El Principio Regulador de La Adoración-North Bergen

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Pastor Alan Dunn

Hermanos, volvamos a pedir la ayuda de Dios para adentrarnos en este


asunto tan importante de la adoración a Dios:

Nuestro Padre misericordioso, invocamos tu nombre por la fe en Jesucristo.


Nuestra confianza está en la gracia de nuestro gran Sumo Sacerdote y Rey.

Nos acercamos a ti por medio de la fe en Jesucristo, y te pedimos que


glorifiques su nombre entre nosotros para que nuestros corazones sean
instruidos en la Palabra de Dios, y para que el Espíritu de Dios que nos ha
vivificado en Cristo sea derramado sobre nosotros para que podamos crecer
en nuestro amor y adoración, en nuestra determinación de adorar y servir a
nuestro Señor y Salvador.

Pedimos que tu gracia nos ayude en esta mañana para que nuestras
mentes estén alertas, para que nos instruyas y podamos a cambio ser
equipados para instruir a tu pueblo, a fin de que seas glorificado en la iglesia
aquí y en todo el mundo. Oramos en el nombre de nuestro Salvador y Dios
Jesucristo. Amén.

Bien, anteriormente en nuestra serie sobre la adoración hemos preguntado


qué es adoración, y hemos respondido a esa pregunta diciendo que es una
reunión colectiva del pueblo de Dios para encontrarse con Dios mismo, que
la esencia de la adoración tiene que ver con que Dios esté presente entre
nosotros y con que nosotros le demos el honor, la adoración y alabanza que
le corresponden.

Luego preguntamos a quién adoramos, y adoramos al Dios vivo y verdadero


revelado en las páginas de las Escrituras y dado a conocer en Jesucristo.
¿Y por qué adoramos? Lo hacemos porque Él es digno de nuestra
adoración. Hemos sido creados y salvados para adorar, y es precisamente
adoración lo que Dios desea de nosotros.

¿Dónde adoramos? En cualquier lugar del mundo donde nos reunamos, y


nuestra adoración es admitida y bien recibida en la presencia misma de
Cristo en el cielo. Así, verdaderamente adoramos en el cielo, y lo hacemos
en el día del Señor, el primer día de la semana, el día que recuerda la
resurrección de Jesús y el derramamiento del Espíritu Santo, ese día que
marca una nueva creación y nos señala al eterno día de reposo de Dios,
para que en el primer día ya comencemos a disfrutar las bendiciones que
son nuestras para siempre cuando, como pueblo de Dios, nos reunimos
para tener comunión con Él.
No hay duda de que esa es la esencia de la bendición del día de reposo:
estar con Dios, vivir con Dios, disfrutar de su presencia entre nosotros.

Esa es, por supuesto, la esencia no sólo de la adoración, sino también de la


salvación. Anoche aprendimos que debemos adorar según la prerrogativa
de Dios, sabiendo quién es Él, la naturaleza de Dios que es espíritu.

Por tanto, nuestra adoración debe ser esencialmente un encuentro


espiritual, el cual es, en sí mismo, una respuesta a la revelación de Dios. No
podemos fabricar la adoración.

Dios es santo, es diferente a su creación. Nosotros somos finitos, y no


podemos acercarnos a Dios a menos que Él inicie ese proceso de
adoración, a menos que se nos revele a sí mismo.

En ningún lugar de la Biblia se nos dice que debamos congregarnos e


inventar la adoración. La adoración se nos otorga por la revelación de Dios.
Nuestro pecado agrava nuestra incapacidad para fabricar una adoración
aceptable a Dios, pues somos pecadores y Dios es santo, y por eso no
podemos llegar a su presencia y no ser consumidos inmediatamente por su
ira y expulsados a la muerte eterna.

Nuestro problema, como el Adán caído, es la tendencia a confiar en


nuestras hojas de higuera y a escondernos de Dios y no buscar su
presencia. Nuestro problema es nuestra tendencia a la idolatría y a dirigir
nuestra adoración hacia algo en la esfera de lo creado en vez de dirigirla a
Él, que es el Creador, y a confiar en nuestras hojas de higuera para acallar
nuestra conciencia y no sentir la vergüenza y la culpa cuando, de hecho,
estamos llenos de vergüenza y de culpa.

Pero en medio de esta terrible situación de nuestro pecado, aparece Dios.


Él irrumpe en la vida del pecador con bondad y responde a los rebeldes con
misericordia, proveyendo un sustituto que absorbe la sentencia de muerte
en lugar del pecador que cree y adora.

En el Antiguo Testamento ese sustituto era representado por los millones de


animales que eran ofrecidos en el sacrificio de adoración que Dios
demandaba al proveer las pieles de animales en Génesis, capítulo tres,
cuando Él derramó esa sangre para cubrir el pecado de la pareja original, y
esa provisión de sacrificio de sangre fue entonces institucionalizada y
regulada en esta ley ceremonial del antiguo pacto.
Y todos esos corderos y machos cabríos que fueron sacrificados en altares
judíos no eran sino el retrato del verdadero Cordero de Dios que anunció
Juan el Bautista, Aquel que sería, sin duda, nuestro cordero pascual, y por
cuya sangre nuestros pecados son expiados, es propiciada la ira de Dios,
nosotros recibimos la aceptación y se nos da la justicia de ese Hijo de Dios
perfecto.

En el Nuevo Testamento, nuestra adoración, por tanto, está basada en este


sacrificio: la provisión que Dios nos otorgó en el sacrificio de Jesucristo.
Bien, ahora y en nuestra última hora de esta mañana, comenzaremos a
enfocarnos en cómo debemos adorar.

Acudimos a la presencia de Dios para experimentar la presencia de Dios


entre nosotros, ser llenos del Espíritu Santo, que la Palabra de Dios abunde
en nosotros, ser conformados a imagen de Jesucristo y experimentar lo que
significa ser amado por Dios nuestro Padre.

Cuando acudimos a su presencia no es bueno que nos enfoquemos en


nosotros mismos, en nuestros problemas, en nuestra situación, incluso en
nuestros pecados, sino que hemos de conocer y experimentar la presencia
de Dios entre nosotros.

Necesitamos que nos reafirme en su amor, y por eso acudimos a Él en el


lenguaje del Salmo ciento quince, versículo uno: “No a nosotros, oh Jehová,
no a nosotros, sino a tu nombre sea la gloria, por tu misericordia, por tu
verdad”.

Por tanto, cuando estamos en la presencia de Dios hemos de hacer estas


cosas que Dios nos manda hacer para que nuestra adoración le dé la gloria
a Dios.

No debemos centrarnos en cómo estamos adorando, sino en Aquel a quien


estamos adorando. No debemos fijarnos en nosotros mismos cuando
adoramos, cosa que está ocurriendo hoy día, ya que todos se fijan en sí
mismos mientras adoran: mira mi estilo de adoración; yo alzo las manos; yo
me postro. Nos fijamos los unos en los otros, y eso no es adoración.
Adoración es observar a Dios.

La mecánica de la adoración debería ser transparente e invisible ante el


Dios que está presente. La adoración debería ser de tal forma que sirviera
como el medio por el cual Dios se convierte en el centro de atención, y no la
actividad de la adoración en sí misma.

Jesús no quiere que oremos para que los demás nos vean, porque de esa
forma ya tenemos nuestra recompensa, sino que quiere que sea Dios quien
nos vea y que oremos a nuestro Padre. La adoración no se hace para los
hombres; por tanto, debemos hacerla como Dios ordena para que en la
adoración no nos enfoquemos en la adoración misma, sino que nos
enfoquemos en Dios.

No buscamos que la adoración atraiga la atención hacia sí misma, sino que


sea el medio por el cual Dios se dé a conocer entre nosotros. Ahora bien, lo
que estoy articulando es un punto de vista que ha sido tratado a lo largo de
toda la historia de la Iglesia conocido con el nombre de principio regulador.

Esto quiere decir que la adoración está regulada por Dios, y consiste sólo
en esas cosas que Él nos manda en las Escrituras. Hay algunos cristianos
que se adhieren a lo que ha sido denominado el principio normativo: que la
adoración debe obedecer a las Escrituras pero que el adorador es libre de
traer cualquier cosa a Dios siempre que no esté específicamente prohibida
en las Escrituras.

Por tanto, el principio normativo dice que si la Biblia no prohíbe un


determinado acto en la adoración, entonces está permitido. El principio
regulador dice que en la adoración hemos de hacer sólo lo que Dios nos ha
ordenado porque Él regula lo que debe ser la adoración.

En esta hora, pues, vamos a hacer un repaso de este principio tal como lo
encontramos en las páginas de nuestra Biblia, un repaso del principio
regulador en la Palabra de Dios.

El principio regulador dice que la adoración ha de ser determinada por Dios.


El contenido de la adoración debe ser determinado por Dios. Aquello que
motiva y lleva a nuestro corazón a adorar ha de ser determinado por Dios, y
el objetivo de la adoración también ha de ser determinado y regulado por
Dios, siendo revelado en las Escrituras.

No hemos de fabricar la adoración a partir de cualquier premisa que


queramos. Nuestra motivación para adorar no puede ser egocéntrica o por
ganancia personal, ni tampoco debemos esperar lograr nada en adoración
que no sea darle la gloria a Dios.
Pero Dios les enseñó a los hombres estas cosas sobre la adoración desde
el principio de los tiempos. Recuerden la primera aparición de la adoración
desde la caída en los eventos de Génesis capítulo cuatro, los hijos de Adán:
Caín y Abel.

Acuérdense de que Abel ofrece un sacrificio, un sacrificio de sangre, en su


adoración y Caín ofrece una ofrenda vegetal. Dios rechaza la adoración de
Caín porque Caín no imitó el acto de Dios de cubrir el pecado por medio del
derramamiento de sangre del animal.

Como puede ver, los hechos de Dios son reveladores de la voluntad de Dios
de la misma forma que las palabras de Dios son reveladoras de su voluntad.

Y así es como Dios le ha dado al hombre tanto el día de reposo como el


servicio sacrificial de la adoración. No por medio de un mandamiento de
palabra, sino a través de un hecho que le incumbe al hombre; el hombre
tiene la responsabilidad de imitar a Dios porque somos la imagen de Dios, y
lo que Dios hace es lo que nosotros debemos hacer.

Hemos, pues, de imitar a Dios, por lo que nuestra obligación para con Él es
mucho más profunda que simplemente obedecer un mandamiento; es la
obligación de ser como Dios y hacer lo que Dios hace, y cuando Dios
responde ante el pecado mediante el acto de este sacrificio de sangre, lo
hace para enseñarles a Adán y a sus hijos la manera en que deben
responder a ello: cuando acudan ante mí no lo hagan cubiertos con sus
propias hojas de higuera, sino cubiertos con mi provisión para ustedes.

Abel lo entendió, y creyó a Dios. Su fe respondió obedientemente a la


revelación de Dios. Caín no respondió a esa revelación en fe u obediencia,
por lo que su adoración no fue aceptable. Y Caín mismo como adorador
tampoco fue aceptado, porque su actitud al adorar fue totalmente
egocéntrica.

Su corazón no estaba bien y su adoración tampoco, y por eso Dios lo llama


al arrepentimiento. Pero él no se arrepintió, sino que tuvo celos de su
hermano y celos de que la adoración de su hermano fuera aceptable, y por
eso se levantó y asesinó a Abel; con lo cual, el primer asesinato y el primer
conflicto fue una guerra religiosa, un conflicto religioso.
En Éxodo, capítulo veinte, de nuevo el segundo mandamiento es de suma
importancia para estos asuntos de la adoración. Éxodo, capítulo veinte,
leyendo desde el versículo tres:

“No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna


semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo
soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre
los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y
hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis
mandamientos”.

Aquí se nos dice que no se nos permite adorar a Dios según nuestra propia
imaginación, sino que debemos hacerlo en obediencia a las palabras que
fueron reveladas a través de Moisés.

El segundo mandamiento nos enseña que Dios se toma muy en serio su


adoración. Dios es celoso de su adoración porque la manera en que
adoramos determina la manera en que los hombres lo percibimos y lo
entendemos, y Él no quiere que le representemos mal entre los hombres. Él
es celoso de su reputación y de la integridad de su nombre, y de la manera
en que es visto entre los hombres.

Por tanto, nos hace una advertencia en conjunción con este mandamiento
relativo a la adoración: no deben adorar de una manera imaginaria y
centrada en el hombre, sino que han de hacerlo de una manera
bíblicamente regulada, acorde con la Palabra de Dios.

Los israelitas, en Éxodo capítulo veintidós, desobedecieron claramente este


mandamiento cuando se hicieron el becerro de oro. ¿Cuál fue el problema?

Bien, en el versículo ocho de Éxodo treinta y dos, Dios le dice a Moisés:


“Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un
becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han
dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto”.

¿Cuál fue el problema? Se apartaron del camino que yo les mandé, y se


hicieron esta imagen, y la llamaron el Dios de Israel. Pero la adoraron de
una forma que violaba los mandamientos reguladores de Dios,
quebrantando el segundo mandamiento.
Más tarde, en Levítico capítulo diez, aprendemos de Nadab y Abiú, los hijos
de Aarón, en el versículo uno, los cuales tomaron sus respectivos
incensarios y, tras encenderlos, pusieron en ellos incienso y ofrecieron un
fuego extraño ante el Señor, cosa que Él no les había ordenado hacer. Y
descendió fuego de la presencia del Señor y los consumió, y murieron
delante del Señor. Entonces Moisés le dijo a Aarón: “Esto es lo que habló
Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia
de todo el pueblo seré glorificado”. Por tanto, Aarón guardó silencio.

La Biblia interlineal hebrea traduce “extraño” en “fuego extraño” con la


palabra “desautorizado”; fuego desautorizado. La Septuaginta usa la
palabra griega que significa fuego ajeno, una palabra que significa algo que
no te pertenece a ti, sino a otra persona. También podría significar fuego
enemigo.

En hebreo, la raíz de este término conlleva la idea de una barrera, la idea de


una frontera. En otras palabras, ellos produjeron fuego que estaba fuera de
los límites, estaba fuera de las barreras que Dios había establecido en sus
mandamientos; no había autorización, era extraño, ajeno, no le pertenecía
al Señor.

Lo que hicieron es que trajeron fuego de fuera del complejo del templo, y
pensaron: “Fuego es fuego, y cualquiera vale”. Pero procedía del otro lado
de la frontera, estaba desautorizado, y Dios dice que no guardaba lo que Él
había ordenado. Yo seré honrado, pues soy celoso de mi adoración.
Ustedes juegan con fuego delante de mí, quieren su propio fuego, pues yo
les daré fuego. Y fuego descendió y los consumió.

Aarón acababa de perder a sus dos hijos, pero no argumentó nada, sino
que guardó silencio al comprender que Dios era absolutamente santo al
vindicar su nombre. Porque sus dos hijos fueron descuidados en la
presencia de un Dios santo y decidieron que podían ofrecer su propia
adoración y poner en tela de juicio los mandamientos de Dios y hacer lo que
era conveniente para ellos. En lugar de seguir las órdenes y permanecer
dentro de los límites establecidos, lo trajeron del exterior.

Acuérdense en Números, capítulo dieciséis, de la rebelión de Coré, un levita


que se reveló contra Moisés. Deseaba ser sacerdote junto con otros más,
pero Dios dijo no, que sólo los hijos de Aarón, sólo los descendientes de
Aarón serían aceptados en el lugar santo del tabernáculo para ofrecer
sacrificios aceptables. Pero Coré quería ascender por sí mismo y quería
cambiar la adoración de Dios.
Dios había señalado a hombres específicos para ofrecer sacrificios. Coré
dijo: no, yo no quiero acatar los designios de Dios; yo creo que hay otros
principios que se deberían tener en cuenta. Nosotros somos tan buenos
como tú, Moisés, somos tan buenos como los hijos de Aarón. Tú te crees
que eres mejor que el resto, pero aquí todos somos iguales, y deberíamos
tener también el privilegio del sacerdocio.

Bueno, pues Moisés, en el versículo cinco de Números dieciséis, les da una


prueba que consistía en lo siguiente: “Mañana mostrará Jehová quién es
suyo, y quién es santo, y hará que se acerque a Él; al que él escogiere, él lo
acercará a sí”.

Coré, tú puedes seguir hablando de ser iguales, y dar a conocer tu voto y


hacerlo popular, pero esas no son las bases sobre las cuales los hombres
han de acercarse a Dios. Él es quien debe acercar a los hombres a Él, Él
debe escoger a los que se acercarán a Él; por tanto, esto es lo que
haremos.

Saquen sus incensarios, y póstrense ante el Señor y veremos a quién


escogerá el Señor. Y saben, Él no escogió a Coré; de hecho, lo destruyó a
él y a todos los que se habían asociado con él. Y doscientos cincuenta
hombres fueron destruidos porque ellos, al igual que Nadab y Abiú, vinieron
y ofrecieron de nuevo un fuego extraño. Y Dios era muy celoso de su
reputación entre el pueblo de Dios cuando comenzaron a quejarse.

La gente se quejó, pues no veían justo lo ocurrido, no creían que estaba


bien, y Dios envió una plaga a la nación de Israel, y catorce mil setecientos
hombres murieron hasta que Aarón corrió apresurada y rápidamente para
hacer expiación por los pecados de la nación y aplacar así la ira de Dios, ya
que Dios debía ser honrado.

Él es un Dios santo y celoso, y debemos acercarnos a Él según su


mandamiento y ofrecer el sacrificio que Él ha escogido, el cual es aceptable,
y no el más popular, no el que está de acuerdo con el principio democrático
de la igualdad.

Podemos ver claramente esta declaración en Deuteronomio: Deuteronomio


capítulo doce y versículo treinta y dos. Leemos, no obstante, desde el
versículo veintinueve para entrar en contexto:
“Cuando Jehová tu Dios haya destruido delante de ti las naciones adonde tú
vas para poseerlas, y las heredes, y habites en su tierra, guárdate que no
tropieces yendo en pos de ellas, después que sean destruidas delante de ti;
no preguntes acerca de sus dioses, diciendo: De la manera que servían
aquellas naciones a sus dioses, yo también les serviré. No harás así a
Jehová tu Dios; porque toda cosa abominable que Jehová aborrece,
hicieron ellos a sus dioses; pues aún a sus hijos y a sus hijas quemaban en
el fuego a sus dioses. Cuidarás de hacer solo lo que yo te mando; no
añadirás a ello, ni de ello quitarás”.

Del versículo veintinueve al treinta y uno, el Señor le dice a su pueblo: yo no


quiero que se fijen en la forma en que los paganos adoran a su dioses, ni se
fijen en su métodos y en su prácticas y luego implementen sus métodos y
prácticas y las traigan cuando adoren al Dios verdadero.

No adoren al Dios verdadero como los paganos adoran a sus dioses. No


pregunten cuál es la forma en que ellos adoran a sus dioses, pues no han
de aprender a comportarse en la presencia del Dios verdadero de la forma
en que los paganos se comportan en la presencia de sus falsos dioses.

Y el versículo treinta y dos declara el principio regulador: sólo deben hacer


lo que Dios les ordena hacer en su presencia, nada más ni nada menos, y
ninguna otra cosa, ninguna otra cosa más ni menos, y nada más. No es el
lugar apropiado para dejar volar su imaginación e innovar y crear, y para
que se vean a ustedes mismos adorando y diciéndoles a otras personas:
miren cómo adoro, ¿acaso no soy un buen adorador?

No; se trata sólo de Dios, y su atención debe estar fijada en Dios. Y lo que
Dios les manda hacer serán esas cosas que son transparentes ante su
presencia, y no una actuación.

David tuvo que aprender el principio regulador cuando devolvió al arca a


Jerusalén.

Vamos a Segunda de Samuel, en el capítulo seis, leyendo desde el


versículo seis al ocho, cuando se disponía a devolver el arca de Dios y Uza
la llevaba junto a los hijos de Abinadab:

“Cuando llegaron a la era de Nacón, Uza extendió su mano al arca de Dios,


y la sostuvo; porque los bueyes tropezaban. Y el furor de Jehová se
encendió contra Uza, y lo hirió allí Dios por aquella temeridad, y cayó allí
muerto junto al arca de Dios. Y se entristeció David por haber herido Jehová
a Uza, y fue llamado aquel lugar Pérez-uza, hasta hoy”.

Este era un evento alegre, y todos estaban siendo sinceros en su tarea de


llevar el arca, y seguro que Uza actuó con toda la buena intención del
mundo. ¿Se imaginan que se cayera el arca al suelo y al barro y se
ensuciara?

Pero quizá hubiera sido mejor que el arca se ensuciara que la mano de Uza
tocara el arca, porque Uza no estaba autorizado. Uza no tenía autorización
ni siquiera para tocar el arca, y en el momento en que se desobedeció la ley
de Dios y se violó la santidad de Dios, Él intervino de inmediato. Dios
responde inmediatamente en la integridad de su santidad, y el pecador fue
consumido al instante.

David tenía que aprender un lección con relación a la reverencia a Dios, y la


lección que aprendió se nos da en Primera de Crónicas. En el libro de
Primera de Crónicas, capítulo dieciséis, de nuevo encontramos este mismo
acontecimiento en el que Uza es consumido por la santidad de Dios por
tocar el arca.

Leemos en Primera de Crónicas quince, versículo once: “Y llamó David a


los sacerdotes Sadoc y Abiatar, y a los levitas Uriel, Asaías, Joel, Semanas,
Eliel y Aminadab, y les dijo: Vosotros que sois los principales padres de las
familias de los levitas, santificaos, vosotros y vuestros hermanos, y pasad el
arca de Jehová Dios de Israel al lugar que le he preparado”.

Esta es la lección que aprendió: “Pues por no haberlo hecho así vosotros la
primera vez, Jehová nuestro Dios nos quebrantó, por cuanto no le
buscamos según su ordenanza. Así los sacerdotes y los levitas se
santificaron para traer el arca de Jehová Dios de Israel. Y los hijos de los
levitas trajeron el arca de Dios puesta sobre sus hombros en las barras,
como lo había mandado Moisés, conforme a la palabra de Jehová”.

David aprendió una lección. ¿Cuál fue esa lección? Cuando intentamos
llevar el arca antes con Uza, el hijo de Abinadab, que no era un levita,
estábamos haciendo lo que era conveniente para nosotros; estábamos
obrando con sinceridad, pero descubrimos, por el arrebato de Dios contra
nosotros, que no estábamos guardando su ordenanza.
No era acorde, ya que Moisés había ordenado que obedeciéramos la
Palabra de Dios. Fue una violación del mandamiento de Dios, una violación
del principio regulador.

El rey Uzías, más adelante, en Segunda de Crónicas veintiséis, seguro que


ustedes se acordarán, quiso cambiar la adoración prescrita por Dios.

Él pensaba que estaría autorizado para hacerlo, pues, al fin y al cabo, era el
rey, y si había alguien autorizado para hacer lo que quisiera, ese era el rey.
Así que decidió que quería quemar incienso en el templo, aunque él no era
sacerdote. ¿Por qué?

Leemos en el versículo dieciséis de Segunda de Crónicas veintiséis que su


corazón era tan orgulloso que actuó de manera corrupta y no le fue fiel al
Señor su Dios. Él quería obtener más adoración. Mírenme, no sólo soy rey,
sino también un sacerdote, y puedo hacer lo que me plazca, incluso en la
presencia de Dios. Y su arrogancia lo llevó a traspasar las fronteras
establecidas por Dios para la adoración.

Los sacerdotes acudieron al templo, y le pillaron in fraganti; advirtieron al


rey de que no estaba autorizado para hacer eso. Sin embargo, el rey
arrogantemente hizo caso omiso e hizo lo que quiso en la presencia de
Dios, y Dios inmediatamente lo castigó nuevamente, y mientras ofrecía su
ofrenda, sus manos se volvieron blancas como la nieve a causa de la lepra.

Y ustedes saben lo que debía hacer un leproso: ser apartado. Un leproso


nunca podría ser admitido en el lugar santo, ya que debía pasar el resto de
su vida en una casa recluido, y nunca más sería admitido en la presencia de
Dios en el complejo del templo. ¿Por qué? Porque actuó con orgullo y violó
los límites establecidos de la adoración a Dios.

En Mateo, capítulo quince, Jesús acusa a los fariseos de este mismo


pecado: violar el principio regulador. En Mateo quince había estado
enseñando sobre el quinto mandamiento, honra a tu padre y a tu madre,
pero criticó duramente a los fariseos en el versículo cinco:

“Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi


ofrenda a Dios todo aquellos con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar
a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por
vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo:
Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí, pues en
vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”.

La religión de los fariseos atribuía más valor a su propia tradición creada por
los hombres que a la Palabra de Dios, y por eso Jesús cita Isaías
veintinueve dieciocho y les dice: miren, su religión es algo vacío, y es vana
porque están más preocupados por hacer las cosas según los hombres que
de ser obedientes a Dios.

Temen más al hombre y se preocupan más de ser vistos por los hombres
que de temer a Dios, y su adoración está diseñada para honrarlos a ustedes
mismos en lugar de honrar a Dios. Mientras adoran, están concentrados en
ustedes mismos, les encanta ocupar los lugares más prominentes y les
encanta usar palabras muy adornadas y términos que nadie usa; oh, qué
hombre tan religioso.

Les encanta estar en las esquinas de las calles y alardear de su religión, y


mientras tanto roban a las viudas y su corazón está lleno de celos, de
avaricia, de lujuria y de asesinato. En vano usan el nombre de Dios con sus
labios cuando lo cierto es que su corazón está lejos de Él. No siguen la
Palabra de Dios, y se felicitan por su adoración.

Se están promoviendo en estas tradiciones y ritos que han hecho,


fomentado y fabricado humanamente, los cuales están diseñados para
hacerlos sentir bien cuando se miran. Dios dice que esto no le agrada, que
es una adoración vacía y vana.

Cuando Jesús habla con la mujer en el pozo, en Juan capítulo cuatro, le


enseña, si recuerdan, que Dios es espíritu y que los que le adoran deben
hacerlo en espíritu y en verdad, y que esa es la adoración que Dios busca.
Él rechaza la adoración de los samaritanos en el monte Gerizim.

Él había venido y cumplido los tipos y los cuadros de la adoración aceptable


que se daba en Jerusalén, llevando así esos tipos y cuadros a su plena
expresión en su propia adoración a Dios llevada a cabo en el Calvario. ¿Ha
pensado alguna vez que la cruz fue un acto de adoración?

La muerte de Jesús en la cruz fue un acto de adoración, la plena expresión


de la adoración sacrificial; y ahora, en el nuevo pacto, es esa adoración en
la que hemos de entrar.
Entramos en la adoración de Cristo en la cruz cuando acudimos a la
presencia de Dios por la fe en el Cordero, esa provisión que nos fue dada
en Jesucristo. Y acudimos llenos del Espíritu como hijos reales de Dios,
como un sacerdocio santo cuyos sacrificios son de naturaleza espiritual en
obediencia a la Palabra de Dios según la provisión que Dios nos ha dado en
Jesucristo.

Todo este asunto tiene su enfoque en el vocabulario que el apóstol Pablo


usa en Colosenses capítulo dos y versículo veintitrés; en Colosenses
capítulo dos y versículo veintitrés, Pablo advierte contra las influencias del
paganismo en nuestra adoración.

Nos advierte contra el ascetismo y sus reglas hechas por hombres, que
maltratan el cuerpo y tienen una visión distorsionada de Dios como creador
y nuestra como portadores de su imagen creados a su semejanza.

El versículo dieciocho nos dice que el orgullo está tras estas formas de
adoración autocreadas e infladas sin causa en sus mentes carnales, y tal
religión, nos dice en el versículo diecinueve, está desconectada de la
cabeza que es Cristo. Y en el versículo veintitrés nos dice que esta religión y
este ascetismo autocreados, esta religiosidad pagana no hace nada para
batallar contra la indulgencia carnal.

Leemos en el versículo veintitrés: “Tales cosas tienen a la verdad cierta


reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del
cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”.

Y, hermanos, en todo el mundo esta forma de religión es la que domina.


Podemos ver a gente flagelándose la espalda, gente aporreándose la frente
y la sangre corriendo por sus rostros debido al duro trato que le dan al
cuerpo.

Podemos ver el trabajo mecánico y repetitivo del rosario a base de frases


huecas lanzadas al viento absurdamente. Pueden ver los peregrinajes, lo
que la gente da de forma sacrificial, gente que no tiene un corazón
dispuesto para las cosas de Dios, sino que simplemente es una señal
externa de una depravación autoascética del cuerpo.

Pablo dice: miren esto, esa religión no sirve para nada, está desconectada
de la cabeza y no tiene beneficio alguno, no hace ningún bien. Y la palabra
clave que hemos de considerar es la palabra traducida como “culto
voluntario” en el versículo veintitrés.

El griego combina la palabra “voluntad” y la palabra “religión”, una actividad


religiosa que está determinada por la voluntad del hombre, y no por la
voluntad de Dios. Los puritanos lo llamaron adoración al gusto; y es
interesante, hay sabiduría aquí, siendo la adoración de cualquier cosa que
uno quiera.

Es la adoración de la propia voluntad del individuo. Adoración al gusto,


hacer un dios de cualquier cosa que el hombre quiera en lugar de darle a
Dios lo que Él quiere. Es la adoración de los deseos de uno mismo, ¿y con
qué frecuencia oímos esto como el argumento de las novedades y las
innovaciones que se hacen en la adoración hoy día?

Se debe a que eso es lo que la gente quiere. Eso es lo que gente quiere.
Usted adora lo que quieren los demás; esto es adoración al gusto,
adoración creada por el hombre.

Hermanos, como dije la pasada noche, esto es una forma de tiranía


impuesta sobre el verdadero pueblo de Dios. Es una forma de tiranía, una
imposición sobre el verdadero pueblo de Dios.

Me he contristado en ocasiones al estar en servicios de adoración donde la


música y todo lo que ocurría estaba muy distante y desconectado de los
santos más ancianos que estaban en el servicio, sobre los que estaban
imponiendo tales formas. Y sus almas… les he visto ahí de pie, sin poder
cantar, sin poder participar por ser algo tan ajeno a ellos, pero estaban
obligados.

Y se les ha dejado atrás porque lo que impera y a lo que se sirve es a la


voluntad de la generación más joven, y de esa forma la generación más
anciana es ignorada, y eso es una forma de tiranía sobre ellos, una
imposición.

Eso no es amor, no es ser considerado, y me entristece. Derek Thomas


dice: “Si tenemos la libertad de adorar a Dios colectivamente de formas
diferentes a las que Él ha revelado, estamos destinados a la tiranía y a la
esclavitud, ya que estaremos a merced del gusto personal de alguien y de la
nueva forma que alguien acaba de descubrir”.
William Cunningham comenta: “Ni en materia de fe ni de adoración la iglesia
tiene ninguna autoridad por encima o distinta de lo que está escrito en la
Biblia, ni tampoco tiene el derecho de decretar o imponer nuevas prácticas o
instituciones en el apartado de la adoración bíblica más que el derecho que
tiene de enseñar nuevas verdades en el apartado de fe bíblica”.

No tenemos más derecho a empezar a enseñar nuevas doctrinas diferentes


del que tenemos a inventar una nueva adoración hecha por los hombres.
Nuestra enseñanza y nuestra adoración deben estar reguladas por la
Palabra de Dios.

Irónicamente, a quienes apoyamos el principio regulador a veces se nos


tacha de legalistas porque no le damos al hombre la libertad de ser
innovador en su adoración. Pero quiero decirles, amigos míos, que es la
innovación lo que es legalismo, dictados hechos por el hombre que
esclavizan la libertad de la conciencia y fuerzan al pueblo de Dios a
presentar a Dios una forma de adoración que Él no les ha dado la libertad
de llevar a cabo.

Cristo ha liberado nuestra conciencia para que sea instruida por las
Escrituras. Y en esto creemos, nuestra conciencia está atada a las
Escrituras y no podemos hacer otra cosa, para parafrasear a Lutero.

Derek Thomas de nuevo dice: “Mantener una buena conciencia ante Dios
significa adaptarse a la normativa de Dios que Dios ha establecido, y sólo a
esa ley. La alternativa es tiranía. La alternativa es tiranía”.

Y Pablo nos advierte de no incorporar las doctrinas o prácticas que han sido
inventadas por los hombres y que no han sido reveladas por Dios. Las
prácticas a menudo se toman de las actividades de falsas religiones, así
que asegúrense de que sus prácticas religiosas están autorizadas por Dios
y no influenciadas por la adoración al gusto, o la adoración creada por el
hombre.

En Malaquías capítulo uno, al final de nuestro Antiguo Testamento, Dios nos


hace una pregunta, en Malaquías capítulo uno versículo seis: “El hijo honra
al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi
honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? Dice Jehová de los ejércitos a
vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué
hemos menospreciado tu nombre?”.
Y continúa diciéndoles que están haciendo de la adoración a Dios algo
diferente de lo que Él les ha dicho que fuera. En el versículo trece: “Habéis
además dicho: ¡oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis, dice Jehová de
los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis
ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano?”.

Y esta es la misma pregunta que vimos la pasada noche en Isaías uno


doce. ¿Debo recibir eso de su mano? ¿Quién les dijo que eso es lo que yo
quería que trajeran? Ustedes dicen que mi adoración es muy aburrida, es
fastidiosa, y la menosprecian. No nos gusta esta adoración, queremos algo
más popular, algo que nos agrade más. Él dice: honran a su padre, ¿y no
me honran a mí?

Respetan a su señor, ¿y no me respetan a mí? Cuando traen esta


adoración que ustedes mismos han fabricado según las cosas que les
convienen y las cosas que realmente no les cuestan mucho, ¿se supone
que yo debo aceptarlo?

Imagínese que su padre le pide que le haga un sándwich, y le dice: “Quiero


un sándwich de pollo con mostaza en pan de centeno, un sándwich de pollo
con mostaza en pan de centeno. Por favor, hijo, hazme un sándwich”.

Usted va a la cocina, abre el mueble y ve la crema de cacahuate en la


repisa. Pues bien, resulta que a usted le gusta más la crema de cacahuate
que el pollo, y el pan blanco está abierto sobre la encimera.

No está seguro de dónde está el pan de centeno, y el pan blanco lo tiene


ahí mismo, es lo más fácil. Así que toma el pan blanco, y unta algo de
crema de cacahuate, y se come usted mismo un poco de crema de
cacahuate porque le gusta mucho.

Y usted piensa: bueno, un sándwich es un sándwich, mi padre está


hambriento y esto le calmará su apetito. Además, la crema de cacahuate es
mi favorita. ¿Cree usted que su padre se agradará de su sándwich de
crema de cacahuate? No.

Así que usted vuelve a la cocina y dice: de acuerdo, quiere un sándwich de


pollo con mostaza en pan de centeno. Qué aburrido. Creo que debo poner
unos pepinillos en este sándwich para que le dé algo más de sabor. Y
además de la mostaza creo que le pondré también algo de mayonesa para
mejorarlo.
Así que le voy a llevar un sándwich de pollo con mostaza en pan de
centeno, pero voy a añadirle pepinillos y le voy a poner un poco de
mayonesa encima también. Y le lleva el sándwich a su padre. ¿Le va a
gustar el sándwich? No, eso no es lo que él ha pedido.

Él quiere que le dé un sándwich según el principio regulador, que le traiga lo


que ha pedido, nada más, nada menos. Un sándwich de pollo con mostaza
en pan de centeno, eso es lo que quiere.

Dios es un Dios celoso, y su nombre debe ser reverenciado. Por tanto, aquí
está nuestro principio a la hora de acudir a su presencia según lo que Él ha
ordenado, no según la fabricación de nuestros propios rituales, sino para
darle adoración guardando sus ordenanzas; no siendo creativos, no siendo
tiranos e imponiendo sobre otros rituales hechos por hombres y
estrechando el hecho de ser sus hijos y su libertad para ser libres en su
obediencia a Dios.

En una época donde lo novedoso, los trucos, el marketing, el


entretenimiento, la política y toda clase de intereses han invadido la iglesia y
se han adueñado de la atención y de las energías del pueblo de Dios,
tenemos que alejarnos de la adoración al gusto creada por el hombre y
hacernos la pregunta: ¿cómo quiere Dios que le adoremos?

Y en la siguiente hora, nuestro estudio final, intentaremos responder a esta


pregunta con cuestiones más específicas, como qué debemos hacer en la
presencia de Dios para ser obedientes a su Palabra. Que Dios nos conceda
una adoración que glorifique su nombre. Amén.

Oremos: Padre, oramos que tú, por tu gracia y tu Espíritu, nos guíes a tu
presencia, que en Cristo Jesús nos escojas para acercarnos a ti y que, en
Cristo Jesús, por tu Espíritu y en obediencia a tu Palabra, podamos darte lo
que deseas: adoración espiritual en espíritu y en verdad para la gloria de tu
nombre, para la alabanza de Cristo Jesús. Amén.

Derechos Reservados ©2009

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