La Atlantida
La Atlantida
La Atlantida
Erebea
Revista de Humanidades
y Ciencias Sociales
Núm. 6 (2016), pp. 253-272
issn: 0214-0691
Resumen Abstract
En el presente artículo se realiza, desde This article presents a journey, from the
el Renacimiento hasta nuestros días, un re- Renaissance to the present day, through
corrido por las diversas hipótesis que se han the different hypotheses made about the
vertido en torno al relato platónico sobre la Platonic story of Atlantis and proposed by
Atlántida, formuladas por una serie de auto- a number of authors from very different
res de muy diferente formación académica e academic backgrounds and ideological
intencionalidad ideológica. Y ese recorrido intents. This historical overview shows that
histórico nos muestra que el de la Atlántida Atlantis can be considered a story/problem
puede considerarse un relato-problema que that has been reformulated over time
ha ido reformulándose a lo largo del tiempo to serve many roles throughout its long
para cumplir diversas funciones a lo largo history. One of them, undoubtedly, to be
de su dilatada historia, una de ellas sin duda instrumental when it comes to questioning
la de servir de instrumento para cuestionar the dominant paradigms at the various
los paradigmas dominantes en las diversas stages comprising the referenced historical
etapas que comprende el período histórico period, even, in order to do so, moving
referenciado, incluso alejándose para ello away on many occasions from what the text
en muchas ocasiones de lo sostenido en el written by the Athenian thinker contains.
texto elaborado por el pensador ateniense. The article ends by stating a number of
Termina el artículo consignando una serie points about the role that the Platonic
de puntos acerca del papel que el relato pla- story of Atlantis could play today.
tónico sobre la Atlántida podría jugar en la
actualidad.
a que se desmorone un paradigma que hace aguas por muchos sitios. Por último
se termina expresando la confianza en que las nuevas técnicas científicas ayuden a
acabar con tal cerrazón mental y se logre alcanzar un acuerdo entre la ciencia y lo
que no lo es. Y para demostrar que la cerrazón del mundo académico no es algo
nuevo, sino una constante de la historia de la ciencia, se recurre a todos aquellos
casos en que efectivamente la ciencia oficial tuvo que admitir hechos que en
principio no encajaban en el paradigma dominante en su época. Y al final se hace
inevitable la referencia al celebérrimo Heinrich Schliemann y su descubrimiento
de Troya siguiendo al pie de la letra el texto de Homero, en contra de la opinión
de todas las eminencias científicas de su época.
Atlantis y América.
Pero si el tema de la Atlántida suscitó interés en la antigüedad clásica y
pasó prácticamente desapercibido durante la Edad Media, el descubrimiento
de América volvió a ponerlo en primer plano. Los hombres de los siglos XVI
y XVII solo poseían dos paradigmas explicativos con los que intentar asumir
ideológicamente tamaña alteración de sus conocimientos geográficos: la tradición
pagana y la Biblia. En efecto, a nadie se le puede ocultar la afirmación de Platón
acerca de que desde Atlantis se puede ir de isla en isla hasta el verdadero continente
que cierra el mar -Timeo, 24e-25a- y que para muchos constituye una prueba
inequívoca de que una parte del relato platónico conecta con el conocimiento de
la existencia de América en el mundo antiguo.
Marsilio Ficino tradujo Critias en 1485 y Pedro Mártir de Anglería afirmó en
1493 que Colón había descubierto un nuevo mundo que nada tenía que ver con
el continente asiático. Ya Francisco López de Gomara, en su Historia General de
las Indias (1522), señaló la admirable identidad existente entre el relato platónico
y el nuevo continente e incluso expuso similitudes filológicas como el hecho de
que en México agua se designe con el término atl -raíz de Atlantis-. Respecto a
la influencia del relato de la Atlántida en la epopeya colombina, es interesante
observar que mientras Gonzalo Fernández de Oviedo la afirma rotundamente
en su obra Historia General y Natural de las Indias (1535), Hernando de Colón
-hijo del Almirante de la Mar Océana- niega cualquier interés de su padre por el
asunto. Claro que ignoramos si lo hizo por evitar más problemas a la memoria
de su progenitor con la ortodoxia católica establecida, o porque constató -al igual
que en el siglo XIX hará Humboldt- la ausencia de referencia alguna a la isla
platónica en la obra escrita del descubridor -por otro lado, celoso custodio de las
fuentes que tanto le habían convencido sobre el seguro éxito de su empresa-.
En su Historia de las Indias de 1527 Bartolomé de las Casas sostiene que no
es descabellado pensar que una parte del continente descrito por Platón hubiese
escapado al cataclismo, y en 1530 Gerolamo Fracastore relaciona directamente a
los indios con los supervivientes de la Atlántida. En 1580 aparece la obra póstuma
de Goropius Becanus, Hispanica, donde enlaza el relato platónico y el mito de las
diez tribus perdidas de Israel para justificar los derechos de la corona de España
sobre el continente americano al convertir a Tartessos en la capital de la antigua
Atlantis. En la misma línea se va a pronunciar en 1572 Pedro Sarmiento de
Gamboa en su obra Historia General llamada Índica.
Contra esta unión del paradigma bíblico y el pagano con objeto de legitimar
los derechos del imperio español se pronunciará José de Acosta, que en 1589
publica una Historia Natural y Moral de las Indias Occidentales donde rechaza la
identificación del continente descubierto por Cristóbal Colón tanto con el relato
platónico como con el mito de las diez tribus, afirmación que será secundada por
el francés Michel de Montaigne.
Podemos observar en esta irrupción del tema atlante en la Edad Moderna
cómo el relato es asumido en el marco ideológico y político dominante en la época
y desplaza el interés de los que lo trataban en el mundo antiguo con objeto de
elucidar la verdad geográfica o geológica -o apuntalar sus opiniones acerca de esas
cuestiones- hacia asuntos muy distintos. En efecto, en los albores de esta nueva
época el tema de la Atlántida va a verse sumergido por una parte en la pugna
renacentista entre la teología bíblica y la herencia cultural del mundo clásico
3 Vidal-Naquet, P.: La Atlántida. Pequeña Historia de un Mito Platónico. Akal. Madrid, 2006,
p. 76.
Las implicaciones de tal punto de vista son enormes. De hecho abren paso a
una concepción evolucionista de la historia que será la que adopte la Ilustración
francesa del siglo siguiente y más tarde el conjunto de las ciencias biogeológicas,
con las consecuencias científicas y culturales de todos conocidas. Y no debemos
dejar de apuntar que, del mismo modo que la mención a un continente que cierra
el mar parece constituir una clara alusión al conocimiento de la existencia de
América, esa fecha de nueve mil años antes de Solón constituye una referencia a
acontecimientos ocurridos al final de la era glacial y de los que las fuentes en que
se basara Platón al parecer tenían algún tipo de referencia. ¿Cómo es ello posible?
Sin duda este punto constituye otro de los grandes enigmas que provoca el relato
que nos ocupa.
Atlantis y el Nacionalismo.
Si nos fijamos ahora en el segundo aspecto de la pugna ideológica y política
en que el texto de Platón se vio inmerso en los comienzos de la Edad Moderna
podremos entender la siguiente dimensión que nos va a presentar la apropiación
de la historia de Atlantis, a saber, la reafirmación nacionalista. Ya vimos cómo la
utilizaron en ese sentido los escritores de la corte madrileña, y de hecho La Peyrère
era un nacionalista galo que pensaba que el rey de Francia estaba llamado a
conseguir la hegemonía universal. Pues bien, este “nacional-atlantismo” -término
que tomamos de Vidal-Naquet- será desarrollado también en Suecia por Olaus
Rudbeck, cuya gigantesca obra -titulada Atlantica, sive Manheim, vero Japheti
posterorum sedes ac Patria- fue publicada entre 1679 y 1702. Sostiene en ella que
Suecia es la patria de la posteridad de Jafet y la verdadera Atlántida -cuya capital
se encontraba en la actual Upsala-, siendo las runas los precedentes del alfabeto
fenicio y griego.
Sin embargo, sigue habiendo en el siglo XVII autores que tratan el tema de
la Atlántida sin buscar en ella los asientos originarios de su patria. Es el caso
del jesuita alemán Atanasius Kircher (1602-1680) autor de Mundus Subterraneus
(1664) y de la famosa cartografía que ilustra tantos libros sobre el tema donde
sitúa a la Atlántida como una isla en el centro del Atlántico, y que entre otras cosas
sostuvo que las islas Canarias eran los vestigios del hundimiento y los guanches
los descendientes de los supervivientes de la población atlante.
Atlantis y la Biblia
Volvamos a la relación entre el relato de la Atlántida como estandarte del
paradigma clásico frente al paradigma bíblico con que comienza la utilización del
relato de Platón en la Edad Moderna. Esta relación es fundamental y rebrota con
fuerza en el siglo XVIII, según nos dice Vidal-Naquet:
De la Ilustración al Romanticismo
Pero también existen en el mundo ilustrado concepciones sobre la Atlántida
que no son bíblicas ni nacionalistas. Court de Gébelin publicó entre 1773 y 1782
los nueve volúmenes de su Monde Primitif, donde sostiene que la civilización
surge simultáneamente en China, la India y el Próximo Oriente, pero proviene
de un origen común: esa Atlántida de que nos habla Platón y que no es más que
el recuerdo de una primigenia edad de oro. Y en su Essai sur les Moeurs (1769)
Voltaire relaciona el relato platónico con el oscuro recuerdo de unas descubiertas y
luego olvidadas islas Madeira, con lo cual enlaza con las hipótesis ya mencionadas
de Kircher y en general con la tesis de que los archipiélagos que conforman la
Macaronesia constituyen los restos del antiguo continente hundido.
También el siglo XVIII tuvo representantes de la hipótesis que relaciona el relato
platónico con el Diluvio, sea en versiones fideistas o laicas. Nicolas Boulanger
(1722-1759) sostuvo que toda la historia de la humanidad gira alrededor de
sucesivos diluvios y que el fin de la religión es disfrazar el temor a la repetición de
los sucesivos desastres. Hay un eterno retorno del hecho diluvial, y el gran secreto
del cosmos es que la naturaleza se revuelve cíclicamente contra el género humano.
Y ese es el valor del relato de Platón, su carácter de advertencia.
Atlantis en el Siglo XX
Ya en el siglo XX personalidades de la relevancia de Adolf Schulten identificará
la Atlántida con Tartessos y la situará en la desembocadura del Guadalquivir,
mientras el novelista Pierre Benoit la ubicará en el Sahara y el alemán Leo Frobenius
en Níger. Lo cierto es que mientras en Francia el asunto estuvo restringido al
campo literario no ocurrió lo mismo en Alemania, donde el relato platónico fue
utilizado como pretexto para la justificación de las ideas de la supremacía aria que
terminarían desembocando en la pesadilla nazi. Hemos de mencionar la obra de
Karl Georg Zschaetsch titulada La Atlántida, Patria Primitiva de los Arios (1922)
y la de Albert Hermann Nuestros Antepasados y la Atlántida (1934), que habla
de un imperio germano-atlante cuya prueba son los megalitos. En El Mito del
Siglo XX (1932) Rosenberg dice que la colonización atlante alcanzó el mundo
entero e incluyó a Judea. Y en los años cincuenta escribió varias obras siguiendo
esta tradición el pastor alemán Jurgen Spanuth, que identifica la capital atlante
-a la que denomina Basileia- con Heligolandia, adscribiéndose así a la que se
denomina tesis hiperbórea.
Relacionado con lo que Berlitz denomina historia intuitiva, Richard Ellis dice
lo siguiente:
Entre esos autores respetables incluye Ellis a Rachel Carson, que en 1951
publicó un libro titulado The Sea Around Us donde relaciona la leyenda de la
Atlántida con la elevación y posterior hundimiento de la tierra en la zona del Mar
del Norte conocida como Dogger Bank. En 1950 Spyridon Marinatos sostuvo que
la leyenda platónica era resultado de una síntesis de diversas tradiciones históricas,
entre las que había una leyenda que databa del Imperio Medio de Egipto sobre
un naufragio en una isla perdida y una crónica sumeria de la inundación a que
se refiere la Biblia. Asimismo sostuvo la tesis de que una erupción volcánica fue
la responsable de la destrucción de la civilización minoica de Creta. Y fue un
artículo publicado en 1960 por Angelos Ganalopoulos el que relacionó el relato
de la Atlántida y el diluvio de Deucalión con la erupción volcánica de Santorín en
la edad del Bronce -esa sería la misma erupción que causó las plagas bíblicas sobre
Egipto, el fenómeno de la separación de las aguas en tiempos de Moisés, y el mito
griego de Faetón-. Un partidario de esta tesis egea es el ingeniero oceanográfico
James Mavor, quien entre 1966 y 1984 publicó una serie de libros y artículos
donde se adhirió a las ideas de Marinatos y Ganalopoulos para terminar al final
por sugerir la sustitución de la erupción por un meteorito, cometa o asteroide que
chocó con la Atlántida egea. En apoyo de esta última hipótesis cita a estudiosos
como Otto Muck o Inmanuel Velikovski, que -como ya hemos visto- en los años
cincuenta habían sostenido tesis parecidas. Otros especialistas como Charles
Pellegrino o Jacques Cousteau se han adherido con más o menos matices a la tesis
egea, cuyo origen se halla en dos artículos publicados en Febrero de 1909 en el
diario Times por el erudito inglés K. T. Frost. En ellos este autor propone la Creta
minoica como modelo de la Atlántida, vía una narración egipcia del auge y la
caída de dicha civilización mediterránea.
Un estudioso como el geoarqueólogo suizo Eberhard Zangger publicó en
1992 un libro titulado The Flood from Heaven, donde sostiene que la narración
que refirieron a Platón era en realidad un visión egipcia deformada de la guerra
de Troya. El arqueólogo británico Peter James escribió en 1995 un libro titulado
The Sunken Kingdom: The Atlantis Mystery Solved, donde argumenta que Atlantis
se encontraba en la península de Anatolia, cerca de la actual Esmirna. Y en 2001
el geólogo Jacques Collina-Girard ha sugerido que Platón pudo referirse a un
pequeño archipiélago situado al oeste del estrecho de Gibraltar. Sin que debamos
En el texto anterior Temple alude a John Anthony West, una especie de guía
turístico experto en algo llamado egiptología simbólica, que en Serpent in the Sky.
The High Wisdom of Ancient Egypt (1993) -“La Serpiente Celeste”- sostiene entre
otras cosas que la erosión sufrida por la Esfinge procede del agua y no del viento
-idea que extrae de la obra de Schwaller de Lubicz-. De ese hecho infiere que
ese agua procedía de lluvias torrenciales que en Egipto no se producen desde al
menos el quinto milenio antes de nuestra era, luego la Esfinge es miles de años
anterior a las pirámides y producto de una civilización predinástica. De la misma
opinión es el geólogo y profesor universitario Robert M. Schoch, que sostiene sus
tesis en dos libros: uno publicado en 1999 y titulado Voices of the Rocks -“Escrito
en las Rocas”- y otro aparecido en 2003 bajo el título de Voyages of the Pyramid
Builders -“Los Viajes de los Constructores de Pirámides”-, en los cuales comienza
basándose en la redatación de la Esfinge y termina concluyendo que el desastre
al que alude Platón se refiere a una catástrofe producida frente a las costas de
Sumatra.
La Esfinge juega en todo este asunto un papel fundamental, y de hecho en una
obra escrita por Robert Bauval y Adrian Gilbert y titulada El Misterio de Orión se
sostiene que la altiplanicie de Gizeh es un reflejo de una porción del cielo y que
las tres grandes pirámides son un reflejo arquitectónico del cinturón de Orión.
Más fundamental es aún su papel en la obra de 1996 que Bauval escribe junto con
Hancock y que lleva por título Keeper of Genesis. A Quest for the Hidden Legacy
Algunas Conclusiones
Tras este recorrido histórico vemos como el de la Atlántida puede considerarse
un relato-problema que ha cumplido diversas funciones a lo largo de una dilatada
historia que ya cuenta con veinticinco siglos de existencia, una de ellas sin duda la
de cuestionar los paradigmas existentes en diversas épocas de la historia humana.
De ese modo el relato platónico sobre la Atlántida, utilizado por el propio
Platón como una especie de contraejemplo para definir a la Atenas primitiva y
su concepción de lo que era un estado ideal, ha desempeñado una diversa gama
de papeles dentro del contexto espaciotemporal en que se han ido sucediendo los
distintos paradigmas dominantes.
De esa forma, mientras en la Edad Antigua sirvió de apoyo a los conocimientos
y especulaciones geológicas acerca de los cambios producidos en la correlación de
tierras emergidas con respecto a los dominios del agua en el mundo, a finales de
la Edad Media actuó como estímulo a la ampliación de horizontes geográficos y a
la exploración marítima que se materializaría a partir del Renacimiento.
Y en la Edad Moderna coadyuvó al descubrimiento de nuevas tierras y sirvió de
justificación ideológica al imperialismo español, para en la Edad Contemporánea
ser puesto al servicio de los objetivos de diversos nacionalismos, así como para
introducir la hipótesis de una civilización primigenia preneolítica -en algunas
variantes altamente desarrollada tecnológicamente-, además de proporcionar un
marco temporal alternativo al suministrado por el estrecho marco temporal que
la tradición bíblica asignaba a la historia humana y del mundo. Sin olvidar que
también ha sido explotado por la corriente esotérica y mística como reacción