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Vol. 1, N.

° 43 (julio-septiembre de 2014)

A PROPÓSITO DE LA REEDICIÓN DE THE USES OF LITERACY


EN ARGENTINA: RECEPCIÓN, MANIPULACIÓN Y RESISTENCIA

Nahuel Montes y Adriana Paula Badagnani


Universidad Nacional de La Plata/ Universidad
Nacional de Mar del Plata (Argentina)

Resumen

La reedición del clásico de Richard Hoggart The Uses of Literacy puede dar lugar a un examen
crítico en tormo al devenir de los estudios sobre cultura popular en la Argentina. El espacio
temporal que media entre las tempranas incorporaciones del autor en el ámbito nacional y su
reedición castellana presente nos habilita a una referencia sobre los cambios producidos al
interior del campo de la Comunicación y la Cultura en virtud del vínculo entre el trabajo
intelectual y la discusión política en las últimas décadas.
De acuerdo con las disputas actuales sobre los medios de comunicación, destacamos el
paradójico resultado de una inversión argumental: serán los populistas los que recreen el
argumento de la manipulación, en tanto que sus detractores defenderán la capacidad de
resistencia de la cultura popular. En este contexto, la virtuosidad para pivotear críticamente entre
una perspectiva que denuncia los aspectos negativos de la cultura de masas en relación con
medios concentrados, y una que toma en consideración la capacidad de resistencia de la cultura
popular, tornan al libro de Hoggart un texto clave para volver sobre un debate no clausurado
entre intelectuales, política, recepción, manipulación y resistencia.

Palabras clave: cultura popular, recepción, manipulación, resistencia.

1. Derivaciones de la recepción
Cuando el 24 de mayo de 2011 Beatriz Sarlo concurrió al panel del programa de televisión 6, 7, 8, se hizo
evidente una tensión que recorre el discurso político e intelectual con relación a los medios de
comunicación. El programa comenzaba con un video clip que resumía los temas para tratar, por medio de
este presentaba una serie de recortes de imágenes televisivas precedidas de un letrero que vinculaba
medios hegemónicos y neoliberalismo. Esto indicaba uno de los carriles por donde transcurriría la discusión
porque, de hecho, luego de las correspondientes presentaciones, el disparador del debate era una edición
de imágenes que ponían en entredicho el rol de los medios de comunicación en España. Además de Sarlo,
los invitados del programa en cuestión fueron el filósofo Ricardo Forster y Gabriel Mariotto, en ese entonces
la autoridad de aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Cierto grado de polarización de las posiciones en pugna en el espacio del debate público contribuía a trazar
los límites conforme a los cuales eran evaluadas las iniciativas impulsadas por la gestión estatal para
intervenir en el desarrollo de las industrias culturales. Al inicio del intercambio, Sarlo argumentaba que la

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idea de que las élites nos engañan es un viejo tópico que genera movilizaciones plebeyas, pero que resulta
una tesis por demás débil que no siempre se ajusta cabalmente a la realidad. Señalaba a los mismos
participantes del programa como parte de una élite que seguramente no tenía entre sus convicciones el
hecho de estar engañando a la audiencia. Con ese basamento reclamaba la revisión de los fundamentos
para atender a los matices. Luego Mariotto introducía el tema más cercano referido al proyecto de la
denominada ley de medios. En ese marco televisivo, la ensayista advertía al panel con el que discutía que la
idea de que los medios manipulan la opinión de sus consumidores es una tesis perimida que ha sido
superada hace por lo menos cuarenta años por formas más activas de entender la recepción y que lo que
poseen es, en todo caso, una influencia variable.
El argumento de Sarlo iba al núcleo de un problema que recorre el discurso político de los intelectuales que
se encuentran más próximos a posiciones populistas y que manifiestan adhesión al gobierno kirchnerista. El
dilema podría resumirse con la siguiente pregunta: ¿cómo pensar la cultura popular de manera activa y
productora de un sentido propio y a la vez impugnar los monopolios mediáticos, en tanto artífices de una
opinión pública que acríticamente reproduce aquello que los medios dominantes construyen?
Ricardo Forster fue quien percibía la tensión y rozaba el dilema mediante una réplica dirigida a Sarlo. La
respuesta cuestionaba que la ensayista esquivara las nociones de poder y hegemonía en su comentario
sobre los matices necesarios al poner en duda la idea de la manipulación. A su vez, llamaba la atención
sobre el peligro de relegar los conceptos de los sesenta y los setenta al cajón de sastre de las teorías
caídas en desuso, por lo que sería necesario volver a frecuentar esos debates a la luz de los interrogantes
que el capital transnacional fuertemente concentrado y el lugar predominante que adquieren los medios de
comunicación suscitan en la sociedad actual.
El perfil que adquirió el debate en aquel momento tiene un poder evocativo de las maneras en que pueden
ser pensados hoy los alcances y los límites del campo de estudios sobre la comunicación y la cultura. Si los
transvasamientos de las posiciones del debate nos dicen algo acerca de la actualidad política de la cuestión
de los medios de comunicación y sus receptores, también es posible pensar, a su vez, sobre la manera en
que los intelectuales se posicionan conforme a los desplazamientos del campo.
Creemos que un bue modo de abordar estos tópicos es a través de un comentario crítico sobre la reedición
del clásico de Richard Hoggard The uses of literacy que publicó la editorial Siglo XXI en el año 2013 y que
puede tener relevancia para señalar un estado de la discusión acerca de las culturas populares y su habitual
forma de entrada a estas, la teoría de la recepción. El espacio temporal que media entre las tempranas
incorporaciones del autor en el ámbito intelectual vernáculo y su reedición castellana presente, nos habilita a
una referencia sobre los cambios producidos hacia el interior del campo de la comunicación, la
intelectualidad y la política en las últimas décadas.

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2. La cultura obrera revisitada


La reflexión sobre la técnica ha estado presente en los marcos teóricos que quisieron vislumbrar las
características de la sociedad de masas. Desde las formulaciones de Gustave Le Bon, pasando por la mass
communication research y la teoría de la información, la comunicación y la sociedad de masas quedaron
asociadas y ambas arrastraron la esperanza de sus potencialidades para afianzar vínculos y la sospecha de
sus peligros de manipulación espuria. Volver nuestra mirada hacia la emergencia de este tipo de sociedad
nos coloca ante una problematización específica acerca de los medios instrumentales con los cuales se
gobierna, se crea y se modela una realidad. En suma, estos vínculos cobijan el debate acerca de las
relaciones entre técnica y sociedad, circunscrito acá a la difusión masiva de mensajes y a la manera en que
son incorporados.
Los ecos de este problema resuenan en el libro de Richard Hoggart The uses of literacy que fue publicado
inicialmente en 1957. En este trabajo, rápidamente transformado en clásico, Hoggart explora los cambios
producidos en la cultura de la clase obrera inglesa en la segunda posguerra. Para ello en la primera parte
del libro realiza una descripción minuciosa de las características de la clase obrera del norte de Inglaterra en
las décadas del veinte y el treinta. Una importante cuestión metodológica introducida por el autor se vincula
con sus criterios taxonómicos. Para recortar su objeto de estudio no se vale de criterios económicos o de
actividad, sino que apela a elementos de pertenencia identitaria tales como el habla:

... los grupos que tengo en mente aún conservan en gran medida una sensación de pertenencia
a un grupo propio, sin que esto implique necesariamente que se sientan inferiores u orgullosos;
perciben que son “clase trabajadora” por las cosas que admiran o que rechazan, en términos de
“pertenencia” (Hoggart, 2013: 46).

Y en la página siguiente:

Como este es un ensayo sobre cambio cultural, mi criterio principal de definición serán aquellos
rasgos menos tangibles de la vida de la clase trabajadora. El habla es un elemento muy
revelador, en particular las frases de uso corriente (Hoggart, 2013:47).

Este modo de focalizar en las actitudes le permite discutir ciertas tesis del marxismo ortodoxo que
pretendían definir las clases sociales considerando como criterio excluyente su lugar en el sistema
productivo.
En la segunda parte del libro Hoggart realiza una interesante descripción del cambio cultural acontecido en
Inglaterra durante la segunda posguerra. El advenimiento del Partido Laborista al poder, en el contexto de
una profunda destrucción de la estructura productiva inglesa como consecuencia de la guerra, posibilitó la

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implementación de un proyecto político en el que la reactivación debió realizarse con una fuerte intervención
estatal. De esta manera, se generó el andamiaje del Estado de Bienestar que posibilitó a la clase obrera
inglesa la conquista de derechos en materia de salario, educación y salud que habían sido largamente
perseguidos. A este proceso Raymond Williams se ha referido como a una verdadera revolución sin
derramamiento de sangre. Hoggart, sin renegar de las ventajas materiales conseguidas por la clase obrera,
señala que los logros culturales no fueron en paralelo con las mejoras materiales. Por el contrario, al
transformarse la clase obrera en un sector del mercado con potencial de consumo excedentario por fuera de
la alimentación y el vestido, surgió una nueva industria cultural masiva. Estos nuevos productos para masas
se caracterizarían, al decir de Hoggart, por la utilización de ciertas características positivas de la clase
obrera inglesa, para producir su vaciamiento y resignificación.
Dentro del panorama trazado por Hoggart es necesario prestar atención al permanente balance que intenta
entre una crítica a los medios de comunicación y una ponderación de la capacidad de resistencia de la clase
obrera. En este precario equilibrio entre la visualización de las nuevas publicaciones como potencialmente
desintegradoras de una cultura anterior considerada como más saludable y un elogio de la capacidad de los
sectores populares para apropiarse de una manera lateral de los nuevos productos masivos, reside la
principal virtud del libro, y también la razón que determina su vigencia.
Dentro de esta tensión entre una valoración positiva de la cultura de masas y la descripción de los peligros
que entraña una industria cultural cada vez más poderosa y concentrada, aparece la propuesta de Hoggart
que explica el título del trabajo. La salida que encuentra Hoggart al dilema planteado es una mayor atención
gubernamental hacia los medios y la educación. De esta forma, una nueva alfabetización debería consistir
en dotar a los sectores más vulnerables de la sociedad de herramientas críticas que les permitan cuestionar
el mensaje de los medios de comunicación para neutralizar sus efectos autocomplacientes y
desmovilizadores.
La propia trayectoria de Hoggart explica muchas de las características del libro. La pertenencia de Hoggart
a la clase obrera que describe, a los barrios de casas adosadas que traza vívidamente, nos permite
comprender su propio lugar de enunciación: próximo al sujeto que analiza, aunque intentando excluir la
romantización en su propio discurso. Por otro lado, la labor de Hoggart como educador de adultos le
permitía ponderar de una manera realista las capacidades de lectura de los sectores populares y la
importancia de concentrarse en la esfera cultura como objetivo político en la lucha por mejores condiciones
de vida.
The uses of literacy se alejaba de un esencialismo romántico de la clase obrera. En todo caso, el libro podía
servir a los fines de abrir la puerta para pensar fenómenos de clase de modo más abierto que la que solo
vinculaba a la clase con una posición en el modo de producción. El carácter de lo cultural aparecía como un
aspecto totalizador que se imbricaba con otras prácticas –económicas, sociales– a las que les daba sentido.
El habla adquiría de esta forma un lugar central. Por otro lado, al destacar aspectos de la resistencia

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identitaria colectiva que atenúan el impacto de los efectos nocivos de las publicaciones masivas, implicaba
analizar sus textos desde una perspectiva crítica. Porque lo que en ese entonces interesaba develar era la
relación entre la cultura popular y la cultura masiva, y cómo se había operado un cambio vertiginoso desde
las primeras décadas del siglo XX que ameritaba alertar que los avances materiales de la clase obrera
podían llegar a desperdiciarse por las características adquiridas por una sociedad sin clases en el terreno
cultural. Esta advertencia era argumentada por Hoggart señalando que el ideal marxista de una sociedad sin
clases parecía estar produciéndose, paradójicamente, a partir de la homogeneización efectuada por una
industria cultural masiva.
Es posible que el libro pueda provocar la imaginación para pensar el presente. En las conclusiones del
texto, bajo el rótulo "Resistencia", destaca los filtros que antepone la clase obrera para apropiarse a su
manera de los sentidos de las publicaciones que analiza. Es preciso subrayar que Hoggart construye un
argumento que permanentemente pendula entre la denuncia de la peligrosidad de las nuevas publicaciones
y la ponderación de la capacidad de resistencia de la cultura popular. En una buena síntesis de su
pensamiento expresa:

La resistencia de los individuos y los grupos locales es saludable e importante. Sin embargo,
hacer demasiado hincapié en ella podría ser otra forma de autoindulgencia democrática: dejar de
lado todo indicio de presiones cada vez más peligrosas mediante la referencia a la sensatez
innata del hombre (Hoggart, 2013: 335).

La tensión entre ambos polos de la fórmula –presión de los medios cada vez más concentrados y
resistencia de los sectores populares– lo lleva hacia el final del capítulo a pensar en la necesidad de la
intervención estatal en la esfera cultural. El clima de la posguerra, sensibilizado ante toda forma de
autoritarismo, es el contexto que, a juicio de Hoggart, posibilitó el avance de estos medios en nombre de la
libertad.
De esta forma es interesante analizar que si bien The uses of literacy aparece como uno de los trabajos
fundadores de la corriente de los Estudios Culturales resulta, a la par, la coronación de una trayectoria
intelectual del propio Hoggart que, comenzando su trabajo en la literatura y sus prestigiosos objetos, fue
encontrando la necesidad, académica y política, de trabajar objetos académicamente marginales como
forma de comprender de una manera profunda, alejada de todo mecanicismo, la cultura obrera. Esta
riesgosa perspectiva de análisis inaugurada por Hoggart abrirá una brecha que tornará posible la realización
de este tipo de estudios dentro de la academia inglesa, en una tendencia que comenzará a ser exportada a
otros países.
La edición más próxima que estamos comentando incluye una presentación de Simon Hoggart, hijo de
Richard Hoggart, una introducción de Lynsey Hanley y una entrevista al autor –que aparece al final del libro

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a manera de apéndice– que Beatriz Sarlo le realizó en 1979 para el número 6 de la revista Punto de Vista.
El libro está incluido en la colección Antropológicas a cargo de Alejandro Grimson, quien ha discutido
largamente las transformaciones en el campo de la comunicación y la cultura. Estas dos últimas marcas
paratextuales nos colocan en el centro del comentario que queremos realizar. Tanto la presencia de la
entrevista de Sarlo como la inclusión por parte de Grimson del libro en la colección nos indican un conjunto
de problemas que atravesaron el campo de la comunicación y la cultura en la Argentina relacionado con las
características creativas o repetitivas que le son atribuidas a las culturas populares a través de una
particular manera de recepcionar los mensajes dominantes. La recepción cultural se convertiría con los años
en un objeto destacado de los estudios culturales a partir de su desprendimiento de la recepción literaria.
Hoggart evalúa los usos de la alfabetización masiva, como lo indica desde el mismo título en inglés, pero se
centra, como destacábamos, en la cultura de la clase obrera inglesa y en el análisis de las publicaciones
masivas que ellos consumen. Visto desde hoy pueden parecer dos aspectos un poco disgregados, sobre
todo en la manera de presentarlos, sin embargo, el modo que tiene de apreciar formas de resistencia
inaugura un horizonte problemático en el que la recepción está vinculada tanto a la cultura masiva como a
las culturas populares. Todavía, en el momento en que inscribe su espacio de enunciación, la resistencia no
será ni negativa ni positiva en sí misma como si lo será en algunas apropiaciones críticas que del concepto
se realizaría en Latinoamérica. Acá, en todo caso, habilitan una lectura oblicua de los mensajes porque
persisten prácticas antiguas de la cultura obrera desde donde son leídos. Si las nuevas técnicas de
persuasión conllevan un peligro, no es tanto porque conscientemente exista un reparo o una oposición a la
dominación, sino porque obliteran un desarrollo deseable del arte popular y mantiene en niveles muy
básicos la capacidad de discernimiento. Este acercamiento a las prácticas es el que supuso una novedad
inclasificable entre lo etnográfico y la sociología cultural. Años después de la primera edición, en la
entrevista que mencionábamos, Hoggart explica las razones que dieron origen al libro con su convicción
acerca de la imposibilidad de hablar de literatura de masas sin hablar de la gente que la consume y el
mundo en que ella vive.

3. Adecuaciones de la interpretación
A partir de la década del ochenta los contenidos tradicionales de la comunicación han sido profundamente
revisados y cuestionados sus puntos de vista más establecidos. Esta corriente trajo aparejado un cambio en
los paradigmas académicos y tuvo su expresión en trabajos que centraron su análisis en los procesos de
manipulación de los receptores. La noción de “cultura” fue objeto de revisión por cientistas sociales de
diversas disciplinas. Algunos autores han llamado a este proceso “giro subjetivo” (1), giro que en la
comunicación implicó diversas lecturas de textos usualmente identificados como parte de la tradición
reclamada por los estudios culturales. Esta manera de posicionarse ante los desarrollos del campo de la
Comunicación y la Cultura ha propiciado el desarrollo de marcos cognitivos que pudiesen brindar

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herramientas para la interpretación de las prácticas de los receptores de los medios de comunicación.

3.1. Anticipaciones populistas


El libro de Richard Hoggart es susceptible de ser colocado dentro de una serie de lecturas que han sido
trascendentes al campo de los estudios de la comunicación y la cultura. Su temprana inclusión por parte de
Jaime Rest en un horizonte de problemas vinculados a la expansión de la noción de lo cultural inspiraría
elaboraciones intelectuales que se interesaban por aspectos descuidados tanto por la literatura como por la
sociología.
En opinión de Viviana Plotnik (2010), el discurso antiperonista de los años cincuenta y sesenta se
caracterizó por la utilización de la figura de la invasión. Los sectores populares se hacían presentes en
espacios de la sociedad y la política antes reservados a los sectores medios y altos. No obstante, durante la
década del sesenta se articula una operación intelectual en la que aparecen invertidos los términos de la
relación. En opinión de Carlos Altamirano (1997), en este momento comienzan a aparecer voces disidentes
de los intelectuales de clase media que inician la construcción de un discurso crítico sobre su propia
situación, en especial frente al peronismo.
El grupo de intelectuales conformado alrededor de la revista Contorno configurará un nudo de autoanálisis y
autoflagelación de gran influencia: David e Ismael Viñas, Oscar Masotta (1965) y Juan José Sebreli (1964)
serán representativos de este grupo. Por otra parte, los trabajos de Hernández Arregui (1957), Jorge
Abelardo Ramos (1957) y Arturo Jauretche (1957; 1966), concebidos como ensayos no académicos,
tendrán gran divulgación e impacto. Este argumento le sirve a Plotnik para esbozar una interesante tesis: en
los sesenta es la clase media la que invade a los sectores populares. En su afán por comprender el
peronismo se acerca a las masas.
En los setenta se produjo una relectura de Eva Perón desde una perspectiva revolucionaria que permitía
obviar las referencias religiosas y conservadoras y encontrar a La razón de mi vida iluminador aun siendo
conscientes de su tono melodramático, o porque la aceptación de ese tono melodramático formaba parte de
la sensibilidad de los sectores populares. La esencia de lo popular también se ubicaba en su artificiosidad
dado que, paradójicamente, resultaba portadora de una profunda sinceridad. Esta referencia a las
diferencias de sensibilidad aparece, de hecho, en el propio texto:

-¡Sí, claro que es “melodrama”! Todo en la vida de los humildes es melodrama. El dolor de los
pobres no es nuestro teatro, sino dolor de la vida y, bien amargo. Por eso es melodrama,
melodrama cursi, barato y ridículo para los hombres mediocres y egoístas (Perón, 2010: 90).

Manuel Puig, en su guión cinematográfico La tajada escrito en 1960, que no solo no pudo ser llevado al cine
sino que permaneció inédito hasta hace pocos años, recupera la referencia. La historia está protagonizada

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por una actriz de segunda línea en la Argentina de la década del cuarenta que establece una relación
sentimental con un general de la revolución triunfante. Pero anteriormente sostiene un romance con un
joven aristócrata que se burla de su falta de gusto. La protagonista, en un intento de autoafirmación en el
que el intertexto clave es La razón de mi vida, se defiende manifestando que no es carencia, sino que se
trata de un criterio propio:

JULIO: Me pudren [los tangos] pero los prefiero a esto [los boleros], por lo menos no tienen
pretensiones. Los boleros en cambio quieren ser finos y no se qué y no son nada.
NÉLIDA (saca el disco): Como yo, querés decir: que quiero ser fina y no sé qué… y no soy nada.
Sí, algo soy… ¡Soy cursi!” (Puig, 1998: 40).

Si bien entre los años sesenta y setenta las teorías escogidas y apropiadas para analizar los mensajes –
principalmente el estructuralismo, la escuela de Frankfurt e inspiraciones gramscianas– se centraron en la
manipulación del receptor que desde una relación de dominación imponían los medios de comunicación
como parte de un sistema (Grimson y Varela, 1999), la vertiente nacional y popular encarnada por Aníbal
Ford, Jorge Rivera y Eduardo Romano llamaba la atención sobre la autonomía de las lecturas que las
clases subalternas hacían. Esta apuesta teórica era también una apuesta política, en el sentido en que se
vinculaban en esos momentos las elecciones teórico metodológicas del campo intelectual con las
preocupaciones más inmediatas por la transformación social. Jaureche, Hernández Arregui o Fermín
Chávez fueron la elección retrospectiva para defender prácticas y gustos populares a contra pelo de las que
sostenían las élites culturales y en oposición a los límites dentro de los cuales estas esperaban que los
sectores populares restringieran su accionar. En este sentido, un texto como el de Hoggart entroncaba con
el argumento de que ante un mensaje determinado las clases populares anteponen su experiencia,
actitudes en términos del autor, para realizar una lectura oblicua, no directa.
En el año 1972 Aníbal Ford, en respuesta a una encuesta organizada por Jorge Lafforgue (2), esbozaba una
redefinición de los conceptos de cultura popular y cultura nacional a través del prisma de la Teoría de la
dependencia pero enfatizando sus rasgos culturales. Desde ese lugar de enunciación criticaba los análisis
que condenaban:

… a las clases populares a un rol pasivo, no creador, carente de iniciativa histórica (iniciativa que
muchas veces es reducida a espontaneísmo, un término a menudo utilizado con una gran carga
de prejuicios derivados del evolucionismo y del positivismo), un rol vacío, alienado por el sistema
(Ford, 1985b:22).

La respuesta de la cultura popular, unida a las luchas populares, resultaba una oposición a la cultura

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dominante y era identificada en un corpus contradictorio y a explorar en diversos fenómenos que iban:

… de la producción de los marginados a los pensadores nacionalistas y revisionistas, de las


lecturas de los medios de comunicación que hace el proletariado industrial a las manifestaciones
populares, de los payadores anarquistas y radicales a los ídolos de la etapa peronista, del
proteccionismo cultural a la producción de los intelectuales marginados o insertos en la industria
cultural, de la vida cotidiana y las organizaciones de barrio al carbón y la tiza, del periodismo
obrero al periodismo de denuncia, del cine populista al cine de liberación (Ford, 1985b: 23).

Pablo Alabarces (2006) sostiene la tesis de que la proferida calificación de utópicos que la vertiente
populista espetó a los argumentos basados en la manipulación ayuda a constatar la fundación anacrónica y
periférica de los Cultural Studies, aunque sin su formalización, ni su repertorio de citas y, sobre todo, sin las
comodidades –autonomía y financiamientos– de la academia anglosajona. Habría una similitud en la
construcción de los objetos en tanto que las identidades de las culturas populares son analizadas en
consonancia con la evolución de la cultura de masas. Los estudios culturales en clave populista y desde las
preocupaciones políticas del peronismo, abrirían un campo de análisis que sería retomado tiempo después,
pero desconociendo esta línea de filiación.

3.2. Consolidación cultural


La edición de La cultura obrera en la sociedad de masas que estamos comentando incluye, como
señalábamos, una entrevista que Beatriz Sarlo le realizó a Richard Hoggart en el año 1979. Este autor
formó parte del sistema de citas por medio del cual la publicación apostó por la introducción de los estudios
culturales en el panorama nacional. De esta forma, también contribuirían a los redireccionamientos que
privilegiaron herramientas afines a los desplazamientos culturalistas que iluminaron nuevos objetos.
En el transcurso de la última dictadura cívico militar en la Argentina comienza a publicarse Punto de vista.
La revista debía moverse dentro de un clima intelectual marcado por las desapariciones, exilios,
persecuciones, quema de libros y prohibiciones de gran cantidad de materiales de lectura. En este contexto,
evidentemente, esta iniciativa forjada con fondos del Partido Comunista Maoísta y el apoyo de prominentes
intelectuales en el exilio se movía con un muy pequeño margen de acción. La estrategia adoptada entonces
por el comité de redacción se concentró en la importancia de la lucha por la hegemonía cultural, que estaba
relacionada con la consideración de que si bien no podían hablar de los temas de la política nacional, sí
podían incidir en la introducción de nuevas lecturas dentro de un código teórico críptico que sorteaba la
censura. Esta perspectiva les permitía, paralelamente, librar una batalla contra el marxismo dogmático y
abogar por una nueva concepción de la labor intelectual en la Argentina. La introducción del materialismo
cultural inglés jugó un papel de capital importancia. Las lecturas de Hoggart y Williams se transformaron en

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los ejes centrales para proponer una nueva agenda cultural que, alejándose de una percepción elitista de la
cultura, se preocupara por el estudio de la cultura popular. De esta manera, los integrantes de Punto de
vista se imponen un programa intelectual que actualiza el de la Escuela de Birmingham.
No obstante, la apropiación de la matriz cultural revela, para sus cultores, prontamente sus limitaciones y
van a abandonarla para inclinarse por la apropiación de nuevas teorías en boga. Las traducciones, reseñas
y comentarios aparecidos en Punto de vista constituyen un buen termómetro para medir las influencias
dominantes para los redactores de la revista, que tendrán durante varias décadas predominancia.
Cuando en las décadas del ochenta y del noventa se consolida la instancia de la recepción –juntamente con
la institucionalización de las carreras de Comunicación– puede advertirse un cambio en la mirada que
habilitó la legitimación intelectual de los productos de la industria cultural y el lugar de libertad de una
audiencia con capacidad de elección. Lo que primeramente fue un camino para abordar las culturas
populares vira hacia la confirmación de la felicidad que se extrae de los productos de la cultura masiva (3).
En el transcurso de la década del ochenta, los problemas en el campo de estudios en comunicación y
cultura comenzaron a girar en torno a la recolocación de las culturas populares. La centralidad analítica de
la teoría de la recepción dispuso del espacio cultural como entrada dominante por lo cual lo popular adquiría
una dimensión significativa (4). Las relaciones de dominación y las representaciones populares se
desplazaron, de esta manera, hacia la constatación de la autonomía que las prácticas tenían respecto de las
influencias de los mensajes.
Los estudios culturales atravesaron la agenda de temas que debían abordarse. La Escuela de de
Birmingham fue, en este proceso, una referencia teórica ineludible para reafirmar los sentidos diferenciados
que los sujetos populares ejercían. La fórmula de los medios a las mediaciones que Martín Barbero (1987)
urdió resultó una apuesta importante para oponerse tanto a la centralidad del mensaje e inferir de este las
características de los receptores, como a las formas de vanguardismo de las experiencias revolucionarias
de las décadas del sesenta y setenta. Para ello contraponía forzosamente a autores y ajustaba cuentas a
través de sus elecciones teóricas.
Varela (1999) sostiene que cuando Martín Barbero publica su libro el consenso en torno a la no pasividad
del receptor y a la misma recepción como modo de analizar las culturas populares ya estaba instalado, por
lo que un texto que se propone como polémico en vez de ser motivo de debate se transforma en objeto de
culto. El autor sistematiza los desplazamientos que habían ocurrido hacia el interior del campo. La premisa
que lo guía es la sobreimpresión de lo popular en lo masivo, para lo cual encuentra en el melodrama el
género que mejor sintetiza esta conjunción en donde se fusionan memoria narrativa y escénica popular. Si
un modo de narrar caracteriza lo popular, también lo hará un modo de leer con el cual se comprende el uso
que las culturas populares realizan de lo masivo. La lectura oblicua reivindica la capacidad para desviar
sentidos y es interpretada como una forma de resistencia, ahora sí con una carga positiva.
En el Capítulo IV de la primera parte del libro de Martín Barbero, Redescubriendo al pueblo: la cultura como

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espacio de hegemonía, aparecen nutridas referencias a Hoggart. El autor emparenta esa línea teórica con
las producidas por Benjamin y Gramsci. Sostiene que The uses of literacy ha sido pionero para pensar
formas alternativas a la concepción de cultura como mera estratagema de dominación. Hoggart le permite a
Martín Barbero establecer la relación en que lo masivo opera dentro de lo popular, y aunque el autor
destaca las maneras en que el primero ve una forma de hegemonía en el funcionamiento de la industria
cultural, Martín Barbero va a subrayar los modos de resistencia que a él le permiten analizar las culturas
populares.
Cuando Martín Barbero sistematiza los desplazamientos en su clásico libro cuestiona fuertemente las
perspectivas críticas de Theodor Adorno a la industria cultural, pero al mismo tiempo lo hacía también con
las teorías críticas latinoamericanas. Sospechamos que la necesidad de rescatar las formas de recepción de
los mensajes producidos desde lugares dominantes es también la pretensión de entender lo que tiene de
particular la cultura popular y una manera de producir un quiebre con las formas más establecidas de
interpretación de los años setenta. Pero también una forma de hacerlo con la versión política explícita de
esta concepción que comienza a ser criticada con fuerzas en los años ochenta, nos referimos a la
sobreinterpretación de los sectores populares y sus modos de hablar en su nombre.
En opinión de Zarowsky (2007) el campo de los estudios en comunicación latinoamericanos ha estado
marcado por la evaluación que los balances disciplinares efectuaron en torno al vínculo entre intelectuales,
cultura y política en las décadas del sesenta y setenta. Estos se llevaron a cabo en los años ochenta, en el
marco de grandes desplazamientos teóricos y epistemológicos. Los elementos que tuvieron vital importancia
fueron la crisis del marxismo y los cuestionamientos a las matrices y propuestas de investigación de las
décadas anteriores. La estabilización de ciertos objetos y modos de abordajes en el marco de la
consolidación disciplinar se realizaron en referencia crítica a lo que se interpretó como reduccionismos
políticos de su etapa de emergencia (5).
Esta línea de interpretación es representativa del tono dominante que tuvo entre los años ochenta y noventa
la revisión de los vínculos entre intelectuales y política en las décadas previas en la Argentina (6); asimismo
esta forma de evaluar esas relaciones tuvo su expresión en los balances que los estudios en comunicación
efectuaron (Zarowsky, 2012). La supuesta pérdida de autonomía de la práctica intelectual fue considerada
como una suerte de obstáculo epistemológico en relación con la producción de conocimientos. Creemos
que esta matriz está presente en el abordaje de las culturas populares y el rescate de la particular lectura
que estas pueden hacer de los mensajes dominantes. Lo cual no deja de tejer la paradoja al postular formas
de resistencias basadas en una autonomía altamente enaltecidas en momentos de gran deterioro del
sentido colectivo.

4. Algunas consideraciones finales


El debate sobre los medios de comunicación, que el kirchnerismo impulsó en ámbitos más amplios que

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aquellos delimitados por los márgenes de la academia, propició un reordenamiento de las posiciones sobre
política cultural. En el referido programa Sarlo matizaba la influencia de los medios, en cambio, quienes
mayormente podían identificarse con la corriente populista, sostenían tesis que bregaban por la capacidad
de los medios para construir una agenda. Este señalamiento de un curioso intercambio de argumentos no
pretende proponer que la inversión de posiciones sea simétrica y absoluta, puesto que las justificaciones de
manipulación e independencia en la recepción aparecen en los discursos de los actores de diferente manera
a lo largo del tiempo. Sarlo, al interior del proyecto de Punto de vista, realiza un viraje desde el culturalismo
inglés hacia el análisis de productos culturales más legitimados. Por otro lado, en el libro Escenas de la vida
posmoderna cuestionaba fuertemente la industria cultural y reclamaba por una intervención:

La relación de fuerzas –entre público y televisión– es tan desigual (y tan satisfactoria) que nada
cambiará salvo que desde afuera se intervenga sobre ella. Pero ¿quién querría hacerlo en estos
tiempos de liberalismo de mercado y populismo sin pueblo? (Sarlo, 1994:89).

Por otra parte, desde la perspectiva de los populistas, la influencia de los medios en los modos de proceder
de las personas reedita las tesis de Jauretche sobre la manipulación de la clase media por medio de
operaciones de colonización pedagógica.
En forma general el tema que quisimos introducir en el comentario sobre la reedición del libro de Richard
Hoggart, cuyo título en castellano es el mismo que nominó la edición que en 1990 hizo la editorial Grijalbo
en la ciudad de México, es la apropiación crítica que se realizó de las problemáticas que el libro inauguraba
al momento de su salida al mercado. Un momento relevante de esta apropiación fue el desplazamiento
culturalista operado en el campo de la comunicación a partir de la década del ochenta.
Para el abordaje de esta problemática elegimos las consideraciones que entrecruzan posiciones
académicas con posiciones políticas que toman a los medios de comunicación como un objeto plausible de
reflexión para identificar una matriz significativa sobre los modos de acción que cobijan las prácticas de las
culturas populares. Mediación, recepción y consumo fueron los conceptos por medio de los cuales giraron
las posiciones y los debates y son hoy una forma de entrada para entender las transformaciones en el
interior del campo en vinculación con las producidas en el terreno político. El dilema que destacábamos
tiene su modo de expresión en la idealización de situaciones en las que el receptor de ciertos mensajes
tiene capacidad de maniobra, elección y criterio, pero que a su vez esta idealización no compensa la
incomodidad que suscita la constatación de que la libertad es adjudicada a un sujeto que aparece impotente
ante el deterioro de sentido colectivo.
Si en el comienzo mencionábamos la participación excepcional de Beatriz Sarlo en 6, 7, 8 lo hacíamos con
la intención de ilustrar la vigencia de la discusión sobre los medios de comunicación, sus usos y los
desplazamientos de las posiciones en el devenir político. El debate es ilustrativo de las condiciones de

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posibilidad para pensar los alcances y los límites del campo de estudios sobre la comunicación y la cultura.
La reedición del clásico de Richard Hoggard motiva a seguir cuestionando el lugar otorgado a las culturas
populares, sus formas creativas de participación y la repetición de un repertorio de imágenes propuestas
desde lugares hegemónicos. Con lo cual, tampoco está agotada la discusión en torno al poder, su
distribución y sus formas de ramificación.

Notas
(1) Beatriz Sarlo explica la irrupción del “giro subjetivo” como un cambio en la mirada de muchos cientistas sociales que, inspirados por
lo etnográfico, se desplazó hacia las estrategias de lo cotidiano. El interés se ubicó en los sujetos que representan una anomalía en
tanto refutación al poder –el loco, el criminal, la bruja- como en los sujetos normales, a condición de reconocer que no solo siguen
itinerarios sociales trazados, sino que establecen negociaciones y transgresiones– (Sarlo, 2005).
(2) La encuesta sería luego incluida en Medios de comunicación y cultura popular, texto que compiló trabajos firmados por Aníbal Ford,
Jorge Rivera y Eduardo Romano.
(3) Puede consultarse el artículo de Sarlo (1992), La teoría como chatarra. Tesis de Oscar Landi sobre la televisión. Punto de vista N.o
44, noviembre. Para observar la polémica desatada a propósito del libro de Oscar Landi (1992), Devórame otra vez. Qué hizo la
televisión con la gente. Qué hizo la gente con la televisión, Buenos Aires, Planeta.
(4) Al respecto Grimson y Varela (1999) destacan que un buen termómetro de la emergencia de estas preocupaciones es el seminario
organizado por CLACSO en 1983 "Comunicación y culturas populares en Latinoamérica" en el que participaron autores como Jesús
Martín Barbero y Beatriz Sarlo.
(5) La obra que se convirtió en una suerte de representación de todas las críticas que desde los años ochenta se realizaron a los
reduccionismos políticos fue Para leer al Pato Donald de Dorfman y Mattelart.
(6) Beatriz Sarlo (1985) proponía un balance del vínculo entre intelectuales, cultura y política en los años sesenta y entendía que la
intersección producida entre el trabajo intelectual con aquel que apuntaba a producir nuevas perspectivas políticas había provocado
una funcionalización de la actividad propiamente intelectual a la actividad política. El núcleo de este argumento puede encontrarse
también, aunque con matices, en: Sigal, 2002; Fiorucci, 2011; Terán, 1993 y 2008; Gilman, 2003; y De Diego, 2007.

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Artículo recibido el 04/07/14 - Evaluado entre el 21/07/14 y 31/08/14 - Publicado el 21/09/14

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