COSTA, Ivana & DIVENOSA, Marisa - Filosofía Política
COSTA, Ivana & DIVENOSA, Marisa - Filosofía Política
COSTA, Ivana & DIVENOSA, Marisa - Filosofía Política
polis sana → polis lujosa → excedente de consumo → necesidad de expansión → guerra → caos
De ahí que sea necesario "curar" a la polis enferma o afiebrada; en eso consiste el
proyecto de la REPÚBLICA: en indicar el modelo de organización capaz de sanar a esa
polis enferma. Este modelo solo podrá ser llevado a la práctica a través de una
ardua y sistemática labor educativa de toda la sociedad y, en especial, de quienes
están destinados a gobernarla, quienes deberán ser auténticos filósofos: es decir,
hombres y mujeres capaces de entregarse al estudio y a la búsqueda de lo bueno y
lo justo. Esta profunda reforma general de la sociedad a través de la educación
debería comenzar, según se explica en la Republicana desde la cuna, o al menos
durante la crianza, cuando a los niños se les cuentan antiguos relatos, mitos que se
convierten entonces en una primera educación moral y política. Platón sugiere que
habría que contar a todos un "extraño mito" (la tradición lo llama mito de los
metales) que ayudaría a formar una nueva conciencia ciudadana haciendo hincapié
por un lado, en la fraternidad ciudadana, pero también en las diferencias naturales
entre cada uno. Este raro mito que Platón inventa sostiene que los seres humanos
somos todos hijos de la tierra, y por lo tanto somos hermanos, pero que mientras
estábamos en gestación y antes de que la madre tierra nos diera a luz, el dios
colocó en cada uno de nosotros un componente específico: en algunos esté
componente es de oro; en otros es de plata; en otros, de hierro o bronce; por lo
tanto somos naturalmente diversos. Esta diversidad es el fundamento de la división
del trabajo en la polis: los que tienen un componente de oro tienen la
predisposición natural para convertirse en gobernantes; los que tienen un
componente de plata están naturalmente predispuestos para ser guardianes (es
decir, la fuerza de defensa de la patria); finalmente, los que tienen un componente
de bronce o de hierro tienen una naturaleza predispuesta para ser agricultores,
ganaderos, comerciantes y artesanos (es decir, todos los demás oficios). El Estado
tendrá que asegurarse deque cada uno se ocupe de aquello para lo cual está
naturalmente dotado. Los fundadores y educadores de la nueva polis, la que tiene
que curarse de la fiebre del lujo y de las calamidades de la guerra, deberán prestar
mucha atención para descubrir entre los niños quiénes poseen una u otra
predisposición natural, e incentivarla a través de la educación, a cargo de la polis.
Los guardianes, de hecho -ya sean gobernantes o militares- recibirán un
entrenamiento más profundo, acorde con las tareas que van a cumplir. Platón pone
mucho énfasis en aclarar que la porción de oro, de plata, de bronce o de hierro que
cada uno lleva en sí, y que constituye una predisposición natural, no depende de la
sangre ni de la estirpe porque no se hereda como un título nobiliario o como la
riqueza familiar: de padres de hierro pueden nacer hijos de oro, y viceversa. Y en
esos casos, los fundadores de la polis se encargarán que los hijos reciban la
educación que corresponde a su propia naturaleza. A pesar de las críticas al
"racismo" o al "determinismo" que se han hecho al mito de los metales, si se lo lee
en contexto es evidente que se trata de un programa revolucionario para su
tiempo, en el cual la estructura mítica sirve para reforzar la fraternidad, asumiendo
no obstante una diferencia de aptitudes, pero tendiente a rechazar el principio
tradicional que estaba vigente en la Hélade según el cual la virtud y el poder se
transmiten a través de la estirpe familiar.
Puesto que el fin del ser humano coincide con el fin de la POLIS, la virtud QUE GUÍA EL ACTUAR
político es la misma que guía la conducta ética individual: la PRUDENCIA (phrónesis). De hecho,
aquí también Aristóteles discrepa con Platón: no ES preciso QUE el gobernante filosofe,
como se decía en la República; alcanza con que sea una persona esencialmente
prudente, capaz de prever en cada situación particular el mejor curso de acción.
Esta diferencia se corresponde también con la diferente visión del bien que tienen
Platón y Aristóteles: mientras que el primero busca identificar un Bien
trascendente e inmutable, que pueda tomarse como paradigma en todos los casos,
el segundo considera que la ética y la política tienen un objeto de estudio
básicamente cambiante, puesto que se ocupan del ser humano, que es un ser que
cambia en sus opiniones, en sus perspectivas, en sus circunstancias.
Un rasgo distintivo de la polis aristotélica es que en ella se debate racionalmente:
la RACIONALIDAD y el uso de la PALABRA (lógos) son elementos imprescindibles de la
política aristotélica. Pero ¿quiénes son los que pueden hacer uso de la palabra? En
este sentido, Aristóteles se muestra más conservador que Platón: solo pueden
hacerlo los hombres adultos y propietarios atenienses (el propio Aristóteles no lo
es, ya que es originario de Estagira, en Macedonia). Las mujeres, los esclavos y los
extranjeros -como era tradición en la Antigua Grecia- están excluidos. No solo eso:
Aristóteles elabora un argumento para defender la ESCLAVITUD NATURAL de algunos
seres humanos: aunque es consciente del carácter convencional de la esclavitud
(muchos esclavos lo son luego de haber sido conquistado el territorio en el cual
antes eran libres) Aristóteles considera que algunos seres humanos, de acuerdo
con su capacidad racional, nacen para mandar y otros para ser mandados.
Para que los ciudadanos puedan ejercer su libertad, es preciso que estos tres
poderes permanezcan netamente separados. Montesquieu considera que solo
puede ser libre la constitución en la que ningún gobernante pueda abusar del
poder que le fue confiado. Por eso los tres poderes deben estar confiados a
diversas personas, para que cada uno impida al otro exceder sus límites y convertir
el gobierno en una tiranía. Cuando estos poderes se reúnen en un solo lado, ya sea
del lado del pueblo o del lado del déspota, la libertad queda anulada, porque la
balanza de poderes se desestabiliza, y es esta balanza la única garantía
constitucional de libertad. Una soberanía indivisible e ilimitada -sostiene
Montesquieu- es siempre una tiranía.
Por otra parte, el filósofo realiza un análisis de instituciones y pueblos diversos,
alejados de su realidad en tiempo y espacio, para tratar de identificar los fines en
base a los cuales los hombres han organizado sus relaciones políticas. Esto lo lleva
a indicar un "sentido" propio de cada institución política. Así, entonces,
Montesquieu establece que existen tres tipos fundamentales según los cuales los
hombres organizan el gobierno, cada uno con sus propios principios y reglas:
La república, que tiene por principio la virtud, el amor por la patria y por la
igualdad;
La monarquía, que tiene por principio el honor y la ambición personal;
El despotismo, cuyo principio es el miedo que logra infundir en los subditos.
En El espíritu de las leyes, Montesquieu explica: "Estos son los principios de los tres
gobiernos; lo que no significa que en una determinada república todos sean
virtuosos, sino que deberían serlo. Ni prueba tampoco que en una determinada
monarquía se tenga en cuenta el honor, o que en un estado despótico particular
domine el temor; sino solo que sería forzoso que así fuera, porque si no esa forma
de gobierno sería imperfecta". Para él, la república es la forma de gobierno en la
cual el pueblo es a la vez monarca y subdito; pues el pueblo hace las leyes y elige a
los jueces, detentando tanto la soberanía legislativa como la ejecutiva. En el polo
opuesto de la república se encuentra el despotismo -una forma de gobierno por la
que Montesquieu manifiesta rechazo- en el cual una sola persona concentra todos
los poderes, y por lo tanto priva de sus libertades al ciudadano. Como decíamos,
Montesquieu admiraba la separación de poderes que había en Inglaterra y
aspiraba a que Francia recuperara el espacio de los parlamentos, una antigua
institución de origen feudal que había tenido a su cargo el poder judicial, pero que
el absolutismo monárquico había hecho prácticamente desaparecer.
Ahora bien, Montesquieu considera que el poder legislativo tiene que estar en
manos del pueblo, pero ¿de qué modo llegará todo el pueblo a establecer las leyes?
A través de sus representantes. Como leemos en El espíritu de las leyes: "Puesto que
en un Estado libre todo individuo que se supone que tiene el espíritu libre debe
gobernarse por sí mismo, sería necesario que el cuerpo del pueblo tuviera el poder
legislativo. Pero dado que esto es imposible en los grandes Estados, y está sujeto a
muchos inconvenientes en los Estados pequeños, es preciso que el pueblo lleve a
cabo por medio de sus representantes todo lo que no puede hacer por sí mismo". El
pueblo, entonces, debe elegir representantes capaces de debatir los asuntos
públicos, capaces de dar voz al pueblo en el poder legislativo. La expresión de la
voz del pueblo se hace a través de sus representantes, que son los ciudadanos
comprometidos con los asuntos públicos, que deben interesarse por las
necesidades del Estado y de la población, por los abusos, por las soluciones a los
problemas que atraviesa la sociedad. Más democrático sería -como se ha objetado,
a lo largo de la historia- dar la palabra a cada uno de los ciudadanos, en una suerte
de democracia directa y total, sin embargo este sistema corre serios riesgos de
atascarse en cuestiones tediosas y dilatorias, y toda la fuerza de la nación podría
quedar detenida por el capricho de un individuo. Montesquieu prevé, en cambio,
que se realicen elecciones periódicas de representantes y que cada ciudadano
tenga derecho de expresar su voto para elegir a su diputado. No obstante, en línea
con la tradición clásica, Montesquieu considera que existen limitaciones al ejercicio
directo del voto; ya que este está vedado para quienes no son propietarios o no
está en situación análoga a la del propietario: es decir, alguien que recibe haberes.
Su concepción de la república está sesgada por el criterio rígido de la
estratificación social.