Ontogenesis Del Interés Por El Dinero - Ferenczi

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ONTOGÉNESIS DEL INTERÉS POR EL DINERO (1914).

Sándor Ferenczi

Cuanto, más progresa el psicoanálisis en el conocimiento de la psicología de los pueblos y de sus


producciones (mitos, cuentos, folklore), más se confirma el origen filogenético de los símbolos
que, como un precipitado de las experiencias vividas por las generaciones precedentes, emergen
en la vida psíquica de cada individuo. Sin embargo, le corresponde aún al psicoanálisis la
importante tarea de explorar separadamente la filogénesis y la ontogénesis del simbolismo para
establecer a continuación sus relaciones mutuas. La fórmula clásica “Daimon kai tyche” según el
uso que hace de ella Freud, o sea, la participación de la herencia y de lo adquirido en la formación
de las tendencias individuales, podrá finalmente aplicarse también a la génesis de estos
contenidos psíquicos; y esto pone además sobre el tapete la vieja controversia de las “ideas
innatas”, pero esta vez no bajo la forma de especulaciones hueras. Podemos prever desde ahora
que la constitución de un símbolo necesita, además de la predisposición congénita, experiencias
individuales que proporcionen los materiales propiamente dichos a la formación simbólica, no
teniendo probablemente esta tendencia congénita anterior a la experiencia más que el valor de un
mecanismo hereditario que aún no funciona.

Desearía examinar aquí la cuestión siguiente: ¿cómo y en qué medida la experiencia individual
favorece la transformación del erotismo anal en interés por el dinero?

Todo psicoanalista conoce bien el significado simbólico del dinero, descubierto por Freud.
“Dondequiera que ha dominado o subsiste el modo de pensamiento arcaico, en las antiguas
culturas, los mitos, los cuentos y las neurosis, el dinero se pone en estrecha relación con las
materias fecales.”

Freud adelanta, en paralelo con estos fenómenos en la psicología individual, la relación profunda
que existe entre la erogeneidad fuertemente marcada de la zona anal en la infancia y un rasgo de
carácter que se desarrolla más tarde, la avaricia. Los individuos que son particularmente
ordenados, ahorradores y tercos muestran, cuando se realiza la investigación analítica de su
primera infancia, que formaban parte de esos bebés “que se resisten a vaciar sus intestinos
porque obtienen de la defecación un cierto placer”, a los cuales, algunos años más tarde, “el
retener sus deposiciones les procuraba placer” y que recuerdan haber hecho en su infancia “cosas
poco convenientes con las materias fecales diariamente exigidas”. “Entre complejos
aparentemente tan diferentes como la defecación y el interés por el dinero parecen existir
relaciones muy abundantes.(1)

La observación del comportamiento de los niños y la investigación analítica de los neuróticos nos
permite, pues, situar los jalones sobre la vía según la cual lo que posee el ser humano como más
precioso se convierte para el individuo en un símbolo de “la cosa más despojada de valor, que el
ser humano rechaza de sí como un desperdicio”(2).

La experiencia extraída de estas dos fuentes muestra que, al principio, el niño dirige su interés sin
ninguna inhibición hacia el proceso de la defecación y que el retener sus deposiciones le
proporciona placer. Las materias fecales detenidas de este modo son realmente las primeras
“economías” del ser en desarrollo y permanecen como tales en correlación inconsciente
permanente con tal actividad física o mental que tiene algo que ver con la acción de reunir,
acumular y ahorrar.

Las heces son, además, unos de los primeros juguetes del niño. La satisfacción puramente auto-
erótica que proporcionan al niño el empuje y la presión ejercidas por la masa fecal, así como el
juego de los músculos esfinterianos, no tarda en transformarse -al menos en parte- en una especie
de amor objetal, desplazándose su interés de la percepción intransitiva de algunas sensaciones
orgánicas sobre la materia que ha provocado tales sensaciones. Las heces son, pues,
“introyectadas”, y en este estadio del desarrollo que se caracteriza esencialmente por una mayor
agudeza visual y por una habilidad creciente de las manos mientras persiste la incapacidad de
caminar de pie (se desplaza a gatas), son considerados como un juguete precioso del que sólo
pueden desacostumbrarle la intimidación y las amenazas. El interés del niño por sus deposiciones
sufre su primera distorsión debido a que el olor de las heces se le hace desagradable e incluso le
repugna. Esto está probablemente en relación con el comienzo de la marcha vertical(3).

Las demás características de esta materia: humedad, color, viscosidad, etc., no ofenden
provisionalmente su sentido de la limpieza. Así, en cualquier ocasión, enreda y juega con el barro
húmedo que le gusta reunir en un montón. Este montón de barro es ya, en cierta medida, un
símbolo que se diferencia de la cosa propiamente dicha por la ausencia de olor. Para el niño, el
barro es en cierto modo materia fecal desodorizada.

A medida que crece su sentido de la limpieza, el barro -sin duda con el concurso de medidas
pedagógicas- se hace también desagradable para el niño. Las substancias que debido a su
viscosidad, su humedad y su color, podrían dejar rastro duradero en su cuerpo o en sus vestidos,
son despreciadas y evitadas en tanto que “cosas sucias”. El símbolo de las heces debe sufrir, pues,
una nueva deformación, una deshidratación. El interés del niño va a dirigirse hacia la arena, que,
manteniendo el color de la tierra, está seca y es más limpia. Los adultos, que se complacen en ver
a los niños, a menudo indisciplinados, jugando tranquilamente durante horas con la arena,
racionalizan y ratifican tras la extrañeza la alegría instintiva de los niños en reunir, amontonar y
modelar la arena declarando este juego “sano”, es decir, higiénico(4). Y sin embargo, el juego con
la arena no es otra cosa que un símbolo coprófilo, excrementos desodorizados y deshidratados.

Por lo demás, a partir de este estadio del desarrollo, no resulta raro “un retorno de lo rechazado”.
El niño encuentra un gran placer en llenar de agua los agujeros cavados en la arena y en acercar de
este modo la materia de su juego a su estadio acuoso primitivo. Los niños utilizan con bastante
frecuencia su propia orina para esta irrigación, como si quisieran subrayar de este modo
claramente la afinidad de ambas materias. Incluso el interés por el olor específico de los
excrementos no cesa de golpe, sino que solamente queda desplazado por otros olores más o
menos análogos. Los niños continúan oliendo con predilección las materias viscosas de perfume
característico, sobre todo el producto descompuesto de fuerte olor que proviene de la caída de las
células epidérmicas que se acumulan entre los dedos de los pies, la secreción nasal, el cerumen de
las orejas y la suciedad de las uñas; algunos no se contentan con amasar y olfatear estas
substancias, sino que las meten incluso en su boca. Es conocido el vivo placer que siente el niño al
modelar la masilla (color, consistencia, olor), la pez y el alquitrán. Conocía un muchacho que
buscaba apasionadamente el olor característico de las substancias de caucho y que podía olfatear
durante horas enteras un trozo de goma de borrar.
En esta edad -y a decir verdad incluso más tarde-, los olores de la cuadra y las emanaciones del gas
del alumbrado agradan enormemente a los niños, y no es casualidad el que la creencia popular
considere los lugares donde flotan tales olores como “sanos”, incluso hasta como remedios para
las enfermedades. Los olores del gas del alumbrado, del alquitrán y de la trementina son el punto
de partida de un camino específico hacia la sublimación del erotismo anal: la predilección por las
substancias de olor agradable, por los perfumes, con la que acaba el desarrollo de una formación
reaccional (representación, por el contrario). Además, aquellos en quienes tiene lugar este género
de sublimación, se convierten a menudo en estetas, y no existe duda alguna de que la estética por
lo general tiene su raíz más profunda en el erotismo anal rechazado. El interés estético y lúdico,
que brota de la misma fuente, contribuye frecuentemente al placer creciente de pintar y de
modelar escultura(5).

Durante los períodos de interés coprófilo por el barro y la arena, llama la atención el que los niños
traten de formar objetos con estas materias -en tanto se lo permite su habilidad rudimentaria- o
más exactamente de reproducir objetos cuya posición tiene para ellos un valor especial. Hacen
con ellos diversos artículos, pasteles, bombones, etc. El afianzamiento del impulso puramente
egoísta sobre la coprofilia comienza en este período.

Poco a poco, los progresos del sentido de la higiene hacen incluso a la arena desagradable para el
niño, y entonces comienza la edad de la piedra infantil: la recogida de pedruscos de forma y color
lo más hermosos posibles, con lo cual la formación sustitutiva alcanza un grado más elevado de
desarrollo. Lo fétido, lo oscuro y lo blando son representados por algo inodoro, seco y además
duro. Únicamente el hecho de que las piedras, al igual que el barro y la arena, se recojan en la
tierra nos recuerda todavía el origen propiamente dicho de esta manía. La significación capitalista
de los pedruscos es ya muy importante. (Los niños están “cubiertos de oro” en el estricto sentido
del término.(6)

Tras las piedras, son los productos manufacturados los que se convierten en objeto de
acumulación, y sólo a partir de entonces el desinterés por el suelo es casi total. Las canicas, los
botones(7), os huesos coleccionados ávidamente, y esta vez en no sólo por su valor intrínseco,
sino también como valor-muestra, de alguna manera como moneda primitiva, que va a
transformar el trueque practicado hasta entonces en un floreciente tráfico monetario. Además, el
carácter del capitalismo, que no es puramente utilitario y práctico sino también libidinoso e
irracional, se revela en este estadio: la acumulación proporciona al niño un enorme placer(8).

Sólo hay que dar un paso más para asimilar completamente las heces con el dinero. Muy pronto
los pedruscos comienzan a herir el gusto del niño por la higiene -aspira a algo más limpio- y esto se
lo ofrecen las piezas de moneda brillantes, a cuya estima contribuye también el respeto que los
adultos manifiestan por el dinero, así como la posibilidad seductora de conseguir por este medio
todo lo que puede desear un corazón infantil. En principio, no son, sin embargo, estas
consideraciones puramente prácticas las que intervienen, sino más bien la alegría de reunir y de
contemplar las piezas de metal brillantes; de manera que incluso las piezas de moneda son
estimadas más como objetos en sí mismos dispensadores de placer que por su mero valor
económico. El ojo se complace en ver su brillo y su color, el oído en escuchar su tintineo metálico,
el tacto en manejar esos pequeños discos lisos y redondos; sólo el olfato queda inédito, mientras
que el gusto debe contentarse con el sabor metálico débil, pero muy especial de la moneda. En
estos momentos el simbolismo del dinero ha llegado al término de su desarrollo. El gozo vinculado
al contenido intestinal se convierte en un placer procurado por el dinero que, según hemos visto,
no es otra cosa que excreciones desodorizadas, deshidratadas y abrillantadas. Pecunia non olet.
Mientras tanto se ha desarrollado la facultad de pensar, ha progresado en el camino de la lógica,
aunque el interés simbólico por el dinero va a extenderse en el adulto no sólo a los objetos que
poseen características físicas análogas sino a todo tipo de cosas que, en cierto modo, significan
valor o posesión (billetes, acciones, libreta de ahorros, etc.). Sin embargo, sea cual fuera la forma
del dinero, el placer procurado por su posesión halla su fuente más profunda y más fecunda en la
coprofilia. Toda sociología o economía racional que examine los hechos sin prejuicios deberá
contar con este elemento irracional. Los problemas sociales sólo podrán resolverse descubriendo
la psicología efectiva de los seres humanos; las meras especulaciones sobre las condiciones
económicas no conducirán nunca a nada.

Una parte del erotismo anal no está ni siquiera sublimado y subsiste bajo su forma de
manifestaciones primitivas(9). Incluso el hombre normal más civilizado concede a sus propias
funciones de evacuación un interés que se halla en extraña contradicción con el horror y el
desagrado que manifiestan si se trata de otra persona o si oye hablar de ello. Como se sabe, los
extranjeros y las razas extrañas no pueden “olerse”. Pero además de esta supervivencia, existe
también un retorno de lo que propiamente hablando se oculta tras el símbolo del dinero. Los
problemas de la defecación consecutivos a un ataque al complejo del dinero, que Freud ha sido el
primero en observar, son ejemplos de ello(10). Otro ejemplo, singular, pero que he señalado
muchas veces, nos lo proporcionan ciertas personas que se muestran ahorrativas en lo que
concierne al campo de ropa interior de manera desproporcionada a su nivel de vida. Esta
parsimonia debe atribuirse en definitiva al carácter anal que trata de recuperar una parte del
erotismo anal (tolerancia de la suciedad). El ejemplo siguiente es aún más llamativo: un paciente,
que pretendía no tener ningún recuerdo de manipulaciones coprófilas, contaba espontáneamente
un poco más tarde que le gustaban especialmente las piezas de cobre brillantes y que había
inventado un procedimiento original para hacerlas brillar: se tragaba la pieza y luego hurgaba en
sus heces hasta que la encontraba, abrillantada debido a su paso por los intestinos(11).

El placer suscitado por un objeto limpio se convirtió en este caso en pretexto para satisfacción del
erotismo más primitivo. Es extraño que este paciente pudiera engañarse a sí mismo sobre el
significado real de su comportamiento, que resulta transparente.

Dejando aparte estos ejemplos sorprendentes, se puede observar con frecuencia en la vida
cotidiana el placer erótico que se consigue acumulando y reuniendo oro y otras piezas de moneda,
y “rebuscando” voluptuosamente en el dinero. Muchas personas firman con facilidad un
documento que les obliga a pagar importantes sumas de dinero y gastan fácilmente muchos
billetes de banco, pero se muestran extrañamente reticentes cuando se trata de desembolsar
piezas de oro o incluso calderilla. Las piezas de moneda se les “pegan” literalmente a los dedos.
(Cf. la expresión “capital líquido” y su contraria “dinero seco”, que se ha utilizado en el Franco-
Condado.)

El desarrollo ontogenético del interés por el dinero tal como lo hemos esbozado aquí presenta, sin
duda, diferencias individuales que dependen de las condiciones de vida; puede considerarse como
un proceso psíquico propio de los hombres civilizados de nuestra época, que tiende a realizarse,
de una manera u otra, en las circunstancias más variadas. Uno está tentado de ver en su tendencia
evolutiva una característica de la especie humana y de suponer que el principio fundamental de la
biogénesis es válido también para la formación del símbolo del dinero. Es de esperar que una
comparación en el ámbito de la filogénesis y de la historia de las civilizaciones haga aparecer un
cierto paralelismo entre el desarrollo individual aquí descrito y el del símbolo del dinero en la
especie humana. Posiblemente se hallará entonces la significación de las pequeñas piedras
coloreadas del hombre primitivo, descubiertas en gran cantidad en las excavaciones efectuadas en
las cavernas; las observaciones sobre el erotismo anal de los salvajes (los hombres primitivos de
nuestra época que viven aún en el estadio del trueque o del dinero en forma de piedras o de
conchas) podrán hacer avanzar considerablemente estas investigaciones sobre la historia de las
civilizaciones.

Sin embargo, nuestra exposición nos permite de aquí en adelante suponer que el interés
capitalista, que progresa conjuntamente con el desarrollo, no está sólo al servicio de objetivos
prácticos y egoístas, como el principio de realidad, sino que el placer procurado en la posesión del
oro o del dinero presenta, en forma de condensación, el sustituto simbólico y la formación
reactiva del erotismo anal y de la coprofilia rechazados, dicho de otro modo, que satisface
también el principio de placer.

El impulso capitalista contiene en consecuencia, según nuestra concepción, un componente


egoísta y un componente erótico anal.

NOTAS:

1.- Freud, “Charakter und Analerotik”, 1908 (Ges. Schr., t.VI).

2.- Freud, op. cit.

3.- Freud considera que el rechazo del erotismo anal y del placer olfativo en la especie humana es
una consecuencia de la marcha vertical, del alejamiento del suelo en la posición erecta.

4.- La tendencia a disimular por eufemismo las inclinaciones coprófilas bajo el término de
“higiénico” está muy extendida. Es conocido el comportamiento, por lo demás inofensivo, de las
personas susceptibles de la exoneración que dedican gran parte de su interés a la regulación de
sus funciones intestinales; a decir verdad, tales sujetos caen con facilidad en lo que se ha llamado
“hipocondría de defecación”. Toda una serie de análisis me han convencido de que la hipocondría
es, en realidad, en muchos casos un producto de fermentación del erotismo anal, un
desplazamiento de los intereses coprófilos no sublimados de sus objetos primitivos sobre otros
órganos y otros productos del cuerpo, conjuntamente con una alteración del índice de placer. La
elección del órgano sobre el que se aplica la hipocondría se halla además determinada por
factores específicos (complacencia somática, fuerte erogeneidad del órgano “enfermo”, etc.).

5.- Ya he indicado en otro lugar el papel que el interés por las flatulencias durante la infancia
desempeña probablemente en el sentido musical que aparece más tarde (Ferenczi, O. C., t. I,
“Palabras obscenas”).

6.- Ferenczi juega aquí con la polisemia del adjetivo alemán “steinreich”, que significa por una
parte “rico en piedras” y por otra “riquísimo”. (N. del T.).

7.- Cf. Lou Andreas-Salomé: “Von frúhen Gottesdienst”, Imago, II, 1913.
8.- La palabra alemana “Besitz” (posesión) muestra además que el hombre intenta también
representar en el lenguaje la cosa valiosa que le pertenece mediante “aquello sobre lo que se
sienta”. Los racionalistas se contentaron sin duda con la explicación según la cual “aquello sobre lo
que uno se sienta” intenta expresar la voluntad de ocultar, salvaguardar y defender el objeto
precioso. Pero el hecho de que sean precisamente las nalgas y no las manos -que sería más natural
en el hombre- las que sirven aquí para representar la protección y la defensa habla en favor de
una concepción según la cual la palabra “Besitz” (posesión) sería también un símbolo coprófilo. La
última palabra la tiene sin duda un filólogo que posea una formación analítica.

9.- La cantidad de erotismo anal dada constitucionalmente se reparte en el adulto entre las
formaciones psíquicas más diversas. Derivan de: 1.º, los rasgos de carácter anal en el sentido que
les da Freud; 2.º, las tendencias estéticas y los intereses artísticos; 3.º, la hipocondría; 4.º, lo
restante que permanece sin sublimar. Según la proporción de la parte sublimada y de la parte
inicial de erotismo anal y según la preferencia en tal o cual forma de sublimación, se forman los
tipos de carácter más variado, cada uno de los cuales depende naturalmente de condiciones
particulares. Las características anales se hallan particularmente adaptadas a una orientación
caracterológica rápida relativa a un individuo e incluso a razas enteras. El carácter anal, con su
amor a la higiene y al orden, su testarudez y su avaricia, contrasta vivamente con un erotismo anal
intenso, que es tolerante con la suciedad, pródigo y bueno.

10.- “El análisis descubre a menudo que las perturbaciones pasajeras de la defecación (diarrea,
constipación) corresponden a regresiones del carácter anal. Una de mis pacientes presentaba una
violenta diarrea a fin de mes, en el momento de enviar las mensualidades que asignaba a sus
padres. Otro compensaba los honorarios enviados mediante una abundante producción de gases
intestinales.” (Ferenczi: “Síntomas transitorios durante un psicoanálisis”. O. C., t. I.).

11.- Este caso me recuerda el chiste coprófilo en el que se alude al médico que acaba de recuperar
mediante un laxante la moneda tragada por un niño, y al que se le paga mediante esa misma
moneda. Sobre la identificación del dinero y las heces, ver también el cuento “Eslein, streck’ dich”.
La palabra alemana “Losung” significa beneficios (en los negocios) y también estiércol de la caza
en el vocabulario de los cazadores.

(Sandor Ferenczi. Obras Completas, Psicoanálisis Tomo II, Ed. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1984).

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