Vasos Litúrgicos para El Bautismo y La Santa Unción, Dos Sacramentos de Vida
Vasos Litúrgicos para El Bautismo y La Santa Unción, Dos Sacramentos de Vida
Vasos Litúrgicos para El Bautismo y La Santa Unción, Dos Sacramentos de Vida
Resumen
El Bautismo y la Santa Unción marcan dos momentos cruciales de la existencia del cristiano; su inicia-
ción en la fe y su tránsito a la vida futura. La administración de ambos sacramentos conlleva un conjunto
de prácticas rituales, de marcado simbolismo, para cuya celebración son necesarios, además de un marco
arquitectónico adecuado, una serie de objetos litúrgicos, a veces poco analizados. En la mayoría de las
ocasiones, la atención se ha centrado en el estudio de piezas espectaculares utilizadas en distintas cere-
monias, incluidas éstas, y han quedado en un segundo plano otras imprescindibles pero, con frecuencia,
de menor riqueza, que centrarán nuestro estudio en función del desarrollo de la liturgia.
Abstract
Baptism and Holy Unction are two mile stones in the life of a Christian as by means of these sacraments
he is accepted as a member of the Christian Church, and prepared for his transit to eternal life. Both
require ceremonial observances of specific symbolical content and they call for an appropriate architec-
tural scenery and a number of liturgical objects which not always have been duly analysed. Interest has
mostly focused on gorgeous items used in various ceremonies, as well as on the ceremonies themselves.
However, other fundamental elements have been left aside. These elements will be the target of our work
related to the liturgical development of the rites.
“la muerte y la sepultura están bastante bien representadas por la inmersión com-
pleta del cuerpo en el agua bautismal. Cuando en el bautismo tres veces se sumerge
en el agua y tres veces se retira de ella al catecúmeno, se le hace comprender por esta
enseñanza figurativa que recuerda los tres días y las tres noches que Jesús, el autor de
la vida, pasó en la tumba después de su muerte” 2.
no podemos prescindir de ciertos datos que nos ayuden a entender mejor el sentido
de ambos sacramentos. Por ello, nos limitaremos a plantear una serie de cuestiones
previas, en la confianza de que nos sirvan para una mejor comprensión.
Para los sacerdotes de la Edad Media todos los sacramentos son útiles para la sal-
vación y es preciso que los miembros de la iglesia se aprovechen de ellos. Por ello,
será necesario acompañarlos con acciones evangelizadoras. De forma general se pue-
de decir que los últimos paganos pasaron al cristianismo antes del fin de la Antigüe-
dad, y la Edad Media determinó que, para acceder al bautismo, todos debían conocer
y utilizar el Pater Noster, el Credo, y el Símbolo (la Fórmula) de los Apóstoles. Era
responsabilidad de los padres, padrinos y madrinas su enseñanza.
A partir de mediados del s. XIII, los teólogos proponen dos o tres criterios, de tal
modo que los fieles conocen todos el signo de la cruz, y por él, al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo; por las fiestas del año conocen los principales misterios de Cristo: su
Natividad, su Pasión y su Resurrección y saben, al menos, que cuando se confiesan
obtienen el perdón de sus pecados. Además, Santo Tomás y todos los medievales
estiman que el niño desde la edad de la razón es capaz de tener fe personal y respon-
sabilidad moral y desde la pubertad tiene el derecho a casarse sacramentalmente con
o sin consentimiento de sus padres. Solo a partir del s. XVII se desarrolla la idea de
que los niños son otra cosa que adultos todavía pequeños 5.
El bautismo
Simbolismo
Al igual que el resto de los sacramentos y las prácticas litúrgicas que conllevan, los
aquí referenciados están inmersos dentro del contexto simbolista que impregna, de
modo general, las prácticas religiosas. Así, el bautismo sacramental tiene su propia
significación y el agua corriente que lava el cuerpo del neófito debe designar en la
mente de Jesús la limpieza completa del alma, de la culpa y su renacimiento espiri-
tual. San Pablo señala en el rito litúrgico de la inmersión y de la emersión el símbolo
de la muerte y de la resurrección de Cristo, en correspondencia con la renovación
interior del hombre, regenerado del pecado a la gracia (Romanos, 6-4). Claramente,
pues, puede deducirse la vinculación entre la vida, la muerte y la resurrección, con
lo cual bautismo y santa unción aparecen indisolublemente unidos en la trayectoria
vital del hombre 13.
La propia palabra bautismo derivada del vocablo griego bapto o Baptizo, que sig-
nifica lavar o sumergir, nos indica que se trata de una práctica en la que el agua es el
elemento primordial, a ser posible corriente. Las razones que llevaron a la Iglesia a
elegir el agua como materia, según los escolásticos, se debieron a considerarla signo
de purificación y de fecundidad, además de principio de crecimiento para el alma
regenerada. Junto al agua, la luz será otro elemento clave de valor simbólico en la ce-
remonia. El inicio del cortejo por parte del obispo portando el Cirio Pascual, símbolo
de Cristo resucitado, se ve incrementado por la entrega de la vela encendida por parte
del sacerdote al recién bautizado o, en su caso, al padrino. Este hecho se relaciona con
la abundante iluminación que desde el s. IV, especialmente en Oriente, se encendía en
12 J.-CH. PICARD, op. cit., 1989, p. 1451.
13 En este punto conviene recordar que la inversión del Alfa y la Omega que aparecen, a veces, tanto en
las pilas bautismales como en inscripciones sepulcrales, pueden tener también un especial valor simbólico. Si
Alfa significa “el principio” y Omega “el fin” y ambas se aplican en el Apocalipsis a Dios como principio y
fin del universo, concepto ya expresado por Isaías, el hecho de escribir Omega-Alfa significaría la voluntad
de expresar el paso del fin al principio, es decir de la muerte a la vida. Este doble camino de alfa a omega y de
omega a alfa, aparece repetidamente en el pensamiento de algunos Padres de la Iglesia tales como Clemente
Alejandrino, Tertuliano o Paulino de Nola. Aplicando este sentido a los fieles individuales tendríamos
la explicación del sentido liberador que se ha querido dar al cambio de orden de las letras apocalípticas
donde se verifica el paso de muerte a vida, mediante el agua. M.A. ALONSO SÁNCHEZ, “Crismones con
Omega Alfa en España”, IX Symposium de Prehistoria i Arqueologia Peninsular. II Reunió d’Arqueologia
Cristiana Hispànica, Barcelona, 1982, pp. 279-302, y “Pilas bautismales con Omega-Alfa”, II Symposium de
Arqueología Soriana, vol. 2, Soria, 1992, pp. 1131-1142; y M.I. MEDIERO VELASCO, “El bautismo y las
pilas bautismales”, Revista de Arqueología, 308 (2006), pp. 30-39.
la noche de Pascua en señal de alegría por el bautismo (la illuminatio) de los neófitos,
a la cual se asociaba con las luces 14.
La degustación de la sal bendita, símbolo de la sabiduría divina, ya manifestado
por Cristo respecto a sus apóstoles, es considerada por San Agustín como un sacra-
mental y la pone en relación con la propia comunión eucarística. Además, los anti-
guos le atribuían gran valor apotropeútico para neutralizar el influjo de los espíritus
malignos. En cuanto a la leche y la miel, hay que decir que de aquella se hace ya
mención en la primera Carta de San Pedro (2, 1-3), si no como rito, al menos como
símbolo bautismal:
“Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase
de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin
de que, por ella crezcáis para la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es
bueno”.
Con el Effeta se han abierto sus sentidos para oír y expresar su voluntad; con la
unción del óleo sobre el pecho y la espalda, el candidato ha llegado al momento críti-
co de la lucha con Satanás, porque dentro de poco renegará de él solemnemente para
darse definitivamente a Jesucristo. Para salvaguardar la intimidad, la unción de las
mujeres la hacían las diaconisas. Después de la unción total se procedía a la renuncia
de Satanás 17. No obstante, si es verdad que los símbolos –agua, luz, leche, miel, sal,
crisma, vestiduras blancas, etc.– permanecen invariables, es cierto que cambian su
inserción temporal y dinámica en el rito y su colocación en el espacio, así como la
percepción de los significados que se les han atribuido 18.
Tipos de bautismo
Para todos los maestros de la Edad Media el sacramento consiste en el baño con agua
y la invocación trinitaria que le acompaña. Respecto al primer punto, se podía bauti-
zar por inmersión o por infusión. En los primeros siglos, el bautismo era administra-
do en un río o incluso en el impluvium de una casa particular. En las catacumbas se
dispusieron cubicula para este efecto. Al decir de Jansen 19, la idea de la piscina en los
baptisterios había sido sugerida por el impluvium; la piscina rodeada de un parapeto
y coronada por un ciborium, cede paso a una cuba, hundida en la tierra o colocada
directamente sobre el suelo, a veces incluso sobre un pie poco elevado. Según apunta,
se servían también de sarcófagos, bañeras antiguas, capiteles y columnas vaciadas e
incluso toneles de madera cuyo recuerdo queda en los fustes anillados de las fuentes
de época románica. El soporte empieza a ser cada vez más importante y pronto las
pilas bautismales toman el aspecto de los ejemplares que se han conservado.
Desde el s. IV se construyeron baptisterios separados de la iglesia donde el sacra-
mento se administraba a los adultos por el obispo una o dos veces al año. La práctica
lleva a administrar el bautismo más a menudo durante el año y el porcentaje de niños
aumenta entre los bautizados. Esto implica la celebración cada vez más frecuente de
las ceremonias bautismales en ausencia del obispo quien interviene en un segundo
momento para administrar la confirmación. De este modo, la iniciación cristiana deja
de formar un conjunto homogéneo y se compondrá del bautismo administrado cada
vez más por sacerdotes y la confirmación que será exclusiva de la liturgia episcopal 20.
La existencia de la piscina bautismal era imprescindible en el caso del bautismo
por inmersión que estaba limitado a la parte inferior de las piernas, sumergidas en
el agua hasta casi las rodillas. Así, el candidato desciende a la piscina, cuyo fondo
está por debajo del suelo del baptisterio. Esto responde a un valor simbólico, según
se ha señalado, pues el rito del bautismo está marcado por la imagen pauliniana del
bautismo como descenso a la tumba, después resurrección. En algunas piscinas este
17 M. RIGHETTI, op. cit., 1961, II, p. 210.
18 R. SALVARINI, “Liturgia e partecipazione nei riti del battesimo tra X e XII secolo. I ‘casi’ del fonte
de Chiavenna e della vasca di Fidenza”, Liturgia e partecipazione. Atti del Convegno di Studio, Padua, 2009,
pp. 46-78.
19 A. JANSEN, Art chrétien jusqu’à la fin du Moyen Âge, Bruselas, 1964, pp. 46-48.
20 E. PALAZZO, op. cit., 2000, p. 44.
gradas. El sacerdote vierte sobre su cabeza el agua con un jarro de dos asas. Entre
las personas que asisten a la ceremonia, uno tiene las ampollas de los Santos Óleos y
otro sujeta en sus manos el vestido que después usará el neófito, mientras una mujer
sostiene la candela (Fig. 2).
Fig. 2. “Conversión de un moro”, Cantiga 46, Códice Rico de las Cantigas de Santa María
(RBME, Ms. T-I-1).
No obstante, para evitar la mezcla de sexos, la Traditio indica que se bautice en pri-
mer lugar a los niños, después a los hombres y finalmente a las mujeres. Del mismo
modo, se han apuntado otras soluciones como el hecho de que los hombres esperasen
a que los niños, acompañados de sus padrinos y madrinas, hubieran cumplido todos
los ritos y hubieran recibido la ropa blanca antes de entrar a su vez en el baptisterio,
y las mujeres esperarían, de la misma manera, que terminaran los hombres, sin des-
cartar la posibilidad de que también se creara un segundo baptisterio reservado para
ellas 23.
Respecto al bautismo de los niños parece que ya en la segunda mitad del s. VI o
primera parte del s. VII había un ritual organizado exclusivamente para ellos. Así se
deduce de la encuesta sobre el bautismo hecha por Carlomagno en 812 a los metro-
politanos de su Imperio. Incluso, veinticinco años después, un capitular impuesto por
el propio emperador en Sajonia, prescribe, bajo penas de pesadas multas, que todos
los niños sean bautizados Infra annum. Así pues, a partir de la época carolingia la
práctica general era bautizar a los niños lo más tarde a la edad de un año. Incluso,
dada la elevada mortandad infantil, se estableció la costumbre de bautizar a todos los
bebés en los días siguientes al nacimiento 24. Del s. VIII al X los niños de un año eran
puestos de pie en cubas verticales donde se sujetaban con la ayuda de los padrinos
que los sostenían y a los recién nacidos se les sumergía horizontalmente. Este hecho
acentuó la práctica del bautismo por infusión y lo convirtió en el rito predominante
y después único. También puede detectarse en el paso de la historia el modo de la
aspersión, o sea de lanzar con hisopo u otro instrumento parecido gotas de agua sobre
uno o varios bautizados. Las tres formas eran igualmente admitidas 25.
Sin duda las pilas bautismales cobran un protagonismo especial y, si bien la tipología
variará poco, siendo una síntesis de formas anteriores, incluirán una rica iconografía
y se realizarán en los más diversos materiales, que suelen identificarse con el ámbito
geográfico en que se producen; madera, piedra, metales, alabastro, mármol, cerámi-
ca, etc. Entre los metales encontramos gran variedad, desde el oro y la plata 27, hasta
el latón, el cobre, el peltre, el plomo o diversas aleaciones. No obstante, el uso de la
piedra será lo más habitual. Solo en el caso de que la piedra sea muy porosa, los con-
cilios y los sínodos autorizan a revestirla en el interior de plomo o cobre estañado 28.
Esta ley fue numerosas veces promulgada y, todavía en el s. XIII, Durando de Mende
la registra formalmente 29. A partir de esta centuria van provistas de una tapa pues, en
1236, San Edmundo obligó a cubrirlas con una tapa de madera, cerrada con llave o
con sello de cera, mientras no fueran utilizadas.
El empleo del metal sin duda gozó de gran relevancia en la Dinanderie 30, donde
todavía en los siglos XIII-XIV perviven las formas románicas. Desde el s. XIII se
divide la cuba en dos compartimentos, de los cuales uno contiene el agua bautismal y
el otro recibe el agua que había caído sobre la cabeza del nuevo bautizado. A veces,
era una segunda cuba más pequeña la que servía para esto. La cubierta de las fuentes
en metal iba ricamente decorada, teniendo su mayor desarrollo hacia fines del s. XIV,
pero sobre todo en el XV. Adopta generalmente la forma de una pirámide o de una
flecha, análoga a la de las torres eucarísticas. Su peso llegaba a ser tan considerable
que era necesario para levantarla recurrir a una polea.
Entre las pilas bautismales metálicas merece consideración destacada la conser-
vada en la iglesia de San Bartolomé de Lieja, obra de Rainiero de Huy, del que se
conoce su oficio gracias a una carta de la iglesia de Notre Dame de Huy, firmada por
el obispo Albero I, en que Reinerus avrfiex aparece como testigo. Fue encargada por
el abad Hillin (1107-1118) para su iglesia de Notre Dame aux Fonts, según un texto
contemporáneo conocido como Chronicon rythmicum Leodiense, que proporciona
una precisa descripción, en la que se menciona también la cubierta, hoy perdida, que
representaba a los profetas y los apóstoles 31 (Fig. 3).
El plomo tendrá asimismo su protagonismo en la elaboración de pilas bautismales
en Inglaterra, aunque en Francia también se produjeron, muy parecidas a las ingle-
sas. Los primeros ejemplos ingleses conocidos integran un grupo de cubas de plomo
de origen romano-británico datadas hacia el s. IV, pero, desgraciadamente, no se ha
27 El Liber Pontificalis (314-335) menciona la pila de plata de veinte libras de peso que el emperador
Constantino donó a Ostia.
28 El primer concilio de Lérida (546) en tiempos del rey ostrogodo Teudis, acordó y dictó que, de allí
en adelante, las pilas bautismales tenían que ser de piedra, aunque eso no fue obstáculo para el uso de otros
materiales.
29 DURANDO DE MENDE, Rational des divins offices, Lib. VI.
30 La bibliografía al respecto, como se puede suponer, es muy extensa. Por ello solo remitimos a una
síntesis realizada por J. TOUSSAINT, Art du laiton. Dinanderie, Namur, 2005.
31 J.L. KUPPER, “Les fonts baptismaux de l’église Notre Dame à Liege”, Feuillets de la Cathédrale de
Liège, 16-17 (1994), pp. 1-12.
podido establecer una continuidad con las pilas del período románico, puesto que
muchas debieron ser fundidas. Los artesanos usaban un mismo diseño varias veces,
y las pilas muestran esa repetición de motivos decorativos en cada panel. Entre ellas
figuran la de la iglesia de San Agustín, Brooklands (Kent) o la de Saint Evroult de
Monfort, c. 1200 32.
Fig. 3. Rainiero de Huy, Pila bautismal, 1107-1118. Iglesia de San Bartolomé, Lieja.
En el ámbito español son numerosas las pilas bautismales conservadas pero, des-
graciadamente, el arte del metal no parece estar presente, por lo que básicamente
deberemos hablar de obras en piedra, en cerámica, etc. Frecuentemente, ilustran con
sus propias representaciones algunos aspectos del origen, la ceremonia y el ritual del
mismo sacramento para cuya administración sirve. Así, la ceremonia del bautismo
de los adultos sigue siendo motivo de representación hasta fechas muy avanzadas
del mundo medieval, aun cuando desde hacía tiempo se había impuesto el bautismo
de los niños. Tal es el caso, por ejemplo, de las pilas de Itero Seco y Osornillo; con
32 M.A. TORRES ALZU, “Plúmbeas I. Las pilas románicas de plomo en Inglaterra”, Románico. Revista
de Amigos del Románico, 5 (2007), pp. 40-47, y “Plúmbeas II. Los trabajos de los meses y los signos del
zodíaco en las pilas románicas de plomo de Brookland y Saint Évroult-de-Monfort”, Románico. Revista de
Amigos del Románico, 6 (2008), pp. 32-41. Las pilas plúmbeas inglesas se fabrican generalmente por el
método del vaciado y fundición en moldes horizontales de varias piezas o paneles; una vez terminados los
paneles se refinaba el trabajo con talla posterior, y se soldaban para formar la copa de la pila sobre una base
redonda también de plomo, soldaduras que pueden verse claramente hoy día en la copa de la pila.
cortejo en Colmenares de Ojeda (Fig. 4), o con la presencia de la paloma del Espíritu
Santo asistiendo a la ascensión del alma, en Santa María la Nueva de Zamora 33. La
pervivencia de este tipo de bautismo fue especialmente acusada en el mundo hispáni-
co que contó con importantes comunidades judías y musulmanas 34.
Fig. 4. Pila bautismal, segunda mitad del s. XII. Iglesia de San Fructuoso, Colmenares de
Ojeda, Palencia.
nos de la Luz de Cristo 35. Un diácono sujeta en una mano el hisopo utilizado en esta
ceremonia mientras alarga el otro brazo señalando una representación de la Jerusalén
Celeste 36. La ceremonia de la bendición de las aguas está recogida, asimismo, en la
pila de Valdeande (Burgos). En este caso, se observan un sacerdote y varios diáconos
que actúan en torno a la pila portando cruces y sacramentarios 37.
Del mismo modo, formando parte del mobiliario litúrgico, encontramos una serie
de objetos imprescindibles para el desarrollo ceremonial, entre los que habría que
mencionar el acetre, las crismeras, cruces, ampollas, hisopo, etc., en fin, lo que para
algunos autores se conoce como “vasos sagrados secundarios” 38. Otros, por su parte,
prefieren hacer una distinción entre los vasa sacra y los vasa non sacra 39, incluyendo
en el primer apartado los vasos sagrados que sirven para la comunión con el pan y el
vino; cáliz, patena, píxide y ciborio, así como las vinagreras que contienen el agua y
el vino. Estos objetos eran consagrados o bendecidos antes de su uso pues entraban
en contacto con los elementos sagrados de la Eucaristía. Hasta fines del s. X solo los
vasos sagrados, un pequeño relicario y un evangeliario estaban autorizados sobre el
altar. Después, la evolución de la propia liturgia, con tendencia a la teatralidad, la so-
lemnidad, la riqueza, etc. fue introduciendo modificaciones 40. Conforme a las nuevas
prescripciones, los vasa non sacra poco a poco se admitieron sobre los altares de la
Europa continental, primero las cruces de altar y los candelabros, después los otros
35 Este rito conservado en algunas tradiciones orientales y en Hispania, es descrito por San Ildefonso en
su De Cognitione Baptismi, CIX. J. CAMPOS (ed.), El conocimiento del Bautismo. El camino del desierto,
Madrid, 1971, pp. 341-342. Guillermo Durando, al igual que de otros muchos, también habla de él: W.
DURANDUS, The Symbolism of Churches and Church Ornaments. A translation of the First Book of the
Rationale Divinorum Officiorum, edición de J. Mason Neale, B.A. y B. Webb, B.A., Nueva York, 1893, Cap.
VIII. Según las Constituciones Apostólicas (VII, 43), después de signar el agua con la cruz, el sacerdote la
divide con su mano y la lanza a las cuatro esquinas de la tierra. Esto significa el bautizo de todas las naciones.
Luego respira sobre el agua y sumerge el cirio pascual en ella. Entonces vacía en el agua, primero el óleo
de los catecúmenos y luego el crisma sagrado, y por último ambos óleos santos juntos, pronunciando rezos
adecuados.
36 G. BILBAO LÓPEZ, op. cit., 1996, pp. 79-82; J.L. HERNANDO GARRIDO, op. cit., 2011.
Consagración de la pila bautismal por medio de un diácono portando un hisopo, o cruces, sacramentarios y
jarritas, en Renedo de Valdivia, Cillamayor, Valdeande y Gumiel de Mercado.
37 M.J. MARTÍNEZ MARTÍNEZ, “Valdeande. Iglesia de San Pedro Apóstol”, Enciclopedia del Románico
en Castilla y León. Burgos. IV, Aguilar de Campoo, p. 2901.
38 Dom G. MARIA, “Los Vasos Sagrados secundarios: Vinajeras y crismeras”, Germinans germinabit,
2011. http://infocatolica.com/blog/germinans.php/1112021059-de-capitulo-44-los-vasos-sagr-2011 (acceso
27/2/2013).
39 39 M. BRAMER SOLHAUG, “Les émaux limousins en Norvège. Caractéristiques, diffusion et
transformations”, L’Œuvre de Limoges et sa diffusion. Trésors, objets, collections, Rennes, 2011, pp. 55-72.
40 Así, por ejemplo, a comienzos del s. XIV , el Consuetudinario de la catedral de Mende entre los objetos
destacados en la ceremonia de consagración del crisma señala los candelabros, el bastón de chantre (bordo) y
del sacristán (virga), los barreños, las ampollas para el santo crisma, y, de modo especial, las cruces que son
las que tienen el carácter más precioso; la cruz de plata, crux argentea, y la cruz de cristal, crux cristalli, que
se citan a propósito de las procesiones. M.-T. GOUSSET, “Le Coutumier de la sacristie de la Cathédrale de
Mende et les Arts Liturgiques”, Guillaume Durand Évêque de Mende (v.1230-1296). Canoniste, liturgiste et
homme politique. Actes de la Table Ronde du C.N.R.S., Mende, 1990, pp. 207-228.
objetos no consagrados, tales como incensarios, aguamaniles para el rito del lavatorio
de las manos y las crismeras o vasos de los santos óleos, si bien estas innovaciones no
se produjeron en todos los sitios al mismo tiempo.
Una cierta unificación concedió validez y categoría a la mayoría de ellos, teniendo
en cuenta que su funcionalidad era más amplia y formaban parte del conjunto de
objetos de uso litúrgico de amplio espectro. Los materiales utilizados en su ejecución
son variados y en ello tiene mucho que ver la riqueza del templo al que pertenecen.
No obstante, en la mayoría de las ocasiones se eligen los metales lo que, por otro
lado, no es en absoluto sorprendente, pues es sobradamente conocido su empleo,
además de por la suntuosidad que infieren a las piezas, por el propio valor de símbolo
de que están dotados al igual que las piedras preciosas, etc., que los enriquecen 41. Las
noticias más tempranas conocidas del uso de recipientes de metal en el servicio de la
iglesia datan de los siglos III y IV. El Liber Pontificalis menciona, entre otras, como
piezas usadas por el Papa Silvestre: una escudilla de plata de diez libras destinada a
recibir el crisma en los bautismos y confirmaciones y una vasija bautismal de plata
de veinte libras 42.
los diáconos y los subdiáconos asistentes a la misa; se llevan las luces y el incienso y
durante el trayecto se cantan los versus, atribuidos a Venancio Fortunato 44.
Los Óleos así consagrados se guardaban en distintos recipientes conocidos genéri-
camente como crismeras, cuyas formas han ido evolucionando. Según Van Drival 45 la
capilla bautismal debía estar provista de un armario o tabernáculo con la inscripción
Olea Sacra, convenientemente decorado, que guardaba el vaso del Santo Crisma, el
del aceite de los catecúmenos, el de la sal, el libro llamado Ritual, el capillo de cristia-
nar o ropa blanca, etc. Los vasos debían ser de plata, o al menos de estaño fino, y bas-
tante anchos para que el ministro del sacramento pudiera meter fácilmente el pulgar
para hacer las unciones. La inscripción CHR debía ir grabada sobre el que contenía el
Santo Crisma y la inscripción CATH, sobre el del aceite de los catecúmenos. Además
de estos dos vasos debe haber un tercero de la misma materia y tamaño, destinado a
contener uno más pequeño con la sal bendecida. Este último puede ser en plata, en
estaño o en madera, tendrá su propia cubierta y podrá extraerse fácilmente de aquel
en que está contenido. Estos tres vasos deben estar unidos formando un triángulo con
una cubierta única dividida en tres compartimentos y solidamente fijada. En dos de
los compartimentos de esta cubierta irán las inscripciones correspondientes. Estos
compartimentos deben estar huecos para meter los trozos de guata que han servido
para las unciones y que, más tarde, serán quemados y arrojados a la piscina. El con-
junto de los tres vasos se guardará en una caja de madera recubierta de cuero con
adornos en oro, especialmente sobre la cubierta. El interior estará forrado de seda
blanca. Ahora bien, la mayoría de los autores consultados no recogen la presencia del
vaso que contenía la sal, sino tres recipientes para tres óleos distintos.
Respecto a su forma, al parecer, el vaso usado en la Antigüedad para custodiar
el santo crisma presentaba forma de patena y se conocía como patena chrismalis.
Posteriormente, se guardó en ampollas o en pequeños frascos llamados cresmier,
cresmeau o chremier, colocados en un vaso único provisto de tres compartimentos
distintos. Esta disposición era necesaria pues cada uno de los tres aceites no sirve en
las mismas ceremonias. A menudo el aceite de los enfermos se llevaba lejos y, por
ello, era preciso buscar el medio de destacar cada uno para el sacramento especial
para el que debía servir. Para evitar confusión, pues el aceite de los catecúmenos y
el de los enfermos solo difieren por la bendición apropiada para cada uno de ellos, y
no por la sustancia, se coloca a menudo encima de la cubierta del pequeño frasco que
los contiene, la letra O para indicar el de los catecúmenos, la letra C para el Santo
Crisma, la letra I para el de los enfermos. Las ampollas encerradas en las cajas con
los santos óleos eran a menudo de vidrio. A veces se encuentran en estaño y en plata.
El conjunto se suele integrar en un pabellón de tres torres, a veces contenidas en una
misma de mayor tamaño 46.
44 M. RIGHETTI, op. cit., 1961, I, pp. 252-253. Audi iudex mortuorum, con el estribillo O Redemptor,
sume carmen.
45 L’abbé E. VAN DRIVAL, op. cit., 1858, 4º artículo, p. 205. Se basa en la obra de San Carlos Borromeo
De la construction et de l’ameublement des églises, que él reeditó. Ver también X. BARBIER DE MONTAULT,
Traité Pratique de la Construction, de l’ameublement et de la décoration des églises, París, 1878.
46 E. RUPIN, op. cit., 1977, pp. 443-446.
Viance (Fig. 5) 51. En ocasiones están provistos de tres receptáculos pero, otras veces,
no tienen mas que dos o incluso uno solo (para las administraciones). Los recipientes
están o bien yuxtapuestos sobre un pequeño plato o bien encerrados en una pequeña
caja en forma de edículo. Si no hay más que un recipiente, la crismera adopta a me-
nudo la estructura de una torre 52.
Fig. 5. Caja de los Santos Óleos, primer cuarto del s. XIII. Tesoro de la iglesia parroquial de
Saint Viance, Correze.
tres partes mediante chapas planas 53. Según se ha destacado con anterioridad debía
tener un uso procesional.
Especial interés adquieren, asimismo, los Cálices Bautismales cuya finalidad era
dar de beber a los recién bautizados la leche y la miel, como a niños recién nacidos.
Alude a ello el Liber Pontificalis a propósito de Inocencio I († 417), que regaló cá-
lices “ad baptismum III, pensantes singulos lib. II” 54. Otros objetos utilizados, co-
munes a distintas ceremonias, serán los Cálices Ministeriales para dar la comunión
después del bautismo; los jarros bautismales, generalmente provistos de dos asas y
realizados en metal, tal como hemos señalado en algunas miniaturas de las Cantigas;
la campanilla, cuyo uso hay que diferenciar de la campana 55, que junto con las esqui-
las y los cascabeles, en la Edad Media, recibían la denominación de tintinnabulum,
en alusión a su sonido más claro y menos potente. Tenían como finalidad ahuyentar
a los malos espíritus y se utilizaban en numerosos momentos como, por ejemplo, el
traslado del viático a los enfermos.
Del mismo modo, el acetre y el hisopo se emplean en numerosas ocasiones. Por lo
que aquí respecta, debemos destacar su uso en el bautismo según el rito de aspersión,
que solía reservarse para enfermos y cuando el sacramento se administraba a multitud
de neófitos, como es el caso de bautizos masivos a moros y hebreos en tiempos de la
Reconquista. Esta ceremonia se puede observar en el sotabanco del retablo mayor de
la Capilla Real Granada, 1520-1522, que representa el bautismo de moriscas y moris-
cos. Del mismo modo, su uso era primordial en la consagración de la pila bautismal
por medio de un diácono portando un hisopo, escena, según se ha señalado, presente
en algunas pilas bautismales; en la bendición del agua bautismal y en la sagrada un-
ción de los enfermos.
Palabra de origen árabe que significa recipiente con asa superior y giratoria, el
acetre se utiliza para contener el agua bendita. Suele tener forma de cubo aunque
la base no siempre es plana. Se acompaña del hisopo formado por un mango y una
bola hueca, provista de una serie de agujeritos en su extremo, por donde sale el agua.
En origen consistía simplemente en una ramita de tomillo o de hinojo y después se
arbitró un mango de plata o marfil al que se fijaba un mechón de pelo de cerdo 56. Se
53 J.M. CRUZ VALDOVINOS, Platería en la época de los Reyes Católicos, Madrid, 1992, pp. 157- 158.
54 G. MARIA, “Los vasos sagrados: el cáliz”, http://infocatolica.com/blog/germinans.php/1110281003-
capitulo-39-los-vasos-sagrado
55 Durante la misa de consagración de los Santos Óleos a la hora del Gloria, se producía el prolongado
sonido de las campanas. Este sonido comenzaba en algunos lugares antes de la misa. A completorio –dice
Durando– sive a vespera qua Dominus traditus fuit, campanarum silentium inchoatur; alii ad primam huius
quintae feriae et non ulterius pulsant campanas, fit tamen signum cum tabula. La tábula (crepitaculum,
crótalo), de la cual habla Durando, era un instrumento de madera muy difundido en los claustros hasta los
tiempos de Casiano, donde suplía al servicio de las campanas, entonces no muy generalizado. En particular,
según las costumbres cluniacenses, se usaba sonar la tábula cuando un monje entraba en agonía (Tabula
morientium) y cuando tenía lugar el lavatorio de los pies (ad mandatum). Es quizá de estos usos monásticos
medievales de donde nace la costumbre de suspender en los días del triduo sagrado de la muerte del Redentor
el sonido de las campanas y de substituirlo con el de los instrumentos de madera. M. RIGHETTI, op. cit.,
1961, II, p. 252.
56 Una representación de las Cantigas (Cantiga 49, Códice Florencia), referida a la comunión de los
enfermos, muestra a un capellán acompañado de un monaguillo portando el cáliz, la cruz, la campanilla
y el acetre tal como prescribe la Partida I. El monaguillo de la Cantiga sujeta con su mano izquierda un
considera como el acetre más antiguo (siglos IV-V) el de Túnez 57. Uno de los acetres
de mayor riqueza y significación, realizado en marfil y plata correspondiente al arte
otoniano, fines del s. X, es el conservado en el Tesoro del Duomo de Milán (Fig. 6).
Se cree procedente de la basílica de San Ambrosio donde debió ser usado por el co-
mitente, el arzobispo Godofredo (974-979), para esparcir el agua lustral sobre un em-
perador otoniano, según la inscripción del borde: VATES AMBROSI GOTFREDVS
DAT TIBI S(AN)C(T)E VAS VENIENTE SACRA(M) SPARGENDV(M) CESARE
LY(M)PH(AM) 58.
Fig. 6. Acetre del arzobispo Godofredo, fines del s. X. Tesoro del Duomo de Milán.
recipiente dorado y al parecer repujado provisto de asa que, García Cuadrado relaciona con uno conservado
en el Instituto Valencia de Don Juan, realizado en cobre decorado con inscripciones y fechado en el s. XII. A.
GARCÍA CUADRADO, Las Cantigas: El Códice de Florencia, Murcia, 1993, p. 399.
57 Vaso elíptico de plomo, con una aplicación de placas historiadas con símbolos y figuras, algunas con
significado eucarístico y otras alusivas al martirio de las santas Perpetua y Felicidad, junto con otras figuras
mitológicas. En la parte superior muestra una inscripción en griego, cita del profeta Isaías: “Sacaréis aguas
con gozo”.
58 R. BOSSAGLIA y M. CINOTTI, Tesoro e Museo del Duomo, I, Milán, 1978. Iconográficamente supone
una exaltación de la Virgen dando de mamar al Niño. En cinco campos articulados por arquerías clásicas, se
encuentra la Virgen con el Niño en trono, flanqueada por dos ángeles con incensario y acetre lustral, y las
cuatro figuras de los evangelistas. A la derecha Juan y Marcos; a la izquierda, Mateo y Lucas, acompañados de
sus símbolos. En sus libros abiertos se inscriben las palabras iniciales de los respectivos evangelios. La crítica
es casi unánime al considerarlo obra milanesa. Agradezco el envío de la información.
“…y por esta unción ganan tres bienes aquellos que la reciben. El primero que les
da Dios mayor gracia para temerle, y para arrepentirse de los males que hicieron. El
segundo que les mengua sus pecados… El tercero que los alivia de la enfermedad: les
da fuerza para no temer la muerte y los conforta…”.
Fig. 7. Rogier van der Weyden, Tríptico de los Siete Sacramentos. Koninklijk Museum voor
Schone Kunsten, Amberes, Bélgica.
Además, Cristo, al mismo tiempo que sana el cuerpo, libera de los demonios, per-
dona los pecados y saca de la angustia y la marginación en el momento supremo. En
el Levítico (5, 17-26; 10, 16-20), se alude al pecado y a su reparación mediante el
sacrificio. En la enfermedad, Jesús enseña la verdad sobre la relación poder del de-
monio-pecado-enfermedad. No niega que actúe la fuerza de Satanás, pero afirma que
el poder de Dios interviene contra las fuerzas del mal, según refiere Mateo (12, 28).
El IV Concilio de Letrán (1215) al relacionar la enfermedad con el pecado impuso al
médico la obligación de advertir a sus pacientes en trance de muerte la proximidad
64 El Tríptico de los Siete Sacramentos fue donado por el obispo de Tournai Jean Chevrot (1436-1460),
uno de los principales consejeros de Felipe el Bueno, cuya heráldica figura en el mismo, a la colegiata de San
Hipólito de su ciudad natal, Poligny.
de esta y la necesidad de acudir al confesor. Así pues, todo hombre recibe ayuda para
lograr su salvación obteniendo nuevas fuerzas contra las tentaciones del maligno
y la desazón que provoca la cercanía de la muerte. Todo esto queda perfectamente
recogido en los grabados del Ars Moriendi, aparecidos en el s. XV, en el entorno del
Concilio de Constanza (1414-1417), en los que se plasma el momento crucial del
moribundo que se ve sometido a numerosas tentaciones, finalmente superadas por
intervención divina 65.
El Viático
Fig. 8. “Muerte de un monje”, Cantiga 56d, Códice Rico de las Cantigas de Santa María
(RBME, Ms. T-I-1).
Ahora bien, ¿se llevaba la comunión a los enfermos bajo las dos especies o so-
lamente bajo la del pan? La reserva eucarística que, durante mucho tiempo, pudo
cada uno guardar en el sagrario doméstico, se conservaba, únicamente, en una sola
especie: el pan consagrado, Sin embargo, no podemos negar que, en muchos casos,
se llevase al enfermo también vino consagrado. Numerosos testimonios hablan de la
última comunión bajo las dos especies. Así se aprecia en la Cantiga 49-c del Códice
de Florencia o en la Cantiga 56 (Códice Rico de El Escorial) (Fig. 8), donde un monje
enfermo bebe del cáliz, mientras otros cuatro monjes rodean su lecho. Entre los ob-
jetos que portan se puede reconocer la cruz, un aspersorio y un cirio. De todos ellos
este último, encendido, nunca falta como puede observarse en la Cantiga 123 (Códice
Rico, El Escorial). Su misión era simbolizar la luz de la fe y ahuyentar a los diablos
que se llegaban al moribundo para arrebatarle el alma 68.
Los vasos que contenían la reserva eucarística para los enfermos se custodiaban en
las sacristías o en pequeños armarios dispuestos en el muro o en uno de los pilares de
la iglesia, cerca del altar. A menudo, estos armarios recibían el nombre de sacraria.
Rupert de Deutz en el s. XII, al relatar el milagro por el cual se había preservado en
el incendio de su monasterio, el vaso de madera que contenía la reserva eucarística,
nos enseña que estaba depositada en un nicho practicado en el muro, conforme a la
costumbre seguida en su tiempo. Durante la celebración de la Misa, en algunos paí-
ses, especialmente Francia, las santas especies eran encerradas en una píxide o una
paloma suspendidas por cadenas a un báculo eucarístico, o simplemente colgadas por
encima del altar. En la novena centuria una carta del papa León IV (†855) decretando
que la Eucaristía debía conservarse en una píxide sobre el altar, oficializó su existen-
cia y su lugar en la iglesia 69.
El origen de píxides, ciborios, copones, etc. se remonta a la antigüedad greco-
romana, cuando pequeñas cajas o cofres decorados se utilizaban por las familias para
guardar diferentes objetos preciosos. Originalmente fabricados en madera de boj, en
griego puxos, de ahí el nombre de pyxis en latín, después estos cofres fueron, a menu-
do, realizados en marfil. En tiempo de las persecuciones, los primeros cristianos, para
disimular y proteger las hostias consagradas, recurrieron a estas píxides que, además,
se podían transportar fácilmente para dar la comunión a los impedidos o a los mori-
bundos. A partir del s. IV, después del reconocimiento del cristianismo como religión
oficial en el Imperio romano, motivos cristianos y no paganos las decoraron 70.
La utilización de estas pequeñas reservas eucarísticas para llevar la comunión a
los moribundos se perpetuó en la Edad Media. Como materiales, después de la ma-
dera, la hojalata y el cartón se emplearon junto al vidrio, la fundición, el alabastro, el
mármol e incluso el estaño. Sin embargo, estas materias no se consideraron bastante
bellas o bastante sólidas y algunos inventarios medievales las mencionan hechas en
ágata, berilo, onyx y otro tipo de piedras. A menudo, se empleó el cobre desprovisto
68 F. MARTÍNEZ GIL, La muerte vivida: muerte y sociedad en Castilla durante la Baja Edad Media,
Madrid, 1996, p. 37.
69 “Decretales del papa León IV”, J.-P. MIGNE (ed.), Patrologia latina, CXV, col. 677.
70 S. CAUDRON, “Pyxides”, Corpus des Émaux Méridionaux. L’Apogée 1190-1215, t. II, París, 2011,
pp. 168-169.
de todo ornamento, tal como se recoge en los estatutos sinodales de Jean, obispo de
Lieja, publicados en 1287. Los concilios del s. XIII y los rituales publicados desde
esta época, permiten emplear el marfil, el cobre esmaltado y a veces el simple latón,
pero ponen casi siempre la plata en primer lugar e indican que era la materia que se
debía usar principalmente 71.
Entre las píxides más tempranas conservadas podemos destacar la de Pesaro, co-
rrespondiente al s. IV, realizada en marfil, de forma circular articulada por herrajes 72.
Ya en la Alta Edad Media es frecuente la forma de una cajita cilíndrica con una
cubierta cónica que hará fortuna posteriormente, de modo especial en piezas salidas
de talleres lemosines, cuya producción se desarrolló principalmente gracias al papa
71 E. RUPIN, op. cit., 1977, pp. 202-203.
72 F. MONFRIN, “La guérison du serviteur (Jn. 4, 43-54). Une nouvelle interprétation des sarcophages de
Bethesda”, Mélanges de l’École Française de Rome. Antiquité, 97, 2 (1985), p. 985, n. 20. El hecho de que la
escena representada se haya identificado con la resurrección de la hija de Jairo puede hacer pensar que se trata
de un milagro de resurrección, lo que implica que más que un enfermo es un muerto.
Inocencio III (Fig. 9). Presentan casi siempre la misma forma, pero la variedad en
la decoración es infinita. El interior, generalmente dorado, es cilíndrico y a veces se
encuentra provisto de una cubeta que disminuye la profundidad 73. De hecho, en los
siglos XV-XVI los Sínodos y los Rituales recomiendan tener dos tipos de píxides:
una mayor, que debe permanecer en el sagrario, y otra más pequeña para llevar el
viático a los enfermos.
Fig. 10. Portaviático con crismera, fines del s. XV. Iglesia parroquial de la Asunción
de María de Catí, Castellón.
Ahora bien, no siempre las píxides presentaban esta forma, pues conocemos tam-
bién la existencia de pequeñas cajitas de forma circular como las que se conservan en
los Musées Royaux d’Art et d’Histoire de Bruselas, correspondientes a talleres mo-
73 M.L. MARTÍN ANSÓN, op. cit., 2011. Algunas de estas píxides están rematadas por una cruz, otras
simplemente por una bola. La ornamentación es variada y se repite sobre la cubierta y sobre el cuerpo de
la caja. En numerosas ocasiones, se suspendían por encima del altar, al igual que las palomas eucarísticas,
encerradas en un pabellón de tela. Reposan sobre su base, simulando una torrecilla coronada por una cubierta
cónica, que se articula a la caja por una charnela. Si en las parroquias pobres no eran más que simples vasos
de cobre o latón; en las catedrales, en las ricas abadías, en las iglesias de las ciudades, su superficie se llenaba
de decoración.
74 Musées Royaux d’Art et d’Histoire. Art Chrétien jusqu’à la fín du Moyen Âge, Bruselas, 1964, 183, p.
44, 4,5 cm. Adquiridas a la colección Hagemans, 1861. Realizadas en cobre dorado y grabado, su cubierta
plana está decorada una con una rosácea y la otra con guirnaldas alrededor de una cruz calada.
75 J.L. GIL CABRERA, “Portaviático con crismera”, La Llum de les Imatges, Generalitat Valenciana,
2005, pp. 272-273. Es una cajita de forma rectangular con la representación de Cristo Varón de Dolores
emergiendo del sepulcro, entre emblemas de la Pasión. Va provista de una cadena de plata para ser colgada del
cuello del presbítero cuando se disponía a llevar el viático. En su interior se observa un depósito circular con
tapadera cónica para el Corpus Domini, a la izquierda, y a su derecha, un apartado rectangular para encajar el
Oleum Infirmorum.
76 M. PEPIN, Las ermitas de Valencia, I, Valencia, 1996, pp. 34-38.