Cuentos de Anderson Imbert

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El ganador

[Minicuento - Texto completo.]

Enrique Anderson Imbert

Bandidos asaltan la ciudad de Mexcatle y ya dueños del botín de


guerra emprenden la retirada. El plan es refugiarse al otro lado de la
frontera, pero mientras tanto pasan la noche en una casa en ruinas,
abandonada en el camino. A la luz de las velas juegan a los naipes.
Cada uno apuesta las prendas que ha saqueado. Partida tras partida,
el azar favorece al Bizco, quien va apilando las ganancias debajo de la
mesa: monedas, relojes, alhajas, candelabros… Temprano por la
mañana el Bizco mete lo ganado en una bolsa, la carga sobre los
hombros y agobiado bajo ese peso sigue a sus compañeros, que
marchan cantando hacia la frontera. La atraviesan, llegan sanos y
salvos a la encrucijada donde han resuelto separarse y allí matan al
Bizco. Lo habían dejado ganar para que les transportase el pesado
botín.
FIN

La montaña
[Minicuento - Texto completo.]

Enrique Anderson Imbert

El niño empezó a treparse por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la


butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin
abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una
solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las
piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas.
Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
-¡Papá, papá! -llamó a punto de llorar.
Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido en la nieve, quería caminar y
no podía.
-¡Papá, papá!
El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña.
FIN

La cueva de Montesinos

Soñó don Quijote que llegaba a un transparente alcázar y Montesinos


en persona -blancas barbas, majestuoso continente- le abría las
puertas. Solo que cuando Montesinos fue a hablar don Quijote
despertó. Tres noches seguidas soñó lo mismo, y siempre despertaba
antes de que Montesinos tuviera tiempo de dirigirle la palabra. Poco
después, al descender don Quijote por una cueva, el corazón le dio un
vuelco de alegría: ahí estaba nada menos que el alcázar con el que
había soñado. Abrió las puertas un venerable anciano al que
reconoció inmediatamente: era Montesinos.
-¿Me dejarás pasar? -preguntó don Quijote.
-Yo sí, de mil amores -contestó Montesinos con aire dudoso-, pero
como tienes el hábito de desvanecerte cada vez que voy a invitarte…

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