Vida de ELISEO
Vida de ELISEO
Vida de ELISEO
Eliseo
– portador de la bendición de Dios
256376
ISBN 978-3-86699-376-1
Contenido
Introducción 9
Capítulo 1
El sabio cuidado de Dios por nuestra vida espiritual 18
Capítulo 2
La preparación del sucesor 27
Capítulo 3
El secreto de la fuerza espiritual 35
Capítulo 4
Los primeros pasos con la nueva ropa 43
Capítulo 5
¡Dios no puede ser burlado! 51
Capítulo 6
El peligro de alianzas profanas 59
Capítulo 7
La calamidad de una viuda 68
Capítulo 8
Eliseo y la sunamita 77
Capítulo 9
La fe puesta a prueba 86
Capítulo 10
Cómo resucitar a los muertos 95
Capítulo 11
¡Hay muerte en la olla! 103
Capítulo 12
La zambullida del general 111
Capítulo 13
Los frutos de la nueva vida 119
Capítulo 14
La hipocresía – el pecado de los piadosos 126
Capítulo 15
El hacha perdida 134
Capítulo 16
De lo que hay que «cuidarse»... 144
Capítulo 17
Ojos abiertos y ojos ciegos 151
Capítulo 18
Pecado desbordante y gracia sobreabundante 159
Capítulo 19
Si callamos nos alcanzará nuestra maldad 167
Capítulo 20
Familiarizado con Dios 177
Capítulo 21
El último viaje... 184
Capítulo 22
El acorde final de una vida bendecida 190
El autor 205
«En los últimos años Dios ha obrado
en muchos jóvenes hermanos y hermanas
de Alemania, Asia Oriental,
Centroamérica y América del Sur
que quieren seguir de todo corazón a nuestro Señor Jesús
y estudian la Biblia con gran entusiasmo y alegría.
Muchas veces su entrega, su amor al Señor y su celo
me han avergonzado y animado a la vez.
Les dedico a ellos estas consideraciones
sobre la vida de Eliseo».
Wolfgang Bühne
En la primavera del año 2018
Introducción
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hablar a solas con este hombre de Dios. Y de su experiencia en
este campo surgió el dicho ya famoso: «La santidad, que sea natu-
ral, y la naturalidad que sea santa.»
Esta «naturalidad santa» es lo que salta a la vista de cualquier
lector que esté estudiando la vida de Eliseo. Sin darnos cuenta
nos recuerda al Señor Jesús quien vivió perfectamente esta vir-
tud. De su «bondad y amor para con los hombres» leemos en
Tito 3:4-5: «Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro
Salvador, y su amor para con los hombres nos salvó, no por obras de
justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia...»
La aparición de Elías, su precursor, casi siempre atemorizaba
a la gente. Su carácter se caracterizaba por el «fuego» y el «torbe-
llino» – los elementos que acompañaron su ministerio y también
su «ascensión al cielo». El carácter de Eliseo, por lo contrario,
equivale más bien al «silbo apacible y delicado» (1 Reyes 19:12).
La aparición de Elías personificaba y predicaba la santidad
y justicia de Dios. Era como la llamada al arrepentimiento con
voz de trueno. Eliseo, sin embargo, casi siempre personificaba
y predicaba el «evangelio» de la gracia y misericordia de Dios.
Voy a decirlo de manera más concisa: Cuando aparecía Elías, los
israelitas se refugiaban donde podían y se mantenían a distan-
cia. Pero cuando aparecía Eliseo, su sucesor, la gente le salía al
encuentro, buscaba estar cerca de él y le exponían sus problemas
y necesidades.
Consejería entrañable
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plo para cualquier creyente que practique la ayuda espiritual.
«Aquel que quiera ayudar espiritualmente a otros tiene que ser de
una confianza tal, que sea posible enterrar la propia honra en su
presencia.» Esta advertencia es también de Heinrich Kemner y el
ministerio de Eliseo es una ilustración adecuada y alentadora de
este hecho. La gente podía confiar en él y encomendarle sus pre-
ocupaciones, penas y deseos más secretos, incluso podían decír-
selo a gritos, como veremos más adelante.
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citados, un leproso fue sanado, una fuente envenenada fue lim-
piada, hubo leyes naturales que perdieron su vigencia, ojos cega-
dos que fueron abiertos, aceite multiplicado, etc.
Esto debería infundirnos valor y animarnos a contar con la
gracia e intervención de Dios aún en nuestra cristiandad tan
espiritualmente pobre y moralmente descuidada.
Por otra parte, veremos también que al lado de los muchos
milagros de la gracia, Eliseo obró también cuatro milagros que
fueron juicios.
Es interesante que Eliseo – al igual que Elías – viviera y obrara
en el reino apóstata de las diez tribus con Samaria como capital.
Allí los líderes políticos y también los sacerdotes practicaban la
impiedad, idolatría e inmoralidad de forma casi insuperable, con
lo que hacían que el pueblo de Dios se fuera arrastrado al abismo.
Justamente en esta parte del pueblo, Dios llamó a un Eliseo
obrando por él milagros desconocidos en la parte fiel de las tri-
bus de Israel con su culto en Jerusalén.
Este hecho debería dar que pensar también a aquellos que
piensan ser la única iglesia fiel y bíblica, creyendo basarse única-
mente en el fundamento de la Palabra de Dios, o al menos pro-
fesando ser el único grupo que representa la iglesia de Dios en la
tierra según el modelo bíblico.
Evidentemente, a Dios le place a veces suscitar profetas como
Elías que testifiquen de la santidad y justicia de Dios aún allí,
donde la Biblia es rechazada como única y firme autoridad, o
que testifiquen de Su gracia y misericordia como Eliseo.
Basta echar un vistazo a la historia de la iglesia en los últimos
siglos y también en el tiempo presente para ver confirmada esta
observación. Humildemente y con gozo deberíamos reconocerlo,
pero sin sacar conclusiones equivocadas y entregarnos ciegos al
ecumenismo.
A lo mejor a veces nos preguntamos: ¿Cómo pudieron aguan-
tar en la iglesia anglicana de Inglaterra esos grandes predicado-
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res del avivamiento George Whitefield y Juan Wesley? ¿O C. H.
Spurgeon con los bautistas? ¿O en Alemania Heinrich Kemner,
Wilhelm y Johannes Busch en la iglesia evangélica estatal?
Demos gracias a Dios de que ha llamado y capacitado a estos
hombres para tocar claramente la trompeta del evangelio y lla-
mar a miles al arrepentimiento y a entregarse a nuestro Señor.
Aprendamos a maravillarnos ante la soberanía de Dios que a
veces nos cuesta tanto comprender...
Ni asceta, ni vividor
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mortal las transformó en inofensivas; sin pan alimentó a una multi-
tud; sin medicina sanó a enfermos; sin soldados venció a los enemi-
gos; aun estando muerto dio vida.» (Hamilton Smith, Elías y Eliseo)
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El carácter de Elías fue áspero y basto
– el carácter de Eliseo, por lo contrario fue apacible, bonda-
doso y atrayente.
El carácter de Juan: provocador y severo
– el carácter de Jesús: manso e inspirando confianza.
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que la mayoría quería oír, conforme a sus concupiscencias. En
Betel y Dan había dos suntuosos becerros de oro a los que sacri-
ficaban sacerdotes de todas las tribus. Ya no era necesario ser de
la descendencia de Aarón para poder hacerlo. Ahí vemos que ya
entonces había cultos «modernos», «vanguardistas», enfocados a
los de afuera, agradables para los visitantes. Los cultos eran según
el gusto y las ideas del pueblo. Hoy también muchas congregacio-
nes hacen cosas para ser más atractivas a aquellos que no conocen
al Señor. Su estrategia es tomar prestado lo que ven en la cultura e
incorporarlo en la vida de la iglesia para que así la gente no expe-
rimente un shock total de lo que ven y oyen en el mundo secular
comparado con lo que ven en el culto a Dios. No hubo que espe-
rar el juicio de Dios anunciado con respecto a esta apostasía (Dt.
28). Comenzó pronto. Vemos, por lo tanto, un número sorpren-
dente de viudas, hambrunas, esterilidad, pobreza, opresión y ase-
dios en los tiempos de Elías y Eliseo. No es difícil ver circunstan-
cias parecidas en las iglesias actuales: poco alimento espiritual en
la predicación, pocas conversiones, poco fruto para Dios, iglesias
en extinción, creyentes solitarios y numerosas influencias, ata-
ques y asedios de parte del mundo de las religiones, la esotérica,
la psicología y del postmodernismo.
Pero también vemos cosas positivas que nos saltan a la vista:
mientras que los hombres en aquellos tiempos eran débiles y
pálidos, sin convicciones ni valor o interés espiritual, hubo, sin
embargo, mujeres que llamaron la atención positivamente: La
viuda de Sarepta en 1 Reyes 17, la pobre viuda de 2 Reyes 4, la
rica sunamita en 2 Reyes 4 y también la muchacha que servía a
la mujer de Naamán (2 Reyes 5). Estas observaciones también las
vemos reflejadas en la actualidad: ¿No son más las mujeres que
visitan las reuniones de oración?
¿Quienes buscan y cuidan sus contactos evangelísticos?
¿Quién participa en la misión?
¿Quién se interesa por temas espirituales y libros?
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La mayoría de las editoriales cristianas y librerías tendrían que
cerrar; las misiones y las reuniones de oración se extinguirían si
Dios no hubiese despertado en nuestros días hermanas fieles y
entregadas, cuyo celo y temor de Dios deberían avergonzarnos
a los hombres y poner en evidencia nuestra mundanalidad insí-
pida.
Variantes de la interpretación
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Capítulo 1
Partiendo él de allí, halló a Eliseo hijo de Safat, que araba con doce
yuntas delante de sí, y él tenía la última. Y pasando Elías por delante
de él, echó sobre él su manto. Entonces dejando él los bueyes, vino
corriendo en pos de Elías, y dijo: Te ruego que me dejes besar a mi
padre y a mi madre, y luego te seguiré. Y él le dijo: Ve, vuelve; ¿qué te
he hecho yo? Y se volvió, y tomó un par de bueyes y los mató, y con el
arado de los bueyes coció la carne, y la dio al pueblo para que comie-
sen. Después se levantó y fue tras Elías, y le servía (1 Reyes 19:19-21).
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lo que sí está claro es que era uno de los siete mil en Israel «cuyas
rodillas no se doblaron ante Baal.»
Es conmovedor observar el sabio cuidado de Dios en este
suceso. En la última etapa de su vida, Elías – este luchador soli-
tario – recibe un compañero, un joven amigo, «el que vertía agua
en las manos de Elías», según leemos en 2 Reyes 3:11; dicho de
otro modo: Eliseo fue para el anciano profeta de mucho refrige-
rio y aliento.
«Dios conocía los peligros que conlleva el pasar frío al ser grande
y solitario en el pueblo de Dios!», así lo explica acertadamente un
comentarista.
• 19 •
trabajando, pensemos por ejemplo en Moisés, Gedeón, David,
Pedro, Juan, Santiago y Leví.
Diligencia es trabajar solícitamente y con gusto. En nuestra
historia vemos que el joven Eliseo evidentemente había apren-
dido a trabajar consciente de su responsabilidad. Delante de sí
tenía 11 yuntas de bueyes llevadas cada una por un siervo, y él
como último observaba responsablemente cómo se hacía todo el
trabajo.
El sabio Salomón meditó mucho sobre la diligencia:
«El indolente ni aun asará lo que ha cazado; pero la diligencia es
un tesoro para el hombre» (Prov. 12:27)
Sus comparaciones con la hormiga nos son familiares desde
niños y las muchas biografías de la Biblia nos muestran que Dios
comienza la preparación para el ministerio en el trabajo diario y
a menudo también en circunstancias difíciles. Es allí donde se
forma el carácter que Dios busca y no en las escuelas bíblicas o
en los seminarios. Las plantas de invernaderos suelen crecer con
más rapidez, pero luego no resisten las situaciones adversas al aire
libre.
Una situación familiar difícil, colegas desagradables, condicio-
nes de trabajo frustrantes, jefes injustos y corruptos, y circuns-
tancias que no nos gustan en absoluto son a menudo las piedras
de afilar que Dios usa para formar nuestro carácter. La humildad,
por ejemplo, la aprenderemos solamente mediante las humilla-
ciones y no a través de conferencias académicas sobre este impor-
tante tema.
Ningún individualista
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ha aprendido a trabajar en equipo y tener consideración con los
demás. Los hijos únicos a menudo tienen muchas dificultades en
la vida.
Los que se han criado en una familia numerosa ya de muy
pequeños han aprendido lecciones dolorosas que más adelante
pueden evitarles muchos problemas y golpes en la convivencia
con otras personas.
Aquellos que tienen experiencia en los campos misioneros
saben muy bien que los mayores retos de los misioneros son sus
colegas misioneros que a veces les hacen la vida imposible y difi-
cultan su ministerio. Los individualistas a menudo tienen que
hacer pronto sus maletas.
El servicio posterior de Eliseo como profeta y su forma de
comportarse con los «hijos de los profetas» muestra que había
aprendido a trabajar en equipo, a tener paciencia con los colabo-
radores y a ser moderado y comedido.
• 21 •
siguiendo adelante. Eliseo comprendió de inmediato el profundo
significado simbólico de este acto y reaccionó inmediatamente:
Abandonó los bueyes y el arado, siguió a Eliseo y le pidió que le
permitiera despedirse de sus padres.
No vemos ningún titubeo ni que pidiera tiempo para pen
sárselo. Eliseo reconoció de inmediato que tenía que reaccionar
inmediatamente, para no perderse la oportunidad y tomar la
decisión más importante de su vida.
En los últimos mundiales de fútbol hemos podido aprender
que los equipos que dominaban el arte de cambiar rápidamente
la estrategia de juego, casi eran invencibles. Comprender la situa-
ción en un se gundo y reaccionar in mediatamente de forma
correcta, eso también es una buena receta para el éxito en la vida
espiritual.
– Eliseo mostró interés espiritual – conocía al profeta Elías.
– Conocía el significado del manto.
– Parece ser que estaba preparado y dispuesto a ser llamado por
Dios.
– Hacía tiempo que había echado cuentas y sabía lo que costaba
obedecer al llamamiento de Dios. Estaba dispuesto a renun-
ciar a una vida asegurada.
Cuando dejó sus bueyes para seguir a Elías había tomado la deci-
sión correcta en ese momento tan decisivo de su vida.
La dirección de Dios en nuestras vidas puede ser muy diferente
en cada caso. A menudo Dios nos guía por medio de encuentros
con personas, a veces por circunstancias inequívocas o por medio
de Su Palabra. Pero siempre queda claro lo que Dios espera de
nosotros, y entonces lo importante es reaccionar inmediatamente
y no perder tiempo alguno.
Una y otra vez vemos jóvenes creyentes que se preguntan
cómo reconocer la dirección de Dios al tener en el corazón el
deseo de servirle.
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Mi consejo es el siguiente: sé fiel y diligente en el lugar donde
te encuentres en este momento preciso; ya sea en tu oficio, en
tus estudios o donde sea. Prepárate para tus futuras tareas estu-
diando la Biblia y practicando una vida de oración intensa. Apro-
vecha las oportunidades en las circunstancias actuales de tu vida,
honrando a Dios y siendo una bendición para tu prójimo. No te
adelantes para llevar a cabo un ministerio especial en la obra del
Señor, pero estate preparado para cuando Él te llame y entonces
sé obediente.
• 23 •
bíblica. Nuestros días más bien nos hacen pensar en Pr 30:11-14,
donde Agur describe una generación que «maldice a su padre y a
su madre no bendice... cuyos dientes son espadas.»
Por otro lado, hallamos hoy a menudo a padres creyentes que
tienen graves problemas cuando uno de sus hijos decide renun-
ciar a estudios superiores, a una carrera y una vida asegurada para
obedecer al llamamiento de Dios de ir a la misión, confiando
plenamente en Él.
Contrastando con esto, William MacDonald describe en su
pequeño libro «Buscad primeramente...» la siguiente escena con-
movedora:
Hace algunas décadas un padre estaba en su cuarto de trabajo,
cuando alguien llamó a su puerta. «¿Quién es?», preguntó. «Soy yo,
Ed.» – «Entra, Ed.» Ed entró, se sentó y después de algunas pala-
bras introductorias dijo: «Padre, he decidido dejar mis estudios de
derecho, porque el Señor me ha mostrado que me quiere usar como
misionero.» El padre le contestó: «Ven, oremos sobre esto.»
Allí, sobre sus rodillas, el padre encomendó su hijo a Dios y a
la palabra de Su gracia (Hch 20:32). Este padre fue el Dr. T. E.
McCully. Su hijo fue a Ecuador y dejó su vida a la orilla del río
Curaray...
A menudo, cuando el Dr. McCully contaba esta historia añadió:
«Cuán agradecido estoy hoy que no le dije a Ed ninguna palabra que
hubiese podido desanimarlo o impedirlo, cuando me contó del lla-
mado a la misión.»
También Elías se comportó de manera ejemplar. No presionó
a Eliseo, sino que con su respuesta dejó claro que él tenía que
tomar la decisión delante de Dios, frente al cual era responsable.
• 24 •
Una ruptura radical
Hasta ese momento arar era una de las tareas que Eliseo cumplía
con fidelidad. Pero después del llamamiento a seguir a Elías, su
antigua profesión podía convertirse en un impedimento. En esta
situación, Eliseo mostró una radicalidad ejemplar: Puso un punto
final a su pasado y al matar a sus bueyes quiso que su antigua pro-
fesión no le impidiese de obedecer al llamado de Dios. Derribó
todos los puentes y se encomendó al hombre de Dios que había
echado su manto sobre él mostrando con este gesto que aparte de
llamarle a ser profeta se encargaría también de su bienestar.
Así, Eliseo hizo un fuego con el arado, asó la carne de los ani-
males sobre él y dio de comer a su gente. «Más bienaventurada
cosa es dar que recibir» (Hch 20:35) – en el futuro esto será una
marca del carácter de este hombre que no acumuló provisiones
para sí, sino que dio a otros lo que Dios le había encomendado.
Un humilde servicio
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bién hará lo grande como si fuese algo pequeño.» El pastor Theo
Lehmann solía decir siempre que las escuelas superiores de Dios
eran escuelas inferiores, o sea que enseñan el camino de abajo, de
la humildad y de la abnegación. En la historia de la iglesia es
bien conocida la iglesia de los hermanos de Herrnhut cuyo padre
espiritual fue Nicolás de Zinzendorf (1700 – 1760). Antes de for-
marse la «iglesia en Herrnhut en el este de Alemania, hubo pri-
mero una pequeña iglesia casera («ecclesiola») que se había for-
mado en el castillo del Conde en Bethelsdorf. A esta pequeña
iglesia pertenecieron algunas personas muy sencillas y origina-
les. Entre ellas la sierva ordeñadora Anna Helene Anders, que era
tuerta y fue una de las «primicias» en Bethelsdorf. De ella leemos
que «vivía y se movía en la Palabra de Dios» y que fue una con-
sejera espiritual con una fuerza y frescura originales. Zinzendorf
confesó de ella que «la fidelidad hacia los animales fue el escalón
para subir a un ministerio superior.»
El simple trabajo en el corral de las vacas, hecho con fidelidad,
se convirtió en escalón para entrar en una importante tarea espi-
ritual.
Fidelidad en lo pequeño es una de las lecciones importantes
que Eliseo aprendió al vivir en comunión con Elías.
En nuestros días, donde los estudios teológicos en seminarios
y escuelas superiores son muy valorados, es importante enfati-
zar que en la Biblia el aprendizaje espiritual ocurrió casi siempre
compartiendo la vida con otra persona; donde un siervo de Dios
maduro y con experiencia instruía y formaba a uno o varios jóve-
nes.
Pensemos por ejemplo en Moisés y Josué; en nuestro Señor
Jesús y sus discípulos; en Pablo y sus acompañantes; en Pedro y
Marcos; en el matrimonio Aquila y Priscila y Apolos.
«El tiempo que Cristo pasó enseñando a sus discípulos, produjo
más fruto duradero que todos los milagros que obró en presencia de
las masas» (Arturo Pink).
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Capítulo 2
• 27 •
Eliseo a nuestra relación con nuestro Señor Jesucristo. Y tam-
bién podemos ver en esto un ejemplo muy positivo en cuanto a
las buenas relaciones entre jóvenes y ancianos; la unión ejemplar
entre las generaciones.
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bien era una relación muy personal y familiar, en la cual Elías se
había formado una cantidad de hijos espirituales.
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tido «te seguiré» (1 R 19:20), y ahora era el test para ver si lo cum-
pliría de verdad.
¿Respondería Eliseo como Orfa despidiéndose con muchas
lágrimas (Rut 1:14), o respondería como Rut:
«No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a don
dequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré.
Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres,
moriré yo, y allí seré sepultada» (Rut 1:16-17).
No se nos dice mucho sobre el período que Eliseo vivió con Elías.
No sabemos cuántos años pasó en la comunión con el profeta.
Sólo leemos breves indicios acerca de lo que hacía: «...le seguía»,
«... le servía», «...vertía agua en las manos de Elías». Aparente-
mente, este tiempo fue una escuela para Eliseo donde aprendió
a obedecer y a someterse. Pero ahora era inminente la despedida
y después iba a comenzar una nueva etapa para el discípulo de
Elías.
¿Estaba Eliseo ya preparado para tomar decisiones bajo su
propia responsabilidad?
Al pedirle Elías «...quédate ahora aquí» posiblemente no tenía
la intención de darle un mandato, sino quizá era más bien una
pregunta examinadora o una petición para ver la lealtad de Eliseo
y el estado de su madurez.
Las tres respuestas de Eliseo «Vive el Señor, y vive tu alma,
que no te dejaré» debieron haber alegrado inmensamente a Elías.
Esta confesión mostraba que Eliseo ahora se sentía responsable
ante Dios. Y esta creciente seguridad, de que tenía que empezar
a actuar con responsabilidad propia no le llevó a distanciarse de
Elías, sino todo lo contrario, le hizo buscar más aún la comunión
con el anciano profeta.
• 30 •
Exactamente esta actitud sería un gran regalo para nuestros
días: una joven generación de hermanos entregados, abnegados y
con ganas de aprender, cuya consciencia de tener que responsa-
bilizarse delante de Dios no les lleva a la separación, para actuar
como normalmente se comportan los jóvenes, escandalizando y
provocando enojo en la generación de los más mayores. Sino un
tropel de jóvenes creyentes dispuestos a entrar en acción, llenos
de ideas, con ganas de aprender y buscando y apreciando la ben-
dición, el consejo y la corrección de los hermanos mayores con
experiencia.
Y vice versa, surge esta pregunta: ¿Dónde hallamos hermanos
y hermanas mayores experimentados en el servicio para el Señor,
que en su interior sienten un gozo profundo cuando ven a jóve-
nes que decididamente pero con humildad empiezan a indepen-
dizarse y a dar sus primeros pasos en la fe en el servicio para el
Señor, buscando al mismo tiempo las oraciones, la compañía y el
consejo de la generación de los más ancianos?
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nosotros tienen archivado en su mente todo el panorama de la
historia de la salvación de Dios con Su iglesia y con el Pueblo
de Israel. Incluso son capaces de relatarlo en todo momento sin
omisiones, o bien pueden dar mensajes sobre el tema o plasmarlo
esquemáticamente en papel. Pero, lamentablemente, los conoci-
mientos sobre los planes futuros de Dios no pasan automática
mente de la cabeza a las manos y los pies – y al corazón, menos
todavía.
Es posible acumular conocimientos bíblicos sin vivir en una
entrañable comunión con el Señor Jesús y sin vivir para Él.
Un estudio de Warren Wiersbe comenta este punto muy
acertadamente: «La característica de un verdadero alumno de las
Sagradas Escrituras es siempre un corazón ardiente y jamás sola-
mente una cabeza llena de conocimientos» (Lc 24:32).
En los comienzos del movimiento de hermanos en Ingla
terra, unos amigos de J.N. Darby acusaron al «apóstol del amor»
Roberto C. Chapman, de divulgar enseñanzas falsas. Darby reac-
cionó con palabras claras y también con palabras de acusación
propia: «¡Dejad en paz a este hombre; pues vive lo que enseña!» Y
más tarde dio el siguiente testimonio sobre Chapman: «Nosotros
hablamos de los lugares celestiales, pero Roberto Chapman vive en
ellos.» (R. C. Peterson: Robert C. Chapman – der Mann der Chris-
tus lebte [Roberto C. Chapman – el hombre que vivía Cristo]).
«... y pasaron ambos por lo seco» (v. 8). Juntos cruzaron el Jor-
dán, el río de la muerte que tipológicamente simboliza el haber
muerto con Cristo (Gá 2:20). Pocas horas después, tras la par-
tida de Elías al cielo, Eliseo volvió solo por el mismo camino. En
el poder de Aquel que había llamado a su maestro, hizo que el
Jordán se separase y lo atravesó como portador de la bendición
de Dios para salir al encuentro de las necesidades del pueblo de
Dios en Israel.
• 32 •
El examen final
• 33 •
deseo. Dios se le había aparecido en sueños con las asombrosas
palabras: «Pide lo que quieras que yo te dé» (1 R 3:5). Conocemos
bien su respuesta conmovedora que nos deja avergonzados: «Da,
pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para
discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este
tu pueblo tan grande?» (v.9).
Un estudio de los deseos y peticiones dirigidos a Dios o al
Señor Jesucristo en la Biblia es sumamente interesante y reve-
lador. Pensemos solamente en la petición de los discípulos San-
tiago y Juan, que después de preguntarles el Señor «¿Qué queréis
que os haga?» dicen: «Concédenos que en tu gloria nos sentemos el
uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda» (Mr 10:35-37). Sin dar-
les vergüenza delante de los demás discípulos abrieron su corazón
y pidieron tener un lugar de honor en la gloria.
Por otro lado, hallamos en los Salmos una oración con
movedora de David:
«Una cosa he demandado al Señor, ésta buscaré; que esté yo en la
casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermo
sura del Señor, y para inquirir en su templo» (Sal 27:4) Moisés
pidió al Señor: «Te ruego que me muestres tu gloria» (Éx 33:18),
después de que el pueblo de Israel había pecado al pie del monte
Sinaí haciendo el becerro de oro.
Recordemos también a Jim Elliot que en 1948, siendo un
joven misionero con 21 años oró así:
«Dios, te ruego que enciendas las partes ociosas de mi vida para
que yo pueda arder por ti. Consume mi vida, mi Dios, porque es
tuya. No busco una larga vida, sino una vida plena, como tú, Señor
Jesús».
¿Qué iba a responder Eliseo en esta hora crucial de su vida?
¿Una larga vida? ¿Bienestar material? ¿Una vida familiar feliz?
¿Respeto y reconocimiento en el pueblo de Dios?
En el siguiente capítulo reflexionaremos sobre esto.
• 34 •
Capítulo 3
Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que
haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego
que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí. Él le dijo: Cosa
difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será
hecho así; mas si no, no. Y aconteció que yendo ellos y hablando, he
aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elí
as subió al cielo en un torbellino. Viéndolo Eliseo, clamaba: !!Padre
mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y nunca más
le vio; y tomando sus vestidos, los rompió en dos partes. Alzó luego el
manto de Elías que se le había caído, y volvió, y se paró a la orilla
del Jordán (2 Reyes 2:9-13).
• 35 •
Y en seguida Elías escuchó la respuesta de su sucesor que
seguramente estaba esperando con ansiedad. Lo que escuchó fue
un deseo sencillo y breve, pero con un profundo significado: «Te
ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí».
Con esta breve respuesta seguramente causó una inmensa ale-
gría a su padre espiritual, porque con miras a sus tareas futuras,
Eliseo había reconocido su propia incapacidad y debilidad. Era
consciente de que los conocimientos, formación y talento inte-
lectual no eran suficiente para ser un portador de la bendición de
Dios, especialmente en tiempos difíciles. Vio que para este difícil
servicio era necesaria una fuerza y una autoridad espiritual.
El expositor bíblico Matthew Henry comenta muy acerta
damente al respecto: «Los más preparados para recibir bendiciones
espirituales son aquellos que más sienten el valor de las mismas y al
mismo tiempo saben de cierto que no merecen obtenerlas».
• 36 •
«Cosa difícil has pedido...»
• 37 •
Pero el deseo de Eliseo era también «cosa difícil» porque era «de
peso», de «graves consecuencias». En el Antiguo Testamento leemos
a menudo de profetas que hablaban de una «carga» que Dios les
había dado como mensaje y cometido. El poder espiritual es un
valioso regalo y al mismo tiempo una carga de gran responsabili-
dad.
• 38 •
«Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en
un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria
en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Co 3:18).
Vivir cada día y cada hora conscientes de la presencia del
Señor, tomándole como ejemplo en todos los ámbitos de la vida
– esto no es una tarea «fácil». ¡Cuántos deseos, circunstancias y
preocupaciones en nuestra vida diaria tratan de ofuscar o apartar
nuestra mirada del Señor Jesús! El diablo tratará de poner ante
nuestros ojos toda clase de cosas y también las riquezas de este
mundo, para que nuestro corazón no se centre en nuestro Señor
y los valores eternos. ¡Es cosa difícil!
• 39 •
imaginar – cuando Dios en un torbellino arrebató al cielo a Elías
de forma tan inusual, imponente y potente (encajando todo per-
fectamente con el carácter del profeta), y lo hizo mediante «carros
de fuego» y «caballos de fuego».
Eliseo fue testigo ocular de este arrebatamiento dramático que
decidiría sobre su camino futuro.
Eliseo lo vio y «la doble porción» del espíritu de Elías la tenía
asegurada – pero parece que en ese momento no pensó en ello.
Lo cierto es que no es un grito de triunfo o júbilo, sino un grito
de duelo y dolor, que mostraba lo que Elías había sido para él:
¡Padre mío, padre mío!» Eliseo había perdido a su padre espiritual.
Pero no sintió solamente la pérdida personal. Este grito angus-
tioso: «carro de Israel y su gente de a caballo» implicaba tam-
bién la pregunta acerca del futuro de Israel al haber desapare-
cido este valiente luchador solitario de los campos de batalla de
Israel. ¡Qué actitud más humilde y modesta vemos aquí y qué
relación más amistosa y entrañable tuvo que haber unido a estos
dos hombres!
También es interesante que décadas más tarde, cuando Eliseo
estaba en su lecho de muerte el rey Joás se despidió llorando de él
con la misma exclamación: «Padre mío, padre mío, carro de Israel y
su gente de a caballo!» (2 Rey 13:14).
Eliseo, cuyo padre espiritual fue Elías, por su parte fue des-
pués también un padre espiritual para muchos jóvenes. Este
hecho debería animarnos a los que somos más mayores o padres,
a invertir tiempo, fuerzas y experiencias en la vida de nuestros
hijos carnales o espirituales.
• 40 •
cluyen alguna vez. Pero cuán bendecidos somos cuando pode-
mos recordar agradecidos a padres y madres espirituales que nos
mostraron el camino al Señor y nos acompañaron y animaron en
el camino como discípulos de Cristo. Pero la antorcha tiene que
pasar a otros.
«¡Poner la mano en el arado y secarse las lágrimas – eso es cristia
nismo!» – esta cita de Watchman Nee podría caracterizar muy
bien las emociones de Eliseo en aquel momento. Elías estaba en
la eternidad. No dejó ni corona ni cetro ni otros bienes materia-
les. Lo que de él quedó fue su manto – la señal inequívoca del
hombre de Dios.
De la misma manera, el Señor Jesús tras su ascensión al cielo
no dejó riquezas terrenales a los discípulos, sino su ejemplo tal y
como está descrito en los evangelios.
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz cada día, y sígame» (Lc 9:23).
«Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo pade-
ció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas»
(1 P 2:21).
• 41 •
dos en alguna parte, para ponérselos de nuevo en alguna circuns
tancia oportuna. Su vida debía ser sin fingimientos y sin tener
ocasión para ambigüedad alguna.
«Eliseo rompe sus vestidos en dos partes. Ya no los necesita más,
pues posee el manto de Elías y la doble porción de su espíritu. En esta
fuerza caminará en medio de Israel. ¡Que sea así también con noso-
tros! Que rompamos nuestra ropa vieja después de habernos vestido
de Cristo, para ser un testimonio en el mundo» (H. Rossier: Medi-
taciones sobre el Segundo libro de los Reyes).
• 42 •
Capítulo 4
• 43 •
manto de profeta de Elías que había quedado – eso era su nueva
«identidad».
Por otro lado, no fue ni hizo de sí mismo una copia más o
menos lograda de su gran modelo, sino que quería hacer sus pro-
pias experiencias con el «Dios de Elías». Por eso golpeó las aguas
del Jordán con el manto diciendo: «¿Dónde está el Señor, el Dios
de Elías?»
Todo el aprecio que sentía por el fallecido Elías no le llevó a
su sucesor a vivir una vida espiritual de «segunda mano». Y esto
precisamente es lo que debería caracterizar nuestro caminar en la
fe. Debemos valorar nuestros padres y madres espirituales, recor
dando su fe y su fidelidad – véase Heb 11 – pero luego debemos
nosotros mismos poner los ojos en el «Autor y consumador de la
fe» para poder presentarnos a la carrera que tenemos por delante
(Heb 12:2).
Ahora Eliseo experimentó personalmente el poder de Dios
sobre las aguas del Jordán – que es un símbolo de la muerte – y
podemos imaginarnos lo que significó esta experiencia en la fe y
el ánimo que esto le dio para los próximos pasos que tenía que
dar y para sus futuras tareas. Volvió exactamente por el mismo
camino por el que había venido con Elías: pasando por el Jordán
a Jericó y después a Bet-el.
• 44 •
sí mismos. Las campañas publicitarias en lo que toca a noso-
tros mismos, deberíamos aborrecerlas, pues son propias para los
políticos en sus campañas electorales, pero no son para los que
seguimos al Señor.
No deberíamos tomarnos como ejemplo a Absalón que reclutó
a 50 hombres «que corriesen delante de él» que ayudaron a «robar
el corazón de los de Israel», queriendo hacerse inmortal – en vida
(2 Sam 18:18). Su vanagloria fue literalmente su perdición: pues
quedó colgado desamparado entre el cielo y la tierra (2 Sam 18:9)
hasta que Joab hincó 3 dardos en su corazón y le mató.
Cuán diferente se comportó Juan el Bautista que no aprovechó
la ocasión favorable para aumentar su popularidad en Israel, sino
que sólo tenía un deseo: señalar hacia el Señor Jesús: «A él con-
viene crecer, mas a mí menguar» (Jn 3:30).
El conocido predicador del avivamiento George Whitefield
(1714 – 1770) a quien sus seguidores quisieron nombrar líder de
una denominación propia, les contestó de esta manera: «Que mi
nombre sea olvidado y pisado de todas las personas, pero que Jesús sea
glorificado. Que mi nombre muera, que mis amigos me olviden, con
tal de que la causa del bendito Cristo Jesús avance.»
Se cuenta del pastor y evangelista Wilhelm Busch que los
organizadores de una gran evangelización estaban deliberando
cómo darle las gracias públicamente después de su último men-
saje. Cuando Busch se enteró se enfadó enormemente y exclamó:
«¡No roben la gloria a Dios!» Semejante actitud va muy en contra
de la corriente de nuestra época y también va en contra de nues-
tro propio corazón que es del todo orgulloso y ávido de honores,
y requiere un cambio rotundo cuando nos hemos convertido en
siervos del Señor.
La autoridad no la obtenemos con el ropaje religioso ni con
aires piadosos, ni con un diploma o estudios en un instituto
bíblico, sino únicamente por ser semejante a Cristo, lo cual sólo
puede hacerse por medio del Espíritu Santo.
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Se dividen las opiniones...
• 46 •
Tiempo perdido y fuerzas desperdiciadas
• 47 •
«hombres de la ciudad». Probablemente eran los responsables
o ancianos de esta ciudad de gran historia que como es sabido
estaba bajo la maldición de Dios (Jos 6:26) y amenazada por el
peligro de extinción. Con sus preocupaciones acuden a Eliseo y
le explican la situación sin rodeos: a pesar de todo el aparente
atractivo exterior de esta ciudad de las palmeras, en sus calles
sopla el viento de la muerte: infecundidad y abortos.
Qué cuadro más apropiado para reflejar el estado de muchas
iglesias en nuestros días: grandes y bellos locales, coros profesio-
nales, una acústica magnífica, sermones y mensajes elaborados
e ingeniosos, pero sin descendencia, faltan los retoños, hay sólo
«malpartos». Faltan las conversiones genuinas y resistentes a la
intemperie.
Se echa mano de consejeros de fuera, se prueban nuevos méto-
dos, nueva música, se ofrecen cursos de maquillaje y de baile,
se hacen barbacoas y comidas en común, se contratan artistas y
payasos para animar el ambiente. Con una enorme cantidad de
energía y actividades se trata de bailar el agua o de adular a la
gente, simplemente porque ya no creemos que la Palabra de Dios
predicada con sencillez sea capaz de obrar y atraer, y tememos
que aburra a la gente.
Por algún tiempo la cosa parece mejorar, hasta que la gente se
da cuenta que fuera de la iglesia las diversiones son de mejor cali-
dad, siendo la televisión además mucho más cómoda para dis-
traerse...
Hace años un pastor americano puso un cartel delante de su
iglesia con la siguiente frase: «En esta iglesia o habrá un aviva-
miento o habrá un entierro!» Desconozco las reacciones que hubo
ante esta provocación. Pero sé la indignación que se levanta
cuando durante una predicación alguien se atreve a decir que por
encima de los asistentes se percibe el olor de muerte....
• 48 •
Con Eliseo se puede hablar en plata
• 49 •
Estos son los tres remedios que hoy también pueden sanar
toda clase de esterilidad espiritual en nuestras iglesias:
– Vasijas nuevas. El Nuevo Testamento a menudo denomina
vaso a los hombres escogidos y nacidos de nuevo (2 Ti 2:21).
– La sal. Es sabido que la sal purifica y conserva. Ella es figura
de la verdad que debería estar en nosotros, que nos limpia y
protege de la podredumbre (Mt 5:13; Mr 9:50; Col 4:6).
– La Palabra de Dios pronunciada y predicada.
• 50 •
Capítulo 5
Contrastes extraños
• 51 •
el nombre de «Bet-avén» («Casa de ídolos» o «Casa de sacrilegio»),
Oseas 4:15.
Es extraño que la ciudad Jericó que estaba bajo la maldición,
se convirtió en un lugar de bendición, – mientras que Bet-él, el
lugar de las bendiciones de Dios cayó bajo maldición y bajo el
juicio de Dios. Eliseo el portador de la bendición de Dios, que
hasta su muerte llamó la atención por obrar numerosos milagros
basados en la gracia, vive aquí precisamente en Bet-el un primer
y estremecedor «milagro de juicio». Ocurrió justamente lo con-
trario de lo que aconteció en Jericó. La visita a Bet-él termino
con la muerte y el entierro de 42 muchachos en vez de ocurrir un
avivamiento.
• 52 •
¿Un espejo de nuestros tiempos?
• 53 •
y falta de fruto. Ven con gran preocupación que algunas iglesias
están en peligro de desaparecer y otras en peligro de sufrir una
separación, o paralizadas por el cansancio y la indiferencia.
Estos hombres – y mujeres también – sufren por estas cir
cunstancias, se reúnen perseverando en oración, exponiendo así
delante del Señor sus preocupaciones y anhelos con una actitud
humilde. Saben que ellos mismos no son sin culpa en lo que res-
pecta a la condición de la iglesia y al igual que los hombres de
Jericó verán la contestación de sus oraciones y recibirán la direc-
ción del Señor.
Lamentablemente también hay en nuestros días un creciente
número de gente joven y también gente mayor en las iglesias que
menosprecian la Palabra de Dios y Sus preceptos o que la recha-
zan como anticuada. Se burlan del «Dios de las venganzas» en
el Antiguo Testamento y se ríen de los que esperan la segunda
venida de Jesús, que testifican que la Biblia es literalmente inspi-
rada por Dios y que no van con la corriente.
Hamilton Smith comenta sobre este párrafo:
«En Bet-el, que en la historia de Israel fue honrado con el nom-
bre «Casa de Dios» hallamos una banda de burlones. En este tiempo
de la gracia ocurre lo mismo ... la característica más horrible de
los últimos días será la aparición de burladores dentro de la con-
fesión cristiana, dentro de la confesión que dice ser la casa de Dios.
Para éstos es el juicio – un juicio que comienza en la casa de Dios
(2 P 3:3; 1 P 4:17).
• 54 •
en aquellos días era una injuria para expresar desprecio y abomi-
nación. Pero es probable que estas palabras cínicas hirieran a Eli-
seo más que los pitos y abucheos con los que recibimos a personas
indeseadas.
Al decirle «sube» puede que aludieran a la ascensión de Elías,
de la que probablemente habrían oído. Con otras palabras le
dijeron: «¡Para ti no hay lugar en Bet-el!»
Eliseo tuvo que vivir lo que siglos después vivió nuestro Señor:
las personas que habían sido testigos de sus poderosos milagros,
no obstante no podían soportar su presencia. Desplazado, per-
seguido, burlado y finalmente desechado, así terminó el Hijo de
Dios su vida siendo crucificado, porque para él no había lugar en
esta tierra: «¡Fuera, fuera, crucifícale!» (Jn 19:15). Nosotros, que
confesamos seguir al Crucificado, ¿acaso esperamos que nos tra-
ten con más honra y respeto en este mundo?
El conocido periodista Markus Spieker comenta al respecto en
su libro «Dios hace feliz – y otras mentiras más»:
«Es propio del trabajo del predicador y profeta que le pongan
antes en la lista negra que en la lista de convidados a un banquete.
Y si aparecieran en esa lista, eso debería darnos mucho que pen-
sar... Por eso es prudente tener sanas dudas cuando altos personajes
del campo cristiano son obsequiados con premios, recibiendo elogios y
honores de la escena secular.»
• 55 •
vado como prisionero a la casa del sumo sacerdote y vio en el
patio a Pedro. Pedro estaba calentándose al fuego en medio de los
soldados y enemigos de Jesús, después de haber negado tres veces
a su Señor. También aquí leemos las mismas palabras conmove-
doras: «Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro...» Y esa mirada de
amor le recordó a Pedro las palabras de su Señor acerca de su pro-
pio terrible fracaso. Esa mirada le dio la fortaleza para abando-
nar al grupo de burladores y le dio el arrepentimiento para llorar
amargamente por su pecado (Lc 22:61-62).
También Judas, el traidor, tuvo una última oportunidad para
arrepentirse, cuando Jesús pocos segundos antes de su arresto le
dijo: «Amigo, ¿a qué has venido?» (Mt 26:50). Pero Judas no se
arrepintió y tampoco lo hicieron los burlones de Bet-el.
• 56 •
«El Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por
medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pue-
blo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensaje-
ros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profe-
tas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo, y no hubo ya
remedio» (2 Cr 36:15-16).
¿Reacciona Dios hoy también enviando un juicio inmediato
tras ser burlado y blasfemado? La respuesta es que por lo general
no, pero a veces sí.
En los países islámicos actualmente los misioneros y creyentes
que no niegan su fe son decapitados, fusilados y quemados – sin
que Dios intervenga visiblemente. En Europa los «nuevos ateos»
escarnecen y blasfeman maliciosamente la Biblia y el cristianismo
– y Dios calla. Hay muchos teólogos que niegan los milagros
de la Biblia y se burlan del nacimiento virginal de Cristo y la
resurrección corporal de Jesús – y no cae fuego del cielo.
Pero de vez en cuando Dios interviene visiblemente para
todos enviando una señal de aviso, para dejar claro que habrá
un juicio sobre toda impiedad. Veamos un ejemplo de ello: El
pastor evangélico alemán Johannes Busch (hermano de Wilhelm
Busch) perteneció a la iglesia confesante durante el período de
los nazis. En los años desde 1933 hasta su llamada a las filas en la
Segunda Guerra Mundial tuvo que sufrir toda clase de vejaciones
por parte de los militares de la SS para hacer callar a este intré-
pido testigo del evangelio: registros, interrogatorios, la prohibi-
ción de hablar públicamente, perturbación de las reuniones etc.
Un día le arrestaron y fue llevado a la prisión de Bochum. Para
él fueron días de tortura, porque en aquella sucia cárcel contrajo
una infección muy dolorosa. Pero a pesar de todo, esos días pre-
cisamente se convirtieron en un tiempo especialmente rico.
Wilhelm Busch cuenta al respecto:
«Un día se abrió la puerta de hierro y uno de los guardas entró
en la celda de Johannes Busch. Cuidadosamente cerró la puerta
• 57 •
detrás de sí, se sentó en la banqueta y le contó lo siguiente: ‹Anoche
estábamos todos los guardias juntos en nuestro cuarto. No sé por qué
motivo, pero comenzamos a hablar de Usted. Entonces uno de los
nuestros empezó a blasfemar de tal forma que a los demás nos pare-
ció muy exagerado. A las 10h este hombre terminó sus horas de ser-
vicio y en seguida se despidió de nosotros. A la salida hay tres esca-
lones de piedra. Allí resbaló al pisar una cáscara de plátano y se dio
con la parte trasera de cabeza en la piedra de tal forma que murió en
el acto. En ese momento yo supe de cierto que era Dios quien había
hablado. Ahora tengo miedo de Dios. ¿Qué debo hacer?›
Johannes Busch tuvo que contener las lágrimas. Ahora sabía por
qué Dios le había llevado allí. Los pocos días de su encarcelamiento
los aprovechó para llevar a Jesús a este hombre, porque Él es quien
apacigua la ira de Dios y nos da la paz.»
• 58 •
Capítulo 6
Mas Josafat dijo: ¿No hay aquí profeta del Señor, para que consul-
temos al Señor por medio de él? Y uno de los siervos del rey de Israel
respondió y dijo: Aquí está Eliseo hijo de Safat, el que vertía agua en
las manos de Elías. Y Josafat dijo: Este tendrá palabra del Señor. Y
descendieron a él el rey de Israel, y Josafat, y el rey de Edom.
Entonces Eliseo dijo al rey de Israel: ¿Qué tengo yo contigo? Ve a
los profetas de tu padre, y a los profetas de tu madre. Y el rey de Israel
le respondió: No; porque el Señor ha reunido a estos tres reyes para
entregarlos en manos de los moabitas. Y Eliseo dijo: Vive el Señor de
los ejércitos, en cuya presencia estoy, que si no tuviese respeto al ros-
tro de Josafat rey de Judá, no te mirara a ti, ni te viera. Mas ahora
traedme un tañedor. Y mientras el tañedor tocaba, la mano del
Señor vino sobre Eliseo, quien dijo: Así ha dicho el Señor: Haced en
este valle muchos estanques. Porque el Señor ha dicho así: No veréis
viento, ni veréis lluvia; pero este valle será lleno de agua, y beberéis
vosotros, y vuestras bestias y vuestros ganados. Y esto es cosa ligera
en los ojos del Señor; entregará también a los moabitas en vues-
tras manos. Y destruiréis toda ciudad fortificada y toda villa her-
mosa, y talaréis todo buen árbol, cegaréis todas las fuentes de aguas,
y destruiréis con piedras toda tierra fértil. Aconteció, pues, que por la
mañana, cuando se ofrece el sacrificio, he aquí vinieron aguas por el
camino de Edom, y la tierra se llenó de aguas. (2 R 3:11-20)
• 59 •
Los antecedentes
La debilidad de Josafat
• 60 •
consecuencia de las debilidades no reconocidas en nuestro carác-
ter o las debilidades a las cuales no prestamos atención. Estas
debilidades en el carácter llaman la atención por su frecuencia,
y cada detalle negativo que se nos narra sobre este rey ejemplar
tiene que ver con esta debilidad en su carácter. Tres veces nos
cuenta la Palabra de Dios que Josafat formó una alianza con los
reyes infieles de Israel. Y Dios no pudo bendecir estas alianzas,
por lo cual fueron en daño suyo y de su pueblo.
Primero emparentó con el impío Acab y a petición suya estuvo
dispuesto a comenzar una campaña militar con él. Acab perdió
su vida en ella, mientras que Josafat salió de ella bien librado y
con una experiencia más en su vida.
Pero ¡no aprendemos de las experiencias hechas! Después de la
muerte de Acab, en la historia que vamos a tratar se asoció con su
hijo Joram, el cual le persuadió a enfrentarse contra los moabitas
haciendo una coalición con el rey pagano de Edom, lo cual jamás
podía contar con la bendición de Dios.
Esta campaña militar en común, que había comenzado con
una euforia ciega y sin oración, muy pronto puso en grave peli-
gro de muerte a los tres aliados y a sus ejércitos: En el desierto
de Edom se les había acabado el agua y el ejército junto con los
ganados que le seguían estaban a punto de morir de sed.
Cuando los líderes del pueblo de Dios se comportan mal y
con una estrategia equivocada, eso siempre tiene consecuencias
fatales para aquellos que los siguen. Dios no bendice ni los com-
promisos ni las uniones antibíblicas.
Al cabo de muy pocos días la euforia había desaparecido. El
rey impío Joram, ya había perdido toda esperanza de salvación,
mientras que Josafat busca la dirección de Dios en esta situación
desesperada. Aunque lo hace tarde, no es demasiado tarde: «¿No
hay aquí profeta del Señor, para que consultemos al Señor por medio
de él?»
• 61 •
El distintivo de Eliseo
• 62 •
¿En el lugar equivocado?
La pregunta que surge es: ¿de dónde venía Eliseo? ¿qué pintaba
allí en esa alianza profana? ¿No hubiese sido mejor que se hubiese
quedado en el monte Carmelo, para orar por el pueblo de Dios,
en lugar de seguirles al desierto de Edom?
Posiblemente podemos aprender aquí una importante lec
ción para nuestro comportamiento en nuestra situación actual:
según vemos en el texto, Eliseo de ninguna manera estaba de
acuerdo con esta alianza ni con este plan. Pero permaneció cerca,
al alcance para cuando le necesitaran. Se interesó por lo que ocu-
rría sin meterse en arreglos y compromisos. Mantuvo una distan-
cia moral muy clara frente a los reyes y su estrategia. No obstante
estaba en todo momento dispuesto a ayudar y decir una palabra
de Dios cuando le necesitaran. ¡Qué ejemplo para nosotros en
nuestro caminar tan lleno de peligros a ambos lados del sendero!
• 63 •
delante de un rey, sino que tiene el valor de decirle claramente
que ni siquiera le miraría, si no fuera por el respeto que tenía del
piadoso rey Josafat y su presencia allí.
Al rey de Edom parece que lo trata con desprecio, pues Eliseo
lo trata como si no estuviera presente.
Esta escena y el breve intercambio tuvieron que haber sido
más que vergonzoso y humillante para los reyes y sus guardaes-
paldas. Porque Josafat seguro que se dio cuenta que su relación
con Joram estaba bajo el juicio de Eliseo y bajo el juicio de Dios,
lo cual pudo deducir de las palabras terminantes dirigidas a
Joram: «¿Qué tengo yo contigo?»
Por las pocas pero atinadas palabras de Eliseo y por su
comportamiento inequívoco todos los presentes en poco tiempo
se vieron en la luz de Dios.
El «tañedor»
• 64 •
minoso. Podemos imaginarnos bien la indignación de Eliseo
y las cabezas caídas de los presentes. Pero la áspera reprensión
solamente – por muy necesaria que fuera – no hubiese solucio-
nado nada para el ejército y los ganados. Dios tenía que mos-
trar la salida y procurar la ayuda. Y para tranquilizarse interior-
mente, para oír la voz de Dios y recibir Su dirección, el profeta
de Dios necesitaba de alguien que no figuraba en la cuenta de
nadie: Un hombre, que por medio de su música podía apaciguar
los ánimos acalorados.
Eliseo conocía sus limitaciones y necesitaba ahora la ayuda y
la compenetración de un hombre con un don que quizás califi-
caríamos de inferior. Pero esto precisamente es lo que hace que
Eliseo sea tan auténtico y ejemplar para nosotros: No disponía
de una respuesta para todo. En esta situación reconoció su pro-
pia limitación sin intentar ocultarlo con devotas palabras. Los
hombres que están en la presencia de Dios, al mismo tiempo
tienen la capacidad de ser sinceros y humildes delante de las
personas. Aquí hallamos pues una ilustración de lo dicho en el
Nuevo Testamento: Cada uno según el don que ha recibido, minís-
trelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gra-
cia de Dios (1 P 4:10).
¡El gran profeta necesita ahora la ayuda y el complemento de
un «pequeño» tañedor! Y mientras que este hombre toca su ins-
trumento, el ánimo de Eliseo se calma y se hace otra vez sensible
para captar la voz de Dios.
Esta es exactamente la tarea de la música espiritual tocada y
cantada para la gloria de Dios: no se toca para incitar o narcoti-
zar, sino para calmar el alma o preparar y animar el corazón para
poder recibir la Palabra de Dios.
Se cuenta que Lutero lo expresó así: «Gracias a la música
muchas veces fui vivificado y conmovido de manera que me entraron
ganas de predicar.» Y en su canción «Doña Música» incluso usó el
texto bíblico que estamos tratando:
• 65 •
«Ella es quien calma el corazón y lo prepara
para recibir la divina palabra y verdad.
De esto testificó Eliseo,
cuando su alma se abrió al Espíritu
por medio del arpa tocada.»
La promesa
• 66 •
La ofrenda
• 67 •
Capítulo 7
Una mujer, de las mujeres de los hijos de los profetas, clamó a Eli-
seo, diciendo: Tu siervo mi marido ha muerto; y tú sabes que tu siervo
era temeroso del Señor; y ha venido el acreedor para tomarse dos hijos
míos por siervos. Y Eliseo le dijo: ¿Qué te haré yo? Declárame qué tie-
nes en casa. Y ella dijo: Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino
una vasija de aceite. Él le dijo: Ve y pide para ti vasijas prestadas de
todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego, y enciérrate tú
y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla
aparte. Y se fue la mujer, y cerró la puerta encerrándose ella y sus
hijos; y ellos le traían las vasijas, y ella echaba del aceite. Cuando las
vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas.
Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite. Vino ella luego,
y lo contó al varón de Dios, el cual dijo: Ve y vende el aceite, y paga a
tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede. (2 R 4:1-7)
• 68 •
traía. Así obtuvieron no sólo abundante agua para su ejército,
sino que Dios les dio también una victoria fulminante sobre su
enemigo.
Vemos, pues, que en el capítulo 3 de 2 Reyes se trataba de
encuentros y altercados de Eliseo con reyes de alto rango, mien-
tras que ahora en el capítulo siguiente hallamos primero dos his-
torias notables en las que no son hombres los principales «acto-
res», sino mujeres: una pobre viuda y una rica sunamita.
Aunque la viuda tenía dos hijos, había empobrecido total
mente (al parecer por culpa de su marido ya fallecido) y estaba a
punto de perder sus dos hijos ya que el acreedor cruel y brutal iba
a llevárselos para que fuesen sus siervos.
La sunamita, sin embargo estaba casada y en lo material no
la faltaba nada. Ella tenía otro problema no menos doloroso: no
tenía hijo. Es interesante observar que en ambos casos los hom-
bres no se comportan muy bien que digamos. El marido fallecido
de la viuda le había dejado un montón de deudas y el marido
rico de la sunamita parecía interesarse más por sus negocios que
por las preocupaciones de su mujer y la condición de su hijo.
Aquí tenemos, pues, un vivo reflejo de nuestra sociedad actual,
tanto la secular como la cristiana.
• 69 •
potente Dios que «sana a los quebrantados de corazón, y venda sus
heridas» (v.3).
¡Qué consuelo para cada uno de nosotros que este Dios crea-
dor de los millones de estrellas del universo aparentemente infi-
nito capaz de dar nombre a cada una de ellas, conoce nues-
tras heridas y penas personales y se ocupa de ellas! De la misma
manera como la viuda clamó y le contó a Eliseo su calamidad,
nosotros también podemos abrir nuestro corazón y derramar
nuestra ansiedad delante de Dios. Y qué bendición es cuando
podemos ser un miembro de una iglesia donde en vez de escon-
der los problemas personales, podemos revelarlos confiadamente
sin ser despreciados por ello.
• 70 •
– ¿Ser conocido como creyente y maltratar a su mujer?
– ¿Ser el responsable de una iglesia y abusar de menores?
– ¿Confesar ser de Jesucristo y ser un ladrón?
• 71 •
mi legalismo, mi mal humor, mi manía de criticar, por ser de
poco crédito, avaro y egoísta?
Byron Forrest Yawn escribe lo siguiente en su nuevo libro
que considero muy importante («What Every Man Wishes His
Father Had Told Him» – [Lo que todo hombre desea que su
padre le hubiera dicho]): «Los chicos necesitan al padre como el
árbol necesita el tronco. He visto hombres fuertes y vigorosos con
sus sesenta años que lloraban pensando en lo que su padre debe-
ría haber sido, o frente a las huellas imborrables que un padre
tirano había dejado en sus vidas. Mucho en la vida de un hom-
bre puede ser el resultado de lo que hizo bueno o malo o lo que
no hizo un padre.»
La honra de los hijos son sus padres (Pr 17:6) – esto pudo escri-
birlo Salomón, porque su padre David fue un hombre «con-
forme al corazón de Dios», quién lo animaba con consejos y pala-
bras conmovedoras a servir a Dios con corazón perfecto y ánimo
voluntario (1 Cr 28:9, 20). David había juntado una enorme can-
tidad de tesoros para que su hijo pudiera edificar el templo de
Jerusalén según el modelo que Dios le había dado (2 Cr 29:11,19).
Que Dios nos conceda a nosotros, los padres, ver con nue-
vos ojos nuestra misión tan importante y nos dé tener en nuestro
corazón el deseo de marcar positivamente a nuestros hijos for-
mando conscientemente su carácter por medio de la oración y
nuestro ejemplo.
La autora y misionera Patricia St. John dio un precioso testi-
monio de su padre y también de su madre en la biografía emo-
cionante «Harold St. John – A Portrait»:
«Seguramente fue la combinación de la doctrina sencilla
y derecha de la madre con la vida espiritual del padre, lo que
guardó a los hijos de la tendencia moderna de deshacerse de la fe
al entrar en la adolescencia... Para los hijos de Harold St. John la
fe era siempre una meta para un adulto tan bella como la puesta
de sol dorada que el padre había alcanzado y que ellos también
• 72 •
iban a alcanzar viviendo en la gracia y siguiendo las pautas que
su madre les había dibujado siempre como la ruta en un mapa.»
¡Qué pobreza! Sólo le quedaba una vasija con aceite para una
unción, pero fue lo suficiente para ser una bendición para
muchos por la gracia de Dios.
La aplicación para nosotros está bien a la vista: Cada hijo de
Dios es también «una vasija» un «vaso», una morada o un «tem-
plo del Espíritu Santo» (1 Co 3:16; 6:19; Ef 2:22). Dios también
nos ha dado una «unción» (1 Jn 2:20; 2 Co 1:21) y con ello nos
ha equipado suficientemente para el servicio.
El hecho de no tener talento intelectual o de estudios
in
suficientes – falta de dinero – el ser demasiado joven o
• 73 •
demasiado mayor – todo eso no son razones para dejar de poner
con alegría al servicio de Dios lo poco que tenemos. Guillermo
Carey, Juan Newton, Georg Müller, Gladys Aylward, Wolfgang
Dyck y muchos otros en la historia de la iglesia actual o anti-
gua nunca se hubieran puesto en marcha obedeciendo a Dios, si
hubiesen puesto su mirada en sus déficit.
• 74 •
ponible fue llenada. Probablemente habían juntado a toda prisa
todas las vasijas en la vecindad más próxima, y se hubiesen lle-
nado más vasijas, sin limitación, si hubiesen ido más lejos y si
hubiesen juntado más vasijas. Pero después de llenarse la última
cesó el aceite.
«¡Espera cosas grandes de Dios y emprende cosas grandes para
Dios!» Esa fue la experiencia de Guillermo Carey (1761 – 1834),
que siendo un simple zapatero fue a la India siendo usado por
Dios para ser uno de los traductores de la Biblia más fructífero y
un fundador de iglesias cuyo ejemplo puso en marcha la misión
mundial.
Georg Müller (1805 – 1898) vio en Inglaterra la miseria de los
niños de la calle y de los niños huérfanos. Comenzó con una
escuela dominical y pidió de Dios «vasijas vacías». Finalmente
fundó el primer orfanato con la meta: «Quiero enseñar a la gente,
que Dios es fiel y que podemos confiar en Él sin reservas... Si yo,
siendo pobre, he podido reunir los medios para la construcción
y el mantenimiento de un orfanato, únicamente por medio de
la oración y la fe, sin pedir nunca nada a nadie, entonces esto
podrá fortalecer la fe de los hijos de Dios...» Al final de su vida,
Georg Müller había acogido y sustentado a 10.000 huérfanos con
la ayuda de Dios. No limitó a Dios con una fe pequeña.
Esto debería animarnos enormemente y llevarnos a llenar las
«vasijas vacías» a nuestro alrededor. Es una gran y bella tarea para
las madres con sus hijos. Para los maestros en las escuelas. Para las
familias, para llenar sus viviendas con los niños de afuera. Para
hermanos y hermanas a que vayan «por los caminos y por los
vallados» (Lc 14:23) a invitar a muchos a la «gran cena».
• 75 •
Suficiente para siempre
• 76 •
Capítulo 8
Eliseo y la sunamita
• 77 •
Además tenía otro problema: Mientras que la «pobre viuda»
estuvo casada con un hombre que en vida fue un hombre teme
roso de Dios y uno de los hijos de los profetas de Eliseo, aun
que le había dejado esa carga pesada de las deudas, el hombre
de la sunamita, por lo contrario, se ve que en su carácter espi
ritualmente era todo lo contrario de su mujer activa. Por lo poco
que se nos cuenta en este capítulo tenemos esa impresión. Parece
que fue aletargado, tradicional y poco sociable. No parece que
fue un esposo amante o un padre cuidadoso. Parece que el éxito
material le interesaba más que el bienestar de su familia y de sus
prójimos. Es interesante observar cómo la Biblia en muchos luga-
res nos da lecciones espirituales por los contrastes narrados, mos-
trándonos deficiencias actuales en nuestras propias vidas.
Deseos no cumplidos
• 78 •
para servir a otros, honrando y glorificando con ello a Dios
mismo. ¡De cuánto valor y bendición es el servicio de las viudas,
como por ejemplo lo fue Ana «sirviendo de noche y de día con ayu-
nos y oraciones» (Lc 2:37).
Ana Carey, la hermana del misionero Guillermo Carey, estuvo
50 años en cama, de los cuales 30 no pudo ni hablar. Solo podía
mover su brazo derecho, «pero su cara resplandecía y ella era la ale-
gría y milagro para todos los que la conocían.» Su hermano dijo de
ella que era «el sumo sacerdote de la misión, ya que su intercesión
subía a Dios constantemente como el incienso.»
La sunamita adinerada no se hundió en la autocompasión,
sino que aprovechó sus posibilidades practicando la hospitalidad
y «obligando» a Eliseo a comer en su casa. Es interesante que
relacionado con la hospitalidad la Biblia a menudo utiliza la pala-
bra «obligar» o «forzar» (Lc 14:23; 24:29; Hch 16:15). Eviden-
temente se requiere cierta testarudez e insistencia para invitar y
convidar a huéspedes en general. Y Eliseo fue un huésped agrade-
cido y bien visto allí: «y cuando él pasaba por allí, venía a la casa
de ella a comer» (v. 8).
• 79 •
Al decir: «He aquí ahora, yo entiendo que éste es varón santo
de Dios» le hace ver los rasgos del carácter de Eliseo, de lo que
él seguramente no se había apercibido. Su interés, al parecer, se
concentraba en optimizar su agricultura.
Esta mujer actuó con sabiduría y de ella podemos aprender
cómo ser una ayuda para un marido algo desinteresado espiri-
tualmente, para hacerle ver la gloria y grandeza de nuestro Señor
y Salvador.
• 80 •
a usted, viendo que ambos somos británicos en un país extranjero?»
le preguntó cierto día una dama que residía en el mismo hotel.
«Cómo no, Señora», le respondió.
«Me gustaría preguntarle algo personal», dijo ella enton
ces, «¿puede revelarme el secreto de su serenidad? Llevo ya dos días
observándole y veo que usted vive en otro mundo.» Esta pregunta
originó una conversación al cabo de la cual la dama recibió al
Señor Jesús como su Señor y Salvador.
¡Qué valiosos y atrayentes son en nuestros días los creyentes
semejantes a este hombre de Dios, que por su forma de ser dife-
rente, en sentido positivo, despertó un interés por nuestro Señor
Jesucristo en personas ajenas al cristianismo! ¡Y qué pocos que-
dan ya de esta clase de creyentes!
El «pequeño aposento»
• 81 •
blarlo de forma acogedora con una cómoda butaca, televisión,
nevera y máquina de café, lo único que harían sería distraer a un
obrero de Dios para quitarle de prepararse para sus importan-
tes cometidos mediante la oración y el estudio de la Biblia en esa
tranquilidad y soledad, tomando fuerzas. Más de un obrero se ha
corrompido por el lujo excesivo y la prosperidad, quedando para-
lizada la fuerza para el ministerio.
• 82 •
bras sinceras y aprobatorias de parte de nosotros, los hombres –
también frente a las hermanas de la iglesia – para tener un efecto
enormemente alentador y estimulante.
• 83 •
licas que prefieren no hacerse miembro de ninguna y reunirse
mejor en sus cuatro paredes para escuchar por televisor a algún
predicador. Otros van tirando escuchando «sermones-conservas»
o sea CDs con mensajes pasados.
Gerhard Tersteegen escribió una vez una verdad muy notable:
«Los enfermos de Dios son mejores que los sanos del mundo». Con
ello no quiso expresar que los creyentes siempre tienen que tener
un carácter mejor que los no creyentes, lo que quiso era animar a
no menospreciar o incluso despreciar la comunión con los «san-
tos» algo raros, extraños o torcidos.
La presencia de Eliseo y de los hijos de los profetas en aquel
entonces fue motivo y esperanza para quedarse en el país y
ponerse del lado del pueblo de Dios. Y gracias a Dios en nues-
tros días también hay todavía la posibilidad de reunirse con cre-
yentes que se juntan en el nombre del Señor y aman su Palabra
(Mt 18:20) «e invocan al Señor de puro corazón» (2 Ti 2:22).
• 84 •
tocado una herida en su vida: la esperanza no cumplida y proba-
blemente enterrada de tener un hijo. Probablemente había des-
echado con los años este deseo de ser fértil o lo había entregado
en manos de Dios. Y ahora precisamente, cuando ya no había
esperanza, humanamente dicho, de ser madre, Eliseo hurga en
esa herida secreta.
Dios cumple su promesa. Dios no cumple todos nuestros
deseos, pero sí todas sus promesas. Esto lo vieron Abraham y
Sara, Isaac y Rebeca, Raquel, Ana y otras muchas mujeres, aún
cuando Dios dejó pasar a menudo años hasta cumplir su pro-
mesa.
«Mas la mujer concibió, y dio a luz un hijo el año siguiente, en el
tiempo que Eliseo le había dicho».
Dios no despierta un anhelo por medio de su Espíritu, sin
tener la intención de satisfacerlo al final. Esta convicción de
Jakob Kroeker debería animar y alentar a todo lector que esté
sufriendo por no tener una vida espiritual fructífera.
• 85 •
Capítulo 9
La fe puesta a prueba
• 86 •
y así se había vuelto para encontrar a Eliseo, y se lo declaró, diciendo:
El niño no despierta. Y venido Eliseo a la casa, he aquí que el niño
estaba muerto tendido sobre su cama (2 R 4:18-32).
Lo poco que nos dice el texto bíblico sobre este hombre es bas-
tante triste. Se ve que era un hombre de pocas palabras, pues
la comunicación con su mujer era muy escasa. Cuando ésta le
pidió preparar un pequeño aposento para huéspedes, no vemos
ninguna reacción en él. Y cuando su hijito acude a él con fuer-
tes dolores no vemos gran interés ni cuidado en este hombre tan
ocupado. Manda a su criado que lo lleve a su madre. Su respon-
• 87 •
sabilidad como padre la carga sobre su mujer. Que se ocupe ella
del problema...
¿Le interesaba sólo las buenas ganancias y cómo aumentarlas?
¿Le había cegado el «engaño de las riquezas» para que no viera
el valor incalculable de un matrimonio en armonía y una sana
relación con su hijo?
Mientras la cabeza de su hijo ardía ¿su corazón pudo per
manecer frío? No lo sabemos. Pero nosotros como padres debe-
mos preguntarnos cómo manejamos las preguntas y los proble-
mas de nuestros hijos e hijas cuando pidiendo socorro esperan
que nuestro oído esté abierto para los problemas de su corazón y
de su cabeza.
¿Tiene razón el autor del libro «El corazón de los padres»,
cuando hace el siguiente diagnóstico:
«Todo depende del corazón de los padres. Todo depende de una
generación que ha fallado, que ha vivido sólo para sí mismo, sacrifi
cando a menudo a sus hijos sobre el altar de su egoísmo y de la propia
búsqueda de satisfacción y realización»? (Klaus Güntzschel).
Recuerdo bien algunos ejemplos de mi propia vida:
«Papá, hoy hemos estudiado en la clase de biología algo sobre
el ‹caldo primitivo› y la hipótesis para la creación de la vida. ¿Pue-
des ayudarme para saber cómo reaccionar como cristiano frente
a esto?»
«Nunca me he ocupado en ese tema – tengo que cortar el césped –
pregúntale a Mamá».
«Papá, algo extraño está ocurriendo con mi cuerpo, hace varias
semanas que me está preocupando. Me da un poco vergüenza,
pero ¿podemos hablar de esto?
«Ay, mira, ahora mismo no tengo tiempo... tengo que contestar
unas cartas importantes – ve y mira en la enciclopedia de medi-
cina... o pregunta a Mamá».
Preguntas y respuestas como estas habría muchísimas más. Las
oportunidades perdidas y los momentos únicos que como padres
• 88 •
nos hemos perdido y donde hubiéramos podido ser una ayuda
decisiva y un apoyo en importantes épocas de la vida de nues-
tros hijos y no lo fuimos, – esa espina probablemente no nos la
podremos quitar jamás.
¡Qué daría yo por corregir las negligencias pasadas y las faltas
de entonces!
En el recomendable libro de Byron Forrest Yawn: «Lo que
todo hombre desea que su padre le hubiera dicho», escribe algu-
nas observaciones que todo padre debería tomar muy en serio:
«Se nota cuando un padre tan solo soporta a su hijo. Nadie mejor
que el niño lo sabe. Pero, por otra parte, no hay cosa que más enri
quezca la vida de un niño como un padre que se preocupa. Cuando
un padre escucha, cuando está pendiente de su hijo y se preocupa
por su alma, entonces el mundo es un lugar seguro. No es natural
que un padre no haga caso de su hijo. Eso es cruel. Es una manera
sutil de abandonarlo. Los hijos se conforman con la menor miguita
que caiga casualmente de la mesa del padre. Puesto que la mayo-
ría de los hijos ven poco a su padre, se conforman con todo lo que
reciban de él. Los padres pueden hacer las más mínimas cosas y con
ello dar una inmensa alegría a sus hijos. El mero hecho de venir a
casa después del trabajo, ya es un gran acontecimiento. Los padres
no llegan a casa simplemente, sino que es como un barco que llega
al puerto.»
• 89 •
clamando a Dios y recordándole Su promesa. Confía su hijo a
aquel que hace años se lo había prometido.
Después hizo llamar a su marido del campo y le pide que le
enalbarde un asna y envíe un acompañante ya que tiene que lle-
gar a Eliseo por el camino más rápido.
El marido, asombrado, le pregunta, por qué tiene tanta prisa,
no siendo día religioso festivo. Ella esquiva la respuesta y sólo le
contesta: «Paz» o «Está bien» (v.23). ¡Qué escena más trágica! No
puede decirle a su marido su angustia y su tribulación. Tiene que
cargar sola con todo ese dolor – probablemente porque no podía
esperar ninguna ayuda ni socorro de él. Parece ser que su cora-
zón nunca estuvo sensible para las experiencias espirituales de
su mujer, de modo que ella queda sola con su pena. ¿Es posible
que nuestras mujeres también hayan ya desistido llenas de resig-
nación, porque vez tras vez no hemos sentido con ellas, ni nos
hemos preocupado de sus anhelos y penas? ¿Dirán de nosotros:
«¡Es inútil! – ¡No puede ni quiere comprenderme!»
«No le interesan mis preocupaciones espirituales»
«Su trabajo, sus aficiones y sus pasatiempos en sus ratos de ocio
significan más para él que su matrimonio y su familia.»
«El coche recibe más atención que yo.»
¡Cuánta desilusión, resignación y soledad resuenan en
estas palabras «Paz» o «Está bien». Y nada estaba bien en ese
momento...
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El criado de Eliseo – ¿tan sólo un inútil?
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Conocimientos y talento no son suficientes
• 92 •
el celo juvenil. Todo depende de la entrega genuina y total a Dios.
Lo principal no es la forma, sino el poder del profeta.» Hans Dan-
nenbaum dice al respecto: «En el capítulo siguiente veremos como
este hombre queda desenmascarado y deja ya la palabrería devota.
Hermanos, hermanas, guardaros mucho de imitar el lenguaje de los
profetas de Dios, si vuestro corazón está lejos de Dios... El lenguaje
piadoso puede aprenderlo un papagayo.»
Un contraste agradable
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de tu sierva» (2 R 4:16). De la misma manera también nosotros
podemos «derramar nuestro corazón delante de Dios» (Sal 62:8)
en situaciones de gran angustia y duda, y echar nuestra ansiedad
sobre Él, porque Él tiene cuidado de nosotros (1 P 5:7).
• 94 •
Capítulo 10
• 95 •
Después del intento fracasado y humillante de Giezi, Eli
seo quizá se acordó de su gran ejemplo, porque vemos paralelos
asombrosos en el proceder de ambos profetas:
– puertas cerradas
– oración insistente y sincera
– identificación
– una inquietud santa – en Elías menos que en Eliseo
– un aparente fracaso no les hace desistir – también aquí llama
más la atención en Eliseo que en Elías
– perseverancia hasta ser contestada la oración definitivamente.
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Oración sincera
Identificación activa
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mente esta identificación total y el contacto directo es la condi-
ción para poder despertar a la vida a «los muertos».
Nuestro Señor Jesucristo es un gran ejemplo de esto. Cuán-
tas veces leemos en los evangelios, y especialmente en el evange-
lio del médico Lucas, cómo el Señor tocaba a los leprosos, ciegos,
sordos, etc. antes de sanarlos.
El ejemplo más impactante de una identificación le vemos en
Gólgota, donde el Hijo de Dios crucificado tomó sobre sí nues-
tros pecados y las consecuencias de ellos para sufrir el castigo en
nuestro lugar.
«Aquí vemos una alusión maravillosa a Jesús. Él entró en nuestra
muerte adánica acarreada por el pecado. Y así se convirtió en el sal
vador de la muerte» (W. Busch).
En el sermón ya mencionado, C. H. Spurgeon habló a los
maestros de la escuela dominical haciendo aplicaciones prácticas
para mostrar cómo puede ocurrir la identificación en nuestro ser-
vicio:
«Si usted quiere resucitar a este niño muerto, tiene que sen-
tir usted mismo el frío y el terror de esta muerte... Tiene que sentir
claramente la ira de Dios y el horror del juicio venidero, pues de otra
manera le faltará la energía santa para su trabajo... Al poner su boca
sobre la boca del niño y sus manos sobre las manos de él, debe esfor
zarse en adaptarse lo más posible a la naturaleza, las costumbres y
el temperamento del niño. La boca de usted debe hallar las palabras
del niño, para que el niño pueda comprender lo que usted quiere
decir. Tiene que mirar las cosas con los ojos de un niño; su corazón
tiene que sentir como un niño para que pueda ser un amigo y com-
pañero para él. Usted tiene que observar detenidamente los pecados
de la juventud, tiene que sentir el peso de las tentaciones de la juven-
tud; tiene que entrar lo más posible en las alegrías y sufrimientos de
los niños.»
Estos consejos del conocido ganador de almas los podemos
aplicar también a la evangelización entre jóvenes, criminales,
• 98 •
ancianos, estudiantes o personas sin techo. Hudson Taylor nos ha
mostrado lo importante que es en la misión conocer bien la len-
gua y la cultura de aquellos a quienes queremos llevar el evange-
lio. H. Taylor aprendió la lengua china siendo esta tan difícil. Se
vestía y comía como un chino. También dejó crecer su cabello
para hacerse una trenza tal y como era costumbre entre los chi-
nos. Esto le acarreó las burlas de sus compatriotas y también de
los otros misioneros.
Wolfgang Dyck (1930 – 1970) era un ladrón habitual y había
pasado mucho tiempo en la cárcel antes de convertirse. Más
tarde se dedicó a la evangelización en la calle, en discotecas y cár-
celes; y la gente le escuchaba, porque su vocabulario y sus ejem-
plos tomados del periódico o de la vida cotidiana eran auténti-
cos. Conocía la forma de vivir y de pensar y los problemas de los
oyentes por su propia experiencia y su trato con aquellas perso-
nas y por eso podía tratar con ellos a la altura de ellos, a su nivel.
En la magnífica biografía sobre su padre, Patricia St. John
cuenta una experiencia que él tuvo como joven evangelista y es
una acertada ilustración de lo que es la identificación en la evan-
gelización:
«De joven yo iba regularmente a las chabolas y barriadas de Lon
dres. Yo iba casi siempre los domingos por la tarde a las viviendas
normales, vestido con mi levita o chaqueta elegante y mi sombrero de
copa. Me ponía allí con mi Nuevo Testamento en la mano y predica-
ba y predicaba.Me asombraba muchísimo lo obstinada que estaba la
gente. ¡Delante de ellos estaba un hombre con levita y sombrero, y no
le prestaban atención alguna! Y entonces comprendí, por qué no que-
rían escuchar. Conseguí un traje lo más viejo posible que pude pres-
tar en alguna parte. En su bolsillo metí 4 peniques. Al anochecer
fui con los alborotadores y vagabundos del barrio a un alojamiento
donde debían dormir 200 o 300 hombres. Allí me senté donde ellos
se sentaban, y las pulgas que les picaban a ellos también me picaban
a mí y los mismos insectos que andaban por encima de ellos, me visi-
• 99 •
taban también a mí. En esa horrible sala pasé varias noches y escu-
ché muchas penas y preocupaciones.
Una mañana a las 6, cuando todos recibían el desayuno me
levanté y comencé a hablarles, y entonces noté que no tuve nin-
guna dificultad para captar su atención. Yo me había sentado donde
ellos se sentaban, por lo general nueve horas de insomnio y compren-
día perfectamente lo sucios que estaban y como la vida les trataba,
y ahora estaban totalmente dispuestos a escuchar a un hombre que
había compartido todo con ellos.
Porque el día más grande en la historia humana fue cuando a
Dios le agradó acercarse a nosotros como nunca antes. Después de que
Dios se había ocultado 4000 años en una nube y en profundas tinie
blas, decidió en su corazón acercarse a nosotros. Porque no envió a su
Hijo en primer lugar para predicarnos valores morales. Cuando nues-
tro Señor comenzó la obra de salvación, antes que nada durante 30
años no dijo ni una sola palabra en público. Durante treinta años se
sentó donde se sentaban las personas y conoció entonces sus pensam
ientos y experiencias. Durante treinta años llegó a conocer el hambre,
el cansancio, la pobreza, las preocupaciones y los problemas de una
pequeña familia. Y después de haber hecho estas experiencias abrió
su boca para predicar y desde entonces el mundo siempre le escuchó.»
En un sermón dirigido a los maestros de la escuela dominical
C. H. Spurgeon llama la atención sobre un interesante detalle en
el texto bíblico que casi siempre pasa desapercibido:
«El profeta se tendió (se extendió) sobre el niño. Lo normal hubiese
sido que el texto dijera ‹se encogió›, pues él era un hombre adulto y
el otro era un niño. No, él se inclinó, se agachó. Y no olvide que no
hay mayor inclinación que cuando un hombre se inclina hacia un
niño. No es un necio aquel que puede hablar a los niños. La persona
simple o simplona que piensa que su necedad pudiera interesar a los
niños o niñas se equivoca. Para enseñar a los pequeños son necesarios
nuestros más diligentes estudios, nuestros más serios pensamientos y
nuestras fuerzas más maduras.»
• 100 •
Una inquietud «santa»
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«¡Toma a tu hijo!»
• 102 •
Capítulo 11
• 103 •
ocurre en Gilgal («quitar»), un lugar con historia, donde después
de pasar el Jordán se llevó a cabo la circuncisión de los hombres
israelitas antes de la victoria sobre Jericó. En los primeros años
del pueblo de Israel en Canaán bajo la dirección de Josué, Gil-
gal era algo como un lugar de retirada o un campamento para
el ejército. Mirándolo tipológicamente, Gilgal representa el jui-
cio sobre uno mismo. Así como los soldados de Josué reposaban
a menudo en Gilgal después de las victorias sobre sus enemigos,
así Eliseo fue a este lugar de reflexión y tranquilidad delante de
Dios, después del gran milagro de la resurrección de un muerto.
Aquí también hay una importante lección práctica para cada uno
de nosotros, a quien Dios ha otorgado éxitos y victorias: Cada
victoria en nuestra vida es siempre y únicamente la victoria de
Dios. Aquí en Gilgal volvemos a encontrarnos otra vez con «los
hijos de los profetas», que vimos la última vez en el capítulo 2.
Desde entonces había irrumpido el hambre en Israel – lo cual es
claramente un juicio de Dios por la apostasía y desobediencia del
pueblo de Dios (Dt 28:22-23).
• 104 •
bra de Dios, se ofrecen cada vez más insignificancias filosóficas,
experiencias místicas, ejercicios piadosos o también entreteni-
miento musical, shows y muchas cosas más. Pero apenas se busca
o se ofrece la Palabra predicada con autoridad y poder. Por eso
es muy alentador leer que los «hijos de los profetas» se quedaron
en el país de la promesa, a pesar de que la situación era desespe-
rante y sin recursos. Buscaron la comunión con Eliseo, el hombre
de Dios y leemos que «estaban con él» – aparentemente tenían la
esperanza de recibir de él lo que necesitaban para sobrevivir. Esto
también es un fuerte consuelo para nuestros días: En todas las
congregaciones y reuniones donde el Señor Jesús («nuestro Eli-
seo») esté en el centro y tenga la autoridad, habrá siempre ali-
mento espiritual – por muy frugal que sea la situación exterior.
• 105 •
toma la iniciativa. Pero nadie se lo había mandado y evidente-
mente no tenía mucho conocimiento en la materia, pues encon-
tró una parra montesa con calabazas «silvestres», que le parecie-
ron comestibles, a pesar de que ni él ni sus amigos las conocían.
Sin mandato y sin idea, pero con presunción. Y así viene con
un montón de hortalizas indefinibles y con alegre expectativa las
corta y echa en la olla. Así se las sirve sin control alguno a los
jóvenes tan hambrientos.
• 106 •
en la iglesia que fuera claramente liberal, místico, o en contra de
la Biblia, siendo malsano e incomible para los oyentes. ¡Qué gri-
tería se formaría entonces en muchas iglesias si esto ocurriera!
El grito de socorro
El remedio
• 107 •
Wilhelm Busch:
«En la harina podemos ver un indicio del Señor Jesús, pues él
mismo se compara con el grano de trigo y con el pan. La harina
transforma lo venenoso en comestible. Allá donde llega el Señor lo
insoportable se transorma en bueno... Los períodos que pasé en las
cárceles nazis fueron terribles. Pero Jesús las convirtió en las semanas
más bendecidas de mi vida. Él mismo fue la harina echada allí que
quitó la ‹muerte› de la ‹olla›.»
Hamilton Smith:
«¿No habla esta harina de Cristo? Los pensamientos de la
naturaleza y la filosofía del hombre, los elementos del mundo, la reli-
gión de la carne – todo ello son cosas con las que el hombre pretende
añadir algo a la previsión de Dios para con su pueblo. Y todas estas
cosas son desenmascaradas e infamadas cuando Cristo es presentado
a las almas.»
Dios nos conceda que en tiempos de sequía espiritual contem
plemos el ejemplo de nuestro Señor para nuestra edificación pro-
pia y para alentar también a nuestros hermanos al mostrarles las
virtudes del Señor.
En la vida de Elías (1 R 17:11-17) bastó «un puñado de harina
en la olla» para mantener en vida a la viuda de Sarepta, a su hijo y
a Eliseo durante una hambruna muy dura y larga.
El hombre de Baal-Salisa
• 108 •
Es muy notable que este Israelita piadoso no vivía en el reino
del sur, en Judá, donde los sacrificios y las primicias eran llevados
al templo a Jerusalén. Pero no obstante conocía bien las orde-
nanzas de Dios y aún en medio de la hambruna cumplió lo que
Dios pedía. Ya que no podía llevar esa ofrenda de las primicias al
templo, se las llevó al hombre de Dios. No sólo veinte panes de
cebada, sino además un saco con trigo nuevo en su espiga, lo cual
normalmente estaba destinado para ser sembrado y con lo cual
hubiera podido asegurar su sustento en estos tiempos de crisis.
¿Acaso conocía el sabio consejo de Salomón?:
«Honra al Señor con tus bienes, y con las primicias de todos tus
frutos; Y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebo-
sarán de mosto» (Pr 3:9-10).
Lo cierto es que este hombre me causa vergüenza de mí
mismo, porque seguramente conocía muy pocas partes del Anti-
guo Testamento, pero las que conocía las cumplió con un amor
y una entrega abnegada. Practicó lo que siglos más tarde diría
nuestro Señor Jesús: «Más bienaventurado es dar que recibir». En
esa época de hambre, él da lo mejor al Señor. Seguramente con
ello animó mucho a Eliseo, quien vio en este don la provisión de
su Dios.
Pero Eliseo mostró en esta situación la misma actitud
abnegada. Él no guardo lleno de gozo esos panes inesperados ni
el saco de grano como don personal para él, sino que da este don
a su criado para que sacie con ello a los hijos de los profetas: «Da
a la gente para que coma».
Este bello rasgo del carácter de Eliseo le vemos brillar una y
otra vez. Ya comenzó su ministerio matando su yunta de bue-
yes, para dar de comer a sus colaboradores. Luego se marchó
para seguir a Elías y servirle sin tener una seguridad material (1
R 19:21).
Del misionero pionero de la China, Hudson Taylor, es el
siguiente hermoso testimonio:
• 109 •
«Cuanto menos gastaba para mí mismo y cuanto más invertía
para los demás, más feliz era yo y más bendición llenaba mi cora-
zón».
Bendición sobreabundante
Estos veinte panes eran panes planos, no como los que conoce-
mos nosotros y por supuesto que no eran suficientes para saciar a
100 jóvenes con gran hambre.
Se comprende, pues, la pregunta incrédula del criado de Eli-
seo: «¿Cómo pondré esto delante de cien hombres?» Y esto nos hace
recordar la reacción de los discípulos de Jesús cuando estaba
a punto de alimentar a los cinco mil con sólo cinco panes de
cebada y dos peces (Mt 14:16-21).
A la objeción del criado, Eliseo contestó con el mandato: «Da
a la gente para que coma», y nuestro Señor mandó a sus discípu-
los: «¡Dadles vosotros de comer!». Ambas historias terminan con
la experiencia maravillosa que «comieron... y les sobró».
Dios puede multiplicar lo poco que le entregamos en gratitud
y obediencia para bendecir a muchos con ello.
«Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retie-
nen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa
será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.»
• 110 •
Capítulo 12
Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado
sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos?
Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel. Y vino Naamán
con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de
Eliseo. Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve y lávate
siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. Y
Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Sal-
drá él luego, y estando en pie invocará el nombre del Señor su Dios,
y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar,
ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me
lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado.
Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si
el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más,
diciéndote: Lávate, y serás limpio? El entonces descendió, y se zam
bulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de
Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio
(2 R 5:8-14).
• 111 •
En nuestra meditación, sin embargo, no podemos entrar en
todos los detalles de este texto. Por eso sólo quiero hacer una
breve mención de los antecedentes tan interesantes de esta histo-
ria, para luego centrarme en Eliseo y su sabiduría espiritual al tra-
tar con personas de tan distintas categorías como se ven en este
capítulo. Su ejemplo es también útil para nosotros y digno de
imitar.
En algún momento esta joven había sido llevada cautiva por los
soldados sirios durante sus incursiones en Israel, y finalmente
• 112 •
había llegado como esclava y botín de guerra a la casa pagana del
general Naamán. Probablemente abrumada por las experiencias
traumáticas, pero, no obstante, sin amargura y bendecida con
una compasión entrañable, tanta que quizá suspirando, tiene un
mensaje de salvación para él: «Si rogase mi señor al profeta que está
en Samaria, él lo sanaría de su lepra». ¡Qué fiel, ejemplar y digna
de crédito tuvo que haber sido esta muchacha en su servicio en la
casa de estos paganos! No fue una predicación, sino unas senci-
llas y pocas palabras dichas con compasión, las que hicieron que
este general se pusiera en marcha después de consultar con su rey.
Con el monedero bien lleno moviliza a sus soldados y emprende
el viaje a Samaria para ver al profeta Eliseo.
• 113 •
Un hombre sin corona – pero de la realeza
• 114 •
de todos sus sueños religiosos: «Ve y lávate siete veces en el Jordán,
y tu carne se te restaurará, y serás limpio».
No hubo una salutación personal, ni un recibimiento digno,
ni una ceremonia embriagadora para los sentidos. Nadie hizo una
reverencia ante el general condecorado y tampoco hubo inter-
cambio de medallas y regalos. Sólo un mensajero enviado con la
orden poco sensible de sumergirse siete veces en el ridículo río
Jordán y lavarse. ¡Esto era demasiado! Lleno de rabia, de inme-
diato dio la orden de volver atrás, añadiendo palabras de despre-
cio sobre «las aguas de Israel». La Biblia nos dice que «se volvió, y
se fue enojado». Esta escena emotiva es una perfecta ilustración de
lo que Pablo escribió a los corintios: «pero nosotros predicamos a
Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los
gentiles locura» (1 Co 1:23).
La persona religiosa está dispuesta a pagar una fortuna para
su salvación, a sufrir torturas corporales y hacer penitencias de
toda clase, pero el mandato sencillo y claro de creer en el Señor
Jesucristo crucificado, eso es un mensaje sumamente indignante
y escandaloso. Pero eso no quita que todo aquel que quiera ser
librado de la lepra de su pecado tenga que inclinarse ante el
crucificado. Aún no ha entrado nadie por «la puerta estrecha»
montado a caballo – como Naamán en esta escena.
Un vuelco inesperado
• 115 •
la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?» Sólo
había una respuesta a esa pregunta.Es asombroso que los siervos
se dirigieran a él llamándole «Padre mío». ¿Qué comandante de
tan alto rango ha sido jamás llamado así por sus subordinados?
Wilhelm Busch anota al respecto: «¡Qué escena más deliciosa! Es
tanto una recomendación para los siervos como para el mismo Naa-
mán ... Qué relación más buena tuvo que haber tenido este general
con sus subordinados para que se atrevieran a llamarle ‹Padre›!»
Esto nos hace pensar en lo que dijo Salomón en Pr 25:15:
«Con larga paciencia se aplaca el príncipe, y la lengua blanda que-
branta los huesos».
Aquí vemos como unas lenguas blandas han quebrantado un
duro hueso, y al final, el general cambia de opinión gracias a la
pregunta y argumentación sabia y amante de sus siervos.
En el «valle de la humillación»
• 116 •
y permite que los demás también lo vean. Ya no se encuentra
condecorado con medallas y signos de honor, sino que tragica-
mente se han hecho visibles para todos las señales de la enferme
dad mortal. Y luego el último «descenso» dentro de las aguas del
Jordán, donde se sumerge siete veces «conforme a la palabra del
varón de Dios». Seguro que le atormentarían mil dudas y obvia-
mente no tendría muchas esperanzas cuando la sexta vez que se
sumerge aún no ve ni se nota ninguna curación. Pero la pala-
bra del hombre de Dios tuvo validez y después de sumergirse la
última vez leemos las sencillas palabras: «y su carne se volvió como
la carne de un niño, y quedó limpio».
No hubo relámpagos ni truenos resonando desde las monta-
ñas. Las aguas del Jordán no cambiaron de color, sino que siguie-
ron fluyendo con normalidad. Pero del agua salió un hombre que
había nacido de nuevo. Naamán había confiado en la palabra del
profeta y la promesa se había cumplido: quedó limpio.
D. L. Moody escribe sobre este pasaje: «Naamán primero per-
dió la paciencia, luego perdió su orgullo y al final se quedó sin su
lepra. Normalmente este es el orden como ocurre el cambio en los
pecadores soberbios y rebeldes.»
• 117 •
vado su decisión de «consagrarse seria y enteramente a Dios, deter
minando incluso no reírse nunca más, excepto si alguien le obligaba
a ello.» Pero poco después Peter Böhler, uno de los hermanos de
Herrnhut, había estudiado con él en el Nuevo Testamento griego
las palabras de Pablo al carcelero de Filipos: «Cree en el Señor Jesu-
cristo y serás salvo». Pero Wesley no podía creer. Su mente estaba
de acuerdo, pero su corazón se negaba a atreverse a creer.
Pero ahora Wesley y Hutton estaban de camino a una reunión
en la calle de Aldersgate, y Wesley lo comentó de esta manera en
su diario:
«Por la tarde fui de mala gana a un grupo a la calle Aldersgate,
donde alguien leyó el prefacio de Lutero a la Epístola a los Romanos.
Aproximadamente a las nueve menos cuarto, cuando habló sobre el
cambio del corazón que Dios obra por la fe en Jesucristo sentí como
mi corazón se calentaba de forma extraña. Sentí como yo confiaba
en Cristo y que había quitado mis pecados, precisamente los míos y
que me había librado de la ley del pecado y de la muerte.»
A la mañana siguiente anotó:
«Inmediatamente después de despertarme, Jesús el Señor estaba en
mi corazón y en mi boca. Y descubrí que toda mi fortaleza estaba en
el hecho de mantener mis ojos puestos en Él.» (John Pollock, John
Wesley)
Conceda Dios que todos los lectores de estas líneas hayan
experimentado en su vida esta fe que salva y que para la seguri-
dad de su salvación se basen únicamente en la palabra de Dios y
su promesa.
• 118 •
Capítulo 13
• 119 •
Agradecimiento – un fruto de la nueva vida
• 120 •
orden humillante y concreta por parte del enviado de Eliseo y eso
hizo que se enfadara.
Ahora vemos un Naamán completamente diferente, per
sonalmente delante de Eliseo. Siendo un general sirio, se reco-
noce a sí mismo delante de Eliseo como «tu siervo». En presen-
cia de su gente había confesado su fe en el Dios de Israel y ahora
su deseo era entregar un presente al varón de Dios en señal de su
gratitud.
Los criados de Naamán ya se habían asombrado no poco sobre
el cambio total de su señor, pero ahora quedaron totalmente con-
fusos ante la reacción de Eliseo: «Vive el Señor, en cuya presencia
estoy, que no lo aceptaré». Aunque Naamán se lo pidió repetidas
veces encarecidamente, el profeta se negó rotundamente a recibir
ni siquiera una muda de vestido o un par de monedas de plata.
No era orgullo lo que le hizo imposible a Eliseo recibir un
regalo. Por la historia de la rica sunamita sabemos que Eliseo
pudo recibir agradecido el regalo de un cuarto de huéspedes gra-
tuito, y también vemos como durante la hambruna recibió panes
del hombre de Baal-salisa.
La razón tampoco parece haber sido que Eliseo viviera holga-
damente teniendo abundancia material, de manera que no nece-
sitara apoyo alguno. Nuestra historia está enmarcada en medio
de dos hambrunas: una en el capítulo 4 y otra en el capítulo 6,
y el hombre de Dios no estaba eximido de todo esto. Wilhelm
Busch en su comentario sobre este pasaje muestra que era un
muy buen conocedor de las personas:
«Existe una forma tan bulliciosa de rechazar donativos, que
en seguida uno se da cuenta que la cosa no va en serio. La mano
izquierda lo rechaza, pero la derecha ya se está abriendo.»
Seguramente conocemos por propia experiencia este com-
portamiento. Cuántas veces nos hemos negado a recibir dones o
ayuda con hipocresía y muy poca decisión y mirándolos deseo-
sos de reojo.
• 121 •
Eliseo estaba completamente libre de tal hipocresía. Su
rechazo tan decidido lo expresó con las mismas palabras de tes-
timonio que vimos también en el capítulo 3:14. Y estas palabras
son las que manifiestan el secreto de su autoridad espiritual: Vive
el Señor, en cuya presencia estoy, que no lo aceptaré.
• 122 •
Creciendo en la gracia
• 123 •
Una conciencia reajustada – ¡«Sola scriptura»!
• 124 •
en una armadura que le era demasiado grande y lo único que iba
a conseguir era hacerle tropezar.
Cuántas faltas se han cometido ya en el pasado pensando sin-
ceramente que con tales preceptos sería posible guardar a los
jóvenes creyentes de pecados y caminos equivocados. Qué razón
tiene Dannenbaum cuando escribe: «Amigos, sólo hay una única
garantía para que un hombre sea guardado y no caiga, y es el trato
personal con Dios.»
Así Eliseo despidió al Naamán inseguro con un deseo de ben-
dición. Le encomendó a la gracia guardadora de Dios, semejan-
temente a lo que hizo Pablo con los creyentes de Filipos: «Por
nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante
de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de
Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones
y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Fil 4:6-7).
¡Qué sabiduría pastoral y qué aliento implica este sencillo con-
sejo del profeta: «Ve en paz»!
Es bien posible que tras el retorno de Naamán las cir
cunstancias políticas en Siria hubiesen cambiado a causa de la
enfermedad y el asesinato de su rey sirio Ben-adad (2 R 8:7-15).
Quizá Dios guió las circunstancias para que Naamán nunca más
tuviera que doblar las rodillas ante Rimón.
«Lo más importante para hoy es ir en paz, sin que haya un pro-
blema entre tu persona y el Dios que te salvó. Deja que el día de
mañana traiga su propio afán. ¡Qué sabiduría divina y qué con-
fortación para el alma reside en esta sencilla respuesta: ‹ve en paz›!»
(Henri Rossier).
• 125 •
Capítulo 14
• 126 •
dad mortal y podía volver ahora a su antiguo entorno pagano
con una nueva vida y con nuevas metas bajo la bendición de
Dios, habiendo sido completamente transformado en todo su
ser. ¡Cuán lleno estaría su corazón recordando los días y horas
pasadas! ¡Cuántos sentimientos e impresiones tan diferentes
había vivido! ¡Qué bueno que no sabía nada de los pensamien
tos y planes funestos que llenaban a Giezi, el criado del varón de
Dios, en esos mismos momentos, cuando se encontraba tan des-
ilusionado y amargado.
• 127 •
como sus compañeros. Pero él era un mero simpatizante aprove-
chado, que durante unos tres años pudo permanecer oculto y del
cual nadie sospechaba qué planes tan horrorosos abrigaba en su
corazón.
Pero en su vida también llegó la hora donde quedó de mani-
fiesto lo que le interesaba verdaderamente: La entrega desinte-
resada de María cuando derramó sobre la cabeza y los pies de
Jesús un perfume «de gran precio» (del valor del sueldo de un año
entero), le provocó e instigó de tal forma que ya no pudo conte-
nerse y exclamó: «¿para qué este desprecio?» (Mt 26:9).
Allí donde hay personas que dan pruebas de su amor y entrega
hacia el Señor ocurre a menudo que los hipócritas tienen que
salir de su escondite, porque tienen que expresar su protesta. «La
entrega a Cristo es el vínculo más fuerte entre los corazones huma-
nos» dijo J. N. Darby una vez. A la inversa podríamos declarar
que «la entrega a Cristo y el amor hipócrita son tan contrarios como
el fuego y el agua...
• 128 •
bien el lenguaje de los creyentes: «Vive el Señor, que...». Estas pala-
bras exactamente fueron las que había usado Eliseo para rechazar
el dinero de Naamán. Y estas mismas palabras piadosas que nor-
malmente hubieran tenido que quitar a Giezi de mentir y enga-
ñar este hipócrita las utilizó para introducir así su plan siniestro.
Menos mal que por lo menos omitió la segunda parte de dicha
frase «...en cuya presencia estoy». ¿Podemos deducir de este hecho
que aún le quedaba un ínfimo resto de mala conciencia?
El lenguaje piadoso puede aprenderlo un papagayo. ¡Cuidado,
no seamos habladores! (Palabras de Hans Dannenbaum). Esto me
hace recordar más de un pecado ruin cometido en mi juventud.
A pesar de haberme criado en un hogar cristiano, conociendo la
Biblia desde muy pequeño – yo era tan empedernido y taimado
¡que comenzaba estos pecados con una oración! Me parece que
habrá muy pocos pecados en nuestras iglesias que no fueran ini-
ciadas con semejante palabrería piadosa.
«...Y tomaré de él alguna cosa». Como nos recuerda esta
forma de pensar y de hablar al hijo mayor en Lucas 15 que veía
como «aguafiestas» la comunión con su padre. A Giezi le pasaba
lo mismo. La comunión con Eliseo no había llenado su corazón,
sino «el engaño de las riquezas» y «las codicias que hay en las otras
cosas» (Mc 4:19) habían envenenado sus deseos.
• 129 •
Giezi hace lo contrario, su avaricia y amor al dinero lo impul-
san hacia adelante.
Por el otro lado vemos al general del ejército que ya no se
preocupa por su propia dignidad y se baja de su carro. Su fe le
impulsa a preocuparse por el bienestar de sus nuevos amigos
israelitas: ¿Va todo bien?
Es interesante la inteligencia e imaginación que demuestra
Giezi para presentar a «ese sirio» una historia creíble y bastante
conciliable con el comportamiento de Eliseo. En su ingenuidad
el general no se percató de esa perfidia. Con otras palabras le dijo
más o menos: «Por supuesto que Eliseo no pide nada para sí mismo
– ¡nunca tal acontezca! Pero, cosas que pasan, mira por donde aca
ban de venir de visita, sin previo aviso, dos hijos de los profetas bas-
tante debilitados por la hambruna y faltos de ropa. Con un talento
de plata y dos mudas de vestido se podría poner fin a toda esa mise-
ria. Anda, dame...»
(Muchos de los lectores estarán también familiarizados con los
muchos mendigeos por carta de ciertas misiones que también lo
hacen en el nombre de Dios y con palabras similares a las de
Giezi).
Se ve que Giezi no tiene escrúpulo alguno, pues no temió
introducir su cuento de hadas enternecedor con las palabras: «Mi
señor me envía a decirte...»
La ingenuidad de la fe
• 130 •
Pero ahora surge un nuevo problema, con el que Giezi
seguramente no había contado – ¡y es que dos talentos de plata
pesaban nada menos que unos 70 kilos! Añadido a eso, dos ves-
tidos nuevos, todo eso era imposible de llevarlo él solo y meterlo
en su cuarto sin ser visto. Y luego otra cosa desagradable: Naa-
mán insistió en que dos de sus criados llevaran estas riquezas
«delante de él» hacia donde estaba Eliseo.
Cuando por fin llegaron cerca de donde Eliseo estaba alojado,
Giezi tuvo que convencer a los mozos a que no siguieran ade-
lante y dejaran la carga en el suelo. Quién sabe cuántas mentiras
más tuvo que imaginar para lograr que los siervos extrañados no
cumplieran del todo el mandato de su señor. Pero no se fueron
hasta que vieron que lo guardó todo bien y que el regalo de Naa-
mán de alguna manera había llegado a su destino.
• 131 •
Giezi no aprovechó esta última oportunidad de volver al
camino recto con su vida fracasada. Intentó quitarse de encima
a su señor usando de otra mentira esquiva. Igual como hacía-
mos nosotros de niños cuando nuestra madre ya sospechaba algo
de nuestras fechorías y descubría el pastel. Entonces nos pregun-
taba: «¿Dónde habéis estado?» Y nosotros contestábamos: «en
ninguna parte» – «¿Qué habéis hecho?» – «¡Nada!».
El corazón de un pastor
• 132 •
Error de cálculo fatal
• 133 •
Capítulo 15
El hacha perdida
• 134 •
ciera la fuerza de la gravedad saliendo del agua, donde el hombre
lo toma pudiendo de nuevo trabajar con la herramienta.
Son historias maravillosas con lecciones espirituales de gran
valor para todos aquellos que siguen al Señor y aman Su Palabra.
• 135 •
Falta de espacio
• 136 •
viviera: «Pues lo hacen, porque se habla de Jesucristo y porque cada
domingo por la mañana después del culto 120 jóvenes colaboradores
se ponen a orar sobre sus rodillas para que Dios dé su bendición.»
Allí donde Cristo está verdaderamente en el centro, siendo
«el único atractivo», allí habrá problemas de espacio, incluso en
estos últimos tiempos donde tanta decadencia hay. Allí donde
hay vida, hay crecimiento. No solo en China, donde desde nues-
tro punto de vista observamos ahora el mayor avivamiento mun-
dial, sino también aquí en nuestras latitudes.
No esperamos un avivamiento global, pero allí donde haya
localmente corazones ardiendo para nuestro Señor, donde se
practique la oración y donde la Palabra de Dios sea la norma y
autoridad, allí se abrirán puertas y corazones y también se llena-
rán las habitaciones.
Por supuesto que hay excepciones. El apóstol Pablo al final de
su vida se encontró bastante solo. Pero ese dicho que «lo pequeño
es hermoso» ¡que no sea como un calmante para nuestra poca fe,
pereza e indiferencia!
El plano de construcción
• 137 •
Del hijo de Salomón – el joven rey Roboam – leemos como
en una situación de crisis dejó a un lado el consejo de los ancia-
nos causando a raíz de ello la separación y división del reino en
el pueblo de Dios. Este ejemplo lamentablemente encuentra hoy
muchos imitadores.
El permiso de construcción
• 138 •
nes dispuestos y talentosos que tenían la intención de servir a
Dios como misioneros.
La historia de la iglesia de Herrnhut del Siglo XVIII, por el
contrario, nos da un ejemplo muy alentador, porque en una sola
generación salieron 300 hermanos (casi todos jóvenes) a todo el
mundo con las oraciones y el cuidado de la iglesia, sembrando
una simiente que ha dado muchísimo fruto.
«Te rogamos que vengas con tus siervos». Casi nos dan ganas de
decir que suena demasiado bien para ser verdad: que jóvenes acti-
vos no quieran trabajar solos, sino unidos con la generación de
los mayores. Y el varón de Dios mayor y lleno de experiencia no
los frenó ni les reprochó su poca experiencia en la edificación
del local. Estaba dispuesto a abandonar tradiciones queridas, y
no sólo estaba dispuesto a dejarles ir, sino también a ir con ellos.
Qué ilustración más hermosa del Salmo 133: «¡Mirad cuán bueno
y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! ... Por-
que allí envía el Señor bendición.»
• 139 •
es que había perdido su capacidad de talar árboles. En este punto
la historia es de gran actualidad para nosotros: es cierto que se
puede descuidar el don y la capacidad para el servicio. Con el
mango hubiera podido seguir haciendo algo de ruido y mostrar
o aparentar cierta actividad, pero había perdido su contunden-
cia y fuerza de combate. La lección se entiende fácilmente: Cada
hermano y cada hermana han recibido de Dios por lo menos un
don del Espíritu comparable con el hacha prestada. Y allí hay al
menos tres grandes peligros:
• 140 •
gelios leemos tantas veces que el Señor iba a lugares desiertos
para estar solo ¡cuánto más necesitaremos nosotros estos momen-
tos, para recibir la fuerza necesaria para nuestro servicio!
Un grito
• 141 •
(1 Co 5:10) de lo que hemos hecho con los talentos que nos
han sido encomendados. «Cada uno según el don que ha recibido,
minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multi-
forme gracia de Dios» (1 P 4:10).
Se lo gritó a Eliseo – y qué bien que el varón de Dios estaba allí
presente y tenía sensibilidad. Probablemente no estaría muy ejer-
citado como para talar árboles – eso dejó que lo hicieran los más
jóvenes. Pero Eliseo estaba dotado y con experiencia en cuanto
a encontrar lo que estaba perdido. Y esta es una tarea especial-
mente importante y urgente de los pastores.
• 142 •
seo. Seguro que fue doloroso para él ir al lugar del accidente.
Pero no se defendió ni buscó excusas. «Le mostró el lugar».
El remedio
Estímulo
• 143 •
Capítulo 16
Tenía el rey de Siria guerra contra Israel, y consultando con sus sier-
vos, dijo: En tal y tal lugar estará mi campamento. Y el varón de
Dios envió a decir al rey de Israel: Mira que no pases por tal lugar,
porque los sirios van allí. Entonces el rey de Israel envió a aquel lugar
que el varón de Dios había dicho; y así lo hizo una y otra vez con el
fin de cuidarse. Y el corazón del rey de Siria se turbó por esto; y lla-
mando a sus siervos, les dijo: ¿No me declararéis vosotros quién de los
nuestros es del rey de Israel? Entonces uno de los siervos dijo: No, rey
señor mío, sino que el profeta Eliseo está en Israel, el cual declara al
rey de Israel las palabras que tú hablas en tu cámara más secreta. Y él
dijo: Id, y mirad dónde está, para que yo envíe a prenderlo. Y le fue
dicho: He aquí que él está en Dotán. (2 R 6:8-13)
• 144 •
en la política de exteriores. Se trata de los reyes de Siria y de Israel
enemistados entre sí. El rey sirio quería realizar una campaña mili-
tar sofisticada contra el pueblo de Israel. Aquí no se trataba pues
de pequeñas incursiones de «cuadrillas» que asaltaban algún pue-
blo o ciudad de Samaria, según lo relata el capítulo anterior, sino
que se trata aquí de una sólida campaña con «caballos, carros y
un grande ejército» (v. 14). Aquí era necesario que el rey de Israel
estuviera prevenido. Es interesante que el relato no menciona el
nombre del rey de esta historia; tampoco el nombre del criado
de Eliseo, ni el del siervo que le contó al rey de Siria acerca de
las capacidades sobrenaturales de Eliseo. Por el contexto podemos
suponer que se trataba de los reyes Ben-adad II. y Joram, el hijo de
Acab, – pero parece como si el Espíritu de Dios quisiera más bien
poner nuestra atención en el Dios de Israel y su profeta Eliseo.
• 145 •
Eso precisamente es también en nuestros tiempos una de las
características de un profeta de Dios: no importa lo apóstata que
sea el pueblo de Dios y sus representantes – cuando amenaza un
peligro, el profeta no debe callar, cuales quiera que sean las con-
secuencias.
El Señor le dijo a Ezequiel:
«A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de
Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte»
(Ez 33:7).
Hoy las amenazas para el pueblo de Dios son la crítica de la
Biblia, la inmoralidad, la indiferencia, el egoísmo y el materia-
lismo. Que Dios nos conceda hombres y mujeres que no callen
ante estos desarrollos, sino que den aviso concreto de estos peli-
gros en amor y claridad sin rodeos. Sería trágico si el veredicto de
Dios sobre los profetas de Israel en los tiempos de Isaías se apli-
cara también a nosotros: «Sus atalayas son ciegos, todos ellos igno-
rantes; todos ellos perros mudos, no pueden ladrar; soñolientos, echa
dos, aman el dormir» (Is 56:10).
Lugares peligrosos
• 146 •
las deficiencias en nuestro carácter y los frentes de ataque que le
ofrecemos.
A menudo tenemos una imagen completamente equivocada
de nosotros mismos, teniendo cuidado de ciertos puntos débiles
generales en nuestra vida, mientras que somos ciegos para nues-
tras debilidades reales y nuestros pecados. A veces reaccionamos
asombrados o incluso indignados cuando alguien tiene el amor y
el valor de llamarnos la atención sobre las debilidades y los peli-
gros en nuestro carácter que durante años han estado originando
sufrimiento en otras personas y han debilitado nuestra credibili-
dad.
Deberíamos estar agradecidos cuando en tal caso existan seme-
jantes «profetas» como Eliseo, que nos muestren donde están los
peligros para nosotros y qué lugares, encuentros, influencias etc.
debemos evitar o con qué preparación debemos enfrentarnos a
ellos.
Hubiese sido mejor que Pedro hubiese evitado acercarse al
patio del sumo sacerdote, porque entonces no hubiese ocurrido
el terrible pecado de la negación del Señor Jesús. Y aquel discí-
pulo (Juan probablemente) que en ese lugar no se enfrentó a nin-
gún problema, no fue ninguna ayuda para Pedro, cuando consi-
guió que Pedro pudiera entrara allí, por hablar con la portera en
favor de él, a pesar de que posiblemente sabía de la debilidad de
Pedro en este punto.
Si Sansón hubiese considerado bien su punto débil, hubiese
evitado acercarse a la ciudad filistea de Gaza y al valle de Sorec
(Jue 16). Pero así cayó en el pecado, perdió su fuerza, su visión y
finalmente su vida.
• 147 •
Un rey furioso y un soldado hablando en plata
• 148 •
¿Un pensamiento aterrador?
• 149 •
ten Hebel, soy bueno. Suena raro, ¡pero es así! Puedo estar orgulloso de
mí mismo. Tengo talentos y puedo gozarme de la vida. No tengo que
sentirme mal constantemente, porque presuntamente soy un pecador y
sólo Dios es bueno. No. ¡Yo también soy bueno! ¡Soy bueno! ¡Soy bueno!
La certidumbre de la omnipresencia y omnisciencia de Dios
normalmente debería ser un gran consuelo y de mucho aliento
para nosotros los creyentes, y también un estímulo para vivir san-
tamente. David quien estaba meditando y maravillándose sobre
estos atributos de Dios en el Salmo antes citado, llegó a confesar:
«¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande
es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena;
despierto, y aún estoy contigo» (Sal 139:17-18).
Para Jacob, por el contrario, en su huida por el temor a la ven-
ganza de su hermano Esaú, a quien había engañado, la experien-
cia de la presencia de Dios fue un acontecimiento que le infun-
dió gran temor, a pesar de todas las promesas que Dios le había
dado en un sueño. Cuando en aquella noche notable se despertó
y exclamó: «Ciertamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.
Y tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que
casa de Dios, y puerta del cielo» (Gn 28:16-17).
Watchman Nee dice muy bien en su comentario sobre la vida
de José: «La casa de Dios es efectivamente temible para aquellos que
no han sido transformados por el Espíritu de Dios» (W. Nee: «El
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob»).
Si nosotros estamos siguiendo al Señor con pecados sin lim-
piar en nuestro equipaje, el conocimiento de la omnisciencia de
Dios no será una alegría para nosotros, sino que será motivo de
agobio.
La reacción de Ben-adad sobre las capacidades del profeta Eli-
seo no le llevó a reconocer su culpa, sino que originó que man-
dara a su «grande ejército» (v. 14) para buscar y eliminar a ese
amonestador y destructor de sus planes. La clara intervención de
Dios no le llevó al arrepentimiento.
• 150 •
Capítulo 17
• 151 •
En primer lugar, vemos aquí al criado de Eliseo del cual no
conocemos el nombre. A pesar de su celo espiritual está ciego en
cuanto a las realidades invisibles y por eso se llena de temor.
En segundo lugar la Biblia nos habla aquí del «gran ejér
cito» sirio. Por la oración de Eliseo Dios hiere a este ejército con
ceguera para que no vea las realidades visibles. Pocas horas más
tarde – otra vez en respuesta a la oración de Eliseo – los ojos de
estos soldados son abiertos de nuevo y entonces ven la situación
amenazadora en la que se encuentran.
Luego tenemos en este pasaje al profeta Eliseo y vemos cómo
reacciona con profunda paz y tranquilamente oran do, aun
hallándose en circunstancias tan peligrosas. Reacciona así, por-
que tiene ojos abiertos para las verdades espirituales.
Por último vemos aquí al rey de Israel que a pesar de haberle
fascinado a corto plazo todos los milagros a su alrededor, sin
embargo, no ha experimentado un cambio espiritual. Tenemos
un himno donde el poeta pide algo en oración que todos noso-
tros necesitamos verdaderamente:
• 152 •
rosamente escondido allí. ¡Qué despliege y atuendo para captu-
rar a un hombre indefenso! Todo lector de la Biblia al leer esta
escena pensará en otra noche cuando nuestro Señor Jesucristo
también fue buscado por una gran multitud con espadas y palos
(Mt 26:47), linternas y antorchas (Jn 18:3). Como si se tratara
de un criminal de peligro público, que huía de la luz del día y se
escondía por temor.
Un siervo temeroso
• 153 •
plo del siervo de Eliseo. El comentarista Henry Rossier escribe lo
siguiente sobre este suceso:
«Todo en el mundo es apto para infundir temor a unos pobres
y débiles seres pecaminosos como los somos nosotros. Tenemos lucha
con circunstancias difíciles, con el mundo, sus seducciones o su ene-
mistad, con el odio de Satanás, con nosotros mismos y nuestra natu-
raleza pecaminosa... ¿Quién nos dará respuesta a tantas preguntas
inquietantes? ¿Quién podrá calmar el temor y la agitación de nues-
tros corazones? Dios solamente, porque Él tiene una respuesta para
todo.»
• 154 •
«Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores
y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron.
Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aun-
que contra mí se levante guerra, yo estaré confiado» (Salmo 27:2-3).
«El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen, y los
defiende» (Sal 34: 7). Muchos sucesos de la Biblia nos cuentan
de cómo algunos fueron guardados, liberados y animados por
medio de ángeles, los mensajeros de Dios. También sabemos de
misioneros que vivieron cosas asombrosas. Y seguro que noso-
tros mismos como discípulos de nuestro Señor habremos vivido
experiencias parecidas o incluso hospedado «ángeles» sin saberlo
(Heb 13:1-2).
• 155 •
tros en nuestro viaje a través de un mundo enemigo Aquel que dijo:
‹No te dejaré ni te desampararé›. Y que somos objeto del cuidado
misericordioso de aquellos ejércitos de ángeles que son enviados ‹para
el servicio a favor de los que serán herederos de la salvación› (Heb
1:14).» (Cita de Hamilton Smith).
• 156 •
buscaban y a los soldados enemigos mucho más potentes que
ellos. Todo porque Eliseo había vuelto a orar a Dios, pidiendo
que les abriera los ojos de nuevo.
• 157 •
des, a pesar de que obedeció al mandato de Eliseo – probable-
mente con antipatía en su interior. Su corazón permaneció insen-
sible, y no hicieron mella en él los milagros vividos de la gracia de
Dios. Los vio, sí, pero no comprendió nada en absoluto.
Del reformador inglés William Tyndale, se nos cuenta que en
la misma hoguera pronunció una última oración antes de morir:
«¡Señor, abre los ojos al rey de Inglaterra!» No pidió venganza, ni
un juicio para sus asesinos, sino ojos abiertos para la gracia de
Dios.
Fue una oración que nosotros hoy deberíamos orar más a
menudo ante los desvaríos políticos y morales de nuestras autori-
dades en los últimos tiempos.
Así termina esta historia dramática con la retirada de los sol-
dados sirios, que esperamos que volvieron a su patria con una
profunda impresión permanente de la gracia, misericordia y ver-
dad del Dios de Israel y de su profeta Eliseo, y nunca más partici-
paron en incursiones semejantes.
• 158 •
Capítulo 18
• 159 •
sobre este fondo de pecado horroroso y tenebroso brilla tanto
más la gracia inconcebible de Dios.
A primera vista, muchos detalles de este pasaje parecen enig-
máticos o incluso contradictorios. Pero leyendo el texto con
sosiego vemos pequeños detalles que aclaran las conexiones sin
gran esfuerzo imaginativo.
El capítulo anterior terminó con la afirmación de que las ban-
das armadas sirias no volvieron a asaltar el país de Israel, después
de haber sido humillados y avergonzados, y ahora se nos informa
aquí que Ben-adad, el rey de Siria ha reunido a todo su ejército
para sitiar la ciudad de Samaria.
No se trata aquí, pues, de una de las muchas incursiones de
pequeñas bandas armadas, – como en el pasado – sino de una
campaña militar siria cuidadosamente preparada, para matar de
hambre a Samaria, la capital de Israel con la sede del gobierno y
reinado de Joram, mediante un sitio de muchos meses de dura-
ción. Este cambio de táctica debía conseguir por fin el final defi-
nitivo del pueblo de Dios. El hambre y no la espada debían aca-
bar con ellos y al mismo tiempo, poner de manifiesto para todos
el estado interior de Israel, digno de ser juzgado. Se ha de mos
trar el estado moral del pueblo de Dios y de su rey Joram, quien
ya repetidas veces había vivido pruebas de la gracia y del poder de
Dios. Pero su corazón inestable no se dejó cambiar por la benig-
nidad de Dios.
Por encima de toda la astucia de los enemigos de Israel y por
encima de toda la corrupción moral dentro de la ciudad sitiada,
vemos con toda claridad la mano de Dios tratando de ganar el
corazón de su pueblo mediante el juicio y la gracia.
• 160 •
Cabezas de asnos y estiércol de palomas
• 161 •
En la historia de la iglesia también hubo tiempos en los que
reinaban circunstancias parecidas en las que ofrecían en las igle-
sias piedras en lugar de pan y donde desde el púlpito trillaban
paja. Quizás vengan ahora otra vez tiempos parecidos. No esta-
mos muy lejos de aquellas condiciones si consideramos lo que
algunas autoridades eclesiales ofrecen como «alimento espiritual»
oralmente o por escrito en congresos y otros eventos, y a menudo
a precios muy elevados – y muchos lo reciben y aceptan.
De mal en peor...
• 162 •
man creyentes «conservadores y fieles a la Biblia». La consecuen-
cia son iglesias en extinción y «tierra quemada» en muchos lugres
de nuestro país, y al mismo tiempo el juicio divino a causa de
esta planificación de la vida egoísta e impía.
• 163 •
Paz en la tormenta
• 164 •
«Mis enemigos casi en ningún momento dejaban de lado sus
intenciones malévolas contra mí, aunque hubo veces que por algún
tiempo se tranquilizaban.
... Un guerrero salvaje me persiguió durante horas con su mos-
quete cargado. Aunque muchas veces apuntó contra mí, Dios impi-
dió que disparara. Le dije palabras amables y continué con mi tra-
bajo como si no estuviese presente, porque yo estaba plenamente con-
vencido que Dios me había llevado a ese lugar y que me protegería
hasta que hubiese concluido el trabajo que había designado para mí.
Mientras que orando continuamente puse mi mirada en el Señor
Jesús, dejé todo en Sus manos, sintiéndome inmortal, hasta que mi
obra estuviese concluida. Tribulaciones y liberaciones «por un pelo»
fortalecieron mi fe y mi impresión es que me fortalecían para las
aflicciones subsiguientes que se presentaban continuamente.»
Dios permita que el ejemplo de Eliseo y de Juan Paton nos
animen allí donde Dios nos haya colocado, para confiar en Él y
en sus promesas y vivir experiencias parecidas en la fe.
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Gracia sobreabundante
• 166 •
Capítulo 19
• 167 •
ciaron dentro, en el palacio del rey. ... Y ellos fueron, y los siguieron
hasta el Jordán; y he aquí que todo el camino estaba lleno de vesti-
dos y enseres que los sirios habían arrojado por la premura. Y volvie-
ron los mensajeros y lo hicieron saber al rey. Entonces el pueblo salió,
y saqueó el campamento de los sirios. Y fue vendido un seah de flor
de harina por un siclo, y dos seahs de cebada por un siclo, conforme
a la palabra del Señor. Y el rey puso a la puerta a aquel príncipe
sobre cuyo brazo él se apoyaba; y lo atropelló el pueblo a la entrada,
y murió, conforme a lo que había dicho el varón de Dios, cuando el
rey descendió a él» (2 R 7:3-17 abreviado).
• 168 •
¡Guardémonos de hacer comentarios burlones sobre promesas
en la Palabra de Dios que nos parezcan muy improbables! El
apóstol Pedro nos avisa muy encarecidamente: «... sabiendo pri-
mero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando
según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la pro-
mesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres
durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de
la creación.» (2 P 3:3-4).
• 169 •
Cuando por fin llegaron al campamento de los sirios con el
último resto de voluntad y ganas de sobrevivir, seguro que pensa-
ron que estaban soñando. No había persona alguna allí. No había
centinelas que ya de lejos hubiesen apercibido y dado aviso de su
llegada. Ante sus ojos se extiende un campamento de tiendas aso-
lado, pero completamente despoblado. Los caballos y asnos están
reposando y pastando como si nada hubiese ocurrido, pero las
entradas a las tiendas se ven extrañamente arrancadas y abiertas. Al
entrar cuidadosamente en las tiendas, finalmente comprenden que
allí había ocurrido lo inconcebible: Por algún motivo desconocido,
los sirios habían abandonado su campamento precipitadamente.
• 170 •
«Nadie estuvo con el Señor cuando destruyó el poder del enemigo.
Samaria estaba en una situación desesperada y nada podía hacer.
El Señor lo hace todo, y la ciudad recibe la bendición por su gra-
cia sin medida. Nadie estaba con el Señor de gloria cuando fue a
la cruz. Solo presintió los horrores del Gólgota, solo se enfrentó al
enemigo; solo sufrió en la cruz; solo padeció el abandono; solo llevó
el juicio. Pero los pecadores cargados con su culpa, que creen en Él
ahora reparten despojos con Él. Esto es lo que vemos en la escena,
porque los leprosos comieron y bebieron, hallaron plata y oro y vesti-
dos» (Hamilton Smith).
• 171 •
ron entre sí y se dijeron el uno al otro: «¡No hacemos bien!» De
pronto sintieron su responsabilidad hacia los demás. «Ser salvo
hace que trates de salvar a otros también». Conocían el «día de bue
na nueva» y sabían que callar significaría hacerse culpable. Así
que se animaron mutuamente diciendo: «Vamos pues, ahora,
entremos y demos la nueva en casa del rey».
Revuelo a medianoche
• 172 •
los sirios. Éstos regresaron y confirmaron el testimonio de los
leprosos. Y entonces el pueblo entero se precipita a salir por la
puerta de la ciudad y saquear el campamento de los sirios, por
lo cual los precios de los alimentos se rebajaron enormemente
en pocas horas.
• 173 •
– Cuando un israelita viere pecar a su prójimo y no le amones-
tare, o no denunciare su culpa, entonces él mismo se haría cul-
pable ante Dios con este comportamiento (Lv 19:17; Lv 5:1).
Aquí vemos la responsabilidad que tenemos los unos para con
los otros como miembros de la iglesia.
– Cuando en tiempos de hambre alguien atesore trigo para sí,
sin tener misericordia de los hambrientos, entonces le vendrá
maldición (Pr 11:26).
¿Callamos?
• 174 •
peligroso fue cuando comenzaron a esconder para sí del botín. Y
fue bueno que mutuamente se concienciaron acerca de su obli-
gación frente a la población de Samaria que estaba muriendo de
hambre. Tenían la obligación de aportar.
La analogía para nosotros es bien clara:
Necesitamos el alimento espiritual para poder servir a Dios
y a los hombres, y es bueno y absolutamente vital que cada día
nos alimentemos y saciemos con la Palabra de Dios para este fin.
También sería trágico si no nos distinguiéramos de nuestros pró-
jimos por nuestra forma de vida, nuestras metas y nuestro porte.
De esto habla el «mejor vestido» que recibió el hijo menor des-
pués de su regreso al padre, y también los «vestidos» de Col 3:12-
14, que reflejan los rasgos característicos por los que debemos ser
reconocidos como hijos de Dios. También por «la plata» de la sal-
vación y el «oro» de la justicia y pureza divina deberíamos ale-
grarnos diariamente.
Pero todas estas bendiciones divinas se nos convierten en
fatales cuando las guardamos para nosotros solamente. Cuando
empezamos a ocultarlas y no tenemos en cuenta que la mayor
parte de la población mundial no conoce la Palabra de Dios, ni
ha escuchado el evangelio – la Palabra de la cruz – ni sabe nada
de las bendiciones espirituales de Dios.
• 175 •
Para esta parte más importante de la colaboración en la
misión mundial nadie es demasiado viejo o joven, o sin talento o
enfermo etc.
Y aquel que empiece a pedir al Señor de la mies para que envíe
obreros a su mies recibirá un interés cada vez mayor en la evan-
gelización y la misión. Éste apoyará este propósito divino aun
cuando en la patria esté colocado en otro lugar de la gran obra
del Señor.
• 176 •
Capítulo 20
• 177 •
comentaristas que este episodio ocurriera antes del capítulo 5, o
sea, antes de que este quedara leproso.
Puede ser, pero para la importancia espiritual de esta historia
no son tan esenciales estas consideraciones. Una cosa está clara:
que no se trató de una hambruna local, como por ejemplo la que
vivió Samaria durante el sitio de la ciudad (cap. 6:24 – 7:20),
sino de una sequía que afectó a todo el país de Israel. Explíci-
tamente se nos dice que el Señor mismo había hecho venir esta
hambruna. Antes de ocurrir la catástrofe, Eliseo ya estaba infor-
mado. En Amós 3:7 leemos: «Porque no hará nada el Señor, sin
que revele su secreto a sus siervos los profetas.»
Qué familiaridad vemos aquí entre el profeta Eliseo y Dios, y
con qué seguridad y firmeza fue Eliseo a donde la sunamita aco-
modada, de cuya hospitalidad había gozado y que ahora, al pare-
cer, ya era viuda.
En aquellos días la sunamita había puesto a su disposición un
cuarto con una cama, una mesa, una silla y una lámpara. Ahora
Dios se preocupó de que ella y su casa fueran puestas a salvo ante
la fuerte hambruna que iba a venir.
«Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo
de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a
los santos y sirviéndoles aún» (Hebreos 6:10).
Hay un himno alemán de Johann Jakob Rambach que des-
cribe muy bien esta propiedad de Dios:
• 178 •
Mientras que la sunamita experimentó todo el torrente de ben-
dición y cuidado de Dios, no leemos en este capítulo que Eliseo
saliera del país. Evidentemente Dios tenía para él otro plan y otra
tarea. Él se quedó en el país – al igual que en el capítulo 4 – a
pesar de esa gran tribulación. No hizo como Abraham, que trató
de esquivar la hambruna yéndose a Egipto (comp. Gn 12:10).
Aquí vemos como Dios guía de forma individual a cada uno y
que es sumamente importante no actuar según los propios pen-
samientos e ideas, ni tomar como pauta el comportamiento de
otros para las decisiones personales.
• 179 •
deció a la orden de Dios sin observar los pronósticos y se fue para
«vivir» en la tierra de los filisteos durante siete años.
Al leer esta historia nos da la impresión que pasó estos siete
años «de puntillas» para no quedarse ni un día de más en la tierra
enemiga. No se arraigó allí, sino que anhelaba volver a su patria y
en todo momento estuvo preparada para salir de inmediato.
Nuestro testimonio cristiano crecería enormemente y tendría
mucha más fuerza si nuestras casas, nuestras viviendas y nuestro
estilo de vida mostraran claramente y a primera vista que estamos
aquí solamente de paso y que confesamos no estar en casa en este
mundo.
Relaciones extrañas...
• 180 •
Lo que ella no podía saber es que precisamente entró en la sala
de la audiencia del rey en el momento en que éste estaba con-
versando con Giezi justamente sobre las «maravillas» que había
hecho Eliseo. Fue claramente la dirección de Dios que Giezi
estaba contando la historia sobre la resurrección de su hijo, en
el mismo momento en que entró la viuda. Seguramente habría
dado muchas vueltas a su cabeza acerca de cómo presentar al rey
su petición de forma convincente y cómo debía portarse su hijo
adecuadamente durante ese notable encuentro. Seguramente no
se había movido mucho en esos círculos, ni tenía destreza diplo
mática para las negociaciones. Pero todas estas posibles preocu-
paciones se desvanecieron al momento, cuando a su entrada a la
sala del rey no tuvo que buscar las palabras adecuadas.
Me imagino como Giezi totalmente entusiasmado se llevaría
las manos a la cabeza al ver entrar a la sunamita con su hijo, bal-
buceando atónito: «Rey señor mío, esta es la mujer, y este es su hijo,
al cual Eliseo hizo vivir».
«¿Recuerdas....?»
• 181 •
habían experimentado que Dios los había tocado en sus concien-
cias. Pero en algún momento de sus vidas habían encauzado sus
vidas en otra dirección: sin Dios y lejos de toda clase de piedad...
Pero, a pesar de todo, no podían librarse del varón de Dios. A
petición del rey, el tema de su conversación fue: «Te ruego que me
cuentes todas las maravillas que ha hecho Eliseo.»
Hace unos cuantos domingos, mi esposa y yo salíamos de la
iglesia y estábamos andando para ir a nuestra casa que se encuen-
tra cerca del lugar de reunión, donde también se hacen campa-
mentos para niños y jóvenes. De pronto paró cerca de nosotros
un coche con matrícula extranjera y salió un hombre de mediana
edad que me preguntó: «¿Te acuerdas de mí?»
Me era familiar su dialecto y su fisionomía, pero no sabía de
donde le conocía. Entonces me contó que hacía 30 o 40 años
había participado de niño en muchos de nuestros campamentos.
Entonces caí y me acordé de todo...
No, no había venido al culto, pero quiso ver de nuevo este
lugar donde en su juventud había vivido tantas cosas. Y cuando
le pregunté si aún tenía una relación con Jesucristo, lo negó y
dijo: «Quita, quita, pero lo que oí y viví entonces, no se puede olvi-
dar jamás». Y entonces se volvió a meter en el coche y se fue bas-
tante pensativo.
Cuántas veces hemos tenido encuentros y conversaciones
parecidas en los últimos meses. Los recuerdos de tiempos cuando
aún se era un seguidor de Jesús, habiendo vivido muchas cosas
con el Señor. Pero en algún momento vino la ruptura en la vida.
La carrera o una amistad que tiró en otra dirección. A veces tan
lentamente que casi ocurrió sin darse uno cuenta, pero otras
veces también espontáneamente y de forma abrupta.
Pero, frecuentemente hay encuentros con el pasado, como
aquí en la escena con Giezi y la sunamita. Pero lamentablemente,
parece ser que este encuentro no produjo ningún cambio en la
• 182 •
vida de Giezi. Sólo fueron recuerdos de los buenos tiempos pasa-
dos. Es la última escena que se nos narra de su vida.
Restitución completa
• 183 •
Capítulo 21
El último viaje...
• 184 •
Damasco. Allí debía efectuar el mandato que Dios dio a Elías (1
R 19:15-16) de ungir primero a Hazael como rey de Siria y luego
a Jehú como rey de Israel.
Elías no pudo cumplir este mandato antes de sus ascensión
al cielo. Pero había dejado a Eliseo su manto de profeta y con
él también el mandato que aún sin cumplir, para que Eliseo lo
ejecutara muchos años más tarde. Probablemente habían pasado
décadas desde entonces, pero Eliseo no había olvidado ni repri-
mido este mandato tan explosivo y peligroso.
Es el último viaje que nos narra la Biblia de la vida de Eliseo.
Y ese viaje le lleva precisamente a Damasco, el centro y la sede
del gobierno de los sirios – en aquel entonces bajo el imperio
de Ben-adad, enemigo probado del pueblo de Israel, a quien ya
conocimos en los capítulos anteriores.
• 185 •
viaje para encontrarse durante el calor del día con una mujer des-
preciada y sola, con un pasado bastante negativo, y nuestro Señor
hace ese largo viaje para cambiar la vida de esta mujer. Estos
encuentros tan llenos de contrastes los podemos observar en los
evangelios hasta las últimas horas de su vida. Por una parte está
frente a un político corrupto como lo fue Pilato, dando testimo-
nio de la verdad. Pocas horas más tarde – durante las horas más
vergonzosas de Su vida – su atención es para un revolucionario
y asesino crucificado a su lado; y a éste se lo llevará consigo al
paraíso. También estuvo allí su madre María.
Esta actitud y forma de vida debería reflejarse en todo discí-
pulo de Jesús: humildad, bajeza y un corazón abierto para con los
pobres, los necesitados, los solitarios y los despreciados de este
mundo, y también de entre el pueblo de Dios.
• 186 •
Cuando Ben-adad aún no había enfermado, mandó un fuerte
ejército para buscar y capturar a Eliseo (cap. 6:8-14). Ahora, en
el lecho de muerte, busca su presencia y ayuda y se denomina
a sí mismo: «Tu hijo, Ben-adad» (v.9). Frente a la muerte se da
cuenta de su impotencia. La enfermedad le ha hecho humilde y
por eso busca ayuda en aquel que en el pasado había perseguido
como enemigo y cuyo nombre significa «Dios es salvación».
Es bastante espeluznante ver como comienza el segundo libro
de los Reyes, pues comienza con el rey de Israel Ocozías quien
estando en el lecho de la muerte envía sus mensajeros a Baal-
zebub, («dios de las moscas») – o sea, un ídolo de los filisteos –
para que le diga si sanará de su enfermedad o no.
En nuestro capítulo, el rey de siria, un pagano, no va con esta
misma angustia a sus propios adivinos, sino al «varón de Dios»
de Israel.
Esto ocurre también de tarde en tarde en nuestros días, cuando
algunos que durante toda su vida fueron blasfemos, aborreciendo
la Biblia, en las últimas horas de su vida, sienten donde verda-
deramente pueden encontrar la verdad. Entonces de repente,
viendo llegar la muerte, piden una Biblia o llaman a una persona
conocida como buen creyente fidedigno, buscando ayuda y sal-
vación en Aquel, cuya existencia habían negado.
Insobornable...
• 187 •
de Dios, o había olvidado quizá que su general Naamán había
intentado en vano hacer que aceptara buena cantidad de oro,
plata y mudas de ropas?
Las riquezas ofrecidas a Eliseo, ¿fueron realmente una tenta-
ción para Eliseo, ahora que había envejecido y pasado 7 años de
hambre en la tierra?
¿Se debilitaría y cedería en la vejez ante el deseo comprensible
de tener una jubilación segura con algo de prosperidad en el
ocaso de su vida? ¿Se podría mantener firme ante elogios y hala-
gos, habiéndose llamado el rey humildemente «tu hijo»?
No, Eliseo sabía que Hazael era el asesino futuro de su rey Ben-
adad, y que más tarde como nuevo rey de Siria haría atrocida-
des y actuaría con brutalidad contra Israel. Así que le miró fija-
mente hasta que este sintió vergüenza y Eliseo empezó a llorar
explicando después su conmoción: «Porque sé el mal que harás a
los hijos de Israel; a sus fortalezas pegarás fuego, a sus jóvenes mata-
rás a espada, y estrellarás a sus niños, y abrirás el vientre a sus muje-
res que estén encintas».
Hamilton Smith comenta así esta escena tan emotiva:
«La respuesta de Eliseo muestra claramente que sus lágrimas no
surgieron por la enfermedad del rey, ni por la maldad de Hazael,
sino por los sufrimientos que el pueblo de Dios tendría que soportar
por mano de Hazael.
Eliseo concluye su ministerio público con lágrimas por un pueblo
que permaneció indiferente ante todos sus milagros de gracia. Así es
un ejemplo de un Señor mucho mayor que él, quien en los últimos
días de su ministerio de gracia lloró por la ciudad que había des-
echado su gracia y despreciado su amor.»
• 188 •
¿De qué le hubiese servido a Eliseo esa carga innecesaria de
regalos, sabiendo que pronto todo sería destruido por el fuego y
que innumerables jóvenes, niños y embarazadas serían asesinados
cruelmente?
Tal actitud ante las cosas pasajeras y la abundancia en nuestra
vida, debería distinguirnos también a nosotros, para que poda-
mos concluir los últimos circuitos de nuestra vida con la mirada
puesta en nuestro Señor y la eternidad, para honra de Dios.
El fin de Ben-adad
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Capítulo 22
• 190 •
su servicio, pero que él mismo ya no lo llevó a cabo, sino que
autorizó para ello a un hijo de los profetas. Pues no leemos que
Eliseo hiciera después más visitas u otras apariciones para mos-
trar al pueblo de Israel la gracia de Dios por medio de milagros
semejantes a los que vimos ya en los últimos capítulos.
Este último mandato consistió en que Eliseo llamó a uno de
sus discípulos, le dio su redoma de aceite y el mandato de ungir
secretamente por rey sobre Israel a Jehú, lo cual era un acto peli-
groso. Durante este ungimiento debía transmitirle la orden de
ejecutar el juicio sobre la casa de Acab y sobre su mujer Jezabel,
cuando llegara a ser rey sobre Israel. Después de su toma del
poder lo puso por obra sin piedad y cruelmente.
No sabemos por qué Eliseo no fue él mismo para ungir a Jehú
por rey. Quizá hubiese sido difícil o imposible este ungimiento,
si hubiese aparecido allí públicamente; de ahí que enviara a un
hijo desconocido de los profetas, para llevarlo a cabo.
Los corazones de los israelitas no fueron cambiados por los
milagros asombrosos de Eliseo, ni tampoco ejerció una influencia
duradera sobre sus conciencias. Así, lo único que quedaba para
ellos era el juicio, y parece como si Eliseo desde ese último man-
dato se hubiese retirado a una vida tranquila y apartada hasta su
muerte.
• 191 •
a partir de 2 Reyes 2 se nos narra un ministerio acompañado
de milagros, la Palabra de Dios guarda silencio sobre las últimas
décadas de este hombre de Dios. ¿Se había retirado del servicio
activo para llevar una vida de oración e intercesión aislada y tran-
quila?
¿O bien se puso él mismo en un segundo plano, sintiendo que
su tarea era ser padre espiritual y consejero de los hijos de los pro-
fetas, para enseñarles con su experiencia y sabiduría? La Biblia no
nos lo dice. Pero podemos deducir de esta última historia suya
que Eliseo no había desaparecido en el olvido de la gente, porque
la noticia de su enfermedad causó que se estremeciera incluso la
corte del rey. El rey mismo no se conformó con enviar flores o
un saludo al profeta moribundo, sino que fue personalmente – y
al parecer – no acompañado para visitarle en el lecho de muerte.
• 192 •
un segundo plano y animar a hermanos más jóvenes a servir al
Señor, instruirlos y orar por ellos.
En Alemania ahora se habla mucho de la escasez de personal
calificado. Es frecuente ver como algunas firmas tratan de volver
a incorporar al personal que ya estaba jubilado, porque su expe-
riencia y su consejo son de un valor enorme. El futuro y el éxito
de una firma dependen de que los conocimientos específicos sean
transmitidos de la generación mayor a la más joven.
En las iglesias, lamentablemente, la situación se presenta dife-
rente:
– Los hermanos ancianos a veces no están dispuestos ni com-
prenden que deben retirarse a tiempo y delegar ciertos servi-
cios a hermanos más jóvenes. Se aferran a sus posiciones y no
se dan cuenta que con ello impiden el desarrollo de los herma-
nos más jóvenes, apagando así al Espíritu de Dios.
– Cuando por enfermedad o discapacidad no pueden seguir
con su ministerio, o cuando Dios los retira por la muerte, a
menudo dejan un hueco o un vacío difícil de llenar.
• 193 •
afirman de palabra y por escrito los carismáticos. Ni siquiera
se nos dice que muriera «en buena vejez y lleno de días» (como
David) en 1 Cr 29:28. No, su tiempo de morir había llegado y
evidentemente no se afe rró desesperadamente a su vida. No
fue llevado al cielo sin morir como Enoc. Tampoco fue llevado
espectacularmente en un carro de fuego y en un torbellino como
su padre espiritual Elías. Dios había determinado que muriera
de su enfermedad. Abnegado y sencillo como había vivido, así le
vemos también en el lecho de la muerte.
• 194 •
de Eliseo para el pueblo de Dios? ¿Qué le impulsó a exclamar
con lágrimas: «¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de
a caballo!»?
¿Conocía a Eliseo como un hombre que también había orado
por él y de cuyo consejo paternal no había hecho caso? ¿Fue Eli-
seo quizás el único en su entorno que se había preocupado since-
ramente por su alma y que le había amado a pesar de su impie-
dad?
No lo sabemos. Pero por esta exclamación conmovedora del
rey podemos deducir que en su vida había habido escenas y
encuentros importantes con el varón de Dios que habían dejado
su huella en su memoria y en su conciencia, lo cual nadie había
sospechado.
Un caso de conciencia
• 195 •
Sirviendo por última vez
• 196 •
fuerza y su dirección. Nuestra responsabilidad y la soberanía de
Dios en su obrar no están en oposición, sino que va de la mano,
por así decirlo.
Spurgeon explicó así este importante principio con su lenguaje
tan gráfico: «No debemos dejar las saetas en su lugar y decir: Dios
hará su obra (...) eso sería pereza (...). Por otro lado, también es un
error peligroso creer que podemos tomar las saetas y dispararlas sin
Dios (...). Si he de comparar dos diablos el uno con el otro, no sé cuál
es el peor de los dos espíritus malignos: El espíritu que perezoso dice:
‹déjalo en las manos de Dios›, o el otro que pone manos a la obra de
Dios sin confiar en Dios. O Señor de los ejércitos, no con ejército ni
con fuerza, sino con tu Espíritu. No obstante, el amor de Cristo nos
constriñe a usar nuestras fuerzas y a agotarlas en su servicio.»
• 197 •
Eliseo reaccionó decepcionado y airado ante el rey titubeante.
Su poca fe hizo que no tuviera una victoria total.
Honramos a Dios, si confiamos en Él y si le tomamos por la
palabra dando pasos de fe confiados en sus promesas.
«Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mos-
trar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él»
(2 Cr 16:9).
Cuando Jorge Müller, el conocido padre de huérfanos,
comenzó su obra en Bristol, su deseo era mostrar que se puede
confiar y reposar plenamente en las promesas de Dios, tam-
bién en lo que se refiere a los asuntos materiales de la vida. Jorge
Müller quiso demostrarlo mediante pruebas visibles para todos.
El 25 de Noviembre de 1835 escribió lo siguiente en su diario:
«Si yo – siendo un hombre pobre – con la única ayuda de la ora-
ción y la fe, sin pedir nunca nada a nadie, recibo los medios para
fundar y sustentar un orfanato, entonces este hecho fortalecería la fe
de los hijos de Dios. También para los incrédulos sería un testimonio
de la realidad de las cosas divinas (...). Por supuesto, que también
quiero ser usado por Dios para ayudar a los niños pobres y educarles
en los caminos de Dios. Pero la razón principal para esta obra es que
Dios sea glorificado proveyendo Él todo lo necesario para los huérfa-
nos que me son confiados, únicamente mediante la oración y la fe.
Entonces todos verán que Dios es fiel y escucha las oraciones.»
Unos 62 años más tarde, en el año 1897, Jorge Müller testi-
ficó:
«Nunca me desamparó. Durante casi 70 años Dios proveyó para
todo lo relacionado con esta obra. Los huérfanos – desde el primero
que acogimos hasta ahora fueron 9.500 – nunca se sentaron a la
mesa con un plato vacío delante de ellos. (...) Durante todos estos
años fui capaz de confiar en Dios, en el Dios vivo, y en Él solamente.
(...) Espera grandes cosas de Dios, y recibirás grandes cosas. No
hay límite para lo que Él puede hacer. ¡Alabado sea su santo nom-
bre!».
• 198 •
Los misioneros pioneros Hudson Taylor, C. T. Studd y
muchos otros hombres y mujeres fueron alentados por el testi-
monio de Jorge Muller y ellos también esperaron grandes cosas
de Dios, como él. Fueron alentados a hacer grandes cosas por Él
y no fueron decepcionados.
Al final de su vida, Hudson Taylor escribió:
«Tengamos muy presente a Dios para andar en sus caminos y aspi-
rar a agradarle y glorificarle en todo, en lo grande y en lo pequeño.
Tened por cierto que la obra de Dios, hecha a la manera de Dios
nunca carecerá del cuidado de Dios.»
Muerte y entierro
• 199 •
muerte, cuando os llegue, sea un final deseable de un libro del cual
hayamos escrito la última línea. Hemos terminado nuestra carrera y
hemos hecho nuestro trabajo y nuestra partida al hogar eterno será
entonces el final adecuado de nuestra vida.»
Vida de la muerte
• 200 •
rado?› Yo merezco toda la ira de Dios. Eso lo reconozco al pie de la
cruz de Cristo. (...) ¡Qué bien señala todo esto hacia Jesús! El mundo
y el infierno triunfaron cuando inclinó la cabeza y murió. Pero ya
vemos a un hombre que halla la vida por medio de su muerte: el cen-
turión romano confiesa en alta voz su fe en Jesús, el Hijo de Dios.»
Quizás podemos ir más allá aún y recordar que después de la
muerte de nuestro Señor «la tierra tembló, y las rocas se partieron;
y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían
dormido, se levantaron...» (Mt 27:51-52). De esta forma Eliseo
después de su muerte por última vez señala hacia nuestro Señor
Jesucristo. En su actitud y en su servicio ya le había reflejado en
muchas situaciones.
Un fruto maduro
• 201 •
compatible con su ministerio de la gracia. Rechaza las riquezas de
este mundo y los regalos de los hombres y se conforma con ser pobre y
enriquecer a otros con ello.
Así llega a ser un ejemplo adecuado de uno sumamente mayor,
por el cual vinieron al mundo la gracia y la verdad: Aquel que
habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad: que se hizo pobre
para que nosotros fuéramos enriquecidos; que sufrió la contradicción
de los pecadores y al final dio su vida para que la gracia reinara por
medio de la justicia.
Eliseo es una imagen de aquel Cristo que iba a venir. Pero tam-
bién es un ejemplo para todo creyente en Cristo, pues nos enseña que
en todas las circunstancias de la vida en un mundo lleno de miserias
y problemas debemos ser representantes de la gracia que llegó a noso-
tros en toda nuestra indignidad, para finalmente hacernos subir a
donde está el hombre glorificado, donde – semejante a Él – seremos
para siempre para alabanza de la gloria de Su gracia.»
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«¿Quedará mi vida sin dejar huellas
como el vuelo de las aves,
o hago surcos para la simiente como el arado?
Quiero dar mis pasos en las huellas de Dios.
Entonces mi vida no será llevada
por el viento del tiempo.»
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El autor
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Wolfgang Bühne
Ezequías
Estímulo y Reto
128 páginas, libro de bolsillo
ISBN 978-3-86699-374-7
El Manifiesto Final
de C.H. Spurgeon
112 páginas, libro de tapa dura
ISBN 978-3-86699-360-0