Reina Urimare
Reina Urimare
Reina Urimare
com
1. Prefacio
2. Colón el inesperado
3. Fila de Mariches, la tierra amada
4. Nace una princesa
5. El pequeño poblado de “El paraíso”
6. Pobladores ancestrales...venidos de la Madre Tierra
7. Mala conducta y agravios
8. La masacre de “Pancecillos”
9. La maldición del Guaraira Repano
10. Urimare la princesa líder
11. Santiago León de Caracas
12. La reunión de los oprimidos
13. El sitio de las maracas: Maracapana
14. La garganta de “Agua Salud”
15. La retirada
16. ¡Piratas!...piratas!
17. Mariches heroicos, mariches mártires
18. La peligrosa princesa, cautiva
19. Honor a Aramaipuro, héroe de la patria mariche
20. Regreso a la madre patria mariche
21. El litoral central, “civilizado”
22. La Guaira, la ciudad nunca fundada
23. Guaico, embajador en Tarma
24. El Prefecto asesinado!
25. En los brazos de Urimare
26. El yo, comenzó a sustituir al nosotros
27. Urimare el final de una época
28. Vargas, cuna del futuro
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Prefacio
URIMARE, la princesa guerrera, en nuestra historia, por cierto muy mal contada, o mejor dicho contada a
favor de unos cuenteros que arrimaron la braza para su candela y nos dejaron cuentos, informaciones y
otras especies no muy verdaderas o muy ajustadas a su verdad.
Urimare, quien nació en la Tierra Amada de Mariche, en la entrada del valle de Los Caracas, por donde
nace el sol y cerca de un pueblito llamado Petare, o el que está “frente al rio”.
Luego de participar en la gran batalla de “Maracapana”, se desplaza con su padre ARAMAIPURO, en unas
de esas marchas tan frecuentes en nuestra historia, entre el centro o Caracas y el oriente de Venezuela o
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Cumaná.
En la ciudad oriental es capturada por el pirata Sir Walter Raleigh y matando a su custodio, vuelve a tierra e
inicia el camino de retorno al centro del país.
Llega a los dominios del anciano cacique GUAICAMACUTO y empieza su periódo como cacica,
gobernadora y reina del Litoral Central.
Es una historia emocionante, llena de combates, de duros sacrificios, de mucho coraje y de una belleza
estimulante, para que entendamos el largo proceso de uno de estas heroínas olvidadas en hacer la nueva
MATRIA.
Colón el inesperado
Cuando Colón llegó medio perdido por estas nuevas tierras, ya habían sucedido acontecimientos sociales y
políticos de gran trascendencia. Cuatro grandes civilizaciones muy avanzadas poblaban el continente, al
norte los Aztecas, en el centro los Chibchas y Mayas, al sur los Incas. Igualmente en extensos territorios
habitaban Arahuacos, Caribes, Timoto Cuicas, Tarmas, Araucas, Aimaras y otras miles de tribus.
En el mar Caribe los pobladores Taínos, ya sufrían la invasión y conquista de los Caribes, tremendos
guerreros y navegantes arrojados.
Lo Arahuacos se expandieron por el norte y sur de América y su raíz lingüística llegó a ser una de la más
extendida en todo el continente.
Los pobladores arahuacos de las Antillas a los pocos años de la invasión europea habían sido
exterminados por las guerras internas, las atrocidades y barbaries de los conquistadores y las
enfermedades importadas de Eurasia.
Las islas caribeñas eran el asiento de tainos, arahuacos y caribes, quienes habían conquistado cierta
estabilidad política y mucha prosperidad en la producción de alimentos. Es decir el escenario en donde
tocan tierra los europeos, poseía ciertas condiciones que desmienten esa especie de leyenda basada en la
falsedad, que los españoles eran necesarios para conducir las etnias “salvajes” a “la civilización”.
Sabemos que tarde o temprano el contacto del nuevo mundo con el viejo y conocido era menos que
inevitable, lo que si podemos asegurar es que los pobladores de estas tierras tenían su curso de vida, sus
lenguas, costumbres y religión, las cuales fueron impactadas, sustituidas, violadas y conducidos a “un nuevo
orden”, cuyas consecuencias coloniales apenas en el siglo 21, hemos empezado a revertir efectivamente.
Una de estas terribles consecuencias fue la sujeción de estos pueblos a las leyes, normas y costumbres de
los pueblos invasores, europeos y luego norteamericanos y ello se explica por la poderosa transculturización
que desarraigó a estos pueblos de sus sanas costumbres, de su amor por la tierra y su conservación y
sobre todo por la brutal anulación del “bien común por encima del bien egoísta e individual”.
Muy poco se ha escrito sobre la tremenda resistencia de los pobladores en contra de los invasores, la cual
posiblemente duró unos 300 años. Primero fueron los indígenas, luego los negros y mestizos y al final los
descendientes mezclados y forjadores de la independencia de España.
Esta lucha siempre estuvo matizada de acontecimientos terribles, batallas nunca reseñadas, millones de
muertos, traiciones internas y episodios siempre dignos de ser contados.
Este sueño irreal, me traslada a la Fila de Mariches, espacio aledaño a la ciudad de Caracas, Venezuela y
por encima de mi cabeza pasan en sucesión las imposibles y extrañas cabinas del Cable de Mariche, un
correaje que hoy transporta 500 años después, a estos pobladores nuevos, cuya conciencia a veces nada
tiene que ver con sus ancestros, aquellos mariches quienes dieron su vida por la libertad y defendieron este
mismo territorio de los extraños invasores.
Los Mariches ocupaban desde tiempos precolombinos, la zona aledaña a la ciudad de Caracas, a la vera
del río Guaire y la quebrada Caurimare, por allí se asentaban los Mariches, descendientes de los Caribes y
cuyo asiento principal era el poblado de Petare, que en lengua Caribe significa “Poblado frente al río”.
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Como siempre se falsifica la verdadera historia y se cree que Petare fue fundado en 1621 por el español
Pedro Gutiérrez, cuando la realidad fue que Petare ya era un viejo poblado habitado por millares de
mariches, cuando sus pobladores vieron por primera vez a los invasores.
Tamanaco fue su último gran gobernante asesinado por el “progreso”. A partir de este hecho y del
desplazamiento de los mariches hacia el este de Venezuela, huyendo de la esclavitud y la opresión, se inicia
el aplastamiento de estos magníficos venezolanos ancestrales.
En la neblinosa mañana se destacaban las azules colinas circundantes del sector “El Hatillo”, lugar hermoso
aledaño a Mariche.
Ráfagas de viento inundaban con blancas bambalinas de niebla y en la choza de Aramaipuro gran cacique y
jefe de los mariches había un trajín inusual.
Afuera sentados frente a una improvisada fogata estaban los guerreros principales siempre atentos y
respetuosos de la voz del gran cacique, gran líder de los mariches y muy reputado por su fortaleza,
sabiduría y ferocidad para defender el territorio amado de su patria.
Desde el año 1567, es decir, a más de 69 años de la llegada de los invasores españoles a la tierra
conocida, los mariches se habían rebelado furiosamente contra su pretensión de esclavizarlos y quitarles
sus tierras, la tierra de sus ancestros y su tranquila vida.
Los mismos cerros circundantes de hoy en su figura retratada contra el purísimo azul, ahora despoblada de
bosques y llenos de ranchos miserables creados por la nueva religión llamada Capitalismo.
En aquella agreste naturaleza también sucedían cosas inusuales y de gran importancia para definir el riel
del futuro.
La causa de la reunión y del trajín de las mujeres dentro de la choza, era que la mujer de Aramaipuro,
URICAO paria de nuevo y siempre entre los mariches esto era objeto de grandes manifestaciones de
regocijo.
Por supuesto que los guerreros y el padre cacique, siempre anhelaban la venida de un varón, otro futuro
brazo guerrero para luchar en contra de los invasores, pero en esta oportunidad resultó que había nacido
una hermosa niña.
En el marco de la puerta respaldada por el rojizo resplandor de la fogata que ardía dentro de la choza,
apareció la mujer del piache y frente a los congregados, envuelta en una tela ceremonial, levantó a la recién
nacida y exclamó: Urimare!, Urimare!, que en el lenguaje mariche significa “Ponzoña de abeja”.
Aramaipuro se acercó solicito a la puerta y delicadamente tomó la frazada toscamente tejida que sostenía la
vieja y descubriéndole el rostro a la recién nacida, susurró amorosamente: Urimare!...Urimare!…
Toda la tribu estaba congregada en la explanada frente a la casa del Gran Señor de los mariches y sonaron
roncos, los tambores de guerra y las guaruras, se alzaron cientos de fogatas de las barbacoas y las
gargantas sedientas fueron regadas con chicha fuerte.
La fiesta duró dos días y sus noches y todos se acercaban a ver la hermosa niña de extraños ojos verdes y
piel aceitunada que yacía plácida en una gran cesta de bejucos.
Todo un alboroto por la niña, algo distinta y que contemplaba a los curiosos con su par de ojos
extrañamente fijos.
Los comentarios eran de buenos augurios y algunos sabios se atrevían a adivinar hechos trascendentales
en los cuales esta pequeña, tendría mucho que ver.
Al otro lado del valle, lejos, a la orilla de un rio cristalino en un intrincado bosque que los recién llegados
bautizaron “El Paraíso”, un grupo pequeño de hombres blancos apretujados alrededor de una hoguera,
escuchaban distantes el rumor de los tambores y se sentían amenazados por la invisible presencia de esos
seres extraños del bosque.
Precisamente para los lados de las serranías de los mariches, se hablaba de la existencia de una enorme
mina de oro y las conversaciones de todos siempre giraban acerca de la fantasía de marchar algún día y
apoderarse de tan enormes riquezas, para luego volver por el peligroso mar a la remota España y vivir una
vida regalada.
Todos querían el oro mariche por su poder y su gloria.
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Cuando Francisco Fajardo, venía o regresaba a los lados del Litoral Central y desembarcaba en la
población de Chuspa (Este del hoy estado Vargas, Venezuela) en 1555 y lo acompañaban sus medios
hermanos Alonso y Juan Carreño, lo hacía prevalido de su condición doble, de hijo de la cacica “Isabel”,
esposa del teniente gobernador español Francisco Fajardo en la isla de Margarita y ayudado por sus
conocimientos de la lengua Caribe.
Muchos historiadores cuentan que la cacica Isabel era hermana de Naiguatá y nieta del cacique Charaima,
jefe en las Filas de Mariche.
Pasado el cabo Codera, el cuerno tormentoso que divide la costa central de Venezuela, con las aguas
tranquilas de sus costas orientales, la chalupa en donde venía Fajardo, pudo avistar a lo lejos el poblado de
Chuspa.
El patrón del bote, alertó a Fajardo:
-Ah! Don Francisco, que allí delante ya se dibuja el poblado de Chuspa, en donde vuestra merced quiere
arribar…
-Si hombre Julián, ya era hora, después de la vapuleada que nos ha dado la mar en Codera. Jolines! Que
ya era hora!
Arrimado el bote a la playa, ya venían a recibirlo algunos pobladores,muchos de ellos con penachos
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-Joder maeses! Tended cuidado con los ademanes, que ya veo algunos guerreros algo molestos por los
gestos que hacéis a sus hembras. Con calma señores, que para todos hay!, pero tended paciencia y no os
precipitéis con pendejadas!
Esto refrenó un poco, lo que el brandy ya había iniciado con fuerza y a regañadientes la fiesta se acabó de
repente. Algunos invitados, se quejaron un poco, pero todos se fueron a dormir.
En la explanada, bajo los uveros los blancos armaron su palenque y colgaron los chinchorros. Un mar de
estrellas lechosas se deslizaba por el cielo y una luna regordeta apareció sobre la gran montaña.
Fajardo de acomodó en su hamaca margariteña y al amparo de la cálida noche, inició un vaiven al compś
de la suave brisa que venía del mar.
Ante el gran éxito de la primera incursión de Fajardo en los territorios de Caruao, al Oeste del hoy estado
Vargas, la cacica Isabel decide acompañar a su hijo en el segundo viaje en 1557.
En esta segunda oportunidad, Fajardo funda el poblado de “Panecillo”, muy cerca de Chuspa y con la
presencia de su madre, logra la completa aceptación de todos los jefes aborígenes de la comarca e incluso
la aceptación del poderoso cacique Naiguatá.
La propiedad privada, era totalmente desconocida y la tierra se trabajaba para el beneficio de toda la
comunidad.
Las doncellas aborígenes, eran mujeres libres que escogían sus parejas por los atributos de capacidad para
luchar y producir en estos agrestes parajes, pero eran raramente obligadas por la fuerza, a menos que se
tratara de uniones concertadas de princesas o herederas de los caciques, a quienes les interesaban las
alianzas con otras tribus.
De allí, que las extrañas costumbres de los “nuevos huéspedes”, causaron traumas sociales irreparables y
como consecuencia hubo una reacción armada en contra de los hombres de Fajardo y su madre.
La masacre de “Pancecillos”
Naiguatá y su lugar teniente GUAICAMACUARE se oponen a la violencia y aconsejan a las tribus
afectadas, “dejar salir a Fajardo y su gente, sin hacerles daño”.
Fajardo no entendió la seña y por el contrario tomó represalias contra algunos indios y los ahorcó.
Comisionan los Hombres Libres al cacique Paisana, mediante una gran asamblea popular en “Uverito” en el
poblado de “Macuto” para que someta a Fajardo y lo expulse del territorio de Caruao y Chuspa. Para ello
Paisana les envenena los pozos de agua potable situados en el poblado de Panecillo y sus alrededores.
Fajardo replica con una incursión punitiva de pelea y se dirige al Este en busca de Paisana, a quien
sorprende de noche en su propio campamento cerca del caserío de Oripoto y le causa centenares de bajas
con sus poderosos arcabuces, picas y largas espadas.
Capturado el cacique Paisana y desoyendo pedidos de cordura y clemencia de sus allegados, Fajardo
decide ahorcarlo en presencia de una poblada de indios cautivos. Esto provocó una intensa repulsa y un
odio profundo de los pobladores de la región.
Tras dos días de marcha Fajardo regresa a Panecillo y al bajar de una hondonada, divisa una gran
humareda, producto del incendio y destrucción del caserío. Regados por doquier yacían los cadáveres de
la guardia dejada para proteger a su madre, quien igualmente fue ejecutada en el sitio.
Fajardo había llegado lejos hacia el Oeste y ya casi pisaba tierras de Macuto, en un recodo de la montaña
funda el poblado de Caraballeda y deja unos cuantos blancos, mestizos e indios sirvientes en el pueblo,
cuya espalda descansaba en una estribación del cerro Guaraira Repano y por el frente le fue construida una
gran empalizada protectora con dos torretas de vigilancia.
Esta primera fundación de Caraballeda, queda en la oscuridad de un gran misterio, pues súbitamente sus
pobladores la abandonaron. No se reportaron causas naturales como deslaves o terremotos, pero un gran
terror se apoderó de Caraballeda y en un santiamén sus dos calles quedaron desiertas y la gente partió
hacia Naiguatá y otros hacia Macuto.
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Fajardo ante la presión de las tribus del Litoral Central de Venezuela y por la llegada de Lope de Aguirre,
llamado “El Tirano”, se embarca hacía La Margarita en 1558.
Luego trata de regresar a tierra firme y es apresado en Cumaná por el Justicia Mayor Alonso Cobos, quien
lo ahorca.
Final trágico del mestizo traidor y exterminador de los Hombres Libres del Litoral Central de Venezuela.
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Todo lo que estuviera mal construido en estos causes era arrastrado por los torrentes de agua, barro,
árboles arrancados de raíz y enormes piedras.
Todavía en la subida de Galipán, Vargas, por los lados de Macuto, podemos ver piedras tan grandes como
edificios de 3 pisos, enormes desprendimientos que engrasados por el espeso lodo, ruedan montaña abajo
destruyendo todo a su paso.
La montaña signo de protección y vida, de vegetación y barrera natural a las nubes, tiene sus peligros y
habitantes notables.
En sus quebradas, abunda una serpiente denominada “Bohutropus Venezuela” o la llamada por los
aborígenes caribes y arahuacos, “Tigra Mariposa”, reputada como la serpiente más venenosa del planeta,
agresiva y celosa de su territorio, quien ha causado cientos de muertes a los paseantes de estas montañas,
desde miles de años antes de la llegada de los blancos.
Otro velo de misterio es la llamada “Maldición de Isabel”, la cacica madre de Francisco Fajardo, asesinada
en Panecillos cerca de Chuspa. La india tenía una relación muy íntima con el cerro y antes de ser degollada,
sus ojos buscaron el neblinoso follaje y gritando desgarradoramente recibió la muerte.
Desde entonces han sido decenas de hombres notables que han sido tragados por la montaña, maldición
que se ha extendido aún hasta nuestros tiempos y que comprende caciques, guerreros en tránsito a
Caracas, viajantes desprevenidos por las decenas de caminos construidos en su territorio, un presidente de
la república y recientemente de políticos notables que vivieron en este moderno estado Vargas.
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rojizos de pequeñas placas curvas y alrededor de toda una alta muralla con torretas de vigilancia. Pueblito
enclavado entre tres ríos, conocidos por ellos, el llamado Guaire, el Caroata y el rio Guanábano.
Los hombres que marchaban en cuatro patas y una gran cabeza de animal por delante, un día casi llegaron
a sorprender una escapada de jóvenes mariches que correteaba entre los bejucales. Un súbito silencio de
los araguatos y pájaros previno a los ruidosos jóvenes, que de inmediato se ocultaron silenciosos en la
espesura.
-Joder! Don Manuel que nos hemos alejado demasiado de la ciudadela! Estamos en tierras oscuras e
infestadas de sombras. Hay que tener ojo pelado!..
-Uno de los jóvenes se aprestaba a lanzarle una cerbatana al primero de los hombres pálidos que iban
cabalgando, cuando la mano firme y suave de Urimare le tapó la salida del pito lanzador de canuto, con un
gesto de silencio en su cara y una mirada que no admitía réplica alguna!.
-Chito!..No es el momento!
Los blancos se alejaron chachareando y congratulándose de haber abarcado tanto espacio desde el
pequeño pueblo y haber tenido la osadía de llegar a lo que llamaban Petare. Pocos se hubieran atrevido a ir
tan lejos, sobre todo después de haber recibido el pueblo de Santiago más de 50 cargas de indios armados
y haberlos rechazado a curbinazo limpio y con los arcabuces a todo dar!
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Urimare se despojó de sus sandalias y toda la ropa, quedando desnuda, mientras la suave brisa le
acariciaba el pelo suelto.
Se subió a una piedra y en un salto hermoso, se metió como una cerbatana en las cálidas aguas del pozo.
Guaico la había seguido, desde el poblado y maravillado la observaba desde la espesura. Poco a poco se
fue acercando a la orilla protegido por unos matorrales, se quitó la ropa y cuando se preparaba para
meterse en el agua, algo saltó del fondo y lo agarró por el cuello, hundiéndolo hasta el fondo.
Guaico pensó que lo había agarrado un caimán, algo totalmente loco, ya que en el pozo nunca se había
visto uno.
Trato de zafarse de la garra que lo aprisionaba y sobre todo luchaba por surgir a la superficie a tomar algo
de aire.
En el impulso desde el fondo Guaico miró a su agresor, pudo tocar sus largas trenzas y su tersa piel.
No era otra que ella, la intocable, que ahora lo aprisionaba con sus largas piernas, en un impulso irresistible
lo agarraba por el pelo y en un largo beso casi terminaba de ahogarlo.
Los cuerpos unidos flotaron en el pozo y la luna se oscureció como ofreciendo su cortina en el nido del
amor.
Cada día llegaban más correos de las altas montañas de Los Teques que anunciaban la visita del Gran
Señor de Los Teques, el intocable, la saeta de fuego, la cerbatana venenosa, el que tenía el poder de
convertirse en puma, tigre o mariposa.
Las charangas vibraron al son profundo de las guaruras y un chaparrón de vozarrones acompañó la
presencia del señor de los señores.
Aramaipuro lucía sus mejores plumas y acompañado por los ancianos, el Gran Piache y los caciques
guerreros, esperaba bajo un palio de palmas al señor de Los Teques, el temible Guaicaipuró.
A su lado erguida y hermosa, vestida con tejidos multicolores, macana afilada en mano y plácida actitud,
esperaba ansiosa Urimare.
Guaicaipuró llegó con su numeroso séquito, pero la cosa pasó a mayores porque casi de inmediato se
aparecieron Guaicamacuto, Tamanaco, Maiquetía, Tiuna, Naiguatá, Aricabuto, Uripatá, Anarigua, Mamacuri,
Curucutí Querequemare, Prepocunate, Araguaire, Guarauguta, Pariata y Paisana.
Se estaban reuniendo las naciones de los Hombres Libres que abarcaban toda la tierra conocida entre el
interior del centro de Venezuela y la extensa costa de su litoral. Desde las frías montañas de Los Teques y
El Jarillo, pasando por la serranías de Mariche, Guarenas, Guatire, Naiguatá, Macuto, Maiquetía,
Chichiriviche, Tarma y Catia La Mar.
Se pactaba el golpe final a los hombres blancos invasores, quienes habían causado un surco de sangre y
lamentos en las naciones, habían esclavizado a los cautivos y violado a las mujeres.
Últimamente 50 guerreros mariches habían sido empalados frente a la muralla del poblado de los invasores
llamado Santiago de León de Caracas. Los guerreros agonizaron por tres días y tres noches, clavados en
sus estacas.
Los piaches de las 500 tribus y las 12 naciones de los Hombres Libres, se agruparon en la explanada y la
noche brilló salpicada de miles de fogatas.
Diez mil guerreros se amontonaban, mientras en la gran choza de Aramaipuro conversaban los grandes
caciques y los doce consejos de ancianos. Los piaches danzaban y repartían chicha y pócimas contra los
malos espíritus.
Habló Guaicaipuró:
-Mi pueblo sufre por la arremetida de los invasores. Dicen que vinieron por donde cae el sol y antes, algunos
los vieron en grandes canoas cerca del mar.
-Nos matan, esclavizan y toman a nuestras hembras. Su poder es grande y se basa en armas que producen
mucho ruido y relámpagos, en cambio nosotros tenemos nuestras flechas, cerbatanas, macanas y sobre
todo nuestro valor para defender la amada tierra.
-Ellos nos temen porque saben que somos muchos, pero estoy convencido que vinieron para quedarse.
-No podemos negociar con ellos porque solo les interesa algo que ellos llaman oro. Lo malo es que si
permitimos que saquen su oro, tampoco se irán y por el contrario esto hará que se arraiguen más y más. No
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“Sitio de las Maracas”, cerca del poblado del Valle de los Caracas, a los pies del Guaraira Repano, antes de
llegar al río Guaire en el sitio que llaman Catia. En dos días estaremos concentrados y marcharemos a
destruir el poblado de los invasores.
El anuncio despertó una algarabía de miles de gargantas y una tormenta de chispas se alzó de las fogatas.
La luna llena rojiza se expandió sobre las nubes, estaba preñada de agua y la tormenta se presentaba
sobre las montañas.
Como presintiendo el futuro el temible Guaraira Repano, el “Sitio del Viento Veloz” se oscurecía por
momentos, preparando el sombrío panorama de una confrontación nunca vista!
Yo que narro estos acontecimientos me trasladé hoy al sitio de la gran batalla, esto empujado por mi
sentimiento de que la batalla más impresionante y decisiva que se realizó en el combate por la libertad de
Venezuela, nunca ha sido descrita o tomada en cuenta por casi nadie.
Bajando por la avenida Urdaneta, al lado del palacio de Miraflores en la ciudad capital de Venezuela,
teniendo a la izquierda las colinas del Observatorio y el glorioso cuartel de la montaña, génesis de otra
epopeya reciente en la lucha por la libertad, me doy cuenta de la garganta estrecha que me lleva al oeste,
anclada por el flanco izquierdo por el río “Caño Amarillo” y por el norte con las colinas que bajan del
Guaraira Repano.
Diríamos que es un pasadizo de unos dos o tres mil metros de ancho, el cual nos conduce como un tubo a
“Gato Negro” el parque “Alí Primera” y la plaza Catia.
Hoy el transporte subterráneo Metro sigue esta garganta raudo en sus idas y venidas, sin sospechar que
pisa en un terreno que fue disputado a sangre y fuego en contra de los invasores esclavistas que invadieron
una Venezuela antigua de 20 mil años antes que ellos llegaran a nuestra amada tierra.
Llego a la Plaza Catia en cuya explanada se reunieron las tribus y mi alma puede otear el alboroto de más
de 400 años atrás en el cual Tiuna esperaba al “Guatoporí”, el ungido e intocable, comandante en jefe
Guaicaipuró.
Los hombres blancos con unos 100 caballos lideraban la marcha que salió de la ciudadela, por los lados del
hoy palacio de Miraflores. Detrás marchaban una abigarrada columna algunos peninsulares pobres, indios
yaracuyanos esclavos y otros recien bautizados, menos confiables.
Todos no pasaban de mil, pero los de a pie iban armados con algunos cientos de arcabuces y en carretas se
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transportaban dos culebrinas con sus dotes. A nadie le faltaba una lanza, falange o espada toledana y los
grandes llevaban sus brillantes armaduras.
-“Ana Karina Rote…Amucón papororo itoti nantó”· SOLO NOSOTROS SOMOS HOMBRES LIBRES, LOS
DEMÁS SON ESCLAVOS!
Urimare luchaba al lado de Guaico, su pareja y gran amor, ambos eran los brazos implacables del
desesperado sostén de la avanzada.
Ellos sabían un secreto bien guardado por parte de los invasores: Sus armas se alimentaban de un polvo
negro, contenido en grandes barricas de madera y que ellos llamaban “pólvora”.
Ya Urimare había probado que en días lluviosos, los españoles no podían accionar sus temibles armas,
porque el “polvo negro” se mojaba y era inútil. Igualmente sabía que la candela era “enemiga” del polvo
negro y cualquier contacto con ella la hacía estallar por los aires. Candela contra pólvora!.
Era urgente que se hiciera algo para contener los cañonazos del enemigo: O mojaban su pólvora, algo casi
imposible o le prendían fuego a los barriles de madera que llevaba la carreta que sostenía la “culebrina”.
-Guaico! Ven acá y escucha bien lo que te pido:
Debes acercarte lo más posible a la carreta en donde disparan la gran arma asesina, que tanto daño nos
hace. Usa una flecha “luciérnaga” (Flecha en cuya punta iba un tejido seco e impregnado de brea y en
donde se prendía una fuerte llama). Apunta bien uno de esos barriles que tienen atrás y corres hacia aquí,
para evitar el estallido.
-Si mi princesa!, me llevo a dos y haremos lo que tu dices!.
-Guaico, hijo de mono!, o te ganas tu pluma roja de cacique o yo misma voy y lo hago!
Guaico se le quedó mirando arrobado a la ennegrecida figura y en silencio se retiró seguido por sus dos
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lugartenientes.
Reptando por entre los matorrales se fueron acercando a la carreta con la mortal culebrina, quien escupía
fuego y plomo cada 5 minutos.
Necesitaban ponerse a tiro a menos de 30 metros, para poder encender la mecha de la flecha “luciérnaga”.
En un túmulo del terreno se acurrucaron los tres, a la espera de una ráfaga de humo, que les permitiera ir a
un matorral aledaño a la temible arma.
En un instante todo pareció propicio y corrieron hacia su objetivo, pero con la mala suerte que fueron
avistados por algunos invasores que custodiaban el emplazamiento. Los arcabuces ladraron y tres cuerpos
cayeron al suelo, aunque nadie se acercó a verificar la muerte de los abatidos.
Guaico yacía boca arriba y los cadáveres de sus amigos lo cubrían. Había sido herido, pero en forma muy
leve en una pierna. Permaneció muy quieto por algunos minutos y la ráfaga de humo esperada, le brindó el
impulso para apartar a sus hermanos muertos y reptar hacia el ansiado matorral.
Allí llegó jadeante y se cubrió bien con las ramas. A menos de 15 metros vomitaba fuego la aterradora
culebrina, rodeada de unos 10 servidores, quienes sacaban pólvora y trozos de metal de los barriles, para
alimentarla por su boca humeante.
Guaico, esperó su oportunidad y tanteó su mapire para extraer la “luciérnaga”, el otro paso era producir
fuego, darle candela y dispararla a los barriles de pólvora.
De un saco pequeño de cuero sacó un musgo seco y dos piedras negras. Poco a poco empezó a frotarlas,
para hacer candela, aunque en este instante sucedió algo insólito: Una flecha de candela, cayó muy cerca
de donde estaba e inició un pequeño incendio en el matorral que usaba de escondite.
Rápido como una centella, metió la punta de su “luciérnaga” en la candela y casi se puso de pie, para
dispararle el flechazo a los barriles.
Los españoles lo vieron erguirse y se aprestaron a eliminarlo con sus arcabuces.
Demasiado tarde…la flecha mariche, realizó un arco de fuego en el humeante aire y certeramente perforó
uno de los barriles.
El estallido fue instantáneo y arrastró a todos los que estaban a su alrededor.
Guaico apenas tuvo tiempo de lanzarse al suelo y entre una gran humarada corrió hacia su retirada.
Urimare, quien había mandado a un emisario a lanzarle la flecha incendiaria salvadora a Guaico, sabía que
su “hijo de mono”, había conquistado su pluma roja de cacique, en brava y casi suicida lucha. Su corazón se
desbordaba de orgullo y de amor.
Guaico regresó medio maltrecho y algo herido, pero el abrazo de su princesa, compensó el sufrimiento y el
susto.
Sin embargo, la lucha continuaba y los invasores no daban tregua en su intento de ganar la gran batalla.
Al rato llegó al sitio defendido por Urimare un segundo cañón de bronce tipo “culebrina” y la devastación los
obligó a retroceder hacia Catia. Mientras morían miles de aborígenes, caían solo unos pocos atacantes
invasores.
Diego de Lozada desde la altura del Observatorio pudo divisar entre la metralla y el humo, el penacho rojo
de Urimare que saltaba entre los grupos, atendía a los heridos y gritaba buscando coraje y determinación en
sus devastadas huestes. Todo era inútil y fantasmagórico, solo morían Hombres Libres.
Un grupo comandado por el propio Tiuna llegó en su auxilio y esto apenas pudo revitalizar la alicaída línea
de batalla.
Mientras tanto en la explanada de Catia se amontonaban casi 10 mil guerreros y de repente cundió el
pánico, ante la llegada de otro correo proveniente de Guaicaipuró, quien avisaba que era imposible estar al
mando porque las condiciones del terreno, los diluvios de cataratas inmensas, le impedían avanzar hacia
Caracas.
Tiuna llegó a ser informado que había sido nombrado “Guatoporí” o Comandante en Jefe y luego de detener
por momentos el avance español en “Gato Negro”, retrocedió a la laguna de Catia para reorganizar la
batalla.
Todo fue inútil, muchos caciques habían emprendido la huida rumbo a “El Junquito”, vía el “Camino de los
Indios”. Los que se retiraban admiraban a Tiuna y su gran valor, pero la falta de Guaicaipuró la tomaron
como un mal aviso de destrucción y muerte.
Tiuna volvió al combate con unos 3 mil bravos y regresó al sitio que dolorosamente sostenía Urimare.
Los pajonales del “Caño Amarillo” ardían y se levantaba una cortina de humo protectora.
Diego de Lozada en una maniobra audaz y ya informado de los inconvenientes de Guaicaipuró por un
correo que recibió desde Petare, decidió aventurarse por las colinas del hoy “23 de Enero”, las cuales
flanqueaban el campo de batalla hacia el sur. Encontró poca resistencia y se lanzó directo a la retaguardia
de Tiuna y sus tropas.
Tiuna advirtió tarde la maniobra y en una retirada desesperada hacia el abra que conduce al mar, trato de
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proteger a sus combatientes y en donde ya estaban los 20 guerreros que le quedaban a Urimare y otros que
comandaba su padre Aramaipuro, quien había peleado defendiendo la retaguardia.
Lozada no encontró resistencia en la laguna de Catia y los pocos que todavía merodeaban fueron
acuchillados en el acto.
Las tropas de Tiuna ya fugitivas por la quebrada “Tacagua” que bajaba al Litoral Central, apenas pudieron
llegar al sitio de “El Limón” y desesperados siguieron su angustioso camino.
Los españoles y sus tropas no los persiguieron demasiado, pues temían ser objeto de emboscadas en al
abrupto terreno de bajada al Litoral.
Arriba en la explanada del sitio de la gran batalla, entre la laguna de Catia y Miraflores, habían quedado
tendidos unos 10 mil combatientes por la libertad. Apenas los conquistadores habían perdido unos 50
españoles y 500 indios de su tropa.
La tarde gris luto llorosa de lluvia, se posaba sobre el suelo rojo de sangre en el sitio de Maracapana. Entre
los cuerpos heroicos había hasta niños y muchas mujeres. Un silencio amargo de tumba, merodeaba por
Catia!
Había terminado la gran batalla de Maracapana, la más grande y alucinante que se ha realizado en el
territorio de la Patria, nunca recordada como un ejemplo de amor a la libertad y la contribución sangrienta de
un pueblo invadido en pro del distante futuro que hoy disfrutamos tan inconscientemente.
La retirada
En la huida, Aramaipuro quien apenas había podido tomar parte en la batalla en respaldo de Tiuna y
opuesto a abandonar la pelea por la falta de Guaicaipuró, había podido coordinar con los caciques del
litoral, la retirada ordenada por la quebrada “Tacagua”.
Al llegar al sitio frente a “Boquerón” en donde hoy se construye la “Ciudad Caribia”, tomaron el camino de
“Guaracarumbo” hacia el oeste. El resto bajó hasta la “Allanada” y el poblado de Naiguatá.
Aramaipuro, Urimare y los sobrevivientes subieron la empinada cuesta de “El junquito” rumbo a la “Colonia
Tovar”, para caer en el “Jarillo” en donde se toparon con un frustrado Guaicaipuró, quien de inmediato supo
por las malas noticias que traían sus amigos, que la causa de la libertad en el territorio de los Hombres
Libres había sido derrotada. Se acercaba fatalmente el día de su sacrificio final.
No hubo llantos, ni lamentos, solo rabia y amargura!
Guaicaipuró volvió a Los Teques y Aramaipuro con Urimare a Mariches. Les esperaba el sacrificio o la
huida.
Guaicaipuró al final optó por el sacrificio y fue acorralado y muerto en su choza.
Aramaipuro escogió por la retirada hacia el Oriente de Venezuela.
Entre Mariches y Cumaná hay unos 450 kilómetros. Desde Petare en el hoy estado Miranda de Venezuela y
Cumaná, estado Sucre, llegando a la playa de Mariguitar, hay un largo camino, que en muchos lugares ni
siquiera tiene camino.
Guatire, Caucagua, Panaquiere, Unare, Píritu, Barcelona, Puerto la Cruz, Mochima, Cumana y Caiguire, son
lugares fáciles de enumerar, pero dificultosos, calurosos, sedientos y difíciles de alcanzar y transitar.
Siglos más tarde, este mismo camino fue tomado por miles que huían del mismo sitio en una Caracas a
punto de caer en manos del realista español José Tomas Boves en el año de 1814 y en donde la excelsa
María Luisa Cáceres, de apenas 13 años perdió sus zapatos, su atajo de muñecas y su joven mucama que
la acompañaba.
El pueblo Mariche era menor, pero igualmente acosado por los triunfantes conquistadores, vencedores de la
batalla de Maracapana, debían caminar hacia la salida del sol o morir.
Tres mil mariches se alinearon esa madrugada para salir rumbo a la laguna de Unare, pasando por Los
Reventones y las escarpadas cimas de la fila de los Mariches, iban ancianos, niños, mujeres, guerreros y
labriegos, comandados por Aramaipuro y auxiliados por Urimare y el pequeño grupo de jóvenes guerreros
especiales que sobrevivieron a la gran batalla.
No poseían bestias de carga, ni carretas con ruedas y todo el peso de lo poco que podían llevar iban en sus
agobiadas espaldas.
Un mes más tarde entraban en las afueras del villorrio de Cumaná y se desplazaron al lar de sus ancestros
en la playa de Caiguire. Allí fueron recibidos en una pobre ranchería por algunos caribes que nada podían
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¡Piratas!...piratas!
Corría plácido el año de 1595, ya bordeaba el centenar de años cuando Colón recaló perdido a nuestras
costas y lo salvamos de morir de hambre en el océano.
Una pléyade de males se ensañaron en nuestro pobre y olvidado territorio, guerras, plagas, terremotos,
infamias y desgracias y para colmo lo que nos faltaba: Piratas ingleses!, aunque esto es una redundancia,
pues ellos llevaron la idea de piratear a su más alto sitial en aquel mundo.
Sir Walter Raleigh venía medio frustrado de un ataque a Trinidad y luego de pasar por las bocas del Orinoco
y contemplar la bajamar de “Boca Grande” se encaminó hacia Paria, para recalar al pequeño poblado de
Cumaná y considerarlo un bocado apetecible en su larga cadena de tropelías.
En realidad todo su reconcomio se debía a que se sentía engañado al no poder encontrar cerca en el gran
río, la ansiada “Manaos” o la dorada ciudad de oro puro, en donde las arenas, las calles e incluso los
edificios estaban hechos de oro. Nada había podido encontrar, sino raudales de agua, bosques inmensos,
indios y animales raros.
Raleigh no tenía alma de biólogo o botánico, aunque se le atribuyen algunos tratados de “niño explorador”, y
en realidad todo su esfuerzo por su excelsa reina de Inglaterra, era en pos del dorado metal.
Tranquila se deslizaba la noche por las playas de Cumaná y Caiguire, poblados pacíficos de los arahuacos
y caribes, que convivían en santa paz.
La madrugada se dibujó neblinosa y delante de ella ya recostados contra la playa, se mecían decenas de
barcos.
Cundió la alarma en los poblados y el amargo despertar de los pobladores, fue acelerado por el espectáculo
de las chalupas de desembarco rumbo a las playas, todo sazonado por intermitentes cañonazos de
amedrentamiento dirigidos más que todo a infundir terror en aquello seres.
Urimare fue avisada y de inmediato tras recoger sus armas y atraer la atención de su escolta, se dirigió a la
choza de su padre Aramaipuro.
-Padre!..Nos atacan blancos en muchos barcos. Están llegando a la playa en pequeños botes...debemos
prepararnos...
Aramaipuro ya estaba alerta y se estaba preparando para resistir la oleada invasora. Los pobladores se
arremolinaban frente a su choza y él ya investido de “Guatoporí”, con su macana afilada en manos, salió a
hablarles.
-Hombres Libres de Caiguire, patria de los mariches y guaiqueries, el invasor ha llegado a nosotros y se
prepara a exterminarnos. Sabemos que no valen rendiciones, ni ruegos, siempre el hombre pálido va a
querer aplastarnos y luego esclavizarnos. No tenemos otra salida que luchar y resistir hasta morir, si fuere
necesario!. Venimos de la gran batalla de “Maracapana” y ya hemos combatido, no nos queda sino luchar y
luchar!.-
Una ola de aprobación surgió del conglomerado y ya unos mil guerreros se aprestaban a la lucha. Se
dividieron en dos columnas, una al mando de Aramaipuro y la otra al mando de Urimare. Ambas debían
trasladarse en paralelo hacía Cumaná, desde donde ya se divisaba una gran humareda y explosiones de los
arcabuces ingleses.
Raleigh había concentrado su ataque inicial en el centro del poblado y casi sin resistencia lo había tomado,
procediendo a incendiar chozas y sobre todo a apresar a las mujeres. Todo aquel que osaba aunque sea
levantar la voz, era ejecutado de inmediato cortándole de un tajo la cabeza.
No contaba con ninguna oposición y se entretenía indagando entre los detenidos sobre alguna mina de oro
cercana.
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La escena fue interrumpida por una lluvia de flechas que vino del camino a Caiguire. Las columnas
mariches venían atacando como una tenaza y habían sorprendido a algunos guardias en la playa, que
cuidaban los botes de desembarco.
Raleigh, alarmado por la posibilidad de quedar cortado en tierra, sin el apoyo de sus barcos, bruscamente
interrumpió sus ansias de oro y se puso al frente de un numeroso pelotón de respuesta rápida al ataque
mariche.
La columna que comandaba Aramaipuro, recibió de lleno el contra ataque inglés y sus filas fueron
blanqueadas por los arcabuzazos.
Urimare trataba de sostener el otro flanco y entre los matorrales se acercaba al duro combate. Varias
flechas habían acabado con una docena de ingleses y ya la lucha se hacía cuerpo a cuerpo.
Al caer la tarde, los ingleses sostenían la lucha a fuerza de superioridad en sus fulminantes armas, pero los
hombres libres mariches hacían prodigios de valor por asaltarlos y darles muerte a porrazos o flechazos.
Ya Urimare luchaba junto a su padre y en ese instante una andanada de disparos fue a dar blanco en la
humanidad del gran padre y Guatoporí. El se volteó para buscar el rostro sudado y ennegrecido de su hija,
para luego levantar el brazo con su hacha de guerra hacia el cielo, como buscando la justicia divina y algo
de vida, en el instante en que se le escapaba toda por sus 7 heridas mortales.
-Padre!...padre!...
Aramaipuro se derrumbó tinto en sangre y los guerreros fueron rodeados y dominados.
Urimare fue inmediatamente atada y trasladada a una chalupa inglesa. Los combatientes fueron ejecutados
en el sitio y las mujeres fueron trasladadas a las chozas que aún quedaban en pie.
Raleigh, había ordenado sacar a Urimare del sitio, debido a que comprendió que ella era el motor y alma de
la resistencia, además quedó impresionado por su altiva belleza y dignidad.
Los ingleses improvisaron un cerco alrededor de la playa y dieron fuego a todo el poblado de Cumaná y
Caiguire. Se bajaron barriles de ron y 200 mujeres cautivas en las chozas fueron puestas a disposición de
los blancos para que fueran violadas a placer. El griterío de los complacidos ingleses, era ensordecedor y
Raleigh los acompañaba entre grandes risotadas y burlas.
-Joder! Que nos han dado un susto estos salvajes maese! Yes, very well, pero aquí los acabamos! Tomen a
todas las mujeres que quieran gentelmens!..Go ahead!...A los hombres, viejos y niños, cuchillo inglés en sus
gargantas...esta raza es mala y ponzoñosa!...La india esa adornada y altiva, pónganmela en mi buque
insignia, en mi camarote, que pronto iré a visitarla!..
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en la bahía.
Al amanecer, no había rastros de naves ingleses en frente de Cumaná.
Guaico y la escolta de los “intocables”, había resistido hasta el final y los ingleses les fue imposible
dominarlos. Ya cerca de la oscuridad de la rampante noche se adentraron hacia la sierra y acamparon
alertas.
Urimare y unos 10 acompañantes, bajaron a las ruinas de los poblados. En un recodo se encontraron con
Guaico y su escolta, todos bajaron silenciosos hacia Cumana arrasada.
Las escenas de hombres, mujeres y niños degollados eran de un impacto y dolor sobrehumano. Todo había
sido quemado e incluso las mujeres después de abusadas, muchas fueron degolladas, algunas
sobrevivieron escondiéndose debajo de los cadáveres y haciéndose las muertas.
Los alaridos de llanto y dolor se sucedían a cada rato, al encontrar un nuevo cuerpo, a un marido, hijo, hija o
conocido.
Urimare llegó al sitio del martirio de su padre y recogió su rígido cadáver para enterrarlo como correspondía
a tan grande guerrero.
Una troja llena de flores silvestres fue el lugar posible para velar el cadáver. Al caer la tarde y delante de una
silenciosa poblada, el cuerpo fue enterrado en una fosa y cubierto por lajas de la montaña. Urimare depositó
encima el hacha guerrera de su padre y una lágrima furtiva se le escapó rodando hacia la piedra.
Los exiliados treparon montaña arriba y luego tras muchas dificultades, bajaron hacia la quebrada San
Julián y a los alrededores del dominio del gran jefe Guaicamacuto.
Allí entre alarmas y saludos, fueron recibidos por todo el poblado, quienes se asombraban de ver aquellos
desdichados en harapos, hambrientos y aturdidos que venían de tan lejos.
Guaicamacuto, ya era un anciano y tras lograr esta precaria paz con los blancos, mera paz de supervivencia
para evitar ser aplastados o esclavizados en exceso, rodeado por los ancianos esperaba curioso la
anunciada presencia de Urimare, la princesa mariche, combatiente del desastre de Maracapana, hija de
Aramaipuro gran señor de los Mariches.
Previamente Urimare y su escolta de jóvenes guerreros y guerreros comandados por Guaico, se habían
puesto algo a tono en las aguas de la gran quebrada San Julián y de nuevo ella lucía espléndida la figura
empenachada de plumas rojas, signo de su valor en tantas batallas, la hija de los mariches, princesa de la
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luz!
Guaicamacuto, al verla venir, sintió una rara emoción en su pecho, al recordar su valor en la garganta de
Catia al frente de los “intocables”.
Fue recibida con pompa y la cascada voz del gran cacique, la alabó por su inmenso poder y valor, le dio el
título de Princesa de Macuto y en su casa la hizo su nieta favorita. A Guaico, lo exaltó a la dignidad de
Cacique Guerrero.
URIMARE GOBERNADORA:
Urimare se fue encargando de los pequeños detalles del gobierno en el Litoral, en cuanto le era permitido
por los invasores, quienes detestaban todo contacto con los “salvajes” y solo se les permitía vivir en los
lomos de la gran montaña.
Muy raramente los indios se atrevían a visitar el valle de Caracas, pues un grupo de ellos en cualquiera
actitud hubiera sido interpretado como una ataque, como aquellos miles de miles que sus ancestros y hasta
no hace mucho contemporáneos había tratado para borrar del mapa a Santiago de León de Caracas, quien
ahora lucía plaza mayor y un cuadrilátero de calles bien trazadas y un mercado grande en donde los indios
muy de madrugada podían bajar de Galipán sus frutos, carne de caza y flores. Se retiraban temprano, pues
nunca eran bienvenidos en el poblado y cualquier indio podía ser asesinado alegando cualquier cosa.
Guaico era su favorito y pareja desde la gran batalla de Maracapana, pasando por el largo exilio hacia
Caiguire, la había escoltado amoroso y protector, aunque ella no necesitaba quien la cuidara, pues había
demostrado muy eficientemente su habilidad para subsistir y pelear.
Urimare le encomendó desde Macuto a Guaico ir a Tarma al oeste del territorio a conocer a los Tarmas, muy
reputada civilización que florecía en aquellas serranías de Carayaca.
Los verdaderos fundadores de Carayaca, provinieron del sur de América, probablemente del Paraguay, en
migraciones que venían subiendo por el Amazonas y el Orinoco.
Los Tarmas, se asentaron en Carayaca, desplazando a los Arahuacos al oeste y a los Caribes al este.
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Guaico fue recibido en Tarma por los notables y caciques, todos admiraban su valor y arrojo por la libertad.
Su fama de ser el único conquistador del corazón de “La Princesa” era suficiente como para despertar
mucha admiración.
El pueblo Tarma tenía una conducta artesanal notable y sus habitantes originarios, aunque ya arrastrados
por la arremetida de los hombres blancos permanecían indestructible en la construcción de una comunidad
próspera y comunalmente solidaria.
El viaje entre Macuto y Tarma era increíblemente lleno de obstáculos y el camino se extendía entre el gran
cerro y las playas, pasando por las explanadas de Maiquetía y Catia La Mar, todo se extendía por gargantas
rocosas expuestas al mar, siguiendo por la abrupta montaña, hasta coronar las alturas de Carayaca y luego
deslizarse hacia los pedrios de Tarma.
No se trata de pensar en las avenidas y carreteras de hoy, en verdad, cualquier viaje entre Naiguatá y
Tarma era una aventura de muchos días de esfuerzo y peligros.
Toda la lengua de tierra que se extendía entre el poblado de Chuspa, pasando por Caraballeda, Macuto, La
Guaira, Catia La Mar, Carayaca, Tarma y Puerto Maya, era un inmenso pajonal, salpicado por algunas
xerófilas y surcado por profundos barrancos que habían esculpido las 37 grandes quebradas por donde
desaguaba el Guaraira Repano al mar de los caribes.
De vez en cuando la gran montaña se encrespaba e iniciaba un desagüe demoledor hacia la playa.
Mientras Guaico hacia su papel de diplomático en la aldea de los Tarmas, se inició uno de estos grandes
temporales. Los ancianos reunidos en el pueblo, se acercaron luego a Guaico y uno de ellos, lo previno:
-Joven Cacique, señor de los Mariches, te venimos a decir que la montaña ha enloquecido de nuevo y su
furia será muy grande. En un mes, no podrás bajar a la playa. La única vía y no muy segura es que regreses
a Macuto en una curiara por la ruta de la costa. Esto debes hacerlo ya, pues el mar también se pondrá
difícil.
-Gracias señores sabios de Tarma, ya he tomado a un baquiano pescador y su peñero y me propongo
arriesgarme por el mar. Llevo muestras de su amistad y artesanía, que seguramente mucho complacerán a
la Princesa Urimare, nuestra gran líder-.
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El Prefecto asesinado!
Una mañana, se presentó al ya recuperado edificio de la Prefectura, un sibilino personaje que ejercía su
corrupto cacicaje en una de las parroquias del estado y a quien el Prefecto, había destituido por oscuros
manejos con las máquinas removedoras de escombros del estado y valiéndose de su condición de jefe civil,
penetró en el despacho del Prefecto y arteramente le disparó a quema ropa con un revolver por tres
oportunidades, asesinándolo en su propia silla del despacho.
Nada puede describir esta nueva tragedia sobre la gran tragedia que nos había mandado el Guaraira
Repano por esto días aciagos.
Ver morir al amigo y camarada, no a manos de la torrentera, sino a manos de un cobarde que acabó con
aquella útil y preciosa vida, ha sido uno de los tragos más amargos de nuestra vida.
Omar Zambrano, Prefecto del estado Vargas, era nuestra nítida esperanza para entrar al siglo 21, por sus
cualidades humanas de líder y conductor, por su inmensa clemencia para tratar a los desposeídos a quienes
les brindaba medicinas, ayudas y diligencias para mitigar sus necesidades.
Nunca será suficiente escribir estas cortas palabras en honor a tan excelente ser humano.
El velo del tiempo, desde la angustiada lucha de nuestros pobladores originales, pasando por la traición a
José María España y su martirio, el ataque de los piratas ingleses, el fusilamiento de los mil realistas en la
caída de la primera república para terminar en esta inmensa vaguada del final del siglo 20, todo ello siempre
enmarcado en la crueldad de la vida y en la perdida preciosa de tantas vidas y en especial la del Prefecto
Omar Zambrano por la mano de la perfidia y la traición.
Mis pensamientos angustiados, de nuevo me transportan al pasado, buscando a Guaico, quien en iguales
circunstancias luchaba contra la fatalidad.
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traía a su princesa.
-Pasa de una vez!..Y ahora ríndeme cuenta de tus zalamerías, jalándolo por un brazo lo sepultó dentro de
su choza, mientras lo besaba en la boca apasionadamente.
Al regreso de Guaico, ya Guaicamacuto sorprendentemente viejo para aquellos tiempos, en los cuales nadie
vivía más de 60 años, había alcanzado algo más de los 90 años, pero a pesar de su reposo en el poblado y
el descanso en el gobierno que le brindaba Urimare y su eficiencia, el viejo guerrero cacique falleció una
noche de tormenta.
Las centellas caían a granel sobre el Guaraira y la naturaleza lloraba sin violencia, sobre el poblado. El Gran
Piache, batió sus maracas y declaró a los reunidos que el grande, de los grandes, héroe de Maracapana,
hacedor de la paz con los invasores, protector de los supervivientes, gran señor de las comunas indígenas
en Uverito, había entregado su espíritu guerrero a Dios.
Cantaron las guaruras su ronco son doliente y Urimare, tocada con toda su gala, presidió el cortejo fúnebre
por tres días y tres noches.
Desaparecía el sabio restaurador de la convivencia y el diálogo fértil.
La tribu quedaba en manos de su nieta adoptada Urimare y se podría afirmar que jamás mejores manos,
fueron tan apropiadas para conducir la gobernabilidad del Litoral Central de Venezuela.
La vida transcurría a torrentes en el poblado de Macuto y en el otro lado del gran cerro, ya se dilataba hacía
sus lados en el valle, la gran ciudad de Caracas, llamada Santiago.
Ya los indios se habían tornado más tratables después de la muerte del gran cacique Tamanaco y hasta los
parapetos que resguardaban la pretendida urbe, habían sido desmantelados al cesar los ataques de los
derrotados pobladores originales. Los colonos, adelantados y españoles, nobles o de orilla, hacían sus
fechorías tanto en el valle como en su Litoral Central.
Garcí González de Silva, el que semejaba el plumaje del venezolano caraqueño pajarito llamado “gonzalito”,
fue el encargado de rematar la victoria de Maracapana y conquistar toda la Fila de los Mariches.
En el valle progresaba la ciudad de Caracas y poco a poco fueron desmantelados lo 8 parapetos que tanto
protegieron a la naciente ciudad de los fieros ataques de los pueblos invadidos. Ya no eran necesarios, tras
el doblega miento de los aborígenes vencidos.
Siguió una violenta expansión hacia el este en Petare y Fila de los Mariches y hacia el oeste, buscando las
serranías de el Junquito.
Adelantados y encomenderos hacían de las suyas y hasta se hablaba de minas de oro clandestinas,
secretamente explotadas por los primeros acaudalados terratenientes disfrazados de haciendas, para no
pagar los impuestos al Rey.
En el Litoral Central, ante las incomodidades y lejanía de la primera ciudad de Caraballeda, se inicia un
lento poblamiento en La Guaira.
La distancia entre Macuto y el poblado montañero de Urimare, era para entonces muy pequeña, pero
protegida por los primeros acantilados que desembocan en el poblado del Cojo. Ir de allí a La Guaira, era
todo un recorrido por un estrecho camino bordeado de uveros y cocotales.
Ante el empuje de Caracas en el valle y su imperiosa necesidad de tener un puerto o caleta para recibir
mercancías desde el mar, era necesaria la construcción de un camino a la nueva y pujante ciudad. Esto se
realiza por fin en 1589 por orden del gobernador Diego de Osorio, quien como sabemos nunca fundó La
Guaira.
Los aborígenes del litoral, desde hacía mil años, transitaban el Guaraira Repano por dos vías principales, la
cuales usaban antes de la venida de los invasores, para visitar e intercambiar productos con las otras tribus
en el valle de Caracas y Mariches. Una de las vías era el llamado “Camino de los Indios” que partía desde
Guaracarumbo y Carayaca, hasta la tierra de los indios Teques y el otro camino era el llamado “La
Culebrilla”.
El camino partía desde "El Rincón" en Maiquetía, pasaba por Las Llanadas y luego por un número de
puntos que incluían fortines, unas posadas y haciendas, tales como La Venta, La Cumbre, Castillito, Campo
Alegre, para culminar bajando por la serranía al oeste de la ciudad, en Puerta Caracas.
Iniciando el trayecto desde La Pastora nos encontramos con el "Vía Crucis", cuyas estaciones son capillitas
y cruces ubicadas a un lado del camino. Anualmente, se lleva en procesión a pie hasta el final del Vía Crucis
la imagen de la Virgen y en Semana Santa los fieles rezan el Vía Crucis.
Las constantes andanzas de Urimare, se extendieron desde su poblado base en Macuto y se encaminaron
hacia el este hasta llegar a Los Caracas y Naiguatá, así como por el oeste, hasta llegar a las tribus de
Tarma y bordear a Chichiriviche y Puerto Maya, incluso algunas partidas se aventuraban pasando por
Puerto Cruz y siguiendo la línea escarpada de la costa, para llegar a Puerto Cabello.
El poblado y cacicazgo mariche, se organizó en estos tiempos de paz forzada para cultivar cacao, tabaco y
verduras, así como para explotar las riquezas que les ofrecía el mar.
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Bajo la administración de Urimare, los productos excedentes del poblado, fueron sacados a los poblados
vecinos, haciendas de blancos y hasta enviados a Caracas. En aquellos tiempos, solamente se hacían los
intercambios por la vía del trueque y muy raramente por el intercambio con oro.
Los gobernados por Urimare en todo el litoral central, disfrutaban de un constante mercadeo de alimentos y
muchos acudían a Macuto para dirimir diferencias territoriales o en busca de la muy reputada medicina
natural de sus sabios ancianos y piaches.
Aquella época de transición entre el viejo orden aborigen y el nuevo orden impuesto por los invasores, llevó
casi 200 años, desde la llegada de Colón en 1498.
Como toda transición existieron cosas que iban muriendo y otras que iban naciendo, en realidad pasamos
de una sociedad socialista, preocupada por la supervivencia y la conservación de los recursos, de la
protección de la naturaleza, del intercambio comercial sin moneda, ni metales a un brutal cambio
mercantilista y capitalista, basado en la explotación del hombre por el hombre, el precio y el valor monetario,
el lucro y el egoísmo personal sobre el bien colectivo.
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En esta profunda etapa, el reinado de Urimare en el Litoral Central, transcurrió por el continuo asedio de los
encomenderos y hacendados hacia los naturales territorios aborígenes quienes se defendían ya sin batallas
heroicas y cada vez empinándose hacia el cerro Guaraira protector.
Por alguna razón Urimare nunca tuvo hijos y Guaico envejeció a su lado, encargándose de las tareas
externas a la comunidad y el transporte de los productos.
El se fue primero, aquejado por cualquier enfermedad desconocida y la cual no fue dominada por sus
sucesivos piaches y hierbas empleadas.
Ella le sucedió hasta una edad inusitada, cuando la paz y la relativa convivencia con los blancos, estaba
asegurada y nadie era exterminado o esclavizado al bronco estilo de antes. Nuevas esclavitudes vendrían
Solamente los negros venidos de África, Costa de Marfil, Guinea y El Congo, sufrían con rigor la esclavitud y
eran objeto de tropelías.
El territorio se desplazaba lentamente, hacía nuevas etapas y nuevas situaciones de lucha en pos de la
Libertad.
Cuando llegamos al siglo 19, ya casi nadie recordaba los grandes sacrificios de nuestros ancestros y un
nuevo “orden” se cimentaba, siempre dirigido por la misma clase social dominante, cuando de repente
estalla el siglo 21 y los cadáveres de “Maracapana” se levantan de sus olvidadas tumbas y parecen retomar
el camino hacia la victoria final.
FIN.
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Autor:
Francisco Natera
[email protected]
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