LAS CUATRO VIRTUDES DEL CARISMA DE LA PROVIDENCIA.
Las cuatro virtudes propias del Carisma de Providencia, según como las concibió el Padre Juan
Martin Moyë, son:
LA POBREZA
La pobreza según el Evangelio no es miseria, es una participación en el misterio de Jesús. La opción
voluntaria por la pobreza está fundada en la voluntad de imitar a Cristo. A veces consiste en un
severo despojo, es vivida interiormente como participación en la condición humana de Cristo que,
en un acto de libertad perfecta, toma esa condición, porque era “rico” y se hizo pobre.
La solidaridad del Señor con nosotros no consiste en hacerse pobre con nosotros, sino que nos
hace llegar a ser pobres a su manera. Quiere hacernos entrar en una disposición espiritual, en un
acto filial de despojo con relación a las riquezas del mundo. La pobreza crea el espacio, el lugar
donde se hace posible la cita con la Providencia divina.
Ser pobres es saber que todo hemos recibido de Dios, que no somos propietarios sino
administradores de los dones recibidos y que debemos ponerlos al servicio de nuestros hermanos,
sobre todo de los empobrecidos y marginados. La pobreza como virtud es compartir con el que no
tiene, no ambicionar bienes materiales, no acumular bienes mientras otro carece de ellos. Es
trabajar con responsabilidad, comer el pan con el sudor de la frente, no perder el tiempo, hacer
buen uso de las cosas y procurar reutilizarlas. Es sacar y poner al servicio de los demás, las
cualidades que recibimos de Dios. Es servir con amor. Si esto se vive a conciencia y por amor al
prójimo que nos lleva a Dios, esto es la Pobreza según Juan Martín Moyë.
EL ABANDONO EN LA PROVIDENCIA
Es poner nuestras vidas en las manos de Dios, seguros de que Él quiere para nosotros lo mejor,
pero con nuestro concurso. No es esperar pasivamente que Dios obre y “haga todo”, no es
resignarnos con el pretexto de que lo que nos sucede es “la voluntad de Dios”. El abandono es una
virtud activa, es saber que Dios obra en mí y conmigo, que quiere necesitar de mí concurso para
construir el mundo, para realizar mi propia vida, para que yo sirva a mis hermanos con los dones
que Dios mismo me ha confiado. Practicar el Abandono es practicar la confianza y actuar con
claridad y optimismo en las circunstancias diarias de la vida.
Es confiar plenamente el Él. Es trabajar por Dios en favor personal y de los demás, así Dios te
bendice, te ayuda y recibe lo que haces; y te da la paz interior que nadie, ni nada, te puede dar; eso
hizo Juan Martín Moyë en su vida. No es exponerse al peligro porque confío en Dios y Él no va a
permitir que nada me falte; hay que ser prudentes y procurar el bien personal y de quienes me
rodean; así, tengo la seguridad que Dios me cuida. El Abandono nos lleva a ser agradecidos con
Dios, misericordioso y bueno, agradecidos con todas las personas que Dios pone diariamente en
nuestro camino. Es saber esperar porque Dios nunca nos abandona
LA SENCILLEZ
“La sencillez es una virtud que nos hace ir a Dios sinceramente, sin doblez, sin disfraz, con una
intención recta, sin otra mira que la de agradarle, y que nos hace obrar y actuar con el prójimo con
rectitud, sin fraude y sin malicia”. Es actuar con la verdad. Decir SI cuando es SI y NO cuando es
NO, lo demás no es de Dios. Es aceptarse como uno es, no fingir grandeza, noblezas. Lo importante
es que somos hijos de Dios y tenemos que comportarnos como lo que somos.
Debemos hacer coincidir nuestro ser y nuestro parecer, en un doble nivel: en nuestra relación con
Dios y con nuestros hermanos. La Sencillez es la virtud que debe informar a las otras, consiste en
buscar la verdad en mi vida y en mis obras, en ser coherente con lo que digo que soy, en evitar el
engaño, la mentira, la doble verdad, el fraude, la malicia.
La sencillez es rectitud de intención, es buscar agradar a Dios, sin preocuparnos de lo que piensan
los otros. Juan Martin nos dice que debemos tener el alma libre. No podemos admitir falsos dioses:
ya sea la vanidad, el activismo u otros. La sencillez es una virtud sutil y exigente, difícil de practicar
en un mundo donde prevalece la coima, el fraude, el engaño, la mentira, el culto a la persona.
LA CARIDAD APOSTOLICA.
La caridad estuvo en el origen de la obra de las pequeñas escuelas del campo. Si la caridad es la
primera en los hechos, Juan Martín la enunciará siempre al último. ¿Será para demostrar que la
caridad no se puede ejercer verdaderamente si no se viven las otras virtudes?
La caridad nunca ha dejado de ser ingeniosa. La caridad es dar gratuitamente lo que gratuitamente
hemos recibido. Es ejercitar las obras de misericordia con todos, sin diferencia de personas, pero
privilegiando siempre a los más pobres. Es evitar en nuestras acciones toda intención interesada.
La afirmación “Dios es Amor” no es una simple frase bonita sino una realidad: “Dios amo tanto al
mundo que le entregó a su propio Hijo”. A su vez, Cristo amó tanto al mundo que llegó hasta la
“locura de la cruz”. Cristo nos dice “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” nos invita a
vivir un Amor comunitario; de esta manera podemos comprender que Cristo nos ama con un amor
que: dialoga, comprende, perdona sirve y se sacrifica hasta dar la vida, nos ama como si fuéramos
únicos en el mundo.
La Caridad apostólica es el ejemplo del amor de Dios que nos envuelve y vitaliza en nuestras:
comunidades y familias.
Si nosotros vivimos las 4 virtudes, que son los cuatro pilares fundamentales que sostienes la
Espiritualidad de Providencia, es que SOMOS DE LA PROVIDENCIA. Tenemos que ser la
Providencia de Dios y lo seremos si vivimos la alegría de ser Hijos de Dios; si damos paz, alegría,
fe, esperanza y amor a los demás. Juan Martín Moyë no nos dejó una herencia material, perecedera;
nos dejó una herencia espiritual, duradera, trascendente: una vida plena, con la confianza total en
la ternura de nuestro Padre Providente.