Declaración Luterano-Catolica Octubre 1999
Declaración Luterano-Catolica Octubre 1999
Declaración Luterano-Catolica Octubre 1999
Augsburgo, 469 años después: la pequeña localidad bávara se ha vuelto a convertir a finales del segundo milenio
en cruce de caminos del cristianismo. Aquí se firmó el 31 de octubre de 1999 la Declaración conjunta entre
católicos y luteranos sobre la doctrina de la justificación.
Fue éste precisamente el argumento que dividió a las dos iglesias en 1530, cuando los luteranos presentaron al
emperador Carlos V la Confesión de Augsburgo. La fecha escogida para la firma del documento era
particularmente simbólica, pues recuerda también aquel 31 de octubre de 1517 en el que Martín Lutero publicó sus
95 tesis de Wittemberg, dando inicio al movimiento reformador.
El acuerdo sobre el texto fue anunciado el pasado 11 de junio en Ginebra, después de que la Iglesia católica pidiera
que se hicieran algunos añadidos a un texto base para aclarar mejor algunos conceptos relacionados con la
cuestión del pecado y de la cooperación del hombre en la salvación. El texto que firmaron el cardenal Edward
Idriss Cassidy, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, y el obispo Christian Krause,
presidente de la Federación Luterana Mundial, recoge los frutos de 30 años de diálogo surgidos tras el Concilio
Vaticano II.
Ofrecemos la traducción al castellano que ha distribuido a través de la agencia católica AICA la Conferencia
Episcopal de Argentina.
Preámbulo
1. La doctrina de la justificación tuvo una importancia capital para la reforma luterana del siglo XVI. De
hecho, sería el «artículo primero y principal» (1), a la vez «rector y juez de las demás doctrinas cristianas»
(2). La versión entonces fue sostenida y defendida en particular por su singular apreciación contra la
teología y la iglesia católicas romanas de la época que, a su vez, sostenían y defendían una doctrina de la
justificación de otra índole. Desde la perspectiva de la Reforma, la justificación era la raíz de todos los
conflictos, y tanto en las Confesiones luteranas (3) como en el Concilio de Trento de la Iglesia católica
romana hubo condenas de una y otra doctrinas. Esta últimas siguen vigentes, provocando divisiones dentro
de la Iglesia.
2. Para la tradición luterana, la doctrina de la justificación conserva esa condición particular. De ahí que desde
un principio, ocupara un lugar preponderante en el diálogo oficial luterano-católico romano.
3. Al respecto, les remitimos a los informes «The Gospel and the Church» (1972) (4) y «Church and
Justification» (1994) (5) de la Comisión luterano-católica romana; «Justificación by Faith» (1983) (6) del
Diálogo luterano-católico romano de los Estados Unidos y «The Condemnations of the Reformation Era -
Do They Still Divide?» (1986) (7) del Grupo de trabajo ecuménico de teólogos protestantes y católicos de
Alemania. Las iglesias han acogido oficialmente algunos de estos informes de los diálogos; ejemplo
importante de esta acogida es la respuesta vinculante que en 1994 dio la Iglesia Evangélica Unida de
Alemania al estudio «Condemnations» al más alto nivel posible de reconocimiento eclesiástico, junto con
las demás iglesias de la Iglesia evangélica de Alemania (8).
4. Respecto a los debates sobre la doctrina de la justificación, tanto enfoques y conclusiones de los informes
de los diálogos como las respuestas trasuntan un alto grado de acuerdo. Por lo tanto, ha llegado la hora de
hacer acopio de los resultados de los diálogos sobre esta doctrina y resumirlos para informar a nuestras
iglesias acerca de los mismos a efectos de que puedan tomar las consiguientes decisiones vinculantes.
5. Una de las finalidades de la presente Declaración conjunta es demostrar que a partir de este diálogo, las
iglesias luterana y católica romana (9) se encuentran en posición de articular una interpretación común de
nuestra justificación por la gracia de Dios mediante la fe en Cristo. Cabe señalar que no engloba todo lo
que una y otra iglesia enseñan acerca de la justificación, limitándose a recoger el consenso sobre las
verdades básicas de dicha doctrina y demostrando que las diferencias subsistentes en cuanto a su
explicación, ya no dan lugar a condenas doctrinales.
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6. Nuestra declaración no es un planteamiento nuevo o independiente de los informes de los diálogos y demás
documentos publicados hasta la fecha; tampoco los sustituye. Más bien, tal y como lo demuestra la lista de
fuentes que figura en el anexo, se nutre de los mismos y de los argumentos expuestos en ellos.
7. Al igual que los diálogos en sí, la presente Declaración conjunta se funda en la convicción de que al superar
las cuestiones controvertidas y las condenas doctrinales de otrora, las iglesias no toman estas últimas a la
ligera y reniegan su propio pasado. Por el contrario, la declaración está impregnada de la convicción de que
en sus respectivas historias, nuestras iglesias han llegado a nuevos puntos de vista. Hubo hechos que no
solo abrieron el camino sino que también exigieron que las iglesias examinaran con nuevos ojos aquellas
condenas y cuestiones que eran fuente de división.
8. Nuestra escucha común de la palabra de Dios en las Escrituras ha dado lugar a nuevos enfoques. Juntos
oímos lo que dice el Evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para
que todo aquel que en él cree no se pierda sino que tenga vida eterna» (San Juan 3, 16). Esta buena nueva
se plantea de diversas maneras en las Sagradas Escrituras. En el Antiguo Testamento escuchamos la
palabra de Dios acerca del pecado (Sal 51, 1-1; Dn 9, 5 y ss; Ec 8, 9 y ss; Esd 9;6 y ss) y la desobediencia
humanos (Gn 3, 1-19 y Neh 9, 16-26), así como la «justicia» (Is 46, 13; 51, 5-8; 56, 1; cf. 53, 11; Jer 9, 24)
y el «juicio» de Dios (Ec 12, 14; Sal 9,5 y ss; y 76, 7-9).
9. En el Nuevo Testamento se alude de diversas maneras a la «justicia» y la «justificación» en los escritos de
San Mateo (5,10; 6, 33 y 21, 32), San Juan (16, 8-11); Hebreos (5, 1-3 y 10, 37-38), y Santiago (2, 14-26)
(10). En las epístolas de San Pablo también se describe de varias maneras el don de la salvación, entre ellas:
«Estad pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres» (Gá 5, 1-13, cf. Ro 5, 11); «tenemos paz
para con Dios» (Ro 6, 11-23) y «santificados en Cristo Jesús» (1 Co 1, 2 y 1, 31; 2 Co 1, 1). A la cabeza de
todas ellas está la «justificación» del pecado de los seres humanos por la gracia de Dios por medio de la fe
(Ro 3, 23-25) que cobró singular relevancia en el período de la Reforma.
10. San Pablo asevera que el Evangelio es poder de Dios para la salvación de quien ha sucumbido al pecado;
mensaje que proclama que «la justicia de Dios se revela por fe y para fe» (Ro 1, 16-17) y ello concede la
«justificación» (Ro 3, 21-31). Proclama a Jesucristo «nuestra justificación» (1 Co 1, 30) atribuyendo al
Señor resucitado lo que Jeremías proclama de Dios mismo (23, 6). En la muerte y resurrección de Cristo
están arraigadas todas las dimensiones de su labor redentora porque él es «Señor nuestro, el cual fue
entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación» (Ro 4, 25). Todo ser humano
tiene necesidad de la justicia de Dios «por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios»
(Ro 1, 18; 2, 23 3, 22; 11, 32 y Gá 3, 22). En Gálatas 3, 6 y Romanos 4, 3-9, San Pablo entiende que la fe
de Abraham (Gn 15, 6) es fe en un Dios que justifica al pecador y recurre al testimonio del Antiguo
Testamento para apuntalar su prédica de que la justicia le será reconocida a todo aquel que, como Abraham,
crea en la promesa de Dios. «Mas el justo por la fe vivirá» (Ro 1, 17 y Hab 2, 4, cf. Gá 3, 11). En las
epístolas de San Pablo, la justicia de Dios también es poder para aquellos que tienen fe (Ro 1, 17 y 2 Co 5,
21). Él hace de Cristo justicia de Dios para el creyente (2 Co 5, 21). La justificación nos llega a través de
Cristo Jesús «a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre» (Ro 3, 2, véase 3, 21-
28). «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por
obras...» (Ef 2, 8-9).
11. La justificación es perdón de los pecados (cf. Ro 3, 23-25; Hechos 13, 39 y San Lucas 18, 14), liberación
del dominio del pecado y la muerte (Ro 5, 12-21) y de la maldición de la ley (Gá 3, 10-14) y aceptación de
la comunión con Dios: ya pero no todavía plenamente en el reino de Dios a venir (Ro 5, 12). Ella nos une a
Cristo, a su muerte y resurrección (Ro 6, 5). Se opera cuando acogemos al Espíritu Santo en el bautismo,
incorporándonos al cuerpo que es uno (Ro 8, 1-2 y 9-11; y 1 Co 12, 12-13). Todo ello proviene solo de
Dios, por la gloria de Cristo y por gracia mediante la fe en «el Evangelio del Hijo de Dios» (Ro 1, 1-3).
12. Los justos viven por la fe que dimana de la palabra de Cristo (Ro 10, 17) y que obra por el amor (Gá 5, 6),
que es fruto del Espíritu (Gá 5, 22) pero como los justos son asediados desde dentro y desde fuera por
poderes y deseos (Ro 8, 35-39 y Gá 5, 16-21) y sucumben al pecado (1 Jn 1, 8 y 10) deben escuchar una y
otra vez las promesas de Dios y confesar sus pecados (1 Jn 1, 9), participar en el cuerpo y en la sangre de
Cristo y ser exhortados a vivir con justicia, conforme a la voluntad de Dios. De ahí que el Apóstol diga a
los justos «...ocupaos en vuestra salvación por temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce
así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Flp 2, 12-13). Pero ello no invalida la buena nueva:
«Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8, 1) y en quienes Cristo
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vive (Gá 2, 20). Por la justicia de Cristo «vino a todos los hombres la justificación que produce vida» (Ro
5, 18).
13. En el siglo XVI, las divergencias en cuanto a la interpretación y aplicación del mensaje bíblico de la
justificación no solo fueron la causa principal de la división de la iglesia occidental, también dieron lugar a
las condenas doctrinales. Por lo tanto, una interpretación común de la justificación es indispensable para
acabar con esa división. Mediante el enfoque apropiado de estudios bíblicos recientes y recurriendo a
métodos modernos de investigación sobre la historia de la teología y los dogmas, el diálogo ecuménico
entablado después del Concilio Vaticano II ha permitido llegar a una convergencia notable respecto a la
justificación, cuyo fruto es la presente Declaración conjunta que recoge el consenso sobre los
planteamientos básicos de la doctrina de la justificación. A la luz de dicho consenso, las respectivas
condenas doctrinales del siglo XVI ya no se aplican a los interlocutores de nuestros días.
14. Las iglesias luterana y católica romana han escuchado juntas la buena nueva proclamada en la Sagradas
Escrituras. Esta escucha común, junto con las conversaciones teológicas mantenidas en estos últimos años,
forjaron una interpretación de la justificación que ambas comparten. Dicha interpretación engloba un
consenso sobre los planteamientos básicos que, aun cuando difieran, las explicaciones de las respectivas
declaraciones no contradicen.
15. En la fe, juntos tenemos la convicción de que la justificación es obra del Dios trino. El Padre envió a su
Hijo al mundo para salvar a los pecadores. Fundamento y postulado de la justificación es la encarnación,
muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, la justificación significa que Cristo es justicia nuestra, en la
cual compartimos mediante el Espíritu Santo, conforme con la voluntad del Padre. Juntos confesamos:
«Sólo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos
aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y
llamándonos a buenas obras» (11).
16. Todos los seres humanos somos llamados por Dios a la salvación en Cristo. Sólo a través de Él somos
justificados cuando recibimos esta salvación en fe. La fe es en sí don de Dios mediante el Espíritu Santo
que opera en palabra y sacramento en la comunidad de creyente y que, a la vez, les conduce a la renovación
de su vida que Dios habrá de consumar en la vida eterna.
17. También compartimos la convicción de que el mensaje de la justificación nos orienta sobre todo hacia el
corazón del testimonio del Nuevo Testamento sobre la acción redentora de Dios en Cristo: nos dice que en
cuanto pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al perdón y la misericordia renovadora que de
Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito propio cualquiera que éste sea.
18. Por consiguiente, la doctrina de la justificación que recoge y explica este mensaje es algo más que un
elemento de la doctrina cristiana y establece un vínculo esencial entre todos los postulados de la fe que han
de considerarse internamente relacionados entre sí. Constituye un criterio indispensable que sirve
constantemente para orientar hacia Cristo el magisterio y la práctica de nuestras iglesias. Cuando los
luteranos resaltan el significado sin parangón de este criterio, no niegan la interrelación y el significado de
todos los postulados de la fe. Cuando los católicos se ven ligados por varios criterios, tampoco niegan la
función peculiar del mensaje de la justificación. Luteranos y católicos compartimos la meta de confesar a
Cristo en quien debemos creer primordialmente por ser el solo mediador (1 Ti 2, 5-6) a través de quien
Dios se da a sí mismo en el Espíritu Santo y prodiga sus dones renovadores.
19. Juntos confesamos que en lo que atañe a su salvación, el ser humano depende enteramente de la gracia
redentora de Dios. La libertad de la cual dispone respecto a las personas y a las cosas de este mundo no es
tal respecto a la salvación porque por ser pecador depende del juicio de Dios y es incapaz de volverse hacia
él en busca de redención, de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios
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medios. La justificación es obra de la sola gracia de Dios. Puesto que católicos y luteranos lo confesamos
juntos, es válido decir que:
20. Cuando los católicos afirman que el ser humano «coopera», aceptando la acción justificadora de Dios,
consideran que esa aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana de la
innata capacidad humana.
21. Según la enseñanza luterana, el ser humano es incapaz de contribuir a su salvación porque en cuanto
pecador se opone activamente a Dios y a su acción redentora. Los luteranos no niegan que una persona
pueda rechazar la obra de la gracia, pero aseveran que sólo puede recibir la justificación 'pasivamente', lo
que excluye toda posibilidad de contribuir a la propia justificación de negar que el creyente participa plena
y personalmente en su fe, que se realiza por la Palabra de Dios.
22. Juntos confesamos que la gracia de Dios perdona el pecado del ser humano y, a la vez, lo libera del poder
avasallador del pecado, confiriéndole el don de una nueva vida en Cristo. Cuando los seres humanos
comparten en Cristo por fe, Dios ya no les imputa sus pecados y mediante el Espíritu Santo les transmite un
amor activo. Estos dos elementos del obrar de la gracia de Dios no han de separarse porque los seres
humanos están unidos por la fe en Cristo que personifica nuestra justificación (1 Co 1, 30), perdón del
pecado y presencia redentora de Dios. Puesto que católicos y luteranos lo confesamos juntos, es válido
decir que:
23. Cuando los luteranos ponen el énfasis en que la justicia de Cristo es justicia nuestra, por ello entienden
insistir sobre todo en que la justicia ante Dios en Cristo le es garantizada al pecador mediante la declaración
de perdón y tan sólo en la unión con Cristo su vida es renovada. Cuando subrayan que la gracia de Dios es
amor redentor («el favor de Dios») (12) no por ello niegan la renovación de la vida del cristiano. Más bien
quieren decir que la justificación está exenta de la cooperación humana y no depende de los efectos
renovadores de vida que surte la gracia en el ser humano.
24. Cuando los católicos hacen hincapié en la renovación de la persona desde dentro al aceptar la gracia
impartida al creyente como un don (13), quieren insistir en que la gracia del perdón de Dios siempre
conlleva un don de vida nueva que en el Espíritu Santo, se convierte en verdadero amor activo. Por lo tanto,
no niegan que el don de la gracia de Dios en la justificación sea independiente de la cooperación humana.
25. Juntos confesamos que el pecador es justificado por la fe en la acción salvífica de Dios en Cristo. Por obra
del Espíritu Santo en el bautismo, se le concede el don de salvación que sienta las bases de la vida cristiana
en su conjunto. Confían en la promesa de la gracia divina por la fe justificadora que es esperanza en Dios y
amor por él. Dicha fe es activa en el amor y, entonces, el cristiano no puede ni debe quedarse sin obras,
pero todo lo que en el ser humano antecede o sucede al libre don de la fe no es motivo de justificación ni la
merece.
26. Según la interpretación luterana, el pecador es justificado sólo por la fe ('sola fide'). Por fe pone su plena
confianza en el Creador y Redentor con quien vive en comunión. Dios mismo insufla esa fe, generando tal
confianza en su palabra creativa. Porque la obra de Dios es una nueva creación, incide en todas las
dimensiones del ser humano, conduciéndolo a una vida de amor y esperanza. En la doctrina de la
«justificación por la sola fe» se hace una distinción entre la justificación propiamente dicha y la renovación
de la vida que forzosamente proviene de la justificación, sin la cual no existe la fe, pero ello no significa
que se separen una y otra. Por consiguiente, se da el fundamento de la renovación de la vida que proviene
del amor que Dios otorga al ser humano en la justificación. Justificación y renovación son una en Cristo
quien está presente en la fe.
27. En la interpretación católica también se considera que la fe es fundamental en la justificación. Porque sin fe
no puede haber justificación. El ser humano es justificado mediante el bautismo en cuanto oyente y
creyente de la palabra. La justificación del pecador es perdón de los pecados y volverse justo por la gracia
justificadora que nos hace hijos de Dios. En la justificación, el justo recibe de Cristo la fe, la esperanza y el
amor, que lo incorporan a la comunión con él (14). Esta nueva relación personal con Dios se funda
totalmente en la gracia y depende constantemente de la obra salvífica y creativa de Dios misericordioso que
es fiel a sí mismo para que se pueda confiar en él. De ahí que la gracia justificadora no sea nunca una
posesión humana a la que se puede apelar ante Dios. La enseñanza católica pone el énfasis en la renovación
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de la vida por la gracia justificadora; esta renovación en la fe, la esperanza y el amor siempre depende de la
gracia insondable de Dios y no contribuye en nada a la justificación de la cual se podría hacer alarde ante
Él (Ro 3, 27).
28. Juntos confesamos que en el bautismo, el Espíritu Santo nos hace uno en Cristo, justifica y renueva
verdaderamente al ser humano, pero el justificado, a lo largo de toda su vida, debe acudir constantemente a
la gracia incondicional y justificadora de Dios. Por estar expuesto, también constantemente, al poder del
pecado y a sus ataques apremiantes (cf. Ro 6, 12-14), el ser humano no está eximido de luchar durante toda
su vida con la oposición a Dios y la codicia egoísta del viejo Adán (cf. Gá 5, 16 y Ro 7, 7-10). Asimismo,
el justificado debe pedir perdón a Dios todos los días, como en el Padrenuestro (Mt 6, 12 y 1 Jn 1, 9), y es
el llamado incesantemente a la conversión y la penitencia, y perdonado una y otra vez.
29. Los luteranos entienden que ser cristiano es ser «al mismo tiempo justo y pecador». El creyente es
plenamente justo porque Dios le perdona sus pecados mediante la Palabra y el Sacramento, y le concede la
justicia de Cristo que él hace suya en la fe. En Cristo, el creyente se vuelve justo ante Dios pero viéndose a
sí mismo, reconoce que también sigue siendo totalmente pecador; el pecado sigue viviendo en él (1 Jn 1, 8
y Ro 7, 17-20), porque se torna una y otra vez hacia falsos dioses y no ama a Dios con ese amor íntegro que
debería profesar a su Creador (Dt 6, 5 y Mt 22, 36-40). Esta oposición a Dios es en sí un verdadero pecado
pero su poder avasallador se quebranta por mérito de Cristo y ya no domina al cristiano porque es
dominado por Cristo a quien el justificado está unido por la fe. En esta vida, entonces, el cristiano puede
llevar una existencia medianamente justa. A pesar del pecado, el cristiano ya no está separado de Dios
porque renace en el diario retorno al bautismo, y a quien ha renacido por el bautismo y el Espíritu Santo, se
le perdona ese pecado. De ahí que el pecado ya no conduzca a la condenación y la muerte eterna (15). Por
lo tanto, cuando los luteranos dicen que el justificado es también pecador y que su oposición a Dios es un
pecado en sí, no niegan que, a pesar de ese pecado, no sean separados de Dios y que dicho pecado sea un
pecado «dominado». En estas afirmaciones coinciden con los católicos romanos, a pesar de la diferencia de
interpretación del pecado en el justificado.
30. Los católicos mantienen que la gracia impartida por Jesucristo en el bautismo lava de todo aquello que es
pecado «propiamente dicho» y que es pasible de «condenación» (Ro 8, 1) (16). Pero de todos modos, en el
ser humano queda una propensión (concupiscencia) que proviene del pecado y compele al pecado. Dado
que según la convicción católica, el pecado siempre entraña un elemento personal y dado que este elemento
no interviene en dicha propensión, los católicos no la consideran pecado propiamente dicho. Por lo tanto,
no niegan que esta propensión no corresponda al designio inicial de Dios para la humanidad ni que esté en
contradicción con Él y sea un enemigo que hay que combatir a lo largo de toda la vida. Agradecidos por la
redención en Cristo, subrayan que esta propensión que se opone a Dios no merece el castigo de la muerte
eterna ni aparta de Dios al justificado. Ahora bien, una vez que el ser humano se aparta de Dios por
voluntad propia, no basta con que vuelva a observar los mandamientos ya que debe recibir perdón y paz en
el Sacramento de la Reconciliación mediante la palabra de perdón que le es dado en virtud de la labor
reconciliadora de Dios en Cristo.
31. Juntos confesamos que el ser humano es justificado por la fe en el Evangelio «sin las obras de la Ley» (Ro
3, 28). Cristo cumplió con ella y, por su muerte y resurrección, la superó cuanto medio de salvación.
Asimismo, confesamos que los mandamientos de Dios conservan toda su validez para el justificado y que
Cristo, mediante su magisterio y ejemplo, expresó la voluntad de Dios que también es norma de conducta
para el justificado.
32. Los luteranos declaran que para comprender la justificación es preciso hacer una distinción y establecer un
orden entre ley y Evangelio. En teología, ley significa demanda y acusación. Por ser pecadores, a lo largo
de la vida de todos los seres humanos, cristianos incluidos, pesa esta acusación que revela su pecado para
que mediante la fe en el Evangelio se encomienden sin reservas a la misericordia de Dios en Cristo que es
la única que los justifica.
33. Puesto que la ley en cuanto medio de salvación fue cumplida y superada a través del Evangelio, los
católicos pueden decir que Cristo no es un «legislador» como lo fue Moisés. Cuando los católicos hacen
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hincapié en que el justo está obligado a observar los mandamientos de Dios, no por ello niegan que
mediante Jesucristo, Dios ha prometido misericordiosamente a sus hijos, la gracia de la vida eterna (18).
34. Juntos confesamos que el creyente puede confiar en la misericordia y en las promesas de Dios. A pesar de
su propia flaqueza y de las múltiples amenazas que acechan su fe, en virtud de la muerte y resurrección de
Cristo puede edificar a partir de la promesa efectiva de la gracia de Dios en la Palabra y el Sacramento y
estar seguros de esta gracia.
35. Los reformadores pusieron un énfasis particular en ello: en medio de la tentación, el creyente no debería
mirarse a sí mismo sino contemplar únicamente a Cristo y confiar tan sólo en Él. Al confiar en la promesa
de Dios, tiene la certeza de su salvación que nunca tendrá mirándose a sí mismo.
36. Los católicos pueden compartir la preocupación de los reformadores por arraigar la fe en la realidad
objetiva de la promesa de Cristo, prescindiendo de la propia experiencia y confiando sólo en la Palabra de
perdón de Cristo (cf. Mt 16, 19 y 18, 18). Con el Concilio Vaticano II, los católicos declaran: Tener fe es
encomendarse plenamente a Dios (19) que nos libera de la oscuridad del pecado y la muerte y nos despierta
a la vida eterna (20). Al respecto, cabe señalar que no se puede creer en Dios y, a la vez, considerar que la
divina promesa es indigna de confianza. Nadie puede dudar de la misericordia de Dios ni del mérito de
Cristo. No obstante, todo ser humano puede interrogarse acerca de su salvación, al constatar sus flaquezas e
imperfecciones. Ahora bien, reconociendo sus propios defectos puede tener la certeza de que Dios ha
previsto su salvación.
37. Juntos confesamos que las buenas obras, una vida cristiana de fe, esperanza y amor, surgen después de la
justificación y son fruto de ella. Cuando el justificado vive en Cristo y actúa en la gracia que le fue
concedida, en términos bíblicos, produce buen fruto. Dado que el cristiano lucha contra el pecado toda su
vida, esta consecuencia de la justificación también es para él un deber que debe cumplir. Por consiguiente,
tanto Jesús como los escritos apostólicos amonestan al cristiano a producir las obras del amor.
38. Según la interpretación católica, las buenas obras, posibilitadas por obra y gracia del Espíritu Santo,
contribuyen a crecer en gracia para que la justicia de Dios sea preservada y se ahonde la comunión en
Cristo. Cuando los católicos afirman el carácter «meritorio» de las buenas obras, por ello entienden que,
conforme al testimonio bíblico, se les promete una recompensa en el cielo. Su intención no es cuestionar la
índole de esas obras en cuanto don, ni mucho menos negar que la justificación siempre es un don
inmerecido de la gracia, sino poner el énfasis en la responsabilidad del ser humano por sus actos.
39. Los luteranos también sustentan el concepto de preservar la gracia y de crecer en gracia y fe, haciendo
hincapié en que la justicia en canto ser aceptado por Dios y compartir la justicia de Cristo es siempre
completa. Asimismo, declaran que puede haber crecimiento por su incidencia en la vida cristiana. Cuando
consideran que las buenas obras del cristiano son frutos y señales de la justificación y no de los propios
«méritos», también entienden por ellos que, conforme al Nuevo Testamento, la vida eterna es una
«recompensa» inmerecida en el sentido del cumplimiento de la promesa de Dios al creyente.
40. La interpretación de la doctrina de la justificación expuesta en la presente declaración demuestra que entre
luteranos y católicos hay consenso respecto a los postulados fundamentales de dicha doctrina. A la luz de
este consenso, las diferencias restantes de lenguaje, elaboración teológica y énfasis, descritas en los
párrafos 18 a 39, son aceptables. Por lo tanto, las diferencias de las explicaciones luterana y católica de la
justificación están abiertas unas a otras y no desbarata el consenso relativo a los postulados fundamentales.
41. De ahí que las condenas doctrinales del siglo XVI, por lo menos en lo que atañe a la doctrina de la
justificación, se vean con nuevos ojos: las condenas del Concilio de Trento no se aplican al magisterio de
las iglesias luteranas expuesto en la presente declaración y, la condenas de las Confesiones Luteranas, no se
aplican al magisterio de la Iglesia Católica Romana, expuesto en la presente declaración.
42. Ello no quita seriedad alguna a las condenas relativas a la doctrina de la justificación. Algunas distaban de
ser simples futilidades y siguen siendo para nosotros «advertencias saludables» a las cuales debemos
atender en nuestro magisterio y práctica (21).
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43. Nuestro consenso respecto a los postulados fundamentales de la doctrina de la justificación debe llegar a
influir en la vida y el magisterio de nuestras iglesias. Allí se comprobará. Al respecto subsisten cuestiones
de mayor o menor importancia que requieren ulterior aclaración, entre ellas, temas tales como: la relación
entre la Palabra de Dios y la doctrina de la iglesia, eclesiología, autoridad de la iglesia, ministerio, los
sacramentos y la relación entre justificación y ética social. Estamos convencidos de que el consenso que
hemos alcanzado sienta sólidas bases para esta aclaración. Las iglesias luteranas y la Iglesia Católica
Romana seguirán bregando juntas por profundizar esta interpretación común de la justificación y hacerla
fructificar en la vida y el magisterio de las iglesias.
44. Damos gracias al Señor por este paso decisivo en el camino de superar la división de la iglesia. Pedimos al
Espíritu Santo que nos siga conduciendo hacia esa unidad visible que es voluntad de Cristo.
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APÉNDICES
UN DOCUMENTO HISTÓRICO
«Podemos alegrarnos por este importante logro ecuménico». Con estas palabras Juan Pablo II comentó el 28 de
junio la «Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación» firmada por la Santa Sede y la Federación
Luterana Mundial. Se trata de un documento que quiere poner fin a condenas históricas entre las dos confesiones
cristianas.
El pontífice reconoció que, «si bien la Declaración no resuelve todas las cuestiones relativas a la doctrina de la
justificación, expresa un consenso en verdades fundamentales de tal doctrina».
Al presentar el 25 de junio en la Sala de Prensa de la Santa Sede la «Declaración conjunta sobre la doctrina de la
justificación», el cardenal Edward I. Cassidy, prefecto del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos,
ilustró algunas cuestiones del documento que todavía tienen que aclararse para que alcance el acuerdo total por parte
de la Santa Sede.
El cardenal puso en evidencia que este documento, «sin lugar a dudas, debe ser entendido como un eminente
resultado del movimiento ecuménico y como un hito en el camino hacia el restablecimiento de la plena unidad
visible entre los discípulos del único Señor y Salvador Jesucristo».
El purpurado reveló que por parte católica, el proyecto ha sido examinado principalmente por la Congregación para
la Doctrina de la Fe y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Asimismo, aseguró
que la Santa Sede ha recibido una considerable ayuda de los comentarios ofrecidos por varias Conferencias
Episcopales de países en los que un significativo número de luteranos y católicos viven juntos.
Cassidy explicó que «Al mismo tiempo, la declaración común tiene sus límites. Constituye un importante progreso,
pero no pretende resolver todas las cuestiones que luteranos y católicos deben afrontar juntos en el camino que han
emprendido para superar su separación y llegar a la plena unidad visible».
«La Iglesia católica cree que no se puede hablar aún de un consenso tal que elimine toda diferencia entre católicos y
luteranos en la comprensión de la justificación».
«Las dificultades principales son las relativas al párrafo 4.4 de la declaración común, sobre la persona justificada
como pecadora. (...) La explicación luterana parece en contradicción con la comprensión católica del bautismo, que
borra todo lo que puede ser propiamente definido como pecado».
«Uno de los puntos más debatidos de la declaración común se refiere a la cuestión tratada en el n. 18, relativa al
modo según el cual los luteranos comprenden la justificación, que para ellos constituye el criterio sobre el que se
basa la vida y la praxis de la Iglesia (...). También para los católicos, la doctrina de la justificación es 'un criterio
indispensable que constantemente orienta hacia Cristo toda la enseñanza y la praxis de nuestras Iglesias'. Los
católicos, sin embargo, 'se sienten vinculados por múltiples criterios' y la Nota enumera estos últimos».
«Con satisfacción, la Iglesia Católica ha puesto en evidencia que el n. 21 (...) declara que el hombre puede rechazar
la gracia; pero hay que afirmar también que, junto a la libertad de rechazar, existe en la persona justificada una
nueva capacidad para adherirse a
la voluntad divina, una capacidad que --justamente-- se define como 'cooperatio'. Teniendo en cuenta este modo de
comprender, y notando también que en el n. 17 luteranos y católicos expresan la convicción común de que la nueva
vida proviene de la misericordia divina, y no de un mérito nuestro de cualquier tipo, no se ve bien cómo el término
'mere passive' pueda ser usado a este propósito por los luteranos».
«La Iglesia católica mantiene también, junto con los Luteranos, que las buenas obras de la persona justificada son
siempre fruto de la gracia. Al mismo tiempo, y sin disminuir mínimamente la total iniciativa divina, ésta (la Iglesia)
las considera fruto del hombre justificado e interiormente transformado. Por lo tanto, se puede afirmar que la vida
eterna es, al mismo tiempo, gracia y recompensa dada por Dios por las buenas obras y los méritos».
«Sería especialmente deseable proceder a una reflexión más profunda sobre el fundamento bíblico que constituye,
tanto para los luteranos como para los católicos, la base común de la doctrina de la justificación».
«El acto formal de la firma de la declaración común está fijado para el próximo otoño, en una fecha que todavía no
se ha establecido y en el marco de las celebraciones por el consenso alcanzado».