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La Atlantida

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Otros Estudios

Erebea
Revista de Humanidades
y Ciencias Sociales
Núm. 6 (2016), pp. 253-272
issn: 0214-0691

LA ATLÁNTIDA DE PLATÓN: aproximación a la historia del


relato, desde el Renacimiento hasta nuestros días

José Orihuela Guerrero


Universidad de Huelva

Resumen Abstract
En el presente artículo se realiza, desde This article presents a journey, from the
el Renacimiento hasta nuestros días, un re- Renaissance to the present day, through
corrido por las diversas hipótesis que se han the different hypotheses made about the
vertido en torno al relato platónico sobre la Platonic story of Atlantis and proposed by
Atlántida, formuladas por una serie de auto- a number of authors from very different
res de muy diferente formación académica e academic backgrounds and ideological
intencionalidad ideológica. Y ese recorrido intents. This historical overview shows that
histórico nos muestra que el de la Atlántida Atlantis can be considered a story/problem
puede considerarse un relato-problema que that has been reformulated over time
ha ido reformulándose a lo largo del tiempo to serve many roles throughout its long
para cumplir diversas funciones a lo largo history. One of them, undoubtedly, to be
de su dilatada historia, una de ellas sin duda instrumental when it comes to questioning
la de servir de instrumento para cuestionar the dominant paradigms at the various
los paradigmas dominantes en las diversas stages comprising the referenced historical
etapas que comprende el período histórico period, even, in order to do so, moving
referenciado, incluso alejándose para ello away on many occasions from what the text
en muchas ocasiones de lo sostenido en el written by the Athenian thinker contains.
texto elaborado por el pensador ateniense. The article ends by stating a number of
Termina el artículo consignando una serie points about the role that the Platonic
de puntos acerca del papel que el relato pla- story of Atlantis could play today.
tónico sobre la Atlántida podría jugar en la
actualidad.

Palabras Clave Keywords


Atlántida; Análisis Cultural; Antropo- Atlantis; Cultural Heritage; Social and
logía Social y Cultural; Historia de la Filo- Cultural Anthropology; History of Philos-
sofía; Geografía Histórica. ophy; Historical Geography.

Fecha de recepción: 16 de nov. de 2015


Fecha de aceptación: 21 de abril de 2016
A lo largo de los siglos transcurridos desde que Platón escribió sus diálogos
Timeo y Critias hasta el momento actual, múltiples y diversas personalidades se
han ocupado del tema de la Atlántida. Y tanto los escépticos por un lado como los
detractores por otro, así como los fervientes partidarios de la existencia histórica
real de la isla imperial por su parte, parecen estar de acuerdo en dividir en dos
grandes campos a las personas que a lo largo de la historia se han ocupado del
tema: el de los científicos y el de aquellos que no lo son.
En un libro publicado en 1969 y titulado The Mystery of Atlantis -“El Misterio
de la Atlántida”-, Charles Berlitz dedica un capítulo a hablarnos de las opiniones
vertidas acerca del continente perdido y lo titula La Atlántida y los Científicos, si
bien no menciona precisamente a muchos científicos a lo largo del capítulo. A
partir de aquí prosigue Berlitz con un texto que reproducimos porque resume
perfectamente el juicio que a los no científicos les merece el escepticismo de los
círculos académicos hacia el tema que nos ocupa:

“La comunidad académico-histórica oficial y, en menor grado, el


mundo científico, han observado desde hace tiempo el problema de
la Atlántida con escepticismo, incredulidad e incluso hilaridad. Los
historiadores, como es natural, muestran muy poco entusiasmo por
la ‘historia intuitiva’, basada en ‘memorias de raza’, que es la base
de una gran parte de la literatura que se ha vertido acerca de la isla
de Platón. Además, cualquier examen serio de la teoría atlántica,
incluso si estuviera fundamentado en lo que ya ha sido descubierto,
echaría por tierra muchos de los dogmas existentes acerca de la
civilización primitiva y obligaría a una reelaboración de nuestra
historia antigua.” 1

En este texto vemos una argumentación estándar de los partidarios de


una investigación sobre el tema no sujeta a los constreñimientos de la ciencia
y partidarios por el contrario de una llamada historia intuitiva. Se comienza
expresando la prepotencia y suficiencia con que la ciencia oficial rechaza el asunto
para a continuación dejar caer que ello ocurre porque en el fondo existe un temor

1 Berlitz, Charles: El Misterio de la Atlántida. Pomaire. Barcelona, 1969, pp. 183-184.

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José Orihuela Guerrero

a que se desmorone un paradigma que hace aguas por muchos sitios. Por último
se termina expresando la confianza en que las nuevas técnicas científicas ayuden a
acabar con tal cerrazón mental y se logre alcanzar un acuerdo entre la ciencia y lo
que no lo es. Y para demostrar que la cerrazón del mundo académico no es algo
nuevo, sino una constante de la historia de la ciencia, se recurre a todos aquellos
casos en que efectivamente la ciencia oficial tuvo que admitir hechos que en
principio no encajaban en el paradigma dominante en su época. Y al final se hace
inevitable la referencia al celebérrimo Heinrich Schliemann y su descubrimiento
de Troya siguiendo al pie de la letra el texto de Homero, en contra de la opinión
de todas las eminencias científicas de su época.

“En arqueología, además de los casos de Pompeya y Herculano,


en que los descubrimientos reivindicaron la leyenda, habría que
señalar también las dudas muy generalizadas que existían acerca
de los informes sobre ‘ciudades indígenas perdidas’ en la jungla de
América Central antes de su descubrimiento en el siglo XIX y antes
del verdadero furor arqueológico que los hallazgos desencadenaron.
Por otra parte, durante mucho tiempo se creyó que las inscripciones
persas, babilónicas y asirias del Oriente Medio eran elementos
decorativos, y no signos de un lenguaje escrito, hasta que fueron
descifradas y proporcionaron una historia detallada de una zona que
los habitantes nativos de la época habían ignorado u olvidado por
completo…Tal vez la más notable de todas las evidencias obtenidas
en arqueología fue la de Heinrich Schliemann, quien, en 1871,
descubrió Troya…”2

Lo cierto es que, como el propio Berlitz reconoce, el diálogo entre los


representantes del paradigma científico dominante y los seguidores de la historia
intuitiva -expresión que utilizamos para seguir la terminología que propone este
autor- es harto difícil, y la mayoría de las veces por razones no precisamente
imputables a los miembros de la comunidad científica.

Atlantis y América.
Pero si el tema de la Atlántida suscitó interés en la antigüedad clásica y
pasó prácticamente desapercibido durante la Edad Media, el descubrimiento
de América volvió a ponerlo en primer plano. Los hombres de los siglos XVI
y XVII solo poseían dos paradigmas explicativos con los que intentar asumir
ideológicamente tamaña alteración de sus conocimientos geográficos: la tradición
pagana y la Biblia. En efecto, a nadie se le puede ocultar la afirmación de Platón

2 Berlitz, Charles: El Misterio de la Atlántida. Op. cit., p. 186.

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acerca de que desde Atlantis se puede ir de isla en isla hasta el verdadero continente
que cierra el mar -Timeo, 24e-25a- y que para muchos constituye una prueba
inequívoca de que una parte del relato platónico conecta con el conocimiento de
la existencia de América en el mundo antiguo.
Marsilio Ficino tradujo Critias en 1485 y Pedro Mártir de Anglería afirmó en
1493 que Colón había descubierto un nuevo mundo que nada tenía que ver con
el continente asiático. Ya Francisco López de Gomara, en su Historia General de
las Indias (1522), señaló la admirable identidad existente entre el relato platónico
y el nuevo continente e incluso expuso similitudes filológicas como el hecho de
que en México agua se designe con el término atl -raíz de Atlantis-. Respecto a
la influencia del relato de la Atlántida en la epopeya colombina, es interesante
observar que mientras Gonzalo Fernández de Oviedo la afirma rotundamente
en su obra Historia General y Natural de las Indias (1535), Hernando de Colón
-hijo del Almirante de la Mar Océana- niega cualquier interés de su padre por el
asunto. Claro que ignoramos si lo hizo por evitar más problemas a la memoria
de su progenitor con la ortodoxia católica establecida, o porque constató -al igual
que en el siglo XIX hará Humboldt- la ausencia de referencia alguna a la isla
platónica en la obra escrita del descubridor -por otro lado, celoso custodio de las
fuentes que tanto le habían convencido sobre el seguro éxito de su empresa-.
En su Historia de las Indias de 1527 Bartolomé de las Casas sostiene que no
es descabellado pensar que una parte del continente descrito por Platón hubiese
escapado al cataclismo, y en 1530 Gerolamo Fracastore relaciona directamente a
los indios con los supervivientes de la Atlántida. En 1580 aparece la obra póstuma
de Goropius Becanus, Hispanica, donde enlaza el relato platónico y el mito de las
diez tribus perdidas de Israel para justificar los derechos de la corona de España
sobre el continente americano al convertir a Tartessos en la capital de la antigua
Atlantis. En la misma línea se va a pronunciar en 1572 Pedro Sarmiento de
Gamboa en su obra Historia General llamada Índica.
Contra esta unión del paradigma bíblico y el pagano con objeto de legitimar
los derechos del imperio español se pronunciará José de Acosta, que en 1589
publica una Historia Natural y Moral de las Indias Occidentales donde rechaza la
identificación del continente descubierto por Cristóbal Colón tanto con el relato
platónico como con el mito de las diez tribus, afirmación que será secundada por
el francés Michel de Montaigne.
Podemos observar en esta irrupción del tema atlante en la Edad Moderna
cómo el relato es asumido en el marco ideológico y político dominante en la época
y desplaza el interés de los que lo trataban en el mundo antiguo con objeto de
elucidar la verdad geográfica o geológica -o apuntalar sus opiniones acerca de esas
cuestiones- hacia asuntos muy distintos. En efecto, en los albores de esta nueva
época el tema de la Atlántida va a verse sumergido por una parte en la pugna
renacentista entre la teología bíblica y la herencia cultural del mundo clásico

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José Orihuela Guerrero

como paradigmas alternativos para dirigir la cultura humana. Pero también la


hipotética existencia de la isla imperial se constituye en un poderoso argumento
de legitimación política en manos de la monarquía dominante en la época. Estos
dos ejes de conflicto harán que entre los partidarios de la Atlántida encontremos
fundamentalmente a historiadores de la corte española y de su esfera de influencia
por un lado y a humanistas preclásicos por otro, mientras que el bando de los
detractores estará poblado fundamentalmente por los exégetas de la tradición
judeocristiana y los enemigos del expansionismo español.

Atlantis, la Utopía y el Tiempo.


Junto a esta doble confrontación, la Atlántida también va a servir a otros
autores como pretexto para exponer sus ideas acerca de la organización de la
sociedad. Atlantis será de este modo inspiradora de utopías, e inevitablemente
este rasgo asociado a lo ideal e inexistente en la realidad se le adherirá en esta
época al relato platónico de forma casi definitiva. A ello contribuirá sin duda la
obra de Francis Bacon titulada Nueva Atlántida -publicada póstumamente en
1627-. Es el relato de un viaje a los Mares del Sur, a una tierra que por definición
está en u-topos -es decir, en ninguna parte- y donde se ha creado una especie de
síntesis social entre el avance científico y el puritanismo religioso.
Otra cuestión de capital importancia es la que concierne al horizonte temporal
en que nos sitúa el relato platónico de la Atlántida, y ello por un doble motivo.
En primer lugar por su enorme trascendencia en lo que afecta a la apertura del
campo de estudio de las ciencias históricas; y en segundo lugar porque constituye
una prueba más de la enorme potencia creativa y sugeridora de ideas nuevas que
tiene el texto. Alguien tan poco sospechoso de simpatizar con la veracidad de lo
narrado por Platón como Pierre Vidal-Naquet nos dice lo siguiente:

“¿Tuvo la lectura del relato platónico, en el siglo XVII, influencia


sobre la expansión del tiempo? Para mi sorpresa, debo dar una
respuesta positiva. Para expandir el tiempo, había que liquidar la
cronología bíblica, ya sea demostrando que Adán no había existido,
ya sea probando que había habido hombres antes de Adán.” 3

Fue el nacionalista francés Isaac La Peyrère quién en 1655 publicó Préadamites,


obra en la que utiliza el dato de que la guerra entre los atlantes y los atenienses se
produjo nueve mil años antes de nuestra era para demostrar que habían existido
hombres antes de Adán y que por consiguiente el estrecho marco de la cronología
bíblica -apenas cuatro mil años antes del advenimiento de Cristo- debía ser revisado.

3 Vidal-Naquet, P.: La Atlántida. Pequeña Historia de un Mito Platónico. Akal. Madrid, 2006,
p. 76.

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Las implicaciones de tal punto de vista son enormes. De hecho abren paso a
una concepción evolucionista de la historia que será la que adopte la Ilustración
francesa del siglo siguiente y más tarde el conjunto de las ciencias biogeológicas,
con las consecuencias científicas y culturales de todos conocidas. Y no debemos
dejar de apuntar que, del mismo modo que la mención a un continente que cierra
el mar parece constituir una clara alusión al conocimiento de la existencia de
América, esa fecha de nueve mil años antes de Solón constituye una referencia a
acontecimientos ocurridos al final de la era glacial y de los que las fuentes en que
se basara Platón al parecer tenían algún tipo de referencia. ¿Cómo es ello posible?
Sin duda este punto constituye otro de los grandes enigmas que provoca el relato
que nos ocupa.

Atlantis y el Nacionalismo.
Si nos fijamos ahora en el segundo aspecto de la pugna ideológica y política
en que el texto de Platón se vio inmerso en los comienzos de la Edad Moderna
podremos entender la siguiente dimensión que nos va a presentar la apropiación
de la historia de Atlantis, a saber, la reafirmación nacionalista. Ya vimos cómo la
utilizaron en ese sentido los escritores de la corte madrileña, y de hecho La Peyrère
era un nacionalista galo que pensaba que el rey de Francia estaba llamado a
conseguir la hegemonía universal. Pues bien, este “nacional-atlantismo” -término
que tomamos de Vidal-Naquet- será desarrollado también en Suecia por Olaus
Rudbeck, cuya gigantesca obra -titulada Atlantica, sive Manheim, vero Japheti
posterorum sedes ac Patria- fue publicada entre 1679 y 1702. Sostiene en ella que
Suecia es la patria de la posteridad de Jafet y la verdadera Atlántida -cuya capital
se encontraba en la actual Upsala-, siendo las runas los precedentes del alfabeto
fenicio y griego.
Sin embargo, sigue habiendo en el siglo XVII autores que tratan el tema de
la Atlántida sin buscar en ella los asientos originarios de su patria. Es el caso
del jesuita alemán Atanasius Kircher (1602-1680) autor de Mundus Subterraneus
(1664) y de la famosa cartografía que ilustra tantos libros sobre el tema donde
sitúa a la Atlántida como una isla en el centro del Atlántico, y que entre otras cosas
sostuvo que las islas Canarias eran los vestigios del hundimiento y los guanches
los descendientes de los supervivientes de la población atlante.

Atlantis y la Biblia
Volvamos a la relación entre el relato de la Atlántida como estandarte del
paradigma clásico frente al paradigma bíblico con que comienza la utilización del
relato de Platón en la Edad Moderna. Esta relación es fundamental y rebrota con
fuerza en el siglo XVIII, según nos dice Vidal-Naquet:

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José Orihuela Guerrero

“La cuestión que me gustaría abordar ahora anida en el corazón


de la empresa ‘filosófica’. ¿Hubo, como se ha dicho, una tentativa
deliberada para resucitar el paganismo sobre los restos de los
mitos judeocristianos?...Dicho de otra forma, lo que los artesanos
del ‘compromiso eusebiano’ habían creado, integrar la historia
universal en la tradición bíblica dominante, lo que hará Bossuet con
brillantez, ¿es demolido de forma sistemática por los filósofos? Si
admitimos que la respuesta es sí, conviene recordar que los hombres
cultos tenían a su disposición desde el siglo XV la mitología antigua,
de la que podían hacer los usos más heterogéneos…La cuestión
planteada por los propios cristianos, y luego por sus adversarios,
es la de la unidad de la historia religiosa de la humanidad, en el
espacio desmesuradamente agrandado después de los grandes
descubrimientos.”4

Así, para Pierre-Daniel Huet -obispo de Avranches- los dioses antiguos


son los herederos deformados de la revelación bíblica, tal como expone en su
Demonstratio Evangélica (1680), y los mexicanos son -como ya sostuvo López de
Gomara- descendientes de los atlantes. En 1726 Claude Olivier restaura la vieja
idea que hace de la Atlántida una descripción encubierta de Palestina, idea ya
presente en Cosmas Indicopleustes. En el mismo sentido se manifestará Jacques-
Julien Bonnaud en 1786 en una obra cuyo título lo dice todo: Hérodote historien
du peuple hébreu sans le savoir.

De la Ilustración al Romanticismo
Pero también existen en el mundo ilustrado concepciones sobre la Atlántida
que no son bíblicas ni nacionalistas. Court de Gébelin publicó entre 1773 y 1782
los nueve volúmenes de su Monde Primitif, donde sostiene que la civilización
surge simultáneamente en China, la India y el Próximo Oriente, pero proviene
de un origen común: esa Atlántida de que nos habla Platón y que no es más que
el recuerdo de una primigenia edad de oro. Y en su Essai sur les Moeurs (1769)
Voltaire relaciona el relato platónico con el oscuro recuerdo de unas descubiertas y
luego olvidadas islas Madeira, con lo cual enlaza con las hipótesis ya mencionadas
de Kircher y en general con la tesis de que los archipiélagos que conforman la
Macaronesia constituyen los restos del antiguo continente hundido.
También el siglo XVIII tuvo representantes de la hipótesis que relaciona el relato
platónico con el Diluvio, sea en versiones fideistas o laicas. Nicolas Boulanger
(1722-1759) sostuvo que toda la historia de la humanidad gira alrededor de
sucesivos diluvios y que el fin de la religión es disfrazar el temor a la repetición de

4 Ibid., pp. 87-88.

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los sucesivos desastres. Hay un eterno retorno del hecho diluvial, y el gran secreto
del cosmos es que la naturaleza se revuelve cíclicamente contra el género humano.
Y ese es el valor del relato de Platón, su carácter de advertencia.

Y en pleno viraje desde la Ilustración hasta el Romanticismo se inscriben


también las obras de William Blake (1757-1827), que sostuvo que Inglaterra era
heredera de la Atlántida a la vez que el país de las tribus de Israel. Wilford publicó
un ensayo en 1805 donde se argumenta que las blancas y lejanas islas occidentales
de las que se habla en los Puranas son en realidad Gran Bretaña y la Atlántida.
Mientras tanto, el irlandés Henry O´Brien afirmó en 1834 que el budismo era
la religión de los primeros hombres e Irlanda una colonia atlante. En una línea
más racionalista se sitúa la postura de Jean-Antoine Letronne (1787-1848), que
si bien considera el relato de la Atlántida una fábula le adscribe una procedencia
egipcia.
Lo cierto es que el positivismo decimonónico contribuyó en gran medida a
que el tema de la Atlántida se fuese deslizando desde la investigación histórico-
filosófica más o menos seria hacia el terreno de la literatura. De este modo
Népomucène Lemercier (1771-1840) compuso un poema en 1812 cuya última
parte está dedicada a la Atlántida, mientras Julio Verne (1828-1905) describirá la
ciudad sumergida en sus Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino (1869) y el catalán
Jacint Verdaguer (1845-1902) redactará en 1877 una epopeya con el título de la
mítica ciudad platónica.

Ignatius Loyola Donnelly


Antes de hablar de los personajes relacionados con la Atlántida en el siglo
XX es inevitable referirnos a Ignatius Loyola Donnelly (1831-1901). Militó en
el partido republicano y, tras una fallida experiencia de construcción utópica de
una ciudad llamada Niningir City, ocupó el cargo de vicegobernador del Estado
de Minnesota. Alcanzó más tarde un escaño como congresista, que logró revalidar
hasta que la guerra civil truncó su carrera política. Pero la abogacía y la política no
fueron ni mucho menos sus únicas preocupaciones.

“También era un gran aficionado a la novela, a los libros históricos


y a los ensayos. Puede decirse que entre sus pasiones se encontraba
la arqueología y la geología, lo que le había llevado a participar en
diferentes excavaciones dentro de su Estado. Sus biógrafos cuentan
que durante el tiempo que permaneció en Washington era un
asiduo visitante de la Biblioteca del Congreso…Cierto día de 1870
cayó en las manos de Donnelly la novela ‘Veinte mil leguas de viaje
submarino’ de Julio Verne, que leyó con verdadera fruición. Y nada
más llegar al pasaje en que los tripulantes del ‘Nautillus’ descubren

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José Orihuela Guerrero

los restos de la Atlántida, se sintió atrapado por el tema. A partir


de entonces se cuidó de reunir un gran número de libros sobre el
continente perdido. Al cabo de unos diez años pudo verse rodeado
de la mayor biblioteca sobre la Atlántida. No había dejado de leer
todos los libros, artículos y estudios, cuando decidió escribir su
propia obra. Mientras lo hacía, no dejaba de solicitar a los libreros
conocidos que le consiguieran lo que se fuera publicando sobre el
tema.”5

Donnelly entendió perfectamente que el análisis del problema conllevaba la


necesidad de afrontar una visión multidisciplinar del objeto de estudio:

“Entre el material que manejaba incluyó los temas relacionados


con el continente perdido: mitología, geografía, historia universal,
religión, geología, literatura antigua, etc. Ningún terreno dejó
sin explorar, y hasta se introdujo en cuestiones que rozaban las
supersticiones, el esoterismo y lo sobrenatural.”6

Con un enorme éxito de acogida entre el público apareció en 1882 su obra


Atlantis: The Antediluvian World. En ella Donnelly utiliza la Atlántida como
hipótesis de resolución de toda una serie de enigmas relacionados con los más
diversos campos del saber. Utiliza la fórmula consistente en asignar a cualquiera
de los problemas históricos una fuente de resolución común: la Atlántida. De
ese modo liga el relato platónico con el lugar de aparición de la civilización,
con el centro neurálgico o civilización madre que colonizó el mundo entero en
una peculiar primera globalización protohistórica, fundamento de las leyendas
sobre el paraíso de las distintas mitologías y base histórica en la que se basarían
las religiones de la antigüedad; además de proporcionar la explicación de las
evidentes semejanzas existentes entre las religiones egipcia y andina así como
fenómenos como el piramidismo y la momificación, la fuente del trabajo con los
metales, el problema de la lengua madre y del origen de la escritura, la sede de los
pueblos indoeuropeos y semitas, así como el enigma de la universalidad de mitos
sobre el diluvio existentes en todo el planeta.
Es esta estrategia de investigación la que hace de Donnelly el padre de la
atlantología moderna, pues al situar la isla-continente en el origen de resolución
de los problemas no resueltos por el paradigma dominante en las ciencias
históricas, sustituye la búsqueda de una base real que fuese correlato objetivo del
relato de Platón por el establecimiento de una hipótesis que sostiene la existencia

5 Barceló, Carlos: La Atlántida. Edimat Libros. Madrid, 1998, pp. 151-152.


6 Ibid., p. 152.

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de una perdida civilización primigenia como punto de partida del resto de


manifestaciones culturales humanas. Es ese el sendero que seguirá la moderna
arqueología de culto de la mano de figuras como J. A. West, Graham Hanckock,
Robert Bauval o R. Sckoch -éste último ciertamente difícil de encuadrar entre lo
académico y lo heterodoxo-.
Otro curioso personaje de nuestra saga lo encontramos en la persona de la rusa
Helena Petrovna Hahn (1831-1891), más conocida como Madame Blavatsky
-apellido adoptado de un primer y fugaz matrimonio-. Tras fundar el movimiento
teosófico en Rusia en 1858, en 1871 viajó a Estados Unidos, donde conoció
las ideas de Donnelly, y fundó junto a Henry Steel Olcott la llamada Sociedad
Teosófica (1875), dedicándose mediante el ocultismo y el esoterismo a investigar
temas como las pirámides o el origen del universo y del ser humano. Escribió
un libro en dos tomos, La Doctrina Secreta, donde trata de las ciencias ocultas
basándose en un misterioso Libro de Dzyan que sólo ella parecía conocer. Entre
sus afirmaciones se encuentra la de que había logrado establecer contacto con
espíritus procedentes de la Atlántida y Lemuria. Fue tildada de farsante por la
prensa india y la londinense Sociedad para la Investigación en Física.

Atlantis en el Siglo XX
Ya en el siglo XX personalidades de la relevancia de Adolf Schulten identificará
la Atlántida con Tartessos y la situará en la desembocadura del Guadalquivir,
mientras el novelista Pierre Benoit la ubicará en el Sahara y el alemán Leo Frobenius
en Níger. Lo cierto es que mientras en Francia el asunto estuvo restringido al
campo literario no ocurrió lo mismo en Alemania, donde el relato platónico fue
utilizado como pretexto para la justificación de las ideas de la supremacía aria que
terminarían desembocando en la pesadilla nazi. Hemos de mencionar la obra de
Karl Georg Zschaetsch titulada La Atlántida, Patria Primitiva de los Arios (1922)
y la de Albert Hermann Nuestros Antepasados y la Atlántida (1934), que habla
de un imperio germano-atlante cuya prueba son los megalitos. En El Mito del
Siglo XX (1932) Rosenberg dice que la colonización atlante alcanzó el mundo
entero e incluyó a Judea. Y en los años cincuenta escribió varias obras siguiendo
esta tradición el pastor alemán Jurgen Spanuth, que identifica la capital atlante
-a la que denomina Basileia- con Heligolandia, adscribiéndose así a la que se
denomina tesis hiperbórea.
Relacionado con lo que Berlitz denomina historia intuitiva, Richard Ellis dice
lo siguiente:

“Es obvio que hay un sinfín de teorías relativas a las ubicaciones


y el origen de la Atlántida. Pero hay otra clase de ‘atlantología’ en
la que místicos y videntes prescinden de frivolidades tales como
la historia, la geografía o la arqueología y afirman ‘saber’ de la

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José Orihuela Guerrero

Atlántida. El número de libros que ha escrito la fraternidad de lo


paranormal -Edgar Cayce se enteró de la existencia de una Atlántida
de cincuenta mil años de antigüedad que le describieron personas
que habían soñado con ella- es virtualmente infinito y, en muchos
casos, hablar de ellos sería atribuirles una credibilidad que en su
mayor parte no merecen. Sin embargo, es frecuente encontrar obras
sobre la Atlántida en la sección de ‘Ocultismo’ o ‘Nueva Era’ de las
librerías, y, por tanto, no podemos prescindir totalmente de este
fenómeno.”7 (Ellis, 1998, p. 89)

Nos interesa el asunto no sólo por constituir un hecho editorial indiscutible,


sino porque ilustra la idea acerca de cómo del relato de Platón han ido surgiendo
versiones hasta conformar un mito a veces bastante alejado del texto original del
autor ateniense. Pero sigamos el curso histórico de aparición de los atlantólogos.
El mitólogo, periodista y poeta escocés Lewis Spence (1874-1955) es considerado
discípulo de Donnelly y publicó varios libros sobre el tema de la Atlántida, entre
ellos The Problem of Atlantis (1924) y el póstumamente publicado The History
of Atlantis (1968). Parece que su intención fue dar una base más científica a
las hipótesis lanzadas por Donnelly. Por ejemplo, intentó asentar sobre datos
geológicos la existencia de una gran masa terrestre en el Atlántico durante el
Terciario.
La teoría de la deriva continental, formulada por Alfred Wegener en El Origen
de los Continentes y Océanos (1915) -universalmente rechazada por la comunidad
científica en un principio y hoy día convertida en uno de los dogmas indiscutibles
del actual paradigma dominante en geología-, originó una controversia enorme
hasta su aceptación generalizada. En lo que toca al tema de la Atlántida, la
cuestión de la deriva continental la afecta en el siguiente sentido: si es cierto que
los continentes se desplazan -en realidad lo hacen las placas tectónicas sobre las
que estos se asientan-, ¿hay lugar en el Atlántico Norte para que el “encaje” entre
Europa y Norteamérica deje el suficiente espacio como para haber permitido
la existencia de una masa de tierra como la que Platón describe en el Timeo y
el Critias? Y como todo en este tema esa pregunta vuelve a conducirnos a una
exégesis del texto platónico, ya que cuando habla del hundimiento es preciso
averiguar si se refiere el filósofo ateniense a la totalidad del territorio atlante o solo
a su capital.
Además de apoyarse en las tesis expuestas, Spence siguió a su maestro Donnelly
en la ubicación posible de la Atlántida, a saber, la cordillera del Dolphin´s Ridge,
situada en el centro del Atlántico Norte, y que en forma de óvalo alargado se
extiende desde las Azores hasta América del Sur. Tras intentar refutar la tesis egea

7 Ellis, Richard: En Busca de la Atlántida. Grijalbo. Barcelona, 1998, p. 89.

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La Atlántida de Platón: aproximación a la historia del ...

sobre la Atlántida, Spence sostuvo que la influencia atlante se habría extendido a


ambos lados del Atlántico, tanto sobre los egipcios como sobre los mayas.
En Estados Unidos nació Edgar Cayce (1877-1945), uno de los videntes
más famosos de la historia, que al parecer desde muy joven tenía la facultad de
referir en sueños provocados hipnóticamente remedios a ciertas enfermedades así
como más tarde descripciones de sus anteriores reencarnaciones. Han quedado
registradas hasta un total de 672 visiones de Cayce sobre la Atlántida, en las que
entre otras cosas determinó su posición geográfica entre el Golfo de México y
el Mediterráneo, así como la existencia de tres grandes periodos catastróficos de
desmembramiento -el último hace 11.000 años- o el hecho de que fuese una
civilización bastante parecida a la del siglo XX, capaz de generar electricidad
-mediante una piedra llamada refractaria- y construir aeronaves. A todo esto Cayce
unió la predicción de que Atlántida -Poseidia la denominaba él- reaparecería en la
década de los sesenta en el Caribe, concretamente cerca de Bimini.
Y durante años se organizaron varias expediciones a las Bahamas con el apoyo
del Instituto Cayce de Virginia Beach y, como confirmando la profecía, unos
buzos descubrieron en 1968 una formación submarina semejante a una autopista
construida a base de grandes bloques rectangulares de piedra. La Asociación para
la Investigación y la Iluminación, fundada por Cayce, vio en ello la prueba del
cumplimiento de la profecía del desaparecido vidente, en contra de la opinión
de los arqueólogos profesionales, que ven en esas formaciones el producto de
procesos geobiológicos naturales. De la misma opinión que el vidente fue uno
de sus adeptos, David Zink, que organizó tres expediciones al lugar entre 1975
y 1977. Nótese que Cayce introduce una nueva vuelta de tuerca en el proceso
de conformación del mito de la Atlántida, pues al giro que realizó Donnelly
desde el relato platónico hasta una supuesta civilización originaria, añade nuestro
vidente la idea de que además dicha hipotética metrópoli poseía un grado de
desarrollo científico-tecnológico aún hoy no alcanzado. Y, por cierto, una de
sus afirmaciones ha dado lugar a un desarrollo de la investigación atlantológica
reciente de insospechado interés y a la que nos referiremos más adelante. Se trata
de la aseveración de Cayce de que los supervivientes se extendieron por diversas
partes del mundo y que cuando llegaron a Egipto habían enterrado sus archivos
más importantes en una Sala de los Escritos ubicada bajo las patas de la Esfinge
de Gizeh.
En esta relación de atlantólogos no puede faltar la fascinante figura del coronel
Percy Harrison Fawcett, geógrafo y aventurero de extraordinario prestigio. En
1928 emprendió una aventura de la que jamás regresaría, al internarse en la selva
amazónica camino del Mato Grosso con objeto de alcanzar la que denominaba
ciudad Z, uno de los vestigios de antiguas construcciones prehistóricas que las
leyendas indias situaban en el corazón de Brasil.

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José Orihuela Guerrero

En 1925 apareció El Relato de la Atlántida y la Lemuria Perdida, del coronel, y


miembro de la Sociedad Teosófica fundada por Blavatsky, William Scott-Elliott.
En la obra se sostiene que los atlantes vivían en una sociedad aristocrática rodeada
de prodigios tecnológicos, entre ellos las ya mencionadas aeronaves, y contaban
con cinco millones de años de historia hasta que desaparecieron en una última y
cuarta catástrofe en el 11564 AP. Otro discípulo de Blavatsky fue Rudolf Steiner
(1861-1925), que formó su propio movimiento espiritual -al que denominó
antroposofía-, y que se apoyó en las ideas de Scott-Elliot para afirmar que el
continente atlante se hallaba sumergido entre Europa y América, en el fondo del
océano Atlántico.
Siguiendo nuestro periplo por la serie de autores que han prestado atención
al tema de la Atlántida, toca mencionar al autor con algunas de cuyas ideas
comenzamos el presente artículo. Charles Berlitz se hizo mundialmente famoso
por la publicación en 1974 del libro The Bermuda Triangle, donde sostiene la
existencia de una zona en el Atlántico donde barcos y aviones desaparecen al
parecer sin explicación alguna y que muy bien hubiera podido tragarse también
a un continente, apoyando sus afirmaciones sobre la desaparición de la Atlántida
en la zona en las exploraciones de Zink y en las visiones de Cayce entre otros.
Ha dedicado dos libros específicos al tema de la Atlántida: El Misterio de la
Atlántida (1969) y Atlántida: el Octavo Continente (1984), donde sostiene que
los archipiélagos que conforman la actual Macaronesia son las cumbres del
continente hundido y que la proliferación de tesis dispares sobre su ubicación a
lo largo de todo el mapamundi no es sino prueba de que llegó a constituir una
civilización mundial.
Gran repercusión tuvo también un libro del que Albert Einstein dijo “No,
realmente no es un mal libro. Lo único malo que tiene es que es un locura”8. Nos
referimos al gran éxito editorial que fue en su momento Worlds in Collision,
publicado en 1950 y obra del médico y cosmólogo aficionado de origen ruso-
israelí Immanuel Velikovsky, quien sostuvo que tanto el relato de la Atlántida
como otros muchos textos antiguos hacen referencia en realidad a una serie de
catástrofes de origen planetario -provocadas por los actuales planetas Venus, en
principio un cometa, y Marte- a mediados del segundo milenio y hacia la primera
mitad del primero antes de nuestra era. En lo que respecta a nuestra investigación,
uno de los temas por el que nos interesa la obra de Velikovsky es por su idea de
que la fecha en que Platón fija el conflicto heleno-atlante ha de contener un error,
y para hacerla aceptable a la historiografía actual se precisa reducir un cero a la
cifra de nueve mil años. Este procedimiento de manipulación descarada del texto
platónico para hacerle decir lo que no dice es muy habitual en los investigadores
que se han ocupado de la Atlántida, tanto los intuitivos como los respetables.

8 Ellis, Richard: En Busca de la Atlántida. Op. cit., p. 88.

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La Atlántida de Platón: aproximación a la historia del ...

Por su parte, Otto Muck (1892-1956), piloto de aviación e ingeniero inventor


de innovaciones tecnológicas para los submarinos, escribió El Secreto de Atlántida,
donde sostiene que en el lugar donde la corriente del Golfo se encuentra con
la cordillera central submarina del Atlántico existe una gran isla sumergida que
no es otra que la Atlantida de Platón. Además piensa que las tesis de Wegener
dejan espacio suficiente en el Atlántico Norte para la existencia de un pequeño
continente, pues Europa y América del Norte no encajan tan perfectamente como
lo hacen África y América del Sur. En cuanto a la razón del hundimiento, Muck
introduce la hipótesis de un asteroide como causante de la catástrofe.
Otro de los autores a los que ya hemos hecho referencia es el pastor protestante
Jürgen Spanuth, en cuya obra Atlantis of the North (1979) se reafirma en lo
dicho en anteriores escritos suyos de los años sesenta. Básicamente su propuesta
consiste en identificar -a partir de la invasión de los pueblos del mar a mediados
del primer milenio antes de nuestra era, documentada en los textos y jeroglíficos
egipcios- a los atlantes con habitantes del mar del Norte y no con navegantes
procedentes del Mediterráneo o del Atlántico. Con ello culmina la tradición
de lo que denominaremos tesis hiperbórea sobre la existencia de la Atlántida,
profundamente enraizada según Vidal-Naquet en una tradición germánica
encaminada a demostrar la superioridad de la raza aria y el origen no judío de los
pueblos indogermánicos.
Por cierto, Spanuth recurre también al procedimiento de reducir la fecha del
9.000 hasta aproximadamente el 1200 a. C. para soslayar la incómoda datación
que aparece en el texto platónico. Es curioso que el mismo método sea utilizado
por personajes como Blavatski -aunque esta multiplica por diez para alcanzar los
900.000 años- pero también por los muy respetables científicos defensores de la
hipótesis egea como Galanopoulos o el mismísimo J. V. Luce. Vaya por delante
que dicho hábito va a resultar ser una constante en las diversas hipótesis existentes
acerca de la existencia y ubicación de la isla imperial: cada cual “arrimará el ascua
a su sardina”, como suele decirse, y tomará aquellos pasajes que encajen con su
hipótesis para pasar sin solución de continuidad a descartar e incluso deformar los
que no resultan adecuados para el mismo fin.
En otro orden de cosas, Richard Ellis nos dice estas palabras en referencia a los
autores que se ocupan de la problemática referente al mundo hundido de que nos
habla Platón en el Timeo y el Critias:

“Hace mucho tiempo que lo que se ha escrito sobre la Atlántida desde


Platón se hubiera relegado a la sección de la biblioteca reservada
para ‘charlatanes y lunáticos’ si se limitara a hablar de colisiones
planetarias, jarrones con cabeza de búho, reencarnaciones o bananas.
Aunque algunas de estas obras parecen ciencia ficción pura y simple,
sus autores -que nosotros sepamos- pretenden que las consideremos

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interpretaciones objetivas de los datos disponibles. Pero en el caso


de los oceanógrafos, geólogos, ingenieros y arqueólogos respetables
que en nuestro tiempo también han escrito sobre la Atlántida
necesitamos ver las cosas de otra manera, examinar los datos y las
interpretaciones a la luz de la ciencia.”9

Entre esos autores respetables incluye Ellis a Rachel Carson, que en 1951
publicó un libro titulado The Sea Around Us donde relaciona la leyenda de la
Atlántida con la elevación y posterior hundimiento de la tierra en la zona del Mar
del Norte conocida como Dogger Bank. En 1950 Spyridon Marinatos sostuvo que
la leyenda platónica era resultado de una síntesis de diversas tradiciones históricas,
entre las que había una leyenda que databa del Imperio Medio de Egipto sobre
un naufragio en una isla perdida y una crónica sumeria de la inundación a que
se refiere la Biblia. Asimismo sostuvo la tesis de que una erupción volcánica fue
la responsable de la destrucción de la civilización minoica de Creta. Y fue un
artículo publicado en 1960 por Angelos Ganalopoulos el que relacionó el relato
de la Atlántida y el diluvio de Deucalión con la erupción volcánica de Santorín en
la edad del Bronce -esa sería la misma erupción que causó las plagas bíblicas sobre
Egipto, el fenómeno de la separación de las aguas en tiempos de Moisés, y el mito
griego de Faetón-. Un partidario de esta tesis egea es el ingeniero oceanográfico
James Mavor, quien entre 1966 y 1984 publicó una serie de libros y artículos
donde se adhirió a las ideas de Marinatos y Ganalopoulos para terminar al final
por sugerir la sustitución de la erupción por un meteorito, cometa o asteroide que
chocó con la Atlántida egea. En apoyo de esta última hipótesis cita a estudiosos
como Otto Muck o Inmanuel Velikovski, que -como ya hemos visto- en los años
cincuenta habían sostenido tesis parecidas. Otros especialistas como Charles
Pellegrino o Jacques Cousteau se han adherido con más o menos matices a la tesis
egea, cuyo origen se halla en dos artículos publicados en Febrero de 1909 en el
diario Times por el erudito inglés K. T. Frost. En ellos este autor propone la Creta
minoica como modelo de la Atlántida, vía una narración egipcia del auge y la
caída de dicha civilización mediterránea.
Un estudioso como el geoarqueólogo suizo Eberhard Zangger publicó en
1992 un libro titulado The Flood from Heaven, donde sostiene que la narración
que refirieron a Platón era en realidad un visión egipcia deformada de la guerra
de Troya. El arqueólogo británico Peter James escribió en 1995 un libro titulado
The Sunken Kingdom: The Atlantis Mystery Solved, donde argumenta que Atlantis
se encontraba en la península de Anatolia, cerca de la actual Esmirna. Y en 2001
el geólogo Jacques Collina-Girard ha sugerido que Platón pudo referirse a un
pequeño archipiélago situado al oeste del estrecho de Gibraltar. Sin que debamos

9 Ellis, Richard: En Busca de la Atlántida. Op. cit., p. 105.

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La Atlántida de Platón: aproximación a la historia del ...

de olvidar tampoco la hipótesis formulada por el físico alemán Rainer W. Kühne


en 2004 acerca de que la fabulosa metrópoli descrita por Platón se encuentra
ubicada en pleno corazón del Parque Nacional de Doñana.

Atlantis y la Arqueología de Culto


Graham Hancock conforma junto a Robert Bauval, Jhon Anthony West,
Robert Temple y más recientemente Robert M. Schoch, el grupo de representantes
más significativos de lo que se ha dado en llamar la arqueología de culto,
movimiento que propone una alternativa al paradigma científico dominante en
las ciencias históricas y arqueológicas mediante una reinterpretación de ciertos
puntos de dicho paradigma, para terminar abogando por la existencia de una
supuesta civilización mundial preneolítica cuyos vestigios podemos encontrar
principalmente en el antiguo Egipto. Atlántida sería en este contexto el nombre
que recibió en la antigüedad el recuerdo de esa primigenia civilización mundial.
Y por la gran repercusión que ha tomado entre las últimas teorías atlantológicas,
no podemos dejar de mencionar una hipótesis que relaciona a la Atlántida con
la Antártida. A raíz de una interpretación ciertamente original del mapa que en
1513 elaboró un navegante turco conocido como Piri Reis y que apareció en el
siglo XX en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y otros documentos
similares se sostuvo que reproducían una Antártida libre de hielos, luego debían
de ser copias de testimonios de una era antiquísima. Fue el profesor de historia y
ciencia de New Hampshire Charles Hapgood quien en 1955 formuló la tesis de
que la corteza de la Tierra se desliza, intacta, alrededor de un núcleo sólido. En
1970 publicó The Path of the Pole, donde perfiló su teoría de que un desequilibrio
de la capa de hielo de la Antártida afectó a la rotación de la Tierra y alteró la
posición de los polos. En 1966 había publicado Maps of the Ancient Sea Kings:
Evidence o fan Advanced Civilization in the Ice Age, donde expone la idea de que
existió una civilización de ámbito mundial antes de la última glaciación. Autores
como el matrimonio Flem-Ath y más recientemente Graham Hancock han
utilizado la obra de Hapgood para hablar de una Atlántida antártica.
Quizá la más peculiar de estas teorías sea la que sostiene Robert Temple,
profesor asociado de Humanidades, Historia y Filosofía de la Ciencia en la
Universidad de Louisville, experto en lenguas antiguas y un especialista en la
historia de la ciencia china. En el año 2000 publicó un fascinante estudio sobre
historia de la tecnología en las civilizaciones antiguas, concretamente referido a la
ciencia de la óptica, titulado The Crystal Sun -“El Sol de Cristal”-.Y mucho antes,
en 1976, apareció The Sirius Mystery -“El Misterio de Sirio”-, donde a partir de los
conocimientos astronómicos sobre la estrella Sirio que posee el pueblo africano de
los dogon elabora una teoría sobre la visita de seres alienígenas procedentes de la
mencionada estrella. Su posición respecto del tema de la Atlántida va ligada a esta
presencia extraterrestre del siguiente modo:

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José Orihuela Guerrero

“En su libro West declara que la civilización egipcia no se desarrolló,


sino que fue un legado. Me siento inclinado a estar de acuerdo
con él, por decirlo de un modo elegante…West deja muy claro
que cree que esta herencia proviene de una temprana civilización
del tipo de la Atlántida originaria de este planeta, y rechaza los
argumentos de quienes recurren a los orígenes extragalácticos para
explicar la civilización egipcia…siempre sugerí que la hipótesis de la
Atlántida era ciertamente una posibilidad alternativa a la hipótesis
extraterrestre. El problema es que yo no creo en la viabilidad de
la teoría de la Atlántida tal como se postula en la actualidad, pues
implica la ausencia de contacto extraterrestre…Pero la Atlántida
postulada hoy es demasiado antigua y deja varios miles de años
de ‘nada’ entre ésta y Egipto y Sumeria…En mi opinión, en la
antigüedad hubo un contacto de extraterrestres con la Tierra. Y
creo que el período de interacción con extraterrestres y la fundación
de la civilización egipcia y sumeria, probablemente con su ayuda,
ocurrieron entre los años 5000 y 3000 a. C.”10

En el texto anterior Temple alude a John Anthony West, una especie de guía
turístico experto en algo llamado egiptología simbólica, que en Serpent in the Sky.
The High Wisdom of Ancient Egypt (1993) -“La Serpiente Celeste”- sostiene entre
otras cosas que la erosión sufrida por la Esfinge procede del agua y no del viento
-idea que extrae de la obra de Schwaller de Lubicz-. De ese hecho infiere que
ese agua procedía de lluvias torrenciales que en Egipto no se producen desde al
menos el quinto milenio antes de nuestra era, luego la Esfinge es miles de años
anterior a las pirámides y producto de una civilización predinástica. De la misma
opinión es el geólogo y profesor universitario Robert M. Schoch, que sostiene sus
tesis en dos libros: uno publicado en 1999 y titulado Voices of the Rocks -“Escrito
en las Rocas”- y otro aparecido en 2003 bajo el título de Voyages of the Pyramid
Builders -“Los Viajes de los Constructores de Pirámides”-, en los cuales comienza
basándose en la redatación de la Esfinge y termina concluyendo que el desastre
al que alude Platón se refiere a una catástrofe producida frente a las costas de
Sumatra.
La Esfinge juega en todo este asunto un papel fundamental, y de hecho en una
obra escrita por Robert Bauval y Adrian Gilbert y titulada El Misterio de Orión se
sostiene que la altiplanicie de Gizeh es un reflejo de una porción del cielo y que
las tres grandes pirámides son un reflejo arquitectónico del cinturón de Orión.
Más fundamental es aún su papel en la obra de 1996 que Bauval escribe junto con
Hancock y que lleva por título Keeper of Genesis. A Quest for the Hidden Legacy

10 Temple, Robert: El Misterio de Sirio. Timun Mas. Barcelona, 1998, p. 21.

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of Mankind -“El Guardián del Génesis. La Búsqueda del Legado Oculto de la


Humanidad”-, donde se dice que la Esfinge señala una correlación estelar que
nos retrotrae al año 10.500 antes de nuestra era, un tiempo primero donde ha de
fecharse la desaparición de una civilización primordial de la que son herederos los
antiguos egipcios.
Y para que quede claro que en muchas ocasiones la pretendida tajante división
entre iluminados por un lado e investigadores serios por otro no está nada clara
en este asunto, digamos de pasada que en el libro de Bauval Secret Chamber.
The Quest for de Hall of Records (2001) -“La Cámara Secreta”- se nos refiere la
trayectoria de uno de los egiptólogos más reputados y defensor acérrimo del
paradigma oficial: nos referimos a Mark Lehner. Pues bien, resulta que nuestro
investigador serio comenzó su carrera financiado por la Fundación Edgar Cayce
para buscar bajo las patas de la Esfinge nada menos que la Sala de los Archivos que
el famoso vidente dijo que los atlantes habían guardado en aquel lugar. Y también
en este curioso libro se habla de los contactos existentes entre el hijo mayor de
Cayce y nada menos que el conservador oficial de la meseta de Gizeh, el famoso
doctor Zahi Hawass.

Algunas Conclusiones
Tras este recorrido histórico vemos como el de la Atlántida puede considerarse
un relato-problema que ha cumplido diversas funciones a lo largo de una dilatada
historia que ya cuenta con veinticinco siglos de existencia, una de ellas sin duda la
de cuestionar los paradigmas existentes en diversas épocas de la historia humana.
De ese modo el relato platónico sobre la Atlántida, utilizado por el propio
Platón como una especie de contraejemplo para definir a la Atenas primitiva y
su concepción de lo que era un estado ideal, ha desempeñado una diversa gama
de papeles dentro del contexto espaciotemporal en que se han ido sucediendo los
distintos paradigmas dominantes.
De esa forma, mientras en la Edad Antigua sirvió de apoyo a los conocimientos
y especulaciones geológicas acerca de los cambios producidos en la correlación de
tierras emergidas con respecto a los dominios del agua en el mundo, a finales de
la Edad Media actuó como estímulo a la ampliación de horizontes geográficos y a
la exploración marítima que se materializaría a partir del Renacimiento.
Y en la Edad Moderna coadyuvó al descubrimiento de nuevas tierras y sirvió de
justificación ideológica al imperialismo español, para en la Edad Contemporánea
ser puesto al servicio de los objetivos de diversos nacionalismos, así como para
introducir la hipótesis de una civilización primigenia preneolítica -en algunas
variantes altamente desarrollada tecnológicamente-, además de proporcionar un
marco temporal alternativo al suministrado por el estrecho marco temporal que
la tradición bíblica asignaba a la historia humana y del mundo. Sin olvidar que
también ha sido explotado por la corriente esotérica y mística como reacción

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José Orihuela Guerrero

al saber científico, e incluso ha sido utilizado por ideologías totalitarias para


justificar sus delirios de poder.
Para terminar este artículo podríamos preguntarnos por el papel que el relato
platónico sobre la Atlántida puede jugar en la actualidad. Entendemos que, a
tenor de lo expuesto en las páginas anteriores, podríamos consignar al menos
cinco puntos en los que podría contribuir a la articulación de un conocimiento
histórico más preciso de los hechos humanos.

1. Acabar con la especialización meramente descriptiva gracias a


su carácter interdisciplinar.
2. En su versión popularizada, constituye un aglutinante
de hechos que desafían la explicación proporcionada por el
paradigma dominante. Podemos poner como ejemplo la fecha del
descubrimiento de América o la cuestión acerca de la antigüedad del
hombre americano.
3. Detectar problemas ignorados por los presupuestos teóricos
del paradigma vigente, como por ejemplo la existencia de pirámides
tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo.
4. Constituir una fuente de inspiración para la elaboración de
una teoría alternativa al paradigma establecido en la actualidad.
5. Proporcionar un ejemplo histórico real del papel que juega el
estrato ideológico en la evolución de la sociedad humana, según un
esquema por el cual a partir de la Edad Moderna una innovación
tecnológica como la aparición de la brújula se incardina en un
proceso socioeconómico tendente a buscar nuevas tierras donde
obtener materias primas, para lo cual a nivel político e ideológico
se reconvierten elementos preteridos -o que jugaban un papel
secundario- en la Edad Media, como el relato platónico de la
Atlántida.

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