Afectividad

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Antropología filosófica aristotélico-tomista

Capítulo 7. La afectividad humana

• La objetivación y comprensión de los fenómenos emocionales es el primer paso para


el dominio y educación de los mismos.

• Los afectos no son pura irracionalidad incontrolable, sino un aspecto muy


relevante de la personalidad humana; por eso la libertad personal juega un
papel decisivo en la configuración armoniosa de las emociones, y constituye
ésta una tarea de hondo valor ético.

1. Afectividad, subjetividad y exterioridad

• Alegrarse o entristecerse, tener esperanza o desesperación, el dolor o el miedo, etc.


son hechos de la vida psíquica que suelen estudiarse bajo el epígrafe de la
«afectividad humana», y exigen, sin duda, un estudio detenido porque cada vez más
se advierte la importancia de los afectos en la maduración personal.

• En el lenguaje ordinario se emplea la palabra «sentir» en dos sentidos diversos,


como cuando digo «siento frío» (sensación ligada al conocimiento sensible) y «siento
una gran pena» (me refiero a un sentimiento).

• ¿En qué se distinguen estos dos «sentires»?

• «El sentimiento se distingue del simple “sentir” propio de la sensibilidad


externa o interna en cuanto que mientras el sentir transmite “contenidos”
objetivos,

• el sentimiento reproduce la situación del sujeto, por ejemplo, de


satisfacción o insatisfacción (...);

• se puede decir que el sentimiento como tal es puro testimonio de sí»,


es decir que no exige una referencia concreta a las cosas reales.

• Es necesario integrar la afectividad en una antropología en donde se reconozca la


unidad corpóreo-espiritual del ser humano.

• De este modo, la afectividad es un mundo que atañe a toda la unidad psico-


somática, y por ello tiene un aspecto de interioridad anímica con respecto a la
realidad valorada y unas manifestaciones corpóreas observables.

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• La relación entre manifestación corporal y emoción (o sentimiento) no es como si se


dieran dos acontecimientos distintos: una emoción espiritual que produce una
reacción somática.

• Más bien hay que decir que el fenómeno afectivo posee una dimensión somática de
un hecho psíquico al que llamamos emoción.

• De esta manera se rechaza el dualismo cartesiano: no son dos hechos


distintos, sino la dimensión corporal de la emoción.

• Los afectos no sólo suponen una valoración de la realidad, sino que además son una
valoración de las mismas operaciones humanas.

• En efecto, los sentimientos se hallan presentes en todos nuestros actos


conscientes y son un índice de la perfección de los mismos.

• «Cuando son perfectos y completos nuestro sentimiento es de carácter


placentero; y cuando son inacabados o imperfectos nuestros sentimientos
son de desagrado».

• Así pues, la emoción es la conciencia de la armonía o disarmonía entre la


realidad y nuestras tendencias.

• En líneas generales podemos descubrir algunos elementos comunes que aparecen en


un detallado análisis de las emociones y sentimientos:

• a) Objeto desencadenante

• Siempre hay una causa que pone en marcha el mecanismo emocional:


el miedo ante un peligro; la alegría de encontrarse con una persona
querida, etc.

• Es oportuno señalar también que no todas las emociones son


igualmente «objetivas»: hay temores infundados causados por un
objeto poco relevante.

• b) Perturbación anímica

• Es la impresión subjetiva de la realidad externa.

• Ante el objeto desencadenante el sujeto siente esperanza, miedo o


temor.

• Esa realidad exterior posee un valor positivo o negativo con respecto


a mi subjetividad.

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• La captación de ese valor corresponde a la cogitativa en el hombre.

• c) Alteración orgánica o síntomas físicos

• La perturbación anímica provoca en el sujeto unos síntomas físicos


que muestran la unidad indisociable entre el cuerpo y el alma.

• Estas alteraciones orgánicas pueden ser de distinto tipo.

• Reacciones viscerales: de las funciones fisiológicas (respiración,


ritmo cardiaco, presión arterial, digestivas y endocrinas como
las glándulas lacrimales);

• reacciones musculares: escalofríos, temblores, contracciones, etc.;

• reacciones expresivas: gestuales (rostro, risa, mirada) y

• motoras (puesta en movimiento de los músculos y esqueleto).


Todas estas alteraciones se encaminan a preparar el organismo
a la acción externa.

• d) Conducta práctica

• Las emociones se manifiestan en la conducta.

• Se trata de una conducta que se rige, básicamente, por el esquema


atracción/rechazo con respecto a la realidad exterior captada por los
sentidos y valorada por la cogitativa.

• Las emociones son impulsos que nos llevan a actuar, programas de


reacción automática; pero en el caso del hombre, ese automatismo
viene mediado por la voluntad.

• Estos cuatro elementos son necesarios para definir una emoción.

• Sólo después de analizar en cada caso todos estos elementos podremos llegar
a identificar, definir y entender correctamente de qué sentimiento se trata.

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2. Emociones y sentimientos

• En la psicología tomista se suele emplear el término «pasión» para el acto del


apetito sensible.

• Este término tiene su origen en la palabra latina passio, que indica el


«padecimiento» que sufre el sujeto.

• La pasión es «la actividad del apetito sensible que resulta del


conocimiento y que se caracteriza por las alteraciones corporales que
produce» (Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 22 ).

• Ahora se utilizan los términos de «sentimientos» y «emoción» para


describir los actos apetitivos descritos antes como «pasiones».

• Aunque en el lenguaje coloquial se suelen emplear como sinónimos,


parece conveniente distinguir entre las emociones y los afectos.

• Características de las emociones

• La emoción se caracteriza por una perturbación brusca y profunda de la vida


psíquica y fisiológica; el sentimiento, por el contrario, excluye un desorden
psíquico o corpóreo en el hombre.

• La emoción va acompañada de fenómenos fisiológicos muy


complejos que pueden ser observados y medidos con aparatos (como
el cardiógrafo o el galvanómetro) permitiendo la obtención de
medidas precisas.

• Las experiencias revelan la existencia de tres tipos de reacciones


fisiológicas:

• a) Reacciones viscerales: de tipo respiratorio (aceleración o


retardo del ritmo de la respiración, por ejemplo); del aparato
circulatorio (aceleración del ritmo cardiaco; fenómenos
vasocronstrictores que provocan la palidez); del aparato
digestivo (paralización de la digestión); del sistema glandular
(excitación de las glándulas lagrimales, sudores fríos).

• b) Reacciones musculares: como escalofríos, temblores,


contracción de los músculos torácicos, etc.

• c) Reacciones expresivas: expresión del rostro y del cuerpo, la


risa, etc.

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• Todas estas reacciones se encaminan a la acción práctica inmediata y,


como consecuencia, hacia una conducta exterior determinada: «Todas
las emociones son, en esencia, impulsos que nos llevan a actuar,
programas de reacción automática (Goleman, Inteligencia emocional, p.
26).

• Por otro lado, la mayor parte (aunque no todas) de las reacciones


emocionales son puramente reflejas y son provocadas
automáticamente por el choque emocional.

• Por eso se puede decir que la emoción está fuera del dominio de la
voluntad, al menos parcialmente.

• Características de los sentimientos

• En los sentimientos las reacciones fisiológicas son mucho más difíciles de


captar, pero como en todo fenómeno afectivo también los sentimientos
poseen algunas reacciones corporales:

• a) Actitudes y expresión del rostro: por ejemplo, la tristeza, el disgusto o


la sonrisa (con sus diversas variantes), las lágrimas, etc.

• Son auténticas manifestaciones somáticas de los sentimientos,


aunque no tengan la vehemencia y automatismo de las
reacciones emocionales.

• De esta manera, el carácter moderado y reflexivo de los


sentimientos deja un importante margen a la voluntad para
modificar, atenuar o frenar la expresión exterior de los
sentimientos.

• b) Reacciones cinestésicas: todo estado de sentimiento provoca hechos


subjetivos que hacen variar la respiración, el pulso, etc.

• Estos fenómenos orgánicos suelen ser muy débiles.

• A diferencia de lo que sucede en las emociones, «lejos de perturbar el


psiquismo, parece que ejercieran una acción reguladora sobre la vida
individual, estableciendo un estado de equilibrio entre las diferentes
atracciones y repulsiones».

• Su aplicación a la acción no parece tan inmediata como la que


se da en las emociones.

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3. Clasificación de las emociones, pasiones y sentimientos

• Si resulta difícil la determinación de qué son los afectos, más complejo todavía
parece ser la clasificación de los mismos.

• Son posibles muchos criterios clasificatorios y por eso se puede decir que no existe
una única clasificación de las emociones y sentimientos.

• 1) Desde la psicología experimental se ha diseñado una posible clasificación


de las emociones basada principalmente en los tipos de respuestas fisiológicas ante
determinados estímulos, es decir, analizando la vertiente físico-corpórea de la
emoción.

• Así, cuando la sangre se retira del rostro (lo que explica la palidez y la
sensación de «quedarse helado») y fluye a los músculos de las piernas para
favorecer la huida, se dice que tenemos miedo; o cuando arqueamos las cejas
aumentando el campo visual para que penetre más luz en la retina (lo cual
nos proporciona más información sobre el acontecimiento inesperado)
decimos que tenemos una sorpresa, etc.

• De esta manera se agrupan las emociones por familias, destacando las


siguientes:

• la ira (que englobaría, la rabia, enojo, resentimiento, furia,


exasperación, indignación, acritud, animosidad, irritabilidad,
hostilidad, odio, violencia);

• tristeza (aflicción, pena, desconsuelo, pesimismo, melancolía,


autocompasión, soledad, desaliento, desesperación y, en caso
patológico, depresión);

• miedo (ansiedad, aprensión, temor, preocupación, consternación,


inquietud, desasosiego, incertidumbre, nerviosismo, angustia, susto,
terror y, en caso patológico, fobia o pánico);

• alegría (felicidad, gozo, tranquilidad, contento, beatitud, deleite,


diversión, dignidad, placer sensual, estremecimiento, rapto,
gratificación, satisfacción, euforia, capricho, éxtasis);

• amor (aceptación, cordialidad, confianza, amabilidad, afinidad,


devoción, adoración, enamoramiento);

• sorpresa (sobresalto, asombro, desconcierto, admiración);

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• aversión (desprecio, desdén, displicencia, asco, antipatía, disgusto y


repugnancia);

• vergüenza (culpa, perplejidad, desazón, remordimiento, humillación,


pesar y aflicción).

• Sin embargo, «no cabe duda de que esta lista no resuelve todos los problemas
que conlleva el intento de categorizar las emociones.

• ¿Qué ocurre, por ejemplo, con los celos, una variante de la ira que
también combina tristeza y miedo? (...)

• La verdad es que en este terreno no hay respuestas claras y el debate


científico sobre la clasificación de las emociones aún se halla en el
tapete» (Daniel Goleman, Inteligencia emocional, p. 442).

• El problema consiste en que para clasificar las emociones (en esta


clasificación se equiparan a los sentimientos) se está atendiendo a un
único criterio: la repercusión orgánica de los mismos.

• 2) La Filosofía clásica expone una completa tipología de las pasiones, dentro


del contexto de la moral (Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, q. 23, a.
4, c.).

• Desde este punto de vista, las emociones no son más que pasiones: pasividad
que genera una respuesta en el sujeto.

• La clasificación clásica de las pasiones se basa en las dos tendencias


básicas (deseo e impulso) tratadas en el capítulo 4: Las tendencias
sensibles: deseos e impulsos).

• El criterio clasificatorio se toma en primer lugar del objeto de la


tendencia (bien o mal), y en segundo lugar del tiempo (ahora o
después).

• a) Pasiones del deseo (o apetito concupiscible).

• Son el amor (inclinación o tendencia general hacia el bien);

• el odio (tendencia a rechazar el mal);

• el deseo o concupiscencia (inclinación hacia un bien, no


poseído todavía);

• la aversión (rechazo de un mal);

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• el gozo (agrado y reposo de la tendencia con respecto al bien


ya poseído);

• el dolor (sentimiento correspondiente a la posesión de un mal


sensible –dolor– o de un mal espiritual –tristeza–).

• b) Pasiones del impulso (o apetito irascible).

• Son la esperanza (tendencia hacia un bien difícil, pero


alcanzable);

• desesperanza (inclinación hacia un bien arduo, pero concebido


como inalcanzable);

• temor (rechazo ante un mal ausente, pero inevitable);

• audacia (rechazo ante un mal ausente, pero evitable);

• ira (rechazo del mal presente).

• 3) Por último, una interesante clasificación es la propuesta por Max Scheler


desde la fenomenología, atendiendo principalmente al origen de los
sentimientos humanos, según una escala o «estratificación» de los
sentimientos (en La gradación de la vida emocional, Ética, pp. 110-127;
retomada por Juan Manuel Burgos, Antropología: una guía para la existencia,
pp. 114-139).

• a) Sentimientos sensibles. Se caracterizan por una localización


sensorial bien determinada, de carácter puntual y transitorio.

• Estos sentimientos son signos de que algo físico está alterado;


por ejemplo, el dolor de estómago nos «avisa» de que algo no
va bien en el aparato digestivo; al igual sucede con los
sentimientos de hambre o sed.

• b) Sentimientos vitales y corporales. Con respecto a los anteriores,


estos sentimientos pierden la localización sensorial determinada,
porque se extiende a todo el cuerpo.

• Así sucede, por ejemplo, con la sensación de bienestar que


acompaña a la salud, o de malestar general que acompaña a la
enfermedad.

• Estos sentimientos aportan una indicación del estado global


del organismo.

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• c) Sentimientos psíquicos o anímicos. Estos sentimientos son más


independientes del cuerpo y están producidos por circunstancias y
hechos concretos.

• Así sucede con la alegría o tristeza ante una noticia, la


decepción o el asombro.

• Se tratan de cualidades del «yo» personal que modulan


afectivamente la relación entre el sujeto (el «yo») y el objeto
(captado por el sujeto).

• d) Sentimientos espirituales. Estos sentimientos brotan de los niveles


más espirituales del sujeto, y por lo tanto, más alejados de la
corporeidad.

• No están motivados directamente por el conocimiento


sensible, sino por algo cuya entidad está más allá de una
percepción inmediata.

• Más que «estados del yo» son «modos de ser» del sujeto que
penetran todos los contenidos de la conciencia, como son los
sentimientos de felicidad, paz, melancolía, etc.

• Se trata de sentimientos que proceden de raíces más hondas


de la persona y que no pueden ser modifica- dos, al menos de
manera inmediata.

• Éstas y otras clasificaciones que se han ensayado desde diversas disciplinas, no


acaban de ajustarse a la compleja realidad humana de la afectividad.

• Los límites entre unos sentimientos y otros se difuminan y se entremezclan


entre sí; las causas de los sentimientos se nos ocultan con frecuencia y la
relación entre perturbación anímica y manifestación corporal no es unívoca.

• A veces, en efecto, estamos alegres por una buena noticia y esto repercute en
la sensación de bienestar corporal; otras veces sucede que el cansancio o la
enfermedad corporal provocan la melancolía o tristeza del espíritu.

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4. Temperamento, carácter y personalidad

• El estado de ánimo añade, con respecto a la emoción y al sentimiento, el carácter de


duración o permanencia en el sujeto que lo padece, hasta el punto de que el estado de
ánimo fundamental es el ingrediente afectivo que «colorea» toda la actividad
consciente de la persona.

• De esa manera se configura un modo de ser estable o carácter (El estado de


ánimo vendría a ser equivalente, en parte, a los sentimientos espirituales
expuestos por Max Scheler).

• El estado de ánimo es, pues, más perdurable que las emociones, aunque no es tan
profundo como ellas.

• Es extraño que uno esté furioso todo un día, pero no lo es tanto permanecer
en un estado de ánimo malhumorado e irritable que facilita las alteraciones
furiosas.

• Si este estado de ánimo configura un modo de ser estable vuelve a la persona


melancólica, nerviosa, tímida o jovial, dependiendo de los estados de ánimo
predominantes.

• La intensidad y forma de manifestarse los sentimientos hacen que


predominen en la conducta unas actitudes u otras: el apasionado pone pasión
e intensidad en lo que hace;

• el sentimental se deja llevar por los sentimientos, no los domina;

• el cerebral y frío es el racionalista inconmovible;

• el sereno es aquél cuyos sentimientos tardan en despertarse, aunque


suele ser más constante en sus sentimientos;

• el apático (a-patheia significa sin-pasiones) es el que siente poco,


porque conoce poco, no tiene tendencias ni apetencias, ni metas.

• A este propósito conviene recordar que en la configuración de la propia


personalidad intervienen una serie de factores.

• En términos generales, se puede decir que la personalidad se construye


partiendo de una base genética heredada, con una educación determinada y, sobre
todo, con la propia actividad libre.

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• Las relaciones que se establecen entre herencia genética, aprendizaje y


libertad pueden ser integradas en unas nociones tomadas de la psicología
experimental.

• En efecto, los estudios psicológicos de la caracterología pueden prestar una


interesante aportación a la Antropología filosófica con las nociones de
temperamento, carácter y personalidad.

• a) Temperamento

• Es el conjunto de inclinaciones innatas propias de un individuo, resultantes


de su constitución psicológica, íntimamente ligadas a factores bioquímicos,
endocrinos y neurovegetativos, que imprimen unos rasgos distintivos al
individuo.

• En definitiva, es la base genética heredada, que resulta bastante estable y difícil


de variar.

• b) Carácter

• Sobre el temperamento los factores ambientales, culturales y educativos van


perfilando un modo de ser propio y peculiar.

• Es más flexible y fácil de modificar que el temperamento.

• Es aquí donde los sentimientos juegan un papel importante; de hecho, la


emotividad es uno de los rasgos que definen a los distintos tipos
psicológicos.

• c) Personalidad

• Sobre el carácter y el temperamento, la persona se va configurando a través


de sus decisiones libres, adquiriendo unos hábitos que la definen como esta
persona singular.

• Es un proceso que no termina nunca y se le puede denominar proceso de


«personalización».

• Para nuestro tema nos interesa ahora mostrar la importancia de la vida


emocional o afectiva en el modo de ser personal.

• La educación de los afectos es una de las primeras tareas que toda persona humana
debe realizar, para que sus sentimientos sean los adecuados.

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5. Valor cognoscitivo de la afectividad

• Para muchos autores el sentimiento, al igual que el conocimiento, es intencional


porque me informa de una realidad (el objeto de la emoción).

• En este sentido, se puede decir que la afectividad posee también un carácter


cognoscitivo.

• La intencionalidad de la afectividad fue negada por la filosofía racionalista


(Descartes y Kant): para el racionalismo los afectos sólo nos informan del
sujeto y no nos dicen nada acerca de la realidad.

• Frente al racionalismo, gran parte de la filosofía contemporánea


(existencialismo, fenomenología, etc.) afirma que la afectividad es
cognoscitiva porque nos informa de lo real para mí.

• La psicología experimental y las neurociencias han llegado a la conclusión de que


«en un sentido muy real todos nosotros tenemos dos mentes, una mente que piensa
y otra mente que siente, y estas dos formas fundamentales de conocimiento
interactúan para construir nuestra vida mental.

• Una de ellas es la mente racional, la modalidad de comprensión de la que


solemos ser conscientes, más despierta, más pensativa, más capaz de
ponderar y de reflexionar.

• El otro tipo de conocimiento, más impulsivo y más poderoso –aunque a


veces ilógico–, es la mente emocional» (Daniel Goleman, Inteligencia
emocional, p. 30).

• La mente emocional es mucho más veloz que la mente racional y se pone en


funcionamiento sin detenerse a considerar qué está haciendo.

• En efecto, la afectividad parece proporcionarnos un cierto conocimiento de la


realidad, pero a un nivel prerracional y prerreflexivo.

• Este conocimiento prerracional determina el modo en que el hombre está


instalado en el mundo antes de cualquier valoración racional objetiva sobre
el mundo.

• A diferencia del conocimiento intelectual, la afectividad es siempre un


punto de vista que me proporciona un conocimiento de la realidad-para-mí,
y no un conocimiento objetivo de la realidad-en-sí-misma.

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• Además, la vida afectiva es un índice del grado de perfeccionamiento de la persona


y de sus acciones.

• Al igual que el dolor subjetivo manifiesta un mal objetivo en el orden


físico, los sentimientos y afectos son un buen «termómetro» de nuestra
felicidad.

• El sentimiento de placer acompaña a la posesión de un bien sensible (la


satisfacción del hambre con un exquisito plato); la alegría parece responder
al gozo de la posesión de un bien no necesariamente sensible (como la que
experimentan los enamorados con el recuerdo de la persona amada).

• La tristeza, por el contrario, me informa de la carencia del bien querido.

• En el remordimiento experimento el dolor o tristeza del mal que he


realizado y que libremente he «hecho» mío.

• En ese sentido, se podría decir que la tristeza («dolor del alma») actúa como
un «mecanismo de defensa» de la persona que la mueve constantemente a la
búsqueda de la felicidad perdida.

• Puede suceder que nos «acostumbremos» a la tristeza o insatisfacción, o al


remordimiento de la conciencia moral: en tal caso, el mecanismo de
defensa será defectuoso y no me informará del verdadero bien que debo
alcanzar.

• El deseo de felicidad, siempre insatisfecho en el hombre, lejos de ser una desgracia o


una «pasión inútil» constituye la mejor «defensa» que nos lanza continuamente en
busca de la felicidad.

• La felicidad es la «vivencia» subjetiva de la posesión objetiva del bien.

• Pero como la posesión plena del bien no es posible en esta vida, estamos
siempre insatisfechos con los bienes alcanzados:

• a nivel sensible, el placer genera la búsqueda de nuevos placeres una


vez satisfechos; a nivel espiritual, la presencia y posesión del bien
amado (sólo la persona merece ese amor de orden espiritual) nunca es
perfecta porque no podemos poseer a la persona ya y totalmente en
su despliegue temporal, con lo que junto al gozo experimentamos el
temor de perderla.

• Sólo la posesión total, eterna y perfecta, del mayor Bien, es decir, Dios, es
capaz de apagar el deseo de felicidad humana.

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• Esa posesión no se da nunca en la vida presente, sino que aspira a realizarse


en la vida más allá de esta vida terrena.

• Ésta constituye una de las vías antropológicas del acceso del hombre a Dios,
como expresó de manera inolvidable San Agustín: «porque nos has hecho
para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en
ti» (Confesiones, Libro I, c. 1, n. 1. ).

• No obstante, puede ser oportuno apuntar que la correlación entre sensación de


felicidad y consecución real del bien no siempre se da de modo efectivo.

• Ya hemos dicho que en ocasiones el «mecanismo de defensa» de la felicidad


puede ya no funcionar de manera adecuada.

• Es necesario distinguir, por tanto, entre sensación de felicidad y plenitud, y


la efectiva realización del bien.

• Cuando se sustituye la búsqueda objetiva del bien (lo cual siempre


implica esfuerzo y sacrificio) por la vivencia subjetiva de la plenitud
«como si» hubiera alcanzado ya el bien objetivo se trastoca el orden
natural de la dinámica emocional y afectiva.

• En efecto, si en las relaciones interpersonales yo no amo a la otra persona,


como un bien en sí mismo, podemos acabar queriendo nuestra propia
sensación de plenitud o placer que acompaña a la presencia de la persona
amada.

• La persona amada se acaba convirtiendo en un «objeto» del que me sirvo


para mi gratificación personal.

• Este «mecanismo de defensa» que es la afectividad tiene incluso una explicación


fisiológica.

• Según explica la neurofisiología, el cerebro humano está integrado por dos


hemicerebros.

• El cerebro primigenio (paleocórtex) constituye el centro emocional, regulador


de la vida emocional y afectiva.

• El otro hemicerebro (neocórtex) es el específico del ser humano, y mediante su


función se elabora el pensamiento racional y desde él se emiten señales que
estimulan los centros nerviosos gratificadores o de recompensa situados en el
paleocórtex produciendo la sensación de placer y plenitud.

• Pues bien, el centro productor de placer puede ser estimulado de dos modos.

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• Un modo es el más natural y viene desde el «cerebro racional» al


«cerebro emocional» produciendo la estimulación como un
mecanismo de recompensa.

• Todo esfuerzo que lleva consigo la realización de acciones meritorias (de


tipo social, deportivo, artístico, profesional, religioso, etc.) emite al
paleocórtex, cuando queda la «misión cumplida», estímulos que provocan
la sensación de placer o bienestar.

• Incluso las tareas más intelectuales o espirituales «resuenan» de algún modo


en la parte emocional de la persona.

• El otro mecanismo es producido de manera artificial: se trata de una


estimulación inmediata y más intensa sobre el cerebro emocional, pero que
acaba produciendo una mayor dependencia de esos estímulos, junto a una
pérdida de la sensibilidad que dificulta cada vez más la sensación agradable
de bienestar.

• Éste es el caso de la droga: cada vez se precisan mayores cantidades para


producir la misma sensación placentera.

• Así pues, los afectos me informan de la realidad desde una perspectiva subjetiva, al
tiempo que informan al sujeto acerca de la consecución lograda o no de bien.

• Cabría añadir otro aspecto más de la vertiente cognoscitiva del sentimiento.

• Es un hecho de experiencia que en la vida humana se dan unas actividades


cognoscitivas de comprensión inmediata, gracias a determinadas vinculaciones de
tipo afectivo: la madre «sabe» o «adivina» los sentimientos del hijo, pero de
manera no estrictamente racional u objetiva.

• Se habla a veces de «intuición» para referirse a estos hechos que han sido
abordados también por la fenomenología contemporánea.

• El análisis fenomenológico concluye que en la comunicación interpersonal se dan


hechos no estrictamente racionales que reciben el nombre de empatía.

• Según Edith Stein, la empatía lleva a cabo un efecto existencial por el que
tenemos la experiencia de sujetos distintos de nosotros, y de sus vivencias.

• (Cfr. SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ (EDITH STEIN), Sobre el


problema de la empatía, en Obras completas, II. Etapa fenomenológica,
pp. 53-202).

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• Estos fenómenos «empáticos» se podrían describir como la capacidad de «sentir-con-


el otro» (sim-pathos, «padecer con»), de «ponerse en su lugar».

• En la filosofía clásica se habla de «conocimiento por connaturalidad» a la hora


de tratar de estos fenómenos.

• Así, por ejemplo, Tomás de Aquino al hablar de la misericordia afirma que es


un sentimiento «por el que alguien se entristece de la miseria ajena, como si
fuese su propia miseria, por lo que actúa para remediar la miseria ajena como
si se tratase de la miseria propia» (TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 21,
a. 3, c. ).

6. La afectividad y su relevancia ética

• Al analizar los afectos podemos concluir que se trata de un tipo de actividad


humana no estrictamente racional ni voluntaria, aunque de hecho los sentimientos
y emociones acompañan a todas las actividades intelectuales y volitivas del
hombre.

• Si no son voluntarias escaparían de la esfera de la libertad y de la moralidad:


por tanto no serían imputables desde el punto de vista ético.

• Sin embargo, en diversos desarrollos de la filosofía moderna y


contemporánea los afectos «pasan a ocupar la posición fundamental en la
ética, puesto que, tanto en el plano teórico como en el de la vida práctica,
funcionan como indicadores de lo bueno y lo malo y, consiguientemente,
como fundamento de las virtudes, de las normas morales, del juicio práctico
y de la acción libre» (VICENTE ARREGUI y JACINTO CHOZA, Filosofía del hombre,
p. 256).

• Así se explica que para el emotivismo ético el sentimiento de plenitud o de


culpabilidad sea el criterio determinante acerca de la moralidad de un
determinado acto moral.

• Sin embargo, esta tesis debe ser matizada porque en caso contrario esta
actitud conduciría directamente al subjetivismo y al relativismo moral.

• Cabe preguntarse, por tanto, ¿es el sentimiento el índice último acerca de la


moralidad de una acción? Ya hemos dicho que la respuesta emotivista es
afirmativa.

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• En el extremo opuesto se sitúa la ética estoica y el racionalismo ético (representado


principalmente por Kant y Hegel), que concede a los sentimientos individuales un
valor negativo, como si fuesen algo propio de seres débiles (Cfr. MILLÁN-PUELLES, La
libre afirmación de nuestro ser, pp. 229-241).

• Para estos autores, las pasiones son un «estorbo» a la razón, y en


consecuencia se les niega todo valor positivo: el hombre sólo es capaz de
actuar libremente cuando las pasiones no hacen su entrada en la
subjetividad.

• Por consiguiente, la actitud verdaderamente ética es obrar


desinteresadamente por el puro deber, sin referencia alguna al sentimiento de
gozo o tristeza que produzca.

• Se trata de un intento de fundamentar objetivamente la moral, frente al


emotivismo relativista.

• Se salva así la «objetividad» y universalidad de los juicios éticos. Pero a la


larga esta concepción produce en el sujeto humano una escisión
antropológica entre el deber y lo gozoso.

• El deber sería lo bueno, independientemente de su repercusión afectiva.

• Esta actitud procede de un cierto dualismo, que ve en lo sensible un


rebajamiento de lo humano y olvida que el alma es la forma del cuerpo.

• El racionalismo ético, y también el puritanismo religioso, es rigorista y pone


el deber por encima de todo.

• En realidad, tanto el emotivismo ético como el rigorismo resultan insuficientes.

• «Existe, en algunos ambientes, la idea de que todo lo que causa placer es


bueno, mientras que en otros, quizá por reacción, aparece el prejuicio de que
el bien es siempre arduo, difícil, incómodo y desagradable.

• Las dos tesis son falsas» (VICENTE ARREGUI y JACINTO CHOZA, Filosofía del
hombre, op. cit., p. 258).

• En la filosofía clásica se adopta una actitud equilibrada:

• la experiencia nos muestra que la correlación entre acción buena y


gozo, o acción mala y tristeza, se encuentra muchas veces viciada.

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Antropología filosófica aristotélico-tomista

• Podemos experimentar tristeza sensible al cumplir con un deber


costoso; o un hombre de pésima conducta moral puede
experimentar gozo realizando el mal.

• La armonía entre bien y gozo se encuentra en muchas ocasiones, de


hecho, rota.

• En el pensamiento cristiano esa disarmonía interior se explica


por la realidad del pecado original que dejó dañada la
naturaleza humana (aunque no totalmente corrompida). Por
otro lado, la posible disarmonía puede producir patologías
psíquicas, morales o del comportamiento.

• Es preciso un esfuerzo de integración armoniosa de los afectos con


la actividad moral.

• Se trata de una tarea costosa, porque la afectividad debe ser educada


por la voluntad.

• En efecto, el dominio de los sentimientos no está asegurado: es una


parte del alma que no siempre es dócil a la voluntad y a la razón.

• Entonces, las emociones ¿son controlables? ¿entran en el ámbito de lo


involuntario?

• En última instancia, ¿somos dueños de nuestros sentimientos?

• Ya vimos que para la psicología experimental, la mente emocional es más


rápida en su evaluación que la mente racional.

• «Debido al hecho de que la mente racional invierte algo más de


tiempo que la mente emocional en registrar y responder a una
determinada situación, el primer impulso, ante cualquier situación
emocional procede del corazón, no de la cabeza» (Daniel Goleman,
Inteligencia emocional, p. 447).

• Pero también hemos visto que los sentimientos pueden poseer un


carácter más reflexivo y deliberado por parte del sujeto:

• «existe también un segundo tipo de reacción emocional, más


lenta que la anterior que se origina en nuestros
pensamientos. Esta segunda modalidad de activación de las
emociones es más deliberada y solemos ser muy conscientes
de los pensamientos que conducen a ella» (Goleman, p. 447).

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• Lo que la psicología experimental intuye es lo que la filosofía clásica ya advirtió: que


nuestros sentimientos pueden estar, en cierto aspecto, sometidos al poder de la voluntad.

• Pero no los podemos controlar completamente si no nos empeñamos en


educarlos.

• De aquí la importancia de la educación de los afectos; es en los primeros años


de vida cuando aprendemos a valorar los bienes reales (la amistad, la
compasión, etc.) y adecuar nuestros sentimientos a estos valores.

• Pero no todo corre a cargo de la educación recibida.

• La libertad personal «configura» también nuestro adecuado modo de sentir.

• Podemos advertir alegría en nuestro interior ante un mal ajeno casi como
un impulso no deliberado; pero está en nuestra mano asumir
deliberadamente o no ese sentimiento.

• Por lo tanto, la aparición o desaparición de los sentimientos no es


totalmente voluntaria, pero sí lo es el asumir libremente ese sentimiento.

• Enamorarse es un ejemplo típico: la persona puede asumir ese sentimiento y


quererlo positivamente; y ese sentimiento pasa a convertirse en un acto y
hábito de la voluntad.

• En esa integración armoniosa consiste la virtud que se encuentra en una


personalidad madura.

• Sentir agrado realizando el bien es el fruto de la educación de la voluntad, de


tal modo que se puede afirmar que no somos justos cuando hacemos actos de
justicia, sino cuando experimentamos agrado haciendo la justicia:

• «Al acto de justicia sigue un gozo, al menos en la voluntad (...); por


tanto, si este gozo se intensifica por la perfección de la justicia,
redundará en el apetito sensitivo, puesto que las facultades inferiores
siguen al movimiento de las superiores. Y así, por esta redundancia,
cuanto más perfecta sea la virtud mayor causa de pasión será».
(TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I-II, q. 59, a. 5. c.). «... Al justo en
cuanto ama la justicia le resulta deleitable hacer lo que es justo.
Universalmente las operaciones realizadas conforme a la virtud son
deleitables para los virtuosos, amantes de la virtud». (TOMÁS DE
AQUINO, Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles, Lib. I, lect. 13,
n. 92).

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• Por eso la perfección moral no consiste en hacer el bien sin pasión, porque
faltaría un rasgo esencial de la perfección del actuar moral: la
connaturalirad afectiva con el bien, que consiste en tender al bien con todas
las potencias y capacidades de la persona.

• «Cuando el apetito superior es tan intenso que revierte en el inferior,


provoca en este último una redundancia, en virtud de la cual el
apetito inferior tiende a su modo al bien captado por la razón.

• Arrastrado por el apetito superior, el apetito sensible puede


incluso desear los bienes espirituales» (MALO, A., Antropología
de la afectividad, p. 129.

• «Es propio de la perfección (...) que el hombre no se mueva hacia el


bien sólo en virtud de la voluntad, sino también con arreglo al apetito
sensible». (TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I-II, q. 24, a. 3).

• En este sentido podemos decir que en la persona verdaderamente virtuosa


(verdaderamente humanizada) los sentimientos refuerzan las tendencias específicamente
humanas, de tal modo que constituyen una eficaz ayuda para el perfeccionamiento del obrar
de la persona.

• Esta idea estaba presente en la tradición clásica desde Aristóteles para quien
«las virtudes son disposiciones no sólo para actuar de maneras particulares,
sino para sentir de maneras particulares.

• Actuar virtuosamente no es, como Kant pensaría más tarde, actuar contra la
inclinación; es actuar desde una inclinación formada por el cultivo de las
virtudes.

• La educación moral es una éducation sentimentale.

• El agente auténticamente virtuoso actúa sobre la base de un juicio verdadero


y racional» (ALASDAIR MACINTYRE, Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, p.
189).

• Así pues, los sentimientos son importantes y muy humanos, porque


intensifican las tendencias libremente asumidas por la persona.

• En la actualidad, existe en la sociedad el peligro de valorarlos en exceso, lo


cual conduce a otorgarles la dirección de la conducta y buscarlos como
fines en sí mismos.

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• En todo caso, cabe dar a los afectos una relevancia moral indirecta, en cuanto que
actúan como motivos de las decisiones voluntarias.

• En la persona virtuosa el agrado sí es índice de la realización del bien


verdadero.

• Esta conexión entre bien, verdad e integración de los afectos a través de la


virtud es una de las constantes antropológicas de Karol Wojtyla:

• «La sensibilidad es, sin duda alguna, una ventaja valiosa de la psique
humana; pero para comprender su valor real debemos tener en
cuenta el grado en que se deja impregnar por la veracidad» (KAROL
WOJTYLA, Persona y acción, p. 273).

• Desde el tratamiento de las virtudes la afectividad nos puede


informar indirectamente acerca de la realización del bien y del mal
moral.

• Lo importante es tener los sentimientos adecuados a la realidad: que


haya proporción entre el desencadenante u objeto del sentimiento, y
éste mismo, y su manifestación (Cfr. VON HILDEBRAND, El corazón, pp.
91-102).

• Por eso es necesaria la educación de la afectividad en la educación


moral.

• Todos experimentamos que podemos enfadarnos; pero enfadarse


con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento
oportuno, con el propósito justo y del modo correcto sólo los
virtuosos lo consiguen venciendo muchas veces tanto la ira
injustificada como la debilidad para hacer frente al mal (Cfr.
ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 1104 b-1105 a; 1172 a 20-26).

Fuente de información:

José Ángel García Cuadrado. (2011). (5ª ed.). Antropología filosófica: Una introducción a la
filosofía del hombre. Pamplona: Eunsa.

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