Nociones de Estado
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Nociones de Estado
de la Vega
LibroGraf Editora
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SECCIÓN PRIMERA
Marco teórico. El Estado y el aparato administrativo
Capítulo 1
EL ESTADO: NOTAS SOBRE SU(S) SIGNIFICADO(S)
por Mabel Thwaites Rey
A- EL ESTADO MODERNO
CON MEDIOS DE PODER PROPIOS: los grupos políticos de la Edad Media eran
defendidos, dominados y administrados por personas a las que pertenecían, en su
mayor parte en propiedad, los medios administrativos, ya fuesen de carácter militar,
judicial o de otra clase, tales como productos naturales, dinero, armas, caballos,
edificios, etc. La evolución que se llevó a cabo, en el aspecto organizatorio, hacia el
Estado moderno, consistió en que los medios reales de autoridad y administración, que
eran posesión privada, se convierten en propiedad pública y en que el poder de mando
que se venía ejerciendo como un derecho sujeto se expropia en beneficio del príncipe
absoluto primero y luego del Estado.
Como define Heller: “La nueva palabra “Estado” designa certeramente una cosa
totalmente nueva porque, a partir del Renacimiento y en el continente europeo, las
poliarquías, que hasta entonces tenían un carácter impreciso en lo teritorial y cuya
coherencia esra floja e intemintente, se convierten en unidades de poder continuas y
reciamente organizadas, con un solo ejército que era, además, permanente, una única
y competente jerarquía de funcionarios y un orden jurídico unitario, imponiendo
además a los súbditos el deber de obediencia con carácter general”. (Heller, 1942:
145)
El Estado es una relación social, así como el capital es una relación social.1 Pero
la naturaleza relacional del Estado está especificada por su rasgo característico: la
dominación, por eso decimos que el Estado es la relación básica de dominación que
existe en una sociedad, la que separa a los dominantes de los dominados en una
estructura social (O'Donnell, 1979: 291). En este sentido, no es posible escindir Estado
de Sociedad, como no es posible escindir lo económico de lo político, porque ambos
son partes co-constitutivas de una única realidad: la relación social capitalista.
Entonces, cuando se habla de Estado se habla de la relación global que lo articula con
la sociedad. El Estado no es algo externo a la sociedad, o que aparece a posteriori.
Está intrínsecamente ligado a la constitución de la sociedad capitalista, porque es el
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Como afirman Holloway y Picciotto (1980: 79), "el capital es una relación social de explotación y la
acumulación de capital es la forma adoptada por la lucha de clases para crear nuevamente, desarrollar o
destruir esa relación".
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- En la obra ya clásica de James O'Connor (1981), se plantea la contradicción entre las funciones de
acumulación y de legitimación, en tanto que ambas se traducen en demandas para la actividad estatal que
aumentan los gastos públicos. Como no siempre están a mano los ingresos necesarios para enfrentar las
necesidades creadas, puesto que los frutos de la acumulación no están socializados, se produce la crisis
fiscal y las tensiones consecuentes. Ello está relacionado con la lucha de clases, que limita la capacidad del
Estado para racionalizar al capitalismo. Por eso, la estructura interna del Estado resulta ser un producto, un
objeto y un determinante del conflicto de clases.
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de las organizaciones públicas se vincula con el modo en que afecta los intereses de las
diferentes clases.
expresan una determinada modalidad de intervención del Estado, en relación con una
cuestión que despierta la atención, interés o movilización de actores de la sociedad civil
(Oszlak y O'Donnell, 1982). Si partimos de descartar la idea del Estado como cuerpo
monolítico y homogéneo, que emite decisiones claras y unívocas, y en cambio tenemos
en cuenta el complejo entramado que lo constituye y que expresa cristalizaciones de
intereses diversos de la sociedad civil, para una cabal comprensión del caso concreto
será preciso no perder de vista como opera esta trama burocrática en el proceso de
formulación e implementación de una política pública.
Aquí coincidimos con Brown y Erie, cuando afirman que “el Estado no es ni una
arena que facilita la negociación entre grupos antagónicos ni un árbitro que regula el
conflicto político a fin de asegurar imparcialidad. La propia estructura del Estado se
despliega a partir de los resultados de los conflictos estructurales y, a su vez, da forma a
posteriores conflictos. (...) (Por eso) las variaciones en el poder y autonomía de las
organizaciones públicas dependen del resultado de los conflictos estructurales dentro de
la sociedad. El hecho de que el gobierno a menudo actúe contradictoriamente no es
reflejo de un sistema administrativo errático, sino más bien del proceso de resolución de
estos conflictos dentro del Estado” (Brown y Erie, 1984: 186).
En el mismo sentido, Therborn (1986) entiende que “en los aparatos de Estado
llegan a cristalizar, en el curso histórico de la lucha de clases, determinadas relaciones
sociales, y de esta manera llegan a asumir una existencia material, una eficacia y una
inercia que, hasta cierto punto, son ya independientes de la política estatal y las
relaciones de clase existente (...) La coexistencia dentro de un sistema estatal
concreto de varios aparatos, en los que pueden haber cristalizado diferentes conjuntos
de relaciones de clase, hace que la posibilidad de desajustes se incremente sustan-
cialmente”. De ahí que los movimientos que se generan al interior mismo del aparato
burocrático en torno a las posibilidades de intervención y las cuotas de poder que
disputan las distintas agencias y organismos estatales, atraviesan en múltiples sen-
tidos la política pública decidida/ejecutada, y participan activamente en su efectiva
realización.
Medellín Torres (1998) sostiene que “en su condición institucional, las
políticas públicas no sólo expresan la particular configuración de las estructuras,
funciones y procedimientos que rigen al Estado y a las organizaciones públicas, sino
que también revelan la particular dinámica conflictiva en que se desenvuelve la acción
pública. En su relación con las estructuras políticas, las políticas públicas expresan
tanto una particular movilidad de las fuerzas políticas, como una dinámica específica
de incorporación o exclusión (política, económica y social) de los ciudadanos con
respecto a los asuntos del Estado. Y en su relación con la sociedad civil, las
políticas públicas se constituyen en un poderoso instrumento de comunicación”.
En suma, para comprender porqué el aparato estatal es como es, porqué surgió
y cómo cambió, para entender también el sentido y la dinámica de las políticas públicas
como "puestas en acto" de cuestiones socialmente problematizadas, es necesario ir más
allá tanto de la dinámica interna del aparato, esto es, su funcionamiento como
burocracia y el patrón de relaciones que la definen, como de la lógica específica de la
política pública. Se trata de contextualizar su funciones y sus prácticas en el marco más
global de la definición básica del Estado como relación de dominación, atravesada por
las luchas y contradicciones sociales, e históricamente variable.
rasgos estructurales de lo estatal, minimizando lo que tiene que ver con el régimen
político, o bien se ha privilegiado el estudio de los sistemas políticos, ignorando la
categoría Estado, o incluso subsumiéndola o asimilándola conceptualmente con el
propio régimen político o con el gobierno. Aquí intentaremos encontrar los puntos de
intersección entre estos conceptos: Estado, régimen político y gobierno y ver como se
construyen, delimitan e interpenetran en la realidad.
Una distinción entre Estado y gobierno es la que realiza Miliband (1970; 1985).
Para este autor, "el término «Estado» designa a cierto número de instituciones par-
ticulares que, en su conjunto, constituyen su realidad y ejercen influencia unas en otras
en calidad de partes de aquello a lo que podemos llamar sistema del Estado” (Miliband,
1985: 50). Distingue varios componentes institucionales de este sistema, a saber: la
administración pública, el sistema judicial, la estructura de seguridad militar y policial, lo
que denomina "diversas unidades del gobierno subcentral" y que son especies de
prolongaciones del gobierno y la administración centrales, las asambleas parlamentarias
y el gobierno propiamente dicho -el Ejecutivo-. Al hacer esta distinción, Miliband quiere
advertir sobre el peligro de creer que al asumir el gobierno se adquiere simultáneamente
el poder estatal. Porque aunque "el gobierno hable en nombre del Estado y esté
formalmente investido del poder estatal no significa que controle efectivamente el poder"
(Miliband, 1985: 51).
En esta interpretación de Miliband se funden los dos niveles de definición de lo
estatal que enunciáramos mas arriba: el de la relación social y el de los aparatos, ya
que habla del poder estatal, que inmediatamente remite al problema de la clase
dominante y de la forma institucional en que éste se manifiesta, sin distinguir los con-
ceptos. Porque es precisamente a partir de descubrir la interconexión personal de los
miembros de la clase dominante con los funcionarios superiores de las distintas partes
del sistema estatal (élite estatal), que se hace evidente el carácter clasista del Estado
capitalista y la dinámica de su funcionamiento. La relación de dominación se explica
por el aparato. Cuando se refiere al régimen político lo distingue del sistema estatal,
para incluir en él "muchas instituciones, partidos y grupos de presión, que tienen
importancia capital en la actividad política y afectan vitalmente a las operaciones del
sistema estatal" (Miliband, 1985: 55). Pero está claro que se sigue manejando en la
esfera de los aparatos institucionales.
Las definiciones de régimen y sistema político, así como de gobierno, también
presentan matices diferenciados.
O´Donnell (1982) entiende por régimen “el conjunto de patrones realmente
vigentes (no necesariamente consagrados jurídica o formalmente) que establecen las
modalidades de reclutamiento y acceso a los roles fundamentales, así como los criterios
de representación sobre la base de los cuales se formulan expectativas de acceso a
dichos roles”. (O‟Donnell, 1982: 21) El gobierno, en cambio, está constituido por dichos
roles, desde donde se movilizan, directamente o por delegación a escalones inferiores
de la jerarquía burocrática, en apoyo de órdenes y disuaciones, los recursos controlados
por el aparato estatal, incluso su supremacía coactiva. Podría concluirse así que el
gobierno es la cumbre del aparato estatal y el régimen es el trazado de las rutas que
conducen a esa cumbre.
Otro autor, Collier (1985), incluye dentro del régimen factores tales como el
método de selección del gobierno (elecciones, golpe militar, etcétera), mecanismos
formales e informales de representación (sistemas de partidos, sistema corporativo,
etcétera), así como modos de represión. "El régimen se distingue de los ocupantes
particulares de los roles gubernamentales, de la coalición política que apoya a estos
ocupantes y de las medidas públicas que adopten (salvo, claro está, las medidas que
definen o transforman el propio régimen)" (Collier, 1985: 404)
Por su parte, a fines de los setenta Fernando Henrique Cardoso (1985) entendía
por "régimen" a "las normas formales que vinculan a las principales instituciones
políticas (al legislativo con el ejecutivo, al ejecutivo con la judicatura, y al sistema de par-
tidos con todos ellos), además de a la cuestión de la naturaleza política de los vínculos
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y las relaciones de poder que rigen la acción del aparato estatal” (Medellín Torres,
1997).
En síntesis, podríamos definir al Estado como la condensación-materialización
de determinadas relaciones sociales, al gobierno como un espacio decisivo dentro del
aparato estatal y al régimen como una estructura formal que define uno los aspectos
centrales de la circulación del poder y la construcción de políticas públicas. De ahí que
no todo cambio de gobierno implique un cambio de régimen, ni tampoco todo cambio de
régimen implique la alteración de la forma Estado. Sólo una alteración profunda del
modelo de acumulación y del tipo de estructura de clases estaría indicando una
transformación estructural de la forma histórica de Estado (Tarcus, 1992).
Ahora bien, no se trata tampoco de pensar que los regímenes políticos se
estructuran como moldes autónomos que se utilizan libremente en cualquier forma es-
tatal. Es decir, no existe el "traje" democrático-parlamentario, el democrático-
presidencialista, el autoritario, el monárquico, etcétera, que se usa a voluntad. Existen,
en cambio, determinadas características que tipifican a cada régimen político entendido
como "tipo ideal" -cuyas características podrán variar según el enfoque teórico con que
se aborde su estudio-, y regímenes políticos "concretos" operando sobre realidades
estatal-nacionales específicas. Y son precisamente estas realidades estatales concretas
-con las correlaciones de fuerzas presentes y el peso de la historia- las que imprimen
sus huellas sobre las formas que adoptan los regímenes políticos, y determinan las
prácticas políticas fundamentales. Cabe subrayar que los factores que especifican la
existencia de un determinado régimen político no tienen una relación mecánica y directa
con aquellos que determinan la existencia de la forma histórica del Estado. Por otra
parte, es preciso destacar que en la realidad política mundial actual no existe una
variedad infinita de regímenes políticos, entendidos como conjuntos de reglas
constitucionalmente definidas. Los patrones que definen a las democracias liberales,
esto es, división de poderes, elecciones libres y periódicas, voto universal y secreto, y
respeto de las libertades políticas estatuidas, en la actualidad aparecen formalmente
aceptados por un gran número de países, no solo del centro sino de la periferia
capitalista, tras la oleada "redemocratizadora" de los años ochenta. Es así que las op-
ciones de "regímenes políticos" -en el sentido de un conjunto de reglas formales y estan-
darizadas- disponible no parece ser demasiado amplias.
La práctica política
electoral, referida a la particular distribución del poder que generan los resultados
electorales” (Torre, 1998: 39).
Es en el contexto específico de una forma estatal, un régimen político y un
gobierno dados que se expresan los papeles institucionales del Ejecutivo y del
Parlamento, y en la dinámica de interacción entre ambos que se especifica su
verdadera entidad institucional. Cuando se plantea qué papel le cupo al Parlamento en
la definición de una determinada política pública, estamos hablando, en un plano más
global, sobre su lugar institucional, vis à vis, fundamentalmente, los otros poderes del
Estado. En este sentido, aparece la dimensión del debate en torno al peso específico
de los órganos deliberativos-legislativos en las democracias modernas, por una parte,
y en determinado régimen político, por la otra. Aquí, en el primer sentido, se introduce
la discusión que pone énfasis en la devaluación estructural del parlamento occidental
en relación al poder adquirido por los ejecutivos. En el segundo sentido, estrictamente
institucional, es preciso señalar cómo la tradición constitucional indica los causes por
donde se desarrolla la actividad legislativa y se conforma la voluntad legisferante.
Entonces, el desempeño del Congreso variará según se trate de un sistema
presidencialista, como el argentino, o parlamentario y, además, incluirá otras variables
como la forma de selección de los representantes y la articulación con los partidos
políticos, que influirá en el peso específico que adquiera. Aquí también juega un papel
fundamental la historia institucional.
Pero cuando se habla del Parlamento, también se está haciendo referencia a la
relación gobierno-oposición, y a las fórmulas institucionales para encontrar acuerdos
consistentes que garanticen la gobernabilidad. Cuál es el papel que le cabe a la
oposición en el sistema democrático es una de las cuestiones más debatidas cuyo
centro es, precisamente, el papel del Congreso, único lugar institucional donde la
oposición tiene representación política legitimada y puede llegar a incidir en el proceso
de toma de decisiones. Y esto se relaciona con el punto anterior en la medida en que,
según sean las mayorías obtenidas, es que variará el significado de la oposición y del
Parlamento, aún en un sistema fuertemente presidencialista como el argentino. El
constante reclamo que suele hacer la oposición para que el Parlamento no sea
soslayado, y la tendencia de los Ejecutivos a manejarse por decreto, muestran la
complejidad del tema. Y aquí se introduce también otro matiz: el de la relación entre el
gobierno y el partido del gobierno, que habla de la complicada articulación de las
disidencias internas y remite a la cultura partidaria y sus tradiciones democráticas o
autoritarias para resolver los conflictos internos y agregar voluntades.
Un tercer plano se refiere a la relación entre representantes y representados, a
la forma en que los intereses de los distintos sectores sociales son interpretados y
receptados por los partidos políticos, a la manera en que esos intereses, opiniones y
valoraciones son expuestas en los discursos y las prácticas políticas específicas, como
las parlamentarias. Porque se trata de saber cómo interpretan su mandato los
representantes políticos en el Congreso, y cómo, a través de su acción discursiva,
intentan dar cuenta de las transformaciones operadas en la realidad, y las preferencias
de sus representados. En este plano aparece una pregunta importante: los
representantes parlamentarios de los partidos populares, ¿representan los intereses
mayoritarios ante las minorías de poder económico, o traducen, en cambio, la realidad
impuesta por los grupos de poder a las mayorías, para hacerlas aceptables?. Esta es
una de las claves para entender los vacíos representativos y la pérdida de credibilidad
del Parlamento, aunque paradójicamente logre conservarla el Ejecutivo, y la que
vuelve a colocar en el debate el tema de la debilidad estructural de esta institución
como canal sustantivo y no meramente formal de los intereses colectivos.
Una característica central del capitalismo es que mientras que desde sus
inicios la acumulación capitalista se desarrolló a nivel global, los Estados nacionales
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desarrolladas, que imprimen al conjunto lo esencial de sus leyes, sin que ello implique
que éstas se apliquen directamente a la periferia. Para estos autores, "el Estado será el
lugar donde va a cristalizarse la necesidad de reproducir el capital a escala internacional
(...) Es el lugar por donde transita la violencia necesaria para que la división internacio-
nal del trabajo se realice, porque es el elemento y el medio que hacen posible esa polí-
tica" (Mathías y Salama, 1986: 43/44).
Por su parte, Holloway afirma que “cada Estado nacional es un momento de la
sociedad global, una fragmentación territorial de una sociedad que se extiende por todo
el mundo. Ningún Estado nacional, sea rico o pobre, se puede entender en abstracción
de su existencia como momento de la relación mundial del capital. La distinción que se
hace tan seguido entre los Estados dependientes y los no-dependientes se derrumba.
Todos los Estados nacionales se definen, histórica y constantemente, a través de su
relación con la totalidad de las relaciones sociales capitalistas" (Holloway, 1993). Sin
embargo, aclara que ello no implica que la relación entre el capital global y los Estados
nacionales sea idéntica, ya que éstos son momentos distintos y no idénticos de la
relación global. Por otra parte, la fragmentación del mundo en sociedades nacionales
lleva a que cada Estado tenga una definición territorial específica que implica, por ende,
una relación específica con la población dentro de ese territorio. Y justamente esta
definición territorial es la que explica que cada Estado nacional tenga una relación
diferente con la totalidad de las relaciones capitalistas. Siguiendo este razonamiento,
Holloway sostiene que “Los Estados nacionales compiten...para atraer a su territorio una
porción de la plusvalía producida globalmente. El antagonismo entre ellos no es
expresión de la explotación de los Estados periféricos por los Estados centrales, sino
que expresa la competencia -sumamente desigual- entre los Estados para atraer a sus
territorios una porción de la plusvalía global. Por esta razón, todos los Estados tienen un
interés en la explotación global del trabajo”. (Holloway, 1993)
Mathías y Salama definen a la economía mundial como un todo en movimiento,
que conserva pero modifica continuamente las relaciones de dominación. “Esas
modificaciones expresan, a su vez, que la jerarquización no se pone en cuestión en lo
que tiene de esencial y que subproduce formas nuevas. La política económica de un
Estado en la periferia puede así buscar adaptarse a las transformaciones que sufre la
división internacional del trabajo y a la vez influir sobre ésta. Es por lo tanto, a la vez,
expresión de una división internacional del trabajo a la que se somete y expresión de
una división internacional del trabajo que intenta modificar“ (Mathías y Salama, 1986:
41).
Como señala Burham, la noción de “integración” de los Estados en el mercado
mundial no implica que un Estado pueda escoger no estar integrado, ya que no es
posible una estrategia política de „autonomía nacional‟. En tanto que cada Estado es
un participante de la economía global, no se hace política en ausencia sino en un
contexto internacional. Ello tampoco quiere decir que las políticas nacionales tengan
importancia secundaria, sino que deben ubicarse en un contexto en el que existen a
través de la acumulación global de capital, que limita las formas en que las
autoridades políticas contienen el conflicto social. Entonces, “el Estado no puede
resolver la crisis global del capital. Sin embargo, puede ganar una posición favorable
en la jerarquía del sistema de precios, incrementando la eficiencia de la explotación
capitalista, operando dentro de sus límites, y adoptando una política monetaria
restrictiva manteniendo una relación estrecha entre consumo y producción (Burham,
1997: 33). Por eso, más que enfocar los debates en términos de perdida de soberanía,
o ver al capital global como externo al Estado, es preciso subrayar que los Estados
nacionales no son simplemente afectados por las „tendencias económicas‟ o la
„globalización‟, sino que son parte de esta crisis del todo social.
Por otro lado, entender el capitalismo como sistema mundial sirve también para
identificar la diferencia constitutiva de cada Estado nación, sus características
específicas, condicionamientos y potencialidades. No son capitalismos "en carrera" sino
capitalismos constitutivamente distintos. Pero en tanto que capitalismos, no deja de ser
MANUAL DE CIENCIA POLÍTICA
Juan Manuel Abal Medina
II. EL ESTADO
Cuando se habla del Estado de Bienestar generalmente se lo asocia con las trans-
formaciones que sufrió el aparato estatal a partir de la crisis de 1930 y fundamental-
mente con el auge de las políticas económicas keynesianas que dominaron el mundo
desde fines de la segunda guerra mundial. Pero, en realidad, podemos encontrar los
orígenes del Estado de Bienestar mucho antes de John Maynard Keynes (1883-1946).
Sería interesante, dadas las constantes confusiones, remarcar las diferencias entre
el Estado de Bienestar (EB) y el Estado Keynesiano (EK):
“En primer lugar, mientras el keynesianismo o el EK significó una ruptura con la etapa
liberal previa a la década de 1930 y una respuesta a las crisis recurrentes por ésta produci-
das, el EB ya había desarrollado sus instituciones antes de la Gran Depresión. Segundo,
las causas que los originaron son diferentes: el EB respondió a motivaciones de índole
político-social, mientras que el EK lo hizo a determinantes de naturaleza fundamental-
mente económica. En tercer lugar, mientras los instrumentos típicos del EK son flexibles,
para poder ser utilizados anticíclicamente, las instituciones del EB están caracterizadas
por su rigidez, ya que crean derechos garantizados jurídicamente e incorporados como
derechos adquiridos en la conciencia de la población. Cuarto, el EK opera en el campo de
la inversión y la producción, mientras que el EB lo hace en el terreno de una redistribución
que pretende permitir el acceso de amplios sectores de la población al consumo de bienes
y servicios”
(Isuani, Lo Vuolo y Tenti, 1991: 9).
El origen del EB se encuentra en el siglo XIX, cuando se hizo evidente que el libre
juego del mercado, lejos de satisfacer las demandas de todos los individuos, producía
una polarización creciente de la sociedad sobre la base de una gran desigualdad. Esta
desigualdad entró en contradicción con los principios filosóficos de las revoluciones
burguesas.
El fin del feudalismo y la emergencia del capitalismo modificaron
sustancialmente las relaciones sociales. En el feudalismo existía una responsabili-
dad de los señores sobre sus vasallos por la cual debían protegerlos a cambio de
trabajo y lealtad. En el capitalismo, a partir del surgimiento del trabajador formal-
mente libre, se planteó una situación de responsabilidad personal. En consecuen-
cia, durante el siglo XIX se produjo un crecimiento de los conflictos sociales, que
llegaron a convertirse en olas revolucionarias. Tales conflictos tuvieron su base en
estas fuertes contradicciones sociales.
Es en Alemania donde podemos situar el origen histórico del EB. El canciller
Otto von Bismarck (1815-1898), como forma de canalizar los reclamos obreros que
eran la base social del Partido Socialdemócrata Alemán (el partido socialista más
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Manual de Ciencia Política
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II. EL ESTADO
18. Según Isuani (2005), el estado de bienestar argentino tiene un sesgo corporativo en tanto la cobertura de
seguridad social está basada en las contribuciones obrero-patronales-estatales. Sin embargo, el autor destaca que la
política social argentina también cuenta con sistemas de prestaciones basados en el concepto de ciudadanía, como
el sistema público de educación.
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Manual de Ciencia Política
“El estado asistencial ha servido como la más importante fórmula pacificadora de las
democracias capitalistas avanzadas en el período siguiente a la segunda guerra mundial.
En lo fundamental, esta fórmula pacificadora consiste en primer lugar, en la explícita
obligación del aparato estatal de proveer asistencia y apoyo (en dinero o en prestaciones)
a aquellos ciudadanos que sufren de necesidades y riesgos específicos, característicos de
la sociedad de mercado; esta asistencia es provista bajo el aspecto de derechos legales
concedidos a los ciudadanos. En segundo lugar, el estado asistencial está basado en el
reconocimiento del rol formal de los sindicatos de los trabajadores tanto en la redacción
de los contratos colectivos de trabajo como en la formación de las políticas públicas. Se
considera que estos dos componentes estructurales del estado asistencial limitan el con-
flicto de clase y lo mitigan, equilibrando el poder asimétrico del trabajo y de capital y,
como consecuencia de ello, superando las condiciones de lucha disgregante y de contra-
dicciones que constituyen la característica más conspicua del estado preasistencial o del
capitalismo liberal. Resumiendo, el estado asistencial ha sido celebrado a lo largo del
período posbélico como la solución política de las contradicciones sociales”.
A partir de la década del `70 comenzó a hacerse evidente una crisis del EBK. Los
indicadores económicos empezaron a mostrar una declinación en la producción y el
empleo y se inició un momento novedoso en la economía de los países centrales: la
simultaneidad de recesión e inflación (o “estanflación”). El elemento detonante fue la
crisis económica generada por el aumento de los precios del petróleo y la crisis fiscal que
prosiguió agravada por los cambios demográficos ocurridos que derivaron en una po-
blación más envejecida y por ende con una menor proporción de contribuyentes. Pero
una vasta literatura ha asignado las causas de esta crisis a un proceso endógeno a la
dinámica del EBK. O’Connor (1984) señala que consistió en una crisis de acumulación,
es decir, una baja en el proceso de inversión, situación absolutamente diferente a la
vivida en los años ’30, cuando se trató de una crisis de sobreacumulación o subconsumo.
Uno de los argumentos frecuentemente utilizados para explicar esta crisis de acu-
mulación se basó en el aumento creciente del gasto social por parte del estado. Es
decir, el proceso de redistribución del capital al trabajo habría generado una reducción
del excedente disponible en manos de los capitalistas para destinar a inversiones. Sin
embargo, el hecho de que gran parte del gasto social surgiera del salario de los traba-
jadores refuta las críticas efectuadas al EBK como mecanismo de reducción del exce-
dente para inversión (Isuani, Lo Vuolo y Tenti, 1991).
A partir de la crisis del EBK en los años ’70 surgió una literatura sobre el retroceso del
mismo en Europa. Este proceso quedó evidenciado en los sistemáticos recortes realizados
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II. EL ESTADO
a distintos programas sociales que habían sido el eje del estado benefactor tales como los
subsidios de desempleo, los seguros por enfermedad y los seguros por accidentes labora-
les. La teoría de los recursos de poder sostuvo que el rol de las clases socioeconómicas en
el conflicto redistributivo era fundamental para explicar el retroceso del EBK. En este
sentido, Korpi (2003) resaltó dos factores explicativos fundamentales que influyeron fuer-
temente en el grado de retroceso: la política partidaria y el tipo de instituciones del EBK.
Con respecto al primer factor, los países que durante este período tuvieron gobiernos
conformados por partidos de izquierda presentaron un menor nivel de recortes al gasto
social que los países que tuvieron gobiernos conformados por partidos de centro y de
derecha. Por su parte, el segundo factor alude a la idea de que los países que desarrollaron
instituciones del EBK que lograron estructurar y organizar los intereses de los ciudadanos
adversos al riesgo presentaron un menor nivel de recortes en los programas sociales.
El mundo ha cambiado sustancialmente desde los años ’80 a esta parte. Diversos
autores señalan conceptos tales como posmodernidad, segunda modernidad, globalización
o sociedad de la información, como características propias de esta nueva era.20
19. Los casos paradigmáticos de implementación de esta ideología corresponden a los gobiernos de Margaret
Thatcher en el Reino Unido (1979-1990) y de Ronald Reagan en los Estados Unidos (1981-1989). Aunque con
diversos resultados, ambos gobiernos abandonaron como principal objetivo macroeconómico el pleno empleo y
orientaron sus políticas hacia el control de la inflación, el recorte del gasto público, la desregulación del mercado de
trabajo y la reducción del estado.
20. Para el desarrollo de estos conceptos consultar Beck, 1998; Castels, 1997; Giddens, 1999, 2000a, 2000b;
Gray, 2000; Habermas, 2000 y Lechner, 1998.
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21. Beck (1998) denomina “globalismo” a los intentos de reducir la globalización a un fenómeno exclusiva-
mente económico.
22. En el mismo sentido se expresa Giddens al plantear que la universalización “no es sólo un fenómeno
económico” sino una “compleja mezcla de procesos que actúan frecuentemente de modo contradictorio, por lo que
se producen conflictos, desconexiones y nuevas formas de estratificación” (2000: 14).
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II. EL ESTADO
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política local; y las estrategias específicas de los gobiernos, así como societales, para
desafiar, administrar o aliviar los imperativos de la globalización”
(Held, 1999: 441).
Scharpf (2000) analizó cómo distintas instituciones afectan la evolución de los Estados de
Bienestar europeos en el marco de una nueva era de globalización y de formación de la
comunidad europea. Al respecto, el autor afirma que el proceso de integración económica
ha tenido impactos sobre la capacidad de los estados en tanto ha restringido, debido a los
contextos de mayor movilidad del capital y de mayor competencia impositiva, la posibi-
lidad de implementar políticas que anteriormente éstos ponían en práctica. Sin embargo,
para este autor los impactos dependen de las instituciones existentes, en particular, de las
estructuras de empleo, de las estructuras de impuestos y de los beneficios ofrecidos por el
Estado de Bienestar. En este sentido, los países que tienen altas tasas de empleo en el sector
público o en el sector privado de servicios protegidos, que disponen de una estructura
fuerte de impuestos para financiar la seguridad social y que tienen un alto gasto en segu-
ridad social o que estimulan la inserción en el mercado de trabajo de las personas sin
empleo (políticas de workfare) presentan mayores probabilidades de afrontar las
constricciones ejercidas por la integración económica.
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Breve historia
del Neoliberalismo
David Harvey
1
III
El Estado neoliberal
El papel del Estado en la teoría neoliberal es bastante fácil de definir. Sin embargo, la
práctica de la neoliberalización ha evolucionado de tal modo que se ha alejado de
manera significativa de la plantilla prescrita por esta teoría. Por otro lado, la evolución
hasta cierto punto caótica y el desarrollo geográfico desigual de las instituciones, los
poderes y las funciones estatales experimentado durante los últimos treinta años sugiere
que el Estado neoliberal pueda ser una forma política inestable y contradictoria.
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del libre comercio86. Estos son los puntos de acuerdo considerados esenciales para
garantizar las libertades individuales. El marco legal viene definido por obligaciones
contractuales libremente negociadas entre sujetos jurídicos en el mercado. La
inviolabilidad de los contratos y el derecho individual a la libertad de acción, de
expresión y de elección deben ser protegidos. El Estado, pues, utiliza su monopolio de
los medios de ejercicio de la violencia, para preservar estas libertades por encima de
todo. Por ende, la libertad de los empresarios y de las corporaciones (contempladas por
el sistema jurídico como personas) para operar dentro de este marco institucional de
mercados libres y de libre comercio, es considerada un bien fundamental. La empresa
privada y la iniciativa empresarial son tratadas como las llaves de la innovación y de la
creación de riqueza. Los derechos de propiedad intelectual son protegidos (por ejemplo,
a través de las patentes) de tal modo que sirvan para estimular cambios tecnológicos.
Los incrementos incesantes de la productividad deberían, pues, conferir niveles de vida
más elevados para todo el mundo. Bajo la premisa de que «una ola fuerte eleva a todos
los barcos», o la del «goteo o chorreo››, la teoría neoliberal sostiene que el mejor modo
de asegurar la eliminación de la pobreza (tanto a escala doméstica como mundial) es a
través de los mercados libres y del libre comercio.
86
H. J. Chang, Globalization, Economic: Development and the Role of the State, Londres, Zed Books, 2003; B. Jessop,
“Liberalism, Neoliberalism, and Urban Governance. A State-Theoretical Perspective”, Antipode XXXIV, 3 (2002), pp.
452-472; N. Poulantzas, State Power Socialism, Londres, Verso, 1978; S. Clarke (ed), The State Debate, Londres,
Macmillan, 1991; S. Haggard y R. Kaufman (eds.), The Politics of Economic Adjustment International Constraints,
Distributive Conflicts and the State, Princeton, Princeton University Press, 1992; R. Nozick, Anarchy, State and Utopia,
Nueva York, Basic Books, 1977.
72
privatización y la desregulación, junto a la competencia, eliminan los trámites
burocráticos, incrementan la eficiencia y la productividad, mejoran la calidad de las
mercancías y reducen los costes, tanto de manera directa para el consumidor a través de
la oferta de bienes y servicios más baratos, como indirectamente mediante la reducción
de las cargas fiscales. El Estado neoliberal debería buscar de manera persistente
reorganizaciones internas y nuevos pactos institucionales que mejoren su posición
competitiva como entidad en relación con otros Estados en el mercado global.
La libre movilidad del capital entre sectores, regiones y países se considera un factor
crucial. Todas las barreras a esta libertad de movimiento (como aranceles, ajustes
fiscales punitivos, la planificación y los controles medioambientales, así como otros
impedimentos localizados) han de ser eliminadas, salvo en aquellas áreas que son
cruciales para los «intereses nacionales», con independencia de cómo se definan éstos.
La soberanía estatal sobre la circulación de mercancías y de capitales es entregada en
una actitud servicial al mercado global. La competencia internacional se percibe como
algo positivo en tanto que mejora la eficiencia y la productividad, reduce los precios y,
por consiguiente, controla las tendencias inflacionarias. Por lo tanto, los Estados
deberían buscar de manera colectiva, y negociar entre ellos, la reducción de las barreras
a la circulación del capital entre las fronteras y la apertura de los mercados (tanto para
las mercancías como para capital) al intercambio global. No obstante, la cuestión de si
ésto también se aplica a la fuerza de trabajo, en tanto que mercancía, resulta polémica.
En tanto que todos los Estados deben colaborar para reducir las barreras al intercambio,
deben surgir estructuras de coordinación como el grupo de los países del capitalismo
avanzado (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Canadá Japón)
conocido como el G7 (y, actualmente, como el G8 tras la adhesión de Rusia). Los
acuerdos internacionales entre los Estados que garantizan el imperio de la ley y la
libertad de comercio, como los que acaban de incorporarse a los acuerdos de la
Organización Mundial de Comercio, son cruciales para el avance del proyecto neoliberal
a escala global.
73
Los teóricos del neoliberalismo albergan, sin embargo, profundas sospechas hacia la
democracia. El gobierno de la mayoría se ve como una amenaza potencial a los derechos
individuales y a las libertades constitucionales. La democracia se considera un lujo, que
únicamente es posible bajo condiciones de relativa prosperidad en las que también
concurre una fuerte presencia de la clase media para garantizar la estabilidad política.
Los neoliberales tienden, por lo tanto, a favorecer formas de gobierno dirigidas por elites
y por expertos. Existe una fuerte preferencia por el ejercicio del gobierno mediante
decretos dictados por el poder ejecutivo y mediante decisiones judiciales en lugar de
mediante la toma de decisiones de manera democrática y en sede parlamentaria. Los
neoliberales prefieren aislar determinadas instituciones clave, como el banco central, de
las presiones de la democracia. Dado que la teoría neoliberal se concentra en el imperio
de la ley y en la interpretación estricta de la constitucionalidad, se infiere que el
conflicto y la oposición deben ser dirimidos a través de la mediación de los tribunales.
Los individuos deben buscar las soluciones y los remedios de todos los problemas a
través del sistema legal.
Tensiones y contradicciones
Existen algunas áreas oscuras así como también puntos de conflicto en el seno de la
teoría general del Estado neoliberal. En primer lugar, está el problema de cómo
interpretar el poder monopolista. La competencia a menudo acaba convertida en
monopolio o en oligopolio, ya que las empresas más fuertes expulsan a las más débiles.
La mayoría de los teóricos del neoliberalismo no consideran problemático este aspecto
(en su opinión, debería maximizar la eficiencia) con tal de que no haya barreras
sustanciales a la entrada de competidores (una condición a menudo difícil de llevar a la
práctica y que el Estado debe, por lo tanto, salvaguardar). El caso de los denominados
«monopolios naturales» resulta más espinoso. No tiene sentido la competencia entre
múltiples redes de energía eléctrica, de sistemas de tuberías para la conducción del gas,
de sistemas de suministro de agua y de tratamiento de las aguas residuales, o de líneas
férreas entre Washington y Boston. En estas áreas, la regulación estatal del suministro,
el acceso y la fijación de precios parece ineludible. Aunque la desregulación parcial
puede ser posible (permitiendo a los productores en competencia proporcionar
electricidad utilizando la misma red o conducir trenes en las mismas vías, por ejemplo)
las posibilidades de que aparezcan prácticas especulativas y abusivas, como demostró
sobradamente la crisis de energía de California en 2002, o de irregularidades y de
confusión extremas, como ha demostrado la situación de los ferrocarriles británicos, son
muy reales.
El segundo gran ámbito de controversia es el relativo a los fallos del mercado. Éstos se
producen cuando los individuos y las compañías eluden asumir la totalidad de los costes
74
imputables a su actividad, eludiendo sus responsabilidades al no permitir que el mercado
valore su incidencia mediante el sistema de precios resultante (estas responsabilidades
son, en lenguaje técnico, “externalizadas”). El tema clásico para abordar este problema
es la contaminación, puesto que los individuos y las compañías eluden los costes
vertiendo gratis sus residuos tóxicos en el medio ambiente. Como resultado de su
actuación, puede producirse la destrucción o degradación de ecosistemas productivos.
La exposición a sustancias peligrosas o a peligros físicos en los centros de trabajo puede
afectar a la salud de los seres humanos e incluso reducir la reserva de trabajadores sanos
que constituyen la fuerza de trabajo. Aunque los defensores del neoliberalismo admiten
la existencia del problema y algunos aceptan la necesidad de una limitada intervención
estatal, otros defienden la inacción porque el remedio será casi con toda seguridad peor
que la enfermedad. Sin embargo, la mayoría estaría de acuerdo en que, de haber
intervenciones, éstas deben operar a través de los mecanismos del mercado (mediante
cargas o incentivos fiscales, la comercialización de los derechos de contaminación, y
otras medidas similares). Los fallos de la competencia son tratados de una forma similar.
A medida que proliferan las relaciones contractuales y la subcontratación puede incurrirse
en un incremento de los costes de transacción. El gran aparato de la especulación de divisas,
por tomar sólo un ejemplo, se presenta como algo cada vez más costoso a la vez que se
vuelve progresivamente más fundamental para capturar beneficios especulativos.
Igualmente, emergen otros problemas si, por ejemplo, todos los hospitales en mutua
competencia de una misma región compran el mismo sofisticado equipo que permanece
infrautilizado provocando, de este modo, un aumento de los costes agregados. En este
sentido, la defensa de la contención del gasto mediante la planificación, la regulación y la
coordinación vinculante por parte del Estado es contundente, pero de nuevo los neoliberales
se muestran profundamente desconfiados hacia este tipo de intervenciones.
Se presume que todos los agentes que actúan en el mercado tienen acceso a la misma
información. Igualmente, se presume que no existen asimetrías de poder o de
información que interfieran en la capacidad de los individuos para tomar decisiones
económicas racionales en su propio interés. En la práctica, raramente, si es que alguna
vez, se producen situaciones que se aproximen a esta situación, y ésto tiene notables
consecuencias87. Los jugadores mejor informados y más poderosos poseen una ventaja
que pueden fácilmente explotar para conseguir todavía más información y un mayor
poder relativo. Por otro lado, el establecimiento de derechos de propiedad intelectual (las
patentes) estimula el «predominio de la búsqueda de rentas». Los actores que poseen
derechos sobre patentes utilizan su poder monopolista para fijar precios monopolistas y
evitar la transferencia de tecnología, excepto a un coste muy elevado. Por lo tanto, con el
transcurso del tiempo, las relaciones de poder asimétricas tienden a incrementarse y no a
reducirse, a menos que el Estado intervenga para contrarrestarlas. La idea neoliberal de
87
J. Stiglitz, autor de The Roaring Nineties (Nueva York, Norton, 2003), obtuvo su Premio Nóbel por sus estudios sobre el
modo en las asimetrías de información afectaban al comportamiento y a los resultados del mercado.
75
un sistema de información perfecto y de un campo de juego equilibrado para la
competencia, parece o bien una utopía inocente, o bien una forma deliberada de
enmarañar los procesos que conducirán a la concentración de la riqueza y, por lo tanto, a
la restauración del poder de clase.
88
Véase, D. Harvey, The Condition of Posmodernity, Oxford, Basil Blackwell, 1989, y D. Harvey, The Limits to Capital,
Oxford, Basil Blackwell, 1982.
76
cambio, en instituciones no democráticas ni políticamente responsables (como la
Reserva Federal o el FMI) para tomar decisiones determinantes. Ésto crea la paradoja de
una intensa intervención y gobierno por parte de elites y de “expertos” en un mundo en
el que se supone que el Estado no es intervencionista. Ésto recuerda el cuento utópico de
Francis Bacon titulado New Atlantis (publicado por primera vez en 1626), en el que
todas las decisiones cruciales son tomadas por un consejo de sabios ancianos. Así pues,
frente a los movimientos sociales que buscan intervenciones colectivas, el Estado
neoliberal se ve obligado a intervenir, en ocasiones de manera represiva, negando, por lo
tanto, las mismas libertades que supuestamente defiende. Sin embargo, en esta situación
puede desenfundarse un arma secreta, ya que la competencia internacional y la
globalización pueden ser utilizadas para disciplinar a los movimientos de oposición a la
agenda neoliberal dentro de Estados concretos. Si ésto fallara, el Estado debe entonces
recurrir a la persuasión, a la propaganda o, en caso necesario, a la fuerza bruta y al poder
policial para suprimir la oposición al neoliberalismo. Éste era precisamente el miedo de
Polanyi: que el proyecto utópico liberal (y por ende neoliberal) en última instancia sólo
podía sostenerse recurriendo al autoritarismo. La libertad de las masas se restringiría
para favorecer la libertad de unos pocos.
Hay dos ámbitos en particular en los que el impulso para restaurar el poder de clase,
tensa y en algunos aspectos llega incluso a voltear la teoría neoliberal cuando es llevada
a la práctica. La primera emerge de la necesidad de crear un «clima óptimo de negocios
o de inversión» para las pujas capitalistas. Aunque hay algunas condiciones, como la
estabilidad política o el respeto pleno de la ley y la imparcialidad en su aplicación, que
plausiblemente podrían ser consideradas «neutrales respecto a la clase», hay otras
manifiestamente parciales. Esta parcialidad emerge, en particular, del tratamiento de la
fuerza de trabajo y del medioambiente como meras mercancías. En caso de conflicto, el
Estado neoliberal típico tenderá a privilegiar un clima óptimo para las empresas frente a
77
los derechos colectivos (y la calidad de vida) de la fuerza de trabajo o frente a la
capacidad del medio ambiente para regenerarse. El segundo aspecto en el que se
manifiesta la parcialidad emerge porque en caso de conflicto el Estado neoliberal
favorece de manera invariable la integridad del sistema financiero y la solvencia de las
instituciones financieras sobre el bienestar de la población o la calidad medioambiental.
Estos sesgos sistemáticos no siempre resultan fáciles de distinguir dentro del revoltijo de
prácticas estatales divergentes y a menudo sumamente dispares. Las consideraciones
pragmáticas y oportunistas juegan un importante papel. El presidente Bush defiende los
mercados libres y el libre comercio, pero impuso aranceles al acero para alentar sus
oportunidades electorales (de manera satisfactoria, tal y como se demostró) en Ohio. Las
importaciones extranjeras se ven arbitrariamente limitadas mediante cuotas establecidas
con la finalidad de aplacar el descontento doméstico. Los europeos protegen la
agricultura por razones sociales, políticas e incluso estéticas, aunque insisten en el libre
mercado en todos los demás sectores. Se producen intervenciones estatales especiales
que favorecen intereses comerciales particulares (por ejemplo, la firma de acuerdos
sobre armamento) y los Estados extienden créditos de manera arbitraria a otros Estados
en aras a obtener acceso e influencia política en regiones sensibles desde el punto de
vista geopolítico (como en Oriente Próximo). Por todo este tipo de razones, sería en
efecto sorprendente constatar que incluso el más fundamentalista de los Estados
neoliberales, no se separa nunca de la ortodoxia neoliberal.
En otros casos, estas divergencias entre la teoría y la práctica pueden ser razonablemente
atribuidas a problemas friccionales de transición, que son reflejo de las diferentes formas
estatales existentes con anterioridad al giro neoliberal. Las condiciones que
prevalecieron en Europa central y del Este tras la caída del comunismo fueron muy
especiales, por ejemplo. La velocidad con la que se produjo la privatización bajo la
«terapia de choque»89, infligida sobre estos países en la década de 1990, creó enormes
tensiones que reverberan hasta el día de hoy. Los Estados socialdemócratas (como los de
Escandinavia y Gran Bretaña en el periodo inmediatamente posterior a la guerra) han
mantenido durante largo tiempo sectores clave de la economía como la atención
sanitaria, la educación e incluso la vivienda, fuera del mercado aduciendo que la
cobertura de las necesidades humanas básicas no debía mediarse a través de las fuerzas
del mercado y de un acceso limitado a las mismas en función de la capacidad de pago.
Aunque Margaret Thatcher se las arregló para transformar todo este sistema, los suecos
resistieron durante mucho tiempo, incluso ante enérgicas tentativas por parte de los
intereses de la clase capitalista para tomar el camino neoliberal. Por razones muy
diferentes, los Estados de los países en vías de desarrollo (tales como Singapur y otros
países asiáticos) se apoyan en el sector público y en la planificación estatal en estrecha
colaboración con el capital doméstico y corporativo (a menudo extranjero y
89
Sobre este concepto, Naomi Klein profundiza en su libro “La doctrina del shock: El auge del capitalismo de desastre”.
78
multinacional) para impulsar la acumulación de capital y el crecimiento económico90.
Los Estados de estos países suelen prestar una considerable atención a las
infraestructuras sociales así como también a las físicas. Esto implica políticas mucho
más igualitarias, por ejemplo, respecto al acceso a la educación y a la atención sanitaria.
La inversión estatal en educación se considera, por ejemplo, como un prerrequisito
crucial para ganar ventajas competitivas en el comercio mundial. Los Estados de los
países en vías de desarrollo se han tornado consecuentes con la neoliberalización hasta
el punto de que facilitan la competencia entre diversas compañías, corporaciones y
entidades territoriales, aceptan las reglas del libre comercio y se basan en mercados de
exportación abiertos. Sin embargo, practican un intervencionismo activo creando
infraestructuras que generan un clima óptimo para los negocios. Por lo tanto, la
neoliberalización abre posibilidades para que los Estados de los países en vías de
desarrollo fortalezcan su posición en la competencia internacional mediante el desarrollo
de nuevas estructuras de intervención estatal (tales como el apoyo a la investigación y el
desarrollo). Sin embargo, por la misma razón la neoliberalización crea igualmente
condiciones propicias para la formación de clase y, a medida que este poder de clase se
fortalece, aflora la tendencia (como ocurre, por ejemplo, en la Corea contemporánea) a
que esta clase pretenda liberarse de su dependencia del poder estatal y busque reorientar
este mismo poder en la dirección de las líneas marcadas por el neoliberalismo.
A medida que nuevos acuerdos institucionales vienen a definir las reglas del comercio
mundial -por ejemplo, la apertura de los mercados de capital es actualmente una
condición para la pertenencia al FMI o a al OMC-, los Estados de los países en vías
desarrollo se ven más arrastrados al redil neoliberal. Por ejemplo, uno de los efectos
principales de la crisis asiática de 1997-1998, fue llevar a los países en vías desarrollo a
acatar pautas más acordes al modelo de prácticas neoliberales. Y, tal y como hemos
visto en el caso británico, es difícil mantener una postura neoliberal externamente (por
ejemplo, facilitar las operaciones del capital financiero) sin aceptar un mínimo de
neoliberalización interna (Corea del Sur ha luchado exactamente contra este tipo de
presión en tiempos recientes). Pero los Estados de los países en vías de desarrollo no
están en absoluto convencidos de que la senda neoliberal sea la correcta, en particular, a
raíz de que aquellos (como Taiwán y China) que no habían liberado sus mercados de
capital padecieron en mucha menor intensidad el azote de la crisis de 1997-1998 que
aquellos que lo habían hecho91.
90
P. Evans, Embedded Autonomy. Status and Industrial Transformation, Princeton, Princeton University Press, 1995; R.
Wade, Governing the Market, Princeton, Princeton University Press, 1992; M. Woo Cummings (ed.), The Developmental
State, Ithaca (NY), Cornell University Press, 1999.
91
P. Henderson, “Uneven Crises. Institutional Foundation of East Asian Turmoil”, Economy and Society XXVIII, 3 (1999),
pp. 327-368.
79
Las prácticas contemporáneas relativas al capital financiero y a las instituciones
financieras constituyen, tal vez, el aspecto más difícil de conciliar con la ortodoxia
neoliberal. Los Estados neoliberales acostumbran a facilitar la propagación de la
influencia de las instituciones financieras a través de la desregulación pero, asimismo,
con demasiada frecuencia también garantizan la integridad y la solvencia de las
instituciones financieras sin importar en absoluto las consecuencias. Este compromiso se
deriva, en parte, (y de manera legítima en algunas versiones de la teoría neoliberal) de la
dependencia del monetarismo como base de la política estatal, ya que la integridad y la
solidez de la moneda es un piñón central de esta política. Pero, de manera paradójica,
ésto significa que el Estado neoliberal no puede tolerar que se produzcan errores
financieros masivos aunque hayan sido las instituciones financieras las que hayan
tomando una decisión equivocada. El Estado tiene que intervenir y sustituir el dinero
“malo” por su propio dinero supuestamente “bueno”; lo que explica la presión sobre los
bancos centrales para mantener la confianza en la solidez de la moneda. A menudo, el
poder estatal ha sido utilizado para rescatar a compañías o para prevenir quiebras
financieras, como ocurrió en la crisis de las cajas de ahorro estadounidenses de 1987-
1988, que tuvo un coste aproximado para los contribuyentes de 150.000 millones de
dólares, o la caída del hedge fund [fondo de inversión de alto riesgo] Long Term Capital
Management en 1997-1998, que costó 3.500 millones de dólares.
81
debajo de su precio ordinario (respaldadas por el FMI y por el Departamento del Tesoro
estadounidense) que garantizaban la devolución del resto de la deuda (en otras palabras,
se garantizaba a los acreedores el pago de la deuda a una tasa de 65 céntimos por dólar).
En 1994, cerca de 18 países (incluidos México, Brasil, Argentina, Venezuela, y
Uruguay) habían aceptado acuerdos en virtud de los cuales les eran condonados 60.000
millones de dólares de deuda. Por supuesto, la esperanza era que esta condonación de la
deuda desencadenara una recuperación económica que permitiera que el resto de la
deuda se saldara de la forma debida. El problema estribaba en que el FMI también se
aseguró de que todos los países que se aprovecharon de esta módica condonación de su
deuda (que muchos analistas consideraron mínima en relación a la que los bancos
podían permitirse) también asumían la obligación de tragarse la píldora envenenada de
las reformas institucionales neoliberales. La crisis del peso en México en 1995, la de
Brasil en 1998, y el absoluto desplome de la economía argentina en 2001 eran resultados
previsibles.
Finalmente, ésto nos lleva a la problemática cuestión del modo en que el Estado
neoliberal enfoca los mercados laborales. En el plano interno, el Estado neoliberal es
necesariamente hostil a toda forma de solidaridad social que entorpezca la acumulación
de capital. Por lo tanto, los sindicatos independientes u otros movimientos sociales
(como el socialismo municipal del tipo experimentado en el Consejo del Gran Londres),
que adquirieron un considerable poder bajo el liberalismo embridado, tienen que ser
disciplinados, cuando no destruidos, en nombre de la supuestamente sacrosanta libertad
individual del trabajador aislado. La «flexibilidad» se ha convertido en una consigna en
lo que se refiere a los mercados laborales. Es difícil sostener que el aumento de la
flexibilidad es algo negativo en términos absolutos, en particular ante prácticas
sindicales esclerotizadas y sumamente restrictivas. Así pues, hay reformistas con
convicciones de izquierdas que afirman de manera contundente que la «especialización
flexible» es un avance94. Aunque algunos trabajadores individuales puedan, sin duda,
beneficiarse de ésto, las asimetrías de poder y de información que emergen, unidas a la
falta de una movilidad libre y factible de la fuerza de trabajo (particularmente a través de
las fronteras estatales) colocan a los trabajadores en una situación de desventaja. La
especialización flexible puede ser aprovechada por el capital como un sencillo método
de obtener medios de acumulación más flexibles. Ambos términos -especialización
flexible y acumulación flexible- tienen connotaciones bastante diferentes 95. El resultado
general se traduce en la disminución de los salarios, el aumento de la inseguridad laboral
y, en muchas instancias, la pérdida de los beneficios y de las formas de protección
laboral previamente existentes. Estas tendencias son fácilmente discernibles en todos los
Estados que han emprendido la senda neoliberal. Dado el violento ataque ejercido contra
todas las formas de organización obrera y contra los derechos laborales, y la gran
94
M. Piore y C. Sable, The Second Industrial Divide. Possibilities of Prosperity, Nueva York, Basic Books, 1986.
95
Véase, D. Harvey, The Condition of Posmodernity, Oxford, Basil Blackwell, 1989.
82
dependencia de las masivas pero sumamente desorganizadas reservas de trabajadores
que podemos encontrar en países como China, Indonesia, India, México y Bangladesh,
se podría decir que el control de la fuerza de trabajo así como el mantenimiento de una
elevada tasa de explotación laboral, han sido un elemento central y una constante, de la
neoliberalización. La restauración o la formación del poder de clase se producen, como
siempre, a expensas de la fuerza de trabajo.
96
V. Navarro (ed.), The Political Economy of Social Inequalities. Consequences for Health and the Quality of Life,
Amityville (NY), Baywood, 2002.
83
crisis energética en California y que se hundió seguidamente en medio de un gran
escándalo por alterar su contabilidad. Por lo tanto, el cambio del gobierno (el poder
estatal por sí mismo) a la gobernanza (una configuración más amplia del Estado y de
elementos clave de la sociedad civil) ha venido marcado por el neoliberalismo97. A este
respecto, en líneas generales, puede decirse que las prácticas del Estado neoliberal y del
Estado de los países en desarrollo convergen.
97
P. McCarney y R. Stren, Governance on the Ground. Innovations and Discontinuities in the Cities of the Developing
World, Princeton, Woodrow Wilson Center Press, 2003; A. Dixit, Lawlessness and Economics. Alternative Modes of
Governance, Princeton, Princeton University Press, 2004.
84
llegar a costar miles de millones de dólares, es decir, una suma equivalente al
presupuesto anual de algunos pequeños países pobres), los resultados a menudo distan
de ser imparciales y favorecen a los que ostentan el poder económico. Los privilegios de
clase en la toma de decisiones dentro del poder judicial, se encuentran muy extendidos,
cuando no invaden todo el proceso98. No debería sorprender que los principales medios
de acción colectiva bajo el neoliberalismo se definan y se articulen a través de grupos no
electos (y en muchos casos dirigidos por la elite) de defensa de varios tipos de derechos.
En algunos casos, como en el campo de la protección de los consumidores, de los
derechos civiles o de los derechos de las personas discapacitadas, esos medios han
permitido alcanzar objetivos sustantivos. Las organizaciones no gubernamentales y los
movimientos de base popular también han crecido y proliferado de manera destacada
bajo el neoliberalismo, dando lugar a la creencia de que la oposición movilizada fuera
del aparato estatal y dentro de cierta entidad separada denominada «sociedad civil» es la
fuente de energía de la política opositora y de la transformación social99. El periodo en el
que el Estado neoliberal se ha tornado hegemónico ha sido también el período en el que
el concepto de sociedad civil -a menudo calificada como una entidad opuesta al poder
estatal- se ha convertido en un elemento central para la formulación de políticas
opositoras. La idea gramsciana del Estado como una unidad de la sociedad política y la
sociedad civil deja paso a la idea de la sociedad civil como un centro de oposición, sino
como fuente de una alternativa, al Estado.
Pero no todo marcha bien para el Estado neoliberal y por ello, en tanto que forma
política, parece mostrar un carácter o bien transitorio o bien inestable. El problema
radica en la creciente disparidad entre los objetivos públicos declarados del
neoliberalismo -el bienestar de todos- y sus consecuencias reales: la restauración del
poder de clase. Pero más allá de este hecho, reside toda una serie de contradicciones más
específicas que necesitan ser subrayadas.
98
R. Miliband, The State in Capitalist Society, Nueva York, Basic Books, 1969.
99
N. Rosenblum y R. Post (eds.), Civil Society and Government, Princeton, Princeton University Press, 2001; S. Chambers
y W. Kymlicka (eds.), Alternative Conceptions of Civil Society, Princeton, Princeton University Press, 2001.
100
K. Ohmae, The End of the Nation State. The Rise of the Regional Economies, Nueva York, Touchstone Press, 1996.
85
Por un lado, se espera que el Estado neoliberal ocupe el asiento trasero y simplemente
disponga el escenario para que el mercado funcione, por otro, se asume que adoptará una
actitud activa para crear un clima óptimo para los negocios y que actuará como una
entidad competitiva en la política global. En este último papel tiene que funcionar como
una entidad corporativa, y ésto plantea el problema de cómo asegurar la lealtad de los
ciudadanos. Una respuesta evidente es el nacionalismo, pero éste es profundamente
antagónico respecto a la agenda neoliberal. Este era el dilema de Margaret Thatcher, ya
que el único modo que tenía de ganar la reelección y de promover con mayor intensidad
las reformas neoliberales en el ámbito doméstico, era jugando la carta del nacionalismo
en la guerra de Falklands/Malvinas o, incluso de manera más significativa, en la
campaña contra la integración económica en Europa. Una y otra vez, ya sea en la Unión
Europea o en MERCOSUR (donde los nacionalismos brasileños y argentinos impiden la
integración), en el TLCAN101 o en la ASEAN, el nacionalismo requerido para que el
Estado funcione efectivamente como una entidad corporativa y competitiva en el
mercado mundial entorpece el camino de las libertades comerciales más generales.
El autoritarismo en la imposición del mercado a duras penas encaja con el ideario de las
libertades individuales. Cuanto más vira el neoliberalismo hacia lo primero, más difícil
se vuelve mantener su legitimidad respecto a lo segundo y más tiene que revelar sus
colores antidemocráticos. Esta contradicción es paralela a una creciente falta de simetría
en las relaciones de poder entre las corporaciones y las personas de a pie. Si el «poder
corporativo roba tu libertad personal», entonces la promesa del neoliberalismo se queda
en nada102. Ésto afecta a los individuos tanto en su lugar de trabajo como en su espacio
vital. Por ejemplo, se puede afirmar que la situación de una persona con respecto a los
sistemas de cobertura sanitaria es cuestión de responsabilidad y de opciones personales,
pero esta afirmación deja de ser sostenible cuando la única forma que se tiene de cubrir
las necesidades en el mercado es mediante el pago de primas exorbitantes a compañías
de seguros ineficientes, gigantescas y sumamente burocratizadas, pero también
altamente rentables. Cuando estas compañías tienen incluso el poder de definir nuevas
categorías de enfermedades para hacerlas coincidir con la aparición en el mercado de
nuevos medicamentos, hay algo que claramente no está funcionando como debiera103.
Tal y como vimos en el Capítulo 2, mantener la legitimidad y el consentimiento en estas
circunstancias se convierte en un juego de equilibrios mucho más complicado, que
puede venirse abajo fácilmente cuando las cosas empiezan a ir mal.
101
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, conocido también como TLC o como NAFTA, siglas en
inglés de North American Free Trade Agreement, o ALÉNA, del francés Accord de libre-échange nord-américain ) es un
bloque comercial entre Estados Unidos, Canadá y México que entró en vigor el 1 de enero de 1994 y establece una zona de
libre comercio. (Fuente: Wikipedia)
102
J. Court, Corporateering. How Corporate Power Steals your Personal Freedom, Nueva York, J. P. Tarcher/Putnam, 2003.
103
D. Healy, Let Them Eat Prozac. The Unhealthy Relationship Between the Pharmaceutical Industry and Depression,
Nueva York, New York University Press, 2004.
86
Aunque preservar la integridad del sistema financiero puede ser crucial, el
individualismo autoglorificador e irresponsable de sus operadores son fuente de
volatilidad especulativa, de escándalos financieros y de inestabilidad crónica. Los
escándalos de Wall Street y los fraudes contables destapados en los últimos años han
socavado la confianza y planteado serios problemas a las autoridades reguladoras acerca
de cómo y cuándo intervenir, tanto en el plano internacional como nacional. La libertad
de comercio a escala internacional, requiere la existencia de ciertas reglas de juego, y
ésto suscita la necesidad de cierto tipo de gobernanza global (por ejemplo, a través de la
OMC). La desregulación del sistema financiero abre la puerta a conductas que exigen
una regulación en aras a evitarse la crisis 104.
104
W. Bello, N. Bullard, y M. Malhotra (eds.), Global Finance. New Thinking on Regulating Speculative Markets, Londres,
Zed Books, 2000.
105
Némesis: Mit. Diosa de la venganza y de la justicia distributiva en la mitología griega, se la considera enemiga de toda felicidad.
87
La globalización económica ha entrado en una nueva fase. Una creciente reacción
contra sus consecuencias, especialmente en las democracias de los países
industrializados, amenaza con tener un impacto desestabilizador en muchos países
sobre la actividad económica así como sobre la estabilidad social. El clima general
en estas democracias es de indefensión y de ansiedad, lo que ayuda a explicar el
auge de una nueva corriente de políticos populistas. No es difícil que ésto se
transforme en una insurrección106.
La respuesta neoconservadora
Si el Estado neoliberal es esencialmente inestable, entonces, ¿qué podría sustituirle? En
Estados Unidos hay señales de una respuesta propiamente neoconservadora a este
interrogante. En sus reflexiones sobre la historia reciente de China, Wang también
sugiere que en un plano teórico:
Al igual que los neoliberales que les precedieron, los «neocons»108 han alimentado
durante largo tiempo sus particulares lecturas del orden social en las universidades
(siendo particularmente influyente Leo Strauss en la Universidad de Chicago) y en
think-tanks generosamente financiados, así como también a través de influyentes
publicaciones (como Commentary)109. Los neoconservadores alientan el poder
106
K. Schwab y C. Srnadja, citado en D. Harvey, Spaces of Hope, Edinburgo, Edinburg University Press, 2000, p. 70 (ed
cast.: Espacios de esperanza, Madrid, «Cuestiones de antagonismo 16», Ediciones Akal, 2003.)
107
H. Wang, China´s New Order Society, Politics and Economy in Transition, Cambridge (MA), Harvard University Press,
2003, p. 44.
108
En referencia a los neoconservadores.
109
J. Mann, The Rise off the Vulcans. The History oƒ Bush´s War Cabinet, Nueva York, Viking Books, 2004; S. Drury, Leo
Strauss and the American Right, Nueva York, Palgrave MacMillan, 1999.
88
corporativo, la empresa privada y la restauración del poder de clase. Por lo tanto, el
neoconservadurismo concuerda totalmente con la agenda neoliberal del gobierno elitista,
la desconfianza hacia la democracia y el mantenimiento de las libertades de mercado.
No obstante, se aleja de los principios del neoliberalismo puro y ha reformulado las
prácticas neoliberales en dos aspectos fundamentales: primero, en su preocupación por
el orden como una respuesta al caos de los intereses individuales y, segundo, en su
preocupación por una moralidad arrogante como el aglutinante social que resulta
necesario para mantener seguro al Estado frente a peligros externos e internos.
Frente a esta situación, parece necesario implantar cierto grado de coerción social en
aras a restaurar el orden. Por lo tanto, los neoconservadores hacen hincapié en la
militarización en tanto que antídoto al caos de los intereses individuales. Por esta razón
son mucho más propensos a llamar la atención sobre las amenazas, ya sean reales o
imaginarias, y tanto domésticas como provenientes del exterior, a la integridad y a la
estabilidad de la nación. En Estados Unidos, ésto implica accionar lo que Hofstadter
describe como «el estilo paranoico de la política estadounidense», en el que la nación se
representa sitiada y amenazada por enemigos internos y externos110. Este estilo de hacer
política tiene una dilatada historia en Estados Unidos. El neoconservadurismo no es
nuevo, y desde la Segunda Guerra Mundial ha encontrado su hogar particular en el
poderoso complejo de la industria militar, que tiene intereses creados en la
militarización permanente. Pero el final de la Guerra Fría planteó el interrogante sobre
de dónde provendría la amenaza a la seguridad estadounidense. El islamismo radical y
China emergieron como los candidatos más probables en el frente externo, y los
movimientos de disidencia surgidos en su seno (los miembros de Rama Davidiana
masacrados en Waco, el movimiento de milicias que brindó socorro al atentado de
Oklahoma, los disturbios que estallaron en Los Ángeles tras la paliza a Rodney King y,
110
R. Hofstadter, The Paranoia Style in America Politics and Other Seáis, Cambridge (MA), Harvard University Press,
1996.
89
finalmente, los disturbios de Seatle en 1999) tenían que ser colocados en el punto de
mira interno mediante un fortalecimiento de la vigilancia y del seguimiento policial de
los mismos. La emergencia sumamente real de la amenaza del islamismo radical durante
la década de 1990, que culminó en los acontecimientos del 11 de septiembre, saltó
finalmente al primer plano como el elemento central de la declaración de una «guerra
contra el terrorismo» permanente que exigía una militarización tanto interna como en el
plano internacional para garantizar la seguridad de la nación. Aunque a todas luces era
preciso articular algún tipo de respuesta militar/policial a la amenaza evidenciada por los
dos ataques contra el World Trade Center de Nueva York, la llegada al poder de los
neoconservadores garantizaba una respuesta global y, en opinión de muchos,
extralimitada en el paso hacia una vasta militarización tanto en casa como en el
extranjero111.
111
D. Harvey, The New Imperialism, Oxford, Oxford University Press, 2003 [ed, cast.: El Nuevo imperialismo, Madrid,
“Cuestiones de antagonismo 26”, Ediciones Akal, 2004]
112
H.J. Chang, Globalisation, Economic Development and the Role of the State, Londres, Zed Books, 2003.
113
M. Kaldor, New and Old Wars. Organizad Violence in a Global Era, Cambridge, Polity, 1999, p. 130.
90
Pero el mejor modo de comprender los valores morales que actualmente ocupan el papel
más importante para los neoconservadores es atendiendo al hecho de que son el
producto de la particular coalición forjada en la década de 1970 entre la elite y los
intereses financieros unidos con la intención principal de restaurar su poder de clase, por
un lado, y una base electoral integrada en la «mayoría moral» de la desengañada clase
obrera blanca, por otro. Los valores morales se concentraron en el nacionalismo cultural,
la superioridad moral, el cristianismo (de un determinado tipo evangélico), los valores
familiares en relación con cuestiones como el derecho a la vida y en el antagonismo
respecto a los nuevos movimientos sociales, como el feminismo, los derechos de los
homosexuales, la acción afirmativa o el ecologismo. Si bien durante la era reaganiana
esta alianza fue eminentemente táctica, el desorden doméstico de los años de Clinton
convirtió el debate sobre los valores morales en el eje del republicanismo de Bush hijo.
Actualmente, constituye el centro de gravedad de la agenda moral del movimiento
neoconservador114.
Pero no sería acertado considerar este giro neoconservador como un rasgo excepcional o
particular de Estados Unidos, aunque puedan estar funcionando en este país elementos
específicos que no están presentes en otros lugares, aquí esta afirmación de los valores
morales se apoya de manera considerable en apelaciones a los ideales ligados, entre
otras cosas, a la nación, a la religión, a la historia o a la tradición cultural, y en ningún
caso estos ideales se ciñen a este país. Este hecho coloca nuevamente en el centro del
análisis, y de manera más acusada, uno de los aspectos más problemáticos de la
neoliberalización, ésto es, la curiosa relación entre el Estado y la nación, En principio, la
teoría neoliberal no mira con buenos ojos a la nación, aún cuando defiende la idea de un
Estado fuerte. El cordón umbilical que une al Estado y a la nación bajo el liberalismo
embridado, ha de ser cortado si se quiere que el neoliberalismo pueda madurar. Esta
afirmación se torna especialmente cierta si pensamos en algunos Estados, como México
y Francia, que adoptan una forma corporativista. E1 Partido Revolucionario Institucional
de México había defendido durante un largo periodo de tiempo el lema de la unidad
entre el Estado y la nación, pero esta defensa hizo aguas de manera progresiva, e hizo,
incluso, que buena parte de la nación se volviese contra el Estado a raíz de las reformas
neoliberales adoptadas durante la década de 1990. Por supuesto, el nacionalismo ha sido
un rasgo secular de la economía global y efectivamente sería extraño que hubiera
desaparecido sin dejar rastro como resultado de las reformas neoliberales; de hecho, en
cierta medida ha revivido como oposición a las consecuencias que ha acarreado el
proceso de neoliberalización. El ascenso de los partidos de derecha de corte fascista en
Europa, que expresan fuertes sentimientos en contra de la población inmigrante, es un
claro ejemplo de ello. Más lamentable fue, si cabe, el nacionalismo étnico que estalló al
114
T. Frank, What`s the Matter with Kansas. How Conservatives Won the Hearts of America, Nueva York, Metropolitan
Books, 2004.
91
calor del desplome económico de Indonesia y que concluyó con un brutal ataque contra
la minoría china en aquél país.
Sin embargo, tal y como hemos visto, el Estado neoliberal necesita cierta forma de
nacionalismo para sobrevivir. Empujado a operar como un agente competitivo en el
mercado mundial y pretendiendo establecer el mejor clima posible para los negocios, el
Estado neoliberal moviliza el nacionalismo en sus esfuerzos por alcanzar el éxito. La
competitividad produce ganadores y perdedores efímeros en la lucha global por alcanzar
una determinada posición y este hecho, en sí mismo, puede ser una fuente de orgullo, o
de examen de conciencia, nacional. Igualmente, ésto se pone de manifiesto en el
nacionalismo que se genera alrededor de las competiciones deportivas que se celebran
entre diferentes países. En China, hay una abierta apelación al sentimiento nacionalista
en la lucha por obtener una posición (cuando no la hegemonía) en la economía global (al
igual que podemos ver en la intensidad de su programa de entrenamiento para los atletas
que competirán en los Juegos Olímpicos de Pekín). Tanto Corea del Sur como Japón se
encuentran asimismo desbordados por un sentimiento nacionalista y, en ambos casos,
este hecho puede ser considerado como un antídoto frente a la disolución de los antiguos
vínculos de solidaridad social bajo el impacto del neoliberalismo. En el seno de los
viejos Estados-nación (como Francia) que ahora constituyen la Unión Europea, se están
avivando fuertes corrientes de nacionalismo cultural. La religión y el nacionalismo
cultural también brindaron el aliento moral que durante los últimos años sostuvo el éxito
del Partido Nacionalista Hindú para poner en marcha las prácticas neoliberales en la
India. La invocación de valores morales en la revolución iraní y el posterior giro hacia el
autoritarismo, no han conllevado el abandono total de las prácticas basadas en el
mercado en este país, aunque la revolución apuntaba contra la decadencia del
individualismo desenfrenado de las relaciones mercantiles. Un impulso semejante
descansa detrás del viejo sentido de superioridad moral que invade países como
Singapur y Japón respecto a lo que ellos perciben como el individualismo decadente y el
multiculturalismo deslavazado de Estados Unidos. El ejemplo de Singapur es
particularmente ilustrativo. Ha combinado el neoliberalismo en el mercado con un poder
estatal draconiano, coercitivo y autoritario, mientras apela a vínculos de solidaridad
moral basados en los ideales nacionalistas de un Estado insular asediado (tras su
expulsión de la federación malaya), en los valores confucianos y, de manera más
reciente, en una versión propia de la ética cosmopolita apropiada a su actual posición en
el mundo del comercio internacional115. Especialmente interesante es, asimismo, el caso
británico. Margaret Thatcher, a través de la guerra de las Islas Falklands/Malvinas y de
su postura antagonista hacia Europa, invocó el sentimiento nacionalista para suscitar el
apoyo a su proyecto neoliberal, aunque la idea que animaba su visión era la de Inglaterra
115
Lee Kuan Yew, From Third World to First. The Sincapore Store, 1965-2000, Nueva York, Harper Collins, 2000.
92
y San Jorge, y no la del Reino Unido, lo que despertó la hostilidad de Escocia y de
Gales.
93
Mabel Thwaites Rey (Editora)
EL ESTADO EN AMÉRICA
LATINA: CONTINUIDADES
Y RUPTURAS
3
El Estado en la región. La conflictiva
discusión de alternativas teóricas
Introducción
* Dra María Susana Bonetto. Directora del Doctorado en Ciencia Política del Centro de
Estudios Avanzados de la U.N.C. Categoría I en Docencia-Investigación. Profesora Titular
U.N.V.M.
117
extracción colonial, en tanto esta contextualidad típicamente latinoa-
mericana, requiere análisis e interpretaciones teóricas apropiadas e in-
cluso desplazamientos epistemológicos.
Es importante elucidar desde dónde se analizan los procesos de
construcción y reformulación del Estado, en tanto ellos están marcados
históricamente, por el acontecimiento traumático de la conquista y la
dominación colonial. “Nadie escapa a esta experiencia, los nativos origi-
narios, llamados indígenas, los mestizos, criollos, los descendientes de
los barcos, nadie escapa a este acontecimiento violento de instauración
de institucionalización, de dominación, de configuración societal y de
aculturación que es la vivencia múltiple de la colonialidad” (Prada, 2010).
¿Independencia y descolonización?
118
Estas consideraciones nos abren camino para sostener, coincidiendo
con Prada Alcoreza (2010), que el Estado en la región ha sido el gran
instrumento de colonización desde la conformación de los aparatos ad-
ministrativos coloniales hasta las formas más modernas de Estados repu-
blicanos. Por otra parte, el problema colonial no es, como algunos sos-
tienen, sólo privativo de las sociedades con fuerte densidad demográfica
indígena. La aculturación la sufren las sociedades sin importar las dife-
rencias étnicas, impacta al prescribir modelos europeos para el análisis
de los Estados regionales, e impedir pensar desde la propia identidad.
La introducción de la lógica eurocéntrica que lo hizo posible, le da sus
formas de existencia todavía hoy, en la colonialidad del poder, pero so-
bre todo del saber y del ser1.
Este recorrido nos permite trabajar una argumentación central,
en base a hipótesis elaboradas hace un tiempo por Mignolo (2001), esto
es, que la conciencia criolla de las élites blancas que condujeron el perío-
do independentista se forjó en el imaginario del colonialismo interno
(reproducción de la diferencia colonial en el período nacional). Así se
produce la independencia política, pero no la cultural ni la económica.
El colonialismo interno atraviesa todo el período de formación del Esta-
do nacional. Según esta perspectiva la conciencia criolla en el período
independentista se forjó sólo como conciencia geopolítica. América se
constituye como el lugar de pertenencia geográfica y de derecho de au-
todeterminación. Como conciencia racial se constituyó internamente
en la diferencia con la población afroamericana y amerindia. La concien-
cia criolla produjo la independencia política, generando a su vez el colo-
nialismo interno. Según la conciencia de las élites blancas criollas se
trataba de ser americanos sin dejar de ser europeos, por ello distintos a
los amerindios y a los afroamericanos. Esto signa un imaginario regional
que se reitera con distintas expresiones, en diferentes momentos en las
élites latinoamericanas. En este marco, en la construcción del Estado
Nacional, la burguesía latinoamericana percibió sus intereses socioeco-
nómicos iguales a los de la europea, instalándose en esa configuración
como socios menores de las burguesías centrales.
Si, a modo de ejemplo, se focaliza el análisis del colonialismo en
Argentina, se advierte que la formación del Estado a partir de 1860
1
Es necesario recordar que la colonialidad del poder y del ser se perpetúan, resignificados,
hasta el presente.
119
estuvo vinculada a los objetivos “civilizatorios” de las clases dominantes
y direccionada a la negación del pasado y lo americano. Esta ruptura
refleja la subalternización y la desconfianza hacia la población america-
na. Se contraponía lo europeo, como lo bueno, lo positivo para el pro-
greso y lo americano como incapaz de alcanzarlo.
Sarmiento, en ese sentido, sostenía claramente que: “la república
era solicitada por dos fuerzas, la una civilizada, constitucional, europea y
la otra bárbara, arbitraria, americana” (Sarmiento, 1967:114). Así, la opo-
sición civilización y barbarie es la antinomia de dos identidades: la euro-
pea y la americana. Para las élites blancas criollas, la razón, el orden la
libertad y la riqueza provenían de Europa. El colonialismo interno repro-
dujo la misión “civilizatoria” del blanco por sobre el negro, el indio y el
mestizo, representativos de la barbarie americana que constituyen “lo otro
de la razón”, lo que justifica el ejercicio de un poder disciplinante.
En esa perspectiva de pensamiento, en Argentina tanto Mitre como
Sarmiento se esforzaron por adecuar la república a los requerimientos
del desarrollo económico, generando un capitalismo dependiente, en el
marco de la división internacional del trabajo, para lograr una reproduc-
ción del modelo europeo. El orden representaba para las élites una con-
dición necesaria para alcanzar ese modelo a través del progreso, pero
excluía todos aquellos elementos que podrían obstruir el avance de la
civilización, fueran estos indios o montoneras.
Desde esta perspectiva el proceso de homogenización de los miem-
bros de la sociedad imaginada desde una mirada eurocéntrica no se pro-
dujo por la descolonización de las relaciones sociales en la población,
sino por la eliminación masiva de una parte de ella (los indios) y la
exclusión de otros (negros y mestizos).
De ahí en más, la construcción del Estado se ha orientado por
concepciones eurocéntricas que excluyen los sujetos populares herede-
ros de la “barbarie”, salvo en los períodos de irrupción popular y de
gobiernos representativos de estos sectores, que fueron descalificados y
destituidos por las elites eurocéntricas.
El colonialismo interno, tributario del eurocentrismo, se advierte
en el caso argentino en los diferentes momentos de internalización o
imposición de recetas o prescripciones desde el centro en la institución
de diferentes modelos de Estado, que se construyeron internalizando
requerimientos “civilizatorios” europeos. El momento fundacional de
formación del Estado argentino, fue consecuencia del proceso de expan-
120
sión del capitalismo, por la articulación de los mercados internos con la
economía internacional, lo que implicó la consolidación de la clase pro-
ductora vinculada a la economía agroexportadora. En ese contexto, los
sectores dominantes promovieron una visión filosófica-política que to-
maba como paradigma civilizatorio el “progreso” europeo. En ese mar-
co, las cuestiones de “Orden” y “Progreso”, implicaron la imposición de
un nuevo y diferente modo de convivencia que excluía a los representan-
tes de la “barbarie”, los cuales fueron extinguidos o brutalmente some-
tidos.
Algunos análisis introductorios que revisan los fundamentos inte-
lectuales y la praxis del Estado, ya poniendo el acento desde el siglo XX,
permiten comprender cómo se construyeron y se mantienen presentes y
vigentes anteriores enfoques colonialistas, que se entrecruzan con las nue-
vas formas de colonialismo aportadas por intelectuales de la misma tradi-
ción, lo que acentúa la dificultad de todo intento de producir interpreta-
ciones críticas regionales y propuestas alternativas al orden vigente.
121
intervención” (Escobar 2005). Por ello, se impone la necesidad de su
desarrollo, según el modelo prescripto desde el centro, y al conceptuali-
zar el progreso en estos términos, la estrategia del desarrollo se constitu-
yó en el instrumento para normalizar el mundo bajo el dominio del
Occidente. Esto es así, en tanto las relaciones sociales, las formas de
pensar, las visiones del futuro quedaron marcadas por la colonización de
la realidad a partir del discurso del desarrollo. Así, para los países de la
periferia la necesidad del “desarrollo” se convirtió en el problema funda-
mental y el principal desafío del Estado.
El Estado como motor del desarrollo no era cuestionado ni por
los enfoques liberales centrados en el mercado, que lo consideraban esen-
cial para el crecimiento económico, y tampoco se puso en duda ni si-
quiera por los críticos al capitalismo que proponían solamente “otro de-
sarrollo”. Todo se enmarcaba en el discurso del desarrollo constituido en
una certeza del imaginario social de la época. A esto se agregaba la fe en
la Ciencia y la Tecnología, potenciada en sus avances a partir del desa-
rrollo bélico, que se había constituido en la certeza justificada de resolu-
ción de los problemas en el camino propuesto hacia esos objetivos.
En ese contexto, la propuesta de un Estado desarrollista en la
región constituyó a éste en el eje del proceso de construcción estatal2.
Esta idea del desarrollo ligado a los procesos económicos se vinculó con
la concepción de la modernización que postulaba un proceso de cambio
irreversible de las sociedades latinoamericanas, tendientes a superar la
tradición como obstáculo principal, y la búsqueda de principios de trans-
formación, que permitieran incorporar la tecnología y los valores mo-
dernos. Se negaban las tradiciones y prácticas de las sociedades “subde-
sarrolladas”, lo que coartaba sus antiguos modos de vida, y en muchos
casos generó un real empobrecimiento de sectores populares, al perder
sus capacidades de autonomía y control de su existencia, en tanto de-
bían dejar sus prácticas y subordinarse a los programas impuestos desde
el centro.
Frente a esta concepción, la teoría de la dependencia ya desde los
sesenta representó el mayor esfuerzo crítico para dar cuenta de las limi-
taciones del desarrollo dependiente y el cuestionamiento de éste, carac-
terizado como “la adopción de normas de comportamiento, actitudes y
2
Concepto que según Evans implica una fórmula que combina el aislamiento burocrático
con una intensa inserción a través de contactos adecuados en la estructura social circundan-
te.
122
valores identificados con la racionalidad económica moderna” (Dos San-
tos, 2003: 14). Se pone en duda este camino del desarrollo a partir de la
relación estructural centro–periferia, al poner el acento en la dependen-
cia y la imposibilidad de alcanzar el desarrollo del centro, en tanto este
existe porque existe la periferia. Sin embargo, aún a pesar de estos es-
fuerzos, no es factible sostener que en la región se lograra una desvincu-
lación crítica de la idea del desarrollo sino que, en algunos casos, se
resignificó desde otra perspectiva.
En este marco, a pesar de algunos intentos de integración inter-
nacional periférica, que con cierta autonomía, como el movimiento de
los no alineados, intentaron construir una alternativa propia, se produjo
una intensa expansión de este imaginario dependiente, universalizado a
través de las clases dominantes regionales. Los discursos emancipatorios
no tenían suficiente visibilidad en ese momento, para disputar su signi-
ficado ya que no tenía aceptación la reivindicación de la diferencia cul-
tural emergente de movimientos indígenas o mestizos, así tampoco los
movimientos populistas, con su propia significación transformadora y
con una valoración de las necesidades y de proyectos económicos desde
un discurso alternativo regional.
La transición democrática
123
mocrática como un “orden dado”, concepto liberal de la política como
gestión de mercado, que concebirla como construcción social. Esta si-
tuación se produce en el marco de la crisis del marxismo y del cuestiona-
miento de las estrategias revolucionarias.
En ese contexto, descripto por Lechner, diferentes perspectivas
teóricas, aún las marxistas constatan que en las investigaciones sobre el
Estado y la política en América Latina se estaba produciendo un despla-
zamiento de la problemática de la Revolución, hacia un nuevo eje: la
Democracia. Y en ese nuevo escenario, cabe destacar que ya no se consi-
dera a la democracia como el ámbito estratégico para poder plantear el
socialismo, sino como proyecto que busca rebasar el orden existente dic-
tatorial, es decir, como utopía alternativa de superación del orden exis-
tente. Así, en oposición a la violencia de los gobiernos militares, en la
transición se constituyen discursos y conceptualizaciones basadas en
nuevas argumentaciones.
En esa instancia inicial y fundacional del Estado, este se redefine
como Estado de Derecho con sus implicancias de revalorización de las
formas y procedimientos, garante del orden constitucional, haciendo
abstracción de las relaciones y estructuras económicas que constituyen
sus condiciones de posibilidad. En ese contexto, los principios institu-
cionales del Estado Liberal son instrumentales a la funcionalidad del
poder político al económico. Se instituye la legalidad política como pro-
tección del funcionamiento del mercado.
El sentido de la nueva relación constituida, también en esta ins-
tancia, según los modelos predominantes en los países centrales, articu-
la una relación del Estado con la Democracia que se puede sintetizar
como un proceso de mutua domesticación, en el cual los resguardos
liberales suavizaron las implicancias de la soberanía popular, limitando
los riesgos del autogobierno así como propuestas transformadoras, y a su
vez el Estado limitó el uso de la fuerza y se comprometió en el respeto de
los derechos ciudadanos. Así se presenta, en el marco de la oposición
autoritarismo-democracia, que sólo una fundamentación liberal del Es-
tado y la Democracia resulta aceptable frente a la violencia anterior de
los militares, del activismo de izquierda y de los movimientos nacional-
populares, o sea todos los que correspondían al pasado cercano de la
región. Por ello, en esta nueva instancia civilizatoria y eurocéntrica se
proponen como modelos los Estados surgidos de las transiciones euro-
peas y como propuesta democrática, la poliarquía formulada por Dahl.
124
La Constitución del Estado y la democracia en Argentina sigue
un trayecto desde un Estado de derecho Liberal y una democracia libe-
ral procedimental, correspondiente a las tradiciones centrales, hacia la
instauración del proyecto neoliberal. Coincidiendo con Castorina “el
proceso histórico de apertura democrática fue política e ideológicamen-
te construido como un tránsito hacia una forma neoliberal y antiestatal
de democracia de mercado» (2007:76). Inmediatamente, el discurso
hegemónico de los noventa funcionó como una doxa que legitima “la
única realidad verdaderamente existente”.
Las posiciones que adoptaron gran parte de los teóricos regionales
ha suscitado la crítica de Petras y Morley (1990), quienes definen a los
intelectuales latinoamericanos de este tipo en los ochenta y los noventa,
como “aquellos que trabajan y escriben dentro de los confines dados por
otros intelectuales institucionales, sus patrones en el exterior, y sus con-
ferencias internacionales, en cuanto ideólogos encargados de establecer
las fronteras de la clase política liberal”.
El neoliberalismo
125
que en el caso argentino el cumplimiento de los programas neoliberales
fue total con gran apoyo societal, generando sólo contadas resistencias.
Esta situación fue mayoritaria en los Estados de la región, aunque con
diferentes matices. Pero ya a fines de los años noventa se evidencia el
fracaso económico, ideológico y político de ese modelo. En ese marco,
los problemas sociales ya no pueden ser explicados como dificultades
provisorias de un proceso globalmente positivo de expansión del merca-
do. Se trata de postular un cambio de ideas y lenguajes y de la forma-
ción de núcleos conceptuales que permitan converger nuevas formas de
conocimiento y también de poder.
Debe reconocerse que las alternativas emergentes en la región,
presentan ciertas diferencias según la orientación de los diferentes movi-
mientos y sus luchas económicas, políticas y culturales, algunas con
identidades claramente afirmadas, otras a través de complejos procesos
de hibridación. Por ello, los nuevos marcos analíticos deberían abrir la
posibilidad de aceptación de esas diferencias y permitir el reconocimiento
de construcciones regionales que representan la heterogeneidad cultural
de cada país, respetando las expresiones distintas del embate al colonia-
lismo, la dominación y la dependencia, pero advirtiendo y admitiendo
que éstas han sido soportadas por todos y por ello es posible una res-
puesta regional.
Y en ese marco, luego del fracaso del neoliberalismo, el triunfo de
gobiernos progresistas en los países de la región, aunque de diferente
signo ideológico, ha abierto interrogantes críticos, que ponen en cues-
tionamiento los tradicionales análisis de la naturaleza de los Estados del
capitalismo periférico, con las mismas categorías que en los países cen-
trales, si realmente se quiere reformular el Estado desde una perspectiva
regional y democrática.
En esta instancia se requiere explicitar el concepto de “perspectiva
eurocéntrica”, para ello es necesario parafrasear a Lander (2003) en sus
imprescindibles e incuestionables elaboraciones conceptuales sobre el
eurocentrismo, para cuya construcción interacciona con los aportes de
Mignolo. Así es posible enmarcar esta conceptualización en la constitu-
ción eurocéntrica de las Ciencias Sociales, dando cuenta que con el ini-
cio del colonialismo en América, se desencadena no sólo la organización
colonial del mundo, sino la constitución colonial de los saberes, de los
lenguajes y de la memoria. Esto permite que por primera vez en el Siglo
XIX, se organice la totalidad del espacio y del tiempo, todas las cultu-
126
ras, pueblos y regiones presentes y pasadas, en una sola narrativa univer-
sal. Esta posibilidad se fundamenta por constituirse Europa, en el su-
puesto básico y en el lugar de enunciación del carácter universal de su
propia experiencia. Por otra parte, las formas de conocimiento desarro-
lladas para comprender esa sociedad se convierten en las únicas válidas,
objetivas y universales formas de conocimiento. Sus categorías y concep-
tos no sólo se transforman en categorías universales para analizar cual-
quier sociedad, sino en proposiciones normativas sobre el “deber ser” de
toda sociedad. Esa construcción eurocéntrica, mediante el dispositivo
colonial del saber se transforma en la forma normal del ser humano y de
la sociedad. Las otras formas no son diferentes sino arcaicas, primitivas y
pre-modernas. En ese marco, proponiendo el carácter universal de los
saberes eurocéntricos se aborda el estudio de todas las culturas y pue-
blos, a partir de la experiencia moderna occidental, negando o subordi-
nando toda experiencia o expresión cultural que no se corresponde con
ese deber ser que han fundamentado las Ciencias Sociales.
127
obra de Fanon y la teoría de la dependencia, habían demostrado, aún a
pesar de sus diferencias, que en la periferia se producían teorías que
cuestionaban el valor universal de la conceptualización generada en el
centro, y pensaban el mundo desde las experiencias coloniales. También
debe destacarse, en esta construcción, la Filosofía de la Liberación de
Enrique Dussel (1977) en tanto no se propone sólo como un instru-
mento intelectual para liberar a los pueblos en lo económico y social,
sino también como una intervención ético política en la geopolítica del
conocimiento. Así el método analítico de Dussel al proponer diversos
“puntos de partida” en lugar de “un punto de llegada”, constituye un
descentramiento de la epistemología, y crea las condiciones de reconoci-
miento de la diversidad como proyecto universal, además de postular
una constante reflexión crítica desde el lugar de aquellos que no quieren
ser incluidos desde arriba, sino que se proponen participar en el acto
mismo de inclusión.
A esos fines se recuperan las formulaciones iniciales de este traba-
jo, en tanto el giro descolonial, no habilita sólo a la crítica sino que
permite dar respuesta a los nuevos requerimientos, desde una perspecti-
va diferente3. En este escenario, se plantea, para la comprensión de los
actuales procesos, dejar de lado los discursos que continúan prescribien-
do el modelo de sociedad moderna emergente en el Occidente central
como el paradigma a seguir por toda construcción social y también las
bases justificadoras de su pretendida superioridad.
Así, se recupera para el análisis del presente, el giro descolonial y
la propuesta de interculturalidad planteada por un sector de la teoría
social latinoamericana, con autores como Mignolo (2001), Lander
(1999), Quijano (1999) y otros4. Estos proponen una nueva configura-
ción conceptual, que tiene como base la construcción de conocimientos
que den cuenta de las huellas del pasado y el presente de las realidades
de dominación vividas en la región, a partir de las cuales se construye
una respuesta social, política, ética y epistémica, al pensamiento central
dominante, desde su propio y diferente lugar. Es un pensamiento que se
3
En ese sentido, debe destacarse el magnífico libro de Arturo Escobar “La invención del
Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo.
4
Mignolo diferencia el proyecto descolonial del proyecto postcolonial, aunque se encuen-
tren vinculados. El giro descolonial es complementario aunque diferente de la Teoría Crítica
de la Escuela de Frankfurt. Los estudios postcoloniales se vinculan a Foucault, Lacan,
Derrida y los aportes de los intelectuales de las ex colonias inglesas de Asia y África.
128
encuentra en la interrelación entre el conocimiento universalizado cen-
tral y reflexiones desde la diferencia que lo ponen en cuestión, contami-
nándolo con otras historias y otros modos de pensar, desviándose de los
marcos dominantes y pensando desde categorías negadas por el centro.
Por ello se toma conciencia de que no sólo existe en la región una
dominación económico-política, sino sobre todo del conocimiento: el con-
trol sobre éste opera en la economía y en la teoría política, dando priori-
dad al mercado y a los conceptos de democracia y libertad ligados al mis-
mo, constituidos en universales. Por el contrario, la genealogía del pensa-
miento descolonial es «pluriversal» e introduce lenguas, memorias, econo-
mías y políticas consideradas «inferiores», sosteniendo la apertura y liber-
tad de pensamientos y de formas de vida, propias de la región.
En definitiva, se requiere poder reflexionar sobre las realidades
regionales, fuera de los marcos teóricos generados por las ciencias socia-
les desde el centro. Para comprender la problemática descolonizadora se
precisa incluir la dimensión subjetiva referida a la deconstrucción de los
sujetos colonizados, a la deconstrucción de las subjetividades y su libe-
ración en lo que respecta a estructuras psicológicas sometidas a valoriza-
ciones dominantes y también a conductas, comportamientos y costum-
bres reiterativas de las dimensiones coloniales. Desde este enfoque, se
relata otra historia que permite comprender las huellas de los procesos
pasados y sus efectos en las construcciones político-económicas latinoa-
mericanas. Por lo tanto, la descolonización como proyecto intelectual,
reconoce la variedad de historias coloniales y la diversidad epistémica.
En definitiva, la diversidad como proyecto universal, postula variados
puntos de creación y transformación epistémica, ética y política. Por
ello, partir de una mirada descolonizada para comprender la pluralidad,
permite entender la crítica al capitalismo no solo como modo de pro-
ducción sino también como sistema mundo que explota las riquezas
naturales, destrozando la tierra en su afán de acumulación. Esta decons-
trucción crítica es fundamental para habilitar otras lecturas sobre el Es-
tado en Latinoamérica.
Retomando los aportes coincidentes con los expresados, también
Boaventura de Sousa Santos (2010) entiende que es posible proponer
una epistemología del Sur frente al reclamo de nuevos procesos de pro-
ducción y valoración de conocimientos antes descalificados por el cen-
tro. Así, puede considerarse una epistemología descolonizadora por el
desmontaje de los dispositivos de poder, que cuestiona los saberes domi-
129
nantes, que hace circular la pluralidad de los otros saberes y los articula
en una hermenéutica múltiple e intercultural.
Las dos premisas fundamentales de esta epistemología son, en
primer término, que la comprensión del mundo es mucho más amplia
que la comprensión occidental y por ello las transformaciones del mun-
do pueden ocurrir por caminos no previstos por el pensamiento occi-
dental, incluso por el crítico (sin excluir el marxismo). En segundo tér-
mino, que la diversidad del mundo es infinita e incluye modos distintos
de pensar y de sentir. Así también hay dos ideas que constituyen los ejes
de esta nueva epistemología. Por una parte, la ecología de los saberes y
por otra, la traducción intercultural. A partir de la primera, no hay
ignorancia o conocimiento en general, toda ignorancia lo es de un cierto
conocimiento, ya que todas las prácticas de relaciones entre los seres
humanos, así como entre los seres humanos y la naturaleza, implican
más de una forma de conocimiento, y por ello, de ignorancia. La traduc-
ción intercultural, por su parte, asume una forma de hermenéutica dia-
tópica, ésta parte de la idea de que todas las culturas son incompletas y
por tanto pueden ser enriquecidas por el diálogo y la confrontación con
otras culturas.
En función del recorrido realizado, también resulta relevante
seleccionar algunos de sus marcos conceptuales, que permiten definir
análisis pertinentes a los procesos del Estado en la región. Partimos de
la clasificación que realiza Boaventura de Sousa Santos sobre los go-
biernos surgidos como superación a la crisis del neoliberalismo en la
región y las alternativas que enfrentan, que condicionarán su construc-
ción. La primera disyuntiva surge de una dificultad casi dilemática
que tiene su historia en la teoría crítica y en la política emancipadora:
es tan difícil imaginarse el fin del capitalismo, como también es difícil
imaginar que el capitalismo no tenga fin. Los que adoptan la primera
percepción centran su creatividad en elaborar estrategias que permitan
minimizar los costos sociales de la acumulación capitalista. Puede te-
ner distintas versiones, como por ejemplo un Estado neo-desarrollista
que articula cierto nacionalismo económico, pero sin una total ruptu-
ra con las instituciones del capitalismo global. Boaventura pone el
ejemplo de Brasil, y entendemos que también es el caso de Argentina.
Los que asumen la otra vertiente tienen el desafío de imaginar cómo
será el fin del capitalismo. Se les presenta un doble dificultad: pensar
formas poscapitalistas después del colapso de socialismo real y, en cier-
130
tos casos, imaginar alternativas pre- capitalistas. Podría ejemplificarse
con Bolivia y también Ecuador.
La primera opción, es trans-clasista, permitiendo cierta reducción
de la desigualdad sin alterar la matriz de producción. En ese contexto, la
idea de lo nacional popular gana credibilidad en la medida que aumenta
la inclusión. Tomando en cuenta las consideraciones expresadas en esta
perspectiva, puede tener un horizonte limitado, y coyuntural ya que no
se orientan a la superación del capitalismo. Con respecto a la segunda
vertiente, el pacto social es mucho más complejo y frágil, porque por
una parte la lucha de clases está abierta y la autonomía relativa del Esta-
do reside en su capacidad de mantenerla en suspenso al gobernar de
manera sistemáticamente contradictoria. Por otra parte, en la medida en
que la explotación capitalista se combina con las dominaciones propias
del colonialismo interno, se multiplican las fuentes de conflicto.
Otra dificultad que se debe articular con el primer dilema plantea
que es tan difícil imaginar el fin del colonialismo como pensar que este
no tendrá fin. Parte del pensamiento crítico se ha bloqueado con respec-
to a la segunda dificultad y ha concluido negando la existencia de la
misma, cuando se trata sobre todo de países de baja población indígena.
Debe recordarse, sin embargo, que impacta negativamente sobre la po-
sibilidad de pensar desde la propia identidad. Por ello estos países, en
los hechos, son más permeables a interpretar los procesos regionales en
términos eurocéntricos, tanto en el marco de teorías liberales como mar-
xistas. La otra vertiente parte del presupuesto de que la independencia
no significó el fin del colonialismo e incluso éste se agravó. La dificultad
para superarlo es que el colonialismo interno no es sólo una política de
Estado sino una gramática social que atraviesa el espacio público y pri-
vado, las mentalidades y la construcción de la subjetividad. Por otra
parte, se entiende que más allá de las preferencias teórico-ideológicas la
posibilidad de una u otra alternativa está vinculada a las condiciones
materiales existentes en cada país, así como sobre la existencia de una
conciencia crítica del capitalismo y del colonialismo.
Sin embargo, al reflexionar sobre estas propuestas, es posible de-
tectar tres elementos coincidentes en las dos vertientes. En primer lugar,
son realidades políticas que surgieron de fuertes movilizaciones en con-
textos de crisis. En segundo lugar, las mediaciones democráticas son
más fuertes y si en algunos casos no sustituyen las formas tradicionales
de dominio, hacen su ejercicio más costoso para las clases dominantes. Y
131
finalmente usan un espacio de maniobra que el capitalismo global ha
creado sin poder intervenir significativamente en la permanencia de ese
espacio. No parece posible que puedan realizarse prognosis sobre la mayor
sustentabilidad emancipadora de una u otra vertiente. Probablemente,
su realización se vincule a las combinaciones posibles entre agencia y
estructura en cada país.
Articuladas con estos análisis, y focalizando la mirada estricta-
mente en los actuales procesos regionales, debe advertirse que se ha ex-
tendido en gran parte de la región un trastocamiento del Estado, por la
transformación en la correlación de fuerzas, entre sectores subalternos y
élites dominantes. Esto permite construir un Estado cualitativamente
diferente y otra democracia, más cercana a la participación, rebasando el
modelo liberal. En ese marco, cobra fuerza la interculturalidad expresa-
da en las Constituciones de Bolivia y Ecuador. En ese sentido, resulta
esclarecedor la conceptualización crítica de interculturalidad expresada
por Viaña (2009), al estipularla como aquella que no busca incluir las
diferencias en el “derecho vigente”, sino descentrar este derecho, des-
centrar los sistemas políticos, las estructuras estatales y las relaciones
sociales para crear reales condiciones de igualdad.
Las actuales constituciones de Bolivia y Ecuador se plantean el
reto de estos descentramientos para poder pensar realmente en un diá-
logo intercultural y no un monólogo. Revisando esta propuesta, afortu-
nadamente para América Latina la interculturalidad ha planteado con
fuerza la reinvención del Estado bajo la forma de Estado Plurinacional y
ha rebasado el constitucionalismo liberal europeo para refundar el Esta-
do y la Democracia, sus formas de comprensión y el modo de vivirlas
(Viaña, 2009).
Sin embargo, se entiende que estas transformaciones sólo son po-
sibles, en el presente, para algunos Estados en la región. Esto es así
porque debiera superarse el imaginario que trescientos años de vigencia
del “viejo Estado” ha internalizado en la sociedad con una presencia
mucho más fuerte que su materialidad institucional. Su transformación
constituiría todo un desplazamiento civilizatorio, que requiere transfor-
maciones culturales, políticas, sociales y económicas, sólo posibles a tra-
vés de períodos extensos de resocialización. Ya que sólo para los movi-
mientos indígenas originarios el Estado Plurinacional hunde sus raíces
en formas que precedieron a la conquista. Es claro que constituye el
aporte más revolucionario regional y aún mundial y por otra parte, sig-
132
na una identidad latinoamericana, pero requeriría una transformación
formulada en el marco de la integración regional y con acuerdos que
contemplaran un amplio respeto y flexibilidad a y para las diferencias.
En definitiva, a pesar de las diferentes situaciones, parece adver-
tirse que, a diferencia de otras décadas, el pensamiento y la praxis polí-
tica latinoamericana tienen una mayor autonomía. En el presente bue-
na parte de la teorías regionales, pertenezcan o no a los enfoques de la
descolonización, formulan explicaciones desvinculadas de las tradicio-
nes más convencionales liberal-institucionalistas, así como de las tradi-
ciones críticas ligadas a una izquierda ortodoxa en su formulaciones.
En este marco, vinculamos la perspectiva anterior al abordaje rea-
lizado por Arditi y su análisis de una política en los bordes del liberalis-
mo. Es un enfoque de izquierda, al cual se suma un bagaje intelectual
que incluye una crítica al esencialismo desde la teoría del posfundamen-
to, el análisis de la política de la identidad, como forma de acción colec-
tiva y la reivindicación de la diferencia, pero también advirtiendo sus
peligros, así también con agudas reflexiones sobre el nexo entre demo-
cracia y populismo. Se explica que el análisis de los gobiernos denomi-
nados de la nueva izquierda latinoamericana pueda ser realizado desde
marcos conceptuales más flexibles, adecuados a la realidad regional. Es-
tos presentan características post- liberales, que expresan la presencia de
formas de organización política, formas de acción colectiva y mecanis-
mos de participación política que incluyen, pero a la vez rebasan el mar-
co liberal, signado en una proporción importante por el empoderamiento
social de organizaciones que hacen política al margen de lo electoral y
también por actores supranacionales regionales que influyen sobre las
políticas internas.
Pero también en la re-estructuración de los Estados de la región se
advierte que las fronteras entre las diversas izquierdas son permeables,
aunque todas tienen en común la búsqueda de recambio. Por ello cen-
tran su preocupación en los desequilibrios sistémicos provocados por la
acumulación capitalista. Además, coinciden en la afirmación de valores
como la igualdad y la solidaridad, distinguiéndose de los liberales y su
focalización en la libertad. De este modo, es posible sostener que la
igualdad, la solidaridad y la participación pertenecen a la jurispruden-
cia cultural y efectiva de la nueva izquierda, pero carecen de existencia
política fuera de los casos de desacuerdo o polémica donde se hace refe-
rencia a su efectiva defensa, en el marco de fuerzas antagónicas que sos-
133
tienen proyectos políticos alternativos. Entonces, se entiende que la iden-
tidad de estas agrupaciones se va modificando de acuerdo con los acier-
tos y fracasos de sus proyectos, los distintos adversarios con los que se
enfrentan y las representaciones que se hacen de sí mismos (Arditi, 2009).
En este marco, el término izquierda hace referencia a acciones
colectivas que buscan cambiar el status quo, porque otro mundo más
justo y menos opresivo puede ser posible, pero con referencia a las anti-
guas izquierdas también pueden ser caracterizadas como post- marxis-
tas. Siguiendo a Arditi (2009), y en una sucinta presentación, se advier-
ten algunas de sus particularidades: 1-no están permeadas por el libreto
político marxista, 2-se han vuelto menos hostiles hacia la propiedad
privada y el mercado, aunque desafían la ortodoxia de la encarnación de
la racionalidad económica liberal, 3-consideran que el Estado sigue siendo
la instancia decisiva para regular los mercados e implementar políticas
de redistribución, a diferencia del anterior modelo neoliberal. 4-la iz-
quierda latinoamericana ataca la ambición de Estados Unidos de impo-
ner un orden unipolar, continuando así resignificada su tradición anti-
imperialista 5- la democracia y los partidos son parte del imaginario de
las izquierdas, pero también, la experimentación en formatos post-libe-
rales. Se plantean como verdaderas alternativas a la gobernanza liberal, y
a las políticas centradas en el mercado, pero los resultados son ambi-
guos, salvo en Venezuela y, en menor medida, en Bolivia.
Sin embargo, a pesar de estas limitaciones, parece constatarse en
la región que la narrativa de izquierda se ha constituido en nuevo eje del
centro político. A partir del análisis de los procesos en curso, se entiende
que estas propuestas de izquierda son parte central de la agenda emer-
gente, luego del ocaso del Consenso de Washington, lo que implica la
capacidad de generar alternativas al neoliberalismo. Se trata de impulsar
el paso de una postura defensiva a una prospectiva, que defina el centro
ideológico de la región. También el nuevo centro implica otras coorde-
nadas económicas y sociales, por ejemplo el fortalecimiento del Estado
para regular el mercado, frenar la privatización de empresas y servicios,
el aumento del gasto social, el aumento de salarios. En todos los países,
la desigualdad y la discriminación han pasado a ocupar un lugar central
en la agenda pública. Se reivindica el Estado como generador de políti-
cas en ese sentido y se rechazan las políticas del Fondo por sus efectos.
Los antiguos ejes neoliberales de consideración de la política monetaria,
el mercado y la eliminación del déficit público han sido desplazados por
134
una política fiscal expansiva, aunque genere déficit; como mecanismo
para impulsar el crecimiento y reducir las desigualdades. Es evidente el
contenido socioeconómico del significado de la democracia que no se
evidencia de la misma manera en otros lugares.
Esta resignificación del centro político permite interpretar el giro
a la izquierda de Latinoamérica, y aún cuando fracasara, ya ha logrado
dos cosas: 1- haber vuelto a colocar la discusión de la igualdad, la redis-
tribución y la inclusión en la agenda pública y 2- abrir el camino al
crecimiento económico con equidad, este reacomodamiento tiene una
visión de continuidad, más allá de los éxitos electorales de los gobiernos
que representan estas políticas (Arditi, 2009). Interpretando el pensa-
miento del autor, se entiende que cuando la ola actual de izquierda
habla de “post-liberalismo”, se inspira en el ideario socialista, en la pre-
ocupación de dar respuesta a demandas distributivas o de reivindicación
de los excluidos. Pero a diferencia del marxismo, esta izquierda tiende a
exigir la igualdad, sin necesariamente abolir el capitalismo o la ciudada-
nía liberal. A diferencia de Sousa Santos, para Arditi esto no quiere decir
que se trate sólo de cambios cosméticos, sino que la relación con estas
tradiciones tiene muchos más matices. A modo de ejemplificación, estos
procesos se estarían dando, con diferentes dimensiones, en Brasil, Ar-
gentina y Uruguay.
Al revisar estas teorizaciones, nuestro objetivo no estuvo centrado
en el análisis de un Estado en particular, sino en advertir la posibilidad
de trabajar los procesos estatales regionales, con marcos analíticos que
permitan dar cuenta de sus peculiaridades y valorar los aportes regiona-
les como alternativas al orden global establecido. Para ello deberían fle-
xibilizarse las estructuras teóricas de tradiciones de pensamiento centra-
les, que siempre dan cuenta de la falta o carencia de las experiencias
latinoamericanas, porque no se adecúan a sus presupuestos, generados
en la tradición europea, pero considerados universales.
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