5 Semillas de Naranja de Conan Doylke
5 Semillas de Naranja de Conan Doylke
5 Semillas de Naranja de Conan Doylke
Doyle
El hombre que entró era joven, de unos veintidós años; bien acicalado y elegante.
—Debo a ustedes una disculpa —dijo. Espero que mi visita no sea un entretenimiento.
—He oído hablar de usted, señor Holmes. Que a usted no lo vencen nunca.
—Es cierto.
—Lo que usted dice me llena de interés —le dijo Holmes—. Por favor, explíquenos
desde el principio.
—Me llamo John Openshaw —dijo—. Se trata de una cuestión hereditaria, de modo
que, para darles una idea de los hechos, no tengo más remedio que remontarme hasta el
comienzo del asunto. Deben ustedes saber que mi abuelo tenía dos hijos: mi tío Elías y
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mi padre José. Mi padre poseía, en Coventry, una pequeña fábrica, que amplió al
inventarse las bicicletas. Poseía la patente de la llanta irrompible Openshaw, y alcanzó
tal éxito en su negocio, que consiguió venderlo y retirarse con un relativo bienestar. Mi
tío Elías emigró a América siendo todavía joven, y se estableció de plantador en
Florida, de donde llegaron noticias de que había prosperado mucho. Hacia el 1869,
regresó a Europa y compró una pequeña finca cerca de Horsham. Era un hombre
extraño, arrebatado y violento. Dudo que pusiese ni una sola vez los pies en Londres
durante los años que vivió en Horsham. Contra mí no tenía nada. De hecho, pidió a mi
padre que me dejase vivir con él. Me hacía su portavoz junto a la servidumbre y con los
proveedores, de modo que para cuando tuve dieciséis años era yo el verdadero señor de
su casa. Una excepción me hizo, sin embargo; había entre los áticos una habitación
independiente que estaba siempre cerrada con llave, y a la que no permitía que
entrásemos ni yo ni nadie.
Cierto día, llegó una carta cuyo sello era extranjero. Al coger la carta, dijo: «¡Es
de la India! ¡Trae la estampilla de Pondicherry! ¿Qué podrá ser?». Al abrirla
precipitadamente saltaron del sobre cinco pequeñas y resecas semillas de naranja. Dejó
escapar un chillido, y exclamó luego: «K. K. K. ¡Dios santo, Dios santo, mis pecados
me han dado alcance!».
«John —me dijo mi tío —, deseo que firmes como testigo mi testamento. Dejo
la finca, con todas sus ventajas e inconvenientes a tu padre, de quien, sin duda, vendrá a
parar a ti. Si no conseguís vivirla en calma abandonadla a vuestro peor enemigo». Firmé
el documento dónde se me indicó.
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Para terminar, señor Holmes, y no abusar de su paciencia, llegó una noche en
que hizo una de aquellas salidas suyas de borracho, de la que no regresó. Cuando
salimos a buscarlo, nos lo encontramos boca abajo, dentro de una pequeña charca
recubierta de espuma verdosa que había al extremo del jardín. No presentaba señal
alguna de violencia, y la profundidad del agua era sólo de dos pies, y por eso el Jurado,
teniendo en cuenta sus conocidas excentricidades, dictó veredicto de suicidio.
—Un momento —le interrumpió Holmes —. Preveo ya que su relato es uno de los más
notables que he tenido ocasión de oír jamás. Hágame el favor de decirme la fecha en
que su tío recibió la carta y la de su supuesto suicidio.
—La carta llegó el día 10 de marzo de 1883. Su muerte tuvo lugar siete semanas más
tarde, en la noche del día 2 de mayo.
—Cuando mi padre se hizo cargo de la finca de Horsham, llevó a cabo, a petición mía,
un registro cuidadoso del ático que había permanecido siempre cerrado. Encontramos
allí la caja de bronce vacía. En la parte interior de la tapa había una etiqueta de papel, en
la que estaban repetidas las iniciales, y debajo de éstas, la siguiente inscripción: «Cartas,
memoranda, recibos y registro.» Supusimos que esto indicaba la naturaleza de los
documentos que había destruido el coronel Openshaw. Un día mi padre recibió un sobre
con cinco semillas secas de naranja. «¿Qué diablos puede querer decir esto, John?»,
tartamudeó. A mí se me había vuelto de plomo el corazón, y dije: «Es el K. K. K.» Mi
padre miró en el interior del sobre y exclamó: «En efecto, aquí están las mismas letras.
Pero ¿qué es lo que hay escrito encima de ellas?»
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ayer por la mañana cayó el golpe exactamente en la misma forma que había caído sobre
mi padre.
—¡Vaya, vaya! —exclamó Sherlock Holmes —. Es preciso que usted actúe, hombre, o
sí estará usted perdido.
—¿Y qué?
—En realidad han transcurrido ya dos días desde que recibió la carta. Deberíamos haber
entrado en acción antes de ahora. Me imagino que no poseerá usted ningún otro dato.
—Sí, tengo una cosa más —dijo John. Encontré esta hoja única en el suelo de la
habitación de mi tío, y creo que pudiera tratarse de uno de los documentos, que quizá se
le voló de entre los otros, cuando los quemó todos. No creo que nos ayude mucho, fuera
de que en él se habla también de las semillas. Mi opinión es que se trata de una página
que pertenece a un diario secreto. La letra es indiscutiblemente de mi tío. Holmes
cambió de sitio la lámpara, y él y yo nos inclinamos sobre la hoja de papel, cuyo borde
irregular demostraba que había sido, en efecto, arrancada de un libro.
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—Gracias—dijo Holmes—. Es preciso que vuelva usted a casa ahora y que actúe.
Ponga usted esa hoja de papel dentro de la caja de metal que nos ha descrito. Meta
asimismo una carta en la que les dirá, que todos los demás papeles fueron quemados por
su tío, siendo éste el único que queda. Después de hecho eso, colocará la caja encima
del reloj de sol, de acuerdo con las indicaciones. ¿Me comprende?
—Perfectamente.
—No pierda un solo instante. Y, sobre todo, cuídese bien entre tanto, porque yo no creo
que pueda existir la menor duda de que está usted amenazado por un peligro muy real e
inminente. ¿Cómo va a hacer el camino de regreso?
—Creo Watson —dijo, por fin, como comentario — que no hemos tenido entre todos
nuestros casos ninguno más fantástico que éste… Sobre su naturaleza no caben ya
hipótesis.
—¿Cuál es, pues? ¿Quién es este K. K. K., y por qué razón persigue a esta desdichada
familia?
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estudio de las tremendas cartas que él y sus herederos recibieron. ¿Se fijó usted en las
estampillas que señalaban el punto de procedencia?
—La del este de Londres. ¿Qué saca usted en consecuencia de todo ello?
—Pues que se trata de puertos de mar, es decir, que el que escribió las cartas se hallaba
a bordo de un barco.
—Pero también la carta venía desde una distancia mayor. Existe, por lo menos, una
probabilidad de que la embarcación a bordo de la cual está nuestro hombre, o nuestros
hombres, es de vela. Yo creo que esas siete semanas representan la diferencia entre el
tiempo invertido por el vapor que trajo la carta y el barco de vela que trajo a quien la
escribió.
—Es posible.
—Más que posible. Probable. Comprenderá usted ahora la urgencia mortal que existe en
este caso, y por qué insistí con el joven Openshaw en que estuviese alerta. El golpe ha
sido dado siempre al cumplirse el plazo de tiempo imprescindible para que los que
envían la carta salven la distancia que hay desde el punto en que la envían. Pero como
esta de ahora procede de Londres, no podemos contar con retraso alguno.
—Los documentos que Openshaw se llevó son evidentemente de importancia vital para
la persona o personas que viajan en el velero. Un hombre aislado no habría sido capaz
de realizar dos asesinatos de manera que engañase al Jurado de un juez de instrucción.
Se proponen conseguir los documentos. Y ahí tiene usted cómo K. K. K. dejan de ser
las iniciales de un individuo y se convierten en el distintivo de una sociedad.
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—Pero ¿de qué sociedad?
—Jamás.
—«Ku Klux Klan. Nombre que sugiere una fantástica semejanza con el ruido que se
produce al levantar el gatillo de un rifle. Esta terrible sociedad secreta fue formada
después de la guerra civil en los estados del Sur por algunos ex combatientes de la
Confederación. Se empleaba su fuerza con fines políticos, en especial para aterrorizar a
los votantes negros y para asesinar u obligar a ausentarse del país a cuantos se oponían a
su programa. Sus agresiones eran precedidas, por lo general, de un aviso enviado a la
persona elegida, aviso que tomaba formas fantásticas, pero sabidas. Al recibir este
aviso, la víctima podía optar entre abjurar públicamente de sus normas anteriores o huir
de la región. Cuando se atrevía a desafiar la amenaza encontraba la muerte. Era tan
perfecta la organización de la sociedad que apenas se registra algún caso en que alguien
la desafiase con impunidad.
—Es tal y como podíamos esperarlo. Decía, si mal no recuerdo: «Se enviaron las
semillas a A, B y C»; es decir, se les envió la advertencia de la sociedad. Las
anotaciones siguientes nos dicen que A y B se largaron, es decir, que abandonaron el
país, y, por último, que se visitó a C, con consecuencias siniestras para éste, según yo
me temo. Creo, doctor, que podemos proyectar un poco de luz sobre esta oscuridad, y
creo también que, entre tanto, sólo hay una probabilidad favorable al joven Openshaw, y
es que haga lo que yo le aconsejé.
—Holmes —le dije con voz firme —, llegará usted demasiado tarde.
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—Me lo estaba temiendo. ¿Cómo ha sido?
—Me saltó a los ojos el apellido de Openshaw y el titular Tragedia cerca del puente de
Waterloo.
—Esto hiere mi orgullo, Watson. Es un sentimiento mezquino, sin duda, pero hiere mi
orgullo. ¡Pensar que vino a pedirme socorro y que yo lo envié a la muerte! Exclamó: —
Tiene que tratarse de unos demonios astutos. ¿Cómo consiguieron desviarlo de su
camino y que fuese a caer al agua? Ya veremos, Watson, quién gana a la larga. ¡Voy a
salir!
Eran ya cerca de las diez cuando entró con aspecto pálido y agotado.
—¿Tuvo éxito?
—Sí.
—¿Alguna pista?
Holmes cogió del aparador una naranja, y, después de partirla, la apretó, haciendo caer
las semillas encima de la mesa. Contó cinco y las metió en un sobre. En la parte interna
de la patilla escribió: «S.H. para J.C.» Luego puso la dirección: «Capitán James
Calhoun, barca Lone Star. Savannah, Georgia.»
—El jefe de la cuadrilla. También atraparé a los demás, pero quiero que sea él el
primero.
—Me he pasado todo el día examinando los registros del Lloyd y las colecciones de
periódicos atrasados, siguiendo las andanzas de todos los barcos que tocaron en el
puerto de Pondicherry durante los meses de enero y febrero del 83. La llamada
embarcación Lone Star atrajo inmediatamente mi atención porque se conoce con el
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nombre de Estrella Solitaria a uno de los estados de la Unión. Sabía que el barco tenía
que ser de origen norteamericano.
—¿Y luego?
—Repasé las noticias de Dundee, y cuando descubrí que la barca Lone Star se
encontraba allí el mes de enero del 85, mis sospechas se convirtieron en certeza. El
Lone Star llegó a Londres la pasada semana. Bajé hasta el muelle me encontré con que
lleva viaje hacia su puerto de origen, en Savannah. Como el viento sopla hacia el Este,
estoy seguro de que se halla ahora no muy lejos de la isla de Wight.
Esperamos durante mucho tiempo noticias de Savannah del Lone Star, pero no nos llegó
ninguna. Finalmente, nos enteramos de que allá, en pleno Atlántico, había sido visto
flotando en el seno de una ola el destrozado codaste de una lancha y que llevaba
grabadas las letras L. S. Y eso es todo lo que podremos saber ya acerca del final que
tuvo el Lone Star.
FIN
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Glosario La aventura de las cinco semillas de naranja, Sir Arthur Conan Doyle
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