Münzenberg, Ehrenburg y La Propaganda Republicana - Willi Münzenberg, Otto Katz y La Guerra Española
Münzenberg, Ehrenburg y La Propaganda Republicana - Willi Münzenberg, Otto Katz y La Guerra Española
Münzenberg, Ehrenburg y La Propaganda Republicana - Willi Münzenberg, Otto Katz y La Guerra Española
Apartados: Vayo – El congreso de escritores de París – La prolongada caída de Münzenberg – La IC y la propaganda
republicana
Vayo
El mejor amigo español de Münzenberg, acaso su único vínculo con el país, que se sepa, fue Julio Álvarez del Vayo. Se
llevaban dos años y podrían haberse conocido en 1916, o en 1918, en Zurich. O en Berlín, a partir de 1919, cuando Vayo
empezó a trabajar allí como corresponsal de La Nación de Buenos Aires. En La senda roja, una novela autobiográfica, lo
contó de otro modo, pero en aquellos años no simpatizaba con “la banda leninista” que había hundido a Rusia en la
miseria (El Sol, 26-XI-1918, citado por Avilés). Avilés, en La fe que vino de Rusia, rescató algunos de sus testimonios
críticos en El Sol, en El socialista y en sus libros. Sirven para recordar que su filosovietismo, hasta bien entrados en los
años de la República, no era incondicional, aunque sus observaciones críticas fueran objeciones menores ante la
inmensidad de la tarea que, en su opinión, estaban llevando a cabo los revolucionarios en Rusia.
Ya se ha dicho que Vayo no menciona a WM en sus memorias. Babette Gross confirmó que se conocieron en Berlín en
los primeros años veinte. Reanudaron la relación en diciembre de 1934, cuando Vayo les invitó a visitar España.
Estuvieron en Madrid y en Málaga. Poco antes, había estado en la capital española su segundo, Otto Katz,
acompañando a parlamentarios británicos interesados por la represión de la revolución de octubre. Según Kowalsky,
uno de los pocos indicios de la presencia de la IAH, la empresa de WM, en España es su participación en 1934 para
evacuar a perseguidos por lo de Asturias hacia la URSS. Volvió a España a comienzos del verano de 1935,
acompañado por un miembro de la Cruz Roja Internacional, se supone que para darle cobertura, “para asistir a las
conferencias con las organizaciones comunistas y para conocer a políticos socialistas pro rusos”, según Gross.
Téngase en cuenta que Münzenberg sólo hablaba alemán. Entre los socialistas, quienes mejor lo hablaban eran Julio
Álvarez del Vayo y Juan Negrín.
Antes de la guerra, Vayo había visitado Rusia en media docena de ocasiones. Estaba en el PSOE desde 1912, cuando
un grupo de jóvenes intelectuales se incorporaron al Partido, pero hasta 1924 pasó la mayor parte del tiempo fuera de
España. Fue a Rusia por primera vez en 1922 con la Misión Nansen. Fridtjof (Nansen fue un deportista, científico,
explorador y diplomático noruego, premio Nobel de la Paz ese mismo año.) Vayo le conoció en Ginebra, en torno al
núcleo impulsor de la Sociedad de Naciones, junto a otro de sus promotores, Lord Robert Cecil. (Este noble inglés fue
un precursor del conservadurismo contemporizador con el nuevo régimen soviético. En 1936, sería uno de los pilares de la
Unión Universal por la Paz y al año siguiente recibió el premio Nobel de la misma causa.). La misión Nansen fue una
iniciativa de la Sociedad de Naciones, la Cruz Roja y otras organizaciones de ayuda humanitaria, para socorrer a los
habitantes de varias regiones de Rusia y Ucrania, en las que una sequía muy severa se había añadido al caos de la
guerra y los primeros experimentos de ingeniería del nuevo régimen, frenados con la Nueva política económica. Los
periódicos hablaron de canibalismo y las cifras de muertos por la hambruna oscilan entre uno y cinco millones de
personas. La nueva organización de Münzenberg, la IAH, una de cuyas funciones era eclipsar las iniciativas de ayuda
occidentales, no estuvo detrás de este viaje publicitario al que fueron invitados escritores y periodistas extranjeros que
más tarde en sus respectivos países divulgarían las grandes esperanzas y los pequeños problemas del nuevo paraíso
proletario en construcción. A ese viaje propagandístico fueron invitados Julio Álvarez del Vayo y Ricardo Baeza, ambos
corresponsales, en Berlín y en Londres, de El Sol. Baeza, hombre de teatro y traductor, además de periodista, fue mas
tarde un discreto compañero de viaje.
Entre 1920 y 1923, basado en Berlín, Vayo asistió como periodista a más de veinte reuniones de alta política
internacional dedicadas a ordenar la herencia de la Gran Guerra. Se convirtió en el periodista de izquierdas español
mejor relacionado internacionalmente, en especial con el núcleo ginebrino en torno a la Sociedad de Naciones. En
1924, se instaló en Madrid como corresponsal del periódico argentino, a lo que añadió la representación de The
Manchester Guardian. Presumió en sus memorias de haber sido en esos años el corresponsal en Madrid mejor pagado.
Vayo fue, sin duda, el español que mejor conocía la Rusia soviética y el que mejores contactos tenía entre sus
gobernantes. Para los soviéticos era un periodista cuyos artículos se leían en España, en el Reino Unido, en Argentina y
en toda Sudamérica, simpatizante del régimen y muy bien relacionado internacionalmente.
Con sus experiencias en la URSS, escribió dos libros de reportajes: La nueva Rusia (1924) y Rusia, doce años después
(1929). En 1928, Diego Hidalgo, el notario extremeño que escribió sus viajes, se lo encontró en Moscú. Destaca su
simpatía y su familiaridad con el régimen. Vayo había sido invitado por la comisión del aniversario de Tolstoy. (Hidalgo
estuvo entre los primeros miembros de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética en 1933, antes de aceptar el
puesto de ministro de la Guerra y serlo durante la represión de la revolución de Asturias en octubre de 1934). En
Moscú, Vayo acompañó a Hidalgo a una reunión con un responsable de la VOKS, la Sociedad para las Relaciones
Culturales con el Exterior, que dependía del Ministerio de Exteriores (Narkomindel), y canalizaba las peticiones de
información y ofrecimientos de particulares desde el extranjero. Según Kowalsky, el año anterior, 1927, Vayo había
estado en Moscú y se había reunido con un representante de la VOKS y otro de Sovkino (la empresa cinematográfica
estatal) para estudiar las posibilidades de proyectar películas soviéticas en España. Al año siguiente, cuando Vayo
coincidió con Hidalgo, la VOKS pidió a Sovkino que se le facilitaran a Vayo copias de El acorazado Potemkin y de La
Madre, para que fueran recogidas en la embajada rusa en París. Esto confirmaría, en contra de la leyenda, lo que dice
McMeekin, que Münzenberg intervino poco en la distribución fuera de Rusia de las películas soviéticas más célebres.
Desde 1933, estuvo presente en las asociaciones de amistad con la URSS que se pusieron en marcha en España. Su
protagonismo se disparó cuando los socialfascistas del PSOE se convirtieron, a ojos de los comunistas, en los aliados
más deseados para liderar el frente popular. Su poliglotismo fue un factor importante en su proyección exterior.
Vayo contribuyó a la caída de la Monarquía y mejoró su estatuto personal con la República. Ascendió a embajador. En
1931, se decidió que su primer destino fuera Berlín, pero no obtuvo el plácet. Al final, fue el primer embajador de
España en México, donde estuvo hasta 1933. Ese mismo año, fue propuesto para ser el primer embajador de España
en la URSS. Llegó a tener el plácet, pero cayó el gobierno y se desistió. Estando en México todavía, aceptó ser miembro
de la comisión internacional encargada por la Sociedad de Naciones de detener la guerra del Chaco entre Paraguay y
Bolivia. Mientras estaba en Sudamérica, fue elegido diputado por Madrid. Cuenta con todo detalle en sus memorias
cómo se preparó la toma del poder en octubre de 1934, que estaba entre los miembros del futuro gobierno y que se
salvó de ir a la cárcel gracias a que abandonó, poco antes de que llegara la policía, la casa de Jay Allen, donde estuvo
refugiado unos días junto a Negrín y Araquistáin. De su actividad desde esa fecha hasta julio del 36, no dice nada. En la
primera mitad de julio estuvo con Largo Caballero en Londres en el VII Congreso de la federación Sindical
Internacional. Regresaron a Madrid el 17. En La guerra empezó en España, cuenta que ese fin de semana del 18 de julio
estaba en el sudoeste francés, donde su familia veraneaba, pensando en volver el martes siguiente. Tuvo que regresar
apresuradamente.
Como anécdota, el verano de 1935, Münzenberg, Vayo y Negrín estuvieron en Moscú, pero no hay constancia de que
llegaran a estar juntos. El amigo alemán de Vayo fue por el VII Congreso de la IC. Vayo dijo que esta vez había ido a
Moscú en busca de documentación, para un nuevo libro, sobre cómo estaba resolviendo la URSS el problema de las
nacionalidades (The Last Optimist, p. 290). Negrín asistió a un congreso mundial de Fisiología en representación de la
Universidad de Madrid. Vayo asegura que Negrín no se acercó por el Congreso de la IC, dando a entender que él sí que
estuvo. Camino de Moscú, Vayo, solo o acompañado, había pasado por París, donde, entre el 21 y el 25 de junio, se
celebró el I Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura. La intervención de Vayo en el Congreso fue breve,
improvisada y decidida en el último momento, según recordó Rafael Dieste, el miembro de la delegación española que
estaba previsto que interviniera.
Los españoles no fueron tenidos muy en cuenta en los preparativos del I Congreso de Intelectuales para la defensa de
la cultura. En la primavera de 1935, los intelectuales comprometidos atravesaban en Madrid por una etapa de
discreción. Alberti y León seguían fuera, tal vez en América. De Bergamín, nada se sabe en este asunto. Tampoco de
Roces o de Arconada. El escritor designado en París para viajar a Madrid en primavera para reclutar una delegación de
escritores de prestigio, fue el surrealista René Crevel, amigo de Dalí y Buñuel, miembro de la AEAR. Aparte de eso, su
único vínculo con España era su amante aristócrata, en realidad argentina, Tota Atucha, condesa consorte de Cuevas
de Vera. Aunque es difícil constatarlo, parece que ella no estaba en Europa cuando Crevel viajó a Madrid. Su mejor
amigo en la ciudad era Buñuel, cuya mujer se acababa de instalar en Madrid con su hijo de pocos meses. El 7 de mayo
firmaría el contrato con Ricardo Urgoiti y ese mismo mes empezaría a rodar, desde el anonimato, Don Quintín el
amargao. No estaba en las mejores condiciones para ayudar a su amigo. No se sabe si lo hizo. La visita de Crevel no la
recogen los biógrafos de Buñuel sino los del francés.
No se sabe con exactitud con quién se entrevistó Crevel mientras estuvo en Madrid. Guillermo de Torre, al comentar su
suicidio pocos días antes del congreso, dijo: “a mediados de abril, apareció unos días por Madrid, como delegado de la
AEAR para invitar a los escritores españoles izquierdistas a participar en el Congreso de París. No era cosa de
indignarse ante el absoluto desconocimiento que de nuestra lengua y de nuestra topografía literaria mostraba, sin
enmascararlo, Crevel.” En una entrevista publicada por El Sol dio a entender que había hablado con Azorín, Azaña,
Lorca, Valle-Inclán, Antonio Espina, Vayo, Sender, Gabriel Alomar y otros. Carranque, en un artículo, añadió los nombres
de Jiménez, Machado y Araquistáin. En una carta al director del Heraldo, Pérez Ferrero y Pérez Doménech hicieron
saber que también ellos habían sido invitados y añadieron a la lista a Fernando de los Ríos, Corpus Barga, Domenchina,
Chabás Cernuda y Vicente Aleixandre. Por lo que fuera, no se invitó ni a Unamuno ni a Ortega. Al final, poco faltó para
que no hubiera delegación española.
Fue encabezada por Arturo Serrano Plaja, un joven y poco conocido poeta, invitado por teléfono a última hora desde
París por César Vallejo, o por Xavier Abril. Sólo le pagaron el viaje. Fue en compañía de Pablo Neruda, que se estrenaba
en política, y el argentino González Tuñón, que había sido condenado en su país. Andrés Carranque de Ríos, un
personaje singular, actor y autor de dos novelas, que había conocido a Crevel en París hacía unos años, también acudió
al congreso con el encargo de escribir sobre él para el Heraldo de Madrid. Esas pudieron ser, más que su prestigio, las
causas de su invitación. Rafael Dieste había trabajado en las Misiones Pedagógicas, estaba en París, becado por la
JAE para estudiar teatro, y debía hablar francés un poco mejor que los otros. En definitiva, las gestiones de Crevel no
dieron resultado y se debió de aprovechar que Álvarez del Vayo pasaba por París, camino de Moscú, para darle un poco
más de relieve.
En aquellos momentos, comienzos del verano de 1935, Münzenberg, profesionalmente hablando, estaba al borde del
abismo. Terminada la campaña en contra del juicio por el incendio del Reichstag, en febrero del 34, se fue unos días de
vacaciones con su mujer a la Riviera. Estaban allí cuando se produjeron los enfrentamientos callejeros en París. Dio
continuidad a su trabajo recaudatorio inventándose los comités por la liberación de Thälmann, el líder comunista
alemán, candidato presidencial en las elecciones de 1932, detenido en marzo de 1933 y que seguía en la cárcel. Era el
jefe del grupo que había vencido a los amigos de Münzenberg en el Partido (Neumann y Remmele). Quienes lo sabían
se extrañaban de que utilizara su nombre para proseguir con las cuestaciones. Hizo su primer viaje a los Estados
Unidos en junio de 1934, un éxito recaudatorio, y lanzó un nuevo órgano de la IAH, Nuestro Tiempo, con ediciones en
París y Basilea, sumándose en él al culto a Stalin, generalizado en todas la publicaciones comunistas.
Puede ser un indicio de su desorientación que anduviera por América cuando sucedieron dos acontecimientos de gran
alcance, la noche de los cuchillos largos en Alemania en junio de 1934 y el lanzamiento del Frente Popular francés en
julio. Cuando regresó en agosto, Henri Barbusse, un colaborador infravalorado, se había vuelto un competidor. Su
Comité Mundial contra la Guerra y el Fascismo y su revista Monde, estaban mucho mejor situados en la cola de la
ventanilla de caja de la IC, de la que recibía un centenar de miles de francos al mes. El resto de 1934 y la primera mitad
de 1935, al margen de sus obligaciones con la burocracia del Partido y de la IC, se dedicó a sus Editions du Carrefour,
una editorial que controlaba, relativamente al margen de la IC, y a introducir sus productos propagandísticos en
Alemania. El verano de 1935, la IAH fue liquidada por la IC. Su sección cinematográfica fue absorbida por el organismo
estatal y sus restos pasaron al Socorro Rojo Internacional. WM siguió conservando su puesto en la Ejecutiva del KPD.
Tuvo un golpe de suerte cuando andaba perdido y preparándose para rendir cuentas de sus negocios. El 30 de agosto,
días después de que acabara el VII Congreso, a los 62 años de edad, falleció en Moscú Henri Barbusse. Gracias a
Dimitrov, que de ese modo compensaba los desvelos de WM para obtener su liberación por el incendio del Reichstag,
recuperó el control de los comités y demás organizaciones que la IC respaldaba en París.
Su situación en la capital francesa no era muy cómoda ni la más adecuada para atender sus responsabilidades. No
sabía una palabra de francés, lo que limitaba mucho sus relaciones. Se había comprometido con la policía, que le
vigilaba sin descanso, a no hacer política, lo que mermaba mucho su libertad de movimientos y de reunión. Por otra
parte, era demasiado notorio como comunista y, con el giro del VII Congreso, su presencia pasó a ser no recomendable
incluso en actos organizados por sus organizaciones. La IC estaba implicada y tutelaba un maremágnum heterogéneo
de una treintena de comités, publicaciones y editoriales. La más importante de todas ellas era el Comité Mundial
contra la Guerra y el Fascismo, fundada por Barbusse, con las ramificaciones de pequeñas entidades y personalidades
que lo formaban. Münzenberg, teóricamente, tenía que estar al tanto de lo que hacía cada una de ellas, que
funcionaban, fuera de los temas clave, con bastante autonomía. No podía dedicarles mucho tiempo, si se tiene en
cuenta que su principal objetivo en aquellos momentos era, como líder del Partido Comunista Alemán en el exilio, la
constitución del frente popular. En París había tenido reuniones y lanzado iniciativas que fueron el motivo de que fuera
convocado a Moscú en la primavera de 1936.
Fue con Walter Ulbricht, el sucesor de Thälmann, joven y ambicioso, adversario suyo de siempre. El partido comunista
alemán había sido el mayor de la IC, después del ruso. La desbandada del 33 lo había convertido en un grave problema
para Stalin. A la rivalidad entre sus líderes, se añadía el elevado número de profesionales alemanes de la subversión
desocupados por media Europa y en la propia Unión Soviética. Sus grupos podían ser semilleros de trotskistas y era
preciso controlar su activismo para que los problemas con Hitler no fueran a mayores. Pudo ser un factor importante
en la constitución de las Brigadas Internacionales. La militarización de Renania se produjo por esas fechas. El motivo
de la disputa era que Ulbricht quería centralizar los esfuerzos de oposición alemana en Praga y poner allí en escena su
propia versión del Frente Popular, lo que implicaba que Willi dejara de hacerle la competencia en París con otras
alianzas mal vistas. El otro líder alemán era Wilhelm Pieck, un veterano, antiguo espartaquista, bien anclado en una
secretaría territorial de la IC, la que se ocupaba de Turquía, Persia y los Balcanes. Münzenberg seguía en la ejecutiva
gracias a él, que lo mantenía para debilitar al ansioso Ulbricht. Ambos estaban, en el fondo, resentidos en su contra por
los agravios acumulados mientras Willi disfrutó de la opulenta autonomía que le proporcionaban sus empresas. Sin la
coraza de sus periódicos, se había hecho muy vulnerable. El apoyo que todavía obtuvo frente a Ulbricht en marzo fue
su penúltimo logro como comunista. El otro, mal perdedor, redobló sus intrigas contra él.
Münzenberg hizo su segundo viaje a Moscú ese año en julio. Allí estaba el día 18. El motivo fue esta vez la reunión de
la cúpula de la IC para preparar el congreso de lanzamiento en Bruselas de una nueva organización de influencia,
paralela a los frentes populares, la Unión (Rassemblement) Universal por la Paz. Tenía que ir desplazando al Comité
contra la Guerra y el Fascismo, tratando de recuperar lo aprovechable, dando entrada al pacifismo menos
comprometido que desconfiaba de los comunistas. Por primera vez, se le invitó a que dejara París y se instalara en
Moscú para trabajar en el departamento de agitación y propaganda. Pudo recurrir a la guerra de España para justificar
su regresó a finales de mes, aunque no recibiera especiales instrucciones porque las noticias de España eran
confusas. Las que llegaron de Moscú a París en agosto fueron alarmantes. Kamenev y Zinoviev habían sido
condenados a muerte. Ambos habían sido sus superiores. Conocía a Zinoviev desde Zurich. Stalin había acabado con
sus privilegios y ahora estaba eliminando a la vieja guardia bolchevique. El congreso de Bruselas se celebró en
septiembre, WM participó en los preparativos, pero en la sombra, se le prohibió expresamente que tuviera presencia
oficial en los actos del congreso. Terminado, en París, se reunió con los miembros comunistas y de confianza del
Comité Mundial contra la Guerra y el Fascismo para tranquilizarles por la pérdida de protagonismo de su organización.
Fue llamado de nuevo a Moscú, en compañía de su mujer, en octubre, e instalados en un hotel que no era el habitual.
Sintieron que los conocidos les evitaban. Cuando quiso ver a Radek, otro viejo camarada de los años suizos, se enteró
de que había sido arrestado. Trató de hablar con Dimitrov y estaba de vacaciones. Cubría sus funciones Palmiro
Togliatti, que le recordó que debía incorporarse a su nuevo puesto en Moscú. Le comunicó que Bohumil Smeral, que le
acompañaba en París desde agosto, se haría cargo de sus tareas en París. Además, compareció ante la comisión de
control encargada de purgar la IC por una acusación peregrina, falta de celo revolucionario por no haber sospechado
de una antigua colaboradora convertida, según ellos, en espía de Franco. Tal vez pensó que las acusaciones, que
podrían haber sido mucho más graves, eran un aperitivo de lo que se avecinaba. El 10 de noviembre, hizo una
declaración pública de apoyo a la sentencia de muerte contra Zinoviev. Esa bajeza pudo ser el precio pagado para
poder abandonar, definitivamente, Moscú.
Su principal ocupación en París en los meses siguientes fue el traspaso de funciones y la rendición de cuentas ante
Smeral. En diciembre, la IC había retirado su confianza a Münzenberg. Dejó los temas españoles y todos los demás. Se
da por sabido que sólo se ocupaba de temas de su partido, de supervisar los comités recaudatorio-propagandísticos y
de las publicaciones. No tuvo nada que ver con la compra de armas de los primeros momentos ni, aunque fueran una
iniciativa gestionada por la IC, con las Brigadas Internacionales, responsabilidad asumida por André Marty, que era
consejero ejecutivo de la IC. Cuando se habla sobre la implicación de Münzenberg en la guerra de España, se olvida
otra circunstancia, que Otto Katz, su segundo, el que llevaba el día a día de muchas de sus empresas, mientras él
estaba en Moscú, el 18 de julio, estaba en Barcelona en viaje de trabajo. Por otra parte, nadie parece haberse percatado
de la presencia de Smeral en París. Los problemas de WM con la dirección, durante muchos meses, se llevaron muy
discretamente.
No son muchos los documentos que atestiguan el contacto entre Álvarez del Vayo, cuando ya era ministro, y
Münzenberg. Araquistáin recibió una carta de Willi el 30 de octubre para pedirle documentación y fotografías sobre los
bombardeos de Madrid. Es el primer documento en el que aparece su nombre y es posible que la escribiera cuando
todavía estaba en Moscú. Araquistáin escribió al día siguiente a su ministro para informarle de un plan de tres millones
de francos, establecido con Münzenberg, y para el que se hizo una primera aportación de medio millón el 12 de
noviembre. El acuerdo pudo haberlo cerrado, en realidad, con Otto Katz, que actuaba en su nombre. Hay dos cartas
más de Vayo a Araquistáin de diciembre del 36, citadas por primera vez por Carlos Serrano en L’enjeu espagnol (1987).
En aquel momento, el alemán ya había sido relevado de su cometido en París. El 23 o 24 de diciembre dice el ministro
que han tenido una reunión sobre propaganda en Valencia y que tienen que darse prisa. “Ilya Ehrenburg lleva un plan
que completa el de Willi y que he aprobado en sus grandes líneas.” Le dice que, por otro conducto, ya hablarán de la
cuestión financiera. Ehrenburg se lo contará y también él se encargará de que Willi se entere. Ya estaba al margen de
los asuntos españoles y su nombre no vuelve a aparecer. Otto Katz será, a partir de enero, el director en la sombra de la
Agencia España, como se cuenta en el último artículo de esta serie.
Ehrenburg
Como se ha dicho, Ehrenburg contó con la bendición de Stalin para montar el Congreso de escritores de París de 1935
(21-25 de junio), del que la IC como tal estuvo al margen, y también Münzenberg. No lo estuvo Henri Barbusse, que
quería ejercer su liderazgo en su línea habitual. Pero estaba demasiado marcado como comunista y despertaba
muchos recelos entre escritores extranjeros. Ehrenburg tenía claro que debían encabezar la convocatoria Gide, Malraux
y Jean Richard Bloch, junto a otros escritores del partido francés que estaban de acuerdo con él, como Moussinac y
Aragon, y con ellos lo aprovechable de la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios. Fueron los que más se
implicaron y conectaron con otros muchos. En abril, Mihail Koltsov estuvo en París para ver los preparativos y echarle
una mano. Ambos gestionaron la delegación soviética, logrando incorporar a escritores mal vistos por la nomenklatura,
como Pasternak y Babel. Los líos con los trotskistas, los surrealistas y otros críticos, resaltados por los implicados,
fueron capeados sin graves perjuicios, aunque serían motivo de cargos contra Koltsov cuando fue detenido en 1938.
Ilia Ehrenburg había nacido en 1891 en Kiev, se había instalado en París en 1908, tras haber estado cinco meses en
prisión como consecuencia de su temprano compromiso político en Moscú. Amigo de aquellos días fue Nicolai Bujarin,
el mejor cerebro bolchevique, estrecho colaborador de Lenin. Es una amistad clave en la primera parte de su vida. En
París, Ehrenburg empezó a escribir y a relacionarse con la bohemia estética que luego sería famosa: Apollinaire,
Picasso, Modigliani, etcétera. Volvió a Ucrania en 1917, tras haber hecho de periodista en la guerra y de maestro luego.
Cuatro años después, abandonó Rusia y en 1925 se instaló en París. Su primera novela, Las aventuras de Julio Jurenito
(1922), de un nihilismo bienhumorado, tuvo éxito. Fue el escritor joven ruso más conocido en Europa, con buenos
amigos allí donde sus libros fueron traducidos. Mientras vivió fuera, con muchos altibajos en las relaciones con
dirigentes y colegas, no perdió el contacto con la Rusia comunista. Era un caso único de revolucionario exiliado.
Cuando se acercaba a los cuarenta, el hasta entonces individualista y escéptico, crítico con el Este y el Oeste, entró en
crisis. Fue un proceso de varios años, con largas estancias en Rusia, donde seguía teniendo familia y amistades, que
resolvió optando por supeditarse al régimen patrio mientras seguía viviendo en París. Sin ignorar los riesgos, optó por
servir al estalinismo. Se reincorporó al periodismo desde una tribuna privilegiada aprovechando la llegada de Bujarin a
la dirección de Izvestia, el último encargo de Stalin antes de liquidarlo. Las crónicas que escribió entre 1933 y 1939
desde París, Londres, Berlín, Viena, Madrid y otras plazas europeas, en las que contó los diversos síntomas de la crisis
económica y el auge del fascismo, tuvieron gran influencia en la idea que del asunto se forjaron sus compatriotas, en
especial los dirigentes. Sólo la suerte, además de cierta habilidad, puede explicar cómo logró sobrevivir al terror que
acabó con la mayoría de sus amistades. Es un caso raro. Durante la guerra mundial, se hizo muy famoso por sus
crónicas y recibió el premio Stalin en 1942. En torno a 1950 fue una de las estrellas de los congresos por la Paz
montados por los soviéticos, en la primera batalla cultural de la Guerra Fría, donde se reencontró con Picasso. Nunca
se olvidó de los perseguidos por el régimen, a los que trató de ayudar desde su mejor posición. En los años finales de
la guerra, con Vassili Grossman, levantó acta de las atrocidades del antisemitismo en Estrella roja, el órgano del
Ejército. Con ellas se compuso el Libro negro, que no sería publicado hasta muchos años después.
Ehrengurg no contó en sus recuerdos, que por lo vagos se parecen a ratos a los de Alberti, muchos detalles de los días
que pasó en España durante la guerra. Puede que fuera el ruso, en realidad ucraniano, que mejor conocía nuestro país.
Había estado varias veces, conocía a bastantes escritores y se habían traducido algunos de sus libros con éxito. Dice
que se cansó de esperar en París a que su periódico le diera instrucciones como corresponsal y se vino sin decir nada
a nadie el 26 de agosto. Por desaliñado y apremiante, no dejó buen recuerdo en el muy joven Manuel Azacárate,
encargado por la embajada de proporcionarle el visado. A primeros de agosto, pasó por París, camino de España,
Koltsov, que trabajaba para Pravda, el diario portavoz del Partido. Llegó a Barcelona el 9 de agosto y una semana
después a Madrid. Unos días después, también estuvo con el cameraman Karmen, otro enviado oficial. Pudo haber
algún tipo de coordinación entre Koltsov y Ehrenburg para que este último se dirigiera a Barcelona, donde los
soviéticos no tenían informantes.
Al día siguiente de que Ehrenburg llegara a Barcelona, el 27, lo hizo a Madrid el primer embajador ruso, Marcel
Rosenberg. Había trabajado en la embajada rusa en París y se conocían. En sus memorias, reconoce que en agosto y
septiembre fue el único soviético que había en Barcelona. Actuó de facto como representante oficioso de la URSS ante
Companys y como informante de lo que ocurría en Cataluña. Habló con los anarquistas que controlaban la ciudad.
Había conocido a Durruti en 1931. Acompañó a Jaume Miravitlles a visitar el frente de Aragón. De su prestigio puede
dar idea que una compañía del cuartel Carl Marx de Barcelona fue bautizada con su nombre. El 9 de septiembre, viajó a
Madrid y estuvo en Toledo y en los frentes de la Sierra. Admite que la actividad de su amigo Koltsov no fue
exclusivamente periodística. Tampoco la suya, a pesar de que su vitalidad fuera menor. Se deduce de las cartas que
escribió a Rosenberg del 17 y 18 de septiembre, el cual las trasladó a Stalin y a otros miembros del gobierno. Las cita
extensamente en sus memorias y fueron reproducidas en la antología España traicionada.
También dice que “Álvarez del Vayo me pidió que recogiera datos documentales sobre las atrocidades fascistas para la
prensa de Occidente” (p. 186 trad. español). Podría estar refiriéndose al plan que completaba el de Münzenberg, el que
Katz había puesto en marcha en Barcelona junto a Jaume Miravitlles, y le había ofrecido a Araquistáin. También se
podría ver como una consecuencia del relevo de WM. Para disimular su ausencia, se echó mano circunstancial del ruso
más conocido que pasaba por allí, impulsor del Congreso de escritores. Ehrenburg pudo haber recibido instrucciones
del embajador soviético en París, de Smeral, de Koltsov o por otra vía desconocida. Ehrenburg regresó a París a finales
de septiembre, y se vio allí, antes de tomar posesión de su destino, con el cónsul en Barcelona, Antonov-Ovseyenko,
que le dijo que sus informes estaban en el origen de su nombramiento. Volvió a España con una camioneta, regalo de
la Unión de escritores soviéticos, en la que se había instalado un cine ambulante y una pequeña imprenta. Estuvo bajo
el amparo de la Comisaría de propaganda de Miravitlles y le enviaron a predicar entre los anarquistas del frente de
Aragón.
No perseveró en esa tarea. A partir de febrero de 1937, cuando volvió de nuevo a España y se quedó hasta el otoño, se
limitó a hacer de corresponsal. Las noticias de Moscú no podían ser peores y en España había muchos rusos, todos
potenciales informantes adversos. Varios de sus primeros compañeros en España, fueron llamados a Moscú y no se
volvió a saber de ellos. Se fue haciendo más y más reservado. A finales de 1937, tomó la decisión, considerada
temeraria por algunos, de regresar a Moscú, donde puso una vez más a prueba su fortuna. Llegó a tiempo de asistir al
juicio contra Bujarin, sobre el que no fue capaz de escribir. Durante los cuatro meses que pasó en Moscú sólo hizo dos
artículos, sobre la guerra de España. Cuando ya se le había recomendado que su mujer fuera a París para hacer la
mudanza, tuvo la osadía de pedirle a Stalin permiso para volver a París y lo consiguió a primeros de mayo. Hasta el
final de la guerra estuvo entre España y París. Más tarde, al conocer el pacto de Hitler con Stalin, cayó en una profunda
depresión de la que salió por la fuerza cuando los alemanes entraron en París y se vio obligado a volver a Moscú.
La IC y la propaganda republicana
Hugo García dice en su libro Mentiras necesarias: “aunque no hay constancia documental de ello, todo indica que, poco
después del 18 de julio, el español (Vayo) encargó al alemán (Münzenberg) que se hiciese cargo provisionalmente de la
imagen exterior del Gobierno presidido por Giral. El acuerdo contaba con el visto bueno del gabinete.” Se deduciría que
acordaron contratar los servicios de algo así como una agencia de relaciones públicas moderna. Ofrece como prueba
suficiente el cuento de las 400 libras esterlinas que Buñuel le habría entregado en nombre del Gobierno. En otros
artículos (“La delegación de Propaganda de la República en París” y “La propaganda exterior de la República en la
Guerra Civil”) viene a decir, más o menos, lo mismo y lo sustenta, con manifiesta insuficiencia, del mismo modo. En el
segundo cita a McMeekin, pero de lo que dice no se deduce que le haya concedido crédito.
Documenta su actividad, además de en las cartas mencionadas, en el informe autocrítico de sus actividades que WM
presentó ante el secretariado de la IC en marzo del 37, cuando ya estaba en pleno proceso de liquidación, y en el que
se arrogó todas las actividades de los diversos comités bajo su control durante los primeros meses de la guerra. Entre
estas cita un servicio de prensa diario para Inglaterra y Francia en julio-agosto; dos conferencias europeas; un comité
internacional de ayuda con delegaciones en más de veinte países, así como otros comités similares y centros de
agitación en Europa y Norteamérica; los primeros mítines de masas a favor de la República en Francia; la llegada a
España de numerosas delegaciones internacionales, con personalidades del mundo cultural y político europeo como
André Malraux y Victor Basch; la publicación de pruebas sobre la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista a los
rebeldes. Todo son tareas en las que los diversos comités llevaron la iniciativa en una Francia gobernada por el Frente
Popular. García participa de la versión voluntarista del mito Münzenberg, se deja llevar por el sesgo de confirmación y
le concede más protagonismo del que en realidad tuvo.
Es una objeción menor a sus artículos, en los que documenta el caos permanente que reinó durante toda la guerra en
las tareas republicanas de proyección exterior del conflicto. El Ministerio de Instrucción Pública del comunista Jesús
Hernández estuvo siempre orientado hacia la propaganda. Sus logros más destacados fueron el traslado de la
selección de cuadros del Prado y el pabellón en la exposición internacional de París. El efímero ministerio de Carlos
Esplá no llegó a tener una infraestructura semejante ni un plan claro de acción en el exterior. Con el primer gobierno
Negrín, empeñado en ofrecer el rostro más moderado, llegó el caos. La falta de recursos fue crónica, en contraste con
el dispendio de los primeros meses, cuando Vayo, a través de Araquistáin, aportó un mínimo de 2,5 millones de francos
para el lanzamiento del periódico Ce Soir, codirigido por Aragon y J. R. Bloch. Es una operación que no ha sido
elucidada en detalle, en la que estuvo implicado Münzenberg, a través de Katz, pero en el que la última palabra la tuvo
la ejecutiva del PCF. Una vez en la calle, Ce Soir tuvo su propia dinámica. En sus locales estuvo la Agencia España
hasta que terminó la guerra.
No mucho más se sabe sobre lo que Münzenberg hizo durante la guerra española. En los primeros días, los comités no
debieron solicitar demasiadas instrucciones sobre lo que tenían que hacer. Tampoco habría sabido muy bien qué
decirles. Hasta avanzado septiembre, cuando Stalin tomó la decisión, la IC no tuvo las cosas claras. Münzenberg, poco
después, volvió de nuevo a Moscú y regresó desposeído. Apenas le quedó tiempo para dedicarlo a la guerra española.
En la última entrada, se vuelve sobre el asunto.
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