Estampas Juaristas
Estampas Juaristas
Estampas Juaristas
Ejemplar Gratuito.
Juárez
5
veces; humillado por el racismo de la
época; exiliado y viviendo en la pobreza
en el extranjero; atravesando el desierto;
huyendo hacia el norte por la persecución
del enemigo francés y sin poder acompañar
a su esposa en el entierro de dos hijos y,
finalmente, expuesto a la muerte en diversas
ocasiones, para salir victorioso siempre.
¿Cómo no admirarlo y sentirse orgulloso
de tenerlo como un referente constante en
la vida de México?
Para los millones de mexicanos po-
bres- que constituyen la mayoría, desgracia-
damente, que sufren y padecen por largos
años los efectos de la miseria en alimenta-
ción, salud, educación, cultura y recreación,
y que sienten que no pueden ver la luz de
una vida mejor, la vida de Juárez constituye
un ejemplo extraordinario de que sí se pue-
de mejorarla, tener un destino mejor; si se
lucha. Como lo hizo el indio de Guelatao.
6
La vida de Benito Pablo Juárez García
nos muestra, desde la infancia, su rebeldía
ante las injusticias sufridas y ajenas; esta
misma actitud la asumió en su vida adul-
ta para apoyar la causa de los pobres y la
defensa de la patria ante el invasor francés.
Juárez nos enseña que la vida
es lucha permanente; que hay que
rebelarse ante las injusticias y el abuso
de los ricos y los poderosos; que no es la
apatía, la indiferencia, la resignación y el
conformismo la respuesta ante los graves
problemas que se padecen.
Se puede, incluso, vencer en
condiciones adversas; se puede derrotar
a los ricos y poderosos. Se puede, si se
lucha, tal es el mensaje juarista.
Este cuadro permanente se observará
al leer las presentes “Estampas Juaristas”
7
1
Guelatao
Cuando nació Juárez, 21 de marzo de
1806, Guelatao apenas tenía un centenar de
habitantes. No había escuela ni parroquia.
Sus habitantes vivían de la agricultura y cui-
dado de ovejas, principalmente.
El pequeño pueblo está a 66 kilóme-
tros de la capital del estado de Oaxaca.
Constituía entonces un caserío pobre en
donde no se hablaba el idioma español,
sino el zapoteca. Sus habitantes eran indí-
genas y la mayoría analfabetas.
La madre de Benito Pablo murió al
dar a luz a María Longinos; su padre murió
en los corredores del Congreso de Oaxaca,
mientras estaba vendiendo frutas. Cuan-
do sus padres Brígida García y Marcelino
Juárez murieron, Benito apenas tenía tres
años de edad.
8
Junto con sus hermanas María Josefa,
Rosa y María Longinos fueron repartidos
entre sus parientes a fin de criarlos. Benito,
primero estuvo con sus abuelos paternos y,
finalmente, con su tío Bernardino Juárez.
María Josefa se colocó de sirvienta en
Oaxaca cuando su marido Tiburcio López,
que se había entregado a la bebida, la aban-
donó.
La pobreza pues, envolvió a Benito
Pablo Juárez García desde su nacimiento
hasta su juventud. Se recuerda que todavía
a los 21 años andaba descalzo y vestía ca-
misa y calzón largo de manta.
Por eso resulta extraordinario que,
viviendo en esas condiciones de espanto-
sa pobreza, el indígena Benito Juárez haya
sido diputado, gobernador y presidente de
la república.
9
2
Los primeros años.
“Como mis padres no me dejaron
ningún patrimonio-cuenta Juárez- y mi tío
vivía de su trabajo personal, luego que tuve
uso de razón me dediqué, hasta donde mi
tierna edad me lo permitía, a las labores del
campo.
“En algunos ratos desocupados mi tío
me enseñaba a leer, me manifestaba lo útil
y conveniente que era saber el idioma cas-
tellano, y como entonces era sumamente
difícil para la gente pobre y muy específica-
mente para la clase indígena, adoptar otra
carrera científica que no fuese la eclesiásti-
ca, me indicaba sus deseos de que yo estu-
diase para ordenarme.”
“Estas indicaciones y los ejemplos que
se me presentaban de algunos de mis pai-
sanos que sabían leer y escribir y hablar la
10
lengua castellana y de otros que ejercían el
ministerio sacerdotal, despertaron en mi un
deseo vehemente de aprender, en términos
de que cuando mi tío me llamaba para to-
marme mi lección, yo mismo le llevaba la
disciplina- el instrumento de castigo-para
que me castigase si no la sabía; pero las
ocupaciones de mi tío y mi dedicación al
trabajo diario del campo contrariaban mis
deseos y muy poco o nada adelantaba en
mis lecciones.”
“Los padres de familia que podían
costear la educación de sus hijos los lleva-
ban a la ciudad de Oaxaca con este objeto,
y los que no tenían la posibilidad de pagar
la pensión correspondiente los llevaban a
servir en las casas particulares a condición
de que los enseñasen a leer y a escribir…de
manera que era una cosa notable en aquella
época, que la mayor parte de los sirvientes
de las casas de la ciudad era de jóvenes de
ambos sexos.”
11
El niño Benito en diferentes ocasio-
nes le pidió a su tío lo llevara a Oaxaca;
pero al mismo tiempo sentía repugnancia
separarse de quien había sustituido a su pa-
dre; pese al carácter rudo que tenía.
Pastor
12
3
Las horas difíciles
Para construir sus flautas el pastor Be-
nito abandona un día sus ovejas y se acerca
al borde la Laguna Encantada, donde cre-
cen los carrizos. Entretenido en su tarea de
hacer una flauta no se da cuenta cómo el
viento baja de la montaña y se desprende
una porción de tierra, en la que estaba ensi-
mismado en plena actividad artesanal; mis-
ma que se va lago adentro, como si fuera
una barca.
El islote está a la mitad de la laguna;
imposible bajarse. Caía la tarde, y desde el
sitio, donde encalló la chinampa, el niño
logró ver su jacal nativo como un punto
negro perdido en el horizonte. Todo era
soledad y silencio.
Llegó la noche; el aire frío y húmedo
rizaba apenas las aguas del lago, y el niño
13
Benito de pie entre las cañas, ni encon-
traba lugar donde acostarse, ni el sueño le
cerraba los ojos, ni el miedo le contraía el
semblante, ni un grito de desesperación se
escapaba de su pecho.
Las primeras luces de la mañana lo
encontraron en la misma actitud en que se
quedó ante el último crepúsculo. El niño
tenía hambre y sed y, de vez en cuando mi-
raba el distante punto negro, el jacal.
Y corrieron las horas; el sol llegó a la
mitad de su carrera y declinó hasta hun-
dirse de nuevo en el horizonte. De nuevo
sopló el viento. Sintió, después de algunas
horas, que el carrizal se detuvo contra algo
macizo y firme; permaneció quieto; esperó
la alborada y entonces con júbilo, saltó a la
orilla. ¡Estaba salvado!
“Esas fueron las horas de mi mayor
angustia”, contaría después Juárez.
14
Como el viento no le hizo nada gra-
ve, desde entonces los mexicanos cuando
nos enfrentamos a un problema y no pasa
nada afirmamos: “nos hizo lo que el viento
a Juárez.” O, a mí me hacen -cuando nos
sentimos amenazados-lo que el viento a
Juárez.
4
La oveja extraviada
Juárez deseaba ir a la Ciudad para
aprender más, pero al mismo tiempo,
pese a que el trato no era amoroso, sentía
gratitud hacia su tío. “Era cruel-nos dice-la
lucha que existían entre estos sentimientos
y mi deseo de ir a otra sociedad, nueva y
desconocida para mí, para procurarme
educación. Sin embargo, el deseo fue
superior al sentimiento, y el día 17 de
diciembre de 1818 y a los doce años de
edad me fugué de mi casa y marché a pie
15
a la ciudad de Oaxaca adonde llegué en la
noche del mismo día, alojándome en la casa
de don Antonio Maza en que mi hermana
María Josefa servía de cocinera”. Pero ¿qué
provocó la fuga del niño Benito?
Existen diversas versiones. La que da
Fernando Benitez es la que más se ha po-
pularizado al paso del tiempo:
“Era el miércoles 17 de diciembre de
1818. Me encontraba en el campo, cuenta
Juárez, como de costumbre, con mi rebaño,
cuando acertaron a pasar, como a las once
del día, unos arrieros -algunos han señalado
que eran unos gitanos-conduciendo unas
mulas con rumbo a la Sierra. Les pregunté
si venían de Oaxaca; me contestaron que sí,
describiéndome a mi ruego, algunas de las
cosas que allí vieran, y siguieron su camino.
Pero he aquí que al examinar mis ovejas me
encuentro que me falta una.”
“Triste y abatido estaba cuando llegó
junto a mí otro muchacho más grande y de
16
Hacia Oaxaca
17
nombre Apolonio Conde. Al saber la causa
de mi tristeza, refiriéndome que él había vis-
to cuando los arrieros se llevaron la oveja”.
Y pensando en el enojo y castigo del
tío y con el deseo de llegar a hacer algo, Be-
nito decidió abandonar San Pablo Guelatao.
Caminó descalzo, y sin conocer el camino,
66 kilómetros.
5
Otras versiones
Una segunda versión nos informa que
Benito por ponerse a jugar con otros niños
de su edad, descuidó el rebaño y las ove-
jas se metieron a unos terrenos sembrados
causando daño económico al dueño. La au-
toridad detuvo el rebaño a fin de conseguir
la indemnización respectiva.
Ante el temor del castigo que Beni-
to esperaba recibir, dado el duro trato que
18
daba el tío, prefirió ya no llegar a su casa, y
abandonar San Pablo Guelatao; yéndose a
la ciudad de Oaxaca, donde vivía su herma-
na mayor.
El maestro Justo Sierra cuenta una
tercera versión: Benito, junto con otros
compañeros de su edad se metieron a un
sembradío de elotes, los cocieron y se los
comieron, siendo sorprendidos por el pro-
pietario.
El dueño se quejó con los padres y tu-
tores de los niños. El tío Bernardino como
castigo dejó sin cenar a Benito ofreciendo
más castigos para el día siguiente.
Benito ante esta situación y con el
deseo vehemente de aprender y conocer
la ciudad de Oaxaca y, dado que ahí vivía
su hermana Josefa, optó por fugarse de su
casa y abandonar Guelatao.
Independientemente de que no sabe-
mos con exactitud cuál de las tres versiones
19
A la escuela
20
es la verdadera, lo cierto es que Benito co-
metió una falta, en su condición de niño, y
que por ello tuvo miedo al castigo del tío;
quien siempre tuvo una conducta ruda con
él.
A esta falta hay que agregar el deseo
vehemente de Benito por conocer la ciudad
de la que tanto hablaban en su pueblo y del
deseo que tenía por estudiar y saber más.
Ambos factores, determinaron su fuga.
6
Los años de estudio.
Durante los primeros días de estancia
con la familia Maza , Benito trabaja en la
granja, ganando dos reales (25 centavos)
diarios. Posteriormente, casi al mes de ha-
ber llegado a Oaxaca, un hombre bueno,
don Antonio Salanueva, lo adopta como su
ahijado, yéndose a vivir con él.
21
De inmediato asiste a una escuela de
primeras letras. “Leer, escribir y aprender
de memoria el Catecismo del padre Ripalda
era lo que entonces-nos dice Juárez- forma-
ba el ramo de instrucción primaria.” Como
en esta escuela Benito no sentía avanzar en
sus estudios se cambió a la “Escuela Real”.
“Me presenté-dice Benito-a don José
Domingo González, así se llamaba mi
nuevo preceptor, quien desde luego me
preguntó: ¿en qué regla o escala estaba yo
escribiendo? Le contesté que en la 4ª. Bien,
me dijo, haz tu plana que me presentarás
a la hora que los demás presenten la suya.
Llegada la hora de costumbre presenté la
plana que había yo formado conforme a la
muestra que se me dio; pero no salió per-
fecta porque estaba yo aprendiendo y no
era un profesor.”
“El maestro se molestó y en vez de
manifestarme los defectos que mi plana te-
22
nía y enseñarme el modo de enmendarlos
sólo me dijo que no servía y me mandó a
castigar. Esta injusticia me ofendió pro-
fundamente, no menos que la desigual-
dad con que se daba la enseñanza en
aquel establecimiento que se llamaba
Escuela Real, pues mientras el maestro
en un departamento separado enseñaba
con esmero a un número determinado de
niños, que se llamaban decentes, yo y los
demás jóvenes pobres, como yo, estábamos
relegados a otro departamento, bajo la di-
rección de un hombre que se llamaba “ayu-
dante” y que era tan poco a propósito para
enseñar y de un carácter tan duro como el
maestro.”
¿Qué hacer? El niño Benito se rebela:
“Disgustado de este pésimo método de
enseñanza y no habiendo en la ciudad otro
establecimiento a que ocurrir, me resolví a
separarme definitivamente de la escuela y a
practicar por mí mismo lo poco que había
23
aprendido para poder expresar mis ideas
por medio de la escritura aunque fuese de
mala forma, como la que uso hasta hoy.”
7
Juárez, seminarista.
Recordando los consejos de su tío y
dado el prestigio que tenían los clérigos,
por su saber, Benito, pese a que sentía un
instintivo rechazo al sacerdocio, le pidió a
su padrino le permitiera ir a estudiar al Se-
minario.
Apoyado por su padrino, y una vez
cumplido quince años, Benito entró al Se-
minario el 18 de octubre de 1821.
“Comencé, pues, mis estudios bajo la
dirección de profesores que siendo todos
eclesiásticos -afirma Juárez-la educación li-
teraria que me daban debía ser puramente
eclesiástica. En agosto de 1823 concluí mi
24
estudio de gramática latina, habiendo su-
frido los dos exámenes de estatuto con las
calificaciones de excelente.”
“Luego que concluí mi estudio de gra-
mática latina mi padrino manifestó grande
interés porque pasase yo a estudiar Teolo-
gía moral para que el año siguiente comen-
zara a recibir las órdenes sagradas. Esta
indicación me fue muy penosa, tanto por
la repugnancia que tenía a la carrera ecle-
siástica, como por la mala idea que se tenía
de los sacerdotes que sólo estudiaban latin
y Teología moral. “Se les llamaba Padres de
Misa y Olla porque por su ignorancia sólo
decían misa para ganar la subsistencia y no
les era permitido predicar ni ejercer otras
funciones que requerían instrucción y ca-
pacidad.”
Juárez se opone a la propuesta de su
padrino y logra convencerlo para seguir su
carrera. En 1827 Juárez concluye el curso
de arte con la calificación de excelente. En
25
este año, finalmente, se inscribió en el cur-
so de Teología.
8
El Instituto de Ciencias y Artes
Durante todo el dominio colonial es-
pañol la educación estuvo en manos del
clero católico. Por eso en las ciudades pre-
dominaba la educación religiosa. Para estu-
diar en provincia una carrera que no fuera
la eclesiástica prácticamente era imposible.
Para ello, como señala Juárez, habría que
“poseer un caudal suficiente para ir a la
capital de la nación o a algún país extran-
jero para instruirse o perfeccionarse en la
ciencia o arte a que uno quisiera dedicarse.
Para los pobres, como yo, era perdida toda
esperanza”.
Pero la aurora se intuía. Al iniciarse la
vida independiente en nuestro país- 1821-
26
la lucha entre el partido liberal y el parti-
do conservador comienza a rendir ciertos
frutos en materia de enseñanza. En los es-
tados donde triunfan los liberales se esta-
blecen Institutos de Ciencias y Artes. En
Oaxaca se funda uno en 1827.
Desde su fundación, muchos estu-
diantes del Seminario- entre ellos Juárez-se
pasaron al Instituto. Así expresa el indio de
Guelatao su incorporación al nuevo centro
educativo: “sea por curiosidad, sea por la
impresión que hizo en mí el discurso del
doctor Canseco, sea por el fastidio que me
causaba el estudio de la teología, por lo in-
comprensible de sus principios, o sea por
mi natural deseo de seguir otra carrera dis-
tinta de la eclesiástica, lo cierto es que yo
no cursaba a gusto la cátedra de teología,
que había pasado después de haber con-
cluido el curso de filosofía. Luego que sufrí
el examen de estatuto…me pasé al Insti-
tuto a estudiar jurisprudencia en agosto de
27
1828”. Siete años pasó por el Seminario el
futuro gobernador de Oaxaca y presidente
de la República.
9
Liberales contra conservadores
Las confrontaciones entre liberales y
conservadores estaban presentes en la vida
económica, política, social y educativa en
casi todo el territorio nacional. Oaxaca no
podía ser la excepción. Y menos el nuevo
Instituto. Como nos informa Juárez en
“Apuntes para mis hijos”:
“El director y catedráticos de este nue-
vo establecimiento eran todos del Partido
Liberal y tomaban parte, como era natural,
en todas las cuestiones políticas que se sus-
citaban en el Estado. Por esto, y por lo que
es más cierto, porque el clero conoció que
aquel nuevo plantel de educación, a donde
no se ponían trabas a la inteligencia para
28
descubrir la verdad, sería en lo sucesivo,
como lo ha sido en efecto, la ruina de su
poder basado sobre el error y las preocu-
paciones, le declaró una guerra sistemática
y cruel, valiéndose de la influencia muy po-
derosa que entonces ejercía sobre la autori-
dad civil, sobre las familias y sobre todo la
sociedad. Llamaban al instituto casa de
prostitución y a los catedráticos y discí-
pulos herejes y libertinos.”
“Los padres de familia rehusaban
mandar a sus hijos a aquel establecimien-
to y los pocos alumnos que concurría-
mos a las cátedras éramos mal vistos y
excomulgados por la inmensa mayoría
ignorante y fanática de aquella desgra-
ciada sociedad. Muchos de mis compa-
ñeros desertaron, espantados del poderoso
enemigo que nos perseguía. Unos cuantos
nomás quedamos sosteniendo aquella casa
con nuestra diaria concurrencia a las cáte-
dras.”
29
10
El presagio
La política envolvía la vida del Insti-
tuto, incluyendo a catedráticos y alumnos.
Miguel Méndez pertenecía a la raza indíge-
na; destacaba, además por sus conocimien-
tos. En su casa por las noches se reunía un
grupo de estudiantes del Instituto para ana-
lizar y reflexionar sobre los graves proble-
mas nacionales y locales. Allí los asistentes
escuchaban las fogosas intervenciones de
Méndez. Juárez asistía a éstas sin intervenir
en ellas. Se mantenía callado y procuraba
escuchar con atención las diversas inter-
venciones de sus compañeros.
Una noche las pasiones políticas se
desatan llegándose a una conclusión: los
liberales tenemos proyecto; “se necesita un
hombre”. Méndez toma de la mesilla de
la sala un velón que alumbra la tertulia y
pronuncia las palabras que pone frío a los
oyentes:
30
__Yo voy a enseñarles a ese hombre.
Y encaminándose al rincón de la sala y
dirigiéndose a Juárez expresa:
__Este que ven ustedes reservado y
grave, que parece inferior a nosotros; éste
será un gran político. Se levantará más alto
que nosotros, llegará a ser uno de nuestros
grandes hombres y la gloria de la patria.
11
Del estudio a la política.
Desde niño Juárez tuvo un deseo ve-
hemente de aprender, de estudiar, al grado
que él mismo le pedía a su tío lo castiga-
se cuando no aprendía lo enseñado por su
tutor. Sus calificaciones de excelencia en el
Seminario comprueban el amor al estudio,
Siempre fue el primero entre sus compa-
ñeros seminaristas. Se afirma que a Benito
31
siempre se le vio recorrer las calles de Oa-
xaca con un libro bajo el brazo y leyendo
con una vela en altas horas de la noche.
Su éxito como estudiante se mantuvo
en el Instituto de Ciencias y Artes. Allí, al
mismo tiempo que era estudiante, tuvo el
cargo de suplente de profesor de Física,
con un sueldo de treinta pesos mensuales.
Posteriormente es profesor de Derecho Ci-
vil y Canónico; obteniendo finalmente los
cargos de Secretario y Director.
Sin embargo, al mismo tiempo que
es estudiante de su querido Instituto em-
pieza escalar posiciones políticas. En 1831
fue elegido por sufragio popular Regidor
del Ayuntamiento de Oaxaca. En 1833 fue
elegido al cargo de Diputado al Congreso
del Estado. Convertido en miembro dis-
tinguido del Partido Liberal se enfrentó al
Partido Conservador que defendía los pri-
vilegios del clero y de los militares.
32
Para Juárez “El pago de los servicios
religiosos se regulaba según la voluntad co-
diciosa de los curas. Había, sin embargo,
algunos eclesiásticos probos y honrados,
que se limitaban a cobrar lo justo, y sin sa-
crificar a los fieles; pero eran muy raros es-
tos hombres verdaderamente evangélicos.
Entre tanto los ciudadanos gemían en la
opresión y en la miseria, porque el fruto de
su trabajo, su tiempo y su servicio personal,
todo estaba consagrado a satisfacer la in-
saciable codicia de sus llamados pastores”.
De 1841 a 1844 fue nombrado Juez
Civil y de Hacienda. En 1845 vuelve a ser
Diputado local. En 1846 es nombrado
Diputado Federal yéndose a vivir por un
tiempo a la ciudad de México.
33
12
Encarcelado, por defender a los indios.
(1834)
Un grupo de indígenas de Loricha,
Oaxaca, acudió al despacho del abogado
Benito Pablo Juárez García.
_Pasen ¿en qué puedo servirles?
_Benito, te venimos a ver porque
ya no aguantamos los cobros elevados
del padrecito de nuestro pueblo. Mira los
recibos. Los precios de bautizos, bodas
y entierros están por arriba de las tarifas
que las propias autoridades han puesto.
Venimos para que nos ayudes. Nosotros si
queremos pagar, pero lo justo.
_No se preocupen. Con los papeles
que me han mostrado es suficiente para
defenderlos ante el tribunal eclesiástico
(Provisorato). La justicia está de su lado.
¡Váyanse tranquilos!
34
_Creemos en tu palabra. Y porque
eres uno de los nuestros. Por eso venimos a
verte. Buenas tardes, Benito. Y que diosito
santo te ayude.
Don Benito inició el juicio ante el
tribunal. El juez eclesiástico, al principio,
citó al sacerdote, pero después le permitió
regresar a Loricha sin levantarle ningún
cargo. El cura, tan pronto retornó al
pueblo, en complicidad con las autoridades
locales mandó a aprehender a quienes lo
habían acusado.
Juárez, indignado por la injusticia, se
dirigió a Miahuatlán, donde estaban presos
los indígenas. Trató de liberarlos, pero
fracasó en el intento. El juez, no solamente
se negó a dejarlos en libertad, sino que,
además, acusó a don Benito, primero de
vagancia y, finalmente de incitar al pueblo a
rebelarse contra las autoridades de Loricha,
siendo que ¡nunca había ido a este pueblo!
35
Preso en Miahuatlán, Oaxaca.
Así, un día por la mañana, las autori-
dades lo trasladaron prisionero, junto con
otro abogado, que también estaba buscan-
do la liberación de los presos, a una celda
de la cárcel de Miahuatlán; donde perma-
neció injustamente encerrado nueve días.
Al recordar estos hechos escribió,
posteriormente, en “Apuntes para mis
hijos”: “Estos golpes que sufrí y que veía
sufrir casi diariamente a todos los desvalidos
que se quejaban contra las arbitrariedades
de las clases privilegiadas en consorcio con
la autoridad civil, me demostraron de bulto
36
que la sociedad jamás sería feliz con la
existencia de aquéllas y de su alianza
con los poderes públicos y me afirmaron
en mi propósito de trabajar-luchar-
constantemente para destruir el poder
funesto de las clases privilegiadas.
13
La boda
Juárez, antes de su boda con Margari-
ta tuvo una relación sentimental que tuvo
como resultado el nacimiento de dos hijos:
Tereso y Susana. No se sabe prácticamente
nada de la madre. Se supone que cuando se
casa Benito con Margarita la pareja senti-
mental ya había muerto.
Margarita era hija del patrón de su
hermana Josefa, Antonio Maza; el mismo
que le dio trabajo cuando niño se fugó de
Guelatao. Se supone que las constantes vi-
37
Margarita Maza y Benito Juárez.
38
era blanca-, así como la edad era abismal,
Juárez le llevaba 20 años de diferencia al
momento de contraer matrimonio, el ena-
moramiento se dio entre ambos. Ya sabe-
mos que en los amoríos no hay reglas, ni
racionalidad; son las emociones los facto-
res determinantes. Esto ha sido así en todas
partes y en todos los tiempos.
La boda se efectuó el 31 de julio de
1843 en la iglesia de San Felipe Neri; lo que
echa abajo la idea que han proclamado los
enemigos de Juárez. de que era ateo. Mar-
garita tenía 17 años, Benito 37.
La boda fue, dado ya el prestigio de
Juárez, todo un acontecimiento social. Un
cronista de la época escribió: “Buena moza
ella; el novio, en cambio, es de estatura me-
nos que mediana, de facciones fuertemen-
te pronunciadas, manos y pies pequeños,
color cobrizo, ojos negros, mirada franca,
carácter poco comunicativo”.
39
Margarita fue la compañera de toda su
vida; en las buenas y en las malas. Ambos
se amaban profundamente. Tuvieron doce
hijos. Siete les sobrevivieron. Un varón,
Benito; y seis mujeres: Manuela, Margarita,
Felicitas, María Jesús y María Josefa. Murie-
ron tres hijas (Amada, Francisca y Guada-
lupe) y dos hijos (José y Antonio).
14
Gobernador de Oaxaca
Nombrado gobernador interino de
Oaxaca, los indios de Ixtlán bajan a la ciu-
dad-capital y se dirigen a la casa del gober-
nador. En la puerta de su casa los recibe y
los atiende.
__”Te venimos a ver, Benito, en nom-
bre de tu pueblo, para decirte que tiene
mucho gusto en que seas el gobernador.
Tú conoces lo que nos hace falta y nos lo
40
darás, porque eres bueno y no te olvidarás
de nosotros. Como no te podemos dar otra
cosa, recibe esto que te traemos en nombre
de todos.
Y depositan en el zaguán una parvada
de gallinas, algunos almudes de maíz, fru-
tas y legumbres. Después, todos los indios
estrechan la mano del Ejecutivo, haciendo
ese ademán de pleitesía que es casi un beso,
en tanto pronuncian, en su lenguaje primi-
tivo las palabras sacramentales:
__Tzaquilzil, tata.
La llamada de la sangre agita al señor
gobernador. La lengua nativa paraliza al
jefe del poder ejecutivo de Oaxaca. Pero el
recuerdo de su querencia, la revelación de
su noche honda, Guelatao: Guélah, noche;
dooc, honda, le hace decir estas palabras de
luz:
__Soy hijo del pueblo, y no lo olvida-
ré: sostendré sus derechos, cuidaré que se
41
ilustre, se engrandezca, se críe un porvenir
y abandone la carrera del desorden, de los
vicios, de la miseria, a que lo han conduci-
do los hombres que sólo con sus palabras
se dicen sus amigos y sus libertadores, pero
que con sus hechos son sus más crueles ti-
ranos.
15
La Sanduga
El 3 de enero de 1852 fue secundado
en Oaxaca el Plan de Jalisco- que preten-
de el derrocamiento del presidente y el re-
torno del general Antonio López de Santa
Anna a la presidencia de la república- por
los caciques separatistas Máximo R. Ortiz
y José Gregorio Meléndez. Ambos habían
sido puestos fuera de la ley años atrás por
el gobernador Benito Juárez, por intentar
separar la región del istmo del estado de
Oaxaca.
42
Máximo R.Ortiz estudió en el Ins-
tituto de Ciencias y Artes . Condiscípulo,
entonces de Juárez, su amistad llegó a cul-
minar en el compadrazgo. A Ortiz, la tra-
dición istmeña le atribuye la paternidad de
la letra y música de una de las piezas mu-
sicales más bellas de Oaxaca y de nuestro
país, “la Sanduga”. Junto con la “Llorona y
el vals Dios nunca muere” constituyen una
trilogía bellísima que Oaxaca le ha dado a
México en materia musical. ¿Cómo nació
la canción?
Se cuenta que la madre de Ortiz ago-
nizaba y el hijo estaba ausente. Informado,
a matacaballo traspone la distancia; pero
al llegar, su desolación no tiene límite al
encontrarla yerta. El dolor del huérfano
busca alivio en la guitarra. Abrazado a ella,
brotan de sus cuerdas las notas de la inspi-
rada composición: la Sandunga.
Había, entonces, una tehuana hermo-
sa, Isabel Pétriz, de quien se afirma que fue
43
la primera en bailar “la Sandunga”. Máxi-
mo la enamoró, pero por azares del des-
tino, terminó casándose ¡con el padre del
compositor sandunguero!, al quedar viudo.
Esto provocó, como es natural, un hondo
distanciamiento entre el padre y el hijo.
Pero también el general Ignacio Martí-
nez Pinillos, con fama donjuanesca, preten-
día a la bellísima Isabel. Con esta informa-
ción Máximo, dolido con su padre, envía
como emisaria a Dominga Girón, con el
propósito de convencer al general para que
se sume a la revuelta santanista en Oaxaca.
La enviada no se anduvo con rodeos:
__Estamos dispuestos a concederle
incondicionalmente, lo que usted exija, sin
reparar en nada. Usted me entiende: ¡en
nada!
__¿De veras? ¿Y si el precio fuera …
por ejemplo…¡una mujer! ¿la más hermosa
de las mujeres?
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__Sé muy bien a cuál se refiere. Puedo
asegurarle que logrará lo que desea.
__Pero ¿cómo piensa lograrlo?
__A través del abuelo Miguel Pétriz
y usar como intermediario a fray Mariano
Reyna, correligionario nuestro. Sepa usted,
mi general, que estamos dispuestos a cual-
quier sacrificio, porque sobre el honor per-
sonal está el bien de la colectividad. Nos
lleva el anhelo de establecer el territorio del
istmo, contando con las simpatías del gene-
ral Santa Anna, que será , no lo dude usted,
el futuro Presidente.
Consumado el golpe militar el gene-
ral recibió una carta de Chabelita: ”Señor
general: resuelta la cuestión política, puede
contar con mi corazón. Lo espero esta no-
che para conferenciar extensamente”. En
cuestión de días, además, el general Pinillos
asumió el cargo de gobernador del estado
de Oaxaca.
45
16
Valentía a toda prueba
El general Ignacio Martínez Pinillos,
gobernador de Oaxaca, al calor de las lu-
chas políticas entre liberales y conserva-
dores planeó, junto con su secretario par-
ticular, la desaparición de Juárez. Con tal
propósito utilizaron a Máximo Ortiz, com-
padre de Juárez, quien años atrás se había
confrontado con éste.
Estando en la casa de don Benito, el
doctor Juan Nepomuceno Bolaños le ad-
virtió del peligro que corría:
__”Quiero prevenirle que se cuide us-
ted de su compadre Máximo Ortiz. Está
muy envalentonado, jactancioso y arrogan-
te. Anda propalando, en tabernas y cantinas,
que a él y a sus tehuanos se debe el triunfo
del Plan de Jalisco en Oaxaca. Parece que
fue él quien sedujo a Martínez Pinillos, y
de ser así, éste le permitirá algunos desma-
46
nes, porque, según me cuenta Romero, Or-
tiz guarda ciertos secretos. Parece que una
mujer istmeña jugó importante papel en la
defección…
__Algo sabía, referido por el mismo
Romero, que lo anda propagando.
__Pues bien, Ortiz no le perdonará a
usted que el 47 lo haya declarado fuera de
la ley y perseguido.
__Le agradezco su interés por mi se-
guridad.
El compadre llegó a Oaxaca y alquiló
una casa enfrente de la de Juárez, con el
fin de espiar sus movimientos y actuar, en
consecuencia.
El 9 de marzo de 1853, mientras Juárez
descansaba sentado en el balcón de su casa,
al lado de su esposa Margarita, Ortiz, que
venía andando disimuladamente, disparó
sobre él, afortunadamente sin tocarlo.
47
Juárez cerró las puertas del balcón, se
ciñó su pistola y bajó a pedirle explicacio-
nes por su actitud. El agresor se había re-
fugiado en su casa y prevenido a su esposa
que no revelara su presencia.
Entonces Juárez prorrumpió en voz
alta, para que Ortiz lo oyera:
__ “Dígale a mi compadre que si quie-
re matarme, que salga; ¡pero que lo haga de
frente! ¡Aquí lo espero!”. Después de una
prudente espera y de escuchar las excusas
de la esposa de Ortiz, Juárez se retiró sin
que aquél pretendiera asomarse.
17
Juárez vuelve a ser encarcelado.
El triunfo del Plan de Guadalajara
tumbó de la presidencia a Mariano Arista
asumiendo la presidencia de la república el
general Antonio López de Santa Anna. El
48
triunfo aseguró en el gobierno al general
Ignacio Martínez Pinillos, corriendo peli-
gro la vida de Juárez y los jefes liberales de
Oaxaca.
La represión de la dictadura santa-
nista, a través de Pinillos pronto alcanzó a
Juárez. Estando en Etla el 27 de mayo de
1853, para atender asuntos relacionados a
su trabajo de abogado, un piquete de sol-
dados se acercó al juzgado en donde estaba
Juárez:
__¿Quién es aquí Benito Juárez?
__Un servidor capitán.
__Pues lea este papel, y dése preso.
__¿De qué se me acusa?
__De incitar a la rebelión.
El papel: un pasaporte, y al mismo
tiempo, orden de confinamiento en la ciu-
dad de Jalapa, Veracruz.
Caminando a pie, lo llevan a través de
cerros y montañas hasta llegar a Jalapa el
49
25 de junio. Después lo trasladan a Hua-
mantla, Puebla. De aquí lo lleva el hijo del
presidente de la república, José Santa Anna
a un cuartel, manteniéndolo incomunicado,
hasta conducirlo a una de las cárceles más
terribles de México: San Juan de Ulúa.
Las celdas de San Juan de Ulúa go-
zan de una fama sangrienta. Construidas en
las entrañas de la isleta quedan bajo el nivel
del mar. El agua rezuma por sus paredes.
Un dramático silencio se aposenta en ellas.
Juárez prueba el tormento de la soledad.
Once días permanece, sin derecho a visitas,
en la oscuridad de la celda. En ella enferma.
Finalmente, estando enfermo se le embar-
ca exiliado el 9 de octubre, con rumbo a la
Habana.
En la capital cubana permanece
un breve tiempo para trasladarse, el 18 de
diciembre, a Nueva Orleans, Estados Uni-
dos. Allí se encontrará con otros mexica-
nos exiliados por la dictadura santanista.
50
18
Confundido con un negro.
Al triunfo del Plan de Jalisco el gene-
ral Antonio López de Santa Anna vuelve al
poder presidencial. Su regreso representó
una pesadilla para el país. A críticos y ad-
versarios liberales los envió a la cárcel y al
exilio, entre ellos, Juárez.
Expulsado de México se fue a Cuba,
y de la isla a Nueva Orleans, Estados Uni-
dos. Allí, con otros desterrados -Melchor
Ocampo, Ponciano Arriaga y Filomeno
Mata-formó una Junta Revolucionaria que
hacía planes para regresar a México y de-
rribar la dictadura santanista que ejercía el
poder con el apoyo del Partido Conserva-
dor. Este se integraba con el ejército, los
hacendados y el clero católico.
Dada la pobreza en que vivían los exi-
liados procuraron trabajar en lo que fuera.
51
Juárez conoció a un cubano que le echó la
mano, a su manera:
__Mire usted, aquí todo se aprovecha,
todo se vende. Los negros fuman bachicha,
bagazo de tabaco. Yo les regalo a ustedes
los desperdicios de la hoja, y allí en su casa
pueden torcer puros corrientes y sacar bue-
nas monedas. Yo sé por dónde se venden
esas garnachas.
Juárez, junto con su cuñado José V.
Maza, aprendieron a torcer puros, mismos
que vendían por las noches en las calles de
Nueva Orleans. Entonces la discrimina-
ción hacia los negros era más dura que en
la actualidad. En ese tiempo había toque de
queda. A partir de las nueve de la noche los
negros no deberían andar por las calles. En
cierta ocasión, en la oscuridad de la noche,
dos policías se acercaron a Juárez e inqui-
rieron ásperamente, tomándolo del brazo:
__Who is you? Who is your master?
52
__I have not master. I am a mexican
citizen_respondió Juárez, recogiendo el
brazo dignamente.
Uno de los guardias encendió enton-
ces, un cerillo y le iluminó con su fulgor el
rostro. Lo soltaron y se fueron comentan-
do:
__We took him for a negro.(Lo con-
fundimos con un negro)
19
Pobreza y dignidad en el exilio.
La venta de puros no resolvía los pro-
blemas de subsistencia. El señor Rafael Ca-
bañas, impresor y paisano de los exiliados,
que a menudo les echaba la mano, ha deja-
do su testimonio:
__Vivían en la pobreza, e iba en ella
tanto en aumento, que Ocampo se metió
53
Juárez haciendo puros.
54
dije a don Benito, llevándole algo ¿pero es
posible que no haya comido? Debe haber
confianza entre nosotros: don Benito se li-
mitó a decirme que se había tardado el va-
por en que debía llegarle carta de su familia.
La pobreza-como señala Ralph Roe-
der- no sólo robustecía su orgullo; lo exas-
peraba. Ocampo, que dirigía la Junta Re-
volucionaria, pasó un mal rato un día al
rehusar un puro que Juárez le obsequió, y
citar en broma un dicho que resultó un dis-
parate solemne:
__“No, señor, gracias, por aquello de
que indio que fuma puro, ladrón seguro”.
Breve y brusca, vino la respuesta:
__” En cuanto a indio; no lo puedo
negar, pero en lo segundo, no estoy con-
forme”.
Y Ocampo se deshizo en disculpas. Si
Juárez no se hubiera mostrado hipersensi-
55
ble, y si Ocampo no hubiera sido mortifi-
cado por uno de esos desatinos que a veces
cometen los más sensibles, no hubiera sido
memorable la anécdota, y nunca se hubie-
sen hechos amigos.
20
Soldado de la libertad
Juárez, al enterarse que en Ayutla, Gue-
rrero, estalla la Revolución el 1º.de marzo
de 1854, se traslada a México el 20 de junio
del mismo año , procurando encontrar al
general Juan Alvarez, líder del movimiento.
Al encontrarse con su hijo Diego Alvarez
le solicita lo lleve con su padre
_Como aquí se pelea por la liber-
tad, he venido para ver en qué puedo ser
útil, dijo Juárez. Don Diego, sin reconocer
al voluntario que se venía a incorporar a
la lucha contra la dictadura, lo condujo al
56
campamento militar donde se encontraba
su padre. Durante el camino llovió inten-
samente.
“Ocioso es decir que estando noso-
tros-afirma el coronel Diego- desprovistos
de ropa para el recién llegado, no sabíamos
qué hacer para remediar la ingente nece-
sidad que sobre él pesaba: hubo de usar,
pues, el vestuario de nuestros pobres solda-
dos, esto es, algún calzón y cotón de manta,
agregando un cobertor de la cama del se-
ñor mi padre y su refacción de botines, con
lo que , una cajetilla de buenos cigarros, se
entornó, admirablemente. Por lo demás, el
señor mi padre, que tuvo gusto de recibir
a un colaborador espontáneo en la lucha
comenzada contra el dictador Santa Anna,
estaba en la misma perplejidad que yo, y al
ofrecerse él a escribir en la secretaría, repi-
tiendo” que había venido a ver en qué
podría ayudar aquí, donde se peleaba
por la libertad”.
57
Se le encomendaban cartas de poca
importancia, que contestaba, y con la ma-
yor modestia las presentaba a la firma. Pa-
sados algunos días, llegó una carta dirigida
al Licenciado Benito Juárez. Entonces el
coronel Diego Alvarez se dirigió al secre-
tario:
_Aquí hay un pliego rotulado con el
nombre de usted ¿pues que es usted licen-
ciado? _Si , señor. Conque ¿ es usted quien
fue gobernador del estado de Oaxaca? Si,
señor. Me contestó. Y yo sofocado de ver-
güenza repuse : ¿Por qué no me había usted
dicho esto?_¿Para qué? Respondió. ¿Qué
tiene ello de particular?”
21
¡Triunfa la Revolución de Ayutla!
Pronto la revolución que estalló en
Ayutla, Guerrero se extiende en el país, por
58
lo que el dictador Santa Anna termina hu-
yendo de México el 9 de agosto de 1855. El
ejército revolucionario entra a la ciudad de
Cuernavaca. Aquí se reúne un Consejo-re-
presentantes de los estados-y nombran
como presidente al general Juan Álvarez.
Juárez es electo Ministro de Justicia y Ne-
gocios Eclesiásticos.
Recordando, seguramente, su injusto
encarcelamiento por defender a los indíge-
nas de Loricha, formula lo que se ha llama-
do Ley Juárez(22 de noviembre de 1855).
Ésta, abolía los tribunales eclesiásticos y
militares. Antes de esta ley ambos tribuna-
les atendían los conflictos entre civiles y re-
ligiosos a través de un tribunal eclesiástico;
y entre civiles y militares por un tribunal
militar. Como se vio en el caso de Loricha,
el sacerdote culpable salió ileso, mientras
que los indios fueron a la cárcel, junto con
Juárez. Lo mismo pasaba en los tribunales
militares. Clero y milicia gozaban de fueros,
59
de privilegios. Con esta ley se establece la
igualdad ante la ley.
La Ley Juárez provocó levantamientos
armados en varias partes del país bajo la
consigna de ¡Religión y Fueros!. Todos im-
pulsados por el clero y el ejército. Ante los
graves problemas del país, y dada la avan-
zada edad, Juan Álvarez renuncia a la pre-
sidencia. Juárez se va a gobernar por orden
presidencial, otra vez, a Oaxaca e Ignacio
Comonfort asume el cargo de presidente
de la república.
Los ricos de Oaxaca desprecian a
Juárez. Y se burlan con un verso que hacen
circular:
Si porque viste de curro
cortar quiere ese clavel,
sepa, hombre, que no es la miel
para la boca del burro,
huela, y aléjese de él.
60
22
Tolerancia
Recien llegado el señor Álvarez a Mé-
xico, el señor Juárez, que era Ministro de
Justicia, concurría conmigo al Teatro Na-
cional; nuestros asientos estaban juntos.
Una noche dilató Juárez, y uno de esos
foráneos carreros de primera silla(así llama-
remos a su levita), se apoderó del asiento
de Juárez. Se colocó el sombrero ancho
entre las piernas, y se entregó con su gran
promontorio de cabellos a ver la ópera.
Juárez llegó a la mitad del acto, se
acercó al ranchero pidiéndole el asiento…
__¿Pus qué no he pagado?...¡Váyase el
roto a buscar madre!...
Juárez se retiró a otro asiento; en el
entreacto fue el acomodador a explicar su
falta al ranchero, diciéndole que era del se-
ñor Ministro de Justicia la luneta…
61
__¡Ave María Purísima!-Dijo el ran-
chero poniéndose las manos en la cara-¡Ave
María!¡Pues buena la hice!
Dirigiose el ranchero a satisfacer al
señor Juárez, quien no permitió que se le
molestara, y le suplicó que siguiera en su
asiento; aquel ranchero , cuyo nombre no
recuerdo, nos prestó años después muy
importantes servicios entre Guadalajara y
Colima.
23
Contra la discriminación clasista.
(1855)
La ciudad de Oaxaca estaba de fiesta
y sus habitantes se habían preparado, en la
medida de sus posibilidades, para que re-
sultara lúcida. Todo ello con motivo de que
los estudiantes del Instituto del Estado ha-
bían concluido sus cursos felizmente. Con
62
un baile, al que invitaron al gobernador Lic.
Benito Pablo Juárez García, culminarían las
festividades estudiantiles.
El gobernador concurrió con su fa-
milia. Iniciado el baile, un joven estudiante,
humilde, invitó a la señorita Manuela, pri-
mogénita de Juárez, a que bailara con él. La
joven se excusó pretextando que esa noche
no bailaría. Juárez desde su asiento obser-
vó la escena. Poco después, Manuela Juárez
se levantó a bailar con otro caballero, éste
rico y elegante. Pero su padre le salió al en-
cuentro, y se dirigió al caballero, excusán-
dola de que no bailaría con él. El joven, por
su parte, se retiró apenado, sin explicarse
la actitud del gobernador. La jovencita, por
su parte, le suplicó a su padre le explicara
el motivo de su conducta. A tal pregunta,
Juárez respondió:
__Te negaste a bailar con el estudian-
te pobre, humilde y modestamente vesti-
63
do; pero aceptaste hacerlo con el caballero
rico y apuesto. No olvides la oscuridad de
mis orígenes, mi cuna, mi orfandad y mi
pobreza. Recuerda que a no ser por la per-
severancia y el estudio, yo no ocuparía el
cargo que ahora tengo. ¿Quién sabe lo que
ese pobre estudiante podrá llegar a ser en el
futuro? Hoy no sabemos lo que podrá ser
mañana el hombre más oscuro. Tu deber
es satisfacerlo, porque no vales más que él.
A continuación, el gobernador se
acercó al estudiante desairado, quien hu-
mildemente estaba parado cerca de allí, con
afable cortesía le dijo:
__Amiguito, mi hija no pudo bailar
con usted hace poco porque se sentía mal;
ahora ya está repuesta, y me encarga supli-
que a usted le haga el honor de acompa-
ñarla. Sorprendido el joven con tan especial
deferencia, se aproximó a la hija de don Be-
nito Juárez, y la invitó a bailar.
64
24
Firmeza en los principios
Al ingresar al gabinete de Comonfort,
el licenciado Miguel Lerdo de Tejada en la
Secretaría de Hacienda expide la Ley de
Desamortización de los bienes adminis-
trados por el clero (25 de junio de 1856),
conocida como Ley Lerdo. Ésta obligaba a
la iglesia católica a vender sus propiedades
ya que, sobre todo las del campo, perma-
necían sin producir. Por eso se decía que
estaban en manos muertas.
El grito de ¡Religión y Fueros! volvió
a escucharse en las rebeliones que el cle-
ro impulsó, con el apoyo del ejército y del
Partido Conservador. Para el clero la Ley
Juárez y la Ley Lerdo atentaban contra la
religión católica, llamando a sus feligreses
a oponerse, con la amenaza, de no hacerlo,
de ser excomulgados.
65
El 5 de febrero de 1857 los liberales,
para dar cumplimiento a uno de los obje-
tivos de la Revolución de Ayutla, promul-
gan, a través del poder ejecutivo federal,
una nueva Constitución. Un principio guía
a esta carta magna: la igualdad y el fin de los
fueros y privilegios.
Los conservadores, apoyados por
el clero y sus aliados-militares y hacenda-
dos-desconocen la Constitución. El presi-
dente Comonfort llama a Juárez para que
se haga cargo de la Secretaría de Gober-
nación.
Con base a la nueva Constitución se
efectúan elecciones presidenciales, asegu-
rando la titularidad el general Ignacio Co-
monfort. Juárez es electo presidente de la
Suprema Corte de Justicia de la nación; te-
niendo al mismo tiempo el cargo de vice-
presidente.(Noviembre de 1857)
Pero el Partido Conservador cons-
pira a través del general Felix Zuloaga. Se
66
reúnen en Tacubaya para dar un golpe de
estado y desconocer la Constitución. El
presidente vacila y entra en tratos con el
enemigo. En estas condiciones se reúne
con Juárez:
__Te quería yo comunicar hace días-le
dice Comonfort a Juárez-que estoy decidi-
do a cambiar de política, porque la marcha
del gobierno se hace cada día más difícil,
por no decir imposible…
__Alguna cosa sabía yo-dijo Juárez-;
pero supuesto que nada me habías dicho,
yo también quería hablarte…
__Pues bien, ahora te digo todo: es
necesario que cambiemos de política, y yo
desearía que tú tomaras parte y me acom-
pañaras.
__¿De veras? Te deseo muy buen éxito
y muchas felicidades en el camino que vas
a emprender, pero no te acompaño en él.
67
25
Golpe de Estado y encarcelamiento.
Con el pretexto de que con la Consti-
tución no se podía gobernar Comonfort se
unió al general Zuloaga. Este se pronunció
el 17 de diciembre. Juárez acude a Pala-
cio Nacional; aquí es aprehendido, te-
niendo como celda un espacio de este
edificio. Dos días después Comonfort se
adhiere al Plan de Tacubaya, dándose por
primera vez en la historia de México un au-
togolpe de Estado. El Plan deroga la Cons-
titución y convoca a un Congreso.
Don Manuel Payno llegó, en la tarde
del 19, al cautiverio de Juárez; en plan mi-
tad amigo, mitad de emisario o espía, y le
mostró el manifiesto de Comonfort.
__Léalo usted-le dijo- y si lo interpre-
ta cuidadosamente, verá cómo le asisten a
Nacho razones de sobra para hacer lo que
hizo…
68
El prisionero lo leyó con calma, y le
contestó:
__¡Ninguna razón le asiste! Porque
jamás un Presidente de la República debe
auspiciar una revuelta. Nada tiene la Cons-
titución para que se oponga a las normas
prácticas de gobierno. ¡El tiempo le demos-
trará que México es susceptible de gober-
narse con ella!...
__Entonces ¿insiste usted en colocar-
se en la oposición? Yo abrigaba la esperan-
za de poder convencerlo. Precisamente le
traigo un recado del presidente Comonfort
que, en lo personal, está muy apenado con
usted, porque es su amigo.
__Dígale usted que puede disponer de
mí como su prisionero, pero ya no como
su amigo. Desde el momento en que él ha
roto sus títulos como Presidente, queda
convertido en un faccioso a la altura de sus
cómplices. Muy pronto tendrá que conven-
cerse de su error.
69
El tiempo de inmediato le dio la razón
a don Benito: Los conservadores desco-
nocen a Comonfort. Traicionado, sale del
país; pero antes libera de la cárcel a Juárez.
El 11 de enero Juárez es puesto en liber-
tad. Con un grupo de partidarios se enca-
minan rumbo a Querétaro, iniciándose así
la guerra de Reforma; el enfrentamiento en
los campos de batalla de liberales contra
conservadores. Los primeros, a favor de la
Constitución; los segundos, en contra.
26
La guerra de Reforma.
Al irse del país, pero sobre todo, al
desconocer la constitución, Comonfort
abandona la presidencia y se convierte en
un rebelde. La carta magna establecía que
en ausencia del presidente, el Ministro de la
Suprema Corte de la Nación se haría cargo
del Poder Ejecutivo Federal. De este modo
70
Juárez se convierte en Presidente de la Re-
pública.
Juárez, hay que subrayarlo, asume la
presidencia de la república cuando el país
vive una guerra civil. No toma el cargo con
los honores de Jefe de Estado y en Palacio
Nacional. Lo hace huyendo de la capital de
la república. Llega a Querétaro y de aquí se
va a Guadalajara.
En Salamanca se da el primer enfren-
tamiento importante entre las fuerzas mili-
tares liberales y las fuerzas conservadoras.
Dado que la mayor parte de los militares
están con el partido conservador, éste tiene
ventaja en el campo militar. Los liberales
improvisan; de ciudadanos pasan a solda-
dos y a generales.
Juárez escribe el 13 de marzo de 1858:
Son las siete de la noche y en estos mo-
mentos se decide en el campo de Salaman-
ca la gran cuestión entre los pueblos y sus
71
opresores. Es bien difícil asegurar el triunfo
cuando depende del éxito de las bayonetas,
porque la guerra es siempre un azar.
El general Parrodi, jefe de las fuerzas
liberales, es derrotado. Juárez recibe la no-
ticia estando en reunión con su gabinete. El
silencio de los ministros se prolonga ante
la nefasta noticia. El temple de Juárez, una
vez más, se manifiesta: “Señores, nuestro
gallo ha perdido una pluma.”
27
¡Los valientes no asesinan!
Estando Juárez en Guadalajara, el 13
de marzo de 1858, el mismo día de la derro-
ta liberal en Salamanca, se rebeló contra su
gobierno un sector del ejército encabeza-
do por el coronel Filomeno Bravo, siendo
aprehendido el presidente de la república
y sus ministros en el palacio de gobierno.
72
Al acercarse imprudentemente el coronel
liberal Miguel Cruz Aedo la tropa rebelde
decidió fusilar a los prisioneros. Así cuenta
el héroe de la jornada, Guillermo Prieto, lo
que siguió enseguida:
“El jefe del motín(Bravo), al ver la
columna (de Aedo) en las puertas de Pala-
cio, dio orden para que fusilaran a los pri-
sioneros. Eramos ochenta por todos. Una
compañía se encargó de aquella orden bár-
bara. Una voz tremenda… dijo: Vienen a
fusilarnos. Los presos se refugiaron en el
cuarto en que estaba el señor Juárez; unos
se arrimaron a las paredes, los otros como
pretendían parapetarse con las puertas y
con las mesas.
El señor Juárez se avanzó a la puerta;
yo estaba a su espalda. Los soldados entra-
ron al salón...arrollándolo todo… Aquella
terrible columna, con sus armas cargadas,
hizo alto frente a la puerta del cuarto…y
73
sin esperar, y sin saber quién daba las voces
de mando, oímos distintamente: ¡Al hom-
bro!¡Presenten!¡Preparen!¡Apunten!...
Como tengo dicho, el señor Juárez
que estaba en la puerta del cuarto, a la voz
de ¡apunten! Se asió del pastillo de la puer-
ta, hizo hacia atrás su cabeza y esperó…Rá-
pido como el pensamiento, tomé al señor
Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo
cubrí con mi cuerpo…abrí mis brazos…y
ahogando la voz de ¡fuego! que tronaba en
aquel instante, grité: ¡Levanten esas armas!
¡Levanten esas armas! ¡Los valientes no
asesinan!
Y hablé. Yo no sé que hablaba que
me ponía alto y poderoso, y veía, entre una
nube de sangre, pequeño todo lo que me
rodeaba…Un viejo de barbas canas que te-
nía enfrente y con quien encaré diciéndole:
¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía! ¡Alzó el
fusil!...Los otros hicieron lo mismo. Enton-
ces vitoreé a Jalisco.
74
Los soldados lloraban, protestan-
do que no nos matarían, y así se retiraron
como por encanto…Bravo se puso de
nuestro lado. Juárez se abrazó de mí…mis
compañeros me rodeaban, llamándome su
salvador y el salvador de la Reforma…Mi
corazón estalló en una tempestad de lágri-
mas.”
75
28
Confundido con un criado
El presidente Benito Juárez y su ga-
binete salieron del puerto de Manzanillo y
cruzando Panamá, finalmente, se estable-
cieron en el puerto jarocho.
“Llegaron a Veracruz de noche; el
señor Zamora, gobernador del estado, te-
nía dispuesta una casa con lujo para las
personas del gobierno; la sección corres-
pondiente al Presidente Juárez, como era
natural, era la mejor, pero en la primera no-
che de permanencia el mismo señor Juárez
hizo un cambio, ordenando que el señor
Melchor Ocampo ocupara su habitación, y
él pasó a la que tenía al lado el baño, por-
que lo mismo en Veracruz que en el Paso
de Norte, se bañaba diariamente el señor
Juárez, que era sumamente aseado.
La sirvienta, una mujer negra, que go-
bernaba la casa no supo de este cambio; así
76
es que temprano al siguiente día de nues-
tra llegada, el señor Juárez le pidió agua y
algo que necesitaba. La salida del hombre
que pedía, su aspecto indígena o lo que se
quiera, produjo enojo en la gobernadora de
palacio; irritada dio respuesta a la petición:
__¡Indio igualado , sírvase usted si
quiere!
El presidente Juárez se sirvió con la
mayor humildad, realizando su acostum-
brado baño. A la hora del almuerzo llegó
Juárez a ocupar su asiento; al entrar, los
ministros se pusieron de pie. La negrita lo
vio y reconoció al que en la mañana había
creído un criado…y haciendo aspavientos
y persignándose, salió corriendo, diciendo
la barbaridad que había cometido. El pre-
sidente Juárez rio mucho, y la negrita Do-
lores fue conservada como excelente ser-
vidora”
77
29
Las Leyes de Reforma
En plena guerra civil; mientras los
ejércitos liberales y conservadores comba-
tían con las armas, en Veracruz los minis-
tros liberales bajo el mando del presidente
de la república fueron dando a conocer, en
diversos tiempos, y a partir de julio de 1859
las llamadas Leyes de Reforma.
En realidad, éstas se iniciaron con la
Ley Juárez y culminaron con la Ley de li-
bertad de cultos a fines de 1860. Destaca-
mos como las de mayor trascendencia las
siguientes:
Ley de Administración de Justicia (Ley
Juárez, 22 de noviembre de 1855); se pro-
puso derogar las disposiciones que daban
existencia a los tribunales especiales- entre
ellos los militares y los eclesiásticos- por es-
tar en pugna con el principio de igualdad
78
que la revolución de Ayutla se fijó como
objetivo.
79
Ley de Desamortización de los bienes
administrados por el clero (Ley Lerdo, 25
de junio de 1856); tuvo como objeto obli-
gar al clero a vender preferentemente los
bienes de manos muertas; sin que perdiera
el usufructo respectivo.
Ley Iglesias (su autor fue el ministro
José María Iglesias; se decretó el 11 de abril
de 1857. Esta ley secularizaba los cemente-
rios-antes los controlaba la iglesia-y regula-
rizaba el cobro de los honorarios del clero
por sus servicios.
En Veracruz, en 1859, teniendo a Mel-
chor Ocampo como el cerebro del grupo
liberal y el apoyo presidencial se decretan:
Ley de extinción de Órdenes Mo-
násticas y Nacionalización de los Bie-
nes Eclesiásticos (12 de julio). Ley sobre
Matrimonio Civil (23 de julio). Ley sobre
el Estado Civil (28 de julio). Ley sobre
Secularización de los Cementerios (31 de
80
julio). Se declara, además, la independen-
cia entre el Estado y la Iglesia Católica.
Esta separación ya no permitió, a partir de
entonces, usar al gobierno para castigar a
quienes no dieran el diezmo a la iglesia o el
pago de otros servicios religiosos. La Re-
forma culmina con la Ley de libertad de
cultos (4 de diciembre de 1860) y la im-
plantación de la escuela laica.
30
¡Triunfan los liberales!
La guerra de Reforma duró tres años.
Al final los generales liberales improvisa-
dos derrotaron a los generales conserva-
dores de carrera. Así recibió la noticia el
presidente Juárez:
En la noche del 23 de diciembre se en-
contraba Juárez con su familia en el Teatro
Principal de Veracruz, ocupando el palco
81
del centro; en el de su derecha estaba Gu-
tiérrez Zamora (Gobernador de Veracruz),
y puede decirse que toda la sociedad vera-
cruzana se había dado cita en aquel lugar,
donde una excelente compañía de ópera
cantaba esa noche Piritoni.
Justamente, en los momentos en que
el público aplaude con entusiasmo al po-
pular Dúo de las Banderas, llegó apresura-
damente al palco del Presidente un hombre
cubierto de polvo, vestido de charro y que
parecía venir de camino. Era un correo ex-
traordinario; se llamaba José María Machu-
co, natural de Tehuacán, quien en veintio-
cho horas había recorrido, sin descansar un
instante, las trescientas millas, poco más o
menos, de mal camino. Que mediaban en-
tre el cuartel general de González Ortega y
el puerto de Veracruz. Este correo entregó
un pliego al Presidente.
La función quedó interrumpida por la
entrada violenta de aquel hombre. El Pú-
82
blico, los cantantes y la orquesta guardaron
un silencio profundo y lleno de ansiedad.
¡Qué pasaba? ¿Qué significaba aquello?
¿Era noticia próspera o adversa? Nadie lo
sabía; pero todos presentían algo de muchí-
sima importancia.
Juárez, que se había puesto también
en pie para recibir el correo, abrió el plie-
go, leyó tranquilamente las pocas líneas que
contenía; después se acercó a la barandilla
del palco.
El público, anhelante, se puso tam-
bién de pie, guardando el silencio profundo
de ansiedad. Juárez, con voz pausada y lige-
ramente conmovida, leyó la comunicación
en que se le participaba la completa derrota
de Miramón en Calpulalpan, y que inme-
diatamente ocuparía la capital el ejército de
la Reforma.
Lo que pasó después no puede ser
descrito. Juárez y Gutiérrez Zamora se die-
83
ron un estrecho abrazo. Resonó formida-
ble un ¡Viva! que encontró inmediato eco
en toda la ciudad. La orquesta tocó diana,
los cantantes quisieron entonar La Marse-
llesa, pero el público, en el delirio del en-
tusiasmo no atendía a nada que no fuese
Juárez, que no fuese Zamora, su glorioso
colaborador. Y las aclamaciones a ellos dos,
a la patria, a la Constitución y a la Reforma,
atronaban la sala y repercutía en las calles.
Toda la concurrencia salió violentamente
del teatro, buscando aire que respirar, que
el de la sala estaba caldeado.
En ese tiempo estaban construyendo
el último cuerpo de la torre de la parroquia,
único templo abierto al culto en Veracruz,
y por los andamios escaló el pueblo la to-
rre y echó a vuelo las campanas, para que
despertaran los que dormían y recibieran la
buena nueva.
Las bandas de los cuerpos de la guar-
nición se echaron a las calles tocando dia-
84
nas; por todas partes se oía cantar en for-
midable coro la canción de los Cangrejos
que fue nuestro himno de guerra en esa
cruenta campaña; y hombres y mujeres y
niños corrían las calles, abrazándose con
efusión.
No hubo quizás una sola persona que
exclamase; ¡Ya concluyó la guerra!
Todos decían: “¡Triunfó la Constitu-
ción! ¡Viva Juárez!
31
Contra el bandidaje
Terminada la guerra de Reforma el
país seguía convulsionado por los efectos
de los enfrentamientos militares. La paz era
precaria, dado que los cabecillas conserva-
dores seguían en el país sobreviviendo a
través de las guerrillas. A este problema se
sumó el bandidaje que azotó en algunas re-
85
giones. Este fue el caso del Estado de Mé-
xico en donde los famosos Plateados, ban-
didos consumados y peligrosos, sembraban
de inseguridad la atmósfera de los pueblos
de esta región.
Preocupado por esta situación un líder
campesino de Morelos, Martín Sánchez,
llevando cartas de recomendación, se en-
trevistó con el Presidente Juárez.
__Me escriben aquí, algunos amigos,
que usted es un hombre de bien y el más a
propósito para perseguir a esos malvados
que infestan el sur del Estado de México, y
a quienes el Gobierno, por sus atenciones,
no ha podido destruir: Infórmeme usted
acerca de eso.
Martín Sánchez le hizo un informe
detallado, que el Presidente escuchó con
su calma ordinaria, pero que interrumpió
varias veces con señales de indignación. Al
concluir Sánchez, Juárez exclamó:
86
__!Eso es un escándalo, y es preciso
acabar con él! ¿Qué desea usted para ayu-
dar al Gobierno?
__Lo primero que yo necesito, señor,
es que me dé el Gobierno facultades para
colgar a todos los bandidos que yo coja, y
prometo a usted bajo mi palabra de honor
que no mataré sino a los que lo merezcan,
Lo segundo que yo necesito, señor, es
que usted no dé oídos a ciertas personas que
andan por aquí abogando por los plateados
y presentándolos como sujetos de méri-
tos que han prestado servicios. Desconfié
usted de esos patronos, señor Presidente,
porque reciben parte de los robos y se enri-
quecen con ellos.(La maldita corrupción).
Por aquí hay un señor que los libera. Ëse es
el verdadero capitán de los plagiarios, que
vive de los robos y sin arriesgar nada.
_¿Quién es ese sujeto?__Preguntó
Juarez impaciente.
87
__Ahí está el nombre disfrazado, pero
por las señas usted lo conocerá.
__Bueno__replicó Juárez, después de
leer las cartas _.No tenga cuidado por él,
ya no libertará a ninguno. ¿Qué más desea?
__Armas, nada más que armas, por-
que no tengo sino unas cuantas. No nece-
sito muchas, porque yo se las quitaré a los
bandidos, pero para empezar necesito unas
cien.
__Cuente usted con ellas. Mañana
venga usted al Ministerio de la Guerra y
tendrá usted todo. Pero usted me limpiará
de ladrones ese rumbo.
__Lo dejaré, señor , en orden.
__Bueno y usted hará un servicio
patriótico, porque hoy es necesario que el
Gobierno no se distraiga para pensar sólo
en la guerra extranjera y en salvar la inde-
pendencia nacional.
88
__Confié en mí, señor Presidente.
__No haga usted que me arrepienta.
__Me manda usted a fusilar si no obro
con justicia__dijo Martín.
Juárez se levantó y alargó la mano al
terrible justiciero.
Como escribió Altamirano: “Era la ley
de la salud pública armando a la honradez
con el rayo de la muerte.”
32
Juárez, con los estudiantes.
(1862)
El clero, ante la derrota sufrida, buscó
la revancha. Apoyándose en figuras destaca-
das del Partido Conservador procuró con-
tar con un aliado en Europa. Y lo encontró
en Francia, con Napoleón III. El empera-
89
dor de Francia, por su parte, aprovechó la
circunstancia para colocar en México a una
figura política que pudiera manejar, a fin
de aprovechar las riquezas de nuestro país.
Pronto los conservadores y el emperador
francés hallaron al hombre adecuado para
sus intereses, Maximiliano de Habsburgo,
hermano del emperador austriaco; casado
con la hija del rey de Bélgica.
El pretexto para la intervención fran-
cesa fue la suspensión del pago de la deuda
externa que decretó Juárez. El país después
de la guerra de Reforma estaba, práctica-
mente en quiebra. Tres países afectados
por la medida se unieron para intervenir
en México: Inglaterra, España y Francia. Al
final las dos primeras se retiraron conven-
cidas de las condiciones difíciles por las que
atravesaba nuestro país.
Pero la alianza de los conservadores y
el deseo del sobrino de Napoleón, el gran-
de, aunado al anhelo de Maximiliano de
90
gobernar a nuestro país, condujeron defi-
nitivamente a la intervención militar. Las
tropas francesas, estacionadas en Veracruz,
recibieron la orden de adentrarse hacia la
capital mexicana.
Tan pronto se supo de la llegada de
los franceses a territorio poblano los estu-
diantes de diversos colegios fueron a ver
al presidente Juárez, acompañándolos una
entusiasta multitud. Al llegar Juárez a la
reunión fue recibido con delirantes aplau-
sos. Restablecido el silencio, un estudiante
tomó la palabra:
“Señor Presidente: la juventud pen-
sante, afligida por los ultrajes del ejército
francés ha estado haciendo a nuestra patria,
viene a pedir a usted que expulse de la ciu-
dad de México a los franceses residentes en
ella, y que se considere a cada estudiante
como un soldado para defender la dignidad
y la integridad de la república” ,
91
Juárez, con toda tranquilidad, dio res-
puesta:
“Jóvenes, mucho me satisface que la
juventud no sea indiferente a lo que sucede
en estos momentos y voy a exponer con
franqueza lo que creo conveniente en el
caso.
“Los franceses que residen en Méxi-
co son hombres de trabajo, comerciantes,
agricultores, banqueros que contribuyen
al bienestar general y viven pacíficamente.
Expulsarlos sería injusto y el Gobierno, no
comete injusticias.
“La oferta de la juventud si la apruebo
y la aplaudo y ya mando que se abra en la
Ciudadela un registro, en el cual escriban
ustedes sus nombres y que se les propor-
cione a cada uno un fusil, y les den alta en
los cuerpos del ejército, para que vayan a la
defensa de la patria.”
92
“Jóvenes, hay que expulsar a los fran-
ceses que se encuentran en Acultzingo y
que vienen a atacar a Puebla, no a los que
viven de su trabajo, ya arraigados aquí.
Alistaos, pues, para eso, y yo, desde ahora,
os felicito en nombre de la nación, que pre-
miará vuestros servicios”
¡Viva la república! Fue la respuesta de
los presentes, aprobando con ello la posi-
ción de Juárez.
33
La batalla de Puebla
Al encaminarse a Puebla el general
francés Charles Ferdinand Latrilla de Lo-
rencez escribió al ministerio de guerra de
su país: “Tan superiores somos a los mexi-
canos en raza, en organización, en morali-
dad y en elevación de sentimientos que su-
plico a Vuestra Excelencia tenga la bondad
93
de decir al Emperador que, a la cabeza de
seis mil soldados, ya soy dueño de México.”
Con la fe en la victoria, el general Ig-
nacio Zaragoza, antes del inicio de la bata-
lla, se dirigió a su tropa: “Soldados: habéis
portado como héroes combatiendo por la
Reforma; vuestros esfuerzos han sido co-
ronados siempre del mejor éxito, y no una,
sino infinidad de veces habéis hecho do-
blar la cerviz a vuestros adversarios. Loma
alta, Silao, Guadalajara, Calpulalpan, son
nombres que habéis eternizado con vues-
tros triunfos. Hoy vais a pelear por un ob-
jeto sagrado; vais a pelear por la patria, y
yo me prometo que en la presente jornada
le conquistaréis un día de gloria. Nuestro
enemigo son los primeros soldados del
mundo, pero vosotros sois los primeros
hijos de México, y os quieren arrebatar
vuestra patria. Soldados; leo en vuestra
frente la victoria, fe, y ¡Viva la Independen-
cia Nacional!¡Viva la Patria!”
94
5 de mayo de 1862
95
El triunfo del ejército mexicano- el 5
de mayo de 1862-contra los mejores sol-
dados del mundo, de esa época, cimbró
al país. Zaragoza, por su parte, le mandó
un breve mensaje de victoria al Presidente
Juárez: “Las armas nacionales se han cu-
bierto de gloria”.
Pero también tuvo efectos interna-
cionales. “La noticia resonó en todos los
rincones del planeta. Los patriotas chinos
que luchaban por liberarse del yugo de las
potencias europeas vieron en lo aconteci-
do en Puebla una memorable lección. Igual
impacto causó la noticia entre el naciente
nacionalismo filipino. Los irlandeses salu-
daron el triunfo mexicano como un ejem-
plo de que las potencias imperiales podrían
ser derrotadas por un pueblo que anhelaba
la libertad.”
La victoria lograda por Zaragoza y los
mal armados soldados mexicanos atrasó la
intervención extranjera un año. Al año si-
96
guiente se volvió a luchar en Puebla. Muer-
to Ignacio Zaragoza, por enfermedad,
lo sustituyó en el mando el general Jesús
González Ortega. En esta ocasión el triun-
fo-17 de mayo de 1863- es de los extranje-
ros, durando el sitio 62 días; pero la defensa
también había sido heroica. No obstante, el
clero mexicano celebró la victoria francesa.
Esto nos cuenta Ralph Roeder: “ durante
tres días, los templos de Cholula vomita-
ron en las calles un diluvio de reliquias y
estatuas de santos, confesiones y mártires,
escoltados por un enjambre de querubines
en trajes de balleta de la ópera. Casi pare-
cía un carnaval, pues todo el mundo anda-
ba ataviado con ropaje de los siglos XVI y
XVII…Todo eso lo dirigía el clero con un
aire de compunción y beatitud indescripti-
ble, y los indios se postraban en el polvo,
golpeándose el pecho. Era conmovedor,
pero un tanto cómico.
97
34
Despedida
Caída Puebla, el Presidente Juárez de-
cidió abandonar la capital de la república
y encaminarse hacia el norte, pero no para
huir o desertar, sino para seguir con la re-
sistencia nacional.
El señor don Juan García Brito pre-
senció los acontecimientos de ese memo-
rable día 31 de mayo. Así describe la salida
de Juárez de la ciudad de México:
“Ciego obediente Juárez de la Cons-
titución Política de la República, no quiso
determinar la marcha sino después de cum-
plir el precepto de clausurar , el 31 de mayo,
las sesiones del Congreso.
Eran las tres de la tarde, cuando el
estruendo de los cañones anunciaron a la
capital que el Poder Legislativo de los Esta-
dos Unidos Mexicanos daba punto final a
sus trabajos.
98
¡Jamás fue tan solemne este acto!
La plaza mayor es amplísima, y la lle-
naba la multitud, esa multitud que verifica
todas las conquistas.
Juárez hizo más todavía. Esperó para
mandar que se arriara la enseña de la pa-
tria enarbolada en el Palacio Nacional en el
ocaso. Era la hora señalada para efectuarlo
y no debía anticiparse.
Todo cabía en el carácter inflexible de
Juárez.
Volvió a oírse el estallido de la artillería.
¡Nuestro pabellón descendía lenta-
mente del asta!
El pueblo todo se descubrió. Las
mujeres derramaron lágrimas, elevaron
en brazos a sus pequeños hijos, para que
viendo a Juárez, recibieran los alientos de
su patriotismo y de su fe; para que refleja-
ra en sus inocentes miradas los colores de
99
nuestra grandiosa bandera, que saludaba al
redoblar de los tambores, las armas de los
soldados presentados en señal de profundo
respeto y a las músicas de los batallones re-
corrieron las notas del himno nacional.
Juárez en pie, descubierta la cabeza,
rodeado de sus Secretarios de Estado, el
general en jefe del ejército Juan José de la
Garza; los militares de la más encumbrada
jerarquía y el presidente del Ayuntamiento
de México, Agustín del Río, única autori-
dad legítima que debía quedar en la capi-
tal para mantener el orden. Juárez, repito,
esperó a recibir de las manos de un oficial
superior la bandera que hacía pocas ins-
tancias tremolaba en las alturas de Palacio
Nacional: la llevó a sus labios, y en voz alta,
llena, sonora, dijo:
¡Viva México!
Más de diez mil voces, formando una
sola y prepotente voz respondieron: ¡Viva!
100
Maximiliano
101
35
El presidente de la república
no debe correr
Destruido, prácticamente el ejérci-
to mexicano, Juárez apuesta a la guerra de
guerrillas. Así, aunque los franceses, junto
con los traidores mexicanos, se apoderan
de las ciudades y de gran parte del territorio
nacional, los chinacos lanzan ataques sor-
presivos, sistemáticos y sin grandes contin-
gentes. La estrategia juarista da excelentes
resultados, a tal grado, que los intervencio-
nistas son dueños del territorio que pisan,
pero tan pronto lo abandonan, los patriotas
mexicanos lo recuperan.
Algunos liberales flaquean, otros de-
sertan y se pasan al enemigo. Otros estor-
ban para pasarse, finalmente al imperio.
Este es el caso del gobernador de Nuevo
León. En esta relación con Santiago Vi-
daurri observamos un trato diferente al que
102
hemos visto con el ranchero que tomó el
asiento de Juárez en el Teatro y el que se
dio con la negrita que lo confundió con un
criado.
“Se cuenta que Vidaurri, al encontrar-
se con Juárez, le saludó con estas palabras:
¿Cómo está usted don Benito? Juárez se
cruzó de brazos y respondió: ¿Es que no
puede usted llamarme señor presidente? Al
no obtener respuesta, Juárez le volvió la es-
palda, y regresó a su coche. Los hombres
de Vidaurri le siguieron por la ciudad, pero
no se atrevieron a atacarle. “A toda velo-
cidad” dijo al cochero uno de los ayudan-
tes de Juárez; pero este replicó- a pesar del
peligro inminente-: “Sólo al trote. El presi-
dente de la república no debe correr.”
En un país convulsionado por la gue-
rra el presidente no podía permitir la falta
de respeto a su investidura, menos a sa-
biendas, de que Vidaurri no era leal al país
103
y que despreciaba al indígena presidente.
Y menos cuando el hijo del gobernador le
puso la pistola en el pecho. Andando el
tiempo se pasó al bando de Maximiliano. Y
andando el tiempo, al derrumbarse el im-
perio, Vidaurri fue fusilado por traidor a la
patria.
36
Caminando por el desierto
__¡Arre, Canaria! ¡Arre, Venus!, gritó
el cochero.
Y la carreta desenfrenada toma un
nuevo vaivén. Llevar horas y horas en esta
huida. Duélenles ya los oídos. Correr, co-
rrer. Se reseca el aire y hiere los labios. El
polvo barniza con otra máscara la de Don
Benito. Aire y polvo. Van corriendo las mu-
las por los desiertos.
104
De pronto la velocidad del coche dis-
minuye. Ni el cochero hace restallar su láti-
go ni el ayudante mima e incita a las bestias.
Es tan seca la inmovilidad, que cuando los
viajeros se dan cuenta de sí mismos han ba-
jado del vehículo.
__¿Qué es?__Pregunta Guillermo
Prieto.
__¿Qué es? Exclama Sebastián Lerdo
de Tejada,
Y el postillón señala hacia el sur, en
pleno desierto, una gran nube de polvo que
avanza hacia ellos.
Palidecen. Juárez tiene todavía los ojos
cerrados. De un brinco sube al pescante.
Con las manos se hace una visera que de-
tiene los rayos intensos del sol y su mirada
profunda penetra los accidentes del paisaje.
Baja a tierra con un gesto conturbado.
__El enemigo__Comenta.
105
Entonces con una inaudita seguridad,
metiendo la mano en el pecho camina, de-
jando en la arena la menuda huella de sus
pasos.
__Bien; señores, ha llegado el mo-
mento. Es preciso sacrificarnos. Que no se
diga que el Presidente de la República es
un cobarde.
Juárez va hacia la nube de polvo, que
ha seguido avanzando. Su impulso ate-
moriza a sus ministros. Y todos lo siguen,
recordando, quizás, el incidente de Guada-
lajara, ya con una ansia de sacrificio y de
renunciación. Quizás de nuevo la oratoria
de Guillermo Prieto pudiera resurgir; pen-
sarán algunos. Más que el cariño, les une e
incita este ejemplo del hombre desolado. Y
caminan detrás de él, rumbo al sacrificio. Y
caminan, caminan…
Pero de pronto un viento contrario
se levanta y la nube de polvo se deshace.
106
Del polvo surgen breves manchas blancas
y un ritintín de campanillas les llena de fies-
ta los oídos. Ovejas; eso ha sido todo: un
rebaño de ovejas llevadas pacíficamente a
un abrevadero detrás de la última colina del
desierto.
Hay risas ahora, nerviosas. Juárez, sin
embargo, no tiembla como Prieto ni como
Lerdo, todavía sacudidos por el temor.
Juárez sonríe pacíficamente para sí mismo.
No en vano ha sido pastor. Y socarrona-
mente serio monta en el coche.
__¡Arre, Venus! ¡Arre, Canaria!
37
Sin derecho a llorar
Eran los días terribles del avance del
ejército francés, Juárez, sin núcleos regula-
res de tropas que ya no existían, se apresta-
107
ba a seguir luchando y organizar guerrillas
para hostigar al enemigo.
Se encontraba ese día en un último
punto de la frontera mexicana, que hoy por
cierto lleva su nombre.
La tensión era terrible, de un momen-
to a otro podrían oírse los cascos de los
caballos de las tropas enemigas a cargo de
Miramón, chocando con las piedras de las
calles del poblado.
108
Los ministros están ansiosos de noti-
cias y se precipitan al patio de la casa don-
de en esos momentos desmonta un correo.
Trae un mensaje, que contiene una noticia
que el correo sabe no es militar, pero es
igualmente grave para el presidente, a quien
el destino, como sucede siempre, manda en
serie golpe tras golpe. La carta dice que ha
muerto el hijo consentido del presidente.
Detrás del correo entran los minis-
tros para compartir también aquella pena.
Juárez lee el mensaje y se resiente. Su faz
se demuda. Aquel hombre de hierro vaci-
la, pero reponiéndose y contemplando las
caras afligidas de sus ministros, se dirige a
ellos con estas palabras, que una vez más
señalan su grandeza:
__Señores, en los presentes momen-
tos son tantas las aflicciones de la Patria,
que el presidente de la República no tiene
derecho a llorar.
109
38
Paso del norte
Huyendo del enemigo, pero sin
abandonar la lucha, encabezando la resis-
tencia nacional, recorrió el norte cruzando
la zona desértica del país hasta llegar a Chi-
huahua, a un paso de los Estados Unidos.
En una aldea un ciego se acercó al Presi-
dente, tocando el tambor, dirigiéndole la
palabra con una elocuencia que llamó la
atención. Por no decir la envidia de los
ministros. Habló poco más o menos así:”
nunca tanto como ahora he deseado la vis-
ta, para ver al hombre más eminente de mi
país. Dicen los que ven, que el sol es más
hermoso en su ocaso que al principio, o en
la mitad de su carrera; pero a mí me pare-
ce que es más grande el Presidente de la
República. Sus eminentes virtudes me son
bien conocidas, porque hay cosas tan claras
que hasta los ciegos ven.”
110
Durante su peregrinar mueren dos de
sus hijos, quienes vivían con su madre en
los Estados Unidos. Con el dolor a cuestas
mantuvo su fe en el triunfo de la república.
Pero los franceses lo acosaban. Debido a
esto llegó hasta Paso del Norte, hoy llamada
justamente Ciudad Juárez.
El general don Luis Terrazas refiere
que en aquellos momentos alguien se
acercó a Juárez y le manifestó que no había
elementos para detener el paso a la legión
francesa, y que concluyó por decirle:
__Es preciso que usted se salve,
porque los liberales lo necesitamos. Ha
llegado el momento de optar por lo más
amargo en bien de la causa nacional, y
así fuera preciso, pase usted la frontera y
refúgiese en los Estados Unidos.
_Señor don Luis, usted conoce como
nadie este Estado: señáleme el cerro
más inaccesible, más alto, más árido, y
111
subiré hasta la cumbre y allí me moriré de
hambre y de sed, envuelto en la bandera
de la República, pero sin salir del territorio
nacional…¡Eso nunca!
39
El cerro de las campanas
El llamado emperador Maximiliano,
junto con los traidores generales Miguel
Miramón y Tomás Mejía, al ser derrotados
en Querétaro, fueron hechos prisioneros.
112
El imperio había causado miles de muertos,
pueblos incendiados, sufrimientos, etcéte-
ra. La guerra contra la intervención fran-
cesa había durado cinco años. ¿Qué hacer
con el causante de esta tragedia nacional?
Juárez aplicó la ley. Para ello se formó
un Consejo de Guerra, que juzgó al intruso
y a los traidores. La sentencia fue justa: te-
nían que pagar con sus vidas las desgracias
que habían causado a la nación mexicana.
Ante esta resolución la princesa Salm Salm
fue hasta San Luis Potosí a pedir clemencia
al presidente Juárez:
Temblando y sollozando cayó de rodi-
llas a los pies del presidente, y con ardien-
tes palabras, dictadas por el sentimiento del
corazón, imploró piedad para el senten-
ciado Maximiliano, con la elocuencia que
presta el dolor.
Escribe la princesa que el presidente
hizo esfuerzos para alzarla…”más abracé
113
sus rodillas y no quise levantarme hasta
que me concediese la vida del emperador.
Pensé que debía ganársela luchando. Vi que
el presidente estaba conmovido, tanto él
como el señor Iglesias tenían los ojos hu-
medecidos de lágrimas. Me dijo en voz baja
y triste:
“Señora, me causa verdadero dolor el
verla a usted de rodillas; mas aunque todos
los reyes y todas las reinas estuvieran en
vuestro lugar, no podría perdonarle la vida;
no soy yo quien se la quita, son el pueblo
y la ley los que piden su muerte; si yo no
hiciese la voluntad de pueblo, entonces éste
le quitará la vida a él, y aun perdería la mía
también.”
Juárez tenía razón, los miles de mutila-
dos y muertos por causa de la intervención
francesa exigían justicia. Finalmente, Maxi-
miliano, Miramón y Mejía fueron fusilados
en el Cerro de las Campanas, Querétaro el
19 de junio de 1867.
114
40
Dos hombres de temple
El 8 de noviembre de 1871 el general
Porfirio Díaz se levantó en armas contra
su paisano y maestro, el presidente Benito
Juárez, enarbolando el Plan de la Noria. En
este se desconocía al titular del ejecutivo y
se oponía a la reelección presidencial.
El general Manuel González era com-
padre del general Porfirio Díaz y electo di-
putado por el partido porfirista. Ocupaba,
además, el cargo de gobernador de Palacio.
Al proclamarse el Plan de la Noria renuncia
a esta última función y se presenta ante el
presidente Juárez:
“Señor, estoy comprometido a tomar
parte de la revolución. Yo no sé desertar ni
traicionar, y le digo a usted la verdad con
toda franqueza, dejando a usted en libertad
de proceder como lo crea conveniente”.
115
Como se ve, el general le está infor-
mando al presidente que se va a unir a quie-
nes se han levantado en armas contra su
gobierno. Asombra en verdad el temple del
general Manuel González. ¿Para qué avisar
que se va a la rebelión contra quien es su
jefe y tiene todo el poder de aniquilarlo?
Pero también asombra la respuesta del
presidente Juárez:
_Creo que va usted a cometer un error.
Esta revolución no tiene pies ni cabeza, y
he tomado las medidas para sofocarla. Pero
no por eso impediré que cumpla usted con
sus compromisos de partido. Vaya usted,
pero el día que eso concluya no tenga usted
reparo en volver a mi lado y en esta misma
mesa donde deja usted su nombramien-
to de gobernador de Palacio, lo volverá a
encontrar como encontrará usted en este
mismo lugar a su amigo, si es que vivo para
entonces.”
116
La princesa Salm Salm ante Juárez.
41
Contra el influyentismo
“La señorita Felicitas, hija de Juárez,
contrajo matrimonio con don Delfín Sán-
chez. Un día se presentó en casa del señor
117
Sánchez un juez de lo Civil, acompañado
con el personal del juzgado para ejecutar
una providencia, El señor Sánchez se mo-
lestó, se hizo de razones con el señor juez,
lo injurió de palabra primero y, al fin lo gol-
peó. El funcionario judicial se retiró y dictó
enseguida orden de aprehensión contra el
señor Sánchez. Queriendo cumplir con un
deber de cortesía, fue a ver al presidente
Juárez y le dio parte de la falta cometida
por su yerno.
--¿Qué providencias ha tomado us-
ted? Le preguntó don Benito con su calma
habitual, mirándole fijamente.
--He mandado aprehender al señor
Delfín Sánchez y espero que a estas horas
se haya cumplido la orden.
_Está bien, repuso don Benito. Veo
con gusto que es usted digno del alto pues-
to que ocupa.
118
Momentos después se presentó deso-
lada la esposa del señor Sánchez rogando a
su padre que interpusiese su alta influencia
para que devolviese inmediatamente la li-
bertad del detenido. Juárez oyó tranquila-
mente a su hija, y cuando concluyó de ha-
blar, le contestó:
--Imposible es complacerte, la ley me
lo prohíbe. Tu marido ha cometido una fal-
ta y preciso es que sufra el castigo consi-
guiente. Yo y todos los míos somos los que
estamos más obligados a dar ejemplo de
respeto a la ley, y los que debemos ser más
severamente castigados por el desacato de
esa misma ley.
Y el señor Sánchez fue sometido a
juicio, el que siguió por todos sus trámites
hasta ser visto y fallado en jurado.
119
Entrada de Juárez a la ciudad de México.
120
42
Derecho de esposa
Frente al espejo, un día Benito trataba
inútilmente de ponerse la corbata, de re-
pente observó que un mechón rebelde del
cabello se alzaba con terquedad; aplazan-
do la tarea de la corbata, tomó un cepillo y
se peinó insistentemente hasta que la mata
quedó aplacada; después volvió a la cor-
bata, volvió a hacer el nudo pero en cada
intento fracasaba, no quedando complaci-
do del resultado, hasta que , ya impaciente,
gritó ¡Margarita!, y al escuchar la voz de su
marido, ella le respondió igualmente fuerte
¡Voy!
En el espejo apareció entonces también
la figura de la esposa, atrás del presidente
de la República, que no atinaba a componer
su atuendo personal. “Margarita, por favor,
¡esta corbata!” Y ella, mientras hábilmente
arreglaba los desperfectos, hacía uso de su
121
derecho de esposa para regañar al marido.
¡Ay hijo!¡Pero que inútil eres!
43
Ante la dura crítica.
La lectura de la prensa le distrae. Da-
río Balandrano lee el Diario Oficial, en tan-
to que Juárez, echado en la silla, enmudece.
Cuando un discurso lanza nubes de incien-
so al señor Presidente, la voz de Darío se
amplifica, recibe esencia de dulces escon-
didos en la garganta. Cuando hay alguna
frase equívoca, un juicio poco digno para
el jefe, salta la lectura, buscando reanudarla
en los períodos halagatorios.
__A ver Darío, que dicen contra mí.
__¡Pero señor Presidente!...
__A ver, Darío, qué dicen contra mí.
__Señor, hoy no dicen nada.
122
__No es posible, Darío. Busca bien.
__Aquí está, sí señor, y bien fuerte, la
salsa de los insultos: ” Gracias a la ineptitud
de nuestros gobernantes, el país se encuen-
tra en uno de esos momentos en que la li-
bertad sufre las acometidas de los bárbaros
y los ateos.”
Bien,¡ cómo goza el señor Presiden-
te! “De los ateos y de los bárbaros”. Su-
pinamente bien, como diría ese diablo de
Guillermo Prieto, tan gustador de raras pa-
labras.
__¿No dicen más, Darío?
__No señor Presidente; pero yo soy
de la opinión de que debería impedirse que
se insultara de este modo….
__¡Bah!...Y algo más dirán mañana.
123
44
La libertad
Juárez hace un viaje de vuelta, a sus
habitaciones. Camina con paso silenciosos,
pegado a los muros. El aire mañanero hace
flotar las colas del frac y pule el rostro ma-
licioso que lleva. Al cruzar la puerta le reci-
ben los mismos trinos. Las jaulas despiden
un himno amarillo y sonoro. Los canarios
saltan en su encierro; acogen, con las alas
abiertas, el propio aire sutil. Y frente a las
jaulas Juárez escucha voz amada, trino in-
tacto.
Su mano abre las portezuelas de las
jaulas y aprisiona a los canarios; su mano
se abre, junto al balcón, lanzando a la aven-
tura de la atmósfera a los cantantes viudos:
un vuelo torpe y un trino intenso. Las alas
amarillas se pierden en el sol.
124
Unos pasos sobrecogen al señor Pre-
sidente. Es Margarita. Sin palabras se puede
reconocer en los ojos su reproche. Luego:
__¡Mis pájaros!
Y él dramático:
__¿Sabes hija, lo que es la libertad?
45
Se aproxima el final
“Dos horas hacía apenas que estaba
yo-Médico, Ignacio Alvarado- a su lado
cuando la opresión del corazón con que
empezó se transformó en dolores agudí-
simos y repentinos, los que veía yo, más
bien los que adivinaba en la palidez de su
semblante…Y tal parece que ya está salva-
do, cuando vuelve un nuevo ataque, y un
nuevo alivio, y en estas alternativas trans-
curren cuatro o cinco largas horas, en que
125
mil veces hemos creído cantar una victoria
o llorar una muerte.
Serían las once de la mañana de aquel
luctuoso día, 18 de julio de 1872, cuando
un nuevo calambre dolorosísimo del co-
razón lo obligó a arrojare rápidamente al
lecho; no se movía ya su pulso, el corazón
latía débilmente; su semblante se demudó,
cubriéndose de las sombras precursoras de
la muerte, y en el lance tan supremo tuve
que acudir, contra mi voluntad, a aplicarle
un remedio muy cruel, pero eficaz: el agua
hirviendo sobre la región del corazón. El
señor Juárez se incorporó violentamente al
sentir tan vivo dolor, y me dijo, con el aire
del hacer notar a otro una torpeza:
__¡Me está usted quemando!
__Es intencional, señor; así lo necesita
usted.
El remedio produjo felizmente un
efecto rápido, haciendo que el corazón tu-
126
viera energía para latir, y el que diez minu-
tos antes era casi un cadáver, volvió a ser lo
que habitualmente: el caballero bien educa-
do, el hombre amable y a la vez enérgico.
Después de este lance el alivio fue tan
grande y tan prolongado que se pasaron
cerca de dos horas sin que volviera el dolor;
la familia se retiró al comedor, y quedando
yo solo en compañía suya; me relataba, a
indicación mía, los episodios de su niñez,
etc… y cuando yo estaba más pendiente de
sus labios, se interrumpió repentinamente,
y clavando en mí fijamente su mirada, me
dijo casi de modo imperativo:
__¿Es mortal mi enfermedad?
¿Qué contestar al amigo, al padre de
familia, al jefe de Estado? Pues la verdad,
nada más que la verdad; y procurando dis-
minuirle la crueldad de mi respuesta, le
contesté, con la vacilación siguiente a lo
imprevisto de la pregunta:
127
__No es mortal en el sentido de que
ya no tenga usted remedio.
Comprendió en el acto perfectamente
lo terrible de mi respuesta, y no obstante
que ella quería decir: “Tiene usted una en-
fermedad de la que pocos escapan”, con-
tinuó inmediatamente su interrumpida na-
rración en el punto mismo que en la que la
había dejado, como si la sentencia de muer-
te que acababa de oír hubiera de ser aplica-
da a otra personas que a él mismo.
No lo vi inmutarse; no le vi vacilar en
su palabra, ni trató siquiera de pedirme las
explicaciones que tanto deseaba yo darle.
¡Cuanto dominio tenía de sí mismo! Un
hombre vulgar habría insistido en conocer
los pormenores de mi juicio, habría habla-
do de tomar las medicinas usuales en estos
casos, habría, por lo menos, manifestado,
en la expresión de su fisonomía, el estado
de ánimo del que, como él, acababa de sa-
128
ber que está al caer dentro del sepulcro, de-
jando en sus bordes seres muy queridos de
su corazón.
46
¡Acabó!
Aquella calma de tres horas pronto
desapareció, y un nuevo ataque más pro-
longado que el de la mañana vino a pertur-
bar la reciente tranquilidad. Le anuncié que
íbamos a repetir el remedio…se tendió en
el lecho, él mismo se descubrió el pecho sin
precipitación y esperó sin moverse aquel
bárbaro remedio. Y en la segunda ocasión,
en que ya estaba prevenido para el dolor,
no quiso mover el cuerpo y no lo movió;
no quiso expresar el dolor en su semblan-
te y no lo expresó, quedándose impasible,
como si su cuerpo fuese ajeno y no el suyo
propio.
129
Uno de sus ministros pidió hablar con
el presidente enfermo. Y aquel hombre que
llevaba ya doce larguísimas horas de ser la
presa de una dolorosa enfermedad, y que
por esto su energía debería esta agotada,
se levantó con calma, sin manifestar impa-
ciencia ni contrariedad, arregló su corbata,
cubriose con una capa, se sentó en un si-
llón y ordenó que entrara el ministro.
El Lic. Sebastián Lerdo de Tejada se
retiró deseándolo que continuara el alivio
del reumatismo, sin haber sospechado si-
quiera que había estado discutiendo nego-
cios graves de Estado con un moribundo.
Pero esto no fue todo. Todavía atendió a
uno de los generales que solicitó audiencia
con el presidente.
Poco antes de las once de la noche
el Presidente llamó a un sirviente a quien
quería bastante, llamado Camilo, oriundo
de la Sierra de Ixtlán, y le dijo que le com-
130
primiera con la mano el lugar donde sentía
intensa dolor. Obedeció el indígena, pero
no podía contener las lágrimas.
131
Se acostó y a las once y media en pun-
to, sin agonía, sin padecimiento aparente,
exhaló el último suspiro.
Yo dije esta sola palabra: __¡Acabó!
47
Carta dirigida al Presidente Juárez
(Fragmento)
El escritor francés Víctor Hugo en
1867 le envió la siguiente carta al Presiden-
te Juárez:
“México se ha salvado por un
principio y un hombre. El principio
es la república, el hombre es usted.
…Toda usurpación empieza por Puebla y
termina por Querétaro. En 1862, Europa
se abalanza contra América. Dos monar-
quías atacaron su democracia. Una con un
príncipe, otra con un ejército; el ejército
132
llevó al príncipe. Entonces el mundo vio
un espectáculo: por un lado, un ejército, el
más aguerrido de Europa, teniendo como
apoyo una flota poderosa…un ejército vic-
torioso en Äfrica, en Crimea, en Italia, en
China…Del otro lado, Juárez.
Por un lado, dos imperios; por el otro,
un hombre. Un hombre con otro puñado
de hombres. Un hombre perseguido de
ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de
bosque en bosque, en la mira de los infames
fusiles, de los consejos de guerra, acosado,
errante, refundido en las cavernas como
una bestia salvaje aislado en el desierto,
por cuya cabeza se paga una recompensa.
Teniendo por generales algunos desespera-
dos, por soldados algunos harapientos. Sin
dinero, sin pan, sin pólvora, sin cañones.
Los arbustos por ciudadela.
Aquí la usurpación llamada legitimi-
dad. Allá el derecho llamado bandido. La
usurpación aplaudida por los obispos. El
133
derecho solo y desnudo. Usted el derecho,
aceptó el combate. La batalla de uno contra
todos duró cinco años. A falta de hombres
usted usó como proyectiles las cosas.
Y un día, después de cinco años de
humo, de polvo, de ceguera, la nube se di-
sipó y vimos a los dos imperios caer, no
más monarquía, no más ejército, nada sino
la enormidad de la usurpación en ruinas, y
sobre estos escombros, un hombre de pie,
Juárez y, al lado de este hombre la libertad.
Usted hizo tal cosa, Juárez, y es grande.”
48
Benemérito de las Américas
Recien llegado a Paso del Norte,
Juárez recibió una carta firmada por el pre-
sidente de la República de Colombia, don
Manuel Murillo, acompañada del decreto
del Congreso de esa nación, expedido en
134
Bogotá el 2 de mayo de 1865, -cuando to-
davía no se había vencido a Maximiliano-,
que lo declaró Benemérito de las Américas,
en virtud de la abnegación y la perseveran-
cia que había desplegado en la defensa de
la independencia y la libertad de México,
y ordenó que fuera puesto su retrato en la
Biblioteca Nacional de ese país como ejem-
plo para la juventud colombiana.
El 9 de septiembre Juárez contestó a
Murillo diciéndole que recibía tal distinción
con tanta mayor gratitud cuanto más creía
no merecerla, pues él no había hecho sino
procurar cumplir con sus deberes. Meses
más tarde, el Congreso de la República
Dominicana declaró también a Juárez Be-
nemérito de las Américas por el gran triun-
fo logrado en su lucha por la patria.
135
49
Reconocimiento mundial.
Cerca de Berna, Suiza,-relata el histo-
riador Alejandro Rosas-se levanta majes-
tuoso un enorme glaciar de 3454 metros de
altura, conocido como el Jungfrau-la joven
mujer-, considerado como la cima de Eu-
ropa. La montaña, sin duda representa la
lucha permanente del hombre contra la ad-
versidad: en una hazaña de ingeniería, des-
de hace un siglo tres vagones y una máqui-
na suben; dentro del palacio de hielo hay
un monumento que honra a las mujeres
y hombres que lucharon incansablemente
por la causa de la libertad del mundo. En
medio de una extensa lista, entre Giuseppe
Manzini y John S. Mill, como un ciudadano
más, sin complejos, asoma el nombre de un
mexicano que comenzó su historia en Gue-
latao; Benito Juárez.
136
50
Mensaje juarista
Aunque Juárez siempre dijo, “júzguen-
me por mis hechos y no por mis dichos”,
en diferentes discursos y manifiestos que-
daron escritas sus palabras, su manera de
pensar. Los siguientes párrafos forman
parte sustancial del pensamiento juarista y,
que considero, sigue vigente:
“Nada con la fuerza: todo con el dere-
cho y la razón; se conseguirá la práctica de
este principio con sólo respetar el derecho
ajeno.” “Entre los individuos como entre
las naciones el respeto al derecho ajeno es
la paz”.
“Debemos organizar la vida de mane-
ra que nada falte al campesino y al obrero
que producen la riqueza; es nuestro deber
procurar que la persona que vive de un sa-
lario tenga hogar cómodo, escuela para sus
hijos y un seguro contra las enfermedades
137
y el paro forzoso. A cada cual lo suyo según
su capacidad, según sus obras y su educa-
ción. Así no habrá clases privilegiadas ni
preferencias injustas.”
“Que aprendan -los niños y jóvenes-a
filosofar, esto es, que aprendan a investigar
el porqué o la razón de las cosas para que
en su tránsito por este mundo tengan por
guía la verdad y no los errores y preocupa-
ciones que hacen infelices y desgraciados a
los hombres y a los pueblos”
“Lo que impide la concurrencia de los
alumnos a las escuelas es la miseria pública.
El hombre que carece de lo preciso para
alimentar la familia,ve la instrucción de sus
hijos como un bien remoto, o como un
obstáculo para conseguir el sustento dia-
rio. En vez de destinarlos a la escuela, se
sirve de ellos, para el cuidado de la casa, o
para alquilar su débil trabajo personal, con
que poder aliviar un tanto el peso de la mi-
seria que lo agobia. Si ese hombre tuviera
138
algunas comodidades; si su trabajo diario
le produjera alguna utilidad, él cuidaría
de que sus hijos se educasen y recibiesen
una instrucción sólida en cualquiera de los
ramos del saber humano. El deseo de sa-
ber e ilustrarse es innato en el corazón del
hombre, Quítese las trabas que la miseria
y el despotismo le oponen, y él se ilustrará
naturalmente, aún cuando no se le dé una
protección directa”
“No es sólo la fuerza de las armas la
que necesitamos. Necesitamos de otra más
eficaz: la fuerza moral que debemos robus-
tecer, procurando al pueblo mejoras positi-
vas, goces y comodidades. Ha sido siempre
mi más ardiente deseo restablecer el impe-
rio de la ley y el prestigio de la autoridad.”
“Yo sé que los ricos y los poderosos
ni sienten ni menos procuran remediar las
desgracias de los pobres”.
“Los mexicanos en vez de quejarse,
deben redoblar sus esfuerzos para librar-
139
se de sus tiranos. Así serán dignos de ser
libres y respetables porque así deberán su
gloria a sus propios esfuerzos y no estarán
atenidos como miserables esclavos a que
otro piense, hable y trabaje por ellos.”
“Estos golpes que sufrí-lo escribe des-
pués de ser encarcelado injustamente-…
me afirmaron en mi propósito de traba-
jar-luchar- constantemente para destruir el
poder funesto de las clases privilegiadas”.
“Que el enemigo nos venza o nos
robe, si tal es nuestro destino; pero noso-
tros no debemos legalizar ese atentado, en-
tregándole voluntariamente por lo que nos
exige por la fuerza. Si la Francia, los Esta-
dos Unidos, o cualquier otra nación se apo-
dera de algún punto de nuestro territorio
y por nuestra debilidad no podemos arro-
jarlo de él, dejemos vivo nuestro derecho
para que las generaciones que nos sucedan
lo recobren. Malo sería dejarnos desarmar
por una fuerza superior pero sería pésimo
140
desarmar a nuestros hijos, privándolos de
un buen derecho, que más valientes, más
patriotas y sufridos que nosotros lo harían
valer y sabrían reivindicarlo algún día”.
“¡Levantaos! Y la explotación infa-
me de los muchos, para beneficio de unos
cuantos, quedará destruida!”
141
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“Estampas Juaristas” se imprimió en los talleres de
Impresionismo de México S.A. de C.V.
Calle Zaragoza, No. 109. Col. Centro. C.P. 86000.
Villahermosa, Tabasco. México.