Aarnio, Aulis. Reglas y Principios en El Razonamiento Jurídico
Aarnio, Aulis. Reglas y Principios en El Razonamiento Jurídico
Aarnio, Aulis. Reglas y Principios en El Razonamiento Jurídico
Anuário da Faculdade
de Dereito da Coruña, nº 4, p. 593-602, 2000.
Los teóricos del Derecho han discutido sobre la distinción entre reglas y principios
durante casi tres décadas. En realidad, el debate se abrió en 1967 cuando Ronald Dworkin
publicó la primera versión de su teoría sobre los principios (Dworkin 1978,54 ss). Desde
entonces, las opiniones pueden ser divididas a grandes rasgos en dos tesis principales:
a) Según la tesis de la demarcación fiterte, la diferencia entre reglas y principios
no se refiere, por ejemplo, al grado de generalidad, sino que es más bien cualitativa.
Reglas y principios pertenecen a categorías diferentes (ver Alexy 1985, 71 ss; Aarnio
1990, 180 ss).
La tesis de la demarcación fuerte se basa parcialmente en la (última) noción witt-
gensteniana de regla: las reglas son seguidas o no lo son (Finch, 158 ss; Schauer 1992,
226). Las reglas pueden compararse a las vías de ferrocarril: o las sigues o no. No exis-
te una tercera alternativa. Esto se aplica a todas las reglas y, por tanto, también a las jurí-
dicas. Por supuesto, a las reglas se les puede formular todo tipo de excepciones y, al
menos en principio, es posible hacer una lista de tales excepciones.
Si las reglas entran en conflicto entre sí, el conflicto puede ser decidido, por ejem-
plo, con la máxima ¡ex posterior. La regla que cede no forma parte del orden jurídico.
La naturaleza vinculante de los principios, comparada con la de las reglas, es
cualitativamente distinta. Haciendo uso de la reciente contribución de Francisco
Laporta, las características de los principios pueden ser descritas como sigue:
1. Los principios no proporcionan razones concluyentes o definitivas para una solu-
ción, como las reglas, sino sólo razones primafacie;
2. Los principios tienen una dimensión de peso o importancia que las reglas no tienen;
3. Los principios son mandatos de optimización, es decir, ordenan que algo se reali-
ce en la mayor medida posible; y
4. Los principios guardan una profunda afinidad con los valores, y también con obje-
tivos políticos y morales (Laporta 1996,4 ss).
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2.1. Inaplicabilidad
Desde el punto de vista lingüístico, incluso la tesis de la demarcación débil resul-
ta problemática. Ello se debe al hecho de que todas las normas jurídicas son, lingüística-
mente, susceptibles de ser inaplicadas. Neil MacCormick lo formula de la forma siguien-
te: "Cualquier formulación de disposiciones jurídicas por obra de la doctrina, o de una
argumentación forense, o como parte de un conocimiento basado en un sistema experto,
es presumiblemente inaplicable bajo ciertas circunstancias" (MacCormick 1995, 115).
Giovanni Sartor ha analizado esta cuestión de la inaplicabilidad de las normas
jurídicas en forma detallada. El sostiene que "toda norma posee las características que
Dworkin atribuye a los principios: es inaplicable en una serie de circunstancias no pre-
determinadas en abstracto, y permanece siendo válida aunque resulte contradicha por
normas prevalentes en casos particulares" (Sartal' 1995, 144).
Esto no significa que no exista diferencia ALGUNA entre reglas y principios.
Existe, pero ninguna por lo que respecta a la inaplicabilidad. Dejemos continuar a Sartor:
"Por tanto, la distinción entre reglas y principios, si se funda sobre la inaplicabi lidad, no
es una división entre categorías de normas con diferentes estructuras lógicas, sino, a ]0
sumo, una distinción empírica y una diferencia de grado, dependiendo del nivel de pre-
dominio de características que toda norma posee hasta cierto punto: sólo podemos decir
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que una norma es una 'regla' en la medida que su antecedente contiene términos des-
criptivos precisos, y que es un 'principio' en cuanto su antecedente contiene términos
imprecisos o valorativos, y su prioridad es indeterminada" (Sartor 1995, 144).
Me gustaría añadir que también algunas "reglas" son imprecisas, como veremos
más adelante, y que esa falta de precisión puede en ocasiones, pero no siempre, exigir
ponderación. Es cierto, como dice Ronald Dworkin, que los principios, si se los com-
para con las reglas, no sólo poseen un diferente status lingüístico, sino que son válidos
en virtud de consideraciones morales, y no en virtud de un acto de poder. Robert Alexy
señala, a su vez, que un principio es siempre una reformulación normativa de un valor.
Ello no significa, sin embargo, que la distinción entre reglas y principios sea comple-
tamente clara en este punto. Por el contrario, algunas "reglas" (vagas, o de textura
abierta) o "normas que parecen reglas" son también reformulaciones de valores, al
menos en parte.
Por lo tanto, desde el punto de vista lingüístico la diferencia es exactamente una
diferencia de grado, no cualitativa. Esto puede advertirse fácilmente si se clasifican las
normas jurídicas en una escala donde una regla típica se sitúe en un extremo y un prin-
cipio típico en el otro, quedando enmedio algunas formas "mixtas" (Aarnio 1990, 180
ss). Sin embargo, veámos primero las categorías generales de principios.
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segmento al siguiente. Una norma puede, en consecuencia ser más RP que PR, y vice-
versa. ¿Qué significa esto, mirado más de cerca? Mi intento de respuesta, que debe
mucho a Francisco Laporta, se funda en las siguientes herramientas conceptuales.
i) Se supone que los principios son sólo razones prima facie (PF), mientras que
las reglas aportan un soporte definitivo o concluyente para la solución. Desde el punto
de vista lingüístico, el sentido prima facie se basa en nuestro conocimiento general del
lenguaje (competencia lingüística), es decir, es el significado antes de la interpretación.
Una norma es una norma (jurídica) PF si y sólo si puede identificarse una regla
de reconocimiento que implica su validez.
ii) Consideradas todas las cosas (ATC: all things considered), puede todavía
suceder que una norma jurídica PF, incluso una regla jurídica PF, no forme parte del
orden jurídico. Tal es el caso, por ejemplo, cuando tiene lugar una contradicción en el
sistema normativo.
Tomando i) Y ii) como puntos de partida obtenemos una una imagen más preci-
sa del papel que desempeñan los principios, como enunciados lingüísticos, en el
Derecho y en el razonamiento jurídico. En la dogmática jurídica, así como en la adju-
dicación, el material es siempre unaformulaóón normativa que ha de ser interpretada,
aplicada, etc. Una formulación normativa es, o bien precisa PF, o imprecisa PE Como
se vió antes, hay varias razones para que así sea: un enunciado puede ser vago, evalua-
tiva o cognitivamente abierto, ambiguo, o simplemente confuso. Todas estas inexacti-
tudes pueden, por supuesto, predicarse de ambas formulaciones, reglas y principios.
Desde este punto de vista, las reglas y los principios pueden teóricamente, como
señala Giovanni Sartor, tener el mismo grado de inexactitud, y por lo tanto resulta impo-
sible separarlos en categorías lingüísticas nítidamente distintas, como se verá a conti-
nuación (Sartor 1995, 123 ss):
i) Dos ejemplos sobre reglas jurídicas:
Regla no ambigua PF: no aparcar en este lado de la calle.
Regla ambigua PF: el contrato debe celebrarse en forma escrita.
ii) La misma naturaleza de doble faz se aplica también a los principios que pare-
cen reglas. Ellos pueden ser ambiguos por diferentes razones, por ejemplo cognitivas (tér-
minos como "contrato", "herencia", o "causa") o evaluativas (reajuste de un contrato).
iii) Las reglas que parecen principios pueden, por ejemplo, referirse a "las espe-
ciales circunstancias del caso", o pueden ser flexibles de algún otro modo.
iv) Tambien los principios jurídicos son abiertos, bien cognitiva, bien evaluati-
vamente.
Consideradas todas las cosas (ATC), se asigna a la formulación normativa un
contenido preciso. No importa si la formulación se refiere o no a reglas, reglas que pare-
cen principios, principios que parecen reglas o principios.
Asi pues, por ejemplo, el principio de igualdad una vez interpretado expresa una
regla ATC, que o bien ha sido seguida, o bien no lo ha sido. ATC, todas las formula-
ciones normativas son, por tanto, de un grado similar de precisión. Esto es cierto tam-
bién, por ejemplo, cuando dos principios-valor entran en conflicto. Ambos son válidos
PE Una vez interpretados ATC, se "atraviesan" el uno al otro y juntos conforman la
regla aplicable al caso.
Veamos ahora qué significa esto en orden a la distinción entre reglas y principios.
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Hay también otro problema relacionado con la estructura "más o menos" de los
principios. Tiene que ver con el carácter de "deber-ser" de los principios. Refiriéndose
a Georg Henrik van Wright, Francisco Laporta nos recuerda que el "puente" desde el
"deber ser" al "deber hacer" es una necesidad práctica. Sigue el esquema de un silogis-
mo práctico: Si debe ser X, es bueno prácticamente hacer Y en orden a alcanzar X. Por
tanto, "hacer" se conecta con "ser" mediante una relación medios-fines, y el "deber" es
aquí el "deber técnico" sin propiedad alguna prescriptiva. Sin embargo, es verdadero o
falso decir que A debe hacer Y en orden a lograr X. Francisco Laporta ha encontrado
aquí algo importante. Los principios son verdaderas normas prescriptivas sólo "formal-
mente". Su naturaleza es bastante diferente, es decir, es la de la necesidad práctica.
Pero queda en pie todavía un contraargumento. Como es imposible, desde el
punto de vista lingüístico, trazar una frontera no-ambigua entre principios y reglas, se
puede sostener que todas las normas jurídicas, tanto las reglas como los princi pios, pue-
den estructurarse en la forma de normas de "deber hacer". La precedente distinción
entre normas de deber ser y normas de deber hacer no se sostiene, pues. Todas las nor-
mas tienen la misma o similar estructura deóntica. De acuerdo con esta idea, las normas
jurídicas que pertenecen a la escala lingüística de las reglas y los princi pios pueden for-
mularse, por ejemplo, como sigue:
i) Regla: Un testamento (F) debe registrarse en 6 meses (G).
ii) Principio que parece regla: Si uno de los esposos lo pide (F), el administra-
dor tiene que efectuar la partición de los bienes gananciales (G).
iii) Regla que parece principio: Nadie puede beneficiarse del ilícito que ha come-
tido, o: si alguien se beneficia del ilícito que ha cometido (F), el beneficio ha de ser
compensado (G).
iv) Principio: Todo ciudadano tiene el derecho a la libre expresión, o: si el dere-
cho a la libre expresión ha sido violado (F), debe sentenciarse una reparación (G).
Todas estas normas pueden, pues, ser escritas estructuralmente o, al menos, re-
escritas en la forma de una norma de deber hacer:
(x) (F -> OxG)
Aceptemos provisionalmente este análisis. De acuerdo con él, la misma idea nor-
mativa puede expresarse en dos juegos de lenguaje diferentes dependiendo del contex-
to. El primero es el lenguaje del "deber hacer", y el segundo el del "deber ser". En con-
secuencia, el principio (Pi): "Nadie puede beneficiarse del ilícito que ha cometido"
posee las siguientes interpretaciones alternati vas:
(Pil): Si se mantiene el estado de cosas "alguien se ha beneficiado del ilícito que
cometió" (F), entonces una autoridad debe hacer G. "F" es entonces una descripción de
la conducta de una persona, y "G" la descripción de la consecuencia jurídica (por ejem-
plo, la compensación).
(Pi2): Debe prevalecer un estado (ideal) de cosas tal que nadie se beneficie del
ilícito que haya cometido (F), y en orden a realizar este estado de cosas, es necesario -
prácticamente- hacer G.
Reconstruidas de esta forma, (Pi 1) Y (Pi2) son realmente dos vías alternativas
para formular un principio (Pi) PE La primera remite a la lógica del "deber hacer", la
otra a la del "deber ser". No hay, podrá apuntarse, orden alguno de preferencia entre
ellas. La lógica aplicable al caso dependerá únicamente de la situación en la que se
desarrolle el juego de lenguaje. Más aún, todos los principios pueden también escribir-
se sólo en el lenguaje del "deber hacer".
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Esta "tesis de la doble faz" plantea, no obstante, problemas lógicos que la hacen
menos aceptable. En caso de que el principio esté escrito en el lenguaje del "deber
hacer", la cuestión radica en la noción de "ponderación de acuerdo a un principio". La
ponderación (y el balance) no siguen las reglas de la lógica deóntica. Por tanto, ha de
plantearse un interrogante: ¿qué tipo de lógica es en general aplicable a un principio de
deber-hacer?
La repuesta puede darse, y la dificultad resolverse, si y sólo si los principios jurí-
dicos y las normas que se les parecen no son entendidos como de deber-hacer, sino, con-
secuentemente, como normas de deber-ser. Entonces la lógica de la preferencia es apli-
cable a los principios, a las reglas que parecen principios y a los principios que parecen
reglas, y la lógica deóntica mantiene su propia área como lógica de las reglas. En este
sentido, carece de fundamento defender la tesis de que los principios y similares pue-
den ser estructuralmente formulados de dos formas alternativas.
Independientemente del hecho de que las reglas y los principios no puedan sepa-
rarse lingüísticamente entre sí, de que haya sólo una diferencia de grado entre ellos,
todavía desempeñan en el razonamiento jurídico diferentes roles: las reglas se interpre-
tan y los principios son objeto de ponderación. En consecuencia, desde el punto de vista
estructural es mejor aceptar la tesis de la demarcación fuerte, aunque en un sentido
matizado. Esto significa que las reglas y los principios pertenecen a dos categorías de
normas diferentes, esto es, a la categoría de las normas de "deber hacer" y, respectiva-
mente, a la de normas de "deber-ser". Siguiendo esta línea de pensamiento se abre, por
ejemplo, una interesante discusión sobre la posibilidad de pasar de la lógica deóntica a
la lógica de la preferencia, y viceversa.
4. EL PROBLEMA DE LA VALIDEZ
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La validez estricta es, sin embargo, una cuestión ambigua también. Dos reglas
pueden ser válidas PF incluso aunque la segunda deba ceder ATe. Tomemos, por ejem-
plo, dos reglas:
NI: Si Fl& F2 & F3, entonces GI; y
N2: Si F2 & F3 & F4, entonces G l
Las descripciones de los hechos no son idénticas. Por tanto, no pueden ambas
normas ser válidas al mismo tiempo. Las normas están en un conflicto PF entre sí. Tal
conflicto puede ser decidido interpretando las formulaciones de las normas. El resulta-
do de ello puede ser que sólo NI es válida.
La noción de "validez estricta" guarda relación, pues, sólo con las reglas una vez
interpretadas. La resolución del conflicto significa que la otra norma debe decaer en
cuanto norma jurídica válida.
Más aún, dos normas pueden ser válidas PF en sentido estricto también cuando
una de ellas es una norma general y la otra especial. Ahí no se necesita que exista un
conflicto entre las dos ni siquiera una vez interpretadas ATe. Sencillamente, una de
ellas decae sobre la base de la máxima "lex specialis".
(ii) La validez es propiedad de una regla corriente (R2) si R2 puede también
resultar desplazada por un principio jurídico (P). La colisión normativa es semejante al
conflicto.
(iii) Una norma puede también ser válida como principio prúna facie, como por
ejemplo el denominado principio-guía (PI). En caso de conflicto, otro principio P2 es
desplazado por PI sin que se siga como consecuencia que ninguno de ellos pierda su
validez PE Un principio prima facie puede ser desplazado únicamente en el razona-
miento jurídico, es decir, ATe.
(iv) Si un principio es válido como principio corriente, no es posible definir ni
siquiera una preferencia PF para él. Los principios compiten en el razonamiento jurídi-
co en igualdad de condiciones.
Si no es posible determinar la validez PF de un principio -no hay regla de reco-
nocimiento en la Constitución o en otro material jurídico- la validez sólo puede confir-
marse ATC. Para ser más exactos, existen dos vías para llevar a cabo esa confirmación:
i) El principio puede tener soporte institucional PF en el orden jurídico. Tal
soporte lo proporcionan, por ejemplo, los precedentes. Ciertamente, muchos principios-
valor son, precisamente en este sentido, expresiones institucionales del código de valo-
res dominante.
ii) El discurso jurídico está abierto también a argumentos no~iurídicos, que hasta
entonces no han recibido soporte institucional. No importa si estos argumentos son
hechos sociales o no-jurídicos, por ejemplo principios morales.
Si un principio no-jurídico es parte de un sustrato coherente de justificación que
incluye por lo menos una fuente jurídica autoritativa, por ejemplo una disposición legal
válida, este principio recibe relevancia jurídica ATe. Un principio no-jurídico "entra" en
el Derecho como consecuencia de un discurso jurídico apropiado. El Derecho positivo,
pues, incluye no sólo reglas jurídicas dadas y Derecho consuetudinario, sino también prin-
cipios jurídicos que son reconocidos como fundamentos para la praxis de toma de deci-
siones. Es precisamente esto lo que acontece cuando un principio-valor no jurídico es con-
firmado por vez primera por el Tribunal Supremo. El principio recibe soporte institucio-
nal en un discurso jurídico controlado apropiadamente, incluso aunque antes de tal dis-
curso no existiese en absoluto soporte institucional alguno para el principio en cuestión.
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Esto significa que ningún principio no-jurídico puede ser jurídicamente relevan-
te PE Requiere, por definición, un soporte institucional para ser aceptado como jurídi-
co. Aqui la coherencia tiene un papel clave. La base argumentativa más coherente, la
más creíble, es que un principio (valor) no-jurídico es también jurídicamente relevante.
Como se ve, incluso desde el punto de vista de la validez, la tesis de la demar-
cación fuerte no es válida en cuanto tal. El papel de las reglas y los principios depende
del grado de manifestación, de su tipo (R, PR, RP o P), así como de si la validez es tipo-
regla o tipo-principio.
En resumen, tanto la tesis de la demarcación fuerte como la tesis de la demarca-
ción débil resultan problemáticas hasta tal punto que hay motivos para recordarnos:
tomad las reglas en serio.
BIBLIOGRAFÍA
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