los ojos de este mundo, que han tenido que
afrontar una vida llena de carencias, se pasean por la vida con la
cara llena de risa y optimismo, regalando a su paso ganas de
vivir. Ellos son, en definitiva, más ricos que quienes más tienen,
pues no necesitan “tener” para ser felices. Es que la riqueza
interna no se mide en términos de cosas acumuladas, títulos
obtenidos, viajes realizados o cuentas bancarias. La riqueza
interna está más relacionada con el grado de satisfacción que
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sentimos por lo conseguido, que con nuestra capacidad de
conseguir.
Aún cuando la riqueza interior nada tiene que ver con la
riqueza exterior, paradójicamente tiene todo que ver con ella,
pues de la riqueza interior aflora la capacidad de disfrutar, de
transformar nuestra realidad y de convertir cada día en una
aventura. La prosperidad en nuestras vidas es proporcional a la
capacidad que tenemos de disfrutar quienes somos, lo que
poseemos y lo que hemos logrado.
Durante gran parte de mi vida sentí que había una
discrepancia entre lo que proyectaba y lo que sentía en lo más
profundo de mi ser, a los ojos de cualquier persona mi vida se
acercaba mucho al modelo de lo que me habían inculcado como
deseable. Yo era una mujer joven, profesional universitaria, con
un empleo a medio tiempo que me permitía atender la crianza de
mis 4 hijos, casada con un hombre también profesional,
responsable y querendón con su familia. Tanto mi esposo como
yo provenimos de familias de clase media, tradicionales, con
matrimonios sólidos y padres amorosos y presentes, en la forma
que ellos podían y sabían serlo. Sin embargo, bajo esa
apariencia de orden y perfección se escondía una buena capa
de frustración y enojo, que de tanto en tanto se manifestaba en
forma de discusiones, dolores de espalda y otras sofisticadas y
no siempre directas maneras.
Tengo sentimientos encontrados respecto a los
recuerdos de mi niñez: por un lado recuerdo haber sido muy feliz
en mi más tierna infancia, tengo reminiscencias de mi madre
sonriendo y compartiendo con amigas, recuerdo carcajadas en el
hogar y mucho amor familiar. Aproximadamente en la época en
que cumplí ocho años, tengo la percepción de que el ambiente
de mi casa cambió o al menos así lo sentí yo. Mi madre dejó de
sonreír, dejó de juntarse con amigas y parecía estar siempre
enojada, sus amorosas atenciones hacia mí, cesaron de golpe
transformándose en secas comunicaciones y constantes críticas.
Casi cuarenta años después, me enteré que para ese entonces,
mis padres enfrentaron una crisis matrimonial de la cual yo
siendo una niña no llegué a enterarme. Crecí con la sensación de
que algo había hecho mal y que debido a ello había perdido el
cariño de mi madre. Durante mi pre adolescencia y adolescencia
tuve con ella una relación muy tensa, fui una hija difícil de
complacer y muy rebelde.
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En mi etapa escolar me costó mucho hacerme de
amigas, lo cual se agudizó cuando me expulsaron por mala
conducta del colegio de monjas al cual asistía y no conseguí
adaptarme al nuevo colegio, también de monjas, aún más
estrictas que las anteriores. Fui no sólo una alumna muy inquieta,
indiferente a la autoridad e indisciplinada, sino también muy
irresponsable y con rendimiento académico mediocre. Solía
pasar más tiempo castigada que en la sala de clases, de seguro
que si hubiese nacido un par de décadas después habría sido
una candidata segura al Ritalín.
Al terminar la enseñanza media era una jovencita muy
inquieta e inmadura que no tenía la menor idea sobre qué es lo
que quería hacer con su vida, cuando llegó el momento de rendir
la prueba de ingreso a la Universidad, me sorprendí y sorprendí a
los demás con un excelente puntaje, que me permitió entrar a
estudiar Ingeniería en una muy buena universidad del país, en
gran medida escogí esa carrera para agradar a mi padre, sin
prestar ninguna atención a cual podría ser mi verdadera
vocación.
Finalmente, luego de algunos traspiés terminé por
titularme. Convertida en una flamante ingeniero (en esa época no
existían el femenino de la palabra ingeniero en el diccionario) me
enfrenté al mundo y a mi absoluta falta de vocación. Ya en el
mercado laboral, pude comprobar en forma fehaciente que había
escogido una profesión que no me satisfacía en lo absoluto.
En los últimos años de mi carrera conocí a mi esposo,
con quien luego de un par de años de noviazgo decidimos formar
una familia. Me casé muy enamorada, pero a la vez asustada,
pues nuestras peleas por cosas sin importancia me hacían dudar
respecto a nuestra real capacidad de formar una pareja. Al poco
tiempo, se cumplió mi mayor deseo y quedé embarazada, en ese
momento sentí que tocaba el cielo, el nacimiento de nuestra hija
mayor, junto al nacimiento de nuestros otros tres hijos, han sido
los regalos más maravillosos que la vida me ha dado.
Feliz me lancé de lleno a mi labor de madre, dejando
cada vez más relegada mi profesión. Al año y medio nació
nuestro segundo hijo, al año y medio siguiente, nuestra tercera
hija y a los dos siguientes la cuarta. Cuando nació mi cuarta hija
abandoné totalmente mi profesión, para dedicarme de lleno a la
crianza de mis niños. Más que ser madre jugaba a serlo y me
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paseaba orgullosa por la vida, como una gallina con sus
polluelos.
Mi vida parecía perfecta. Pero en vez de llenarme de
orgullo, muy en lo profundo sentía un poco de vergüenza, pues
muchas veces me pregunté cómo era posible que yo, siendo
para muchos una mujer bendecida por la vida, no lograse ser en
forma auténtica feliz. En mi mente palpitaba un constante temor a
que la vida me castigara con alguna experiencia dolorosa, para
que así yo por fin aprendiese a valorar todo lo que tenía.
En mi interior yo sabía que algo no andaba bien. Mi
relación matrimonial se había convertido en una sucesión de
acercamientos y alejamientos, las discusiones se alternaban con
períodos de reconciliación y habíamos llegado a pensar que esa
era la única forma en que podíamos relacionarnos. Todo
matrimonio tiene problemas, nos decíamos y, luego de un
distanciamiento, retomábamos la relación con la promesa de
cambiar y ser por fin la persona que el otro esperaba que
fuéramos. Todas estas promesas iban directo al olvido, pues una
y otra vez volvíamos a discutir por las mismas y absurdas cosas,
hiriéndonos con reclamos y ofensas veladas.
Cuando nuestra cuarta hija entró al colegio a horario
completo, se cerró una primera etapa en la crianza de los niños,
luego de un período de mucha intensidad de pronto me encontré
con mucho más tiempo libre y me sentí con un montón de
energía libre que no sabía en qué emplear. Entonces comencé a
buscar “algo” que llenara mis días y me diera la satisfacción
interna que no lograba encontrar en mi interior. Luego de mucho
pensarlo, en parte movida por la culpa de no lograr encontrar paz
interior, decidí dedicarme a actividades solidarias.
Por un tiempo trabajé de voluntaria en una casa de
acogida de niños enfermos de cáncer, fue una experiencia muy
intensa de la cual aprendí mucho y quedé profundamente
conmovida por esos pequeños seres de ojos profundos que
ansiosos de ser amados, morían como mariposas nocturnas
estrelladas contra el vidrio de la vida. Luego de esa conmovedora
experiencia, decidí dedicarme en forma más profesional al tema
de la solidaridad y encontré un trabajo en una corporación de
beneficencia, dedicada al tratamiento de niños trasplantados. A
pesar del enorme cariño y ternura que los niños y sus dedicadas
y humildes familias despertaban en mí, tampoco allí conseguí
encontrar lo que buscaba, pues nunca llegué a sentirme cómoda
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en el ambiente “socialité” que suele rodear al mundo de la
beneficencia, sin duda necesario al momento de conseguir
recursos.
Entonces, di un giro en 180 grados y me volqué hacia el
mundo empresarial y me embarqué en un proyecto de
importación de muebles. Puse todas mis energías en ello,
trabajaba más de diez horas diarias, seis días a la semana. Se
trataba de un negocio complejo y cansador, sobre el cual influían
muchas variables que no dependían directamente de mi gestión.
Al principio, mis esfuerzos parecieron dar resultados económicos,
pero luego, el precio del dólar comenzó a subir y subir más allá
de cualquier expectativa, con lo cual todos mis cálculos de
rentabilidad fallaron.
Me sentía muy exigida y comencé a dejar de disfrutar las
actividades que antes me satisfacían, el cuidado de mi casa se
transformó en una pesada carga, el simple hecho de ir al
supermercado se me hacía una tarea agobiante, la vida social
me parecía una tortura. Dejé de ir al gimnasio y perdí el interés
por la mayor parte de las actividades que antes me atraían. Lo
único que me importaba era sacar adelante mi proyecto y estar
con mis hijos. Luché por casi cuatro años por impulsar este
demandante negocio, sin llegar a conseguirlo.
Cuando estaba en el ojo del huracán, decidí tomar un
curso de Programación Neurolingüística (PNL), principalmente
motivada por mi deseo de aprender a dominar mis reacciones
frente a los diarios conflictos que tenía con los clientes, con los
empleados de mi empresa y con los proveedores. En paralelo a
ese curso, una amiga me invitó a integrar un grupo de mujeres
que se autodenominaban “Las Soñadoras”, quienes se reunían
una vez a la semana a interpretar sueños y conversar. Aún no lo
sabía, pero esos serían mis primeros pasos concretos hacia el
despertar espiritual y comencé por primera vez a mirarme y a
cuestionar la forma en que estaba viviendo mi vida.
Debido a las dificultades en el trabajo mi enojo crecía día
a día, pues nada parecía resultar a pesar de mi frenesí por sacar
adelante mi empresa. Los trabajadores me parecían
irresponsables, los proveedores incumplidores, los clientes
demasiados exigentes, en fin, todo y todos parecían estar en mi
contra.
Sincrónicamente, una cadena de sucesos
desafortunados comenzaron a ocurrir en mi vida: robos,
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enfermedades, accidentes, problemas laborales parecían
afectarme a mí o a queridos y cercanos parientes, en ese
entonces parecía que todo a mi alrededor era tensión. Más tarde
comprendería que atraemos a nuestra vida justo aquello en lo
cual está puesta nuestra energía y en ese entonces yo me sentía
muy miserable, por ello el Universo entero se organizó para que
yo me pudiese sentir de esa forma a mis anchas.
Los problemas me fueron agotando cada día más, pero
lo que realmente terminó por hundirme fue cuando se enfermó
mi padre. Él fue para mí un fuerte apoyo en los momentos en que
necesité sostén, desde niña fui muy apegada a él y a pesar que
tenía un carácter complicado, con el cual me era muy difícil
relacionarme, entre él y yo existía una complicidad y
comunicación no verbal, que incluso a la distancia nos mantenía
unidos. En esos tiempos que yo sentía tan complicados él se
había convertido en mi alero y parecía siempre tener la palabra
precisa para reconfortarme.
A la semana siguiente de cumplir 80 años le detectaron
un cáncer a la pleura en estado terminal, el doctor nos dijo que le
quedaba un mes de vida, que luego se prolongó en más de dos
angustiosos años. Eso terminó con mis fuerzas. Mi empresa
quedó en segundo lugar y al no contar con mi continua
presencia, las ventas comenzaron a decaer, pero no me importó
pues yo no tenía ya ganas de seguir luchando.
El tiempo pasaba y yo corría entre mi hogar, el hospital y
el negocio, comencé a sentir como el stress crecía dentro de mí,
por primera y única vez en mi vida supe lo que es pasar un noche
en vela, en ocasiones mi corazón parecía salirse de mi pecho.
Aún así no paraba de correr, hasta que llegó un día en que no fui
capaz de estar en pie, mis piernas literalmente se doblaban
incapaces de sostenerme y tuve que quedarme en cama por más
de dos semanas y no pude trabajar por más de un mes.
Luego de ese episodio le tomé fobia a mi trabajo y a todo
lo relacionado con él, decidí asumir el fracaso y cerrarlo. Con las
pocas fuerzas recuperadas con el forzado reposo que mi cuerpo
me impuso, tuve que finiquitar mis últimas obligaciones, despedir
empleados, pagar a los proveedores, hacer las últimas
cobranzas, vender en liquidación todo lo que se pudiera; y asumir
la pérdida monetaria y el dolor de no haber conseguido salir
adelante con lo que me había propuesto.
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Sin embargo, este proceso en apariencia tan negativo,
me trajo una enorme bendición pues durante mi tiempo de
obligado reposo, comprendí que la forma en que había conducido
mi vida hasta entonces no estaba dando los resultados que tanto
ansiaba. Una voz desde mi interior, comenzó a susurrarme que
había otra forma de vivir que yo hasta ahora no había entendido.
Mi alma comenzó a clamar por manifestarse y justo
cuando mi mundo parecía estar desmoronándose, comencé a
recibir información espiritual de todas partes, los sucesos se
fueron encadenando, los sueños revelándose, las sincronías
presentándose, llegaron a mi vida las personas precisas y de
pronto sentí que todo lo que había sucedido tenía un sentido, que
todo había conspirado para que llegara el momento en que yo
me detuviese y me permitiese conectarme conmigo misma.
Había estado buscando fuera de mí: ¡era el momento de buscar
en mi interior!
Con tiempo libre y con el apoyo de mi esposo, me lancé
a un intenso proceso de búsqueda espiritual y sentido de vida,
tomé muchos cursos y talleres, leí una enorme cantidad de libros,
navegué cientos de horas en Internet, buscando información y
contacto con personas que estuvieran en el mismo proceso.
Lentamente comencé a sentir algo desconocido para mí: empecé
a sentir que en realidad no tenía que hacer nada para encontrar
la felicidad que tanto había buscado, pues la plenitud es el
estado natural del alma y sólo tenemos que permitir que ocurra.
De a poco comencé a percibir que no estoy sola en este
camino espiritual, hay muchos seres que nos ayudan a avanzar
hacia donde nos proponemos llegar, pude sentir que dentro de
todos nosotros habita una chispa divina que con paciencia
espera que le permitamos manifestarse. Comprendí que cuando
nos ponemos en sintonía con nuestras más altas intenciones, los
milagros comienzan a ocurrir en la cotidianidad. Los problemas
que antes nos parecían tan complicados no sólo se hacen más
llevaderos, sino que también muchos de ellos se tornan irreales y
se desvanecen. Aprendí que quizás no tengo la opción de
escoger qué sucede en mi vida, pero siempre tengo la libertad de
escoger la forma de enfrentar los desafíos que se me presenten y
que cada instante es una oportunidad para sentir la grandiosidad
de Dios en continua manifestación.
De seguro cada quien tiene su propia y maravillosa
historia que lo llevó a iniciar su búsqueda espiritual y si cuento
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algo de la mía es sólo para compartir el hecho de que al igual
que muchos, viví gran parte mi vida centrada en lo externo,
buscando miles de formas para completarme y, finalmente, el
gran regalo que recibí fue comprobar que mis búsquedas
fracasaron. A partir del momento personal en que comprendemos
que todos nuestros intentos de encontrarle sentido a nuestras
vidas en lo externo nos han llevado al fracaso, comenzamos a
encontrar lo que ansiamos en nuestro interior.
Cuando decidí que me iba a rendir ante la existencia
descubrí la presencia de mi Ser Superior y me entregué a Él,
permitiendo que esa fuerza invisible que escapa a nuestra
comprensión se hiciera cargo de mi vida.
Si bien más adelante explicaré mi concepto de Ser
Superior, por ahora simplemente digamos que es esa parte
divina que reposa en nuestro interior, esperando ser descubierta,
es esa parte que todos poseemos y que nos hace iguales en
estirpe, hijos del mismo Padre, esculpidos desde el mismo
material. Es nuestra esencia, nuestra genuina y verdadera
naturaleza.
Supongo que habrá muchas formas de conectarse con
nuestra divinidad, pero he podido observar que es más fácil
hacerlo cuando nos damos cuenta que con nuestros
pensamientos y emociones no hemos sido capaces de darle
sentido a nuestra vida. Eso es a lo que yo lo llamo “fracaso” y sé
que esta palabra puede provocar resquemor en muchas
personas que aún sienten que pueden conseguir lo que buscan
en su interior, con esfuerzo y trabajo en el exterior.
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CAPITULO 2: Comienza el Despertar
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Despertar
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comenzaron a presentar y me impulsaron a recorrer este
hermoso camino sin retorno.
Mucha información de carácter espiritual llegó a mis
manos y conmovedoras revelaciones se manifestaron en mis
sueños, comencé a encontrar alimento espiritual en lecturas de
libros, en personas que aparecieron en mi vida, en experiencias
en talleres, navegando por Internet. Fueron años muy intensos y
entretenidos, llenos de descubrimientos, con progresos y
retrocesos, pero siempre con la alegría de sentirme avanzando
hacia la libertad de reconocer que mi vida es mi creación.
Los problemas y conflictos, se transformaron para mí en
una oportunidad, que me permitió entender que si seguía
viviendo en la forma que hasta ese entonces lo había hecho, no
obtendría lo que tanto ansiaba. Había comprendido que no podía
responsabilizar a las circunstancias ni a los demás, por mis
frustraciones y que había llegado la hora, no sólo de sanarme,
sino que también de hacer cambios concretos en mi forma de
enfrentar y sobre todo de valorizar los distintos aspectos de mi
vida.
Ciertamente, somos nosotros y nuestras circunstancias,
en apariencia estamos “condicionados” por la vida, por nuestra
historia, por las personas que nos educaron. No es poco habitual
que expliquemos nuestras reacciones en base a situaciones del
pasado, yo soy así porque cuando era niña me pasó tal o cual
cosa, yo reacciono de esta forma pues tuve esta experiencia,
siempre parecemos tener justificaciones y explicaciones respecto
a cómo somos. A veces anquilosamos nuestro pasado y
experiencias, permitiéndoles que nos condicionen durante toda
nuestra existencia, olvidándonos que somos seres libres en
continua evolución y que detrás de esa máscara que hemos
adoptado como personalidad, se encuentra nuestro yo auténtico
que observa este proceso y que puede, cuando lo desee,
cambiar las características del personaje que está interpretando.
Recuerdo una ocasión en que conversé con una mujer
de más de 70 años, ella estaba muy cansada y deprimida, sentía
que su vida llegaba a su fin y que nunca había sido feliz, me
contó tristes episodios de su niñez que la habían marcado
profundamente, ella responsabilizaba a su madre por el
sufrimiento que había acarreado durante tantos años. No pude
contenerme y le dije: ¡Han pasado casi 70 años desde que
sucedieron los hechos que me estás contando!, ¿No crees que
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llegó la hora de soltar y ser dueña de ti misma y de tus
emociones?, ella me devolvió la mirada sin comprender. Quizás,
ya era tarde para que ella se liberara de las ataduras que durante
toda su vida la limitaron y dañaron, pero no era tarde para que yo
pudiese comprender la lección que ella de manera inconsciente
me estaba enseñando.
Muchos terapeutas nos impulsan a revisar nuestra
historia para comprender quienes somos. Nuestros padres o sus
sustitutos, aparecen como figuras de gran relevancia en el diseño
de nuestra personalidad, así como también lo son las situaciones
que nos tocó experimentar a lo largo de nuestra niñez, sobre todo
en nuestra más tierna infancia. Si bien, todos podemos estar de
acuerdo que en gran medida nuestra historia nos define, también
es cierto que no todos hacemos la misma interpretación ni
reaccionamos de igual forma ante hechos similares. Esto es fácil
de comprender para aquellas personas que provienen de
hogares con varios hermanos, quienes de seguro tienen
diferentes recuerdos e interpretaciones de una misma anécdota
familiar.
Conversando en una ocasión con una de mis hermanas,
luego de pasar un buen rato recordando momentos de nuestra
infancia y reviviendo la relación que habíamos tenido con
nuestros padres, concluimos entre risas que habíamos vivido en
distintos hogares, pues no sólo recordábamos algunos sucesos
en forma diferente, sino que además percibíamos a nuestros
padres de maneras muy opuestas, siendo para ella mi madre la
representante de la dulzura y alero en la familia, mientas que
para mí lo fue mi padre. Los hechos y los personajes fueron los
mismos, pero la forma en que los vivimos cada una de nosotras
fue diferente, como diferente también fue la forma en cada una
de nosotras integró esas experiencias a su personalidad.
Creo que es muy necesario revisar nuestra historia para
comprendernos, episodios de nuestra niñez nos pueden ayudar a
entender muchos de los rasgos de nuestra personalidad. Cuando
estamos en crisis, enojados con nosotros mismos, en ocasiones
es muy aliviador sacarnos el peso de la responsabilidad y
adjudicárselo a otro. La sicología moderna nos ayuda en este
proceso a identificar las personas y hechos del pasado que más
nos marcaron, luego para reconciliarnos con nuestro pasado y de
esa forma con nosotros mismos, intentamos perdonar a los
involucrados para conseguir paz interior.
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Pero invariablemente una vez que revisamos nuestro
pasado, perdonamos a los involucrados y a nosotros mismos, la
quietud que sentimos parece pasajera, culpabilizar a nuestros
padres o a las circunstancias termina siendo un bálsamo
bastante pasajero. Es aquí cuando muchas personas en este
camino de reconocerse, comienzan a intentar buscar
explicaciones en vidas pasadas, terapias regresivas, lectura de
registros akáshicos, alejar aún más en la línea del tiempo el
suceso que nos marcó, parece traer nuevo alivio. He conocido a
personas que pueden justificar muchos aspectos de su vida,
narrando supuestas vidas pasadas. Para mí, si no estamos muy
atentos, esto puede transformarse en una nueva forma de
evasión, en un nuevo artilugio para justificar que no somos
capaces de asumir el diseño de nuestra vida y les aseguro que
en ese caso, el alivio que sentirán será sin duda pasajero.
Podemos entender mejor esta idea con un ejemplo,
tomemos el hipotético caso de una persona con problemas en su
trabajo para expresarse en forma fluida y asertiva ante sus
superiores, por este motivo se siente menoscaba y limitada en
sus horizontes profesionales, además este hecho le influye en las
relaciones con sus compañeros, pues presiente que ellos se
burlan de sus tartamudeos.
Supongamos que acude a un sicólogo quien le ayuda a
descubrir que su limitación se originó en su niñez producto que
su madre continuamente lo hacía callar y bajar el tono de voz
ante su padre, quien era visto como una temida autoridad, a
quien no podía contradecirse ni hacer enojar bajo ninguna
circunstancia. Esta parece ser una razonable explicación de la
limitación que este hombre tiene para expresarse, incluso es
posible que sienta un momentáneo alivio, al responsabilizar a sus
padres de su limitación, el culpable no es él, sino que las
circunstancias de su vida. Durante un tiempo, andará enojado
con sus progenitores por haberlo marcado en forma tan negativa.
Sin embargo, pronto comprenderá que ellos también actuaban
impulsados por sus propios límites, fijados también por su
historia, su amor hacia sus padres no le permitirá sostener por
mucho tiempo el alivio de culpabilizarlos, ¿será el abuelo
entonces el responsable?
Una terapia regresiva lo puede llevar a ¨descubrir¨ que en
una vida pasada, su madre era su esposa, sufrió horrores cuando
a él lo mataron de forma brutal por expresar su opinión
32
públicamente, por eso ella lo hacía callar cuando era pequeño,
pues en realidad intentaba proteger su vida. Bien, otra vez este
buen hombre al liberar a la madre siente un poco de alivio, que
también será pasajero.
No importa cuántas explicaciones busque, llegará el día
en que parado frente a sus jefes, tendrá que escoger si seguir
siendo esclavo de sus miedos o hacer algo para vencerlos.
Entonces podrá optar por superar sus límites, tomando algún
curso de dicción o buscar un nuevo trabajo que se adapte más a
las habilidades que sí tiene. No importa lo que escoja, en el
momento en que acepte que la decisión es sólo suya, será libre.
Puede que este ejemplo suene algo absurdo, pero
créanme que contantemente converso con personas que en
distintos aspectos de su vida, están recorriendo el mismo camino
que nuestro ficticio personaje. Todos ellos han despertado, pues
al contrario que la querida señora que dejó que la vida se le fuera
sin conseguir ser feliz, quienes intentan buscar soluciones, al
menos han comprendido que no tienen que conformarse con ser
marionetas de su pasado.
La personalidad que nos define y que tanto solemos
defender y proteger, está formada de un largo listados de yo soy
así, yo soy asá. Yo soy sensible, yo soy malo para los deportes,
yo soy responsable, yo soy alegre, yo soy flojo, yo soy enojón, yo
soy generoso, yo soy esto, yo soy aquello. Este listado lo hemos
construido a partir de un largo proceso interpretativo que se inició
incluso antes que naciéramos, lo hicimos en forma automática,
involuntaria e inconsciente, pero aún así su influencia es de tal
envergadura e importancia, que orienta la mayor parte de
nuestras elecciones y reacciones a lo largo de toda nuestras
vidas.
Nuestra visión de la vida es sólo una interpretación de una
realidad mayor, de la cual escogemos algunos elementos en
donde poner nuestra atención y los observamos a través de un
filtro personal constituido por nuestras emociones y juicios
mentales. Pero esa misma realidad, otros la podrán interpretar de
distinta manera usando su propio filtro construido a lo largo de su
existencia, basado en las experiencias que les tocó enfrentar, en
las interpretaciones que realizaron y en las conclusiones que
sacaron de ellas.
En este mundo nada es verdad ni mentira, todo depende
del cristal con que se mira.
33
Cuando comenzamos a comprender que nuestra realidad
es en gran medida sólo una versión de una realidad mayor,
entonces ha llegado el bendito momento de plantearnos la
posibilidad de reinterpretar nuestra historia y redefinir la forma en
que percibimos esa realidad. Proceso que esta vez tenemos la
oportunidad de hacerlo de forma premeditada, voluntaria y
consciente, no como una manera de negar o renegar de nuestro
pasado, sino como un legítimo acto de libertad que nos permite
recrearnos y escoger quienes queremos ser.
La ciencia moderna demuestra que nuestra mente es una
estructura neuronas que forman verdaderas “carreteras” de
pensamientos. Carreteras que hemos diseñado y construido
desde nuestra infancia y que nos permiten observar e interpretar
el mundo. La gran maravilla de este complejo sistema neuronal,
es que permite ser rediseñado, simplemente cambiando nuestra
forma de pensar. Al contrario que nuestros hermanos menores,
los animales, los seres humanos tenemos la posibilidad de
reinventarnos cada vez que lo deseemos.
Cuando te escuches a ti mismo justificando tus miedos,
tus frustraciones o tus elecciones con frases del tipo: “así soy yo,
pues cuando era un niño….” Detente y pregúntate: ¿quiero seguir
reaccionando de esa forma culpando a otros de mis elecciones o
escojo de una vez por todas ser un adulto responsable y creador
de mi vida?
La mente nos suele jugar malas pasadas, pensamientos
automáticos se despliegan ajenos a nuestros deseos y más altas
opciones, afectando nuestro cuerpo físico y emocional y
gobernando muchas de nuestras reacciones. Estos
pensamientos se encadenan formando círculos repetitivos y se
van transformando en verdaderas letanías, que nos acompañan
a lo largo del día. Muchas veces son quejas y reclamos, a través
de los cuales nos decimos que las cosas en nuestra vida no son
como quisiéramos, responsabilizamos a algo o a alguien por esta
situación y nos prometemos tomar acciones al respecto, cosa
que pocas veces hacemos.
De esta forma, lo que hacemos es proyectar hacia afuera
ese malestar interno que no sabemos solucionar, nos
lamentamos de las circunstancias como una forma de liberarnos
de la responsabilidad que tenemos sobre las creaciones que
hacemos y que luego las rechazamos pensando que no se
ajustan a nuestros deseos.
34
Si en algún momento de nuestras vidas logramos
vislumbrar esta dinámica, entonces podemos empezar de a poco
a desarticular estas cadenas de pensamientos y aprender a
enfocarlos en lo que verdaderamente deseamos crear. Detrás de
esas quejas silenciosas, comenzamos a identificar nuestras
carencias y aprendemos a satisfacerlas, sin responsabilizar a
nada y a nadie de ellas. Poco a poco nos vamos convirtiendo en
el observador del pensador, pasamos de ser el que piensa a
observar al que piensa, quitándole así mucha energía a nuestros
pensamientos.
Antes de iniciar este camino, muchas veces pensé que
algunas personas me agredían, me faltaban el respeto o no me
daban el valor que yo creía merecer, un día descubrí que el
origen de esos sentimientos estaba en mi baja autoestima.
Hecho este descubrimiento, pude comenzar a buscar formas de
subir la valorización de mi misma, realizando actividades que me
satisfacen y me otorgan seguridad en mis habilidades. De esta
forma, poco a poco, he podido dejar de ser reactiva ante esas
actitudes que antes yo interpretaba como agresivas o al menos,
hoy siento la libertad de alejarme cuando siento que no puedo
ser indiferente ante los supuestos o reales ataques de alguien.
Mucho se dice que somos lo que pensamos y con
nuestros pensamientos creamos nuestra realidad. Si esto fuese
así de simple y directo, la mayor parte de las personas debería
que tener la vida que desean. Parece ilógico que escojamos
crear a través de nuestras palabras y pensamientos
circunstancias que no deseamos y que luego lamentamos. Pero
es lo que en realidad hacemos sin darnos cuenta de ello,
decimos desear algo, pero a través de nuestros pensamientos
creamos lo contrario.
Muchas personas enfermas ansían sentirse sanas, pero
se pasan el día hablando de sus dolencias y enfermedades, hay
quienes desean una relación amorosa satisfactoria, pero
constantemente critican a su pareja, otros desean sentirse
cercanos a sus hijos, pero viven hablando de lo difícil que es ser
padres hoy en día. De esta forma, a través de nuestro
pensamientos ponemos energía justo en lo contrario que
decimos desear, pareciera que somos expertos en enfatizar lo
que nos hace falta sin darnos cuenta que estamos
desmereciendo lo que tenemos y con ello creando más y más de
lo que no deseamos.
35
Si deseas sentirte sano, comienza a tener una actitud
saludable, si deseas una buena relación con tu pareja comienza
a valorizar sus cualidades, si deseas llevarte bien con tus hijos,
comienza a acercarte a ellos.
Si te sorprendes a ti mismo sumergido en pensamientos
alejados de tu deseos, no te molestes ni preocupes, simplemente
sonríe y asómbrate, luego pon tu mente a trabajar con intención,
sin fuerza, sino alegrándote por lo que tienes. El Universo se
alineará y te regalará cada vez más y más situaciones que te
llenen de alegría. Es por esto, que la palabra gracias es tan
poderosa, pues nos sintoniza con la corriente de prosperidad que
la existencia está dispuesta a ofrecernos.
Para mí, el despertar espiritual de conciencia, es el
proceso de comenzar a recordar quienes somos: hijos de un
mismo Dios, experimentando la magia de Ser. Despertar es
también abandonar la sobre identificación que tenemos con
nuestros pensamientos y emociones, para comenzar a reconocer
nuestra parte divina y permitir que ésta se manifieste en nuestra
vida.
Despertar, significa comenzar a comprender que somos
responsables de la forma en que hemos vivido hasta ahora, aun
cuando la mayor parte de las elecciones que hicimos pudieron
ser inconscientes y alejadas de nuestros aparentes deseos. Es
posible que en la vida se nos hayan presentado situaciones y
personas que creímos no haber deseado ni buscado, pero, aún
sin saberlo, tuvimos la libertad de escoger cómo actuar e
interpretar esas situaciones y encuentros.
En este maravilloso camino de toma conciencia, poco a
poco comprendemos que hay personas que salen fortalecidas y
renovadas de situaciones difíciles, usando para su crecimiento
los hechos poco afortunados que le hayan tocado enfrentar, sin
perder tiempo ni energía en lamentaciones que a nada conducen.
Por el contrario, hay personas que ante pequeñas circunstancias
adversas se sienten derrotados y reaccionan atacando,
defendiéndose o bien se repliegan huyendo. Todos tenemos la
capacidad y libertad de escoger en cual grupo queremos estar a
contar de hoy.
Mientras estamos “dormidos” sentimos que quienes
somos, e incluso quienes seremos en el futuro, está
condicionado por las circunstancias de nuestra vida y justificamos
nuestras reacciones y elecciones aduciendo a hechos del
36
pasado. Cuando comenzamos a despertar, comprendemos que
el pasado sin duda nos ha influido, pero siempre tenemos la
posibilidad de empezar de nuevo y comenzar a crear según
nuestras propias y conscientes elecciones. Este simple
descubrimiento, expuesto en la mayor parte de los libros y cursos
de crecimiento personal, un día se hace carne en nuestra vida y
comenzamos a hacernos conscientes de nuestras elecciones.
Para mí, el primer chispazo de comprensión de las
dinámicas que habían gobernado mi vida, me llenó por un
instante de profunda vergüenza, pues advertí hasta qué punto
había estado responsabilizando a otros de mis temores,
frustraciones no asumidas y enojos no resueltos. La vergüenza
dio paso a un proceso de perdonar y perdonarme por cada
circunstancia de mi vida en la cual había reaccionado de forma
inconsciente. Desde el perdón pasé al agradecimiento y reconocí
que cada una de estas circunstancias se habían entretejido hasta
llegar a la perfección del ahora.
Una vez que logramos comprender que podemos elegir
cómo reaccionar ante cualquier situación o al menos aspirar a
ello, comenzamos a atraer a nuestras vidas justo lo que
deseamos. Nos damos cuenta que no estamos solos y que la
existencia presurosa atiende nuestras solicitudes. No creo, como
muchos afirman, que todas las circunstancias de mi vida sean
escogidas por mí, creo que la vida viene llena de sorpresas y
creaciones colectivas que no necesariamente obedecen a mis
deseos conscientes o inconscientes, sino que algunas de ellas
son parte de la mágica y sorprendente manifestación de ser.
En cierta forma se puede decir que mi proceso de
búsqueda comenzó cuando nací. Estoy convencida que esto es
así para todos, creo que todas las personas vivimos intentando
completarnos y cada paso en nuestra vida tiene la intención de
encontrar “eso” que sentimos que nos falta. Estudios, deportes,
carreras profesionales, cultivo del físico, proyectos, viajes,
meditaciones, libros espirituales, amistades, todo ello y mucho
más son actos de búsqueda que realiza el ser externo en
infructuosos intentos por reencontrarse con el Ser interno. No hay
caminos mejores ni peores, todos llevan a la misma conclusión:
¡la felicidad no está en eso en que tanto te afanas!
Soy la menor de una familia de seis hermanos, provengo
de un hogar tradicional de clase media, de formación católica.
Nuestros padres nos educaron con un alto sentido del deber y de
37
la responsabilidad. En apariencia mi familia no estaba en lo
absoluto ligada a los temas esotéricos o espirituales “no
tradicionales”. Sin embargo, siendo una adolescente, mi madre
me llevaba a visitar a una tarotista que ella solía consultar, no
hace mucho supe que mi abuela materna leía el tarot en una
época en que ello era absolutamente extraño. En mi infancia y
juventud en nuestras reuniones familiares, teníamos el hobby de
hacer espiritismos con un tablero de Ouija como quien juega
naipes después de almuerzo. Libros del tipo: La Tierra es Hueca,
Yo Visité Ganimedes, Vida después de la Vida, El Retorno de los
Brujos, El Tercero Ojo y muchos otros, estuvieron a mi alcance
desde que tengo memoria y los leí con total naturalidad, sin
preguntarme si otras personas tenían acceso a ese tipo de
literatura.
Años más tarde comprendería que hablar de espiritismo,
tarot, ovnis, vida después de la vida y otros temas, no eran
conversaciones habituales. Por ese motivo, en mi incesante
deseo de “encajar” en un mundo que funciona con códigos
sociales que, desde que tengo uso de memoria, me ha parecido
incomprensibles, dejé de pensar en esos peculiares temas. Sin
embargo, la semilla de la curiosidad ya estaba puesta en mi
interior, ya nunca me tragaría el mundo que la educación
tradicional me imponía, pues desde muy pequeña una parte mía
ya intuía que la verdad tiene muchas aristas.
Mis padres me educaron en un tipo de religión católica
bastante liberal, ellos no eran observadores ni miembros activos
de su comunidad religiosa. Me inculcaron que más importante
que asistir a misa o confesarse, era vivir una vida que reflejara el
amor a Dios. De boca de mi madre aprendí que los sacerdotes
son sólo seres humanos; que la Biblia fue sido escritas por
hombres y que muchos de sus libros fueron mitos que se
trasmitieron generación tras generación de manera verbal, con la
consiguiente deformación de su contenido; aprendí que las
exigencias de la iglesia son exigencias humanas y no divinas; en
fin, de ella aprendí a cuestionarme la institución eclesiástica.
De pequeña sentía mucha atracción hacia la iglesia y sus
ritos, asistía a la misa dominical aún cuando otros miembros de
mi familia no lo hacían. A medida que fui creciendo pasé por
sucesivos periodos de alejamientos rebeldes y de culposos
acercamientos. Cuando fui madre, me reincorporé con muchas
ganas a los ritos de la iglesia, motivada principalmente por la
38
necesidad de ser consecuente con la formación que les impartía
el colegio católico que con mi esposo escogimos para nuestros
hijos.
Mi gran y definitivo quiebre con la iglesia católica no fue
provocado por el resquebrajamiento de su imagen o por los
sucesivos casos de abusos a menores por parte de sacerdotes,
ni siquiera se debió al poco o casi nulo aporte que sentía que
significaban para mi vida los sermones, comuniones y
confesiones, ni a lo poco agradable que se me hizo mi relación
con las monjas en mi educación secundaria, tampoco se debió a
mi inclinación por los temas de la Nueva Era.
Mi definitivo alejamiento de la iglesia, se produjo cuando
mi tercera hija se preparaba para su primera comunión. Parte del
proceso de preparación para este sacramento contempla una
ceremonia de primera confesión. Asisten a la ceremonia los niños
con sus padres y profesores, todos reunidos en un gran salón en
el cual se realizaba una liturgia. En las esquinas de la sala se
instalan cuatro cubículos, cada uno con un sacerdote que imparte
la confesión, los niños en fila esperan su turno para confesar sus
“pecados”.
Cuando nos tocó vivir esa torturadora experiencia con
nuestra tercera hija, a modo de motivación, un sacerdote hizo
una prédica, en la cual alentó a los pequeños a ser honestos y no
ocultar nada al momento confesar sus pecados, les dijo que no
podían engañar a Dios porque Él todo lo sabía. Sentada al lado
de mi esposo presencié la escena horrorizada, cosa que no me
había ocurrido los años anteriores cuando nuestros dos primeros
hijos habían pasado por igual experiencia. Al mirar a ese
hermoso grupo de niños de casi diez años, yo sólo podía ver a
pequeños y expectantes angelitos, todos ellos pulcramente
vestidos, nerviosos y ansiosos por confesarse, no pude imaginar
de qué podían esos niños sentir culpa, en ese momento algo se
quebró en mí, me pregunté qué clase de Dios podría querer
hacer sentir en falta a esos maravillosos ángeles inocentes.
A partir de ese momento, mi relación con la Iglesia nunca
fue la misma. Durante algunos años dejé de ir a misa y nunca
más volví a confesarme. Es probable que sean muchos más los
temas que no comparto con la iglesia que los que sí comparto,
pero aun así asisto a misa muy de vez en cuando, creo en la
“magia” de los rituales e independiente del tipo de ceremonia que
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se trate, me siento conmovida cuando asisto a ceremonias de
tipo espiritual.
Aunque la vida entera sentía atracción hacia los temas
espirituales no convencionales, en realidad, sólo después de mi
crisis de stress, se despertó en mí una inagotable sed de saber y
experimentar. Comencé a leer cuanto libro de crecimiento
personal y espiritual se cruzaba por mi camino, asistí a una
enorme cantidad de seminarios y talleres, tomé cursos de Tarot,
Interpretación de Sueños, Árbol de la Vida, Sanación,
Clarividencia, Eneagrama y otros. Invertí muchas horas y dinero
buscando una explicación al vacío interior que sentía y poco a
poco sin que yo casi lo notara, una profunda paz interna
comenzó a invadirme.
Muchas fueron las herramientas que en su momento me
sirvieron para encontrarle sentido a mis experiencias de vida, de
todas ellas yo hice una amalgama y saqué mis propias
conclusiones. Tú puedes recorrer tu propio camino, todos son
válidos, lo único que puedo recomendarte es que continuamente
recuerdes, que los instrumentos con que vayas experimentando
no es LA verdad que andas buscando. Toma lo que resuene en ti
y desecha lo que no, en plena conciencia que nada de lo que
hagas o dejes de hacer puede en realidad darte lo que buscas,
pues ya se encuentra en tu interior esperando ser descubierto.
Cuando lo hayas comprendido podrás disfrutar sin apego, de
cualquier herramienta que te atraiga, pues ya habrás
comprendido que el poder está en ti, tú eres el artista que toma el
pincel de la creación para pintar la genial obra que eres tú.
Estando en plena recuperación de mi periodo de stress,
mi hermana mayor me ofreció llevarme a una consulta con un
psíquico y sanador. A ella le estaré eternamente agradecida, no
sólo por mostrarme un mundo nuevo, que cambio mi vida para
siempre, sino también por su paciente compañía e inagotables
palabras de estímulo cuando todo lo que yo había creado se
desplomaba a mí alrededor, incluyendo mis expectativas sobre
quienes eran mis soportes emocionales. Ansiosa por salir del
estado de agotamiento en que me encontraba, acepté gustosa la
invitación que me hizo, pues estaba dispuesta a aceptar
cualquier intento de ayuda que me ofrecieran.
Cuando entré a la consulta, me recibió un señor
descalzo, de mediana edad, de intensos ojos azules y con el pelo
tomado en una colita. Bastante cohibida me senté frente a él bien
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dispuesta a escuchar lo que tenía que decirme. Luego de unos
minutos de silencio que se me hicieron eternos, empezó a
hablarme y, si bien en un principio nada lo que decía parecía
tener sentido para mí, de pronto sus palabras comenzaron a
resonar en mi interior.
Me habló de vidas pasadas, me explicó cómo las
personas vivimos cubiertas de juicios que nos destruyen, me dijo
que nacíamos con una herida previa a esta vida y que muchas
veces no entendíamos el origen de nuestras tristezas. Me explicó
muchos conceptos nuevos para mí, que entraron a mi mente
como relámpagos de luz abriendo compuertas desconocidas en
mi interior. Al finalizar me hizo una limpieza de aura, yo hasta ese
entonces no había experimentado nunca algo tan extraño, el
agitaba sus manos alrededor mío, mientras me hablaba de
escenas de mi infancia que no tenía cómo conocerlas. Al instante
me sentí muy aliviada y, lo más importante, sentí que lo que
estaba viviendo tenía un sentido, que ante mí se abría un
maravilloso camino de despertar espiritual. Esa noche dormí
como hacía tiempo no lo hacía.
Durante más de dos años, ese sanador fue mi maestro,
asistí a muchos de sus cursos, aprendí algunas técnicas de
sanación y de lectura de aura y chakras, en las cuales nos
aconsejaba invocar la presencia de nuestro Ser Superior.
Impresionada por el despertar de habilidades ignoradas por mí,
comencé a invocar a mi Ser Superior cada vez con más
frecuencia, llegando incluso a hacerlo en situaciones de la vida
cotidiana. Mi voz interna comenzó de a poco a convertirse en mi
más leal consejero y aliado.
Desde que tengo uso de memoria he tenido un nutrido
repertorio de vívidos sueños. Durante muchos años los bloqueé
pues me di cuenta que conversar sobre nuestro mundo onírico no
era un tema habitual en el agitado mundo concreto. Cuando me
uní al grupo de Las Soñadoras que mencioné anteriormente,
volví a conectarme con esta parte mía tan vivaz y creativa. Todo
mi potencial imaginativo estaba acallado, en parte por tratar de
ser una persona seria y responsable y, en parte, por el tipo de
formación profesional que escogí tener. En la época en que inicié
mi proceso de despertar, los sueños volvieron a mi vida como un
volcán en erupción. Intensos y variados, cada noche comencé a
vivir un verdadero encuentro conmigo misma.
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Con un poco de esfuerzo y bastante dedicación, me
dediqué a explorar ese maravilloso mundo que se despliega en
nuestras mentes cuando dormimos. Aprendí a inducir sueños
pidiendo respuestas a mis inquietudes, pude despertar dentro de
los sueños, tuve experiencias lúcidas, viviendo en ellas
verdaderas aventuras dignas de la película Matrix, logré hacer
algunos impactantes viajes astrales y tuve durante el lapso de
dos años, más sueños arquetípicos de los que he tenido en el
resto de mi vida. Los sueños me acompañaron en momentos
difíciles de mi vida trayéndome mensajes que me llenaron de paz
y alegría justo cuando más lo necesitaba.
Podría llenar muchas páginas narrando los maravillosos
sueños que me iluminaron en esa época, los cuales fueron poco
a poco fortaleciendo mi certeza de que no estamos solos.
Cuando lo pedimos y lo necesitamos el Universo se organiza de
diversas formas para apoyarnos.
Poco a poco, entre tanta limpieza de aura, regresiones,
interpretación de sueños, canalizaciones, libros y maestros, algo
fue cambiando dentro de mí. Si bien en apariencia yo seguía
siendo la misma mujer casada con el mismo hombre, madre de
los mismos hijos, viviendo en la misma casa. Lo único que había
cambiado para el ojo externo es que yo había dejado de trabajar
y me dedicaba a mis “brujerías”, como le gustaba a mi papá
decirle a mis nuevas inquietudes.
Pero yo sabía que en mi interior TODO estaba
cambiando y nunca volvería a ser la misma persona. Sentí que
esa paz, que tanto anhelaba, se comenzaba a manifestar desde
mi interior, había descubierto que la felicidad que con tanto
ahínco busqué por años, reposaba dentro de mí, que por fin
empezaba a expresarse. Aprendí que ni las situaciones ni las
personas que se presentan en mi realidad, son responsables de
las capas de programación que me llevan a reaccionar de tal o
cual manera. Reprogramarme es mi libertad y el primer paso
para conseguirlo, es reconocer hasta que punto reacciones
automáticas han gobernado mi vida.
Poco a poco en este maravilloso camino de despertar,
todas las experiencias e información que recibí de diversas
fuentes e instancias, comenzaron a integrarse en mi interior.
Cada paso que daba hacia el despertar, acrecentaba la urgencia
de buscar más y más información. Todo este maravilloso proceso
comenzó a cristalizarse en mis Conversaciones con mi Ser
42
Superior, en ellas encontré las respuestas que buscaba, encontré
un aliado, un catalizador de mis emociones, un guía, un apoyo
incondicional y un sabio consejero. Mi vida tuvo un giro
irreversible, inicié un camino espiritual sin retorno, en el cual la
presencia de mi Ser Superior pasó a ser mi energía vital,
ocupando gran parte de mis pensamientos a lo largo del día.
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CAPITULO 3: Nuestro querido y asustado ego
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46
El Príncipe y su leal sirviente
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En las malas condiciones que se encontraban, vacilantes,
intentaron llegar a algún lugar. El príncipe parecía no hacer
nada útil, por lo cual el sirviente comenzó a andar cada día
más malhumorado.
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suavidad de las finas ropas con que se cubría y, sobre todo,
recordó su promesa de regresar.
El sirviente intentó convencerlo de que no volvieran, le dijo
que allí estaban bien, que él seguiría trabajando y cuidando
que no les faltara nada. Incluso le prometió que escucharía
sus cantos.
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(Paraíso). Siente culpa por no ser lo suficientemente bueno como
para merecer retornar a su original estado de felicidad. Entonces,
para defenderse de una realidad que percibe como adversa, crea
capas y capas de protección en torno a sí mismo. Estas capas
están llenas de miedo, culpa, rabia, frustración y nos acompañan
incluso antes de nacer, están cargadas de la historia de la
humanidad completa, de la cultura en la que nacemos, de las
experiencias familiares, de los aprendizajes que otros nos
trasmiten, de las creencias y juicios de la sociedad en que
vivimos y de muchos componentes más. A estas capas que
forman ilusoriamente una identidad, podemos llamarle ego.
Nos sentimos separados y abandonados en esta
existencia, sin saber quiénes somos. Nos pasamos la vida
definiendo y defendiendo no sólo los roles que cumplimos, sino
también nuestras creencias e interpretaciones sobre cómo
deberíamos ser, en un inútil intento de identificarnos con algo y
poder definirnos de alguna forma. Vivimos a través de nuestro
asustado ego y, como hemos olvidado nuestros orígenes,
entonces pensamos que somos esa construcción que creamos.
Pero esa construcción, que en apariencia nos da seguridad, en
realidad termina siendo nuestra cárcel. Cuando comenzamos
nuestro proceso de despertar, esa parte nuestra a la cual le
hemos dado tanta energía, inicia un legítimo proceso de defensa
a modo de supervivencia. Reconocer la divinidad que habita en
nosotros es el comienzo del fin del reinado del ego.
Hay muchas formas de definir al ego, usualmente el
concepto “ego”, se asocia a una persona que cuenta con una
inflada y falsa autoestima y hace notar su aparente superioridad
ante los demás en forma altanera. El ego es eso, pero es
también mucho más. Para efectos de este libro, definiremos
como ego: a los límites que le ponemos a nuestra grandiosidad
espiritual para definirnos como humanos. El ego es esa parte
nuestra que ha gobernado y sigue gobernando nuestra vida sin
que tengamos conciencia de ello. El ego en sí mismo no es ni
bueno ni malo, más bien es la creación que hacemos para
respaldar nuestros conceptos de bueno y malo.
Muchas corrientes espirituales proponen la eliminación o
trascendencia del ego, yo estoy convencida que mientras más
intentamos eliminarlo más lo fortalecemos. Al punto, que el ego
se aparece con los más variados y sorprendente disfraces,
incluidos algunos que pretenden ser espirituales. En cambio,
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cuando comprendemos que nuestro ego es simplemente la
creación que hemos realizado para defendernos de la aparente
separación que sentimos del Todo, entonces podemos poco a
poco ir fundiéndolo con nuestra divinidad, hasta que llegue el
sagrado momento en que recordemos por fin quienes somos.
Nuestro ego puede hacernos sentir superiores, pero también
inferiores a los demás. Somos hijos del mismo Dios, dentro
nuestro habita el Todo inconmensurable, cualquier error que
cometamos sintiéndonos superiores o inferiores a un hermano,
tengamos por seguro que proviene del ego.
Nuestra esencia sabe que no somos ni mejores ni peores
que los demás y no confunde nuestra valía con nuestros
aparentes éxitos o fracasos en este mundo. Nuestra divinidad
sabe que debajo de todas las capas de la personalidad yace Dios
mismo, perfecto, sereno y sabio. Cuando comenzamos, aunque
sea sólo a percibir esta realidad, entonces el ego, construido para
defender los artificiales límites que nos hemos auto-impuesto a
través de nuestra vida, comienza a manifestarse de la más
variadas formas. Mi madre solía decir que “más discurre un
necesitado que mil sabios”, por su necesidad de atención el ego
inventa mil artilugios para distraernos, llegando incluso a utilizar
las mismas herramientas que en apariencia nos ayudan a quitarle
poder.
La mayor parte de nosotros tiene claro, por lo menos a
nivel racional que somos mucho más que un cuerpo,
prácticamente todas las personas creen tener un alma o una
parte de sí mismo que trasciende el cuerpo. Si alguien padece
una indigestión, no piensa que su valor como ser humano está
disminuido, sólo cree que es algo temporal provocado por algún
agente externo. Sin embargo, aunque por lo general no nos
“sobre identificamos” con el cuerpo, por lo menos cuando
estamos sanos, sí lo hacemos con nuestros pensamientos y
sentimientos. Andamos por la vida creyendo que somos lo que
pensamos y sentimos y muchas veces gastamos mucha energía
en dominar nuestros pensamientos y controlar nuestras
emociones, si nos sentimos tristes corremos al psicólogo, si nos
enojamos lo ocultamos, pues nos avergüenza mostrar ante los
demás el descontrol de nuestras emociones y preferiríamos
cualquier cosa antes de reconocer nuestros más oscuros
pensamientos.
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Al conectarnos con nuestra divinidad de pronto
descubrimos que somos no sólo mucho más que nuestro cuerpo,
sino también mucho más que nuestros pensamientos y
emociones. Nuestros cuerpos físicos, emocionales y mentales,
se han constituido a lo largo de nuestra existencia, por
multiplicidad de factores. Sin embargo, todos ellos son sólo
circunstancias que nos ayudan a definirnos como personas, pero
no define quienes realmente somos. Detrás de la maraña de
pensamientos que nos acompañan durante el día, habita una
presencia que se mantiene calma y serena a pesar del tobogán
de emociones en que nos podamos mover y no pierde su
magnificencia con los aparentes límites que nuestro cuerpo físico
nos pueda imponer. Cuando notamos esta presencia,
comenzamos a descubrir lo que muchos autores han definido
como el “Observador” que habita dentro de nosotros.
Nuestros cuerpos físico, emocional y mental, se han
configurado a lo largo de nuestra vida, de vidas anteriores, si
acaso crees en el concepto de reencarnación; y, probablemente,
por una buena dosis de experiencias de nuestros antepasados
que se encuentran grabadas en nuestro ADN y en la constitución
de nuestras células. Todos estos factores unidos a las
conclusiones que hemos sacado de esta información, quizás nos
definen como personas, pero nunca como almas o potenciales.
Dentro de nosotros habita la chispa divina de la totalidad,
siempre perfecta, siempre amorosa, siempre divina. Al
conectarnos con nuestra divinidad, por ejemplo, a través de las
conversaciones que podamos mantener con nuestro Ser
Superior, comprendemos por fin, que no somos nuestra
personalidad, tenemos una personalidad, pero somos mucho
más que ella.
Si lo que te digo te suena confuso y poco creíble, pues
no logras reconocer en ti la incisión entre tu ego y tu esencia,
piensa en esto: ¿Cuántas veces has reaccionado de forma
absolutamente alejada a tus más elevadas opciones? ¿Cuántas
veces has reaccionado de una forma opuesta a como escogerías
hacerlo cuando estás en paz y claridad? Y luego de esta reacción
has quedado sumido en el arrepentimiento y la vergüenza, no por
haber actuado de forma indebida sintiéndote culpable, sino por
sentir que esa forma de reaccionar no es tu verdadera opción.
Ha llegado el momento que comprendas que esas reacciones
nada tienen que ver con tu esencia, esas reacciones tienen que
52
ver con tus condicionamientos y con tu historia, se despiertan en
forma automática en tu interior y te alejan de tu centro. Una vez
que seas capaz de reconocerlo, serás libre para modificarlo y una
forma de hacerlo es pedirle a tu Ser Superior que lave las heridas
internas que te alejan de tus reales intenciones de Ser.
Cuando comienzas a hacer estos cambios internos tan
profundos de manera tan simple, el ego comienza a susurrarte
que estás equivocado, que ése no es el camino, que no lo
mereces, que aún te falta mucho, que no tienes suficiente tiempo,
que debes hacer un mayor esfuerzo, que es sólo tu imaginación,
etc. No permitas que el ego te distraiga del encuentro con tu
divinidad, si te llenas de dudas, más que preguntarte si imaginas
la voz de tu Ser Superior, pregúntate si acaso estás dispuesto a
escuchar lo que pueda decirte.
Muchas veces me he engañado a mí misma creyendo
que mi crecimiento espiritual tiene que ver con mi éxito para
lograr bienestar externo. Como si mis relaciones, mi salud o mi
satisfacción laboral dependieran de cuan despierta estoy. Claro,
en cierta forma esto es cierto, cuando real y vivamente nos
conectamos con nuestra divinidad entonces todo a nuestro
alrededor brilla con la misma luz de nuestro interior, esto se debe
a que bañamos con nuestra luminosidad interna todo lo que nos
rodea. Sin embargo, es fácil caer en la tentación de escuchar al
ego, que quiere hacernos creer que si negamos algunos
aspectos internos obligándonos a ver de manera luminosa
nuestro entorno, entonces significa que hemos crecido
espiritualmente, más temprano que tarde se terminan por
manifestar aquellos aspectos que nos limitan y que no estamos
reconociendo y entonces nos sentimos muy frustrados pensando
que hemos retrocedido en nuestro caminar.
Es común en personas que se encuentran en el camino
del despertar espiritual, pensar que cuando tienen problemas
con alguien, se enferman, sus finanzas no marchan como ansían,
tienen un accidente o se les presenta cualquier otro tipo de
obstáculo, entonces algo está fallando dentro de su interior. Se
preguntan ¿Qué es lo que estoy haciendo mal? O también ¿Qué
es lo que tengo que aprender de todo esto?
Yo creo que si bien siempre podemos aprender algo de
cualquier situación que la existencia nos presente, una gran
parte de nuestra realidad obedece a creaciones constituida por
múltiples factores que se conjugan entre sí. Estas creaciones por
53
lo general las percibimos como eventos fortuitos y fuera de
nuestras elecciones.
Despertar no necesariamente significa ser creadores
consientes de todos los aspectos de nuestra vida, despertar
significa ser capaz de permanecer alerta, observador de la
experiencia que estamos viviendo, aprendiendo a regocijarnos y
sacar lo mejor de ella, sin aferrarnos a esos momentos que con
nuestra mente humana llena de juicios califica como deseables.
Para entender tu vida, dedícate a mirar la naturaleza a tu
alrededor, sus estaciones, sus ciclos. Observa que todo cambia
constantemente, los árboles llenos de verdes hojas, luego se
tiñen de amarillo y rojo, quedan desnudos para luego explotar en
verdor y regalarnos sus frutos, sin una etapa no existiría la otra.
Así es la vida: rica y variada en experiencias, aprende a disfrutar
cada paisaje de tu existencia, pues cada uno de ellos es precioso
y una bendición.
En el mundo actual, todos parecemos querer tener una
vida de ¨resort¨, una vida fácil, donde todo sea alegría y
celebración, donde el sol brille los 365 días del año y donde
todos estemos siempre con espíritu festivo. Pasar una semana o
una quincena en un resort puede ser una experiencia realmente
agradable y reconfortante, pero irse a vivir a un lugar así de
artificial, debe ser bastante poco resistible.
La diferencia entre una persona despierta y una que aún
vive tras el velo del sueño, no es la cantidad de aparentes
obstáculos que pueda enfrentar en la vida, sino la interpretación
que hace de esos obstáculos. La primera encontrará enseñanzas
y regalos en todas las situaciones y la segunda pensará que hay
algo mal en ella o le echará la culpa a alguien o algo de su
aparente “mala suerte”.
Tengo la certeza que cuando nos sentimos plenos y
estamos enfocados en nuestra pasión, todo alrededor parece
sintonizarse con la vibración de nuestros deseos y muchos
autores nos invitan a usar nuestros pensamientos como una
poderosa herramienta creativa. Sin duda pensar positivo, nos
llena de luminosa energía que atrae por sintonía positivismo a
nuestras vidas, si pudiésemos reprogramar nuestros
pensamientos hacia nuestro deseos conscientes, quizás
podríamos intentar ser la causa de nuestras creaciones, pero en
nuestros registros guardamos un cúmulo de residuos
emocionales, mentales y físicos que interfieren en la forma que
54
nos alineamos con nuestros deseos, distrayéndonos por decirlo
de alguna forma, de eso que decimos anhelar.
Querámoslo o no, la existencia nos seguirá proveyendo
de múltiples y variadas experiencias y para mí la verdadera
libertad consiste en poder fluir con todos los matices que la vida
nos regala, sin sentirnos abatidos por los ilusorios retrocesos que
podamos percibir cuando las cosas parecen no marchar hacia
donde deseamos.
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CAPITULO 4: La Felicidad
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La Felicidad
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Si en algo concordamos casi todos los seres humanos,
es que ansiamos ser felices y que también lo sean los demás, en
especial las personas que amamos. Pareciera que la meta de
todos es encontrar ese efímero estado que apenas logramos
definir y que confundimos, la mayor parte de las veces, con la
momentánea sensación de placer o de alegría cuando
satisfacemos alguno de nuestros múltiples deseos.
Aunque todos ansiamos ser felices nos hemos
acostumbrado a vivir con cierto grado de insatisfacción, hemos
sido educados y entrenados para ser infelices, el mundo es un
valle de lágrimas, todos cargamos una cruz, el mundo está cada
día peor, son sólo alguna de las frases que solemos repetir sin
darnos cuenta hasta qué punto nos condicionan al sufrimiento.
Muchas personas ni siquiera son capaces de reconocer lo
infelices que son y se acostumbran a una vida mediocre y
limitada. Relaciones matrimoniales insatisfactorias, rencores no
reconocidos, vidas laborales insatisfechas, jaquecas, acidez
estomacal, colon irritable, insomnio y muchos síntomas más,
constituyen la punta del iceberg que representa una vida sin
sentido.
Es curioso cómo muchas personas defienden su
infelicidad justificándola y dando excusas respecto a por qué no
escogen salir de esa situación, la tendencia natural es a defender
nuestras miserias con argumentos del tipo: “el matrimonio es
difícil”, “nadie nos enseña a ser padres”, “no tengo nada que una
pildorita no pueda solucionar”, “esta dolencia ya es parte mía”,
“es mi karma”. Estas son algunas de las muchas frases típicas de
personas que no quieren reconocer la piedra que llevan en el
zapato, pareciera que han aceptado como parte de su vida tener
cierto nivel de incomodidad y no quieren detenerse para sacar
esa molesta piedra que les impide caminar a gusto.
Recuerdo a una mujer que me contaba una fuerte
discusión que había tenido con uno de sus hijos, ella le había
gritado y agredido verbalmente porque había cometido una falta
que ella consideraba “grave”, pero que en el fondo, más que
grave fue algo que la asustó y preocupó. Cuando terminó su
narración, en la cual yo me mantuve en silencio, ella queriendo
justificar ante sí misma su reacción me dijo: “Bueno, tal vez se
me pasó la mano, pero mis padres me trataban igual y ya ves, yo
no tengo ningún trauma” y a mí me dieron ganas de gritarle:
.- ¡Sí, sí lo tienes!, sólo que no sabes vivir sin lo que ese trauma
60
te provocó, pero obviamente preferí callar. Esta mujer es una
madre muy abnegada que adora a sus hijos y los considera lo
más importante de su vida. Esas reacciones desproporcionadas
son programaciones aprendidas y, aunque la dejan sumida en un
estado de profunda angustia, ella cree que una madre que ama a
sus hijos, se preocupa por ellos y en consecuencia debe
reaccionar de esa manera.
Al comenzar a despertar, empezamos a observar estas
reacciones en nosotros mismos y a reconocer las
programaciones que las originan, pero lo más importante,
aprendemos a reconocer si esa reacción está o no sintonizada
con nuestras más elevadas opciones, esas con las cuales somos
capaces de conectarnos cuando estamos tranquilos y nos
sentimos plenos.
El mundo gasta cientos de millones de dólares en la
industria del consumo de drogas legales, estas drogas nos
permiten acallar el dolor de reconocer lo inmensamente infelices
que somos. Pastillas para dormir, ansiolíticos, tranquilizantes,
antidepresivos, son todos consumidos por un alto porcentaje de
la población, no como una forma de ayudarlos en una situación
concreta de stress o depresión puntual, sino como una forma de
tener fuerza y ánimo para circular por una vida que les parece sin
sentido. Podemos seguir engañándonos o comenzar de una vez
por todas, a reconocer que necesitamos y ansiamos un cambio
interno
La mayor parte de las personas, entre quienes me
incluyo, solemos vivir en piloto automático, sin ser capaces de
detenernos a analizar las elecciones que estamos haciendo y las
reacciones que estamos teniendo, hasta que un día las
circunstancias nos obligan a detenernos y reflexionar, ya sea por
una crisis personal, un accidente, una grave enfermedad propia o
de un ser amado o la pérdida del trabajo. Situaciones por cierto
poco deseables, pero que pueden convertirse en una excelente
oportunidad de replantearnos la forma en que hemos estado
viviendo. Ante estas difíciles crisis, tenemos básicamente dos
opciones, una es reforzar la condición en la cual no
encontrábamos, teniendo ahora más argumentos para justificar lo
dura, injusta y difícil que es nuestra vida y, la otra, es transformar
los inconvenientes en oportunidades y encontrar el sentido detrás
de las dificultades, aprovechando el impulso para tener un
verdadero salto en nuestra conciencia espiritual.
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Vivimos la vida postergando conectarnos con la plenitud
que habita en nuestro interior, sin comprender que con logros
externos la verdadera felicidad jamás puede ser alcanzada. La
mayor parte del tiempo nos sentimos desagraciados y nos
decimos que seremos felices más adelante: cuando nos
titulemos, cuando encontremos el trabajo ideal que nos colme de
satisfacciones, cuando nos casemos, cuando tengamos hijos,
cuando los hijos crezcan, cuando nos jubilemos y tengamos
tiempo. Así se nos va la vida esperando conseguir la plenitud,
hasta que al final sólo nos queda la esperanza que se cumpla
esa promesa de la tradición judeocristiana: “La verdadera
felicidad se encuentra en el Cielo”, claro sólo si nos portamos
razonablemente bien. Quienes temen a la muerte, por lo general
son personas que sienten que no han vivido y que el tiempo se
les termina. ¿Cómo no tener miedo? si nos hemos pasado la vida
buscando infructuosamente la felicidad y la muerte nos grita que
el tiempo se nos acaba.
Si somos hijos de un Dios amoroso que nos da el regalo
de la vida: ¿Crees que El nos haría posponer la felicidad para
cuando estemos muertos? ¿No habrá, esta amorosa Fuerza
Creadora, puesto dentro de nosotros el paraíso para que lo
revelemos en nuestras vidas?
Estoy segura que casi todos hemos tenido momentos
plenos y maravillosos, más de alguna vez nos hemos
emocionado con un hermoso paisaje, con el nacimiento de un
hijo, escuchando una hermosa melodía o deleitado con el sabor
de un exquisito alimento. Seguro que, al menos en alguna
oportunidad, hemos tenido uno de esos momentos en el que
sentimos que todo está perfecto. Aunque sea por un segundo
nuestro pecho se expandió, respiramos profundo y convivimos
con nuestra divinidad. Sin embargo, al poco andar, la vorágine de
la vida nos traga, andamos apurados, estresados, tratamos mal a
quienes más amamos, nos tratamos mal a nosotros mismos
comiendo apresuradamente, descalificándonos, bombardeando
nuestro cuerpo con sustancias nocivas y con pensamientos y
emociones negativas.
Si sientes que exagero, puedes cerrar este libro y seguir
siendo infeliz. Pero si logras identificarte, aunque sea en parte,
entonces continúa la lectura, pues ha llegado tu hora: ¡La hora de
despertar!
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Hace años atrás, una amiga para nada relacionada con
temas espirituales, me dijo que había reflexionado acerca del
cielo prometido por su religión y que una idea daba vuelta en su
cabeza. Lo que la inquietaba era: ¿No será que ya estamos en el
cielo y no nos hemos dado cuenta? Esta reflexión en apariencia
pueril, es en realidad una gran revelación: ¡El Reino de los Cielos
prometido está aquí y ahora! Esperando que recordemos el
regalo que Dios Creador nos ha dado.
La felicidad no consiste en ir tras logros profesionales,
bienes, títulos, experiencias místicas, viajes, en tener un cuerpo
sano y armonioso, vivir con la pareja ideal, educar hijos
perfectos, lograr un carácter íntegro o manejar nuestras
emociones. La felicidad consiste en disfrutar las circunstancias
de nuestra vida, sintiéndonos parte del Todo y comprendiendo
que somos una obra divina experimentando la magia de Ser. La
felicidad es el estado natural de la esencia que habita en ti, tu
objetivo es permitir que se manifieste.
La divinidad reposa en tu interior estés o no consciente
de ello. Puedes no ser consciente que respiras, pues es un acto
reflejo, pero en cualquier lugar a cualquier hora, si prestas
atención, puedes sentir como se expande tu pecho cuando el aire
entra a tus pulmones. Igualmente, puedes no estar consciente de
la presencia de tu chispa divina, pero puedes acudir a ella en
cualquier momento, en cualquier lugar y sentirás que te baña con
su Gracia, regalándote maravillosos estados de plenitud. Algún
día el aire dejará de inflar tu pecho, pero no por eso dejará de
estar allí, algún día tu divinidad dejará de habitar tu cuerpo, pero
no por eso dejará de estar ahí.
Comprender que puedes ser feliz independiente de las
circunstancias de tu vida, es la finalidad y resultado de completar
un proceso de maduración espiritual, conseguirlo requiere de
férrea determinación. Una vez que hemos alcanzado la lucidez,
que nos permite entender que la felicidad no radica en los logros
que podamos obtener en la vida, podremos comenzar a
ejercitarnos en el gratificante arte de ser felices.
Aún después de llegar a esta radical y trascendental
conclusión, ciertas reacciones firmemente enraizadas en nuestra
personalidad pueden continuar manifestándose. Quejas,
reclamos y frases del tipo: “la vida es así”, “esto es lo que me
tocó vivir”, “es mi karma debo aprender a vivir con él”, continúan
bombardeando nuestro interior. No vale la pena mortificarnos por
63
esas reacciones automáticas, tampoco pensar que hemos
retrocedido en nuestro camino de despertar. Mucho mejor es
pararnos en la posición del observador silencioso, que
comprende que no somos sólo nuestros pensamientos, nuestras
emociones o las reacciones de nuestro cuerpo: ¡somos eso y
mucho más!
Somos la presencia imperturbable que habita nuestro
ser, somos la presencia del Creador en nuestra realidad.
Tomando conciencia de la chispa divina que habita en nuestro
interior, poco a poco podemos dejar de sobre identificarnos con
esa personalidad que nos limita y con la cual nos habíamos
sentido tan identificados. Del reencuentro con nuestra divinidad y
el recuerdo de nuestras capacidades creadoras, surge la
comprensión de que somos capaces de “reinventarnos” cada vez
que lo deseemos.
Aunque suene extraño, podemos ser felices incluso en
momentos de profunda tristeza, como la muerte de un ser
querido. Obvio que una situación de ese tipo nos provocará un
gran dolor emocional. Aún así podemos darnos cuenta que una
parte nuestra sufre la pérdida y experimenta el desconsuelo de
saber que no habrá, al menos en esta realidad, una vida futura
junto a ese querido ser que partió y otra parte comprende el
orden perfecto de la vida y se entrega sin resistencia al dolor que
la pérdida provoca, sabiendo que no afecta la pureza de su
esencia, ni la plenitud que habita en su interior.
Si bien todos estamos convencidos que queremos ser
felices y hasta hoy no he conocido a nadie que me diga que su
objetivo en la vida es ser infeliz, a menudo hacemos elecciones y
construimos una realidad que nos aleja de este genuino deseo de
sentirnos plenos.
La sociedad parece estar empecinada en convencernos,
que ser infelices es lo correcto y esperable de una persona con
una vida valiosa para los ojos humanos. Si alguien nos pregunta
cómo estamos y le decimos que genial, que todo nos resulta
maravillosamente, que nuestras finanzas están cada día mejores,
que tenemos hijos sanos, inteligentes y alegres y que todo nos
resulta según lo deseamos, nos mirarán extrañados, pensarán
que mentimos o que estamos alucinando. Si por el contrario, les
contestamos que estamos llenos de trabajo, que el día no nos
alcanza, que tenemos problemas y dificultades, entonces
solidarizarán con nosotros y sentirán que somos personas
64
sacrificadas y valiosas, puede que luego hasta nos llamen para
darnos su apoyo y saber qué tal vamos.
Los medios de comunicación nos bombardean de
noticias negativas, nos enseñan que vivimos en un mundo
adverso, lleno de delincuencia, de personas que nos quieren
engañar y agredir. Un mundo en el cual las drogas y las
sustancias tóxicas nos esperan a la vuelta de la esquina para
saltarnos encima y destruirnos. Cuando somos niños, nuestros
padres nos enseñan a desconfiar, a preocuparnos, a
sacrificarnos, nos dicen que la vida es difícil y que mientras antes
aprendamos a defendernos, mejor. A medida que vamos
creciendo, el mundo confirma estas enseñanzas, entonces
cuando somos padres se las trasmitimos a nuestros hijos y
vivimos temiendo por ellos.
¿Es verdad que el mundo es así de adverso? Sí, es
verdad que existe un mundo así. Pero también existe un mundo
luminoso, con personas llenas de buenos sentimientos, habitado
por una juventud con conciencia social, que sueña con cambios
positivos para la humanidad. Existen cientos de miles de gestos
amorosos de personas que solidarizan con quienes los
necesitan. Millones de personas que se levantan cada día a
trabajar en forma honesta y entregan lo mejor de ellas en su
labor. Existen hermosas familias que se reúnen en las noches a
compartir una deliciosa cena. Niños que ríen mientras juegan en
las plazas bajo la cariñosa y atenta mirada de un ser querido.
Existen cada día más y más personas que como tú y como yo,
dedican su vida a despertar el amor que habita en ellas.
Tenemos la libertad de escoger en cuál de esos mundos
ponemos nuestra atención y nuestra energía creadora. Recuerda
que tus pensamientos son una poderosa herramienta que crea tu
realidad y la de quienes te rodean. Tu escoges el mundo que
quieres crear, la manera de conseguirlo es comenzando a
cambiar tus pensamientos referentes a lo que denominas
realidad.
Ser feliz requiere voluntad y hasta obstinación. Tienes
que vencer miles de años de condicionamiento, en los cuales
como humanidad hemos aprendido a prestar más atención a lo
que nos falta, a lo que nos faltó y a lo que podría faltarnos, que a
lo que tenemos. Estamos rodeados de bendiciones, la belleza
nos sale a saludar a cada paso y el mundo nos ofrece millones
de formas de satisfacer nuestras necesidades de ser feliz. Si no
65
eres feliz, es porque has aprendido a no serlo, has aprendido a
esperar que suceda “algo” que te brinde lo que ya tienes.
En un comienzo, para poder cambiar esos patrones
aprendidos y tan firmemente arraigados, debemos proponernos
con férrea disciplina comenzar a reconocer todas las riquezas
que nos rodean. Desde el simple acto de respirar, tomar una
ducha, saborear un café, tener la libertad de sonreír mientras los
demás caminan enfadados, sentir el roce de la ropa con tu
cuerpo, sentirnos vivos, mirar la naturaleza aún presente en las
grandes ciudades, sentir el aroma del pan fresco, el olor a lluvia,
la brisa que acaricia tu rostro y miles de bendiciones más. Si
quitamos la atención de lo que nos falta y la ponemos en lo que
tenemos, si dejamos de pensar en cómo deberían ser las cosas y
empezamos a ser felices con las cosas como son, entonces, de
pronto, nos conectamos con nuestra plenitud interna. Cambiamos
nuestra vibración, desde la insatisfacción hasta la satisfacción.
Justo en el momento en que dejamos de preocuparnos, como por
arte de magia, las circunstancias de nuestra vida comienzan a
cambiar y nuestros deseos a cumplirse.
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CAPITULO 5: El otro y las relaciones
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Hoy por primera vez te vi y comprendí.
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confundido pensó que tenía que hacer méritos para llegar a
ser lo que ya era. Acariciando tu cabeza te narraré esta
historia y con cuidado y dulzura te ayudaré a liberar tus
constreñidas y adoloridas alas, no como un acto de
generosidad hacia ti, sino como un acto de infinita
compasión hacia mí y mi ceguera, porque hoy por fin me
puedo ver a mi misma reflejada en ti y sólo gracias a tu dulce
presencia, por fin tengo certeza que un día conseguiré
extender mis propias adoloridas alas.
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tiene, al igual que lo hacemos cada uno de nosotros. Es probable
que mientras más duros seamos al momento de juzgar al otro,
más duros seamos al momento de juzgarnos a nosotros mismos.
Por otro lado, mientras más compasivos y de dulce mirada
somos con los demás, esto refleja la forma compasiva y dulce
con que somos capaces de miramos a nosotros mismos cuando
creemos caer.
Esta proyección es muy fácil de comprender, si nos
damos cuenta que la mayor parte del tiempo sólo tenemos la
capacidad de mirar el mundo y al otro únicamente desde
nosotros mismos. Si alguien nos cuenta que tiene un problema
con un hijo, en forma automática comenzamos a comparar cómo
nos relacionamos con nuestros hijos y evaluamos si nosotros
haríamos tal o cual cosa frente al mismo problema. En ese
momento, el otro desaparece y antes que nos demos cuenta
estaremos hablando de nuestra experiencia, olvidando escuchar
y acoger a quien ha tenido la generosidad de compartir algo que
le preocupa. De igual forma, cuando observamos un paisaje,
evaluamos si nos gusta, si se parece a tal o cual, si está más o
menos bello que el año anterior y nos perdemos el bello
momento de disfrutar el regalo que la naturaleza nos da.
Lo curioso es que al estar tan centrados en nosotros
mismos, en realidad perdemos la capacidad de observarnos con
una mirada fresca, amorosa y compasiva, mirada que sólo
podemos despejar si aprendemos a poner a atención en el otro.
Durante muchos años le he pedido a mi Ser Superior me
alinee con el amor y despeje mi corazón de las trabas que me
impiden amar, mis ruegos muchas veces me han parecido
infructuosos pues aunque lo deseo me cuesta mucho dejar de
juzgar y evaluar a los demás y su comportamiento.
Mi mente parece estar adiestrada para hacerlo y ante mi
incapacidad de dirigir mis pensamientos hacia mis opciones más
elevadas, que son, sin duda, conectarme con el Amor Universal,
he optado por no hacer caso a lo que pienso, de modo similar a
lo que hacemos cuando obligados a estar en un ambiente muy
ruidoso, nos desconectamos y nos refugiamos en nuestros
pensamientos, sólo que en este caso mi bullicio son mis propios
pensamientos y mi refugio un lugar aún más intimo que mi
mente.
Los pensamientos no cesan, mi cabeza no para de
funcionar, pero intento prestarle cada vez menos atención y
71
darles la atención sólo a aquellos que me interesan. Debo
reconocer que esto no es tarea fácil y la más de las veces
sucumbo ante el poder mi inquieta mente y comienzo mi retahíla
de argumentaciones, conjeturas y conclusiones.
El camino del despertar espiritual es muy sutil y lleno de
sorpresas, las cosas no salen siempre como esperamos y en
otras ocasiones cuando no esperamos nada, ocurren cosas
memorables. Recuerdo en una oportunidad haber estado
participando de un taller de sueños y de pronto sin mediar
estímulo alguno, pude observar a los participantes de ese taller
desde una mirada tan amorosa y compasiva que quedé
absolutamente impactada, pude por un momento percibir sus
dolores, sentir sus angustias, palpar sus ilusiones.
Cuando salí del taller, estaba tan emocionada que las
lágrimas corrían por mis mejillas, iba manejando y habría
detenido el auto ante cada transeúnte que veía para decirles que
los amaba. De pronto, pude ver a los demás desde otra
dimensión, los vi tan frágiles que habría abrazado y besado a
cada uno de ellos, les habría susurrado que estuvieran tranquilos
que no era necesario que siguieran esforzándose, les habría
gritado cuánto los amaba. Fue una experiencia realmente
conmovedora, que aún recuerdo con emoción y que de a poco se
fue diluyendo con la rutina diaria hasta desaparecer, pero que
dejó una hermosa huella en mi interior.
La forma en que miramos al otro, tiene relación con el
modo en que nos miramos a nosotros mismos y con nuestra
capacidad de amar, por eso los maestros iluminados sólo pueden
ver con compasión a quienes los rodean. Darnos cuenta del
modo con que estamos percibiendo a los demás, nos abre una
enorme posibilidad de conocernos y comprendernos.
Dios habita en los ojos del otro, ¿te has permitido verlo?
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CAPITULO 6: La Verdad
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Metáforas
De igual forma que hace 2000 años atrás, los mensajes que
hoy llegan, son en cierta manera parábolas, adecuadas para
el nivel de conciencia actual, pero igual son metáforas de
conceptos que tu mente no es capaz de comprender.
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La Verdad es un diamante con infinitas caras y somos
libres de escoger qué cara queremos mirar, todas nos permiten
conocer una parte de la Verdad y mirar un aspecto de Dios. Este
libro no pretende ser una invitación a creer en lo que en él se
expone, es más bien una invitación a encontrar dentro de
nosotros las respuestas que buscamos. Te invito a que pongas
en duda todo lo que comparto contigo, te invito conversar con tu
Ser Superior y a sentir su manto protector, manto que te cubre
desde que naciste las 24 horas del día, los 365 días del año.
En la actualidad, más que nunca, tenemos acceso a
distintas formas de conocimiento esotérico, antes oculto y
disponible sólo para unos pocos iniciados. Temas como Tarot,
Reiki, Aura, Energía, Duendes, Meditación, Vidas Pasadas,
Karma y tantos otros, se encuentran disponibles para quienes se
sientan atraídos por ellos. Conceptos religiosos orientales han
invadido nuestra sociedad tradicionalmente judeocristiana.
Tenemos una enorme cantidad de ofertas de información
espiritual no tradicional a nuestro alcance y ésta poco a poco se
va introduciendo en nuestra realidad. La medicina tradicional
cada vez acepta con mayor naturalidad el apoyo de la llamada
medicina alternativa, cambiando ahora el énfasis hacia la
complementariedad. Altas personalidades de la política y de los
negocios consultan a tarotistas y a otros “videntes”. La policía de
investigaciones se apoya en psíquicos para ayudar a resolver
casos de personas desaparecidas. El yoga se encuentra
disponible en muchísimos gimnasios a la vuelta de la esquina.
Altos ejecutivos de empresas tradicionales se toman un
descanso a media mañana para hacer ejercicios de relajación, el
feng shui es un concepto muy difundido a la hora de decorar no
sólo nuestros hogares, sino también lugares de trabajo.
Todas las herramientas que se te presenten pueden ser
útiles y beneficiosas. Usa tu intuición a la hora de elegir cuál
explorar, atiende los mensajes que la sincronía presentará ante ti
a la hora de decidir qué experimentar. Si te ofrecen una
herramienta que te atrae y que tu intuición te invita a probar,
entonces recíbela con alegría y si lo deseas, aprende a usarla,
enriquécete y compártela, pero no pierdas la conciencia de que
son precisamente eso, herramientas y no verdades absolutas y
que el poder que puedas sentir en ellas, en realidad está dentro
de ti.
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Yo suelo ser una persona práctica, por eso más que
juzgar la herramienta, experimento y presto atención a los
resultados, si lo aprendido y experimentado contribuye a mi
bienestar, a la fluidez de mis relaciones y a mi armonía corporal,
entonces para mí es una herramienta válida. Si por el contrario,
me doy cuenta que no me otorga bienestar, aún teniendo
evidencias de que a otros sí les da resultado, entonces sigo mi
camino y busco mi propia forma de avanzar hacia mi paz interior.
Yo recorrí un largo y entretenido camino de explorar
diversos senderos, para al final darme cuenta que ninguno de
ellos me satisfacía por completo. Suelo ser muy rebelde y me
cuesta creer en algo sólo porque alguien me lo dice. En
ocasiones llegué incluso a sentir que no tenía hacia dónde
avanzar. El descubrir que puedo comunicarme con esa parte de
mi interior a la cual llamo Ser Superior, me trajo el más hermoso
regalo que he recibido hasta ahora en mi camino espiritual. Este
descubrimiento me ha permitido no sólo tener acceso a mensajes
de mucha utilidad para mí y para otros, sino que también me ha
dado una herramienta que me permite deshacerme de
programaciones que ya no me sirven, trasmutar emociones que
antes me apresaban, suavizar tensiones y, lo más importante,
sentirme acompañada y apoyada por una fuerza que supera mis
posibilidades conscientes.
En la actualidad, el proceso de la globalización, entre
otras cosas, ha desfigurado nuestras creencias y ha bajado la
barrera de nuestras certezas. Ya no sabemos en qué creer y en
qué no creer. Las iglesias han perdido su condición de ser
proveedoras de “la” verdad absoluta e incuestionable, la imagen
del Dios, que nos enseñaron cuando éramos pequeños, se
desdibuja y debilita. Sin creencias sólidas tras las cuales
escudarnos, buscamos ansiosos algo a qué aferrarnos.
Cuando nacemos, somos un libro con sus páginas casi
en blanco, digo “casi”, pues al momento de encarnar ya venimos
con registros de vidas pasadas (si crees en este concepto) e
información de la humanidad grabada en las cadenas de nuestro
ADN y en cada célula de nuestro cuerpo. Cuando somos muy
pequeños, exploramos nuestro entorno con la rigurosidad de un
científico, pareciera que todo lo queremos tocar, lamer y oler; no
existen para nosotros, en esos momentos, los conceptos de
peligroso, bueno o malo, correcto o incorrecto, bonito o feo, sólo
existe nuestro afán de conocer. Pero muy pronto, nuestros
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primeros maestros, por lo general nuestros padres, comienzan a
enseñarnos a mirar el mundo con cautela y temor. Una escalera
deja de ser un lugar entretenido para ser escalado y pasa a ser
un peligro, un pequeño gusanito en la tierra se convierte algo
sucio y asqueroso, vamos de a poco aprendiendo a mirar el
mundo a través de lo que nos enseñan.
A medida que vamos creciendo, en nuestro cerebro se
van consolidando conexiones neuronales, las cuales van
formando verdaderas “carreteras de pensamientos”.
Incorporamos a nuestra forma de pensar las creencias que
nuestros padres y los adultos que nos rodean nos inculcan. Ellos
nos enseñan a mirar el mundo, no sólo con sus enseñanzas
trasmitidas con palabras, sino sobre todo con sus acciones y
reacciones, que no escapan a nuestra atenta mirada. En las
primeras etapas de vida la gran mayoría de nosotros aceptamos
el mundo que nos entregan nuestros padres sin mayor
cuestionamiento, nos sometemos a lo que nos enseñan gustosos
de que nos pongan límites y que nos den la seguridad que un
mundo amenazante parece no ofrecernos.
Cuando llega la adolescencia, la mayor parte de las
personas tiene una fuerte crisis de identidad, nos cuestionamos
lo que nuestros padres nos enseñaron y salimos al mundo a
buscar nuevos maestros con los cuales identificarnos, pasando a
ser nuestros pares referentes más válidos que nuestros padres.
Pero aún así, incluso para los más rebeldes, nuestra cultura y la
educación recibida en la primera infancia, se introducen
inconscientemente en nuestro cerebro y nos indican en qué
debemos creer y en qué no.
No me refiero sólo al ámbito de la religión, me refiero a la
más amplia gama de creencias: estándares sobre lo lindo y lo
feo, lo bien visto y lo mal visto, lo educado y lo no educado, sobre
tener una vida “decente” o no tenerla, lo saludable y lo que no lo
es, a que debemos aspirar y a que no, lo que debemos sentir y lo
que no debemos sentir.
A lo largo de la vida vamos reprimiendo nuestra propia
opción de escoger qué pensar, qué sentir y de actuar libre y
espontáneamente. Cuando llegamos a la edad adulta, ya hemos
construido un rígido e inamovible mapa de creencias acerca de
cómo “es” el mundo. Este mapa de creencias está tan arraigado
dentro de nosotros que nos impide ver el mundo de otra forma,
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es como un enorme filtro que nos rodea y nos indica cómo es
supuestamente la realidad.
Nos pasamos la vida sintiéndonos vulnerables y
amenazados cuando alguien opina diferente o actúa de una
forma que hemos catalogado como inadecuada. Por lo general,
cuanto más defendemos nuestras ideas, ideales y creencias o
cuando más nos escandalizamos si alguien actúa de manera
diferente a lo que clasificamos como adecuado, llegando incluso
a hacerlo de forma agresiva y visceral, es probable que sea
porque nos sentimos inseguros respecto a ese marco de
referencia que hemos construido. Si bien, síntomas como la
homofobia, el racismo, el resentimiento social y discriminaciones
de cualquier tipo, son ejemplos evidentes de estas situaciones,
también las “buenas costumbres”, los valores socialmente
aceptados y los roles que cada género puede y debe cumplir, por
mencionar algunos ejemplos, son también parte de esas
creencias aprendidas que se encuentran tan incrustadas en
nuestra forma de ver el mundo, que ni siquiera somos capaces
de cuestionarnos su validez y funcionalidad.
Nuestras creencias nos limitan y nos atrapan. ¡Explora tu
propia verdad! Busca tus propias respuestas y comienza a labrar
dentro de ti la certeza de saber quién eres realmente. Es cierto
que todos necesitamos un marco donde movernos, marco que
nos permite relacionarnos en forma armónica con los miembros
de una sociedad a la cual pertenecemos y con la cual nos
ponemos de acuerdo sobre ciertas normas de convivencia. Es
perfecto que así sea, pero eso no es lo mismo que sentirnos
amenazados cuando alguien escoge actuar o pensar de otra
forma.
Cuando comenzamos nuestra búsqueda espiritual, por lo
general, nos damos permiso para estudiar e investigar un sin fin
de temas esotéricos y relacionados con la Nueva Era: talleres de
ángeles, estudio de religiones orientales, clases de tarot,
sanaciones energéticas, trabajo con las emociones, técnicas de
meditación, interpretación de sueños y muchos más. Todo un
mundo nuevo se nos despliega llamándonos y despertando un
ávido interés, ¡la apertura de conciencia se ha iniciado!
En el camino de renunciar a las creencias que nos
inculcaron, muchas veces adoptamos otras, que a la larga
terminan por limitarnos de igual forma. No digo que sea malo
adquirir nuevas creencias que nos permitan aproximarnos a
79
nuestra propia verdad, es natural que así sea, pues a medida que
vamos ampliando nuestra conciencia, vamos requiriendo nuevas
explicaciones respecto a quiénes somos, de dónde venimos,
dónde estamos y hacia dónde vamos.
Recibir nuevas y frescas respuestas a antiguas
preguntas y permitirnos reemplazar viejos paradigmas, es parte
del proceso de despertar. De pronto comprendemos que no
existe una única verdad, sino que hay muchas formas de
interpretar el Universo y que muchas de ellas tienen sentido para
nosotros. El riesgo que corremos en este proceso de ir
derrumbando construcciones que nos quedan “angostas”, es
comenzar a abrazar nuevas creencias como si fueran verdades
absolutas. De esta forma, sólo estamos cambiando una cárcel
por otra. Imagina que cada nueva interpretación o comprensión
que te llega, es tan solo una estación en el largo viaje de la
experiencia. Por hermosa y cómoda que te resulte cada una de
ellas, no te quedes allí detenido, ten por seguro que el destino
final es infinitamente más glorioso.
Es muy fácil darnos cuenta cuando hemos caído en la
tentación de transformar una “herramienta” en una verdad
absoluta y anquilosada. Si te sorprendes a ti mismo defendiendo
tus creencias, si de pronto sientes que tienes que convencer a
alguien sobre tu verdad, entonces ha llegado el momento de
detenerte y preguntarte hasta qué punto no estás renunciando a
la posibilidad de ampliar tu conciencia defendiendo una verdad
transitoria. Querer convencer al resto de las personas sobre lo
que tú crees, no es lo mismo que sentir un profundo y honesto
deseo de compartir tus descubrimientos y ponerlos a disposición
de aquel que desee aprovecharlos y desee vibrar en tu misma
sintonía. Si has llegado a un punto en el cual la existencia te
invita a compartir ¡adelante! Hazlo con la humildad de quien ha
reconocido su sabiduría interna y, desde ese reconocimiento, es
capaz de descubrir la sabiduría de quienes lo rodean.
La vida es como un laberinto que nos invita a entrar en
él. El desafío es experimentarlo y resolverlo. Al irlo recorriendo
nos encontramos con un camino lleno de vericuetos y senderos,
muchos de ellos no llevan hacia ninguna parte. No existe un
recorrido mejor ni peor, pues todos son parte de la aventura de
resolver el acertijo. Si observas a alguien que va un sendero que
parece que no conducir a ninguna parte, anímalo y alégrate, pues
pronto lo descubrirá. Si esa persona te pide ayuda, bríndasela
80
pero evita intervenir, desde la certeza de que es Dios
experimentando y que cómo tal, merece tu respeto y admiración.
Este es un proceso natural, en el cual también solemos
caer en la tentación, puesta por nuestro ego, de dejar de buscar
nuestra verdad y simplemente reemplazar nuestras creencias por
otras y sentimos que hemos encontrado por fin “la” verdad.
Cuando esto sucede, las personas que no comparten nuestros
nuevos descubrimientos y creencias nos comienzan a parecer
erradas, sentimos que están en el camino equivocado e incluso
las percibimos como “aburridas”, quisiéramos que todos
compartan nuestros nuevos descubrimientos y comenzamos a
defender nuestras nuevas ideas con igual o mayor ímpetu que
con el que lo hicimos con nuestras antiguas creencias.
La mayor parte de las creencias inconscientes que
tenemos, sean de la naturaleza que sean, terminan por
anquilosarse y nos limitan, quitándonos capacidad de asombro y
de poder enriquecernos con la verdad del otro.
No creo que exista algo que pueda llamarse “La Verdad”.
Por eso considero que siempre que nos pillemos evangelizando,
haciendo proselitismo o defendiendo una “verdad absoluta”, ha
llegado el momento que nos recordemos que tal cosa no existe.
Por el contrario a lo se esperaría de alguien
aparentemente relacionada con el mundo sutil, suelo ser
bastante incrédula y escéptica, cualquier verdad que provenga de
otro, instintivamente la cuestiono. No creo en maestros
espirituales, que pretendan inculcar una visión del mundo que se
deba aceptar sin cuestionamientos, me gusta buscar mis propias
respuestas y mi propia forma de hacer las cosas.
No sé cuantas capas tiene el aura, no sé si mantenemos
nuestra individualidad después de muertos, no sé si existe la
reencarnación, no sé si las cartas del tarot se reparten con la
mano derecha o la izquierda. Me niego a creer en los horóscopos
y en cualquier arte o ciencia que me limite al cambio y a la
exploración de mis potenciales, clasificándome en un grupo
predeterminado definido por alguna circunstancia ajena a mi libre
elección. No sé muchas cosas ni tengo verdades que defender,
sólo sé que en un momento de mi vida tuve una abrasadora sed
y encontré un manantial del cual beber. A ese manantial lo llamo
Ser Superior.
Si has encontrado una herramienta espiritual con la cual
te sientes identificado, sea ésta un grupo en el cual participas, un
81
autor cuyos libros te llenan de luz, algún tipo de meditación o
trabajo energético que al practicarlo logra llevarte a tu centro,
disfruta de tu descubrimiento y más que preguntarte si es o no es
verdad, si lo que experimentas es o no real, pregúntate a ti
mismo, si acaso lo practicado te llena de plenitud, te centra en tu
interior, pregúntate si llena tu vida de un profundo sentido, si le
trae de claridad y amor a tus relaciones y si te amiga contigo
mismo. Cualquier herramienta espiritual que te ayude a
reconciliarte con quien eres, ten la seguridad que está iluminada
por el Espíritu Santo, quien irá poniendo en tu camino señales
para que no te detengas y continúes avanzando hacia el sagrado
momento en que te fundas con tu divinidad.
Luego de mucho recorrer, leer y experimentar, de pronto
llegamos a la conclusión de que el único maestro que realmente
nos puede guiar y acompañar en nuestro caminar, habita en
nuestro interior y que está siempre atento y dispuesto, no sólo a
escucharnos y responder nuestras inquietudes, sino también a
complacernos en nuestros deseos.
82
CAPITULO 7: Nuestro Ser Superior
(Espíritu Santo)
83
84
Ser Espiritual
85
Muchos maestros te han dicho que en tu respiración tienes
la posibilidad de conectarte con tu divinidad, tú has
inventado mil formas de respirar, muchas de ellas
incómodas e insostenibles en medio del ajetreo diario que tu
forma de vivir te impone, respirar es VIVIR, estar vivo es
estar con Dios, es así de simple. Sólo recuérdalo que cada
vez que respiras con o sin conciencia, con dos, tres o cuatro
tiempos, desde la garganta, desde el estómago o desde lo
pies, aire puro, contaminado o enrarecido en el encierro de
una oficina.
86
alguno de los cursos de sanación y clarividencia a los cuales
asistí en el comienzo de mi despertar espiritual, no recuerdo
cuándo ni dónde fue y no tiene en realidad mucha importancia, lo
que sí puedo decir es que este concepto comenzó, desde que lo
escuché, a calar muy profundo en mi interior.
Si bien tan sólo hablar de mi Ser Superior me pone en un
plácido estado de expectación espiritual, pues comienzo a sentir
su dulce presencia en mi interior, este capítulo es el que más me
ha costado escribir, quizás se deba a que quiero trasmitir algo
que es muy difícil de poner en palabras.
Para poder comunicar qué es para mí la divina presencia
del Ser Superior en mi vida, haré un pequeño resumen de
algunos conceptos ya vertidos en los capítulos anteriores,
mediante los cuales me iré acercando tangencialmente a lo que
deseo trasmitir. Cabe aclarar que en este libro he usado con la
misma intención y significado los términos Ser Superior, Espíritu
Santo, divinidad, alma y esencia.
Estamos de acuerdo en que no somos tan sólo un cuerpo
mortal que vive una experiencia azarosa. Somos seres
espirituales, manifestando en nuestras vidas terrenas la creación
divina a través de nuestras vidas. Somos parte de un Todo
universal que se manifiesta a sí mismo en nosotros. Tenemos
conciencia de una individualidad ilusoria, que nos ha llevado en
forma temporal a olvidar quienes somos. En este proceso de
individuación, cuya finalidad es la experiencia y la creación, no
perdemos nuestra calidad de ser dioses, pues conservamos en
nuestro interior las cualidades del creador. La gota que se separa
del océano no deja de ser océano, aunque al adquirir conciencia
de gota no sea capaz de distinguir su origen.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, de
la Diosa, del Todo, del Creador, de la Fuente. Atesoramos en
nuestro interior toda la información del macrocosmos
manifestada en nuestro microcosmos y desde nuestro interior la
energía divina, compuesta de amor, poder y sabiduría, puja por
manifestarse, de allí nace la inagotable ansia del ser humano de
crear, saber y amar, impulso que quizás se manifieste en forma
vacilante incluso torpe, pero que no para de expresarse.
Somos dioses creadores de nuestra vida, ella es nuestra
magna obra creativa. Todas las experiencias son sagradas y
perfectas para la existencia. Nosotros, con nuestra mente
humana y su necesidad de categorizar, somos quienes vamos
87
juzgando qué experiencias son valiosas, qué experiencias
placenteras y cuáles deseables. La existencia se sustenta en el
equilibrio, en ello radica la magia del Universo, sólo necesitas
observar como los planetas se sostienen unos a otros en sus
órbitas. Mira la naturaleza que te rodea y comprenderás la
esencia de tu manifestación. Acepta el equilibrio de tu Universo
personal y permítete ir encontrando nuevas formas de
expresarte, aceptando que existe un equilibrio superior y un ritmo
natural que se expresa en ti.
Hoy en día estamos viviendo un período de intensa
expansión de conciencia. Cada vez más personas, incluso sin
percatarse de ello, están buscando respuestas a sus inquietudes
espirituales en caminos hasta hace poco considerados como no
tradicionales.
Cada día se hace más común la expresión “canalizar”.
Entendemos por canalizar, el acto de comunicarnos con una
sabiduría superior al plano humano, los oráculos de la
antigüedad, el tarot usado con fines superiores, al igual que
algunos de los mensajes espirituales que circulan en Internet,
son un buen ejemplo de esta práctica. El ser humano ha
explorado a lo largo de su historia diversas formas de
comunicarse con la naturaleza, con seres fallecidos, con ángeles,
con guías espirituales. Estas comunicaciones hasta hace poco
estuvieron reservadas para algunos pocos seres privilegiados
tales como sacerdotisas, chamanes, sabios y santos que
dedicaron su vida a purificarse con el objeto de llegar a ser un
canal libre de las limitaciones del ego, llegando alguno de ellos
incluso a auto flagelarse como una forma de expiar sus faltas y
poder así tener acceso a esa divina comunicación.
Los autores de los evangelios del Nuevo Testamento, se
supone fueron inspirados por el Espíritu Santo quien les “sopló”
la palabra de Dios para ser difundida entre el resto de los
mortales, manifestándose en ellos una sabiduría que escapa con
creces a sus posibilidades intelectuales. Hombres simples y
rústicos tuvieron de pronto a su alcance, una capacidad de
comunicación infundida por Dios mismo a través del Espíritu
Santo quien se manifestó, de acuerdo al relato bíblico, en forma
de “lenguas de fuego” sobre sus cabezas.
La tan controvertida Nueva Era también conocida como
New Age, marca el comienzo de un cambio en la conciencia del
ser humano. Corresponde al momento astrológico en que se
88
pasa de la Era de Piscis a la Era de Acuario, también coincide
con el fin de un ciclo en el Calendario Maya. Pero más allá
fechas y números, este fenómeno espiritual que tanto incomoda
a las religiones tradicionales, no es otra cosa que la excusa que
necesitaba la humanidad para comenzar a buscar con
vehemencia las respuestas que su desesperada existencia, en
apariencia incierta y sin sentido, le ha reclamado a través de la
historia.
El fenómeno de La Nueva Era, sumado a la globalización
y al debilitamiento de las religiones tradicionales, nos invita a
acercarnos en forma personal a ese Dios que las iglesias nos
alejaron, saca a Dios de su trono y lo reconoce en nuestro
interior. Incluso, algunos maestros espirituales se atreven a
decirnos: “Tú también eres Dios”.
Conversaciones con Dios y Un Curso de Milagros son
dos maravillosos ejemplos de libros que contienen mensajes
canalizados, llenos de luz y sabiduría que nos invitar a vivir de
una nueva forma nuestra espiritualidad. Ambos fueron para mí,
una fuente de inspiración en el osado acto de atreverme a buscar
las respuestas trascendentales a mis inquietudes existenciales
en mi interior.
El Dios tradicional, entendido como una omnipresencia,
que con paciencia y complacencia observa nuestra pequeñez y
nuestros patéticos intentos de ser lo suficientemente “buenos”
como para merecer volver a Él, hoy se nos presenta como un
Dios vivo que experimenta su Ser a través nuestro y, que por
sobre todo, no juzga a su creación pues equivaldría a juzgarse a
sí mismo. El acto de reconocernos a nosotros mismos como
Dioses, es percibido con gran inquietud por algunos religiosos y
muchas veces interpretado como una muestra de gran orgullo e
inmensa soberbia, sin embargo, en realidad es el mayor acto de
humildad que puede tener un ser humano.
Reconocer la presencia de Dios habitando en nuestro
interior, significa reconocernos como iguales con todos quienes
nos rodean e implica renunciar a las ilusorias distinciones que el
ego tanto disfruta en defender. Todos los seres humanos
merecen el reconocimiento de su calidad divina. Cuando
comprendemos que muchas veces hemos actuado alejados de
nuestras más altas opciones, no porque exista algo imperfecto en
nosotros, sino sólo porque hasta ahora habíamos olvidado
nuestro real origen, entonces nos llenamos de compasión por
89
quienes nos rodean, los juicios desaparecen y los conceptos de
correcto e incorrecto, bueno o malo, santo o profano, comienzan
a reformularse en nuestro interior.
Si todos somos Dioses experimentando la magia de vivir,
entonces cada ser humano con el que me cruzo es un maestro y
cada acto de mi vida una manifestación divina. Encarnar este
pensamiento nos llena por un lado de alivio, pues comprendemos
que el engaño en que nos habíamos sumido, nos llevó a vivir en
apariencia alejados de Dios creyendo que debíamos hacer
méritos para merecer Su Amor y, por otro nos ayuda a tomar
conciencia de la responsabilidad que conlleva ser creadores de
nuestra realidad y de cada una de las circunstancias de nuestra
vida.
En nuestro interior habita esa chispa divina que es
nuestra verdadera naturaliza y que conserva las cualidades del
Todo: Amor, Sabiduría y Poder. Lo natural es que nuestras
cualidades divinas tiendan a manifestarse en nuestra existencia,
sin más esfuerzo que permitirlo. Mucho más esfuerzo requiere ir
en contra de nuestra naturaleza que a favor de ella. Existen
muchas formas de conectarnos con nuestra divinidad, que hasta
ahora estaba ilusoriamente apartada de nuestras vidas. Meditar
ha sido una de las más difundidas y cada día tiene más adeptos
en occidente. Para mí, atreverme buscar en mi interior las
respuestas que con tanta vehemencia e infructuosidad busqué en
mi exterior, ha sido la fuente de los mayores logros que he tenido
en el camino del encuentro con mi esencia.
En este hermoso camino de comprensión de quienes
somos, vamos también entendiendo como funciona el Universo
que nos rodea y las leyes que lo gobiernan. Nos vamos dando
cuenta que comienza a llegar a nuestras vidas no sólo eso en lo
cual ponemos energía y esfuerzo, sino que también aquello que
manifestamos con nuestros pensamientos y palabra hablada, a
través de las emociones que desplegamos en nuestras
relaciones, a través de nuestro comportamiento y a través de
nuestra imaginación.
Muchas veces, en este camino, he sentido cierta
inquietud al darme cuenta de lo rápido que se pueden llegar a
manifestar ciertas peticiones, incluso antes de llegar a
formularlas. La comprensión de este maravilloso poder, nos
puede dar al principio cierto temor, pues nos damos cuenta que
hay muchas formas de desear y que no siempre lo que en
90
realidad deseamos, es lo que expresamos a lo largo del día con
nuestras actitudes. Por ejemplo, si estamos enfermos, podemos
con toda honestidad desear estar sanos. Pero luego pasamos
gran parte del día quejándonos sobre lo mal que nos sentimos,
buscando información sobre nuevos remedios, contándoles a los
demás sobre nuestras dolencias. Entonces, nuestro genuino
deseo de estar sanos, queda anulado con la gran cantidad de
energía que le otorgamos a esa enfermedad que no queremos
presente en nuestras vidas.
Quizás sea por ese motivo, que es mucho más fácil
comenzar a darnos cuenta de nuestras capacidades creadoras
en las pequeñas cosas de la vida diaria, que en los asuntos que
nos han contrariado durante mucho tiempo y a los cuales
solemos cargar de energía en forma de preocupación.
Recuerdo que cuando comencé a conversar con el Ser
Superior de otras personas, pensé que necesitaba al menos dos
sillas, para armar en mi sala un “rinconcito energético” en el cual
atender a quienes me consultaran. Estuve un tiempo cotizando
algunas alternativas que me parecieron caras e inadecuadas.
Luego de un par de semanas de estar pensando en el tema, mi
esposo me dijo que su mamá me ofrecía de regalo dos sillas que
tenía en una bodega, sin pensarlo las acepté encantada. Las
sillas resultaron ser dos preciosidades con más de cien años de
antigüedad, que no sólo calzaron perfecto con la decoración de
mi sala, sino que además son extraordinariamente cómodas. Las
mandé a re tapizar y restaurar y las puse una a cada lado de una
mesa, también antigua, herencia de mis padres.
Contemplé el lugar que había creado y sentí que le hacía
falta alguna figura de ángeles en la mesita. Antes de un mes
recibí de parte de una amiga, de regalo en mi cumpleaños, una
hermosa figura de ángel, cuyos colores combinaban de maravilla
con el tapiz de las sillas. Emocionada, puse el angelito en la
mesita y, aunque estaba muy contenta, pensé que quizás se
vería más completo con una segunda figura. A los dos meses
siguientes, el día de navidad, una de mis hermanas me entrega
dos regalos. Extrañada le pregunto por qué dos y no uno, como
es habitual en mi familia; ella me dice: “Ya te había comprado tu
regalo, cuando pasé por una vitrina y sentí el impulso de
comprarte otro”. Me entregó una caja que en su interior contenía
un ángel que hacia juego con el que ya tenía, sentí que el
corazón se me salía por la boca por la emoción de comprobar
91
cómo eran atendidos mis deseos. Al llegar a casa, puse la nueva
figurita al lado de la otra y sentí que el lugar se iluminaba, había
quedado simplemente perfecto y desde entonces se ha
transformado en mi refugio espiritual, lugar que estoy
convencida, fue una co-creación, que hicimos realidad con mi Ser
Superior. Ese es el lugar que durante un buen tiempo usé para
conectarme con mi divinidad y con la de quienes me solicitan una
consulta.
Estas hermosas coincidencias, son pequeñas
confirmaciones que nos enseñan cómo funciona nuestra
naturaleza creadora. Cuando comenzamos a prestar atención a
la cada vez más frecuente cantidad de coincidencias que
comienzan a llegar a nuestras vidas, comprendemos que son
más que casualidades y vamos de a poco entendiendo hasta qué
punto el Universo refleja nuestras intenciones. Con sorpresa al
principio, con alegría y luego con devota emoción nos
comenzamos a dar cuenta que justo aquella amiga que
recordamos nos llama, un libro del tema que hemos estado
estudiando de pronto parece caer en nuestras manos, me hablan
de un doctor de cierta especialidad, justo un par de días antes
que uno de mis hijos requiere una consulta, me llega una
invitación a una charla que estaba interesada en asistir. Poco a
poco vamos comprendiendo que en realidad: No estamos
solos….
Con conciencia y en estado de alerta, nos vamos dando
cuenta de que muchos sucesos de nuestra vida se ajustan a
nuestras intenciones. Entonces cabe preguntarse: ¿Ocurrió lo
mismo cuando las circunstancias de mi vida me fueron tan
adversas? ¿Había una parte de mí que estaba
inconscientemente pidiendo esas circunstancias? ¿Necesitaba yo
vivir todas esas situaciones para sacar alguna conclusión?
¿Escogí relacionarme con determinada persona que me hizo
luego sufrir tanto por alguna causa? ¿Soy la víctima o la creadora
de las circunstancias de mi vida?
Si yo soy la diseñadora de mi vida, entonces: ¿Puedo
culpar a alguien del rumbo que ésta lleva o se ha dado en mayor
parte como consecuencia de mis elecciones? Si hasta ahora he
sido la diseñadora inconsciente de mi vida: ¿Puedo
culpabilizarme a mi misma de las elecciones que hice en mi
pasado? Si Dios experimenta a través mío, entonces: ¿Dónde
queda el concepto de pecado? ¿Significa esto que todos los
92
males del mundo son al final obra de Dios? ¿Dónde queda el
valiosísimo impulso de auto superación del ser humano si ya
somos dioses?
Aquí está la maravilla del despertar espiritual, cuando
comprendemos que en nuestro interior habita Dios mismo, nos
damos cuenta que si en algo hemos pecado, es en la soberbia de
pensar que podíamos separarnos de Él. Cuando permitimos que
Dios se manifieste a través nuestro, reconociendo que hasta
ahora hemos fracasado en encontrar las respuestas dentro de
nuestra mente, entonces de pronto, todo parece adquirir sentido.
Nos llenamos de comprensión y compasión, no sólo hacia los
procesos de los demás, sino hacia los de nosotros mismos.
Nuestro Ser Superior es el regalo que Dios les da a sus
hijos para que puedan, en todo momento, recordar quienes son.
Nuestro Ser Superior somos nosotros mismos, sin la
contaminación de nuestros miedos ni las limitaciones aprendidas
y auto impuestas. Es esa voz interior que traspasa la nube de
nuestras emociones y pensamientos, para llenarnos de paz. Es
aquella parte inmutable, sabia, eterna, perfecta, con la cual nos
encontramos cuando conseguimos centrarnos, ya sea en una
meditación, ya sea ante la presencia de un paisaje de belleza
arrebatadora, ya sea ante el conmovedor instante en que ponen
en nuestros brazos un hijo recién nacido.
Todos hemos tenido algún momento en nuestras vidas,
en que sentimos que todo a nuestro alrededor se detuvo, nuestro
corazón se expandió y, por un segundo, conocimos la perfección
de estar vivos. “Eso” que ocurrió y que no podemos realmente
explicar de dónde viene, es estar en contacto con nuestro Ser
Superior. No necesitamos de nada externo para sentir esa
sensación cada vez que lo deseemos, sólo necesitamos recordar
quienes somos. Todos, en algún momento de nuestras vidas,
hemos recibido una inspiración sobre qué hacer ante una
situación complicada. En alguna oportunidad, hemos encontrado
una solución inesperada a un problema o hemos tenido un sueño
revelador, todos alguna vez hemos tenido una intuición que luego
se ha hecho realidad. Esto es inevitable, pues es nuestra esencia
comunicándose, es el contacto con nuestro Ser Superior.
Para los que tenemos formación religiosa cristiana,
nuestro Ser Superior se asemeja bastante al concepto del
Espíritu Santo, regalo que Dios nos hace para mantener la
comunicación con Él. Es la corriente de amor que fluye del Padre
93
hacia el hijo y del hijo hacia el Padre. Dios crea a su hijo, le
permite experimentarse a sí mismo, le regala libre albedrío y la
capacidad de crear. Pero un padre amoroso no abandona a su
unigénito, no lo desampara en su experiencia. Dios nos regala al
Espíritu Santo para que cuando llegue el sagrado momento en
que requiramos volver a sentirnos parte de Él, podamos
comunicarnos con el Padre.
Me gusta decir que mi Ser Superior es mi Dios
personalizado, pues siendo Dios tiene toda su grandiosidad,
amor, sabiduría y poder y, siendo “yo”, tiene total conocimiento
de mi experiencia, de mis límites, de mis bajezas, de mis
grandezas, de mis esperanzas y de mis temores.
El término “Ser Superior” no significa que tengamos a
nuestro lado un ser de mayor jerarquía espiritual, no es alguien
superior en calidad ni en evolución, el Ser Superior nos recuerda
nuestra superioridad y nos invita a vivir en consecuencia con ella.
No como una forma de ser merecedores del amor Dios, sino
como una forma de ser consecuentes con el amor de Dios, que
es nuestra esencia, en ello radica nuestra plenitud y el sentido de
nuestra existencia. Esta comprensión, es el vaso de agua que
apacigua la abrasadora sed de nuestra alma que clama por
manifestarse.
Cuando comencé a compartir este conocimiento, tanto mi
ego como el de otras personas me preguntaron ¿Cómo puedes
estar segura de la existencia de un Ser Superior?, ¿Cómo
puedes saber que las palabras que le asignas a tu Ser Superior
no provienen de tu mente?, ¿Cómo puedes reconocer que esto
no es parte de tu inflamada imaginación?
Puedo darme y darles algunas respuesta del tipo: lo sé
pues lo he experimentado, lo sé pues me ha sido revelado; lo sé
pues el Espíritu Santo me ha regalado múltiples corroboraciones
de su existencia; lo sé pues me he puesto en contacto con la
divinidad de otro, quedando profundamente conmovida no sólo
yo, sino también quien lo ha experimentado conmigo. Podría dar
muchas respuestas, pero quizás mis respuestas tengan también
múltiples explicaciones y estoy convencida que no vale la pena
desgastarse para intentar explicar lo inexplicable.
94
Para mí, no tiene la menor relevancia si en realidad
existe o no un Ser Superior, si las palabras que escucho en mi
mente son o no son de mi invención, si lo que siento es auto
inducido o proviene de una inspiración divina. No me interesa
saber si es una parte de mi cerebro, que activo cuando entro en
estado de comunicación o es Dios mismo quien me susurra al
oído. Si he de ser honesta, para mí no tiene en absoluto
importancia dar respuesta a esas interrogantes. Pero lo que sí
tiene importancia y en demasía, es el continuo cambio que ha
tenido mi vida, lo dueña que hoy soy de mis emociones y como,
de a poco, me he ido transformando desde un ser reactivo a un
ser activo.
Para mí sí tiene importancia, la alegría con que me
levanto día a día a experimentar mi vida y como he ido
suavizando las relaciones con las personas, relaciones que antes
se me hacían tan difíciles. Sí tiene importancia sentirme
armónica con la existencia y capaz de enfrentar no sólo los
desafíos que yo misma pueda proponerme, como escribir este
libro, sino también ser capaz de enfrentar los desafíos o
sorpresas que el día a día pueda darme. Sí tiene importancia
sentir que mi vida está llena de sentido y que cada día se
manifiesta más vivamente mi paz interior.
Te invito a que te permitas recibir este concepto de Ser
Superior, no como una verdad absoluta, sino como una
posibilidad de experimentarte de una nueva manera. Como una
posibilidad de darle a tu vida un nuevo y satisfactorio rumbo.
Puedes ponerle el nombre que quieras, puedes llamarle el “sabio
interno”, “ángel de la guarda”, “Mente”, “esencia”. Llámale como
quieras, sólo permite que ocurra.
Mi primeros pasos en la comunicación con mi Ser
Superior, los di en un curso de sanación, en el cual nos
enseñaron a pedirle guía a nuestra divinidad al momento de
realizar una sanación y obtener información a través de la
lectura del aura del cliente para hacer el diagnóstico. Tras
experimentar algunos meses, me fui dando cuenta de que
cuando invocaba la guía de mi Ser Superior tenía acceso a
información mucho más certera y neutral que la que tenía cuando
intentaba encontrar las respuestas desde mi mente, de a poco fui
dejando fluir lo que me “llegaba” desde ese indefinible lugar y
aprendí a ponerme en contacto con la energía del otro. En ese
curso comprendí que no se necesitan dones especiales para
95
“ver” más allá de lo evidente, sólo se requiere aprender a acallar
por un momento nuestra agitada mente y “sentir” al otro. De esta
forma, inicié un contacto más activo con mi divinidad, primero
pidiéndole asistencia, luego consultándole y luego pidiéndole que
intervenga en mi vida.
Un día me planteé que si esa comunicación me servía
para comprender y conocer al otro, con mayor motivo me había
de servir para comprender y conocerme a mí misma.
Paulatinamente fui entablando en forma cada vez más fluida una
comunicación activa con mi Ser Superior, preguntándole cosas
de la vida diaria, de mis temores, de mis sueños y mis
inquietudes, quedando siempre sorprendida por sus sabias
respuestas.
Cuando inicié mi despertar espiritual leí toda clase de
información, me pasaba horas navegando en Internet buscando
material, que al leerlo parecía colmarme de gozo. Sin embargo,
luego de unos años los textos y canalizaciones, que inicialmente
alimentaron mi alma y me llenaron de alegría, comenzaron a
dejar de resonar en mi interior. Sin ánimo de desmerecer el valor
de tan magnífica información, empecé a buscar mis propias
respuestas, comencé a hacerle preguntas de toda índole a mi
Ser Superior, preguntas que hasta el día de hoy son contestadas
con una sabiduría y claridad que sin duda no proviene de mi
confundido ego.
Durante años le pedí a mi Ser Superior, que me ayudara
a conectarme con el Amor, le insistí una y otra vez que cualquier
solicitud previa de mi parte que me alejara de mi esencia divina
quedaba abolida, le repetí hasta el cansancio que si antes hice
una elección de forma de vivir contraria al Amor, entonces hoy
renunciaba a ella. Hasta que llegó el día en que me contestó que
dejará mi petición de aprender a amar y que comenzara de una
vez por todas a amar. De a poco, empecé a sentir que esa voz
en mi interior se manifestaba en mi vida diaria de las más
variadas formas. Cada vez con más frecuencia comenzaron a
llegarme pensamientos del tipo: ¿Realmente esa reacción es tu
libre y consciente elección? ¿Esos pensamientos reflejan tus más
altas opciones? ¿Estás actuando de manera amorosa o estás
reaccionando desde tu niña herida? ¡Date cuenta lo que estás a
punto de decir! ¿Vale la pena que lo digas?
Esa voz también comenzó a alertarme de las, hasta
ahora imperceptibles, reacciones físicas que las emociones
96
provocan en mi cuerpo. De pronto, ante una crítica explícita o
implícita, real o imaginaria que alguien me pueda hacer, en vez
de saltar a defenderme sintiéndome amenazada, esa voz interna
me hace notar la leve transpiración de mis manos, el sutil
aumento de mis pulsaciones. Comencé a darme cuenta cómo mi
cuerpo reacciona, secretando adrenalina en forma automática, en
situaciones que en realidad no son una amenaza clara y directa
hacia mí. El descubrir esas manifestaciones físicas, que antes
iban acompañadas de una reacción automática y por lo general
desproporcionada e inoportuna, me ha permitido detener el
mecanismo, desligarme y tomar distancia sin involucrarme con
mis propias emociones. Hoy, cada día con mayor frecuencia,
puedo escoger cómo deseo reaccionar ante determinada
circunstancia. Me he ido transformando en una gentil
observadora de mí misma y de mis reacciones, dejando la
autocrítica de lado transformándola en compasión y libertad de
poder escoger cómo reacciono.
Con el tiempo pude empezar a comprobar que la
presencia de mi Ser Superior no sólo toca mi campo energético,
sino que también el de las personas con las cuales tengo
contacto cotidiano. De pronto, el funcionario malhumorado al
mirarme sonríe, la agobiada cajera del supermercado me desea
que tenga un lindo día, el trámite atorado se soluciona por la
buena voluntad de quien me atiende.
Cuando nos conectamos con nuestro Ser Superior, las
personas comienzan a percibir en nosotros, algo indefinible, que
por un momento los toca. No es que tengamos algo especial,
sino que el otro se permite a sí mismo, aunque sea por un
segundo, reconocerse y eso lo llena por un momento de energía.
Recuerdo una ocasión en que yo había estado activando
vivamente la conexión con mi Ser Superior, justo antes de salir
de compras, al ir caminando por los pasillos de un shopping, un
joven se me acercó a preguntarme si acaso yo era un ángel y
continuo su camino como si nada. Quedé muy conmovida.
Quizás para él fue un juego, pero para mí fue un enorme regalo
que me llenó de certeza.
Excelentes testigos silenciosos de la presencia del Ser
Superior son los niños pequeños, quienes parecen deleitarse con
su energía. En reiteradas ocasiones y aún ante el desconcierto
de sus madres algunos pequeños me han regalado sendas
sonrisas y sostenida atención. Incluso puedo notar cómo ellos
97
captan mis pensamientos y muchas veces he lamentado no ser
capaz de mantener el diálogo sin palabras que ellos tan
claramente entablan conmigo. En ocasiones algunas amigas con
las cuales no comparto este ámbito de mi vida, al menos no de
forma explícita, me preguntan si acaso me he hecho algún
cambio de peinado o tomado sol, ellas notan algo, pero no son
capaces de definir qué es. Si bien, las confirmaciones se reciben
con agradecimiento pues constituyen una dulce confirmación, sin
duda más importante que lo que puedan otros notar es lo que
cada uno irá descubriendo que cambia en su interior, pues,
aunque nuestro mundo externo permanezca inalterado y nadie
note nada, sabremos que todo ha cambiado de una forma tan
rotunda, que nunca volverá a ser igual.
Debo reconocer que, aunque vivo muy con pudor mi vida
espiritual, cada día voy sintiendo más y más deseos de
compartir, de a poco he siendo capaz de ir hablando más de mis
intereses delante de personas que no tienen similares
inquietudes. Hasta no hace mucho tiempo atrás, reservaba con
celoso cuidado mis experiencias espirituales a ámbitos
protegidos, en los cuales tenía la certeza de que estaba con
personas con las cuales comparto los mismos intereses. Sin
embargo, aún cuando de a poco me voy abriendo a compartir,
hay dos certezas que siguen firmes en mí: por un lado el
convencimiento de que el camino espiritual es algo muy íntimo y
personal y que no sirve de nada “evangelizar” ni hacer
proselitismo y, por otro, la claridad de que no deseo convencer a
nadie de mis creencias y conclusiones.
De igual forma, estoy segura, que las personas que
“resuenan” con esta energía espiritual, llegarán a mi vida como
por arte de magia, sin necesidad de que yo salga a buscarlas ni
convencerlas.
Como ya lo comenté antes, distribuyo mis escritos
llamados Conversaciones con mi Ser Superior a través de correo
electrónico a las personas inscritas a la pequeña web que
administro. Desde el primer envío me di cuenta que lo que mi Ser
Superior me dictaba, tocaba el corazón de quienes leían estas
conversaciones, llegando incluso, algunas personas a sentir que
las palabras habían sido escritas para ellos mismos. Comprendí
que por sincronía lo que yo necesitaba escuchar, podía estar
sintonizado con el proceso de despertar de quienes se
conectaran con mi mensaje.
98
En paralelo y con mucho deseo de explorar el sutil
mundo que nos rodea, sin experiencia previa, pero con mucho
entusiasmo invité a algunas personas con inquietudes similares a
que formáramos un pequeño grupo espiritual. Con más ganas
que conocimientos previos, comenzamos a reunirnos para
explorar el, para nosotros desconocido, mundo de las
canalizaciones. Al principio partimos con timidez sin saber muy
bien ni qué es lo que buscábamos ni cómo lo lograríamos, poco a
poco fuimos atreviéndonos a experimentar y desde un principio
obtuvimos maravillosos y sorprendentes resultados.
Al comienzo para entrar en estado de meditación,
realizábamos algún tipo de visualización en la cual solicitábamos
a nuestras divinidades un mensaje a través de alguno de los
miembros del grupo. Los primeros intentos fueron más emotivos
que nada. Nuestras canalizaciones consistían más en imágenes
y sensaciones que en mensajes propiamente tales. De a poco,
las palabras comenzaron a fluir, primero dos o tres, luego
algunas oraciones completas. Ante cada pequeño logro
quedábamos emocionados y con más entusiasmo para intentarlo
otra vez.
Los mensajes en palabras comenzaron a llegar y de a
poco nos fuimos atreviendo a hacer preguntas, quedando en
cada ocasión asombrados y conmovidos por la profundidad y
certeza de las respuestas. Estos encuentros se caracterizaron
por su libertad y espontaneidad, cada sesión fue diferente a la
otra y permitimos que las experiencias ocurrieran en forma libre y
sin planificación previa. Para mí estos encuentros fueron en su
momento un verdadero alimento espiritual, que esperaba con
ansias consumir cada semana.
Algunas personas me han pedido sesiones privadas y
personales de canalización, las cuales he realizado también en
forma intuitiva, pero siempre teniendo emotivas experiencias al
entregar los mensajes que sus Seres Superiores les manifiestan
a través del mío. Para mí, lo más grandioso de estas sesiones
es que he podido comprobar que pocas personas no se
conmueven ante la activación de su divinidad. Lo que yo pueda o
no decirles, no tiene en realidad ninguna importancia, el valor de
estas sesiones es que quienes me consultan puedan darse
permiso para explorar un aspecto de sí mismos que han
olvidado.
99
No me gusta llamarme “canalizadora”, pues creo que no
tengo ese don especial, yo no recibo información de ningún
maestro ni guía espiritual, lo que yo hago es conversar con mi
esencia y, a través de ella, lo hago con la esencia de otras
personas si me lo solicitan. No es mucho lo que hago ni lo que
digo, tan sólo me siento freten a la persona que consulta, respiro
profundo, las miro a los ojos y les susurro desde mi alma: ¡Oye tú
también eres Dios!
Si las dudas te asaltan e impiden avanzar, recuerda que
cuando comienzas a explorar estas comunicaciones, lo primero
que reclama tu ego es que lo estás inventando con tu mente.
Claro, como no habría de hacerlo, si activar estas
comunicaciones es el principio del fin de su reinado. No le hagas
caso a tus temores, suéltalos y atrévete a experimentar.
Como ya lo dije antes, yo aplico el filtro del resultado. Si
esto es producto de mi imaginación, pero me hace bien y trae a
mi vida resultados positivos, entonces ¡bendita imaginación! La
verdad es que poco me importa si es mi mente o no la que me
responde, lo único que me interesa es que esta comunicación ha
traído mucha luz a mi vida, mis relaciones son mucho más
armoniosas, mi salud se ha fortalecido, me siento más joven,
plena, más segura de mi misma, más dueña de mis reacciones,
siento una confianza nueva en mi existencia, tengo la seguridad
que lo que ha de ser será, creo que Dios me escucha y me
acompaña, que mis deseos y oraciones no sólo son escuchadas,
sino también realizadas. Si todo eso es producto de mi
imaginación o de una auto sugestión, entonces ¡Fabuloso!
La Verdad tiene muchas caras y Dios tiene tantos
rostros como par de ojos lo quieran observar, no creo que yo
haya descubierto nada nuevo, ni tengo argumentos para
convencer a nadie de nada, simplemente comparto con quien se
acerque, lo que para mí ha significado nacer de nuevo.
Cuando he canalizado para alguien, consciente que si
una persona pide un mensaje, es porque está muy receptiva a
tener una experiencia extraordinaria, casi siempre he podido
percibir lo conmovida que se siente, es como si sus fibras más
internas hubiesen sido tocadas. He visto el brillo de sus ojos y la
sonrisa de sus rostros, esa es la única prueba que necesito para
creer que este camino esta tapizado de rosas y satisfacciones.
En el mundo actual, donde las tradiciones se han perdido
y las iniciaciones ya no existen; vivimos apurados siendo uno
100
más, en medio de una enorme masa de seres que ven la vida
como una lucha, los grandes supermercados reemplazaron al
almacén de la esquina y la misa dominical dejó de ser un evento
vecinal, ya no tenemos “vida de barrio”, el shopping es el paseo
dominical de muchas familias. Vivimos en un mundo atiborrado
de personas en el cual nos sentimos solitarios. Se despierta en
nosotros cada vez con más intensidad, una sed enorme de
“sentir” a nuestra divinidad como algo concreto en nuestras vidas.
Cada vez se hace más apremiante saber que estemos
donde estemos, no estamos solos. Comprender esto, ya no ha
nivel intelectual ni creyendo con fe ciega lo que alguien nos
pueda decir o enseñar, sino a nivel de la experiencia propia,
teniendo la certeza de “Su” presencia, como algo vivo, es una
necesidad fundamental, que se suma al interminable listado de
necesidades que tiene el ser humano de hoy, pero que una vez
satisfecha nos colma de la paz y alegría que todo lo demás no
nos logra regalar.
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102
CAPITULO 8: Conversando con nuestro
Ser Superior
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A ti que tienes dudas
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que te hace dudar, teme a esa voz que te induce a postergar
nuestro encuentro y que te quiere hacer fracasar, tu peor
enemigo eres tú mismo.
106
ninguna, entonces simplemente cierra los ojos y pon tu atención
en la respiración. Por unos minutos siente como el aire entra y
sale de tu cuerpo, siente tu pecho expandirse a cada inspiración
y conéctate con la palpitación de tu corazón.
Cuando te sientas relajado, tranquilo y a gusto, si lo
deseas conéctate al centro de la tierra imaginando que desde la
base de tu columna, chakra base, baja un cordón de luz que se
ancla a ese centro, entonces visualiza, siente o imagina un gran
sol dorado sobre tu cabeza: ¡es la presencia de tu Ser Superior!
De este sol baja un rayo de luz dorada que entra por tu coronilla,
baja por tu cuello y llega a tu corazón, cuarto chakra, en donde
se ancla. Siente como a cada latido de tu corazón tu cuerpo se
va llenando de energía dorada, tus órganos, tus huesos, tus
músculos y tendones, el aire de tus pulmones y todos tus fluidos
se tiñen de energía dorada, hasta el punto en que los poros de tu
piel comienzan a emitir pequeños haces de luz dorada que te
rodean.
Anclamos la energía del Ser Superior al centro cardiaco,
pues es allí donde mejor procesamos lo que nuestra divinidad
tiene que decirnos.
Mantén este estado por un momento. Siente como la
energía te baña por dentro. Siente la presencia de tu Ser
Superior, siente su Amor Incondicional, siente tu propia Divinidad
activa, viva y presente.
107
nombre con el cual comunicarte. Yo en ocasiones utilizo
“Jascha”, nombre que me llegó en un sueño y que uso como
pseudónimo para escribir. Puedes usar, si lo deseas, un nombre
que te agrade, que te hayan dado en una iniciación o el que
recibas en una meditación. Tener un nombre te permite tratar con
soltura a tu divinidad, como tratas a un querido y viejo amigo que
te comprende y con el cual puedes hablar cada vez que lo
desees.
Una vez que te sientas a gusto con la conexión lograda,
puedes iniciar el dialogo, al principio quizás sólo recibas
sensaciones, emociones o palabras sueltas. No te desalientes,
todas son maravillosas formas de comunicación. De a poco,
puedes ir agregando preguntas concretas sobre tu vida, sobre lo
que te preocupa, sobre tus inquietudes, sobre tus sueños. Ten
por seguro que para tu divinidad no hay temas triviales, pues
todo lo que sucede en tu vida, es Su manifestación.
Si lo deseas, puedes anotar lo que te llega o decirlo en
voz alta y grabarlo, permite que las palabras fluyan, sólo intenta
no perder la sensación de sentirte conectado con tu divinidad,
recibe lo que salga de tu interior sin juzgarlo ni filtrarlo. Recibido
el mensaje, lo más probable es que tu mente comience a
sembrar dudas y puedes llegar a creer que tus respuestas han
salido desde ella misma. Es natural que así sea, llevamos años
escuchando nuestros pensamientos y desoyendo lo que nuestra
divinidad pueda decirnos, nos hemos acostumbrado a no darle
valor a la intuición, a nuestros primeros impulsos, a nuestra
imaginación y a las coincidencias. Siendo todas ellas,
maravillosas formas de comunicación con nuestro Ser Superior.
En lo personal, he notado que cuando he canalizado, ya
sea escribiendo o hablando, las palabras brotan de mi interior sin
procesamiento previo. No hay intención en ellas, no hay
selección de palabras adecuadas, simplemente salen de mi boca
o de mis dedos manifestándose en forma de una comunicación.
Por el contrario, cuando hablo desde mi cabeza, busco las
palabras adecuadas, elaboro una idea antes de comunicarla,
existe un espacio de tiempo, a veces imperceptible, entre lo que
pienso y lo que digo.
En todo caso, más importante que detectar de donde
vienen las respuestas, es detectar qué es lo que esas palabras
provocan en ti. Todo mensaje proveniente de tu sabiduría interna
nos llenará de amor y esperanza, nos cobijará con un manto
108
protector y, aunque es posible (muy posible), que a veces las
palabras no nos gusten, están dichas con la más profunda
claridad y la más elevada de las intenciones. Luego de los
primeros mensajes, que al inicio parecerán más monólogos que
diálogos, puedes ir replicando y manteniendo una conversación
más fluida. Pronto te sorprenderás de comprobar no sólo con la
soltura que puedes hacerlo, sino también, la cuota de humor que
por lo general se manifiesta en estos diálogos.
En algunas ocasiones puedes sentir el mensaje como un
regaño, no te preocupes pues con toda probabilidad eso sólo
tiene que ver con la forma que nos hemos acostumbrado a que
nos trate la autoridad y si bien nuestra divinidad no es de una
jerarquía superior a nosotros, sí tenemos la tendencia a tratarla
como un superior olvidando que estamos escuchando nuestra
propia voz. Recuerda que tu Ser Superior no tiene un plan
determinado para ti, así que no podría regañarte por algo que
hagas o dejes de hacer. Si bien muchas veces podría empujarte
a soltar y avanzar, diciéndote frases del tipo: ¿Hasta cuando me
preguntas lo mismo?, ¡Ya sabes la respuesta!, ¡No me preguntes
si no vas a escuchar la respuesta! En otras ocasiones, puede ser
que inicies el diálogo con un tema y la conversación se desvié a
otro, por lo general son asuntos que no cuesta afrontar y que no
nos animamos a plantear directamente.
Una vez que hayas adquirido práctica y te sientas más
seguro, puedes comenzar la comunicación en cualquier parte y
de cualquier forma sin que necesites de un lugar especial ni
condiciones especificas para hacerlo. Podrás iniciar el dialogo
manejando, trabajando, duchándote, haciendo los quehaceres
del hogar, disfrutando de un paisaje o en medio de una reunión.
¡No necesitas ni protocolo ni rituales para conversar contigo
mismo!
Otra forma muy potente y efectiva de comunicación, es
hablar con nuestra divinidad justo en el momento en que nos
estamos quedando dormidos. Al caer en estado de sueño,
nuestra mente se relaja y puede ser que tengamos un sueño
relacionado con lo que hemos preguntado o que despertemos
con una claridad y certeza que no teníamos al momento de
dormirnos. Para comunicarte de esta forma no necesitas ni
tiempo ni tranquilidad, pues todos a alguna hora nos vamos a la
cama y flotamos en el sopor previo a caer dormidos. Aprovecha
tus noches, lo que decretas justo antes de quedarte dormido viaja
109
a manifestarse sin que la mente contra-manifieste, como suele
hacerlo sembrando la duda al instante seguido de formular una
intención.
110
y de las necesidades actuales de tu proceso de toma de
conciencia. No hay una forma mejor que otra, permítete
experimentar y encontrar tu propio modo de comunicación. Los
resultados no dejarán de asombrarte.
111
que tienes arraigadas comenzarán a caer y temblarán tus juicios
de bueno y malo.
A veces, cuando alguien me pregunta sobre cómo sé si
la voz que escucho viene en realidad de mi esencia y no de mi
mente-ego, bromeo diciendo: ¡Muy fácil, lo que me dice mi Ser
Superior por lo general no me gusta, en cambio, yo suelo tener
muchos argumentos para encontrarme la razón! Créeme, es más
difícil confundir la voz del ego con la de nuestra divinidad, que no
hacerlo. La práctica te lo demostrará y cuando sientas dudas, te
sonreirás comprendiendo de quien vienen esas dudas y por qué
las formulas.
112
permitir que nuestra naturaleza se manifieste. Mientras no demos
ese permiso, andaremos por la vida a tropezones, adoloridos y
perdidos, con la oculta esperanza que algo inusitado ocurra, algo
que nos dé lo que tanto ansiamos, que nos dé esa paz interior
que necesitamos con más urgencia que respirar.
Dentro nuestro guardamos el tesoro de nuestra esencia
incorrupta, lista para manifestarse e iluminar el corazón de
quienes nos rodean: ¡Nuestra misión es permitir que ello ocurra!
Pídele a tu Ser Superior que te conecte con la más alta
de las vibraciones amorosas, cuéntale que hoy optas porque tu
naturaleza amorosa se revele, pídele que ilumine cada acto de tu
vida con la energía universal del Amor. Te llevarás muchas
sorpresas, pues es posible que algunos de tus juicios respecto a
la forma en que se “debe” manifestar el Amor, comiencen a
temblar.
113
que satisfarán una necesidad real y duradera en mi vida o que tal
vez son sólo mezquinas demandas de mi ego que clama por
atención?
114
quedé dormida diciéndole a mi divinidad que yo también le pedía
una confirmación así de inmediata y clara.
Aunque pensé que tendría algún sueño revelador,
desperté algo desilusionada pues nada pasó en la noche.
Mientras desayunaba me llamó una de mis hijas, que se
encontraba en un retiro espiritual y me pidió que fuera a una misa
de cierre. Me presenté gustosa de acompañarla, ya sin
acordarme de mi petición. La misa se realizó en una diminuta y
hermosa capilla, cuando llegó la hora del sermón, el sacerdote
dijo: Hoy hablaremos del Espíritu Santo y comenzó a describir
muchos de los conceptos que yo había estado desarrollando y
que comparto en este libro. Mi emoción no pudo ser mayor, con
lágrimas en los ojos le agradecí a mi Ser Superior esa clara
confirmación de que su presencia habita en los más diversos y
variados rincones de mi vida.
Atrévete a explorar, juega con tu divinidad, experimenta
diversos canales de comunicación, desafíala, pide pruebas,
apoyo y confirmación. Sentirás la delicia de comprobar que ¡No
Estamos Solos!
115
que nos permita detenernos sirve de gran ayuda para salirnos del
piloto automático. Existen muchas formas para hacerlo, meditar,
hacer yoga, tener un grupo de crecimiento espiritual, asistir a
cursos y escribir son sólo algunas de ella, conectarnos con
nuestra sabiduría interna es otra forma, muy poderosa dicho sea
de paso.
La manera que uses para detenerte no hará el trabajo ni
provocará el milagro, tu intención y tu opción sí lo harán, lo
cambios que puedas obtener serán tan potentes como las ganas
que pongas en conseguirlos, recuerda que llevas toda una vida y
probablemente muchas vidas dormido, ten paciencia y no
permitas que los aparentes retrocesos te desanimen. Despertar
no requiere tanta disciplina ni esfuerzo, pero si una buena cuota
de voluntad e intención.
116
Por ejemplo, una persona con baja autoestima estará
continuamente esperando que su pareja, su jefe, un colega o un
amigo la ayuden a reafirmarse. Cuando esto no suceda, es
posible que se sienta herida y decepcionada, proyectando sobre
el otro su incapacidad de valorarse. De esta forma, evitará
hacerse responsable de su carencia y responsabilizará a otro de
su incomodidad. En las relaciones solemos exigirle al otro que
nos complete, en circunstancias que no somos capaces de
completarnos a nosotros mismos.
Una vez que logramos comprender este mecanismo del
ego, podemos usarlo a favor nuestro y comprender que las
relaciones nos regalan una certera herramienta de auto
conocimiento, que nos permite comprender y reconocer esos
aspectos que nos negamos a reconocer. Si además, solicitamos
a nuestro Ser Superior que nos ayude, encontraremos en las
relaciones una maravillosa oportunidad de auto liberación. Esa
relación difícil es la que más puede enseñarte sobre ti mismo. Si
somos exigentes con nosotros mismos, lo seremos con quienes
nos rodean, si en forma continua luchamos contra nuestra
irresponsabilidad, entonces detestaremos a quienes
consideramos irresponsables.
Recordemos que somos seres totales, dentro de
nosotros habitan todos los potenciales del Ser. Sin embargo,
dada nuestra historia y la interpretación que hemos hecho de
ella, hemos ido negando ciertos aspectos de nuestro Ser y
enfatizando otros, así configuramos lo que solemos llamar
personalidad y que no es más que los límites que nos ponemos.
Mientras más energía le damos a negar o enfatizar un aspecto de
nuestro carácter, más se nos presentarán personas que nos
muestran esa parte con la cual no hemos logrado armonizar.
La presencia del otro nos regala no solamente una forma
de conocernos, la presencia del otro nos brinda la maravillosa
oportunidad de aprender a amar. Nuestra esencia es amor,
sabiduría y poder creativo. Estas características siempre están
intentando manifestarse, necesitamos amar y cada persona que
se nos cruza, nos da la oportunidad de mirarnos en sus ojos y ver
en ellos a Dios mismo. Si no fuera por el otro, sería muy difícil
aprender a experimentar el amor en este plano.
Cuando en tus relaciones se produzcan circunstancias
que despierten en ti reacciones negativas, expresadas o no,
entonces no te gastes en justificar quién tiene la razón, ni te
117
permitas responsabilizar al otro de tus emociones; menos aún
uses a terceros para descargarte. Simplemente reconoce que en
ti se ha despertado un aspecto oculto y pídele a tu Ser Superior
que irradie luz en tu interior. Regálale las emociones que no te
gustan y él las transformará en amor. Para hacer esta solicitud no
necesitas ninguna ceremonia ni ritual, sólo necesitas estar atento
y cuando sientas que se despiertan en ti sentimientos negativos,
ya sean estos de miedo, rabia, frustración, sentido de baja valía,
poco reconocimiento u otros, invoca la presencia de tu Ser
Superior, siente como su luz te inunda y permite que la paz bañe
tu interior.
Cuando recién inicié mi proceso de toma de conciencia,
gastaba mucha energía en entender los mecanismos del ego
presentes en mis relaciones. Intenté encontrar explicaciones en
otras vidas, en mi niña interna herida, en mis proyecciones sobre
el otro. Me preguntaba una y otra vez qué parte mía, no resuelta,
me mostraba esa persona ante la cual se despertaban
emociones automáticas no deseadas. Sin embargo, pronto
comprendí que mientras más atención le damos al ego, más
atención nos pide.
Leyendo el libro Un Curso de Milagros, aprendí a
regalarle al Espíritu Santo, que para mí es un concepto muy
similar al de Ser Superior, aquellas emociones que me limitan y
esclavizan. Mágicamente, este simple acto de soltar, me provocó
una plácida sensación de libertad. Para poder realizarlo es
necesario aprender a reconocer nuestras emociones, sin juicio,
sin negación y sin condena. No somos nuestras emociones, las
hemos grabado en nuestro campo energético a lo largo de
nuestra vida, pero no somos ellas, sino que somos quien las
experimenta.
Como hemos pasado la vida entera fingiendo estar bien
cuando estamos tristes, controlando el enojo, haciéndonos
sordos a nuestras frustraciones, cada vez somos menos capaces
de identificar qué es lo que estamos sintiendo. Cuando esas
emociones, no reconocidas, no encuentran un canal a través del
cual transmutarse, entonces las somatizamos en dolores de
cabeza, en contracturas y otros padecimientos,
responsabilizando a la persona que tenemos en frente, por la
incomodidad que se está manifestando en nuestro interior.
Si te cuesta reconocer tus emociones a través de las
incomodidades que el otro despierta en ti, entonces obsérvate
118
cuando comienzas a argumentar que el otro está errado, que su
proceder no es el adecuado, que no actúa como tú lo harías si
estuvieses en su lugar, que tú no mereces ese trato. No es
necesario que definas esa emoción ni que la analices, ni que la
justifiques, sólo necesitas reconocer y liberar. No permitas que el
ego se apodere de tu determinación de ser libre, esclavizándote
aún más en sus intricadas manías de analizarlo todo.
Simplemente habla con tu Ser Superior. Dile: Reconozco
la oscuridad que habita en mí y te pido que la llenes de tu Luz.
Esa sola frase puede cambiar de manera rotunda tus relaciones,
con ella no sólo te estás haciendo responsable de tus emociones,
sino que además estás liberando al otro de la pesada carga de
ser el responsable de lo que tú sientes. Quizás al principio,
requieras sentarte a analizar lo que el otro despierta en ti, quizás
te cueste en el momento reconocer tus reacciones emocionales,
pero de a poco podrás darte cuenta incluso de las sutiles
reacciones físicas asociadas a tus emociones y podrás de esta
forma invocar a tu Ser Superior en medio de una conversación,
de una reunión de trabajo, en una fiesta o en la intimidad de tu
vida familiar.
Cuando descubrí que mi Ser Superior podía liberarme sin
necesidad de comprender el proceso emocional interno que
estaba involucrado, poco a poco comencé a disfrutar cada vez
más la presencia del otro. Liberada del juicio respecto a cómo los
otros tienen que ser y de mi necesidad de responsabilizarlos de
cómo reaccionaba mi cuerpo emocional, de a poco mis
interpretaciones sobre las personas a mi alrededor comenzaron a
cambiar. De pronto, esa frase irónica no fue un ataque hacia mí,
sino un mecanismo de defensa; esa falta de interés por mis
temas, dejó de ser falta de interés hacia mí y pasó a ser una
petición de atención; el gruñido de mi hija ya no era en mi contra,
sino sólo algo relacionado con ella. Liberar al otro me ha
permitido verlo y, desde esa mirada, aprender a amarlo.
Por supuesto aún hay relaciones en mi vida que se me
hacen difíciles, aún veo en los demás actitudes que no
comprendo, intereses que no comparto, caracteres que no
compatibilizan conmigo y que aún invocando a mi Ser Superior
no logro trasmutar en Luz. Pero ahora comprendo que todo eso
no tiene que ver con el otro, sino conmigo y mis emociones.
Entonces, en esos casos, cuando es posible hacerlo, prefiero
119
retirarme y liberar al otro de recibir la energía negativa que se
despierta en mi interior ante su presencia.
Recuerda que la presencia del otro, es una maravillosa
posibilidad para manifestar tu esencia amorosa. De la plena
aceptación de tu ser podrás evolucionar a la aceptación del ser
del otro y, desde allí, a la manifestación y reconocimiento de tu
verdadero SER.
120
CAPITULO 9: Comunicaciones con mi
Ser Superior
121
122
Durante un par de años he estado escribiendo estas
conversaciones, las cuales comparto, luego de ser adaptadas
para ser incluidas en este libro. Las modificaciones que le he
hecho no tienen relación con el contenido de fondo, sino que en
lo principal tienen que ver con la forma en que se entregan los
mensajes y la voz personal a quien se dirigen.
No puedo dejar de comentar que, cuando estaba
terminando de escribir este libro, se hizo público en Chile el caso
de una mujer, líder de un grupo religioso, que estaba siendo
investigado pues se descubrió que habían inhumado ilegalmente
a una de sus miembros luego de que dio a luz a su hijo, la
muchacha falleció producto de una hemorragia que no se
controló por falta de atención médica. El caso despertó mi interés
y no pude dejar de asombrarme cuando leí en los periódicos que
la líder de ese grupo había quedado exenta de ser condenada,
pues se encontró un diario de vida en el cual había registrado
unas supuestas conversaciones que ella mantenía con Dios. La
corte declaró que padecía de “demencia con delirio místico” y
por lo tanto no era responsable de sus actos.
El error que ese grupo cometió desató una verdadera y
moderna caza de brujas, a pocos pareció interesarle el fondo de
esos escritos ni cómo contribuían a la paz espiritual de los
miembros del grupo en cuestión. No voy a opinar de la líder ni del
contenido de sus mensajes, pues lo desconozco. Lo que si les
puedo compartir es que al leer esta noticia, me llamó mucho la
atención la sobre reacción que tuvieron los medios. Debo
confesar que me invadió el desconcierto y se despertaron en mí
muchas dudas, no pude dejar de preguntarme: ¿Estaré yo
padeciendo delirio místico?, ¿Estaré estimulando con este libro a
que otros lo padezcan? Y lo que es peor ¿Me estaré poniendo en
evidencia al publicarlo?
123
La mayor parte de las veces las conversaciones con mi
divinidad, son muy íntimas y personales y se mezclan con mis
pensamientos a lo largo del día, mientras realizo mis actividades
cotidianas. Pero, de tanto en tanto, me siento impulsada a
escribir y muchas veces he podido comprobar que las palabras
que contienen llevan a Luz a las personas que las leen.
Te regalo los mensajes que mi Ser Superior me ha
entregado con la seguridad de que sus palabras, moverán fibras
en tu interior y llevarán comprensión a tu vida. Puedes leerlos
uno a uno, saltados o por párrafos. Más importante que las
palabras y el contenido es la energía que tienen impregnada.
Léelos todos a la vez o sólo de a uno, en traguitos cortos, o
simplemente abandona la lectura de este libro, coge un lápiz o ve
al computador y escribe tus propios mensajes dictados por tu Ser
Superior.
124
Así como eres, así eres perfecto
125
Párate frente a un espejo y mira fijamente a los ojos a ese
ser valiente y corajudo que eres, si has llegado a este punto
y has podido respirar todos estos años a pesar de lo difícil
que te lo has hecho, entonces mereces todo tu respeto y
admiración.
Alguien te dijo que para ser feliz necesitabas más dinero, ser
más sano, más virtuoso o talentoso, alguien te mintió
diciéndote que así tal como eres y con lo que tienes no
podrías ser feliz y tu le creíste, sucumbiste en el engaño,
porque ese engaño te permite sufrir y sufriendo te han dicho
126
que se alcanza la Gloria. Pero te he de decir que para
conseguirla no tienes nada que hacer, pues ya habita en ti.
127
Actitud de Paz y Alegría ante la vida
128
lo que te sucede o deja de suceder, ocurran y esos
momentos gloriosos te hablarán de Dios.
No importa quién te crea, no importa quién te mida, no
importa quién te observe, tú y Yo lo sabemos:
129
Estar al Servicio
130
Cada ser humano, en su interior sabe a ciencia cierta qué es
lo que más le agrada hacer, puede que no quieras
reconocerlo, puede que sientas que es algo poco importante
y preferirías ejercer tu estar al servicio de una forma más
brillante y reconocida, pero con esta actitud sólo estas
postergando tu plenitud.
131
La Vida Cotidiana
132
Has llegado a este estado de somnolencia después de miles
de años de experiencia humana, toda ella resumida hoy en ti.
¡Hasta ahora ha sido perfecto que así sea! Pero hoy estás
asumiendo el maravilloso poder de reconocer quien eres, de
permitir que se manifieste la divinidad que habita en ti. Hoy
la vida se transforma ante ti y comienzas a reconocer que
existe un gozo supremo que sólo puedes alcanzar a través
de tu cotidianidad, esa cotidianidad que compartes con cada
ser que te rodea.
133
Creatividad
134
Lo que Hago, Lo que Pienso, Lo que Siento
135
¿A quién está escuchando tu mente cuando tus emociones
son un canto amargo? A mí no, tenlo por seguro, pues tu
bien es el mío y nunca te llevaría al sufrimiento.
136
A ti que estás confundido
137
Pero si tu intención es despertar de la hipnosis colectiva,
entonces mira a tu alrededor y descubre la perfección de la
creación, descubre que el universo funciona en base a
equilibrios y que la naturaleza nos regala infinidad de
manifestaciones. Comienza a apreciar lo hermoso que es ser
tú, lo extraordinaria que es tu vida y lo valiente que eres si te
atreves a encontrar el verdadero valor del ser, valor tan
distorsionado en el mundo actual por el valor del tener y
hacer.
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A mí no puedes engañarme
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verdadera vibración, si tan sólo comprendieses lo
infructuoso de tanto afán, entonces tu rostro se iluminaría y
tus ojos brillarían con tal intensidad que toda la ilusión que
te rodea quedaría al descubierto y la grandiosidad de tu
esencia se reflejaría en cada rincón de tu vida y entonces al
mirar a los otros y verlos tan extraviados les dirías: -A mí no
puedes engañarme-.
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Son sólo creencias, creencias y más creencias.
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que te des cuenta estás profetizando, evangelizando,
convenciendo, separando a quienes están en el camino
correcto y quienes no lo están. Sin percatarte que todo ese
daño que infringes, en el fondo te lo estás haciendo a ti
mismo al ponerte límites una vez más. Pero es tan fuerte tu
temor de soltar ese tronco que por fin parece protegerte, que
te olvidas de los tesoros que puedes encontrar, si te atreves
a lanzarte a las profundidades de tu ser.
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que más temprano que tarde me pedirás que te libere, para
poder continuar TU sagrado camino.
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Sanación
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cuánto te esmeres, el diamante seguirá siendo brillante y
puro bajo todas esas capas.
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¿Cómo conectarte con tu Ser Superior?
146
Tu Vida es tu Creación
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Qué paradojal y confusa puede ser esta vida, corres y corres
tras una meta hasta que cuando por fin la alcanzas, te das
cuenta que no es allí donde querías llegar. Lo maravilloso de
todas estas carreras agotadoras e infructuosas, es que que
cuando por fin te canses de tanto correr, será cuando
comenzarás a llegar al centro de tu SER.
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Aquí y Ahora
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Ante ti se revela un mundo dorado, con personas sonrientes,
donde el canto de los pájaros es la melodía que te
acompaña, donde en cada experiencia hay un aprendizaje
que te maravilla, donde tu creatividad fluye sin obstáculos,
donde la magia es posible, donde el amor hacia ti mismo es
una realidad.
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Son sólo distractores
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Extiendo mi manto de amor eterno sobre tu cuerpo cansado
y adolorido, que se recoge de emoción floreciendo y
brillando con tal intensidad, que te preguntas como pudiste
vivir antes sin esta sensación.
152
¿Qué Hacer para Escucharte?
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Mi voz continuamente te susurra al oído eso que no quieres
escuchar, pero que tanto ansias oír.
154
SER v/s ser
¿Nunca has pensado que tal vez la riqueza del SER radica en
su incondicional capacidad de amar al ser, ese quien tú eres,
ese que has sido, ese que serás, sin juicio, sin reproches,
sin expectativas, sino más bien con las más amorosa de las
autocomplacencias?
155
Resistencia al cambio
156
La Importancia de Reunirse
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llevarte al despertar, hoy está todo acelerado pues el mundo
gime clamando por el Amor que brota de los corazones de
quienes han entendido, que ya no es necesario sufrir para
aprender lo que no es necesario aprender.
158
Cuando un Grupo de Humanos Despiertos se Reúne
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Responsabilidad v/s Culpabilidad
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consecuencias y tú no tienes información completa de
cuáles serán esas consecuencias.
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Despertar es responsabilidad, la responsabilidad en un
humano despierto no es culpa, la responsabilidad ejercida
por un humano despierto es AMOR.
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El Amor en la Nueva Tierra
Quizás sientas que este tipo de amor es aún utopía para ti,
puede que aún te sientas carente y mires ilusionado hacia
otro esperando que te ayude a salir de ese estado, pero te
engañas pues ya despertaste de la ilusión de creer que
alguien podría darte lo que ya posees por derecho propio y
que aún no eres capaz de reconocer.
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Sólo necesitas desearlo, admite que hasta ahora habías
mendigado afecto llamándole erradamente amor a esa
transacción, deja que el amor que habita en ti manifieste
toda la gloria que tu bendito SER sabe atesorar.
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A ti humano
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sido perfecto. Has hecho exactamente lo que podías y sabías
hacer, la existencia no te juzgará ni te pedirá explicaciones
por tus creaciones, pues cada una de ellas te ha llevado a
este sagrado momento, en el que te permites sentir quien
realmente eres.
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