Reina Urimare

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Urimare, la princesa guerrera

1. Prefacio
2. Colón el inesperado
3. Fila de Mariches, la tierra amada
4. Nace una princesa
5. El pequeño poblado de “El paraíso”
6. Pobladores ancestrales...venidos de la Madre Tierra
7. Mala conducta y agravios
8. La masacre de “Pancecillos”
9. La maldición del Guaraira Repano
10. Urimare la princesa líder
11. Santiago León de Caracas
12. La reunión de los oprimidos
13. El sitio de las maracas: Maracapana
14. La garganta de “Agua Salud”
15. La retirada
16. ¡Piratas!...piratas!
17. Mariches heroicos, mariches mártires
18. La peligrosa princesa, cautiva
19. Honor a Aramaipuro, héroe de la patria mariche
20. Regreso a la madre patria mariche
21. El litoral central, “civilizado”
22. La Guaira, la ciudad nunca fundada
23. Guaico, embajador en Tarma
24. El Prefecto asesinado!
25. En los brazos de Urimare
26. El yo, comenzó a sustituir al nosotros
27. Urimare el final de una época
28. Vargas, cuna del futuro

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PROGRAMA TIUNA, LUZ DEL AMANECER


LIC. FRANCISCO NATERA AMUNDARAIN

Prefacio

URIMARE, la princesa guerrera, en nuestra historia, por cierto muy mal contada, o mejor dicho contada a
favor de unos cuenteros que arrimaron la braza para su candela y nos dejaron cuentos, informaciones y
otras especies no muy verdaderas o muy ajustadas a su verdad.

Urimare, quien nació en la Tierra Amada de Mariche, en la entrada del valle de Los Caracas, por donde
nace el sol y cerca de un pueblito llamado Petare, o el que está “frente al rio”.

Luego de participar en la gran batalla de “Maracapana”, se desplaza con su padre ARAMAIPURO, en unas
de esas marchas tan frecuentes en nuestra historia, entre el centro o Caracas y el oriente de Venezuela o

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Cumaná.

En la ciudad oriental es capturada por el pirata Sir Walter Raleigh y matando a su custodio, vuelve a tierra e
inicia el camino de retorno al centro del país.

Llega a los dominios del anciano cacique GUAICAMACUTO y empieza su periódo como cacica,
gobernadora y reina del Litoral Central.

Es una historia emocionante, llena de combates, de duros sacrificios, de mucho coraje y de una belleza
estimulante, para que entendamos el largo proceso de uno de estas heroínas olvidadas en hacer la nueva
MATRIA.

Francisco Natera A. Playa Verde, Vargas 2005.

Colón el inesperado

Cuando Colón llegó medio perdido por estas nuevas tierras, ya habían sucedido acontecimientos sociales y
políticos de gran trascendencia. Cuatro grandes civilizaciones muy avanzadas poblaban el continente, al
norte los Aztecas, en el centro los Chibchas y Mayas, al sur los Incas. Igualmente en extensos territorios
habitaban Arahuacos, Caribes, Timoto Cuicas, Tarmas, Araucas, Aimaras y otras miles de tribus.
En el mar Caribe los pobladores Taínos, ya sufrían la invasión y conquista de los Caribes, tremendos
guerreros y navegantes arrojados.
Lo Arahuacos se expandieron por el norte y sur de América y su raíz lingüística llegó a ser una de la más
extendida en todo el continente.
Los pobladores arahuacos de las Antillas a los pocos años de la invasión europea habían sido
exterminados por las guerras internas, las atrocidades y barbaries de los conquistadores y las
enfermedades importadas de Eurasia.
Las islas caribeñas eran el asiento de tainos, arahuacos y caribes, quienes habían conquistado cierta
estabilidad política y mucha prosperidad en la producción de alimentos. Es decir el escenario en donde
tocan tierra los europeos, poseía ciertas condiciones que desmienten esa especie de leyenda basada en la
falsedad, que los españoles eran necesarios para conducir las etnias “salvajes” a “la civilización”.
Sabemos que tarde o temprano el contacto del nuevo mundo con el viejo y conocido era menos que
inevitable, lo que si podemos asegurar es que los pobladores de estas tierras tenían su curso de vida, sus
lenguas, costumbres y religión, las cuales fueron impactadas, sustituidas, violadas y conducidos a “un nuevo
orden”, cuyas consecuencias coloniales apenas en el siglo 21, hemos empezado a revertir efectivamente.
Una de estas terribles consecuencias fue la sujeción de estos pueblos a las leyes, normas y costumbres de
los pueblos invasores, europeos y luego norteamericanos y ello se explica por la poderosa transculturización
que desarraigó a estos pueblos de sus sanas costumbres, de su amor por la tierra y su conservación y
sobre todo por la brutal anulación del “bien común por encima del bien egoísta e individual”.
Muy poco se ha escrito sobre la tremenda resistencia de los pobladores en contra de los invasores, la cual
posiblemente duró unos 300 años. Primero fueron los indígenas, luego los negros y mestizos y al final los
descendientes mezclados y forjadores de la independencia de España.
Esta lucha siempre estuvo matizada de acontecimientos terribles, batallas nunca reseñadas, millones de
muertos, traiciones internas y episodios siempre dignos de ser contados.

Fila de Mariches, la tierra amada

Este sueño irreal, me traslada a la Fila de Mariches, espacio aledaño a la ciudad de Caracas, Venezuela y
por encima de mi cabeza pasan en sucesión las imposibles y extrañas cabinas del Cable de Mariche, un
correaje que hoy transporta 500 años después, a estos pobladores nuevos, cuya conciencia a veces nada
tiene que ver con sus ancestros, aquellos mariches quienes dieron su vida por la libertad y defendieron este
mismo territorio de los extraños invasores.
Los Mariches ocupaban desde tiempos precolombinos, la zona aledaña a la ciudad de Caracas, a la vera
del río Guaire y la quebrada Caurimare, por allí se asentaban los Mariches, descendientes de los Caribes y
cuyo asiento principal era el poblado de Petare, que en lengua Caribe significa “Poblado frente al río”.

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Como siempre se falsifica la verdadera historia y se cree que Petare fue fundado en 1621 por el español
Pedro Gutiérrez, cuando la realidad fue que Petare ya era un viejo poblado habitado por millares de
mariches, cuando sus pobladores vieron por primera vez a los invasores.
Tamanaco fue su último gran gobernante asesinado por el “progreso”. A partir de este hecho y del
desplazamiento de los mariches hacia el este de Venezuela, huyendo de la esclavitud y la opresión, se inicia
el aplastamiento de estos magníficos venezolanos ancestrales.
En la neblinosa mañana se destacaban las azules colinas circundantes del sector “El Hatillo”, lugar hermoso
aledaño a Mariche.
Ráfagas de viento inundaban con blancas bambalinas de niebla y en la choza de Aramaipuro gran cacique y
jefe de los mariches había un trajín inusual.
Afuera sentados frente a una improvisada fogata estaban los guerreros principales siempre atentos y
respetuosos de la voz del gran cacique, gran líder de los mariches y muy reputado por su fortaleza,
sabiduría y ferocidad para defender el territorio amado de su patria.
Desde el año 1567, es decir, a más de 69 años de la llegada de los invasores españoles a la tierra
conocida, los mariches se habían rebelado furiosamente contra su pretensión de esclavizarlos y quitarles
sus tierras, la tierra de sus ancestros y su tranquila vida.
Los mismos cerros circundantes de hoy en su figura retratada contra el purísimo azul, ahora despoblada de
bosques y llenos de ranchos miserables creados por la nueva religión llamada Capitalismo.
En aquella agreste naturaleza también sucedían cosas inusuales y de gran importancia para definir el riel
del futuro.

Nace una princesa

La causa de la reunión y del trajín de las mujeres dentro de la choza, era que la mujer de Aramaipuro,
URICAO paria de nuevo y siempre entre los mariches esto era objeto de grandes manifestaciones de
regocijo.
Por supuesto que los guerreros y el padre cacique, siempre anhelaban la venida de un varón, otro futuro
brazo guerrero para luchar en contra de los invasores, pero en esta oportunidad resultó que había nacido
una hermosa niña.
En el marco de la puerta respaldada por el rojizo resplandor de la fogata que ardía dentro de la choza,
apareció la mujer del piache y frente a los congregados, envuelta en una tela ceremonial, levantó a la recién
nacida y exclamó: Urimare!, Urimare!, que en el lenguaje mariche significa “Ponzoña de abeja”.
Aramaipuro se acercó solicito a la puerta y delicadamente tomó la frazada toscamente tejida que sostenía la
vieja y descubriéndole el rostro a la recién nacida, susurró amorosamente: Urimare!...Urimare!…
Toda la tribu estaba congregada en la explanada frente a la casa del Gran Señor de los mariches y sonaron
roncos, los tambores de guerra y las guaruras, se alzaron cientos de fogatas de las barbacoas y las
gargantas sedientas fueron regadas con chicha fuerte.
La fiesta duró dos días y sus noches y todos se acercaban a ver la hermosa niña de extraños ojos verdes y
piel aceitunada que yacía plácida en una gran cesta de bejucos.
Todo un alboroto por la niña, algo distinta y que contemplaba a los curiosos con su par de ojos
extrañamente fijos.
Los comentarios eran de buenos augurios y algunos sabios se atrevían a adivinar hechos trascendentales
en los cuales esta pequeña, tendría mucho que ver.

El pequeño poblado de “El paraíso”

Al otro lado del valle, lejos, a la orilla de un rio cristalino en un intrincado bosque que los recién llegados
bautizaron “El Paraíso”, un grupo pequeño de hombres blancos apretujados alrededor de una hoguera,
escuchaban distantes el rumor de los tambores y se sentían amenazados por la invisible presencia de esos
seres extraños del bosque.
Precisamente para los lados de las serranías de los mariches, se hablaba de la existencia de una enorme
mina de oro y las conversaciones de todos siempre giraban acerca de la fantasía de marchar algún día y
apoderarse de tan enormes riquezas, para luego volver por el peligroso mar a la remota España y vivir una
vida regalada.
Todos querían el oro mariche por su poder y su gloria.

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-Esos salvajes nos impiden ir por “nuestro oro”. Joder!

Pobladores ancestrales...venidos de la Madre Tierra


No había sido fácil para los invasores blancos apoderarse de estos territorios y además de la bronca
naturaleza debían sufrir la férrea resistencia de los antiguos pobladores, venidos desde el sur del continente
por los lados del Paraguay y Brasil, igualmente desde el norte en donde hacía milenios poblaban toda la
cuenca salpicada de islas. Eran los Caribes, expertos navegantes que ya habían llegado a Centroamérica y
la Florida.
Nunca habían visto los aborígenes un caballo o armas de metal, ni carretas con ruedas. No conocían
muchos de estos formidables adelantos, pero tenían sus idiomas nativos suficientes para poder
comunicarse.
Contaban con otra forma de vida que ellos hubieran podido mostrarle a los atrazados europeos regidos por
los conceptos del lucro, el individualismo y la crueldad y que era todo un poema llamado el “buen vivir”:
Mediante la reciprocidad, los pobladores cuando era necesario intercambiaban productos o servicios. Un
favor se devolvía con mil favores y esta tradición de solidaridad, quedó impresa en nuestros genes para
toda la eternidad. Somos un pueblo solidario, sensible y muy hospitalario.
Era lo usado, que si yo requería racimos de plátano, frutas o carne, pudiera cambiarlos por cestas, canoas o
chinchorros. Los bienes no se vendían, ni se compraban, se intercambiaban atendiendo al equilibrio de la
reciprocidad, del mutuo beneficio. El lucro y la especulación, no existían en esta sociedad.
Los blancos trajeron igualmente terribles enfermedades desconocidas en estos parajes. Los indios
prácticamente fueron exterminados por la viruela, la gripe española y la sífilis.
Igualmente destruyeron el concepto de esta ancestral vida en la que todo giraba a favor del colectivo, de la
comunidad, la conservación del ambiente y no del lucro, la venta, la compra y el señor de los señores: el
dinero o el oro.
En cuanto a religión, los originarios creían en Dios a su manera y en el Cielo como un lugar paradisíaco en
donde no había guerras ni se sufría.
La tierra era para muchos de ellos un mal lugar, en donde se moría y se penaba, debido a la maldad de los
hombres quienes habían propiciado el nacimiento de los demonios y quienes enseñaron a los hombres a
matar y les transmitían enfermedades y sufrimientos.
Curiosamente en los pueblos originarios se creía en que Dios había enviado a su “emisario” a salvar a los
hombres y en algunas tribus se tenían memorias de un “gran diluvio” para castigar las maldades humanas.
Muchos sabios habían previsto la llegada de los extraños blancos y el fin del mundo que ellos conocían.

FRANCISCO FAJARDO, EL MESTIZO


Dicen que “No hay peor cuña, que la del mismo palo” y esto lo podemos aplicar al comportamiento de este
conquistador medio español, medio aborigen quien fue el fundador del poblado “El Collado” en 1560 y de
Caraballeda en 1564 o el Nuevo Collado.

Cuando Francisco Fajardo, venía o regresaba a los lados del Litoral Central y desembarcaba en la
población de Chuspa (Este del hoy estado Vargas, Venezuela) en 1555 y lo acompañaban sus medios
hermanos Alonso y Juan Carreño, lo hacía prevalido de su condición doble, de hijo de la cacica “Isabel”,
esposa del teniente gobernador español Francisco Fajardo en la isla de Margarita y ayudado por sus
conocimientos de la lengua Caribe.

Muchos historiadores cuentan que la cacica Isabel era hermana de Naiguatá y nieta del cacique Charaima,
jefe en las Filas de Mariche.
Pasado el cabo Codera, el cuerno tormentoso que divide la costa central de Venezuela, con las aguas
tranquilas de sus costas orientales, la chalupa en donde venía Fajardo, pudo avistar a lo lejos el poblado de
Chuspa.
El patrón del bote, alertó a Fajardo:
-Ah! Don Francisco, que allí delante ya se dibuja el poblado de Chuspa, en donde vuestra merced quiere
arribar…
-Si hombre Julián, ya era hora, después de la vapuleada que nos ha dado la mar en Codera. Jolines! Que
ya era hora!
Arrimado el bote a la playa, ya venían a recibirlo algunos pobladores,muchos de ellos con penachos

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ceremoniales que denotaban cierta jerarquía y mando.


Don Francisco, esperó erguido con su brillante peto metálico y una gran toledana al cinto.
Los recién llegados, quedaron impactados al escuchar a este extraño hombre blanco hablándoles en su
propia lengua Caribe, asunto que después de la sorpresa los alagó mucho, pues era conocido que estos
hombres pálidos hablaban una jerigonza extraña que nadie entendía.
De inmediato Don Francisco, pidió a la comitiva llevarlos al oeste en busca del cacique Naiguatá, señor de
estas tierras caribes.

NAIGUATÁ, EL SEÑOR DE LAS GAVIOTAS:


Al bordear la garganta del gran cerro Guaraira Repano que lame el mar, entraron al poblado del señor de
Naiguatá, a quien encontraron en su gran choza enclavada en Pueblo Viejo, parte alta del cerro y desde
donde divisaba todo el mar de sus playas.
Su fama de sabio había crecido como la espuma y en los días de mar bravío en las escolleras de su costa,
siempre era seguido por una bandada extraña de gaviotas, quienes al notar su presencia venían en
perfecta formación a darle la bienvenida.
Los piaches contaban que Naiguatá era un poeta, un gran señor que hablaba con sus amigas del mar,
espíritus benignos convertidos en gaviotas y quienes le susurraban los oráculos del futuro y sobre todo del
irrefrenable río de los acontecimientos que iban a conducir a su pueblo a una titánica, sangrienta, pero inútil
resistencia ante el blanco invasor.
Es por ello que al tener noticias de la llegada del mestizo Fajardo, Naiguatá pensó en una grieta en el
tiempo que pudiera llevarlos a una salida del cruel destino que las gaviotas le graznaban desde el aire en
aquellas tardes de rojo atardecer que aquietaban las aguas en la playa.
Naiguatá estuvo complacido de ver a Francisco, hijo de su hermana Isabel, pero por más que lo miraba, no
le veía rasgos de su sangre, sino la de un hombre blanco cualquiera, como los que había visto y combatido
parte de su vida. Esto lo ponía tenso y desconfiado, pero la ladina conversación de su supuesto sobrino,
vino a disipar un poco el hielo de este primer encuentro.
Don Francisco, sabedor de la inteligencia y poder de este gran cacique, vino preparado con algunos regalos
enviados por su madre desde la isla de la Margarita. Entre todos, una gran barrica de roble, en cuya
entraña se maceraba un brandy español, comprado con oro a los numerosos contrabandistas holandeses
que ya navegaban por las islas de oriente, una blanquisima hamaca tejida en el poblado de el “Norte”,
mantas de hilo, un bello collar de perlas, pescado salado y embutidos en barrica, y un dulce hecho con
papelón y semillas de lechoza, envuelto en hojas de plátano, llamado “Piñonate”.
Don Francisco, mirando al cacique y su corte de ancianos, piaches y principales guerreros, les explicó:
-Tío y gran señor, he aquí estos tejidos o mantas de hilo, preparadas por las manos de araña de nuestras
mujeres Gauiqueries, esta gran hamaca blanca de algodón, para que descanse el más grande de los
grandes caciques que vive en este hermoso territorio y esta barrica, que contiene un licor, mil veces más
potente que cualquier chicha fermentada, probada por hombre alguno.
Un vuelo de rumores despertó la disertación en perfecto lenguaje Caribe.
-Eres bienvenido y tus regalos me alagan. Espero que tu estancia entre nosotros sea en paz y para
beneficio de todos.
-Así será tío-.
-Venga Alzuru, abramos la barrica y brindemos por el señor de los señores!
El aludido brinco a la barrica, seguido por la mirada de los 20 acompañantes blancos de Don Francisco, sus
dos hermanos y algunos canarios de orilla, toda gente tosca y de malos modales.
En la totuma del gran cacique le fue vaciada una porción del licor y Fajardo espero la probada y algún
comentario.
-Es fuerte, este brebaje y se sube rápido a la cabeza!. Hay que tomarlo con calma y sabiduría.
Diciendo esto, le entregó el resto a Fajardo y acompañado de su mujer y otros allegados, se retiró a
descansar en la nueva hamaca que le pareció maravillosa y propicia para dormir y soñar…
Francisco Fajardo y sus ansiosos acompañantes, entraron en calor rápidamente y la gran barrica fue
distribuida entre los huéspedes y sus mujeres presentes.
Pronto los españoletos, empezaron a cantar y a meterle el ojo a algunas indias que los observaban con
demasiado interés.
-Jolines! Don Alzuru, que estoy viendo algunas hembras muy llamativas y de poca ropa!
-Si!, que me escalpen!, aquí las hembras no se tapan mucho y parecen que hasta le disputan el respeto a
los varones o maridos. Joder!..
Viendo la situación, Don Francisco los amonestó temprano, para evitar una mala entrada en esta
comunidad, que los había recibido tan cordialmente.

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-Joder maeses! Tended cuidado con los ademanes, que ya veo algunos guerreros algo molestos por los
gestos que hacéis a sus hembras. Con calma señores, que para todos hay!, pero tended paciencia y no os
precipitéis con pendejadas!
Esto refrenó un poco, lo que el brandy ya había iniciado con fuerza y a regañadientes la fiesta se acabó de
repente. Algunos invitados, se quejaron un poco, pero todos se fueron a dormir.
En la explanada, bajo los uveros los blancos armaron su palenque y colgaron los chinchorros. Un mar de
estrellas lechosas se deslizaba por el cielo y una luna regordeta apareció sobre la gran montaña.
Fajardo de acomodó en su hamaca margariteña y al amparo de la cálida noche, inició un vaiven al compś
de la suave brisa que venía del mar.
Ante el gran éxito de la primera incursión de Fajardo en los territorios de Caruao, al Oeste del hoy estado
Vargas, la cacica Isabel decide acompañar a su hijo en el segundo viaje en 1557.
En esta segunda oportunidad, Fajardo funda el poblado de “Panecillo”, muy cerca de Chuspa y con la
presencia de su madre, logra la completa aceptación de todos los jefes aborígenes de la comarca e incluso
la aceptación del poderoso cacique Naiguatá.

Mala conducta y agravios


En el poblado de Panecillo, las cosas no iban bien pues los soldados de Fajardo iniciaron una serie de
peleas por la distribución de la tierra y apoderamiento de las mujeres, asuntos delicados que violaban el
buen vivir de los “Hombres Libres”.

La propiedad privada, era totalmente desconocida y la tierra se trabajaba para el beneficio de toda la
comunidad.

Las doncellas aborígenes, eran mujeres libres que escogían sus parejas por los atributos de capacidad para
luchar y producir en estos agrestes parajes, pero eran raramente obligadas por la fuerza, a menos que se
tratara de uniones concertadas de princesas o herederas de los caciques, a quienes les interesaban las
alianzas con otras tribus.

De allí, que las extrañas costumbres de los “nuevos huéspedes”, causaron traumas sociales irreparables y
como consecuencia hubo una reacción armada en contra de los hombres de Fajardo y su madre.

La masacre de “Pancecillos”
Naiguatá y su lugar teniente GUAICAMACUARE se oponen a la violencia y aconsejan a las tribus
afectadas, “dejar salir a Fajardo y su gente, sin hacerles daño”.
Fajardo no entendió la seña y por el contrario tomó represalias contra algunos indios y los ahorcó.
Comisionan los Hombres Libres al cacique Paisana, mediante una gran asamblea popular en “Uverito” en el
poblado de “Macuto” para que someta a Fajardo y lo expulse del territorio de Caruao y Chuspa. Para ello
Paisana les envenena los pozos de agua potable situados en el poblado de Panecillo y sus alrededores.
Fajardo replica con una incursión punitiva de pelea y se dirige al Este en busca de Paisana, a quien
sorprende de noche en su propio campamento cerca del caserío de Oripoto y le causa centenares de bajas
con sus poderosos arcabuces, picas y largas espadas.
Capturado el cacique Paisana y desoyendo pedidos de cordura y clemencia de sus allegados, Fajardo
decide ahorcarlo en presencia de una poblada de indios cautivos. Esto provocó una intensa repulsa y un
odio profundo de los pobladores de la región.
Tras dos días de marcha Fajardo regresa a Panecillo y al bajar de una hondonada, divisa una gran
humareda, producto del incendio y destrucción del caserío. Regados por doquier yacían los cadáveres de
la guardia dejada para proteger a su madre, quien igualmente fue ejecutada en el sitio.
Fajardo había llegado lejos hacia el Oeste y ya casi pisaba tierras de Macuto, en un recodo de la montaña
funda el poblado de Caraballeda y deja unos cuantos blancos, mestizos e indios sirvientes en el pueblo,
cuya espalda descansaba en una estribación del cerro Guaraira Repano y por el frente le fue construida una
gran empalizada protectora con dos torretas de vigilancia.
Esta primera fundación de Caraballeda, queda en la oscuridad de un gran misterio, pues súbitamente sus
pobladores la abandonaron. No se reportaron causas naturales como deslaves o terremotos, pero un gran
terror se apoderó de Caraballeda y en un santiamén sus dos calles quedaron desiertas y la gente partió
hacia Naiguatá y otros hacia Macuto.

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Fajardo ante la presión de las tribus del Litoral Central de Venezuela y por la llegada de Lope de Aguirre,
llamado “El Tirano”, se embarca hacía La Margarita en 1558.
Luego trata de regresar a tierra firme y es apresado en Cumaná por el Justicia Mayor Alonso Cobos, quien
lo ahorca.
Final trágico del mestizo traidor y exterminador de los Hombres Libres del Litoral Central de Venezuela.

UNA AUTOPISTA DE CARACAS, MAL LLAMADA “FRANCISCO FAJARDO”... ?? :


-Hoy me traslado a la metrópolis, capital de Venezuela y recorro una gran vía de vehículos, llamada
autopista “Francisco Fajardo” y me pregunto ¿A cuenta de qué?
¿Será Dios mío, que nosotros los descendientes de nuestros Hombres Libres, que sufrieron la perfidia de
este monstruo de nuestra media sangre, tengamos que soportar que esta monumental arteria vial, lleve el
nombre quien nos recuerda tanto luto, traición y maldad?!

LA BODA Y EXILIO DEL GRAN CACIQUE NAIGUATA:


Como era la costumbre entre los Hombres Libres Caribes, los caciques escogían las más hermosas y
valerosas doncellas para convertirlas en esposas. Naiguatá se casó con la hermosa Taraurima y tuvo tres
hijas: Irama, Cayaurima y Roraima.
Naiguatá a pesar de su naturaleza condescendiente y negociadora, participa activamente en la gran batalla
de Maracapana, en donde se jugaba el destino de la patria aborigen y en donde fue sepultada la esperanza
de expulsar al invasor.
Pasaron muchos años después y en estos días se presentaron nuevos conquistadores comandados por
Garcí González de Silva, quien batalló durante años contra todos los aborígenes alzados en contra de los
oprobiosos conquistadores.
Naiguatá, a sabiendas de la superioridad en armamento y logística de estas nuevas tropas, logra un
acuerdo de convivencia pacífica con el invasor y esto preserva a su pueblo de una destrucción masiva y
fulminante.
Decide mudarse montaña arriba en el Guaraira Repano, distante varios días de las playas, con un nutrido
contingente de aborígenes y toda su familia.
Las tierras abandonadas estratégicamente ante el empuje irresistible del invasor, fueron declaradas en
“Encomiendas” y sus habitantes hechos “esclavos encomenderos”.
Moría una época signada por la lucha en defensa de la Libertad, protagonizada por los grandes caciques y
se Iniciaba el extenso periodo colonial de Venezuela.

SIMPLEMENTE, EL HERMOSO POBLADO DE “NAIGUATA”:


Cuando los religiosos franciscanos llegaron al poblado de Naiguatá en 1710, ya el gran cacique había
muerto hacía mucho tiempo, sin embargo su fama de sabio y prudente se extendía por todos los pueblos
de la costa. Los religiosos ante esa realidad, rebautizaron la población con el nombre de “San Francisco de
Asís de Naiguatá”.
Creemos que por esas tierras benditas, de heroísmo y belleza, al santo San Francisco no le hubiera
parecido mal que las tierras regadas por la sangre heroica de los Hombres Libres de Naiguatá, se llamaran,
simplemente NAIGUATA, señor de la sabiduría y la prudencia para gobernar y proteger a su amado pueblo.

La maldición del Guaraira Repano


El cerro cuyo nombre se apropio un españoleto llamado AVILA, el cual se extiende majestuoso de este a
oeste, flanqueando la ciudad de Caracas, capital de Venezuela a 900 metros encima del mar Caribe y en
cuyo valle se asienta la gran ciudad y desde hacía miles de años, nombrado por sus habitantes como “la
montaña del viento veloz y lijero” o GUARAIRA REPANO.
Tras el desastre de “Panecillos” y la huida despavorida de los antiguos pobladores de Caraballeda, atraves
de los tiempos se fue tejiendo una leyenda negra sobre la gran montaña.
Para los pueblos del Litoral Central, la montaña casi llegaba al mar y desde tiempos ancestrales era una
pared de más de mil metros que se les oponía al interior del inmenso territorio.
Surgían rumores que la montaña era en realidad, un volcán dormido y en muchas ocasiones se percibía un
fuerte olor a azufre. Otras veces se hablaba de un ser peludo y misterioso que a veces vagaba cerca de los
poblados y se comía pequeñas cabras y hasta algunos niños descuidados.
Cada 10 o 20 años el Guaraira Repano parecía entrar en una nueva crisis y después de intensas lluvias en
su cima, se iniciaban deslaves descomunales por sus 37 bocas que lo desaguan al mar Caribe.

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Todo lo que estuviera mal construido en estos causes era arrastrado por los torrentes de agua, barro,
árboles arrancados de raíz y enormes piedras.
Todavía en la subida de Galipán, Vargas, por los lados de Macuto, podemos ver piedras tan grandes como
edificios de 3 pisos, enormes desprendimientos que engrasados por el espeso lodo, ruedan montaña abajo
destruyendo todo a su paso.
La montaña signo de protección y vida, de vegetación y barrera natural a las nubes, tiene sus peligros y
habitantes notables.
En sus quebradas, abunda una serpiente denominada “Bohutropus Venezuela” o la llamada por los
aborígenes caribes y arahuacos, “Tigra Mariposa”, reputada como la serpiente más venenosa del planeta,
agresiva y celosa de su territorio, quien ha causado cientos de muertes a los paseantes de estas montañas,
desde miles de años antes de la llegada de los blancos.
Otro velo de misterio es la llamada “Maldición de Isabel”, la cacica madre de Francisco Fajardo, asesinada
en Panecillos cerca de Chuspa. La india tenía una relación muy íntima con el cerro y antes de ser degollada,
sus ojos buscaron el neblinoso follaje y gritando desgarradoramente recibió la muerte.
Desde entonces han sido decenas de hombres notables que han sido tragados por la montaña, maldición
que se ha extendido aún hasta nuestros tiempos y que comprende caciques, guerreros en tránsito a
Caracas, viajantes desprevenidos por las decenas de caminos construidos en su territorio, un presidente de
la república y recientemente de políticos notables que vivieron en este moderno estado Vargas.

Urimare la princesa líder


Volviendo al Mariche y al hilo de nuestra historia, encontramos de nuevo el rastro de la vida de la gran
princesa:
La niña fue creciendo en los brazos de su madre Uricao, reina de los mariches y bajo la adusta mirada de su
padre, poco a poco entró en la vida normal de los niños mariches.
Los más jóvenes, casi niños jugaban a la candelita y el palito escondido y a “que no me agarras”, juegos
propios de infantes inocentes y los mayorcitos se iniciaban en el manejo de las piedras apuntando a blancos
de sandía o melones que usaban encasquetados en la punta de una estaca.
Urimare tenía un don natural de liderazgo y ya antes de los diez años comandaba las huestes ruidosas de
los marichitos en miles de aventuras en las quebradas que rodeaban el lar ancestral.
-Salta Guaico, piazo e´ flojo!...salta al agua!.
Exclamaba Urimare desde abajo, mientras en lo alto de un bamboleante bejuco se mecía sobre el crecido
río el niño Guaico, quien muerto de miedo veía abajo pasar rasantes las turbulentas aguas.
-Guaico! Hijo de la noche!...salta miedoso!...O saltas o te bajo de un peñonazo!
Guaico, aún sin contar 11 años, nunca había probado las aguas profundas del crecido río y se aferraba a la
liana salvadora, bamboleándose cual rama batida por el huracán!
De pronto atizado por los gritos de Urimare, se soltó y cayó en el centro del río.
Todo el grupo aguantó la respiración y la cabeza de Guaico no aparecía de nuevo en la turbia superficie.
Urimare se puso tensa como una cuerda y espero un minuto y al ver que el flojo de Guaico no salía, corrió
rauda a la orilla y en un salto se metió entre las aguas. Al rato y tras una algarabía de la docena de niños
que esperaban en la orilla, apareció Urimare arrastrando por el pelo a Guaico, quien tosía y botaba agua por
todos los costados.
-Guaico flojo de porquería! ¿Quién te dio permiso pa´ahogarte? ¿Tu como que eres cachorro de mono?..
Guaico la miraba desde el húmedo suelo y en sus ojos aguarapados crecía un rayo de admiración y
devoción. Era su princesa mariche, su amiga de aventuras!
Así fueron pasando los años y ya en plena juventud el coro tumultuoso de niños y niñas se fueron
acostumbrando a la vida libre y reñida de su entorno. Ya conocían los mil caminos de la montaña, incluso
los que llevaban a la alta montaña, señorío de una leyenda llamada Guaicaipuró en la tierra de Los Teques y
otros que llevaban al mar, trono del cacique poeta señor de Naiguatá.
Entre los Mariches la cuestión de la desigualdad de los géneros, era una cosa relativa a las capacidades de
cada quien. Muchos hombres nunca llegaban a ser guerreros y menos caciques, por el contrario algunas
mujeres como Urimare, se destacaban grandemente y llegaban a ser líderesas de su pueblo.

LA BESTIA DE CUATRO PATAS:


Incluso una tarde se aventuraron, los jóvenes mariches a ver desde el Guaraira Repano el valle de los
hombres brillantes.
Allá a lo lejos, diminuta y cuadrada, pudieron divisar unas docenas de chozas, algunas con unos techos

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rojizos de pequeñas placas curvas y alrededor de toda una alta muralla con torretas de vigilancia. Pueblito
enclavado entre tres ríos, conocidos por ellos, el llamado Guaire, el Caroata y el rio Guanábano.
Los hombres que marchaban en cuatro patas y una gran cabeza de animal por delante, un día casi llegaron
a sorprender una escapada de jóvenes mariches que correteaba entre los bejucales. Un súbito silencio de
los araguatos y pájaros previno a los ruidosos jóvenes, que de inmediato se ocultaron silenciosos en la
espesura.
-Joder! Don Manuel que nos hemos alejado demasiado de la ciudadela! Estamos en tierras oscuras e
infestadas de sombras. Hay que tener ojo pelado!..
-Uno de los jóvenes se aprestaba a lanzarle una cerbatana al primero de los hombres pálidos que iban
cabalgando, cuando la mano firme y suave de Urimare le tapó la salida del pito lanzador de canuto, con un
gesto de silencio en su cara y una mirada que no admitía réplica alguna!.
-Chito!..No es el momento!
Los blancos se alejaron chachareando y congratulándose de haber abarcado tanto espacio desde el
pequeño pueblo y haber tenido la osadía de llegar a lo que llamaban Petare. Pocos se hubieran atrevido a ir
tan lejos, sobre todo después de haber recibido el pueblo de Santiago más de 50 cargas de indios armados
y haberlos rechazado a curbinazo limpio y con los arcabuces a todo dar!

SE AVECINABAN TIEMPOS DE GUERRA:


Los jóvenes aptos y fuertes fueron escogidos por el mismo Aramaipuro para integrar el batallón de
guerreros. Los menos aptos fueron puestos en los cuadros de labriegos y los inútiles fueron destinados a
trabajos de limpieza y recolección junto a las mujeres.
Guaico, lucía orgulloso su plumaje de guerrero junto a Urimare, quien por mérito propio y destreza en el
manejo de la macana, la cerbatana y el cuchillo de hueso, había logrado su pluma de guerrera indiscutible.
Ningún varón se le hubiera plantado en un cuerpo a cuerpo o en el manejo de las armas!
Los Hombres Libres mariches no conocían los metales y sus flechas y hachas eran elaboradas de palos
duros con punta de hueso, piedra afilada y quemadas al fuego lento.
La casa del Gran Cacique tenía anexos para depositar los frutos del huerto común que explotaban el grupo
de los labriegos.
Nadie vendía nada, ni compraba nada, todo se retribuía por el trabajo de cada quien y su grupo familiar. Lo
guerreros cazaban en la montaña y preservaban el territorio de invasores de otras tribus lejanas no amigas
y sobre todo de los invasores extraños de rostro pálido y armas mortales.
En la tribu todo tenía un orden y una estricta igualdad. Los ancianos, siempre muy pocos, ya que la vida no
pasaba de 45 años a lo sumo, eran los consejeros en cuanto al manejo de la gobernabilidad del territorio.
El Gran Piache, era temido y amado por ser el depositario de los ancestrales conocimientos sobre las
pócimas milagrosas que curaban las enfermedades, siempre temidas y creídas como producto de los malos
espíritus del bosque.
La acusación generalizada de los invasores de prácticas de canibalismo entre los indios, eran
exageraciones muchas veces infundadas. Existieron rituales en cuanto a comerse el corazón de los
enemigos derribados en batalla, pero esto era muy excepcional, pues el abatido debía demostrar una
bravura superior a su triunfador adversario y esto nadie lo quería reconocer.
Los Hombres Libres, mataban a sus adversarios, pero nunca los esclavizaban y preferían asimilarlos a sus
tareas productivas. Algunos bravos capturados excepcionales, era asimilados al nuevo ejército. Las mujeres
cautivas eran integradas a la tribu y desposadas por los guerreros. El nacimiento era siempre motivo de
celebración y la muerte era soportada con estoicismo y conformidad.

Santiago León de Caracas


En la ciudadela del Valle, denominada por los blancos como Santiago, ya extendía su influencia hacia el
Oeste del angosto valle, regado por el Guaire y decenas de quebradas y ríos que bajaban de Guaraira
Repano o montaña sagrada de los aborígenes quienes llegaron al sitio 15 siglos antes que los
conquistadores.
Trazada a cordel el pequeño poblado protegido por grandes empalizadas y sus torres de vigilancia, se
agrupaba frente a un plano utilizado como mercado en cuyo frente se construyó una pequeña iglesia de
bahareque y techo de palma que años después sirvió para erigir la llamada catedral y la explanada se
convirtió en Plaza Mayor y luego en Plaza Bolívar.
El norte guardado por la alta montaña y el sur por otras grandes estribaciones, hacían del valle denominado
de Los Caracas, una estrecha garganta que solamente tenía fácil salida hacia el este por el poblado de

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Petare y al Oeste por la laguna de Catia.


La expansión de los europeos en el valle, tomó unos cuantos años y cuando más se acercaban al territorio
Mariche, más ataques recibían de los Hombres Libres.
Las partidas de guerreros eran casi diarias rumbo a Petare en donde acechaban y chocaban contra los
caballos y armas de los conquistadores.
Eran días ásperos de sudor y batalla, en donde nadie conocía la clemencia o la pausa.

URIMARE LIDER DE LOS INTOCABLES:


Urimare ya comandaba una partida de 100 mariches, quienes gustaban atacar de noche y en especial en
las lluviosas y neblinosas, pues habían aprendido que los hombres blancos no podían usar sus armas
ruidosas cuando se les mojaba el polvo negro con que las alimentaban.
Urimare ya había capturado algunas de estas extrañas armas y solo podían usarlas como porras, pues no
tenían el polvo mágico que las hacia explotar.
Urimare la guerrera, era una grácil mujer de largas piernas y figura esbelta, pelo recogido en trenzas
ceremoniales, tapa rabo tejido y alpargatas adornadas. Su bella cara ovalada, enmarcaba unos
inquietantes ojos verdes, cuya determinación y brillo surgían tras cada temeraria decisión en el combate.
Nunca había sido herida, aunque muchos de sus amigos habían perecido en el combate, esto indujo una de
las primeras leyendas que siempre la acompañó, de ser inmune a la muerte de los blancos, aunque era la
primera en saltar los parapetos o bajar a los jinetes de un certero porrazo!
-Amoucon paparoro itoiti nantó!...gritaba como una estridente sirena y podía saltar hasta dos metros en el
aire, cayendo armada delante de su atónito enemigo quien no tenía tiempo sino de morir en súbita muerte!.
Era el espíritu alado que segaba vidas intrusas.
Sin embargo, en el corazón del territorio Mariche, en las cálidas noches de vigilia y descanso, Urimare
arrullaba a los niños y les contaba los cuentos del combate, la vida y la oscura montaña. Las mujeres se
agolpaban a su alrededor y se sentían protegidas por su imponente figura de casi dos metros. Era la
princesa del Pueblo Mariche!.
Guaico, el gran guerrero la miraba siempre arrobado ante su hermosa y peligrosa presencia. A diferencia de
cualquier mujer quienes no podían casi rechazar las pretensiones de cualquier guerrero y menos si este era
uno destacado, la Princesa era una intocable y solo ella permitía acercarse a cualquier varón.
Su instinto de mujer le decía que Guaico estaba enamorada de ella, pero la azarosa vida que llevaban no
permitía muchos devaneos y blandenguerías.
En la tribu le atribuían muchos romances y encuentros furtivos, la mayoría de ellos atribuibles a su gran
fama y notoriedad, la verdad era que en su hermoso pecho anidaba el ansia de amar a algún hombre y
tener muchos hijos cuando viniera la paz y el hombre blanco fuera expulsado de su patria Mariche.
Aquella noche Urimare sola caminó hacia la Poza de la Rana, sitio en donde las mujeres lavaban y tomaban
el agua en porrones de barro para cocinar.
La luna brillaba enorme como una torta de casabe sobre su potro de nubes y en las aguas tranquilas
trepidaban las ranas en un coro acompasado.
Una lechuza arpía voló majestuosa desde la copa de un samán centenario, batiendo con sus alas la
aterciopelada noche mariche.

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LA UNICA ESTATUA, NO MUY FIEL...

Urimare se despojó de sus sandalias y toda la ropa, quedando desnuda, mientras la suave brisa le
acariciaba el pelo suelto.
Se subió a una piedra y en un salto hermoso, se metió como una cerbatana en las cálidas aguas del pozo.
Guaico la había seguido, desde el poblado y maravillado la observaba desde la espesura. Poco a poco se
fue acercando a la orilla protegido por unos matorrales, se quitó la ropa y cuando se preparaba para
meterse en el agua, algo saltó del fondo y lo agarró por el cuello, hundiéndolo hasta el fondo.
Guaico pensó que lo había agarrado un caimán, algo totalmente loco, ya que en el pozo nunca se había
visto uno.
Trato de zafarse de la garra que lo aprisionaba y sobre todo luchaba por surgir a la superficie a tomar algo
de aire.
En el impulso desde el fondo Guaico miró a su agresor, pudo tocar sus largas trenzas y su tersa piel.
No era otra que ella, la intocable, que ahora lo aprisionaba con sus largas piernas, en un impulso irresistible
lo agarraba por el pelo y en un largo beso casi terminaba de ahogarlo.
Los cuerpos unidos flotaron en el pozo y la luna se oscureció como ofreciendo su cortina en el nido del
amor.

La reunión de los oprimidos

Cada día llegaban más correos de las altas montañas de Los Teques que anunciaban la visita del Gran
Señor de Los Teques, el intocable, la saeta de fuego, la cerbatana venenosa, el que tenía el poder de
convertirse en puma, tigre o mariposa.
Las charangas vibraron al son profundo de las guaruras y un chaparrón de vozarrones acompañó la
presencia del señor de los señores.
Aramaipuro lucía sus mejores plumas y acompañado por los ancianos, el Gran Piache y los caciques
guerreros, esperaba bajo un palio de palmas al señor de Los Teques, el temible Guaicaipuró.
A su lado erguida y hermosa, vestida con tejidos multicolores, macana afilada en mano y plácida actitud,
esperaba ansiosa Urimare.
Guaicaipuró llegó con su numeroso séquito, pero la cosa pasó a mayores porque casi de inmediato se
aparecieron Guaicamacuto, Tamanaco, Maiquetía, Tiuna, Naiguatá, Aricabuto, Uripatá, Anarigua, Mamacuri,
Curucutí Querequemare, Prepocunate, Araguaire, Guarauguta, Pariata y Paisana.
Se estaban reuniendo las naciones de los Hombres Libres que abarcaban toda la tierra conocida entre el
interior del centro de Venezuela y la extensa costa de su litoral. Desde las frías montañas de Los Teques y
El Jarillo, pasando por la serranías de Mariche, Guarenas, Guatire, Naiguatá, Macuto, Maiquetía,
Chichiriviche, Tarma y Catia La Mar.
Se pactaba el golpe final a los hombres blancos invasores, quienes habían causado un surco de sangre y
lamentos en las naciones, habían esclavizado a los cautivos y violado a las mujeres.
Últimamente 50 guerreros mariches habían sido empalados frente a la muralla del poblado de los invasores
llamado Santiago de León de Caracas. Los guerreros agonizaron por tres días y tres noches, clavados en
sus estacas.
Los piaches de las 500 tribus y las 12 naciones de los Hombres Libres, se agruparon en la explanada y la
noche brilló salpicada de miles de fogatas.
Diez mil guerreros se amontonaban, mientras en la gran choza de Aramaipuro conversaban los grandes
caciques y los doce consejos de ancianos. Los piaches danzaban y repartían chicha y pócimas contra los
malos espíritus.
Habló Guaicaipuró:
-Mi pueblo sufre por la arremetida de los invasores. Dicen que vinieron por donde cae el sol y antes, algunos
los vieron en grandes canoas cerca del mar.
-Nos matan, esclavizan y toman a nuestras hembras. Su poder es grande y se basa en armas que producen
mucho ruido y relámpagos, en cambio nosotros tenemos nuestras flechas, cerbatanas, macanas y sobre
todo nuestro valor para defender la amada tierra.
-Ellos nos temen porque saben que somos muchos, pero estoy convencido que vinieron para quedarse.
-No podemos negociar con ellos porque solo les interesa algo que ellos llaman oro. Lo malo es que si
permitimos que saquen su oro, tampoco se irán y por el contrario esto hará que se arraiguen más y más. No

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nos queda otro camino que luchar hasta morir!


Aramaipuro el huésped escuchaba atentamente mientras fumaba tabaco oloroso en su pipa. A su lado
Urimare, no le quitaba un ojo a la imponente figura de Guaicaipuró.
Aramaipuro, se levantó y habló con alta voz:
-Mi pueblo sufre igual rigor. Hemos perdido muchos guerreros y mujeres. Ellos exterminan a los viejos, niños
y toman nuestros depósitos. Están destruyendo nuestra vida y nuestra tierra. Son poderosos con sus rayos
de muerte, pero no podemos rendirnos. Ya algunos pueblos en el borde de esta tierra, han tratado de
convivir con ellos y han sido esclavizados y obligados a servirles sin dignidad.
Un tumulto de voces se levantó desde la audiencia y así fueron tomando la palabra los principales caciques,
para llegar a la conclusión de que se avecinaban tiempos más difíciles de sangre, miedo, luto y guerra.
Ya tarde, algunos líderes se concentraron alrededor de las hogueras y contaban sus hazañas a distintos
grupos de las tribus.
Guaicamacuto, contaba como en el sitio de los “Uveritos”, en el poblado de “El Cojo”, Macuto, hubo una
gran reunión comunal, de todas las tribus del Litoral Central, para combatir a Francisco Fajardo, el mestizo
traidor quien era un disfraz cruel de medio blanco y medio indio, antiguo fundador de Caraballeda y voraz
abusador de todos en la comarca playera.
La Gran Asamblea Convocada bajo el cobijo de grandes matas de almendrón y uveros de la tierra,
determinó combatir a sangre y fuego a Fajardo, quien tuvo que huir ante la grave amenaza de las tribus.

PLANIFICANDO LA GRAN BATALLA:


Al día siguiente las deliberaciones condujeron a la planificación de la gran batalla de “Maracapana” o la
batalla “Libertad”.
Sin discusión alguna Guaicaipuró fue reconocido como el Gran Jefe Comandante Supremo o “Guatoporí” y
su columna de 2000 guerreros teques debería marchar por el llamado “Camino de los Indios” que unía las
alturas de “El Jarillo” con la parte oeste del valle de Caracas.
El título de GUATOPORÍ, se había hecho tradición para honrar al gran jefe de los Tarmas, ya extinto, de
nombre Guatoporí, quien había demostrado una fiera valentía en contra de los invasores.
Guatoporí, pasó a ser sinónimo de Jefe Comandante Supremo.
Aramaipuro y su segundo Aricabuto, fueron designados jefes del estado mayor central escoltados por
Naiguatá, Uripatá, Anarigua, Mamacuri, Querequemare, Prepocumate, Araguaire y Guarauguta
Tiuna fue reconocido como el comandante armador de la batalla en el sitio de Maracapana, cuya explanada
se adentraba entre la laguna de Catia al oeste, toda la franja que limita al norte el Guaraira Repano y al sur
con la menores colinas que daban al antiguo poblado de El Paraíso, hoy asiento de una moderna
urbanización llamada “23 de Enero” en la gran ciudad capital de Caracas.
Por el este, el campo de batalla se extendía hasta el centro de lo que ocupa la ciudad de Caracas en el
Palacio de “Miraflores”, asiento del Ejecutivo Nacional Bolivariano de Venezuela.
Tiuna comandaba 4.000 guerreros y debía marchar por el sur en el camino llamado de “La Vega”, pasar las
pequeñas colinas y caer directamente en las inmediaciones de la laguna de Catia, exactamente en donde
se encuentra hoy la plaza Catia, en honor de Antonio José de Sucre, gran mariscal de Ayacucho, mártir de
la libertad y vencedor de la batalla de Ayacucho en el Perú.
El plan consistía en coordinar allí con otros caciques importantes provenientes del Litoral comandados por
Aricabuto y Guaicamacuto, seguidos por Naiguatá, Uripatá, Anarigua, Maiquetía, Mamacuri, Querequemare,
Prepocumate, Araguaire y Guarauguta con una columna de 7.000 guerreros.
Aramaipuro y Aricabuto, se comprometieron a llevar la columna de los mariches siguiendo el borde del
Guaraira Repano, para luego bajar hacia la laguna de Catia, en el contingente iría Urimare comandando su
pelotón de 100 indios e indias mariches de choque, su misión por ser los mejores entrenados en el combate,
era bloquear el callejón entre la laguna de Catia y la ciudadela del poblado de Santiago de León de
Caracas.
El resto de la reunión se dedicó a observaciones y comentarios sobre las vías y desarrollo del futuro
combate en el “Sitio de las Maracas” o en lenguaje Caribe simplemente “Maracapana”.
Es curioso que el futuro sitio de la gran confrontación de todas las batallas, tuviera una relación con la
sonoridad de las maracas, especie de instrumento usado por los piaches para exorcizar los malos espíritus,
con el futuro decisivo que podría ser vital para la continuación de la vida en esta tierra conocida.
Guaicaipuró, seguido por sus lugartenientes salió fuera de la choza y en un cúmulo adornado por ramas y
flores, frente a la explanada se dirigió a las tribus congregadas:
-Los invasores han hoyado el suelo de nuestras tierras, han esclavizado, se han apoderado de nuestras
hembras y han quemado nuestros poblados.
-El consejo Supremo de todas las tribus ha decidido eliminar al invasor y nos disponemos a asediarlo en el

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“Sitio de las Maracas”, cerca del poblado del Valle de los Caracas, a los pies del Guaraira Repano, antes de
llegar al río Guaire en el sitio que llaman Catia. En dos días estaremos concentrados y marcharemos a
destruir el poblado de los invasores.
El anuncio despertó una algarabía de miles de gargantas y una tormenta de chispas se alzó de las fogatas.
La luna llena rojiza se expandió sobre las nubes, estaba preñada de agua y la tormenta se presentaba
sobre las montañas.
Como presintiendo el futuro el temible Guaraira Repano, el “Sitio del Viento Veloz” se oscurecía por
momentos, preparando el sombrío panorama de una confrontación nunca vista!

El sitio de las maracas: Maracapana


La gran batalla decisiva. La apuesta a todo o nada. O son ellos o nosotros.
Muchas veces hemos leído sobre Carabobo, Ayacucho, Junín o Bomboná. Hemos llorado nuestros reveses
de La Puerta o de la carnicería de la Casa Fuerte de Barcelona, del heroísmo margariteño en Matasiete,
pero nadie ha escrito o llorado y ni siquiera recordado lo que significó para nosotros los venezolanos, la dura
lucha realizada por nuestros Hombres Libres en el Litoral Central y en el hermoso territorio del Valle de
Caracas.
Nadie recuerda la gran batalla de “La Colina de la Cruz” en donde el cacique Maracay derrotó al sanguinario
conquistador Juan Rodríguez Suarez. Millones de Hombres Libres murieron en combates por casi
doscientos años. Nuestra guerra de independencia duró menos de 15 años!
En Maracapana fueron puntuales las columnas que venían del Litoral e igualmente las columnas mariches.
Tiuna y sus guerreros estaban ya enclavados en el centro de Catia y fue coordinando la llegada de cada
columna la cual era saludada con vítores y charanga, seguida de guaruras.
Organizaba la logística del combate y las señales de desplazamiento eran acordadas por el clamor de los
caracoles o guaruras.
El enemigo no dormía, días antes Diego de Lozada inquieto ante las evidentes señales visibles del enorme
desplazamiento de los indios, había convocado a sus tenientes.
Eran unos 150 oficiales peninsulares, secundados por unos 1000 indios traídos de Yaracuy y otros que
habían sido bautizados y esclavizados.
Pedro Alonso de Gáleas, fue comisionado por el Capitán para formar una barrera combativa en la entrada
de Petare, para impedir todo ataque desde el este hacia el poblado de Caracas.
El resto de los peninsulares y sus comandantes fueron instruidos para marchar desde la ciudadela en la
esquina de Principal, caminando por el estrecho camino hacia Catia para oponerse a cualquier fuerza que
pudiera venir de ese lado.

LA VISTA DE LA ACTUAL CATIA EN CARACAS:

Yo que narro estos acontecimientos me trasladé hoy al sitio de la gran batalla, esto empujado por mi
sentimiento de que la batalla más impresionante y decisiva que se realizó en el combate por la libertad de
Venezuela, nunca ha sido descrita o tomada en cuenta por casi nadie.
Bajando por la avenida Urdaneta, al lado del palacio de Miraflores en la ciudad capital de Venezuela,
teniendo a la izquierda las colinas del Observatorio y el glorioso cuartel de la montaña, génesis de otra
epopeya reciente en la lucha por la libertad, me doy cuenta de la garganta estrecha que me lleva al oeste,
anclada por el flanco izquierdo por el río “Caño Amarillo” y por el norte con las colinas que bajan del
Guaraira Repano.
Diríamos que es un pasadizo de unos dos o tres mil metros de ancho, el cual nos conduce como un tubo a
“Gato Negro” el parque “Alí Primera” y la plaza Catia.
Hoy el transporte subterráneo Metro sigue esta garganta raudo en sus idas y venidas, sin sospechar que
pisa en un terreno que fue disputado a sangre y fuego en contra de los invasores esclavistas que invadieron
una Venezuela antigua de 20 mil años antes que ellos llegaran a nuestra amada tierra.
Llego a la Plaza Catia en cuya explanada se reunieron las tribus y mi alma puede otear el alboroto de más
de 400 años atrás en el cual Tiuna esperaba al “Guatoporí”, el ungido e intocable, comandante en jefe
Guaicaipuró.
Los hombres blancos con unos 100 caballos lideraban la marcha que salió de la ciudadela, por los lados del
hoy palacio de Miraflores. Detrás marchaban una abigarrada columna algunos peninsulares pobres, indios
yaracuyanos esclavos y otros recien bautizados, menos confiables.
Todos no pasaban de mil, pero los de a pie iban armados con algunos cientos de arcabuces y en carretas se

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transportaban dos culebrinas con sus dotes. A nadie le faltaba una lanza, falange o espada toledana y los
grandes llevaban sus brillantes armaduras.

La garganta de “Agua Salud”


Ya Urimare había tomado posición en el pasadizo a la altura del sitio llamado “Agua Salud”, en donde hoy
trepida una flamante estación del gran metro de Caracas.
Sus guerreros tenían la misión de impedir cualquier avance del enemigo hacia la plaza de Catia. Todos
tenían lanzas y cuchillos de hueso u oxidiana, además de macanas coronadas de piedras afiladas, su fuerte
eran los arcos y flechas lanzadas por las columnas de guerreros, quienes tenían una gran puntería y
ferocidad.
17 mil guerreros bullían desde la laguna de Catia, esperando la orden de marchar en un frente de 4
kilómetros hacia el poblado de Santiago. A cada sonido de guarura marchaban las columnas.
La avanzada de caballos españoles venía al trote por el camino y aquí fue recibido por una lluvia de flechas
de la avanzada comandada por Urimare.
Atrás en la laguna, Tiuna evaluaba las alternativas de la batalla y esperaba a su “Guatoporí” o comandante
general, quien ya a esta hora debería haber llegado a su comando.
Desgraciadamente una tormenta se había desencadenado sobre los cielos del “Camino de los Indios” y
Guaicaipuró estaba atascado tratando de pasar inmensas torrenteras en el sitio del “Jarillo” y nadie había
podido superar la enorme distancia que los separaba de Catia.
Un sudoroso correo llego a la presencia de Tiuna y le informó de los graves inconvenientes que enfrentaba
el Jefe en el terreno, así como la orden de ataque general hacia el este.
Tiuna mandó a tocar las guaruras de ataque general y las columnas de guerreros avanzaron hacia el
enemigo.
Diego de Lozada avizoraba el territorio desde el “Observatorio” al sur de su acometida y pudo vislumbrar
con preocupación el grueso de la oposición a su acometida.
En la garganta, cada ataque de los aborígenes era fulminada por decenas de arcabuces y al instante morían
100 de ellos. Un surco de sangre marcaba el lento avance de las tropas hacia Catia.
Urimare recibió el envión de la avanzada invasora y sus guerreros acuchillaron a decenas de enemigos.
Saltaban desde los matorrales y arboles como sombras mortíferas, hasta que llegó una carreta con una
culebrina de bronce. Al primer disparo los atacantes aborígenes fueron fulminados por miles de fragmentos
incandescentes que los cegaron en forma impresionante. Sonaba el cañón y caían cientos.
Urimare atacaba y contenía la marea de reflujo de los heridos y mutilados, mientras que los muertos yacían
por decenas a su alrededor. No era una cuestión de valor o hasta de imprudencia, era un rayo devastador
no comprendido que cortaba, segaba y mataba sin piedad. Algo de los demonios.
Sin embargo ella, la altiva, la nunca sometida, gritaba como una sirena:

-“Ana Karina Rote…Amucón papororo itoti nantó”· SOLO NOSOTROS SOMOS HOMBRES LIBRES, LOS
DEMÁS SON ESCLAVOS!

Urimare luchaba al lado de Guaico, su pareja y gran amor, ambos eran los brazos implacables del
desesperado sostén de la avanzada.
Ellos sabían un secreto bien guardado por parte de los invasores: Sus armas se alimentaban de un polvo
negro, contenido en grandes barricas de madera y que ellos llamaban “pólvora”.
Ya Urimare había probado que en días lluviosos, los españoles no podían accionar sus temibles armas,
porque el “polvo negro” se mojaba y era inútil. Igualmente sabía que la candela era “enemiga” del polvo
negro y cualquier contacto con ella la hacía estallar por los aires. Candela contra pólvora!.
Era urgente que se hiciera algo para contener los cañonazos del enemigo: O mojaban su pólvora, algo casi
imposible o le prendían fuego a los barriles de madera que llevaba la carreta que sostenía la “culebrina”.
-Guaico! Ven acá y escucha bien lo que te pido:
Debes acercarte lo más posible a la carreta en donde disparan la gran arma asesina, que tanto daño nos
hace. Usa una flecha “luciérnaga” (Flecha en cuya punta iba un tejido seco e impregnado de brea y en
donde se prendía una fuerte llama). Apunta bien uno de esos barriles que tienen atrás y corres hacia aquí,
para evitar el estallido.
-Si mi princesa!, me llevo a dos y haremos lo que tu dices!.
-Guaico, hijo de mono!, o te ganas tu pluma roja de cacique o yo misma voy y lo hago!
Guaico se le quedó mirando arrobado a la ennegrecida figura y en silencio se retiró seguido por sus dos

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lugartenientes.
Reptando por entre los matorrales se fueron acercando a la carreta con la mortal culebrina, quien escupía
fuego y plomo cada 5 minutos.
Necesitaban ponerse a tiro a menos de 30 metros, para poder encender la mecha de la flecha “luciérnaga”.
En un túmulo del terreno se acurrucaron los tres, a la espera de una ráfaga de humo, que les permitiera ir a
un matorral aledaño a la temible arma.
En un instante todo pareció propicio y corrieron hacia su objetivo, pero con la mala suerte que fueron
avistados por algunos invasores que custodiaban el emplazamiento. Los arcabuces ladraron y tres cuerpos
cayeron al suelo, aunque nadie se acercó a verificar la muerte de los abatidos.
Guaico yacía boca arriba y los cadáveres de sus amigos lo cubrían. Había sido herido, pero en forma muy
leve en una pierna. Permaneció muy quieto por algunos minutos y la ráfaga de humo esperada, le brindó el
impulso para apartar a sus hermanos muertos y reptar hacia el ansiado matorral.
Allí llegó jadeante y se cubrió bien con las ramas. A menos de 15 metros vomitaba fuego la aterradora
culebrina, rodeada de unos 10 servidores, quienes sacaban pólvora y trozos de metal de los barriles, para
alimentarla por su boca humeante.
Guaico, esperó su oportunidad y tanteó su mapire para extraer la “luciérnaga”, el otro paso era producir
fuego, darle candela y dispararla a los barriles de pólvora.
De un saco pequeño de cuero sacó un musgo seco y dos piedras negras. Poco a poco empezó a frotarlas,
para hacer candela, aunque en este instante sucedió algo insólito: Una flecha de candela, cayó muy cerca
de donde estaba e inició un pequeño incendio en el matorral que usaba de escondite.
Rápido como una centella, metió la punta de su “luciérnaga” en la candela y casi se puso de pie, para
dispararle el flechazo a los barriles.
Los españoles lo vieron erguirse y se aprestaron a eliminarlo con sus arcabuces.
Demasiado tarde…la flecha mariche, realizó un arco de fuego en el humeante aire y certeramente perforó
uno de los barriles.
El estallido fue instantáneo y arrastró a todos los que estaban a su alrededor.
Guaico apenas tuvo tiempo de lanzarse al suelo y entre una gran humarada corrió hacia su retirada.
Urimare, quien había mandado a un emisario a lanzarle la flecha incendiaria salvadora a Guaico, sabía que
su “hijo de mono”, había conquistado su pluma roja de cacique, en brava y casi suicida lucha. Su corazón se
desbordaba de orgullo y de amor.
Guaico regresó medio maltrecho y algo herido, pero el abrazo de su princesa, compensó el sufrimiento y el
susto.
Sin embargo, la lucha continuaba y los invasores no daban tregua en su intento de ganar la gran batalla.
Al rato llegó al sitio defendido por Urimare un segundo cañón de bronce tipo “culebrina” y la devastación los
obligó a retroceder hacia Catia. Mientras morían miles de aborígenes, caían solo unos pocos atacantes
invasores.
Diego de Lozada desde la altura del Observatorio pudo divisar entre la metralla y el humo, el penacho rojo
de Urimare que saltaba entre los grupos, atendía a los heridos y gritaba buscando coraje y determinación en
sus devastadas huestes. Todo era inútil y fantasmagórico, solo morían Hombres Libres.
Un grupo comandado por el propio Tiuna llegó en su auxilio y esto apenas pudo revitalizar la alicaída línea
de batalla.
Mientras tanto en la explanada de Catia se amontonaban casi 10 mil guerreros y de repente cundió el
pánico, ante la llegada de otro correo proveniente de Guaicaipuró, quien avisaba que era imposible estar al
mando porque las condiciones del terreno, los diluvios de cataratas inmensas, le impedían avanzar hacia
Caracas.
Tiuna llegó a ser informado que había sido nombrado “Guatoporí” o Comandante en Jefe y luego de detener
por momentos el avance español en “Gato Negro”, retrocedió a la laguna de Catia para reorganizar la
batalla.
Todo fue inútil, muchos caciques habían emprendido la huida rumbo a “El Junquito”, vía el “Camino de los
Indios”. Los que se retiraban admiraban a Tiuna y su gran valor, pero la falta de Guaicaipuró la tomaron
como un mal aviso de destrucción y muerte.
Tiuna volvió al combate con unos 3 mil bravos y regresó al sitio que dolorosamente sostenía Urimare.
Los pajonales del “Caño Amarillo” ardían y se levantaba una cortina de humo protectora.
Diego de Lozada en una maniobra audaz y ya informado de los inconvenientes de Guaicaipuró por un
correo que recibió desde Petare, decidió aventurarse por las colinas del hoy “23 de Enero”, las cuales
flanqueaban el campo de batalla hacia el sur. Encontró poca resistencia y se lanzó directo a la retaguardia
de Tiuna y sus tropas.
Tiuna advirtió tarde la maniobra y en una retirada desesperada hacia el abra que conduce al mar, trato de

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proteger a sus combatientes y en donde ya estaban los 20 guerreros que le quedaban a Urimare y otros que
comandaba su padre Aramaipuro, quien había peleado defendiendo la retaguardia.
Lozada no encontró resistencia en la laguna de Catia y los pocos que todavía merodeaban fueron
acuchillados en el acto.
Las tropas de Tiuna ya fugitivas por la quebrada “Tacagua” que bajaba al Litoral Central, apenas pudieron
llegar al sitio de “El Limón” y desesperados siguieron su angustioso camino.
Los españoles y sus tropas no los persiguieron demasiado, pues temían ser objeto de emboscadas en al
abrupto terreno de bajada al Litoral.
Arriba en la explanada del sitio de la gran batalla, entre la laguna de Catia y Miraflores, habían quedado
tendidos unos 10 mil combatientes por la libertad. Apenas los conquistadores habían perdido unos 50
españoles y 500 indios de su tropa.
La tarde gris luto llorosa de lluvia, se posaba sobre el suelo rojo de sangre en el sitio de Maracapana. Entre
los cuerpos heroicos había hasta niños y muchas mujeres. Un silencio amargo de tumba, merodeaba por
Catia!
Había terminado la gran batalla de Maracapana, la más grande y alucinante que se ha realizado en el
territorio de la Patria, nunca recordada como un ejemplo de amor a la libertad y la contribución sangrienta de
un pueblo invadido en pro del distante futuro que hoy disfrutamos tan inconscientemente.

La retirada
En la huida, Aramaipuro quien apenas había podido tomar parte en la batalla en respaldo de Tiuna y
opuesto a abandonar la pelea por la falta de Guaicaipuró, había podido coordinar con los caciques del
litoral, la retirada ordenada por la quebrada “Tacagua”.
Al llegar al sitio frente a “Boquerón” en donde hoy se construye la “Ciudad Caribia”, tomaron el camino de
“Guaracarumbo” hacia el oeste. El resto bajó hasta la “Allanada” y el poblado de Naiguatá.
Aramaipuro, Urimare y los sobrevivientes subieron la empinada cuesta de “El junquito” rumbo a la “Colonia
Tovar”, para caer en el “Jarillo” en donde se toparon con un frustrado Guaicaipuró, quien de inmediato supo
por las malas noticias que traían sus amigos, que la causa de la libertad en el territorio de los Hombres
Libres había sido derrotada. Se acercaba fatalmente el día de su sacrificio final.
No hubo llantos, ni lamentos, solo rabia y amargura!
Guaicaipuró volvió a Los Teques y Aramaipuro con Urimare a Mariches. Les esperaba el sacrificio o la
huida.
Guaicaipuró al final optó por el sacrificio y fue acorralado y muerto en su choza.
Aramaipuro escogió por la retirada hacia el Oriente de Venezuela.

LA PRIMERA GRAN HUIDA:

Entre Mariches y Cumaná hay unos 450 kilómetros. Desde Petare en el hoy estado Miranda de Venezuela y
Cumaná, estado Sucre, llegando a la playa de Mariguitar, hay un largo camino, que en muchos lugares ni
siquiera tiene camino.
Guatire, Caucagua, Panaquiere, Unare, Píritu, Barcelona, Puerto la Cruz, Mochima, Cumana y Caiguire, son
lugares fáciles de enumerar, pero dificultosos, calurosos, sedientos y difíciles de alcanzar y transitar.
Siglos más tarde, este mismo camino fue tomado por miles que huían del mismo sitio en una Caracas a
punto de caer en manos del realista español José Tomas Boves en el año de 1814 y en donde la excelsa
María Luisa Cáceres, de apenas 13 años perdió sus zapatos, su atajo de muñecas y su joven mucama que
la acompañaba.
El pueblo Mariche era menor, pero igualmente acosado por los triunfantes conquistadores, vencedores de la
batalla de Maracapana, debían caminar hacia la salida del sol o morir.
Tres mil mariches se alinearon esa madrugada para salir rumbo a la laguna de Unare, pasando por Los
Reventones y las escarpadas cimas de la fila de los Mariches, iban ancianos, niños, mujeres, guerreros y
labriegos, comandados por Aramaipuro y auxiliados por Urimare y el pequeño grupo de jóvenes guerreros
especiales que sobrevivieron a la gran batalla.
No poseían bestias de carga, ni carretas con ruedas y todo el peso de lo poco que podían llevar iban en sus
agobiadas espaldas.
Un mes más tarde entraban en las afueras del villorrio de Cumaná y se desplazaron al lar de sus ancestros
en la playa de Caiguire. Allí fueron recibidos en una pobre ranchería por algunos caribes que nada podían

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ofrecerle, solamente su amistad y admiración.


El grupo que llegaba, vino a inyectarles sangre joven a los alicaídos habitantes de Caiguire y pronto manos
y brazos poderosos mariches, iniciaron la construcción de nuevas chozas y se desplazaron a los bosques
aledaños en busca de caza. En la playa fueron lanzados nuevos peñeros y canoas, para la pesca.
El poblado creció e inició el intercambio de productos con Cumaná y poblados aledaños.
Urimare y su escolta incursionaron hacia Caripe del Guácharo y exploraron la famosa cueva.
Los Mariches extendieron su influencia benéfica hacia cientos de leguas alrededor de Caiguire y el azaroso
pasado, la sangre derramada en Maracapana solo era un mal recuerdo.

¡Piratas!...piratas!
Corría plácido el año de 1595, ya bordeaba el centenar de años cuando Colón recaló perdido a nuestras
costas y lo salvamos de morir de hambre en el océano.
Una pléyade de males se ensañaron en nuestro pobre y olvidado territorio, guerras, plagas, terremotos,
infamias y desgracias y para colmo lo que nos faltaba: Piratas ingleses!, aunque esto es una redundancia,
pues ellos llevaron la idea de piratear a su más alto sitial en aquel mundo.
Sir Walter Raleigh venía medio frustrado de un ataque a Trinidad y luego de pasar por las bocas del Orinoco
y contemplar la bajamar de “Boca Grande” se encaminó hacia Paria, para recalar al pequeño poblado de
Cumaná y considerarlo un bocado apetecible en su larga cadena de tropelías.
En realidad todo su reconcomio se debía a que se sentía engañado al no poder encontrar cerca en el gran
río, la ansiada “Manaos” o la dorada ciudad de oro puro, en donde las arenas, las calles e incluso los
edificios estaban hechos de oro. Nada había podido encontrar, sino raudales de agua, bosques inmensos,
indios y animales raros.
Raleigh no tenía alma de biólogo o botánico, aunque se le atribuyen algunos tratados de “niño explorador”, y
en realidad todo su esfuerzo por su excelsa reina de Inglaterra, era en pos del dorado metal.
Tranquila se deslizaba la noche por las playas de Cumaná y Caiguire, poblados pacíficos de los arahuacos
y caribes, que convivían en santa paz.
La madrugada se dibujó neblinosa y delante de ella ya recostados contra la playa, se mecían decenas de
barcos.
Cundió la alarma en los poblados y el amargo despertar de los pobladores, fue acelerado por el espectáculo
de las chalupas de desembarco rumbo a las playas, todo sazonado por intermitentes cañonazos de
amedrentamiento dirigidos más que todo a infundir terror en aquello seres.
Urimare fue avisada y de inmediato tras recoger sus armas y atraer la atención de su escolta, se dirigió a la
choza de su padre Aramaipuro.
-Padre!..Nos atacan blancos en muchos barcos. Están llegando a la playa en pequeños botes...debemos
prepararnos...

Mariches heroicos, mariches mártires

Aramaipuro ya estaba alerta y se estaba preparando para resistir la oleada invasora. Los pobladores se
arremolinaban frente a su choza y él ya investido de “Guatoporí”, con su macana afilada en manos, salió a
hablarles.
-Hombres Libres de Caiguire, patria de los mariches y guaiqueries, el invasor ha llegado a nosotros y se
prepara a exterminarnos. Sabemos que no valen rendiciones, ni ruegos, siempre el hombre pálido va a
querer aplastarnos y luego esclavizarnos. No tenemos otra salida que luchar y resistir hasta morir, si fuere
necesario!. Venimos de la gran batalla de “Maracapana” y ya hemos combatido, no nos queda sino luchar y
luchar!.-
Una ola de aprobación surgió del conglomerado y ya unos mil guerreros se aprestaban a la lucha. Se
dividieron en dos columnas, una al mando de Aramaipuro y la otra al mando de Urimare. Ambas debían
trasladarse en paralelo hacía Cumaná, desde donde ya se divisaba una gran humareda y explosiones de los
arcabuces ingleses.
Raleigh había concentrado su ataque inicial en el centro del poblado y casi sin resistencia lo había tomado,
procediendo a incendiar chozas y sobre todo a apresar a las mujeres. Todo aquel que osaba aunque sea
levantar la voz, era ejecutado de inmediato cortándole de un tajo la cabeza.
No contaba con ninguna oposición y se entretenía indagando entre los detenidos sobre alguna mina de oro
cercana.

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La escena fue interrumpida por una lluvia de flechas que vino del camino a Caiguire. Las columnas
mariches venían atacando como una tenaza y habían sorprendido a algunos guardias en la playa, que
cuidaban los botes de desembarco.
Raleigh, alarmado por la posibilidad de quedar cortado en tierra, sin el apoyo de sus barcos, bruscamente
interrumpió sus ansias de oro y se puso al frente de un numeroso pelotón de respuesta rápida al ataque
mariche.
La columna que comandaba Aramaipuro, recibió de lleno el contra ataque inglés y sus filas fueron
blanqueadas por los arcabuzazos.
Urimare trataba de sostener el otro flanco y entre los matorrales se acercaba al duro combate. Varias
flechas habían acabado con una docena de ingleses y ya la lucha se hacía cuerpo a cuerpo.
Al caer la tarde, los ingleses sostenían la lucha a fuerza de superioridad en sus fulminantes armas, pero los
hombres libres mariches hacían prodigios de valor por asaltarlos y darles muerte a porrazos o flechazos.
Ya Urimare luchaba junto a su padre y en ese instante una andanada de disparos fue a dar blanco en la
humanidad del gran padre y Guatoporí. El se volteó para buscar el rostro sudado y ennegrecido de su hija,
para luego levantar el brazo con su hacha de guerra hacia el cielo, como buscando la justicia divina y algo
de vida, en el instante en que se le escapaba toda por sus 7 heridas mortales.
-Padre!...padre!...
Aramaipuro se derrumbó tinto en sangre y los guerreros fueron rodeados y dominados.
Urimare fue inmediatamente atada y trasladada a una chalupa inglesa. Los combatientes fueron ejecutados
en el sitio y las mujeres fueron trasladadas a las chozas que aún quedaban en pie.
Raleigh, había ordenado sacar a Urimare del sitio, debido a que comprendió que ella era el motor y alma de
la resistencia, además quedó impresionado por su altiva belleza y dignidad.
Los ingleses improvisaron un cerco alrededor de la playa y dieron fuego a todo el poblado de Cumaná y
Caiguire. Se bajaron barriles de ron y 200 mujeres cautivas en las chozas fueron puestas a disposición de
los blancos para que fueran violadas a placer. El griterío de los complacidos ingleses, era ensordecedor y
Raleigh los acompañaba entre grandes risotadas y burlas.
-Joder! Que nos han dado un susto estos salvajes maese! Yes, very well, pero aquí los acabamos! Tomen a
todas las mujeres que quieran gentelmens!..Go ahead!...A los hombres, viejos y niños, cuchillo inglés en sus
gargantas...esta raza es mala y ponzoñosa!...La india esa adornada y altiva, pónganmela en mi buque
insignia, en mi camarote, que pronto iré a visitarla!..

La peligrosa princesa, cautiva


Urimare, fue trasladada a la nave insignia y consignada en el camarote del castillo de popa, reservado al
capitán Raleigh.
Al cabo de un rato se presentó en el camarote un cabo inglés, tosco y medio borracho, que decía tener
ordenes de adecentar y bañar a la prisionera. Con una tina y un paño, se plantó ante la atada prisionera.
Well darling! Come on!..Vamos a ponerte limpia para el capitán. Voy a desatarte y debes quedarte quieta,
pues si no te voy a pegar y eso no estar del todo good!.
Urimare, se quedó quieta y sintió las manos ásperas del cabo, desatando sus ligaduras en los pies y
manos…
Cuando se vio libre, su brazo derecho viajó como una centella y su mano tomó en un segundo el puñal
pequeño que tenía en una de las trenzas de su sandalia. Era un recurso oculto y extremo que Urimare
siempre había utilizado con mucha efectividad.
La punta del puñal se clavó inmisericorde en la garganta del inglés, quien abrió los ojos desmesuradamente
sin comprender lo que le pasaba, rodando muerto a los pies de Urimare.
Rápidamente Urimare se desplazó por el camarote y abrió un portalón en el castillo que daba al mar.
A lo lejos el rojizo resplandor de los incendios en Cumaná le indicaba el fin de la batalla.
Sacando su grácil cuerpo por la ventana, se lanzó a las negras aguas y nadando bajo de ellas, se desplazó
todo lo que pudo del barco, en donde aparentemente nada había alterado la calma.
Con fuerte brazada, se fue aproximando a la marisma de manglares que marcaba la boca del rio
Manzanares…Jadeante llegó a la orilla y refugiándose en una gran ceiba, inició el sonido gutural de las
lechuzas, especie de seña para cualquier poblador o guerrero que se encontrara distante del holocausto
ocurrido en Cumaná.
Al rato, escuchó una respuesta cercana y luego aparecieron varios Hombres Libres, quienes la reconocieron
de inmediato. Todos se alejaron a la sierra, para evitar cualquier encuentro con los ingleses y desde la altura
pusieron centinelas para vigilar los caminos y los bamboleantes faroles de las naves que aún permanecían

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en la bahía.
Al amanecer, no había rastros de naves ingleses en frente de Cumaná.
Guaico y la escolta de los “intocables”, había resistido hasta el final y los ingleses les fue imposible
dominarlos. Ya cerca de la oscuridad de la rampante noche se adentraron hacia la sierra y acamparon
alertas.

Honor a Aramaipuro, héroe de la patria mariche

Urimare y unos 10 acompañantes, bajaron a las ruinas de los poblados. En un recodo se encontraron con
Guaico y su escolta, todos bajaron silenciosos hacia Cumana arrasada.
Las escenas de hombres, mujeres y niños degollados eran de un impacto y dolor sobrehumano. Todo había
sido quemado e incluso las mujeres después de abusadas, muchas fueron degolladas, algunas
sobrevivieron escondiéndose debajo de los cadáveres y haciéndose las muertas.
Los alaridos de llanto y dolor se sucedían a cada rato, al encontrar un nuevo cuerpo, a un marido, hijo, hija o
conocido.
Urimare llegó al sitio del martirio de su padre y recogió su rígido cadáver para enterrarlo como correspondía
a tan grande guerrero.
Una troja llena de flores silvestres fue el lugar posible para velar el cadáver. Al caer la tarde y delante de una
silenciosa poblada, el cuerpo fue enterrado en una fosa y cubierto por lajas de la montaña. Urimare depositó
encima el hacha guerrera de su padre y una lágrima furtiva se le escapó rodando hacia la piedra.

Regreso a la madre patria mariche


No era prudente seguir poblando aquellos inseguros parajes, en donde por seguro vendrían nuevos
hombres blancos, así que reunido el Consejo y todo el poblado con los pocos cientos que sobrevivían,
decidieron volver a la tierra Mariche, de donde habían salido hace unos pocos años. Regresaban al lar de
sus ancestros, daban la vuelta en otra Gran Marcha al revés, para ver de nuevo sus antiguas aldeas: Vano
sueño!
Meses vagaron por la línea de la costa, rumbo al centro de Venezuela, buscando de nuevo el Guaraira
Repano, escondiéndose de algunas partidas de hombres blancos que ya dominaban el gran valle de
Caracas, quienes se habían apoderado de toda la Fila de Mariches y los alrededores de Los Teques,
comandados por el conquistador Pedro Infante.
Los vigías exploradores siempre regresaban con malas noticias de poblados ennegrecidos por las llamas,
gente esclavizada y desplazada al valle de Caracas, toda una situación que no dejaba espacio para un
nuevo inicio, en esta retirada rebelde mariche.
Los pocos guerreros de la partida evitaban encuentros armados, para no ser detectados por los
conquistadores y en consecuencia exterminados.
Un enviado a la costa, por fin trajo algo de alivio a los desesperados desterrados de Cumaná, el gran
cacique Guaicamacuto había logrado un acuerdo con los Hombres Blancos y su tribu se le permitía vivir en
relativa paz en las estribaciones del Guaraira Repano entre Los Caracas, Naiguatá y Galipán en el Litoral
Central de Venezuela.
Caminando desde Guarenas, por la Fila Picachos en tres días se podía llegar al poblado de Macuto.

LOS DESESPERADOS LLEGAN A MACUTO:

Los exiliados treparon montaña arriba y luego tras muchas dificultades, bajaron hacia la quebrada San
Julián y a los alrededores del dominio del gran jefe Guaicamacuto.
Allí entre alarmas y saludos, fueron recibidos por todo el poblado, quienes se asombraban de ver aquellos
desdichados en harapos, hambrientos y aturdidos que venían de tan lejos.
Guaicamacuto, ya era un anciano y tras lograr esta precaria paz con los blancos, mera paz de supervivencia
para evitar ser aplastados o esclavizados en exceso, rodeado por los ancianos esperaba curioso la
anunciada presencia de Urimare, la princesa mariche, combatiente del desastre de Maracapana, hija de
Aramaipuro gran señor de los Mariches.
Previamente Urimare y su escolta de jóvenes guerreros y guerreros comandados por Guaico, se habían
puesto algo a tono en las aguas de la gran quebrada San Julián y de nuevo ella lucía espléndida la figura
empenachada de plumas rojas, signo de su valor en tantas batallas, la hija de los mariches, princesa de la

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luz!
Guaicamacuto, al verla venir, sintió una rara emoción en su pecho, al recordar su valor en la garganta de
Catia al frente de los “intocables”.
Fue recibida con pompa y la cascada voz del gran cacique, la alabó por su inmenso poder y valor, le dio el
título de Princesa de Macuto y en su casa la hizo su nieta favorita. A Guaico, lo exaltó a la dignidad de
Cacique Guerrero.

El litoral central, “civilizado”


El Litoral Central ya era un retazo de lugares tomados por los blancos. En Chuspa, La Sabana, Los
Caracas, Naiguatá y Caraballeda, todos los poblados indígenas habían sido arrinconados hacia la montaña
y los blancos disfrutaban de los mejores sitios frente al mar.
Por el oeste la situación era casi igual y desde La Guaira, Maiquetía, Catia La Mar, Chichiriviche y Puerto
Maya, ya los encomenderos y adelantados blancos hacían de las suyas, esclavizando negros e indios y
haciendo parir a las indias y sus negras esclavas.
En estos tiempos ya no quedaba lugar para batallas y revueltas. Los blancos temerosos de un desgaste en
el tiempo, había adoptado la ruta de la esclavitud poco a poco, con dureza pero por retazos, permitiendo
vivir a los aborígenes y tratando de ganarlos para su religión e idioma.
Al desembarcar los negros en Punta de Mulatos y también en Chichiriviche de la Costa, además del pingüe
negocio de esclavos africanos, quienes añadieron otro componente y dinamismo a la supuestamente
tranquila calma colonial.
Muchos de los esclavos negros traídos de África, resultaron poco dóciles y formaron varios “Cumbes” en las
intrincadas faldas del Guaraira Repano.
Los blancos hacendados, encomenderos y adelantados, oían en las noches el cadencioso retumbar de los
tambores en el intrincado bosque montañoso, asunto que les producía mucho temor y malos
presentimientos.

URIMARE GOBERNADORA:
Urimare se fue encargando de los pequeños detalles del gobierno en el Litoral, en cuanto le era permitido
por los invasores, quienes detestaban todo contacto con los “salvajes” y solo se les permitía vivir en los
lomos de la gran montaña.
Muy raramente los indios se atrevían a visitar el valle de Caracas, pues un grupo de ellos en cualquiera
actitud hubiera sido interpretado como una ataque, como aquellos miles de miles que sus ancestros y hasta
no hace mucho contemporáneos había tratado para borrar del mapa a Santiago de León de Caracas, quien
ahora lucía plaza mayor y un cuadrilátero de calles bien trazadas y un mercado grande en donde los indios
muy de madrugada podían bajar de Galipán sus frutos, carne de caza y flores. Se retiraban temprano, pues
nunca eran bienvenidos en el poblado y cualquier indio podía ser asesinado alegando cualquier cosa.
Guaico era su favorito y pareja desde la gran batalla de Maracapana, pasando por el largo exilio hacia
Caiguire, la había escoltado amoroso y protector, aunque ella no necesitaba quien la cuidara, pues había
demostrado muy eficientemente su habilidad para subsistir y pelear.
Urimare le encomendó desde Macuto a Guaico ir a Tarma al oeste del territorio a conocer a los Tarmas, muy
reputada civilización que florecía en aquellas serranías de Carayaca.
Los verdaderos fundadores de Carayaca, provinieron del sur de América, probablemente del Paraguay, en
migraciones que venían subiendo por el Amazonas y el Orinoco.
Los Tarmas, se asentaron en Carayaca, desplazando a los Arahuacos al oeste y a los Caribes al este.

GUATOPORÍ, COMANDANTE EN JEFE:


Este poderoso pueblo venía bajo el mando del cacique Guatoporí, el jefe de jefes y sus dominios iban desde
Naiguatá en el este, hasta Choroní en el oeste, hoy estado Aragua.
Guatoporí, se enfrentó al conquistador Alonzo de Ojeda y lo derrotó en la primera batalla naval de nuestra
história, en frente del pueblo de Chichiriviche de la Costa en el año de 1499. Desde entonces su nombre fue
utilizado como “Jefe de Jefes”, Comandante General del Pueblo.
Son hermosos y poéticos los nombres de nuestros grandes caciques patriotas y decimos patriotas porque
defendían la patria:
Paramaconi o “Cabeza de Caimán”, Charaima o “Señor del valle de los Charas”, Tiuna o “Luz del
amanecer”, Caruao o “Dios de las aguas azules”, Urimare “Ponzoña de abeja”, mujer cacica, quien combatió
a las órdenes de Guaicaipuró el “Señor de los Teques, o Púa Ardiente”, hijo del cacique Catuche y de la

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princesa de Carayaca, Aricagua, Guaicamacuto o “Cesto de Espinas”.


Los españoles comenzaron su avance estableciéndose en el Arrecifes, para luego avanzar hasta conquistar
todo el territorio de Carayaca.
En los albores de 1573, el cacique PREPOCUMATE, encabezó una gran rebelión en Carayaca, quien al
frente de las tribus de Maiquetía hasta Petaquire, derrota a los españoles. Es Garcí González de Silva quien
derrota y asesina a Prepocumate, tras intensos combates.
Garcí González, era un españoleto muy vivaz y llego a Santiago después de la retirada de Diego de Lozada,
su principal tarea era la conquista a sangre y fuego de toda la Fila de los Mariches
Como podemos ver, la historia de CARAYACA, es algo distinta como nos la han venido contando. Se trata
de toda una época de sangrientos combates y resistencia al invasor extranjero.
Guaico tenía como encargo llegar a un acuerdo con el Oeste del territorio y tratar de formar un estado de
colaboración con todas las tribus que precariamente existían en el territorio, aunque la única política
existente ya no pasaba por la resistencia armada.
Primero fue Caraballeda, fundada por Losada en febrero de 1568, un mes antes que Santiago de León de
Caracas, tras la sierra.
Caraballeda se funda de nuevo por mandato real, al acatar Diego de Losada la orden de conquista que traía
por una Real Cédula de 1563 que ordenaba literalmente volver a poblar los pueblos de El Collado, en la
costa, y San Francisco en el valle de Caracas, fundados por Fajardo y despoblados por los indios hacia
1562.
Caraballeda es pues, la ciudad primogénita de la provincia de Caracas.
Caraballeda tenía el mismo régimen jurídico de cualquier ciudad castellana en Indias. Alcaldes, regidores,
términos distritales y sede de encomiendas costeras, en nada diferentes a Santiago de León, su gemela tras
la montaña.
Caraballeda duró poco, como ciudad castellana.
Los ataques de,m indios caribes por mar, el clima agobiante, comparado con su rival tramontana Caracas
de temperatura primaveral, los piratas que la ponían en vilo, y su mal puerto, hacen que se despueble hacia
1586. Aunque como hemos visto, este desplazamiento tan repentino y misterioso nunca ha sido aclarado y
la historia oral, la relaciona con la “Maldición del Guaraira Repano” o tal vez una súbita epidemia de viruelas.

La Guaira, la ciudad nunca fundada


La Guaira era para entonces un pobre sitio, una caleta cuya única ventaja como puerto era estar más
cercana a Santiago de León que Caraballeda. Un lugar donde vivían indios de una tribu llamada los
"aguairas" de donde le viene por corrupción la partícula "La" que ostenta curiosamente el nombre de La
Guaira, pues no se llama simplemente Guaira como pudiera, sino que arrastra el artículo femenino
determinado, que de otra forma no se explica, aunque cronistas y autores ordinariamente inventan por
ignorancia mitos sobre este caso.
La Guaira, sin ser pueblo ni ciudad hacia 1586 cuando se despuebla Caraballeda, seguía no obstante
siendo puerto de desembarque de mercancías, por su inmediatez a Santiago de León, en una época en la
que cualquier caleta servía para puerto de descarga, si era medianamente buena para cargar o descargar
sin que las olas de esa costa montañosa rompieran los bateles. Ese era todo su atractivo, su cercanía a la
ciudad tramontana.
En época del gobernador Osorio, quizás hacia 1592 o 1593 se decide fabricar un reducto en dicha caleta
para defender el desembarco de mercancías, y adicionalmente una "atarazana" o depósito de cal y canto
para resguardar la mercancía que entra o sale, pesarla y cobrar la aduana.
En realidad, lo que se hizo fue el reducto por parte del cabildo de Caracas y quizás el gobernador Osorio, y
una casa que hiciera de depósito y habitación del vecino vigilante a cargo de la mercancía, hecho esto por
vecinos interesados de Caracas.
A partir de entonces, y con el resguardo capital que imponía el pequeño reducto, se comenzó a poblar La
Guaira de casas alrededor de esa atarazana y reducto, que debió estar en la explanada inicial de la colina
atrás de la actual Casa Guipuzcoana, donde luego evolucionaría un fortín más decente, denominado en
contraste con otros fortines posteriores "la Fuerza Vieja".
La Guaira entonces como se ve, no tuvo derechos jurídicos como ciudad, ni origen formal por fundación,
siendo como fue siempre, una extensión o complemento a las actividades comerciales de Santiago de León,
desde que Caraballeda, como ciudad, había cesado de tener jurisdicción distrital en la costa, que la tuvo
desde siempre, desde su fundación en 1568, hasta su despoblación en 1586.

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Guaico, embajador en Tarma

Guaico fue recibido en Tarma por los notables y caciques, todos admiraban su valor y arrojo por la libertad.
Su fama de ser el único conquistador del corazón de “La Princesa” era suficiente como para despertar
mucha admiración.
El pueblo Tarma tenía una conducta artesanal notable y sus habitantes originarios, aunque ya arrastrados
por la arremetida de los hombres blancos permanecían indestructible en la construcción de una comunidad
próspera y comunalmente solidaria.
El viaje entre Macuto y Tarma era increíblemente lleno de obstáculos y el camino se extendía entre el gran
cerro y las playas, pasando por las explanadas de Maiquetía y Catia La Mar, todo se extendía por gargantas
rocosas expuestas al mar, siguiendo por la abrupta montaña, hasta coronar las alturas de Carayaca y luego
deslizarse hacia los pedrios de Tarma.
No se trata de pensar en las avenidas y carreteras de hoy, en verdad, cualquier viaje entre Naiguatá y
Tarma era una aventura de muchos días de esfuerzo y peligros.
Toda la lengua de tierra que se extendía entre el poblado de Chuspa, pasando por Caraballeda, Macuto, La
Guaira, Catia La Mar, Carayaca, Tarma y Puerto Maya, era un inmenso pajonal, salpicado por algunas
xerófilas y surcado por profundos barrancos que habían esculpido las 37 grandes quebradas por donde
desaguaba el Guaraira Repano al mar de los caribes.
De vez en cuando la gran montaña se encrespaba e iniciaba un desagüe demoledor hacia la playa.
Mientras Guaico hacia su papel de diplomático en la aldea de los Tarmas, se inició uno de estos grandes
temporales. Los ancianos reunidos en el pueblo, se acercaron luego a Guaico y uno de ellos, lo previno:
-Joven Cacique, señor de los Mariches, te venimos a decir que la montaña ha enloquecido de nuevo y su
furia será muy grande. En un mes, no podrás bajar a la playa. La única vía y no muy segura es que regreses
a Macuto en una curiara por la ruta de la costa. Esto debes hacerlo ya, pues el mar también se pondrá
difícil.
-Gracias señores sabios de Tarma, ya he tomado a un baquiano pescador y su peñero y me propongo
arriesgarme por el mar. Llevo muestras de su amistad y artesanía, que seguramente mucho complacerán a
la Princesa Urimare, nuestra gran líder-.

REGRESO EN MEDIO DEL GRAN DESLAVE:


Muy temprano, Guaico, el patrón y sus cinco acompañantes embarcaron en la playa, cerca de Tarma y en
un oscuro mar pusieron proa a Catia La Mar. Las olas ya eran respetables y el peñero se zarandeaba.
Mientras todos remaban vivamente, siguiendo la difusa línea de la costa.
Al cabo de casi todo el día de bogar, divisaron las montañas de Arrecife y decidieron recalar a la pequeña
caleta de La Zorra, pues el nivel de las olas ya eran insoportables y a cada rato todo el bote se llenaba de
agua.
Caminando desde Catia La Mar, por la playa, pasaron por Puerto Viejo, Playa Verde y llegaron al poblado
de Mare, el único villorrio que existía por los alrededores del Cabo Blanco. Allí pernoctaron en la ranchería
de caribes pescadores y recibieron en esa noche todo el impacto de la vaguada, que hacía tronar las
quebradas de Curucutí y Tacagua.
Todo se volvió un diluvio y Mare estaba cercado por raudales inmensos de agua, troncos y grandes piedras.
Salir del amparo en que se encontraban hubiera sido suicida.
A los dos días con sus noches cesó el temporal, el cual decían los ancianos de Mare, que habían visto
muchas veces en sus años de vida.

EL OTRO DESLAVE FATAL 360 AÑOS DESPUES:


Así es la vida, en esta encrucijada de quien narra, estos acontecimientos de la bravía naturaleza del
Guaraira Repano, no puedo evitar pensar lo que yo he vivido al respecto.
Nos trasladamos a la gran furia ocurrida por estos mismos lares para el año de 1.999, es decir cerca de 360
años en el pasado vivido por Guaico en el poblado de Mare.
La fatalidad nos tocó en el mismo instante sublime que aprobábamos en votación popular, la Constitución de
la República Bolivariana de Venezuela, la más sublime y hermosa aprobada por Pueblo alguno en la faz de
la Tierra!
La misma furia, la innegable y sórdida noche en la que mi hermana y vecina Nubia me decía: “Nos vamos,
hermano!, ya Vargas no existe!, todo ha sido arrasado por la vaguada inmensa”!
Y mire que esto ha ocurrido desde tiempos inmemoriales, la naturaleza acurrucada a las faldas del
Guaraira, ha soportado el embate bestial de una avalancha de agua, lodo, piedras y troncos, que ha

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añadido nuevas playas y cegado miles de vidas.


Eso mismo fue lo que vivimos nosotros, tantos cientos de años después, la tierra arrasada, el sentimiento de
catástrofe por 15 mil vidas cegadas en menos de 48 horas.
Sitio tapiado de la Prefectura de Vargas, más allá de Punta de Mulatos en donde llegamos, después de 6
horas de camino en una camioneta de todo terreno en un camino que normalmente nos llevaba 45 minutos.
Aquello parecía algo increíble, pues caminábamos por el techo y abajo habían quedado todo el edificio y
sus oficinas.
Al rato llegó nuestro amigo y jefe el Prefecto del estado Vargas, Omar Zambrano.
-Caray, Francisco, mira como nos ha tratado el cerro! Me costó llegar aquí…
-Prefecto amigo, todo el territorio está en ruinas y los lamentos de los supervivientes se esparcen desde
Catia La Mar hasta aquí, pero me dicen que hacia el este, Los Corales, Macuto y Naiguatá, la cosa está
peor...
Para la Prefectura nos mudamos prácticamente y bajo la dirección del jefe, procedimos a desenterrar el
edificio.
Fueron necesario cuadrillas de trabajadores y 50 camiones de escombros y lodo para rescatar el viejo y
noble edificio.
Dicen que antiguamente era un hospital y antes una hacienda en donde había nacido el prócer Carlos
Manuel Piar, el tristemente fusilado en ciudad Bolívar.
Ya llevábamos dos meses en esta intensa lucha, enterrando cadáveres que aparecían a cada rato en los
barrios de alrededor y otros que diariamente nos botaba el mar sobre nuestras asoladas costas, cuando
nos arropó otra tragedia de iguales proporciones morales.

El Prefecto asesinado!

Una mañana, se presentó al ya recuperado edificio de la Prefectura, un sibilino personaje que ejercía su
corrupto cacicaje en una de las parroquias del estado y a quien el Prefecto, había destituido por oscuros
manejos con las máquinas removedoras de escombros del estado y valiéndose de su condición de jefe civil,
penetró en el despacho del Prefecto y arteramente le disparó a quema ropa con un revolver por tres
oportunidades, asesinándolo en su propia silla del despacho.
Nada puede describir esta nueva tragedia sobre la gran tragedia que nos había mandado el Guaraira
Repano por esto días aciagos.
Ver morir al amigo y camarada, no a manos de la torrentera, sino a manos de un cobarde que acabó con
aquella útil y preciosa vida, ha sido uno de los tragos más amargos de nuestra vida.
Omar Zambrano, Prefecto del estado Vargas, era nuestra nítida esperanza para entrar al siglo 21, por sus
cualidades humanas de líder y conductor, por su inmensa clemencia para tratar a los desposeídos a quienes
les brindaba medicinas, ayudas y diligencias para mitigar sus necesidades.
Nunca será suficiente escribir estas cortas palabras en honor a tan excelente ser humano.
El velo del tiempo, desde la angustiada lucha de nuestros pobladores originales, pasando por la traición a
José María España y su martirio, el ataque de los piratas ingleses, el fusilamiento de los mil realistas en la
caída de la primera república para terminar en esta inmensa vaguada del final del siglo 20, todo ello siempre
enmarcado en la crueldad de la vida y en la perdida preciosa de tantas vidas y en especial la del Prefecto
Omar Zambrano por la mano de la perfidia y la traición.
Mis pensamientos angustiados, de nuevo me transportan al pasado, buscando a Guaico, quien en iguales
circunstancias luchaba contra la fatalidad.

En los brazos de Urimare


Tratando de guardar la costa hasta Punta de Mulatos, Guaico y sus acompañantes lograron llegar a Macuto
y El Cojo, en donde encontraron arrasados todos los ranchos construidos hacia la playa. Subieron por la
garganta y pronto divisaron el poblado Mariche, en donde las quebradas lo flanqueaban sin tocarlo.
-Guaico!..Hijo de mono!..Ya me tenías preocupada. Lo recibió una ansiosa Urimare.
-Soy el vencedor de la tormenta mi princesa! Y te traigo algunos regalos de Tarma, además de su
disposición de intercambiar sus productos de artesanía por nuestro pescado y hortalizas.
-Guaico…no me hagas reír! “vencedor de la tormenta”...menos mal!, porque si venciéndola casi acaba con
nosotros…imagínate si no te tuviéramos a ti!...hijo de mono!
Guaico, lucía orgulloso sus cuatro plumas rojas de cacique-guerrero, su guayuco tejido y los regalos que le

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traía a su princesa.
-Pasa de una vez!..Y ahora ríndeme cuenta de tus zalamerías, jalándolo por un brazo lo sepultó dentro de
su choza, mientras lo besaba en la boca apasionadamente.
Al regreso de Guaico, ya Guaicamacuto sorprendentemente viejo para aquellos tiempos, en los cuales nadie
vivía más de 60 años, había alcanzado algo más de los 90 años, pero a pesar de su reposo en el poblado y
el descanso en el gobierno que le brindaba Urimare y su eficiencia, el viejo guerrero cacique falleció una
noche de tormenta.
Las centellas caían a granel sobre el Guaraira y la naturaleza lloraba sin violencia, sobre el poblado. El Gran
Piache, batió sus maracas y declaró a los reunidos que el grande, de los grandes, héroe de Maracapana,
hacedor de la paz con los invasores, protector de los supervivientes, gran señor de las comunas indígenas
en Uverito, había entregado su espíritu guerrero a Dios.
Cantaron las guaruras su ronco son doliente y Urimare, tocada con toda su gala, presidió el cortejo fúnebre
por tres días y tres noches.
Desaparecía el sabio restaurador de la convivencia y el diálogo fértil.
La tribu quedaba en manos de su nieta adoptada Urimare y se podría afirmar que jamás mejores manos,
fueron tan apropiadas para conducir la gobernabilidad del Litoral Central de Venezuela.
La vida transcurría a torrentes en el poblado de Macuto y en el otro lado del gran cerro, ya se dilataba hacía
sus lados en el valle, la gran ciudad de Caracas, llamada Santiago.
Ya los indios se habían tornado más tratables después de la muerte del gran cacique Tamanaco y hasta los
parapetos que resguardaban la pretendida urbe, habían sido desmantelados al cesar los ataques de los
derrotados pobladores originales. Los colonos, adelantados y españoles, nobles o de orilla, hacían sus
fechorías tanto en el valle como en su Litoral Central.
Garcí González de Silva, el que semejaba el plumaje del venezolano caraqueño pajarito llamado “gonzalito”,
fue el encargado de rematar la victoria de Maracapana y conquistar toda la Fila de los Mariches.
En el valle progresaba la ciudad de Caracas y poco a poco fueron desmantelados lo 8 parapetos que tanto
protegieron a la naciente ciudad de los fieros ataques de los pueblos invadidos. Ya no eran necesarios, tras
el doblega miento de los aborígenes vencidos.
Siguió una violenta expansión hacia el este en Petare y Fila de los Mariches y hacia el oeste, buscando las
serranías de el Junquito.
Adelantados y encomenderos hacían de las suyas y hasta se hablaba de minas de oro clandestinas,
secretamente explotadas por los primeros acaudalados terratenientes disfrazados de haciendas, para no
pagar los impuestos al Rey.
En el Litoral Central, ante las incomodidades y lejanía de la primera ciudad de Caraballeda, se inicia un
lento poblamiento en La Guaira.
La distancia entre Macuto y el poblado montañero de Urimare, era para entonces muy pequeña, pero
protegida por los primeros acantilados que desembocan en el poblado del Cojo. Ir de allí a La Guaira, era
todo un recorrido por un estrecho camino bordeado de uveros y cocotales.
Ante el empuje de Caracas en el valle y su imperiosa necesidad de tener un puerto o caleta para recibir
mercancías desde el mar, era necesaria la construcción de un camino a la nueva y pujante ciudad. Esto se
realiza por fin en 1589 por orden del gobernador Diego de Osorio, quien como sabemos nunca fundó La
Guaira.
Los aborígenes del litoral, desde hacía mil años, transitaban el Guaraira Repano por dos vías principales, la
cuales usaban antes de la venida de los invasores, para visitar e intercambiar productos con las otras tribus
en el valle de Caracas y Mariches. Una de las vías era el llamado “Camino de los Indios” que partía desde
Guaracarumbo y Carayaca, hasta la tierra de los indios Teques y el otro camino era el llamado “La
Culebrilla”.
El camino partía desde "El Rincón" en Maiquetía, pasaba por Las Llanadas y luego por un número de
puntos que incluían fortines, unas posadas y haciendas, tales como La Venta, La Cumbre, Castillito, Campo
Alegre, para culminar bajando por la serranía al oeste de la ciudad, en Puerta Caracas.
Iniciando el trayecto desde La Pastora nos encontramos con el "Vía Crucis", cuyas estaciones son capillitas
y cruces ubicadas a un lado del camino. Anualmente, se lleva en procesión a pie hasta el final del Vía Crucis
la imagen de la Virgen y en Semana Santa los fieles rezan el Vía Crucis.
Las constantes andanzas de Urimare, se extendieron desde su poblado base en Macuto y se encaminaron
hacia el este hasta llegar a Los Caracas y Naiguatá, así como por el oeste, hasta llegar a las tribus de
Tarma y bordear a Chichiriviche y Puerto Maya, incluso algunas partidas se aventuraban pasando por
Puerto Cruz y siguiendo la línea escarpada de la costa, para llegar a Puerto Cabello.
El poblado y cacicazgo mariche, se organizó en estos tiempos de paz forzada para cultivar cacao, tabaco y
verduras, así como para explotar las riquezas que les ofrecía el mar.

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Bajo la administración de Urimare, los productos excedentes del poblado, fueron sacados a los poblados
vecinos, haciendas de blancos y hasta enviados a Caracas. En aquellos tiempos, solamente se hacían los
intercambios por la vía del trueque y muy raramente por el intercambio con oro.
Los gobernados por Urimare en todo el litoral central, disfrutaban de un constante mercadeo de alimentos y
muchos acudían a Macuto para dirimir diferencias territoriales o en busca de la muy reputada medicina
natural de sus sabios ancianos y piaches.
Aquella época de transición entre el viejo orden aborigen y el nuevo orden impuesto por los invasores, llevó
casi 200 años, desde la llegada de Colón en 1498.
Como toda transición existieron cosas que iban muriendo y otras que iban naciendo, en realidad pasamos
de una sociedad socialista, preocupada por la supervivencia y la conservación de los recursos, de la
protección de la naturaleza, del intercambio comercial sin moneda, ni metales a un brutal cambio
mercantilista y capitalista, basado en la explotación del hombre por el hombre, el precio y el valor monetario,
el lucro y el egoísmo personal sobre el bien colectivo.

El yo, comenzó a sustituir al nosotros


El tiempo se desgranó como una catarata y llegamos a los albores del 1.600. Dominaba la pobre Capitanía
General de Venezuela Don Diego de Osorio, quien es un factor intermediario entre el brutal exterminio de
los Hombres Libres y el nuevo orden colonial.
Se ocupa el Capitán de ordenar la construcción de un nuevo y decente camino de carretas entre Caracas y
su Litoral Central, así como de establecer una ordenada distribución de la tierra entre los adelantados y
encomenderos reales, así como sus nacientes y muy ambiciosos señores criollos, herederos de sus
ancestros peninsulares.
La proliferación de las haciendas de cacao, café y caña de azúcar, fueron las riquezas que vinieron a
sustituir la ansiada búsqueda de oro. La Colonia entró en un período lánguido de relativa calma y hasta de
cohabitación con los aborígenes, ya totalmente “pacificados”.
Todo apariencia, pues en las erupciones históricas, en esta bravía tierra muchas veces volvió a correr la
sangre, la violencia y la lucha por la libertad.
Los primeros esclavos negros en llegar, fueron llevados a las minas de Buria, en el estado Lara.

EL NEGRO MIGUEL, EMPERADOR!


En este sitio se produce la primera rebelión en América de los negros esclavos, en 1555, se alza Miguel,
quien muy orondo, funda una monarquía junto a su mujer Giomar, una negra bella y esbelta, que se creía y
lo era emperatriz del universo.
Miguel se torna General y acompañado, como debe ser por los descontentos, intenta tomar Barquisimeto y
dicen que casi lo logra, pero los europeos piden refuerzos a la capital, es decir al Tocuyo y aparece un tal
Diego de Lozada, conocido después en Caracas, quien los derrota.
Miguel muere en forma heroica al frente de sus negros, los cuales fueron masacrados y ejecutados. Los
pocos sobrevivientes fueron a parar al infierno de las minas de nuevo.

LA ESCLAVITUD NO FUE NINGUNA “PAPITA”:


La esclavitud en Venezuela, no fue ninguna “papita” como la tratan de dibujar incluso ahora la clase
burguesa dominante, en un arranque de complicidad ideológica.
Hoy aseguran los “ilustrados”, que nuestros esclavos “vivían” una vida plácida, al lado de sus amitos, todos
protegidos, cuidados y alimentados. Basura!
Los reyes de España, promulgaron leyes humanistas, muy de la época, tratando de suavizar la pesada
carga de los esclavos. Nadie le paraba a estas leyes.
Cepo, hierro y azotes eran la orden del día.
Recordemos que el ESCLAVO, era considerado como una PROPIEDAD, un simple objeto, algo así como
tener un caballo o un buey.
Muchos esclavos mataban a sus amos y otros se hacían “cimarrones” en los montes, prefiriendo vivir como
salvajes que como esclavos.
Como dato curioso vemos como en la Gaceta de Caracas, para 1810 y 1811, años de independencia y de
los Derechos del Hombre, sus páginas estaban llenas de avisos solicitando apresar esclavos huidos, así
como listas de esclavos ya apresados para que sus amos fueran a buscarlos. Insólito!

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Urimare el final de una época

En esta profunda etapa, el reinado de Urimare en el Litoral Central, transcurrió por el continuo asedio de los
encomenderos y hacendados hacia los naturales territorios aborígenes quienes se defendían ya sin batallas
heroicas y cada vez empinándose hacia el cerro Guaraira protector.
Por alguna razón Urimare nunca tuvo hijos y Guaico envejeció a su lado, encargándose de las tareas
externas a la comunidad y el transporte de los productos.
El se fue primero, aquejado por cualquier enfermedad desconocida y la cual no fue dominada por sus
sucesivos piaches y hierbas empleadas.
Ella le sucedió hasta una edad inusitada, cuando la paz y la relativa convivencia con los blancos, estaba
asegurada y nadie era exterminado o esclavizado al bronco estilo de antes. Nuevas esclavitudes vendrían
Solamente los negros venidos de África, Costa de Marfil, Guinea y El Congo, sufrían con rigor la esclavitud y
eran objeto de tropelías.
El territorio se desplazaba lentamente, hacía nuevas etapas y nuevas situaciones de lucha en pos de la
Libertad.
Cuando llegamos al siglo 19, ya casi nadie recordaba los grandes sacrificios de nuestros ancestros y un
nuevo “orden” se cimentaba, siempre dirigido por la misma clase social dominante, cuando de repente
estalla el siglo 21 y los cadáveres de “Maracapana” se levantan de sus olvidadas tumbas y parecen retomar
el camino hacia la victoria final.

Vargas, cuna del futuro


Hoy el nuevo estado Vargas, Venezuela, nacido en 1.998, ha sido siempre bastión de lucha por la libertad,
cuna de hermosas ideas de liberación e igualdad, con su gente venida de los ancestros guerreros, del
pueblo luchador por la independencia, siempre “Vencedor de las Tragedias” hoy acaricia e impulsa con
nuevos bríos una vuelta a la igualdad, la confraternidad y el “buen vivir”.
Cada día luchamos porque el NOSOTROS vuelva a derrotar al YO y el Socialismo del Siglo 21 sea nuestra
nueva y flamante bandera!.
Queremos parecernos a nuestros ancestros Caribes, Arahuacos, Mariches y los Negros venidos de la
madre Africa, ya mezclados en nuestra sangre palpitante para siempre!
Ahora si puede volver a resonar el grito de los gritos:
“Ana Karina Rote…Amucón papororo itoti nantó”·
SOLO NOSOTROS SOMOS HOMBRES LIBRES, LOS DEMÁS SON ESCLAVOS!

FIN.

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Autor:
Francisco Natera
[email protected]

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