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A.

Orígenes de los estudios culturales latinoamericanos


Los estudios culturales surgieron como un campo interdisciplinario en
el mundo angloparlante en los años cincuenta y sesenta, como parte
de un movimiento democratizador de la cultura. En América Latina,
el uso del concepto de estudios culturales es mucho más reciente.
Aunque el concepto parte de la tradición británica, también tiene su
origen en una tradición que se remonta a la ensayística del siglo XIX
y al ensayo crítico del siglo XX. El objeto de este diccionario es
revisar la diversidad de temas y enfoques que forman parte de lo
que, como término abarcador, se puede llamar estudios culturales
latinoamericanos a principios del siglo XXI.
Los estudios culturales se presentan como un campo intelectual
diverso, interdisciplinario y político. En América Latina la marca de lo
político a partir de los años treinta ha sido tradicionalmente marxista
y se institucionalizó en 1959 con la revolución cubana y los
movimientos revolucionarios de los años sesenta y setenta. Estos
movimientos crearon una narrativa continental que imagina a América
Latina como unidad y que se ocupa de la relación entre la cultura y
los destinos políticos. La marca de lo cultural en los movimientos
revolucionarios latinoamericanos es notable y determina tanto lo
político como lo literario. Aunque las artes no literarias no lograron
tener la misma visibilidad mundial que el boom literario, este vínculo
entre la política “revolucionaria” y la producción artística, también es
muy evidente en obras de teatro, música popular, cine, etc., de la
época. Los debates sobre la relación entre literatura y revolución
como el originado a causa del caso Padilla en 1971, interpelaron a
intelectuales y artistas de todo el continente a definirse en términos
no sólo intelectuales sino también políticos.
La genealogía de los estudios culturales latinoamericanos es múltiple.
Su formación se puede pensar como un proceso de retroalimentación
constante entre diferentes grupos de la sociedad civil, modos
culturales populares, instituciones culturales, estados nacionales,
corrientes de pensamiento interna los estudios culturales
latinoamericanos son:
1] la tradición ensayística latinoamericana de los siglos XIX y XX;
2] la recepción de los textos de la Escuela de Frankfurt, del Centro
de Estudios Culturales Contemporáneos de Birmingham y los del
posestructuralismo francés;
3] la relación horizontal (sur-sur) con desarrollos intelectuales y
proyectos académicos de otras áreas geográficas como los estudios
del subalterno y el poscolonialismo;
4] el desarrollo de una agenda de investigación en estudios
culturales latinoamericanos en Estados Unidos –esta agenda de
investigación está relacionada con movimientos sociales de políticas
de identidad: feminismo, movimientos chicano y afroamericano,
militancia gay y con su importante papel en la incorporación de teoría
crítica multidisciplinaria y en su cuestionamiento de cánones y
epistemologías–.
Es fundamental la participación de académicos latinoamericanos
que trabajan en las universidades de ese país.
1. La tradición ensayística latinoamericana de los siglos XIX y
XX
Los estudios culturales latinoamericanos tienen su origen en la rica
tradición ensayística que, como señala Alicia Ríos, sirvió a lo largo
de los siglos XIX y XX para debatir temas decisivos como
“cuestiones de lo nacional y lo continental, lo rural y lo urbano, la
tradición contra la modernidad, memoria e identidad, subjetividad y
ciudadanía y, especialmente, el papel de los intelectuales y las
instituciones en la formación de discursos y de prácticas sociales,
culturales y políticas”. En estos textos se fueron presentando las
constelaciones cognoscitivas que según Ríos dominaron el periodo
1820-1960: neocolonialismo, modernidad y modernización, el
problema nacional, lo popular, y el eje
identidades/alteridades/etnicidades. Un producto del ensayo es la
formación de la idea del “hombre público” que participa en las
guerras de independencia, en revoluciones como la mexicana, en el
gobierno, en la oposición y es también estadista, ensayista, periodista,
historiógrafo, poeta, novelista. El ejemplo paradigmático es Domingo
Faustino Sarmiento, autor de Facundo. En el cambio de siglo, del
XIX al XX, se profesionaliza la literatura y el periodismo, pero la
presencia de la interpretación de la realidad política y social como
eje fundamental para la reflexión intelectual perdura hasta nuestros
días.
Los estudios culturales latinoamericanos han seguido varias de las
líneas de pensamiento o temas de debate de la tradición ensayística
continental (la identidad latinoamericana, las idiosincrasias que
distinguen la cultura latinoamericana de la europea o la
estadunidense, la diferencia racial y el mestizaje, la transculturación
y la heterogeneidad, la modernidad, entre otros temas) enfocándose
en las figuras más significativas. Algunas de éstas son, en orden
cronológico, Andrés Bello, Sarmiento, José Martí, José Enrique
Rodó, Manuel González Prada, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez
Ureña, José Vasconcelos, José Carlos Mariátegui, Fernando Ortiz,
Antonio Candido, Roberto Fernández Retamar, Ángel Rama y Antonio
Cornejo Polar. Hay además figuras fundamentales del ensayo en el
entorno regional que tienen alcance continental, como son: Ezequiel
Martínez Estrada para el Río de la Plata, Octavio Paz para México,
Aimé Césaire para el Caribe francófono, Darcy Ribeiro y Gilberto
Freyre para Brasil. Si pensamos en la cronología planteada podemos
ver claramente una continuidad en cuanto a preocupaciones y temas:
desde figuras públicas cuyo campo principal de acción fue la vida
política (Sarmiento y Bello) hasta académicos consagrados como
Candido, Rama y Cornejo Polar, quienes sin duda fueron fundadores
del pensamiento que subyace los estudios culturales
latinoamericanos. Hay que notar que hasta tiempos muy recientes,
intelectuales izquierdistas consagrados, como es el caso de
Fernando Henrique Cardoso, quien fue presidente de Brasil de 1995
a 2003, han entrado con cierta facilidad en el dominio propiamente
político.
Los estudios culturales se presentan siempre como una práctica de
intervención política. Los textos ensayísticos latinoamericanos de los
autores ya mencionados de los siglos XIX y XX plantearon la
necesidad de pensar las diferentes sociedades latinoamericanas
desde las relaciones étnicas, las emergentes identidades nacionales
y la relación entre modernidad y modernización. Estos textos
fundadores crearon una práctica intelectual que podríamos llamar
estudios culturales avant la lettre, o sea una interrogación
multidisciplinaria (la que toma en cuenta perspectivas de
historiografía, crítica literaria, estudios de folklore, antropología,
ciencias políticas, educación, sociología, etc.) por los modos en que
la cultura significa en contextos amplios.
2. La recepción de los textos de la Escuela de Frankfurt, del
Centro para Estudios Culturales Contemporáneos de
Birmingham y los del posestructuralismo francés
Uno de los puntos más álgidos del debate sobre la validez de los
estudios culturales como un emprendimiento intelectual que puede
ofrecer recursos interpretativos para la realidad latinoamericana, es
su genealogía. Muchos críticos han cuestionado el carácter
cosmopolita de los estudios culturales argumentado que en América
Latina los estudios culturales tienen una tradición propia anterior a la
importación de los modelos de prácticas de estudios culturales que
se originaron en la academia norteamericana en los años ochenta
y noventa.
Los críticos que a menudo se citan como culturalistas avant la lettre
–Carlos Altamirano, Carlos Monsiváis, Renato Ortiz, Beatriz Sarlo,
entre otros– trabajaron en diálogo con modelos de análisis cultural
europeos –principalmente de la Escuela de Frankfurt, el Centro para
Estudios Culturales Contemporáneos de Birmingham y el
posestructuralismo francés–. Estas tradiciones tuvieron recepciones
en diferentes momentos en América Latina y en Estados Unidos –
es decir que no llegaron a América Latina por medio de la academia
estadunidense–. La apropiación, traducción y reformulación de
teorías de la cultura surgidas en la Europa de la posguerra,
especialmente los trabajos de la Escuela de Frankfurt (Theodor
Adorno, Walter Benjamin, Max Horkheimer), el nuevo marxismo (Louis
Althusser, Antonio Gramsci), los estudios culturales británicos
(Raymond Williams, Richard Hoggart, Stuart Hall) y el
posestructuralismo francés (Michel Foucault, Jacques Lacan) ha sido
fundamental para la definición y diseño de proyectos intelectuales en
América Latina, igual que otros intelectuales franceses como Roland
Barthes, Michel de Certeau, Gilles Deleuze y Pierre Bourdieu. En
algunos casos notables, como el de Lacan, la recepción fue anterior
y mucho más masiva en América del Sur que en América del Norte.
En contraposición al enfoque en obras de arte de la cultura letrada, los
estudios culturales se han enfocado en formas de cultura “baja”,
popular y masiva. Heredan de la diáspora intelectual judeo-alemana
exiliada del nazismo, la preocupación por el poder de la industria
cultural y el interés por analizar nuevos modos de producción cultural,
muchas veces con el signo cambiado: si para la Escuela de Frankfurt
la industria cultural significaba el final de la originalidad en el arte y
la creación de una sociedad masificada sin libertad individual, donde
el arte era una mercancía más (Adorno y Horkheimer), los estudios
culturales buscarán los espacios de resistencia dentro de la cultura
popular y de masas.
Adorno y Horkheimer en un clásico ensayo, “La industria cultural:
iluminismo como mistificación de masas” (1944), critican la industria
cultural (representada principalmente por Hollywood) por promover
una sociedad masificada sin posibilidad de verdadera libertad.
Benjamin, por otro lado, en algunos de sus escritos, como el
emblemático “La obra de arte en la época de su reproducción
mecánica” (1935), muestra más ambivalencia con respecto al
marxismo ortodoxo que guía el pensamiento de sus colegas al
expresar una urgencia ppo entender los cambios tecnológicos,
posibilitados por la fotografía y otras formas de producción masiva de
cultura, anticipando así las actitudes de la escuela británica, la cual
rescata la creatividad y la productividad de la cultura popular y de
masa como espacio no elitista de expresión.
Los estudios culturales británicos surgen en el contexto de la
democratización de la cultura que acompaña la posguerra en ese
país. Sus representantes más importantes –Raymond Williams y
Richard Hoggart– provienen de familias obreras y trabajan en
institutos terciarios recientemente fundados, donde la mayoría de los
estudiantes tiene el mismo origen de clase que ellos. Sin desdeñar
la riqueza de la cultura canónica, Williams y Hoggart se preocupan
por estudiar las influencias de la cultura popular en la formación de
las mentalidades de la clase obrera. El Centro para los Estudios
Culturales Contemporáneos de Birmingham, fundado por Richard
Hoggart, fue el primer espacio académico donde se trabajó
sistemáticamente sobre los estudios culturales. Dos ejes
fundamentales para los estudios culturales británicos fueron la
industria cultural y el énfasis en la cultura cotidiana de la clase
trabajadora siguiendo el modelo para entender esa clase postulada
por The Making of the English Working Class (1968) del historiador
E. P. Thompson. En los años setenta el concepto de hegemonía toma
importancia en las teorizaciones de los estudios culturales británicos
y, además, se va incorporando un discurso sobre raza, etnicidad y
subculturas cuyos representantes más importantes son Paul Gilroy
y Stuart Hall. Este último tendrá una influencia fundamental en el
trabajo sobre raza, identidad y los medios masivos en los estudios
culturales latinoamericanos. A Paul Gilroy le debemos una importan-
te teorización sobre la relación entre literatura y estudios culturales.
Según Gilroy hay que renunciar a las pautas nacionalistas que
dominan nuestra vida cultural y pensar en el Atlántico como sitio de
intercambios culturales y como fuente de inspiración para trabajos
interdisciplinarios. La línea culturalista de Birmingham tuvo gran
impacto en la sociología, la antropología y los estudios literarios en
América Latina.
La línea posestructuralista de los estudios culturales surge de la
lingüística, de los estudios literarios y de la semiótica y se inspira en
el trabajo de Louis Althusser (teorización sobre los mecanismos
sociales de la ideología), de Roland Barthes (lecturas de los sistemas
semióticos empleados por modos diversos de expresión cultural:
fotografía, propaganda comercial, industria de la moda, etc.), de
Jacques Lacan (expansión del psicoanálisis freudiano con enfoque
en el papel central del lenguaje en la constitución del sujeto y el
pensamiento en general) y de Michel Foucault (estudios importantes
sobre los mecanismos del poder y su relación con el saber). Esta línea
concibe la cultura como discursos semiautónomos que son
susceptibles a análisis ideológicos. Otros intelectuales franceses que
han impactado los estudios culturales latinoamericanos son Michel de
Certau (tácticas cotidianas que no obedecen a las instituciones
hegemónicas), Gilles Deleuze (teorías sobre conceptos como la
desterritorialización y la esquizofrenia, y del rizoma como modelo de
pensamiento) y Pierre Bourdieu (estudios sobre las relaciones entre
las estructuras sociales y las prácticas de los sujetos que operan
dentro de ellas).
3. La relación vertical (sur-sur) con desarrollos intelectuales y
proyectos académicos de otras áreas geográficas como los
estudios del subalterno y el poscolonialismo

En su libro Orientalismo (1978) el palestino Edward Said incorpora


elementos de las líneas británicas y francesas en un estudio de los
modos en que la cultura europea crea un discurso sobre el Oriente
que la ilumina como avanzada, moderna y racional en oposición a una
alteridad feminizada, brutalizada y siempre subalterna. El trabajo de
Said es seminal para dos campos que se consideran fundamentales
dentro de los estudios culturales: el poscolonialismo y los estudios del
subalterno. En Orientalismos, Said muestra la creación de un
repertorio de discursos de diferentes registros –literarios, políticos,
filosóficos, burocráticos– que funcionan de manera
interdependiente para crear al Oriente como una unidad discursiva
inteligible que, a la vez, funge como espejo que refleja una Europa
racional y triunfante. El concepto gramsciano de hegemonía es central
en este estudio y es presentado por Said como parte de una
dimensión personal, a través de una cita de los Cuadernos de la cárcel
que él mismo traduce del italiano ya que está ausente de la versión
inglesa del texto: “El punto de partida para la elaboración crítica es la
conciencia de lo que uno es en realidad y que ‘el conocerse a sí
mismo’ es un producto de los procesos históricos que han depositado
en uno una infinidad de marcas sin dejar un inventario (la traducción
del inglés es nuestra).”
La subjetividad inherente a la tarea investigativa es fundamental para
los intelectuales que en los decenios de los sesenta y setenta han
pensado la realidad del tercer mundo desde las diferentes áreas
geográficas y también desde los centros metropolitanos diaspóricos.
Los parteaguas políticos que dan un puntapié inicial a este esfuerzo
intelectual son la Revolución cubana, la Guerra de Argelia y la
descolonización en África. La publicación de las obras de Aimé
Césaire, Franz Fanon y Albert Memmi, nacidos en colonias francesas,
propician un diálogo intelectual sobre los efectos de la colonización
y los modos de resistencia. Fanon es quien más eco tendrá en
América Latina. Su ensayo Pieles negras, máscaras blancas (1952)
es un incisivo estudio sobre los efectos psicológicos de la
colonización basado en su experiencia como psicoanalista. En Los
condenados de la tierra, publicado en 1961 en París con
introducción de Jean Paul Sartre, Fanon presenta al racismo como
una forma de subyugación de occidente a la que el colonizado sólo
puede responder de manera violenta. Estos dos libros funcionaron
como manifiestos a la vez que como textos teóricos para una
generación de intelectuales que vivió lo político y lo intelectual como
indivisible.
Lo poscolonial surge como rama de los estudios culturales en la
academia estadunidense recogiendo una serie de preocupaciones y
textos surgidos en África, Asia, Caribe y América Latina. Fueron
empleados por universidades estadunidenses y funcionan como
materia prima para elaboraciones teóricas de una serie de
pensadores del tercer mundo educados en instituciones de élite del
primer mundo como Gayatri Chakravorty Spivak, Homi Bhabha y
Edward Said. Estos autores combinan enseñanzas de las Escuelas de
Birmingham y del posestructuralismo francés incorporando a sus
trabajos la obra de Derrida (Spivak), de Lacan (Bhabha) y de
Foucault (Said).
Considerados a veces como parte de los estudios poscoloniales, los
estudios del subalterno surgen como trabajo colectivo de un grupo
de historiadores de formación gramsciana en el sudeste asiático que
estudian a contrapelo la historia de los subalternos para construir
una nueva lectura de la relación entre hegemonía y subalternidad.
Los trabajos de Ranajit Guha, Gayatri Spivak y Gyan Prakash fueron
fundamentales como contrapunto para pensar la posibilidad de crear
un grupo de estudios subalternos latinoamericanos, proyecto liderado
por John Beverley e Ileana Rodríguez que se originó en la academia
estadunidense después de la derrota sandinista (véase Grupo
Latinoamericano de Estudios Subalternos). El subalternismo tuvo eco
en las áreas menos estudiadas desde los campos tradicionales de los
estudios literarios y la historia del arte, como el área andina y
Centroamérica, con enfoque particular en la expresión indígena y el
género del testimonio.
4. El desarrollo de una agenda de investigación en estudios
culturales latinoamericanos en Estados Unidos y la
participación importante de académicos latinoamericanos que
trabajan en las universidades mexicanas y estadunidenses
Entre 1996 y 1997 la revista británica Journal of Latin American
Cultural Studies realizó una serie de entrevistas a intelectuales
latinoamericanos que cultivaban prácticas de investigación y escritura
adscritas, en términos generales, a los estudios culturales. Estos
intelectuales, casi sin excepción, declaran que su praxis es
culturalista avant la lettre, o sea, que están realizando un tipo de
investigación dentro de agendas de investigación nacionales (“estaba
haciendo historia de las ideas” dice Sarlo: “Cultural Studies
Questionnaire”:85) o independientemente de programas
estadunidenses (“me involucré en los estudios culturales antes de
saber cómo se llamaban” dice Néstor García Canclini, “Cultural
Studies Questionnaire”: 86). Quizá el malestar que producen a
menudo los estudios culturales como práctica intelectual que se
percibe como “importada” o “extranjera” tiene menos que ver con su
génesis o sus textos fundacionales que con su organización
disciplinar que se realizó indudablemente en Estados Unidos. En ese
sentido la queja que se escucha a menudo por parte de intelectuales
latinoamericanos –“nosotros ya hacíamos estudios culturales antes de
que se pusieran de moda en Estados Unidos”– no sólo es
sostenible sino también ampliamente justificada. Como indica Jean
Franco, “los discursos metropolitanos sobre el tercer mundo han
adaptado generalmente una de tres operaciones: 1] exclusión –el
tercer mundo es irrelevante a la teoría–; 2] discriminación –el tercer
mundo es irracional y por consiguiente está subordinado al
conocimiento racional producido por la metrópolis–; y 3]
reconocimiento –el tercer mundo es únicamente visto como el lugar
de lo instintivo–” (“Beyond Ethnocentrism”: 504). De hecho, los
estudios culturales latinoamericanos son organizados como tales en
la academia estadunidense en diálogo con los estudios culturales
anglófilos, el posestructuralismo francés, el poscolonialismo, los
estudios del subalterno y una serie de movimientos locales surgidos
de los movimientos de derechos civiles de los años sesenta como
son los programas de estudios chicanos, afroamericanos, queer, de
género, asiático-americanos, etc. Si bien el rótulo de estudios
culturales latinoamericanos es una etiqueta de origen estadunidense,
la plétora de investigaciones realizadas bajo esa rúbrica representa
toda la diversidad y riqueza del hemisferio.
Gran parte del ímpetu detrás de la creación de los estudios
culturales latinoamericanos procede de una importante diáspora
intelectual latinoamericana en la academia estadunidense. Con una
influencia parecida a la de otras diásporas, en otros momentos
fundacionales de los estudios culturales (la diáspora judeo-alemana
y su interés por la industria cultural en los años cuarenta, la diáspora
caribeña y su desarrollo de los fundamentos de la teoría poscolonial
en los años sesenta), los intelectuales latinoamericanos exiliados por
razones políticas o transterrados por razones económicas cambiaron
el modo de pensar lo latinoamericano en Estados Unidos. Estos
intelectuales llevaron consigo una formación intelectual en la cual la
relación entre prácticas textuales y prácticas políticas era indivisible.
Socavaron la visión de América Latina como una subárea de los
estudios ibéricos, rechazaron la ideología imperialista y anticomunista
que fomentaba los estudios de área (como señalan Gilbert Joseph,
Catherine Legrand y Ricardo Salvatore en Close Encounters of
Empire (1998), el origen de los estudios latinoamericanos como
disciplina académica de la Latin American Studies Association como
sociedad profesional, están teñidos de una enorme preocupación
imperialista y anticomunista que dominó la escena política de
Estados Unidos durante la guerra fría) e introdujeron un modo de
concebir la cultura como proceso interactivo con la sociedad y como
medio fundamental tanto de control hegemónico como de resistencia.
En Estados Unidos, Canadá y México muchos de ellos se
encontraron por primera vez con la posibilidad concreta de pensar
América Latina como unidad en colaboración con colegas de otros
países.

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