Leyenda Del Diluvio

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Leyenda del diluvio

Mucho antes de que llegaron los blancos, sólo habitaban las


tierras los antiguos y verdaderos mapuches. Dios vivía en lo
alto con su mujer y sus hijos, reinando sobre el cielo y la tierra.
Aunque siempre era Dios, se lo llamaba de diversas maneras:
Chao, el padre; Antü, el sol; o Nguenechen, creador del
mundo. (ARIAL 20 COLOR ROJO)

A la reina, que era su esposa, le decían Cuyen, la luna.


Dios había creado el cielo, las nubes y cada una de las
estrellas. Había hecho correr los ríos y crecer los bosques.
Pero lo más importante había sido que con sus enormes dedos
había sembrado por todas partes a los animales y a los
mapuches. Mientras tanto, los dos hijos mayores de Antu (sol)
y Cuyen (luna) crecían. Un día, quisieron ser como su padre,
querían crear cosas y reinar sobre la tierra. Al ver que no
podían comenzaron a criticar y a burlarse de él - hasta que
Dios enfureció. (ARIAL 18, COLOR AZUL)

Así, con cada una de las manos tomó a sus hijos de los
cabellos y los dejó caer desde lo más alto del cielo sobre las
cordilleras rocosas. Los cuerpos gigantescos se hundieron en
la piedra formando dos inmensos agujeros. La madre Cuyen
no soportó la angustia de observar esa pelea y se puso a llorar
lágrimas enormes que - poco a poco - comenzaron a inundar
los profundos hoyos que en la caída habían hecho sus dos
hijos. Así se formaron los lagos vecinos: el Lácar y el Lolog
(hoy en Argentina). (ARIAL 16, COLOR VERDE)

Dios tampoco soportó tanto dolor y decidió perdonar a sus


hijos rebeldes. Entonces, les dio vida a los dos cuerpos
despedazados y los transformó en una enorme serpiente alada
encargada de cuidar los mares y los lagos. La llamó Caicai.
Igualmente, la serpiente continuaba con la ambición de
derrotar a Dios y dominar, de una vez por todas, el mundo
entero. Furiosa, Caicai se llenaba de odio contra Antu y todos
los seres vivos creados por su padre. (ARIAL 22, COLOR
NEGRO)

Al darse cuenta de su error, Dios creó una serpiente buena, a


la que llamó Trentren. Y antes de dejarla bajar a la tierra, le
dijo:
"Tu misión es vigilar a Caicai. Cuando veas que comienza a
agitar el agua del lago, debes avisar a los mapuches para que
busquen refugio y se pongan a salvo."
Pasó el tiempo, y un día Dios decidió bajar a visitar a los
mapuches. Les enseñó a cumplir los trabajos, a sembrar, a
conservar los alimentos y a respetar el tiempo. El gran Chao
(gran padre) volvió a su casa satisfecho. Luego, transcurrió
otro tiempo tan largo, que los mapuches se olvidaron de las
enseñanzas que habían recibido. Es más, dejaron de ser
buenos hombres y empezaron a pelearse entre sí. Ya no había
quien quisiera escuchar los consejos de Dios. Los propios
descendientes de sus hijos hablaban de sus antepasados sin
ningún respeto. Tanto enojo sintió Antu, que decidió recurrir a
Caicai: (ARIAL 20, COLOR AMARILLO)

"Quiero que hagas subir las aguas del lago, a ver si un buen
susto hace que los hombres cambien su conducta."
La conversación fue escuchada por la atenta Trentren, quien
enseguida lanzó su silbido de alerta para convocar a todos los
mapuches al cerro donde vivía ella. El pueblo, lleno de miedo,
comenzó la subida. Los animales también iban. Pero el agua
los perseguía tan deprisa, que muchos murieron ahogados.
Los mapuches que caían al agua se convertían en peces o en
rocas. ( ARIAL 20, COLOR VERDE)
La serpiente buena gritaba: "Trentren, trentren". Y la montaña
subía. La serpiente mala decía: "Caicai, caicai". Y el agua
aumentaba más y más.
Un día Caicai quiso ir a buscar a los mapuches a las cuevas de
los cerros para terminar con su terrible misión. Trentren la
interceptó y con su cola la hizo caer por la ladera de la
montaña. En su caída, entre las piedras filosas, Caicai murió.
Al poco tiempo, las aguas pararon de crecer.
Nadie sabe cuánto tiempo duró la batalla. Sólo se sabe que
todos murieron . Todos menos un niño y una niña que
sobrevivieron en el abismo profundo de una grieta. Únicos
seres humanos de la tierra que crecieron sin padre ni madre,
desabrigados de palabras y amamantados por una zorra y una
puma. De ese niño y esa niña descienden todos los mapuches.

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