Tres Perfiles de Leila Guerriero

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Claudio

Dicen que hay que recordar con alegría. Yo no puedo. Ya se ha dicho todo lo
que él hizo por la edición en español: publicar a Coetzee, trasegar autores
entre Latinoamérica y España. Solo por haber editado a David Foster Wallace,
para mí ya era un héroe. Me decía —como a todas— “querida”, y a mí me
encantaba porque sonaba a verdad. Querida, querida. Querido. Hablaba rápido
y en tono bajísimo, como si todo fuera una confesión o un chisme, y en las
reuniones se mantenía en un plano discreto, esfumándose de pronto sin que se
supiera dónde. Una vez me dijo: “Me gustaría que mis autores me recordaran
como alguien que entiende de libros. No me gustaría convertirme en un editor
que solo habla de ventas. El escritor es una persona frágil. Yo siento que puedo
ser desde mamá hasta guardaespaldas, y me gusta. La única relación que
entiendo es de principio a fin: el trabajo con el autor a todas horas”. La frase
era literal: podía cruzar el Atlántico por un día para acudir a la presentación de
un autor suyo. En noviembre, algunos periodistas dábamos una charla en la
Feria del Libro de Guadalajara. Él entró a la sala y nos saludamos de lejos. Se
sentó a un costado, solo. En un momento cité una novela de Javier Cercas y
dudé acerca de un dato. Delante de todos, y al micrófono, le pregunté: “Era
así, ¿no, Claudio?”. Él asintió con la cabeza y sentí que me decía “tú tranquila,
que vas bien”, contrabandeando, en un gesto que condensaba su enorme oficio
de editor-grizzly, ánimo, seguridad y cariño: todo lo que alguien que escribe
necesita. Lo último que vi de él, rato después, fue su espalda cuando salía de
la sala. Y no lo vi más. Claudio López de Lamadrid, director editorial de
Random House Mondadori, murió el viernes y dejó a dos continentes de
escritores huérfanos. Díganme cómo se puede recordar con alegría cuando se
muere un hombre así.

LEILA GUERRIERO
15 ENE 2019 - 20:00 AR

Una abeja imprescindible


In 2015, durante una entrevista para Babelia, el periodista Javier Rodríguez
Marcos le preguntó a la poeta uruguaya Ida Vitale a quién le daría el próximo
premio Cervantes. Vitale respondió: “Ay, Dios, ¡al mejor!”. Tres años después,
la mejor resultó ser ella, quinta mujer en un premio con más de cuatro
décadas de historia. Pero es probable que la respuesta, mirada desde la
perspectiva del presente, le dé pudor. Porque una de las más grandes poetas
de habla hispana es, también, una persona de modestia genuina, no pocas
veces enmascarada en un humor que es síntoma de una inteligencia
fulgurante: cuando el ministro de Cultura, José Guirao, la llamó para avisarle
que había ganado el Cervantes ella respondió "Los españoles están igual de
locos que en la época de la conquista".
Nació en 1923 y su primer libro, La luz de esta memoria, data de 1949. Ha
publicado mucho desde entonces pero fue una voz casi secreta hasta que, en
los últimos tiempos, recibió un aluvión de premios: el Octavio Paz en 2008, el
Alfonso Reyes en 2014, el Reina Sofía en 2015, el Federico García Lorca en
2016, los de la Feria internacional del libro de Guadalajara y el Cervantes este
año. . Ella, con coquetería elegante y agradecida, dice que los premios son
“ventaja de la sobrevivencia”, y que seguramente se los dan porque piensan
que su edad —95— es “una edad límite”.
Forma parte de la generación del 45, que reunió autores uruguayos de géneros
y estilos muy disímiles: Ángel Rama (su primer marido), Mario Benedetti, Juan
Carlos Onetti, Armonía Somers, e Idea Vilariño, una poeta gigante con la que
comparte iniciales pero de cuya gramática poética —y vital: allí donde Vilariño
es oscuridad tortuosa, Vitale es un tumulto de vigor vibrante— está en las
antípodas. En 1993, en una entrevista publicada por El País Cultural, de
Montevideo, dijo que en su poesía trataba de buscar “una red de significantes
de las palabras que no están en la superficie del lenguaje, de ese fondo secular
que se pierde o se adormila”. Lo suyo no es hermetismo sino concisión, el
lenguaje usado como una daga precisa según un estilo que consiste en “borrar
y borrar” y un método que manda “pensar siempre que lo que uno hace esta
muy mal, para buscar otra cosa”.
En 1974, por causa de la dictadura uruguaya, se marchó a México con su
marido, el poeta, veinte años menor, Enrique Fierro. “Ella es la poeta, yo el
advenedizo”, solía decir él. Permanecieron allí más de diez años, regresaron
brevemente al Uruguay y volvieron a partir en 1989 a Austin, Texas, donde
vivieron hasta que Fierro falleció, en 2016. Entonces Vitale —que escribió “no
se pierde sin castigo el pasado, / no se pisa en el aire”— regresó a Montevideo.
Allí permanece desde principios de 2018, reordenando su biblioteca
lentamente, demorándose en los libros que no recordaba que tenía.
En un artículo publicado por la revista Brecha en 2015 se menciona una
imagen suya que su hijo, Claudio Rama, atesora, y que sintetiza el universo de
su madre: “sentada ante un escritorio donde está traduciendo un texto
mientras sobre su regazo descansa provisoriamente un tejido; hay un papel al
costado de la máquina de escribir Olivetti, y en ese papel va haciendo a mano,
en paralelo, anotaciones sobre un disco de música clásica que está escuchando
para luego comentarlo para un periódico; a la vez está controlando a su hijo
que juega cerca y midiendo el tiempo que debe seguir encendido el fuego de la
cocina usando como indicador el aroma que le llega atravesando varias
habitaciones”.
Vitale es una poeta estricta, erudita, disciplinada, pero también alguien que
puede pasar semanas habituando a una paloma a comer en la ventana de su
casa, cosa que hizo a lo largo de nueve meses y que terminó inspirando su
poema Viaje de vuelta: “Regresar es/ volver a ocuparse/ de devolver a la
tierra/ el polvo de los últimos meses;/ recibir del mundo/ el correo dormido/
intentar saber/ cuánto dura/ una memoria de paloma/ También reconocerse/
como una abeja más / que es para la colmena/ apenas una unidad que
zumba/. Eso, sólo una abeja más/ muy prescindible”. Quizás no tenga razón.
Quizás haya abejas más imprescindibles que otras.
LEILA GUERRIERO
15 NOV 2018 - 19:41 ART

Hebe Uhart
El jueves me llegó un correo. El asunto decía Adiós a Hebe Uhart. Lo abrí
sabiendo lo que iba a encontrar. Fogwill y Ricardo Piglia decían que era la
mejor escritora argentina. Ella, en su departamento chico con balcón lleno de
plantas, rechazaba la aseveración: “No quiero ser la mejor. Es un lugar en el
que te quedás sola y yo no me quiero quedar sola”. Escribió más de 20 libros:
cuentos, novelas, y unas crónicas viajeras de abordaje extraño: tomaba un
bus, se iba a un pueblo y hablaba con la gente que pasaba por ahí. El resultado
era de una maestría violenta. Esa mirada a ras del piso le valió el mote de naif.
Pero ella era una navaja: “Naif, dicen, como si una fuera medio tarada. Yo no
soy inocente. Lo que sí tengo es esa veta medio optimista”. Fue una
adolescente mística emperrada en lavarse con jabón para la ropa en un
ejercicio de ascetismo que se inventó después de escuchar que “a los tibios los
vomita el Espíritu Santo”. Fue maestra rural, profesora de filosofía, novia de
novios complejos. A uno, alcohólico, lo llamaba “el borracho de la mañanita”.
Mientras hablaba y fumaba, miraba hacia todas partes como un animal
acorralado, pero tenía una inteligencia travestida de un fraseo coloquial y sin
filtro: “Me empezaron a interesar los monos. Fui cinco veces a la jaula de los
chimpancés en el zoológico. No fui más porque el elefante está al lado, y se
bañaba en barro y me enchastraba la cabeza”. En 2017 ganó el Premio Manuel
Rojas, en Chile. Se lo entregó la presidenta Bachelet y le escribí para
preguntarle cómo le había ido. “Me fue bien”, respondió, “fueron tres amigos y
cinco alumnos. Antes tenía miedo de todo, pero salió sencillo y agradable”. Una
vez me regaló el gajo de un árbol de su balcón. Lo planté y se secó. Tiempo
después me preguntó cómo estaba el arbolito. Le dije que muy bien, muy
lindo. La quería, y no quería que sufriera.

LEILA GUERRIERO
16 OCT 2018 - 19:00 ART

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https://elpais.com/elpais/2017/06/11/eps/1497132316_149713.html

https://elpais.com/elpais/2017/05/08/eps/1494194728_149419.html

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