Trejo Evelia Historiogrgafia Hermeneutica e Historia Consideraciones Varias Historicas Boletin Del Instituto de Investigaciones Historicas 87 PDF

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HISTÓRICAS 87
BOLETÍN DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS, UNAM. enero-abril 2010. ISSN 0185-182X

CONTENIDO

Ensayos
Historiografía, hermenéutica e historia. Consideraciones varias
Evelia Trejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2

Proyectos de investigación
Potencias sagradas, rituales y cosmovisión entre los otomíes  
de Tutotepec
Patricia Gallardo Arias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12

Notas del IIH


Eventos académicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

Publicaciones
Presentación de libros
Alicia Mayer, Lutero en el Paraíso. La Nueva España en el espejo
del reformador alemán
Miguel León-Portilla. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

María José Garrido Asperó, Fiestas cívicas históricas


en la ciudad de México, 1765-1823
Evelia Trejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28

Novedades editoriales del IIH . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32

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  eNSAYOS
Historiografía, hermenéutica e historia. Consideraciones varias *

Evelia Trejo
Instituto de Investigaciones Históricas 
Universidad Nacional Autónoma de México

El registro de lo histórico corre por cuenta de las comunidades, pero en muchas


ocasiones se sintetiza en la palabra de los historiadores. Y es mediante la palabra
que se devuelve a las comunidades el significado de lo histórico. Cuando se toma
conciencia de lo que hace el tiempo, que todo lo muda, todo lo mueve, todo lo
desvanece, se intenta detener esa “tempestad del viento” mediante la palabra. Ese
acto que supone todo un proceso de apropiación del pasado ha sido denominado
historiografía. Hago aquí un alto para precisar algunas cuestiones sobre ella.

El término en sí ha sido definido de diferentes maneras. Pero, a grandes rasgos


saltan a la vista dos acepciones comunes de la palabra. Una, que colocaríamos
en un primer nivel, simplemente apunta que por historiografía debemos entender
la producción escrita del conocimiento histórico. Abundaremos más adelante en lo
que esto supone. Otra, que situaríamos en un segundo nivel, indica que la palabra
alude a los profesionales de la historia –aunque debiera decir, al trabajo de los pro-
fesionales de la historia–, al conjunto de historiadores que pueden distinguirse o
formar unidades por los temas que cultivan, las tendencias que siguen, las ideo-
logías que los marcan, etcétera. Esta segunda acepción es la que permite la con-

*
Conferencia dictada en la Facultad de Arquitectura de la unam como parte del ciclo “La teoría de la
historia a través de sus principales tendencias y exponentes: la hermenéutica”.

 Tras la conferencia que dio lugar a este texto, presenté una ponencia que lleva por título “¿Definir o de-
limitar la historiografía?”, dentro de los trabajos de La experiencia historiográfica. VIII Coloquio de Análisis
Historiográfico, organizado por el Seminario de Historiografía Mexicana del Programa de Teoría de la Historia
e Historiografía del Instituto de Investigaciones Históricas de la unam. En el texto, entregado para publicación,
si bien se repiten varias de las definiciones que aquí cito, se busca un objetivo distinto al que aquí persigo.

 Frederic Chordá, Teodoro Martín e Isabel Rivero, Diccionario de términos históricos y afines, Madrid, Istmo,
1983 (Colección Fundamentos, 81) p. 157. Textualmente y a mi juicio de manera poco afortunada, dice que
la palabra “Hace referencia a los profesionales de la historia o historiadores. Así alude a la historiografía de la
Revolución francesa, medieval, española, del movimiento obrero, etcétera. Aquellos profesionales de la historia
agrupados según unos presupuestos ideológicos, temáticos, geográficos o de una etapa histórica forman un
conjunto de escritores a los cuales se debe gran parte del avance y progreso del conocimiento y reflexión sobre

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cepción de la historiografía como un “Estudio crítico y bibliográfico de la historia
como disciplina”, confundiéndose así con algunas de las tareas que cumple lo
que entendemos como teoría de la historia, o bien, como filosofía crítica de la
historia. Sin embargo, cabe aclarar que es en esta acepción en la que encontramos
un uso más extendido del término. Así, decimos historiografía novohispana, his-
toriografía renacentista, historiografía de la Revolución Mexicana, historiografía
positivista, historiografía historicista, historiografía ilustrada, historiografía deci-
monónica o historiografía del siglo xx.
Pese a que debemos admitir la utilidad de contar con un término que nos
ayude a colocar en el centro de la atención un tema de estudio como éste, es de-
cir, el quehacer mismo de los historiadores, la solución que le dan a sus esfuerzos,
con las características que permiten agruparlos y distinguirlos, etcétera, es nece-
sario reparar en que el contenido del término nos obliga a bajar al primer nivel:
Existe la Historiografía porque existen los historiadores que escriben la Historia. Esto
es, el historiador produce historiografía.
Así se entienden definiciones tales como: Historiografía es la producción
escrita acerca de temas históricos. Historiografía es la palabra que designa el
género literario o la ciencia que tiene por objeto la realidad histórica. O bien,
la muy directa que coloca en primer término el Diccionario de la Real Academia:
“Arte de escribir la historia”. En resumen, tenemos en el primer nivel la pro-
ducción de conocimiento histórico y en el segundo el estudio de dicha
producción.
Para determinar con mayor puntualidad la cuestión, hay que subrayar que el
vocablo sólo tiene sentido si establecemos que la mencionada producción nos
aparece como una unidad escrita que da cuenta del pasado. Gaos colabora en las
precisiones cuando asegura acerca de las obras historiográficas que “Estas obras,
como todas las de la misma índole, a saber, todas aquellas que tienen su expresión
en la palabra escrita, son cuerpos de proposiciones en ciertas relaciones”. Y, aún
más, que “Estas proposiciones, en sus relaciones, son las últimas unidades inte-
grantes de la historiografía; las obras historiográficas mismas son unidades de or-
den superior”. “Unas y otras unidades, advierte Gaos, son las realidades
integrantes de la realidad total de la historiografía que resultan susceptibles de
un estudio más directo y riguroso y por las cuales debe iniciarse el estudio de la
realidad total de la historiografía.”

el pasado de la humanidad. En este sentido podemos concebir este concepto como la historia de los historia-
dores, agrupada según periodos, tendencias, países, etcétera”.

 Diccionario enciclopédico Grijalbo, 1986. Añade a tal definición: “y sobre el conocimiento histórico en
sí mismo”.

 Josep Fontana, Historia: análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crítica, 1982 (Estudios y
Ensayos), p. 9.

 José Gaos, “Notas sobre la historiografía”, en Álvaro Matute, La teoría de la historia en México 1940-1973,
México, Secretaría de Educación Pública, 1974, 208 p. (Sep-Setentas, 126), p. 66-93, p. 66.

 Ibidem, p. 70. Aquí se encuentran todas estas citas.

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Su recomendación –de ser tomada en cuenta– es la de establecer una rela-
ción directa con esas unidades de orden superior, esas obras de conocimiento so-
bre el pasado, antes de remontar el vuelo y ver en el panorama la historiografía
como conjunto, antes de proceder a hacer su historia. Para ayudar a entablar di-
cha relación, Gaos se compromete con el estudio de lo que está convencido que
define, en tanto que constituye, a la obra historiográfica. De allí habré de tomar
algunos elementos, después de recorrer otros planos que me interesa esclarecer.
Por ahora sólo anoto que una de las operaciones constitutivas de la historiografía
es para él la hermenéutica.
Cierro por lo pronto este breve repertorio de definiciones destacando algu-
nas más que me ayudan a abrir la pista de lo que quiero decir. Georges Lefebvre,
en su curso convertido en libro, El nacimiento de la historiografía moderna, dice
de la historia, utilizando aquí esta palabra claramente como sinónimo de histo-
riografía y tomando como respaldo el Diccionario de la Real Academia, que es el
relato de las cosas dignas de recordarse. Y Carbonell, a su vez, responde a la
pregunta ¿qué es la historiografía? diciendo: “Nada más que la historia del dis-
curso –un discurso escrito y que dice ser cierto– que los hombres han hecho sobre
el pasado, sobre su pasado”.
Recojo también, para valerme de ellas, dos proposiciones. La obra historio-
gráfica es una realidad que puede estudiarse en su particularidad o como parte
de un conjunto historiográfico que a su vez puede dar lugar a la historia de la
historiografía. Una historia que, por cierto, desde sus comienzos, muestra, si
queremos verlos, los rasgos que permiten vincular el quehacer del historiador con
la hermenéutica. De ella me ocuparé sólo después de presentar algunas notas
tomadas precisamente de la historia de la historiografía que resultan significativas
para comprender mejor las relaciones entre la práctica de los historiadores y la
propuesta que encierra el ejercicio de la interpretación.

II

Los primeros pasos de la historiografía que se suelen señalar ya dan cuenta de los
distintos pareceres sobre esa actividad y sobre aquello de lo humano que debe
abarcar. Una de las más tempranas expresiones sobre la finalidad del quehacer
propio del indagador del pasado, consagrada de hecho como la primera, es muy
clara en destacar el objetivo preciso.
Es ésta una exposición de la investigación de Heródoto de Halicarnaso,
a fin de que ni lo realizado por los hombres se desvanezca con el tiempo, ni


 Georges Lefebvre, El nacimiento de la historiografía moderna, trad. de Alberto Méndez, Barcelona,
Martínez Roca, 1974, 342 p., p. 15.

 Charles Olivier Carbonell, La historiografía, trad. de Aurelio Garzón del Camino, México, Fondo de
Cultura Económica, 1986, 164 p. (Breviarios, 353), p. 8.

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queden sin gloria las obras grandiosas y admirables, recogidas unas por los grie-
gos y otras por los bárbaros; y también otra cosa por qué causas guerrearon unos
con otros.
Quedaban planteadas allí, en el proemio de las Historias de Heródoto, las
cuestiones centrales de la historiografía y de la hermenéutica. La palabra como
el artificio para conjurar la acción del tiempo en la historia y la consigna de res-
catar de todo precisamente lo admirable, sin desconocer por lo pronto que se
anunciaba también, apenas dibujado, el problema que compartiría la historia con
la filosofía: la averiguación del porqué de las cosas. O’Gorman subraya que, cuan-
do Heródoto apunta su mirar, su indagar, su historiar, descubre el crecimiento y
la caída de los hombres, de las ciudades, y con ello, la inestabilidad de las cosas
humanas. Ante ello, y como sus antecesores y contemporáneos, se yergue, bus-
cando por la razón un principio general, una causa. Pero, habrá otras ocasiones
para seguir el rastro de esta preocupación central. Queda en claro por ahora que
el historiador, indagador del pasado, no quiere que se olviden los hechos notables
de los hombres y que recurre a la palabra para consignar lo averiguado.
Aquí, cabe otra pequeña desviación. Es preciso señalar cómo el historiador
cumple su tarea provisto de algo más que un cuaderno de notas lleno de registros
de lo ya ido; cómo resuelve ese dar cuenta de lo que “rescata” de los efectos de
la memoria débil y el desgaste natural. Dar fe de lo ocurrido, no basta para hacer la
historia. También en el principio de los tiempos de esta actividad se hace evidente
el asunto de la disposición y el orden de la palabra. Como una cuestión que ten-
dría que tratar por separado, igualmente dejo al margen los problemas que atañen
a la composición de las historias.
Pero, sin ceder más a las tentaciones que ofrece encaminar la reflexión hacia
las posibilidades de relacionar la historia con la filosofía o con la literatura, debo
encaminarme al objetivo central: el individuo historiador dando cuenta de lo impor-
tante en la vida de los hombres.
¿Importante, a juicio de quién? Es la pregunta que en seguida asalta. Y allí,
de inmediato, aparece el historiador como intérprete.
Lo que el padre de la historia, para no abandonarlo, hace puede ser resumido
en breves líneas: Heródoto pinta las dos culturas antagónicas, Grecia y Persia,
como polaridades históricas. No toma partido. Frente al bárbaro de tradición
milenaria, rico y poderoso, está el griego que, aunque pobre e ignorante, es sagaz.
Dice lo que fueron, los define, los expresa en un logos, en una palabra, da su razón
y al hacerlo los deja vivos, efectivamente los salva del olvido. Mas en vista de que
no puede indagar y hablar de todo lo sucedido, recoge aquello que sus informan-
tes recuerdan y que a él interesa. Es decir, rememora algo del todo.


 Heródoto, Historias, 3 t., introducción, versión, notas y comentarios de Arturo Ramírez Trejo, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios
Clásicos, 1976, t. i, p. 1.

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Lo primero que puede destacarse sobre este punto es que lo memorable es lo
público. Lo que se nos quiere dar, y allí está su primera limitación. Lo íntimo, no
confeso, es prácticamente imposible de registrar puesto que es muy probable que
se ignore o se oculte. De lo público, según algunos juicios, es sólo lo extraordina-
rio, lo que sobresale de lo cotidiano y común, lo grande y maravilloso, lo que tiene
carácter de hazaña, de lo mejor, lo que la historia recupera. Esto, sin embargo,
ofrece hoy en día más de una dificultad. Cuando menos, para ceñirme a una de
tantas, insisto en preguntar: ¿qué es lo sobresaliente para los hombres?, hay algo
sobresaliente en sí mismo o lo juzga como tal el intérprete. Ésa es una gran cues-
tión desde el momento mismo en que aparece la historia y es, de hecho, otra de
las vías de acceso a la relación historia-filosofía.
Es decir, mientras que la cuestión de las causas mediatas e inmediatas lleva
a un repertorio de temas propios de la filosofía, el otro vínculo, de hecho íntima-
mente conectado con éste, es el de la posibilidad de dar cuenta de lo que la rea-
lidad del pasado es.
En la certeza de que de todos modos lo que la historia recoge es lo público y
lo extraordinario, está expresada buena parte del problema. Se dice de manera
implícita que el historiador no está solo en la apreciación que hace de los sucesos.
Es lo público, aquello en que más de uno se puede poner de acuerdo, lo que se
convierte en motivo de atención.
En torno a este mismo punto, José Gaos junto a su aserto de que no todo lo
pasado es igualmente histórico, señala que el historiador no puede menos que
seleccionar, y que comúnmente la selección que hace es de lo memorable. Y pre-
cisa: “Los criterios de selección que los historiadores aplican, más o menos cons-
ciente y distintamente [...], son cardinalmente tres: el de lo influyente, lo decisivo,
lo que ‘hace época’, en mayor o menor grado; el de lo más y mejor representativo
de lo coetáneo; y el de lo persistente, lo permanente, el de lo pasado que no ha
pasado totalmente, que sigue presente en lo presente”.10
Así pues, la historiografía desde su aparición en el siglo v a. C. da señales de
que el hombre que decide hacerse cargo del pasado establece el compromiso
de seleccionar con base en un juicio, consciente o no, aquello que considera
digno de atención. Y en la tarea de significarlo no está solo; comparte mediante
la curiosidad que lo invita a preguntar y la disposición de quien se presta a escu-
char su respuesta, el ejercicio de hacer objetiva la memoria.
No es el caso repasar los episodios que hacen de la historia de la historiografía
un repertorio de noticias para constatar el reto que supone para el historiador
conformar el pasado, darle forma a partir de ese recurso de elegir lo memorable
y convertirlo por medio del acto comunicativo en patrimonio de quien recibe su
palabra. Sin embargo, la lista enorme de quienes en el tiempo han hecho de la
escritura de la historia el arsenal de pasados con que la humanidad cuenta, per-
mite asimismo que hoy en día, en este momento, elijamos algunos y junto a ellos

 José Gaos, op. cit., p. 76-77.


10

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coloquemos además a otra especie asociada, la de los sujetos que paralelamente
con los esfuerzos de esos productores de conocimiento histórico se pronunciaron
alrededor de ese quehacer y lo fueron dotando de características, de exigencias
y de fines.
Así, en la tradición romana a la que con frecuencia se desdeña en este cam-
po, por motivos que sería largo enumerar, aparece el reclamo a quienes se obse-
sionan por recuperar el dato de lo ocurrido. En tiempos de la analística de Roma,
Sempronio Aselio deja constancia en un fragmento de que

se impacientaba con la estrechez de miras de quienes no relacionan los episodios


aislados de guerras y conquista con el tema más amplio de la política y que no mues-
tran los motivos y razones por los que las cosas fueron hechas. Llama a estos anales
“fábulas para niños”, indignas del término de historia. Porque los anales no pueden
de ningún modo hacer que los hombres estén más dispuestos a defender a su patria,
ni menos inclinados a hacer el mal.11

Salta a la vista la exigencia, no es suficiente proceder al registro, es indispen-


sable tener en consideración a los destinatarios del conocimiento. De ahí a la
célebre consigna de Cicerón, no hay más que un paso. El orador dota a la historia
de una misión que se le sigue demandando: “maestra de la vida” la llama entre
otras cosas. Con esa sentencia que contrasta con tantas otras, la historia, y más
propiamente, la historiografía, en el transcurso del tiempo se va haciendo de una
suerte de ideario para la disciplina que la coloca por momentos en calidad de de-
positaria de la verdad, mientras que en otros la enfrenta a la inutilidad que tiene
el alcanzarla.
En efecto, el bagaje que constituye lo que podemos entender como precep-
tiva para el trabajo del historiador está colmado de fórmulas que lo jalan para
uno y otro rumbo. A la historia se le pide la verdad sobre el pasado en igual me-
dida que se le conmina a prestar con ella un servicio a la humanidad. Verdad ob-
jetiva y a la vez útil. Tiene sentido regresar con esta perspectiva al tema del
intérprete. Saber ver el pasado para reconstruir, representar, diremos hoy, aquello
que vale la pena recordar, no es un asunto nuevo. No compete únicamente a
quienes hoy en día suelen requerir a los estudiosos de las humanidades que es-
clarezcan su función en la ingente tarea de “resolver los problemas nacionales”.
Mucho antes de que dichas formulaciones se pusieran en boga, los cultivadores
del oficio, de uno u otro modo, han proporcionado argumentos que justifican su
quehacer en el mundo. Han podido subrayar la importancia de ese saber ver y
además han señalado a los destinatarios de sus afanes. Han elegido a su público,
en el sentido de que sabiendo del potencial de su conocimiento han de ofrecerlo
a quien más lo necesite. Tras el renacimiento, con la historia clásica a cuestas y
sumada a ella el pensamiento cristiano, Jacques-Benigne Bossuet tuvo el propó-
11
 James T. Shotwell, Historia de la historia en el mundo antiguo, 1a. reimp., versión en español de Ramón
Iglesia, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 430 p., p. 292-293.

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sito de dejar a su pupilo, el supuesto futuro rey de Francia, las mejores lecciones
que le podía legar, las de la historia. Enseñar a los gobernantes el pasado, o al
menos intentarlo, se convierte en moneda corriente, pero lo que interesa es el
contenido de la enseñanza. En su caso, era la demostración de la suerte de los
imperios y de la permanencia de la religión lo que juzgaba no sólo valioso, sino
imprescindible para el buen gobierno.
No quiero abandonar este apartado, sin hacer un último homenaje a José
Gaos. Entre sus apreciaciones acerca de la obra historiográfica, tiene muy pre-
sente a quien llama el expresivo, es decir, el encargado de hacer patente lo ex-
presado, pero puntualiza a la vez la existencia del comprensivo. Nuevamente
tenemos a la vista ese triángulo en el que convergen un emisor, un mensaje y un
receptor. Para que se establezca la corriente comunicativa implicada en cualquier
forma de expresión se requiere de los tres elementos.
Ahora bien, es justamente en la operación hermenéutica, que forma parte
del conjunto de las que lleva a cabo el historiador para coronar su obra, en donde
adquiere pleno sentido el esfuerzo de indagar en lo ya ido, de proponerse la re-
presentación “verdadera” de una realidad asequible sólo por la palabra.
En su papel de intérprete de la realidad el historiador dota de significado y
de sentido lo que parece desvinculado, inconexo. Si Francis Bacon, en el siglo
xvii, en plena efervescencia del método distinguía tres formas de conocimiento:
la poesía, la historia y la filosofía, y a la segunda le daba la memoria como única
vía para hacerse de él, destinando la imaginación a la poesía y el entendimiento
a la filosofía; en la práctica diaria, el historiador se vería y se sigue viendo como
el sujeto que no puede atenerse de manera exclusiva a una herramienta, por más
que ésta adquiera tantas y tan variadas formas. Sólo con la memoria, ya lo he di-
cho, no llega a constituirse la historia. Imaginar y entender son acciones que in-
tegran su ejercicio.

III

Metodológicamente es visible la novedad que entraña el nacimiento de la histo-


ria. Desde su origen, está destinada a diferenciarse del quehacer del poeta, mas
no a evitar a toda costa que algunas veces pretenda dar forma de poesía a sus sa-
beres. El poeta canta su epopeya, ya sabe y relata lo que sabe. El historiador in-
daga, investiga de lo humano, sabe de lo humano, la historia es de hombres, y a
sus acciones busca una respuesta racional. Ya he mencionado la condición que
se le advierte desde los inicios; de manera velada o descubierta hace patente su
afán previsor, su necesidad de ver antes. La apuesta es atinar a aquello que im-
porta distinguir, a aquello que a más de conocer y entender pueda compartir.
La abundancia de aspectos de la realidad que han sido objeto de la curiosidad,
de la indagación, de los afanes explicativos de los historiadores es inabarcable.
Para fines prácticos se habla de predominio de historia política, de exclusión o in-

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clusión del tema económico, de estrechez para medir la historia de la cultura, de
amplitud para abarcar en ella todo género de expresiones de los hombres; en fin,
por temas, el historiador no se detiene. Para cada uno de ellos, surgen recursos de
fuentes y metodologías igualmente diversas. Las propuestas y disputas por cuáles
y cuántas son necesarias para dar cuenta del pasado se multiplican con el paso del
tiempo y el ejército de quienes ponen el ejemplo o disponen una norma.
Lo cierto es que casi cualquiera de los giros que toma la vida de los hombres
se convierte en un tema susceptible de ser historiado. No han faltado caminos
trillados y veredas apenas descubiertas que se anuncian como vías novedosas.
Los requisitos para emprender el tránsito han variado más en lo aparente que en
lo sustancial. El historiador pretende alcanzar un grado de verdad acerca de la
realidad del pasado, desde tiempos remotos; para lograrlo afina instrumentos de
crítica, también desde hace mucho; reconoce a la pluma el carácter de emisario
formal de sus pesquisas, las más de las veces; pero el punto en el que pese a todo
no le resulta fácil asumir su papel, es el que lo coloca en el difícil trance de inter-
pretar el pasado. No en vano se han desplegado mecanismos de todo tipo para
aproximarlo valiéndose de los más probados instrumentos de precisión. El apoyo
de un sinnúmero de ciencias auxiliares es ya antiguo. Era patente el lugar que
ocuparían para certificar verdades, desde el siglo xvii. Ni qué decir de las mues-
tras que la historiografía ha dado de la atención que presta al buen uso del len-
guaje. Jenofonte, César, Tito Livio y detrás de ellos muchos son ejemplos a
considerar. El reconocimiento de los prosistas distinguidos en las lides de dar fe
del pasado inmediato o lejano no se discute.
Es por ello que se debe insistir en que los historiadores han hecho de estos dos
aspectos involucrados en su tarea el punto de apoyo que permite legitimar su
quehacer. En medio de ambos, sin embargo, se encuentra a mi juicio el elemento
sustancial: el individuo que, a sabiendas o no, hace suyo el deber de intérprete de
lo que ya pasó. Porque se pone a prueba como tal, lleva a cabo una búsqueda in-
cesante de los vestigios que le den razón de lo que fue; lo hace a la vez que teje
con sus hallazgos la necesaria conexión de elementos para ver cristalizar una figu-
ra, una representación de algo susceptible de ser comunicado y comprendido.
¿Desde dónde lleva a efecto tal operación y para qué lo hace? Esto es materia
de una indagación que yo por cierto no voy a pretender hacer aquí. Lo que sí
quiero ir poniendo de relieve es que mientras la condición de intérprete no se
convirtió en objeto de análisis, el historiador cumplió con ella y se expuso a las
observaciones de sus pares y de sus oyentes y lectores, sin elevar demasiados mu-
ros para evitar el asalto. En cierta medida la admisión de sus mensajes por el res-
paldo de fuentes en que se amparaban era y sigue siendo una garantía para llevar
con honra el nombre de historiador, como también lo ha sido generar escuchas
porque las cosas que se dicen se dicen bien.
No obstante, la condición de intérprete de la realidad, como la de buscador
de verdades y la de escritor de mensajes sobre el pasado, se ha convertido desde
hace largo tiempo en un objeto de atención. Intérprete, hermeneuta de la historia,

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es en el caso del sujeto que da razón de ella, una condición que en un extremo
anima, pero en otro puede estorbar.
Me explico. El gozo de explicar la realidad que ya no está al alcance de la
vista de cualquiera es grande, pero el hecho de que se repare en su condición de
intérprete puede incluso generar incomodidad. En otras palabras, erigirse en in-
térprete de la historia bien vale el esfuerzo de perseguir vestigios y atar cabos, ser
leído como un intérprete de la realidad del pasado con todo lo que eso implica,
puede ser correr un riesgo innecesario. El descubrimiento (o debiéramos decir la
invención) del sujeto como tal y las implicaciones de observarlo como sujeto
cognoscente fueron algunos de los episodios que estaban destinados a perturbar
la calma, de por sí difícil de conseguir en los terrenos del saber histórico. La her-
menéutica, como añadido natural a las preocupaciones del hombre por el hom-
bre, tarde o temprano habría de toparse con la historiografía.

IV

Las cuatro características de la historia, de que habla R. G. Collingwood en su


Idea de la historia, para establecer su origen y, sobre todo, su distancia del mito y
la poesía épica son: a) es científica, es decir, que comienza por hacer preguntas;
b) es humanística, se pregunta por cosas hechas por el hombre en un tiempo
preciso del pasado; c) es racional, las respuestas que ofrece tienen fundamentos,
a saber, se aducen testimonios, y d) es una instancia de autorrevelación, es decir,
existe con el fin de decirle al hombre lo que es, diciéndole lo que ha hecho.12
Me interesa de todas ellas reparar en la segunda y en la cuarta. La historia es
humanística. Desde su aparición no ha hecho otra cosa que preguntarse por las
cosas hechas por el hombre. ¿Cómo y para qué? De muy distintas maneras y con
diversos fines. Con ellos ha dejado constancia escrita de su proceder con el pa-
sado. La historia de la historiografía es un verdadero bosque.
Y, por otra parte, sí, la historiografía da fe de que se trata de una instancia de
autorrevelación. Existe, como bien dice este autor inglés, tan en desuso hace al-
gunos años y tan rescatable hoy, para decirle al hombre lo que es, diciéndole lo
que ha hecho. ¿Cómo? A la manera de un intérprete que pretende conocer el
argumento porque se dedica a leer con fruición las líneas del libreto. ¿Para qué?
Muy probablemente para comunicarse con sus semejantes, para sobrevivir y dar
motivos al hombre de continuar su historia.
Desde que el estudioso se diera con la hermenéutica la fórmula para situar
el verdadero sentido de textos bíblicos y jurídicos, puso al servicio de quien ne-
12
 Vid. R. G. Collingwood, Idea de la historia, 3a. edición, revisada y aumentada, incluye las conferencias
de 1926-1928, edición, prefacio e introducción de Jan van der Dussen, trad. de Edmundo O’Gorman, Jorge
Hernández Campos, María Guadalupe Benítez Toriello y Juan José Utrilla, revisión de la trad. Rodrigo Díaz
Maldonado, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, 610 p. (Sección de Obras de Historia).

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cesitara o quisiera valerse de ella, una poderosísima arma de batalla. Encontrar
el sentido de lo que nos circunda como hombres no es ni cosa nueva, ni cosa fácil.
Establecer la posibilidad de una vía para lograrlo se convierte por tanto en una
especie de tentación difícil de evadir. Para hacer aún más atractiva la oferta, el
camino que ha recorrido el asedio y el análisis del sujeto, de la lengua y del texto
obliga a ver con simpatía, en los espacios de la historiografía, esta suerte de aliada
que en una de sus caras se nos ofrece como reflejo mismo de nuestra humana
condición, mientras que en otra parece decirnos que puede ser, esta vez sí, la vía
más conveniente para hacernos patente y objetiva esa condición.
Cuando en el siglo xix, en plena convicción de los historiadores de haber ha-
llado métodos efectivos para el registro puntual y fiel del pasado, se inician las pre-
guntas que, como un eco de lo dicho siglos atrás por Giambattista Vico, recuerdan
la dificultad extrema de acercarse a aquello que el hombre no pone en evidencia.
De llegar a tocar, a describir y a comprender la verdadera vivencia de lo humano,
se abre una vez más la incertidumbre. ¿Hay con qué hacerlo? ¿Efectivamente
puede llegarse así de lejos? El reto que se plantean los historiadores se vuelve a
colocar sobre la mesa. ¿Qué de lo humano es perceptible?, ¿qué es útil?
El camino se extiende, hay que atrapar por vía de la empatía, en caso de que
el método científico o la revelación no resulten amparos suficientes, lo verdadera
y radicalmente humano. En el trayecto de Dilthey para acá se encuentra
Heidegger y otros más. La historicidad del hombre no es que se descubra, es que
se sube a la mesa del análisis. Para acertar en su tratamiento, de forma paralela
crecen los recursos para medir la expresión, la del lenguaje escrito y, en general,
las distintas expresiones de que es capaz el hombre.
Porque queremos penetrar el sentido de la palabra; porque pretendemos ha-
cer nuestra por medio suyo la explicación de nuestra realidad; porque mediante
la palabra hemos construido la historia que habitamos; porque la fijamos en tex-
tos, y porque concedemos que esos textos pueden explicarnos lo que hemos sido,
encontramos en la hermenéutica una aliada. Tenemos la oportunidad de asumir
nuestra condición de intérpretes, de relacionarnos con lo que fuimos y lo que
somos. De comprendernos, de proponer nuestros significados y de reconocernos
o no en ellos.
Dice Paul Ricoeur en una de sus muchas alusiones al punto: “La interpreta-
ción es el proceso por el cual, en el juego de preguntas y respuestas, los interlo-
cutores determinan en común los valores contextuales que estructuran su
conversación”. Así, nos deja en forma para volver a otras definiciones de histo-
riografía y entablar con la práctica ya añeja de los historiadores una nueva
conversación. q

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  PROYECTOS DE INVESTIGACIÓN
Potencias sagradas, rituales y cosmovisión entre los otomíes  
de Tutotepec

Patricia Gallardo Arias


Instituto de Investigaciones Históricas 
Universidad Nacional Autónoma de México

Introducción

El objetivo principal de esta investigación es analizar el sistema cosmológico de


los otomíes que habitan y habitaban el municipio de San Bartolo Tutotepec
durante la época colonial y la actual. Se destacará el papel de las potencias en la
cosmovisión otomí y se efectuará una revisión de los elementos simbólicos que
componen los rituales.
Una fuerte expresión de la complejidad religiosa en la que viven los otomíes
que habitan el municipio de San Bartolo Tutotepec es la acentuada vitalidad
de los ciclos festivos comunitarios. Durante todo el año se realizan diversos ri-
tuales, los cuales involucran una densa red de intercambios ceremoniales, entre
los que tienen lugar las peregrinaciones a antiguos santuarios de origen colonial
(como la iglesia agustina del siglo xvi en Tutotepec) y a cerros, cuevas, grutas y
asentamientos prehispánicos (como Mayonnija, ‘iglesia antigua’, y “México
Chiquito”), pozos y pueblos, donde se involucran energías-fuerzas como ya Yógi o
las antiguas, ar Zïthü o ar Dämánts’o y Hmúthe o “la Sirena”.
Para los otomíes la concepción del universo, o lo que se ha denominado cos-
movisión, está compuesta de una serie de ideas elaboradas que se expresan con
mayor precisión en los rituales. En ellos las creencias y los valores se ven esceni-
ficados, brindando a los participantes una experiencia vívida de ellas.

 Dicho trabajo es asesorado por el doctor Guilhem Olivier Durand y se llevará a cabo durante la estancia
posdoctoral que se realizará en el Instituto de Investigaciones Históricas, con el apoyo de la Coordinación de
Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 La forma de entender el origen, la estructura y la función del universo es lo que se ha denominado cos-
movisión, término que alude a la forma de explicar el mundo. Arturo Gómez Martínez, Tlaneltokilli. La espiri-
tualidad de los nahuas chicontepecanos, México, Programa de Desarrollo Cultural de la Huasteca/Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, 2002, p. 57.

 Como lo menciona Rapaport: “En los rituales las expresiones son predominantemente verbales, esto es,
expresiones con palabras, y como tales tienen un significado simbólico […]; y los actos, al ser formalizados, ad-
quieren inmediatamente un significado”. Si bien los rituales incorporan una serie de actos ejecutivos (que rea-
lizan operacionalmente la acción), tales como preparar y consumir alimentos, eliminar desperdicios, sacrificar
animales, éstos se encuentran incorporados en el marco de la acción simbólica. De lo contrario, no tendría
sentido distinguir el ritual como un tipo particular de comportamiento. Lo que caracteriza al ritual no es su ca-

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El mundo está dividido en dos partes que más que contrarias parecen ser
complementarias. La parte de arriba se encuentra habitada por los hombres, por
“las antiguas” dueñas del mundo, los que hicieron todo sobre la tierra en un
tiempo primigenio y que se les puede representar y encontrar como piedras, mu-
ñecos de papel recortado, imágenes de santos católicos y mascarillas, entre otros.
Además estas “antiguas” vagan como espíritus (ya ndähí) en la sierra y también
los muertos-familiares visitan el mundo humano durante los meses de octubre
y noviembre. La parte de abajo, ar nìdu (como se denomina en otomí al “lugar
de los muertos”), se encuentra habitada por ar Zïthü, por sus “compadres” ya ndo,
los viejos, que se hacen presentes en el mundo humano durante el Carnaval y
por los malos aires (ya Ts’onti).
Los rituales para los otomíes de la sierra representan la posibilidad de ponerse
en contacto con el mundo de abajo y con las fuerzas que habitan la tierra y diri-
gen el destino de ya ñähñü. Son ceremonias llevadas a cabo por ya bädi (los que
saben) y pueden tener carácter estacional y propiciatorio. Se llevan a cabo en un
momento de cambio en el ciclo climático o de comienzo de una actividad esta-
cional, tal como la siembra o la recolección, que se denominan “el costumbre”
(ar Máte), o bien pueden tener un carácter contingente: esto es, para hacer frente
a una situación de crisis colectiva designados como ritos de emergencia. Ambos
rituales van dirigidos a ciertas potencias y en ellos se deposita en santuarios co-
loniales, cerros y grutas: comida, incienso y muñecos de papel, se expresan rezos
y se ejecuta danza y música. Otro ritual de carácter conciliatorio llamado ar Xoke
(el Carnaval) es llevado a cabo en la comunidad y tiene el propósito de ponerse
en contacto con el mundo de abajo. Por último está la clase de ritual que tiene

rácter ejecutivo, sino performativo, en tanto realiza simbólicamente la acción, en cuanto asocia lo sagrado y lo
oculto y lo transforma en algo místico. Roy Rapaport, Ritual y religión en la formación de la humanidad, traducción
de Sabino Perea, Madrid, Cambridge University Press, 2001 (Serie Religiones y Mitos), p. 63, 180-181.

 Al respecto Provost, Williams y Boilés ya habían anotado que en la Huasteca “se cree que son un grupo
que participa de la esencia del Señor de las Tinieblas y, por eso, son fuerzas muy ambivalentes en sí mismas, porque
representan a Tsitu, que tiene el poder de hacer las ceremonias de limpia y curación. Estas limpias son bendiciones
y traen salud, cosechas abundantes y la buena suerte en general. Los viejos, como Tsitu, encarnan fuerzas funestas
ambivalentes y así son potencialmente peligrosos para la comunidad y aun para los actores mismos”. Jean-Paul
Provost, “El Carnaval en la Huasteca indígena: un análisis de su significado funcional”, en Jesús Ruvalcaba
Mercado, Juan Manuel Pérez Zevallos y Octavio Herrera (coordinadores), La Huasteca, un recorrido por su diver-
sidad, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2004, p. 271; Charles
Boilés, “Síntesis y sincretismo en el carnaval otomí”, América Indígena, México, v. 31, n. 3, 1971, p. 559. Roberto
Williams García, “Carnaval en la Huasteca Veracruzana”, La Palabra y el Hombre, Xalapa, n. 15, 1960, p. 41.

 Este ritual de carácter contingente puede ser subdividido en dos: a) rituales de ciclo vital que son llevados
a cabo para demarcar el paso desde una fase en el ciclo de vida a otra, por ejemplo los nacimientos, los falleci-
mientos, los matrimonios, y b) rituales de aflicción, que son llevados a cabo para exorcizar o aplacar a las entidades
o fuerzas sobrenaturales que se cree que son responsables de dicha aflicción: enfermedad, daños físicos, problemas
de descendencia. Victor Turner, El proceso ritual. Estructura y antiestructura, Madrid, Taurus/Alfaguara, 1988.

 Respecto de la deidad que habita el inframundo, Provost opina que “todos los autores están de acuerdo
en que las celebraciones del carnaval indio de la Huasteca representan la supervivencia histórica de un culto
a una deidad precolombina, el Señor del Inframundo, que ha incorporado de manera superficial ciertas cos-
tumbres católicas romanas”. Provost, “El Carnaval en la Huasteca…”, op. cit., p. 267-268. Para los nahuas, el
carnaval simboliza un tiempo ambivalente durante el cual el Señor del Inframundo anda por la tierra en

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un carácter adivinatorio y curativo. Éste tiene el propósito de asegurar la salud
de los seres humanos, y/o de iniciar a las prácticas curativas.
En San Bartolo Tutotepec existen diversos sitios considerados como habita-
ción de las potencias y por tanto sagrados. Éstos se pueden clasificar en los de uso
local, ya que al ritual acuden miembros de una localidad, y los de uso comunita-
rio, ya que a éstos acuden los miembros de más de una localidad. Los lugares sa-
grados se encuentran distribuidos en la sierra y por tanto en una geografía
bastante accidentada, por lo que a muchos de ellos se llega tras largas horas de
camino. Entre los lugares sagrados destacan, como se mencionó, los cerros, las
grutas, las cuevas, las ruinas arqueológicas, las iglesias y capillas cristianas y los
altares domésticos y públicos.
Aquí los mitos adquieren mucha importancia y su análisis puede explicar el
cosmos otomí. Es a partir del mito que los otomíes dan cuenta de la creación de
todas las entidades que habitan y dan vida a seres humanos, animales, plantas,
cuevas, grutas, ríos y en general al mundo. De esta forma el mito de origen otomí
narra y justifica una “situación nueva” (nueva en el sentido de que no estaba
desde el principio del mundo). Prolonga y completa el mito cosmogónico: cuenta
cómo el mundo ha sido modificado, enriquecido o empobrecido. Narra también
todos los acontecimientos primordiales como consecuencia de los cuales el hom-
bre llegó a ser lo que es hoy; es decir, un ser mortal, sexuado, organizado en so-
ciedad, obligado a trabajar para vivir y que trabaja según ciertas reglas.

La sierra de Tutotepec

El espacio geográfico de estudio será el municipio de San Bartolo Tutotepec en


el actual estado de Hidalgo. El periodo histórico seleccionado para esta investi-
gación comprende la época colonial y la contemporánea.

compañía de su horda demoniaca de mecos. Luis Reyes García, Pasión y muerte del Cristo Sol: Carnaval y
Cuaresma en Ichcatepec, Veracruz, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1960 (Cuadernos de la Facultad de Filosofía
y Letras), p. 88-89. Una interesante interpretación del Carnaval y los elementos que lo componen entre los
otomíes orientales es explorada por Galinier. Jacques Galinier, La mitad del mundo. Cuerpo y cosmos en los rituales
otomíes, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto Nacional Indigenista/Centro de Estudios
Mexicanos y Centroamericanos, 1990.

 Uno de los temas más importantes para el estructuralismo de Lévi-Strauss es el mito, concepto que trató
de una manera muy amplia y que en su pensamiento desempeña un papel muy importante. El desarrollo del
concepto de mito que analiza Lévi-Strauss parte de un proceso que ya se venía dando desde hacía tiempo, sobre
todo con las aportaciones respecto del historiador Mircea Eliade. Lévi-Strauss refiere que el mito se define por
un sistema temporal, que combina las propiedades de la lengua y el habla. Un mito se refiere siempre a aconte-
cimientos pasados, antes de la creación del mundo o durante las primeras edades o en todo caso hace mucho
tiempo. “Pero el valor intrínseco atribuido al mito proviene de que estos acontecimientos, que se suponen
ocurridos en un momento del tiempo, forman también una estructura permanente. Ella se refiere simultánea-
mente al pasado, al presente y al futuro.” Vid. Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, Barcelona, Guadarrama,
1981. Claude Lévi-Strauss, Mito y significado, Madrid, Alianza, 1997; del mismo autor Mitológicas iv. El hombre
desnudo, México, Siglo XXI, 1997.

14 HISTÓRICAS  87

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La Sierra Madre Oriental está formada por diversas sierras paralelas; una de
éstas se encuentra ubicada en el estado de Hidalgo. Es una franja estrecha que
atraviesa los estados de Puebla y Veracruz. Esta sierra se le conoce como sierra
de Tenango y en la época colonial era conocida como sierra de Tutotepec.
La investigación sobre el pasado de la sierra de Tutotepec muestra que el pro-
ceso de sometimiento de la población indígena al momento del contacto español
no difirió significativamente de otras regiones de la Nueva España: los primeros
años de colonización fueron particularmente violentos por los castigos impuestos
a los señores indígenas en rebeldía, pero a ellos siguió una etapa que caracterizó a
la sierra como una región marginal, “mientras que en las zonas centrales del virrei-
nato del siglo xvii se caracterizó por la formación de latifundios y el acaparamiento
de tierras de los pueblos indios, en la sierra de Tutotepec el desinterés inicial mos-
trado en la zona por los conquistadores y colonos continuaría por parte de los siglos
xvii y xviii, en los que encontramos una mínima presencia española”.
A la llegada de los españoles a la región, los habitantes de Tutotepec tuvieron
diversos enfrentamientos con los conquistadores. Éstos no dudaron en aplacarlos
y mataron al principal de Tutotepec al igual que a muchos indios de la zona. Sin
embargo, los españoles no se establecieron en el lugar. En 1535, misioneros agus-
tinos procedentes del convento de la ciudad de México llegaron a varias partes de
la Huasteca a fin de evangelizar a los diversos grupos indígenas. Destacan los frai-
les Antonio de Roa, Juan de Sevilla y Alonso de Borja, quienes fueron los prime-
ros en entrar por la sierra alta desde Metztitlán hasta Tlanchinol.
Juan de Grijalva en su Crónica de la Orden de Nuestro Padre san Agustín, en
las provincias de la Nueva España, escribió en 1623 que el padre fray Alonso de
Borja en 1536 recibió orden de establecerse en Atotonilco y levantar un conven-
to. Desde allí, Borja intentó evangelizar a los indios de la sierra de Tutotepec.
Grijalva anota que para fray Alonso de Borja evangelizar a los indios de la sierra
“fue la más ardua empresa de todas, porque a la dificultad de la lengua y la rudeza
de los indios se añadía la aspereza de las sierras, que son fragosas, montañosas y
lluviosas con extremo”.10
Por estos años es que Borja decide levantar la primera iglesia en Tutotepec
que tuvo el nombre de Los Santos Reyes, el cual fue sustituido por el de Santa
María Magdalena. La labor evangelizadora de Borja no fue constante ya que se
encontraba establecido en Atotonilco, lo que le llevaba mucho tiempo y esfuerzo
para trasladarse a la sierra.
Un factor que determinó esta “marginación” fue lo abrupto de la región, que
permitió la huida de gran cantidad de indios a zonas inaccesibles al control

 
 Raquel Eréndira Güereca Durán, La rebelión indígena de Tutotepec, siglo xviii, tesis de licenciatura en
Historia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 2007, cap. 2, 
p. 7 (versión digital).
 
 Juan de Grijalva, Crónica de la Orden de N. P. S. Agustín en las Provincias de la Nueva España. En cuatro
edades desde el año de 1533 hasta el de 1592 (1623), México, Porrúa, 1985, cap. x, p. 172-173.
10
 Ibidem, cap. xx, p. 82.

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hispánico a lo largo de toda la Colonia. El efecto de esto último fue una deficiente
administración muy particularmente en lo que toca a la evangelización. De ahí
que el impacto de la religión católica sobre la organización profunda de la socie-
dad haya sido menor en zonas donde la presencia eclesiástica fue más constante
y su obra más sistemática.
Esto explicaría una cuestión de medular importancia para efectos del tema que
se discute en este trabajo: el mantenimiento de una cosmovisión que atribuye a de-
terminadas prácticas sociales, precisamente las que cohesionan y ordenan a los oto-
míes. De esta forma, cobra sentido la existencia de una jerarquía religiosa alternativa
a la que se desprende de la devoción al santo patrono; se trata de la que presiden los
curanderos y se orienta al culto a los cerros así como a la celebración del Carnaval.
Esta última característica ofrece además interesantes vetas para el análisis de una
antigua jerarquización ritual y de una territorialidad amplia marcada por la existen-
cia de sitios sagrados compartidos por otomíes, tepehuas, totonacos y nahuas.11
Al respecto de los antiguos ritos que llevaron a cabo los otomíes de Tutotepec
el cronista fray Esteban García, en 1630 y 1633, narra cómo descubrió a un grupo
de indios liderados por un curandero para realizar ceremonias, donde se ofrecía
a los dioses incienso, papel recortado, gallinas y comida, entre diversos objetos
sagrados.12 Cuando el especialista fue interrogado por fray Esteban García dijo
que adoraban a sus antepasados, al Sol, a la Luna y al aire.13 Estos ritos se siguie-
ron practicando durante los siglos xvii y xviii. Claro que los indios tuvieron que
resguardarse y esconderse de la mirada de los frailes siempre dispuestos a “extirpar
las idolatrías de los indios rebeldes”. No obstante, otomíes, tepehuas, totonacos
y nahuas buscaron la forma de realizar sus antiguos ritos e introducir en ellos la
enseñanza de los frailes agustinos, como queda explícito en el caso de un indio
llamado Diego Agustín, quien se hizo llamar “profeta” y se apropió del cristianis-
mo de una forma muy particular en 1769.14

11
 Durante la época prehispánica la sierra de Tutotepec estuvo habitada por tepehuas y en el siglo xiv
llegaron a la región otomíes que venían del señorío de Metztitlán que abarcaba una gran región que iba desde
Atotonilco hasta Huayacocotla. Roberto Williams García, Los tepehuas, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1960.
Lo cierto es que para 1530 esta región la habitaban por lo menos cuatro grupos: tepehuas, nahuas, totonacos
y otomíes, este último era el de mayor número.
12
 Mencionaron también a un dios al cual “solían ver en sus sacrificios en la silla, en una figura muy negra,
sin distinción de partes ni facciones, y que les causaba gran temor y pasmo”. También había un dios del monte
llamado Ochadapo, una diosa del agua denominada Muye y otro dios para las sementeras llamado Bezmazopho.
Citado en Raquel Güereca, op. cit., cap. 3, p. 13-15.
13
 Idem.
14
 Ibidem, cap. 6. El caso de la rebelión de Tutotepec ha sido objeto de estudio en varias investigaciones
entre las que destacan Friedrich Katz, “Las rebeliones rurales en el México precortesiano y colonial”, en
Friedrich Katz (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo xvi al siglo xx, México,
Ediciones Era, 1990, p. 65-93 (Colección Problemas de México). Felipe Castro, La rebelión de los indios y la paz
de los españoles, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social/Instituto
Nacional Indigenista, 1996 (Historia de los Pueblos Indígenas de México). Carlos Rubén Ruiz Medrano,
“Tumultos y rebeliones indígenas en la Nueva España en el siglo xviii y la rebelión del Mesías Diego en 1769”,
Colonial Latin American Historical Review, v. 11, n. 3, 2002, p. 301-322. Del mismo autor Orden y resistencia

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El proceso de interacción entre evangelizadores y grupos indígenas tuvo
como consecuencia el cambio sociocultural de los otomíes, el cual no fue homo-
géneo sino que suscitó diferentes respuestas en los diversos espacios. Una parte
reducida de éstos adaptó patrones culturales occidentales con mayor profusión.
No obstante, otros proyectaron sus propios patrones sobre el cristianismo e hi-
cieron una apropiación selectiva y una reinterpretación de sus dogmas y prácticas.
Es evidente, por el caso de Diego Agustín, que tomaron parte activa en la toma
de decisiones de lo que aceptaban y lo que rechazaban, lo que retenían y lo que
cambiaban. En estas circunstancias algunas prácticas occidentales fueron incor-
poradas al bagaje cultural de los diferentes grupos étnicos.
Hoy, la sierra de Tutotepec la componen tres municipios: Tenango de Doria,
San Bartolo Tutotepec y Huehuetla. El municipio de San Bartolo Tutotepec se
localiza en la sierra hidalguense del sur de la Huasteca, a una altura de 1 000
metros sobre el nivel del mar pero hay localidades como La Cumbre que alcanzan
los 2 380. Limita al norte con el estado de Veracruz; al sur, con Tenango de Doria;
al este, con Huehuetla, y al oeste, con Agua Blanca y el estado de Veracruz.
Todo el municipio lo habitan 17 837 personas aproximadamente en una ex-
tensión territorial de 305.80 kilómetros cuadrados.15 Cuenta con 170 localidades
la mayoría de estas no rebasa los 300 habitantes. El tipo de asentamientos en su
mayoría es agrupado. El otro tipo de asentamiento es el disperso, donde se pueden
observar caseríos con 10 a 15 viviendas. Los otomíes de aquí sobreviven de la
siembra de maíz y frijol y del cultivo del café y en menor medida de la caña; utili-
zan la coa, el machete, el azadón y el gancho para quitar las hierbas.
Los rituales de “costumbre” se organizan alrededor del ciclo de la siembra del
maíz, todo ritual de “costumbre” tiene como fin pedir agua para que crezcan las
semillas. Los cerros son de suma importancia ya que los otomíes piensan que es
ahí donde residen las potencias principales, allí está contenido todo: semillas,
dinero, fuego, agua. De esta forma el cerro funciona como un almacén de comida
y agua. En éstos se pueden encontrar los diferentes planos en los que se divide el
universo. Además, en cada localidad existen cerros epónimos donde se realizan
rituales comunitarios y cada una de ellas tiene “su cerro” sagrado y acuden a él
para pedir favores a las potencias.

Planteamiento del problema, justificación e hipótesis

Actualmente se cuenta con registros etnográficos sobre los otomíes de la Huasteca


meridional por Galinier, Williams, Reyes, Boilés y Dow, principalmente.16 En estos

indígena en las comunidades de la sierra de Tututepeque en la segunda mitad del siglo xviii, San Luis Potosí, El Colegio
de San Luis, 2004.
15
 Instituto Nacional de Estadística y Geografía, II Conteo de Población y Vivienda de 2005.
16
 Vid. Charles Boilés, “Síntesis y sincretismo…”, op. cit., p. 555-563; Roberto Williams García, “Carnaval
en la Huasteca…”, op. cit., p. 37-44; Jacques Galinier, La mitad del mundo…, op. cit.; James W. Dow, Santos y

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trabajos se ha realizado un análisis profundo del complejo simbolismo de este gru-
po; todos ellos han aportado una rica información y fundado vías de análisis, bá-
sicas para el conocimiento de “la cosmovisión” que se relaciona con una concepción
del mundo profundamente arraigada en las prácticas agrícolas en torno al culti-
vo del maíz. Sin embargo, se necesita un estudio que advierta el cambio acaecido
en estas sociedades en los últimos treinta años y que comprenda un análisis inter-
disciplinario bajo la interpretación histórica, etnográfica y lingüística. Éste tendrá
que ser un estudio que presente la actualización de los ciclos rituales y las posibi-
lidades de entender su reproducción e importancia para la sociedad otomí.17
El análisis de las creencias y la práctica de rituales entre los otomíes así como
el uso de una serie de objetos –como el papel recortado, el Palo Volador y el culto
a los cerros, a las potencias del agua, el fuego y la tierra– pueden aportar nuevas
interpretaciones y perspectivas que permitan explorar hipótesis que no han sido
abordadas hasta hoy, como por ejemplo la transmisión de las tradiciones y los
elementos que han cambiado de significación en ellas.
Para este tipo de análisis es necesario tomar en cuenta el proceso histórico de
estos individuos que han permanecido relativamente “aislados”, primero como se-
ñorío independiente de los mexicas y después en la Colonia los evangelizadores y
colonos españoles se establecieron formalmente (ya entrado el siglo xviii), pues los
indios les presentaron resistencia, además de la “aspereza de las sierras”. Hoy todavía
se tiene esa percepción de la sierra como un lugar peligroso y de difícil acceso.18
Además, poco se sabe sobre el impacto que logró revertir la organización co-
lonial, los embates de las políticas ilustradas y liberales, como lo que sucedió en
el periodo de la Revolución y las décadas subsiguientes en esta región, pero sobre

supervivencias, México, Instituto Nacional Indigenista/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990
(Colección Presencias), y Juan A. Asler, Dämüz, Notas sobre una comunidad otomí de la Huasteca, México,
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1952.
17
 Para Danièle Dehouve “La continuidad se expresa en las reglas, las cuales debe descubrir el investigador
y rigen la supervivencia de ciertos rasgos y la adopción de varios otros al mismo tiempo”. Para la autora, asegurar
que hay “continuidades mesoamericanas” entre los indígenas actuales sólo se puede alcanzar con una metodo-
logía que logre encontrar los “principios estructurales a partir del significado que los indígenas les atribuyen a
los rituales”. De allí que el análisis del discurso indígena sea de suma importancia. Danièle Dehouve, La ofrenda
sacrificial entre los tlapanecos de Guerrero, México, Universidad Autónoma de Guerrero/Centro de Estudios
Mexicanos y Centroamericanos/Instituto Nacional de Antropología e Historia/Plaza y Valdés 2007, p. 29.
18
 Ya Galinier había anotado, entre 1960 y 1970, que a los otomíes de esta región se les consideraba “ce-
rrados” por vivir en el pasado y conservar sus creencias. No obstante, anota este autor que lo anterior “no se
debe a una casualidad histórica, sino que es consecuencia, por una parte, de las limitaciones impuestas y de
las conmociones desencadenadas por la sociedad nacional y el Estado”. Jacques Galinier, Pueblos de la Sierra
Madre. Etnografía de la comunidad otomí, México, Instituto Nacional Indigenista/Centro de Estudios Mexicanos
y Centroamericanos, 1987 (Clásicos de la Antropología), p. 29. Raquel Güereca en su tesis anota que durante
la época colonial “la sierra de Tutotepec se convirtió en una zona marginal, en la medida en que ciertos pro-
cesos que caracterizaron a otras regiones, a la sierra llegaron tardíamente o no se presentaron. Así, por ejemplo,
mientras que en las zonas centrales del virreinato del siglo xvii se caracterizó por la formación de latifundios
y el acaparamiento de tierras de los pueblos indios, en la sierra de Tutotepec el desinterés inicial mostrado
en la zona por los conquistadores y colonos, continuaría por parte de los siglos xvii y xviii”. Raquel Güereca,
op. cit., p. 27.

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todo qué efectos tuvieron estos procesos sobre las formas de organización de las
comunidades y la cosmovisión otomí.19
Por su carácter conservador los rituales registran y reproducen información
sobre las formas simbólicas, y permiten la transmisión de las tradiciones. No obs-
tante, también dejan ver que estas formas han cambiado de significación o que
algunos de sus componentes tienen una significación diferente.
El sistema de creencias en el que viven los otomíes, los elementos de las
prácticas rituales comunitarias y familiares, y en general lo que se desprende de
ellas, son una construcción de pensamiento que organiza la vida de los individuos
y reproduce su sociedad.
Finalmente el objetivo principal de esta investigación es la comprensión del
sistema cosmológico de los otomíes que habitan el municipio de San Bartolo
Tutotepec. q

19
 Ejemplo de ello es el uso de papel ceremonial que durante la época colonial casi desaparece de los ri-
tuales indígenas. No obstante, algunos curanderos guardaron esta costumbre y la difundieron entre las nuevas
generaciones, como sucede entre los otomíes de San Bartolo quienes utilizan las figuras de papel recortado para
representar la fuerza-energía (nzaki) de las potencias sagradas en los rituales tanto comunitarios como
individuales.

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  NOTAS DEL IIH

Eventos académicos en la Edad Media”; Estela Roselló Soberón,


“El cuerpo femenino en la Europa moder-
En la sede del instituto se llevó a cabo el na”; Alfredo Nava Sánchez, “El cuerpo
ciclo de conferencias “La corona de Aragón masculino y el canto en la Nueva España”,
en la Edad Media”, impartidas por Flocel y Cyntia Montero Recoder, “El cuerpo en
Sabaté i Curull, del 21 al 24 de septiembre la prensa en el siglo xix mexicano”.
de 2009.
En este instituto se realizó el coloquio
En ese mismo lugar se realizó el coloquio “Historia, enfoques y reflexiones en torno
“Los abogados y la formación del Estado al estudio de las epidemias, pandemias y
mexicano” con la participación de Elisa enfermedades infecciosas en México”, co-
Speckman, Héctor Fix-Fierro, Óscar Cruz ordinado por Claudia Agostoni, Claudia
Barney, Sergio García Ramírez, Alejandro Pardo, Lourdes Márquez Morfín y América
Mayagoitia, Humberto Morales y Salvador Molina del Villar, el 13 de noviembre de
Cárdenas, el 7 de octubre pasado. 2009.

Del 9 al 12 de noviembre se llevó a cabo la Se llevó a cabo el homenaje póstumo a la


Cátedra Marcel Bataillon, con el tema doctora Josefina Muriel, con la presenta-
“Temporalidades, historias, presente del his- ción de su libro La música en las instituciones
toriador”, impartido por François Hartog. femeninas novohispanas, el 18 de noviembre
en el instituto.
En la Casa de las Humanidades se llevó a
cabo el ciclo de conferencias “El cuerpo en El 19 de noviembre pasado, dentro de la
la historia”, con el siguiente programa, del Cátedra O’Gorman, José Rabasa dictó en
10 de noviembre al primero de diciembre: este instituto la conferencia magistral
Martín Ríos Saloma, “El cuerpo y el placer “O’Gorman y los pueblos sin historia”. q

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 
PUBLICACIONES

Presentación de libros

Alicia Mayer, Lutero en el Paraíso. La Nueva España en el espejo del


reformador alemán, México, Universidad Nacional Autónoma de
México/Fondo de Cultura Económica/Instituto de Investigaciones
Históricas, 2008, 573 p., ils.

¿Lutero en la Nueva España?


Miguel León-Portilla
Instituto de Investigaciones Históricas 
Universidad Nacional Autónoma de México

Es este un libro en el que convergen nume- decirse. Una prueba muy significativa de
rosos testimonios de muy variada índole. esto la había dado ya en su libro titulado:
Proceden de escritos teológicos, sermones, Dos americanos, dos pensamientos. Carlos de
crónicas novohispanas, juicios del Santo Sigüenza y Góngora y Cotton Mather, publica-
Oficio de la Inquisición, referencias a la do también por el Instituto de Investigaciones
actuación del obispo Juan de Palafox y Históricas de la Universidad Nacional
Mendoza, a la presencia de Lutero en la Autónoma de México en 1998. En dicha
pluma y el pincel barrocos, así como de obra Alicia se propuso acercarse a los pen-
textos en los que se contrapone a la virgen samientos jurídicos, filosóficos y teológicos
María con Lutero como símbolos del bien de esos dos distinguidos personajes, el puri-
y el mal. En tales testimonios Lutero se si- tano Cotton Mather y el sabio mexicano
túa en lo que la autora describe al principio del siglo barroco, Carlos de Sigüenza y Gón­
de este libro como Paraíso occidental, o sea gora. Y si dicho libro marcó ya una apertura
en México, en cuanto parte del Nuevo en el terreno de la historiografía llevada a
Mundo y éste visto a veces desde los tiem- cabo en nuestro medio, el que ahora co-
pos de Colón como un paraíso. mentamos versa sobre un asunto que, según
Este trabajo de la doctora Alicia Mayer lo expone Álvaro Matute, “trata de un tema
debe situarse en el amplio contexto de su radicalmente nuevo y fresco en nuestra
principal interés académico. Influida por historiografía”.
su maestro, el doctor José Antonio Ortega En la introducción, Alicia Mayer se
y Medina, continúa empeñada en romper plantea una pregunta, o si se quiere un
con los estrechos límites, desgraciadamente cuestionamiento, para señalar lo que pre-
frecuentes, que han impedido inquirir en tende en su trabajo. Nos dice ella que, “si
temas que sobrepasen sustancialmente los se preguntara a cualquier persona culta o
horizontes de la historia patria, como suele semiletrada en México, qué idea se forjaron

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sus antepasados de la época colonial sobre Carlos V, la Iglesia romana lograría la con-
Martín Lutero, casi siempre obtendríamos versión de millones de paganos.
la misma contestación: una muy negativa Contra lo que algunos han pensado, lo
de pura indignación adjetival”. Dicho de que ocurría en Europa con el protestantis-
otra manera, se considera que durante los mo interesó en cierto grado a varios teólo-
siglos de la Nueva España, y en menor gra- gos novohispanos. Alicia Mayer estudia con
do hasta ahora, Lutero ha tenido relativa- algún detalle lo que expresaron en primer
mente poca significación en México, en el lugar varios teólogos europeos, incluyendo
sentido de que hasta tiempos recientes la a españoles y en seguida se fija en lo que
Iglesia luterana no ha desempeñado papel llama “respuestas doctrinales” a las tesis de
muy relevante en nuestro país. Reconoce Lutero. Ellas se debieron principalmente a
la doctora que en la Nueva España llegó a los dominicos fray Bartolomé de Ledesma y
haber amenazas de piratas o bucaneros de fray Pedro de Pravia.
religión calvinista, hugonotes y otros, pero Distinguidos teólogos que ocuparon al-
no precisamente de luteranos. tos cargos en la jerarquía religiosa, fueron
Esto explica a su juicio la escasez de es- quienes en más tempranas fechas, después
tudios sobre Lutero y la influencia luterana de conocer lo más sobresaliente del pensa-
en México. Ante cualquier sombra de in- miento de Lutero, emprendieron dura críti-
fluencia de la reforma luterana se opuso fron- ca del mismo. Otra figura de la que también
talmente el Santo Oficio de la Inquisición, y se ocupa la doctora Mayer es la del célebre
cualquier indicio protestante se llegó a pre- franciscano Diego Valadés, autor de la
sentar como una lesión a la identidad de la Rhetorica christiana. En otra obra suya, que
Nueva España. En esa misma introducción, ha permanecido inédita, y a la que Alicia
que considero fundamental para compren- pudo acercarse, Valadés arremete contra la
der los alcances de este libro, describe ella que tiene como “diabólica secta de Lutero”.
el contenido de los nueve capítulos que Y el elenco de los teólogos novohispanos
integran su aportación. que escribieron acerca de Lutero incluye a
Emprendamos ya el recorrido por los varios jesuitas. Lugar especial ocupa la obra
caminos que se abren en esta obra. En el de otro que mucho influyó en la Nueva Es­
capítulo primero se estudian los contextos paña, el catecismo de Jerónimo de Ripalda,
históricos en los que se desarrollan la que vino a ser, por su amplia difusión en
Reforma en Alemania y la Contrarreforma México, un baluarte en la formación reli-
católica en España, y se atiende paralela- giosa de incontables niños y jóvenes.
mente a lo que ocurría en la que iba a lla- Otro gran filón del que se beneficia el
marse Nueva España. En ella Hernán libro que comentamos es el de las crónicas
Cortés emprendía la Conquista, un acon- novohispanas, escritas entre 1580 y 1645.
tecimiento que más tarde, a los ojos de va- En tales aportaciones se proclama lo mu-
rios historiadores y cronistas novohispanos, cho que se ha alcanzado entre los indígenas
iba a ser entendido como una compensa- que se han convertido, en abierta contra-
ción para la cristiandad. En tanto que en posición con la herida sufrida por la Iglesia
Europa el luteranismo atraía a su seno a en virtud de la herejía de Lutero. Como
millones de personas que perdía la Iglesia antecedentes conceptuales, se atiende a los
de Roma, en la Nueva España, gracias a escritos de Francisco López de Gómara,

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Bernardino de Sahagún y Bartolomé de las gular a la autoridad y jurisdicción de los
Casas. La atención se concentra luego en obispos”. Tal actitud llevó a Palafox al co-
las obras de los franciscanos Jerónimo de nocido conflicto que tuvo con los jesuitas.
Mendieta y Juan de Tor­que­mada. En ellos La comparación que establece la doctora
y otros cronistas posteriores hay coinciden- Mayer entre la trayectoria de Palafox y
cias de aseveraciones: Martín Lutero es Pedro Calderón de la Barca merece ser am-
presentado como encarnación del Demonio. pliada en un estudio aparte por su muy gran-
A él deben atribuirse males incontables. de interés. Cuanto expone ella en torno al
Otra fuente a la que recurre Alicia rechazo vehemente de Palafox de la herejía
Mayer son los testimonios provenientes del luterana, es ciertamente un capítulo menos
Santo Oficio de la Inquisición. Aunque conocido de la vida de este controvertido
reconoce ella que fueron pocos los casos en obispo que, por algún tiempo, llegó a ser vi-
que actuó ésta en contra de bien identifi- rrey de la Nueva España.
cados luteranos, muestra que la Inquisición Buen tino demuestra Alicia al fijarse en
novohispana estuvo siempre atenta ante el algunos escritos y sobre todo en no pocas
peligro que podían significar. Esa actitud pinturas barrocas debidas a criollos novo-
permanente en contra de los luteranos y hispanos. Los escritos a los que atiende se
otros herejes, así como respecto de los ju- deben al jesuita guadalupanista Franciscano
daizantes, tenía a la par que un sentido re- de Florencia y al teólogo Antonio Núñez de
ligioso otro de carácter político. Oponerse Miranda, que fue confesor nada menos que
a todos ellos tenía primordial importancia de sor Juana Inés de la Cruz, y al bien cono-
para la seguridad y el ser mismo de España cido Carlos de Sigüenza y Góngora en sus
y sus posesiones ultramarinas. escritos barrocos. Allí vuelve a aparecer
Tras ocuparse de las interpretaciones Lutero, al que se aplican epítetos como hi-
que hicieron los cronistas de la figura e dra venenosa y heresiarca vano.
ideas de Lutero y de las acciones de la In­qui­ A la par que estos tres, aunque en tono
sición, se concentra en la persona del céle- menos agresivo, sor Juana, asumiendo la
bre obispo de Puebla, Juan de Palafox y postura de la defensa de la religión y del
Mendoza. Este que, saliendo de España, Concilio de Trento, alude en más de una
antes de llegar a México, había estado en ocasión a la perversidad de Lutero. A otros,
otros países europeos como Bohemia, Ale-  que asimismo escribieron en la Nueva
ma­nia, Flandes, Suecia y Francia, escribió España en contra de Lutero, acude Alicia
un tratado que intituló Diálogo político del mostrando una asombrosa erudición y cer-
Estado de Alemania. Allí y en otro trabajo tero juicio.
suyo, donde con saña ataca a la herejía lu- Partiendo de una cita del muy distingui-
terana, se expresa que por obra de ello do historiador del arte en México, el reco-
Alemania se ha convertido en “la sentina nocido Francisco de la Maza, quien expresó
de Lucifer y seminario de la maldición”. que “el barroco existe, querámoslo o no,
Con fina percepción nuestra autora lle- gracias a Lutero”, emprende la búsqueda
ga a la conclusión de que Palafox, al atacar de “la imagen luterana a través de las ma-
al luteranismo, busca afianzar en México nifestaciones pictóricas producidas en
una verdadera reforma católica. Ésta impli- Nueva España”. Todo lo que expone acerca
caba, entre otras cosas, “sujetar al clero re- de esto es en verdad atrayente en cuanto

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apreciación de la presencia de Lutero en la su extrema pureza la religión católica en
pintura barroca mexicana. En tanto que el México y en el extenso ámbito de la mo-
protestantismo destruía imágenes, en narquía española. Citando al predicador
Europa la Contrarreforma católica propició José Ignacio de la Puente, que expresó que
su exaltación. Esto ocurrió también en la “mientras estos sectarios del ateísmo, em-
Nueva España, como lo muestra Alicia en pezando por Lutero y Calvino y terminan-
su texto y en las reproducciones que pre- do con los filósofos de la Ilustración, han
senta de once pinturas novohispanas. hecho correr en la culta Europa arroyos de
Mientras en unas aparece el triunfo de la sangre humana, nuestra América duerme
Iglesia, en otras se completa ese triunfo con hasta el día de hoy [1796] y descansa en
la imagen detestable del monstruo del he- aquella paz santa que está prometida a los
reje-demonio. Hay incluso varias en que el que observan la ley del Señor”.
pintor registró, en relación con el mons- Tal aseveración da pie a Alicia para co-
truo, el nombre de Lutero. mentar que “la alusión al sueño no podía
Los pintores a los que Alicia se acerca ser más reveladora. El aislamiento endémi-
son los bien conocidos Cristóbal de co no tardará en mostrarse ya como una
Villalpando, Nicolás Rodríguez, Gregorio mera utopía”. La revolución de las colonias
José de Luna, Miguel Cabrera y Andrés norteamericanas y la que ocurrió en Francia
López. En relación con las pinturas de éstos iban a cimbrar muy pronto ese “edificio
y otros maestros, expresa ella a modo de conceptual enarbolado por la ortodoxia y
conclusión: “el arte novohispano en mu- por el poder del clero”.
chos aspectos es una afirmación de la cul- Con el título de “La virgen María y Lutero:
tura de la Contrarreforma. Por eso es que el bien y el mal es el Paraíso indiano”, nos en-
Lutero aparece en el programa pictórico de camina nuestra autora a lo que llamaré el
Nueva España”. desenlace de su fascinante libro. Analizando
Así como vemos el nombre de Lutero expresiones de Lutero, percibe en ellas lo
en la pintura, también lo encontramos, que llegó a pensar éste acerca de la virgen
como era de esperarse, en los sermones. En María. Ésta sólo debía venerarse como ins-
ellos, nos dice Alicia, se ofrece “como me- trumento para la llegada de Cristo, pero no
táfora del mal”. Refiriéndose a una pintura como un ser al que debían atribuirse privi-
de Lucas Cranach en que se ve a Lutero legios como el de intercesora por los seres
predicando un sermón, nota Alicia que humanos, ni que estuviera libre del pecado
efectivamente este fraile fue más un predi- original. Esto último provocó, como lo ex-
cador que un teólogo y añade con serena presa Alicia, “una defensa católica de la in-
imparcialidad “que no se pueden negar sus maculada concepción”. En esto, si María es
intuiciones teológicas”. el símbolo de la luz, Lutero lo es del mal.
La atención que Alicia concede a varios En la Nueva España del siglo xviii se
sermones novohispanos muestra amplia- afianzó como nunca antes el guadalupanis-
mente la importancia que tuvieron para mo. Era ella, la tierra del bien: “el Paraíso
inculcar en los fieles el rechazo a la herejía. indiano”. En tal contexto histórico se con-
Conclusión que merece particular atención solidan dos mitos en la formación de la
es la que expresa nuestra autora a propósi- conciencia novohispana, en vísperas ya de
to de lo que fue un afán por conservar en la independencia: los de Guadalupe y

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Lutero. Esto, como lo hace ver Alicia Mayer, perversos dogmas de Lutero”. En contra-
se manifestó sobre todo en los sermones. En parte, proclama su devoción a la virgen de
tanto que la virgen de Guadalupe fue jurada Guadalupe.
en 1746 como patrona de la Nueva España, Y ya en el proceso que se le formó estan-
Lutero reaparece como la personificación do prisionero, declaró textualmente que
del mal, tiniebla y reverso de la luz, como quiere vindicarse “de la nota para mí insu-
anticipando que iba a reaparecer cuando al frible de hereje”. En este contexto nota
iniciador de la revolución de la indepen- acertadamente Alicia que “no podemos
dencia, Miguel Hidalgo, y a otros de sus dejar de admitir que estos elementos, que
seguidores y continuadores se les aplicaría la Inquisición examinó en el pensamiento
el calificativo de luteranos. de Hidalgo, nos parecen reflexiones cerca-
Es el último capítulo de este libro, es- nas a los postulados que en el siglo xvi es-
tructurado a modo de una historia de las grimió contra Lutero”.
ideas en el México colonial, en la que el El proceder que asumió la Inquisición
bien y el mal están en lucha permanente, en contra de Hidalgo se repitió luego en
donde la autora, atendiendo ya a la segunda contra de José María Morelos. De él se lle-
mitad del siglo xviii, dibuja una crisis, antes gó al extremo de declarar que “había comi-
no imaginada. Poco a poco se dejó sentir un do y bebido en las cenagosas fuentes de
ambiente de escepticismo. La filosofía mo- Lutero”. Tal cúmulo de acusaciones en
derna hace su entrada, al igual que un cier- contra de los caudillos independentistas no
to desarrollo científico en México. Todo fue en última instancia un alegato teológi-
esto empezó a desvanecer la cándida idea co, sino una suma de argumentos, conce-
de ese paraíso en el que la fe lo explicaba bidos, como dice Alicia, “para desahuciar
todo. La pérdida del paraíso se avecinaba. a los insurgentes”. La revolución iniciada
Asevera Alicia que “una de las caracte- en 1810 vino a ser así escenario para blan-
rísticas más notables de la guerra de dir, como nunca antes, el arma de la orto-
Independencia es su vertiente religiosa, doxia en contra de quienes luchaban por
aunque obviamente no se trata de una gue- acabar con el régimen español en México.
rra de religión”. Mientras investigadores Esto explica que, casi anacrónicamente, en
como Gabriel Méndez Plancarte han visto sermones y diversos escritos, algunos de
en Hidalgo “una ortodoxia católica”, sobre ellos impresos, proliferaran las condenacio-
todo la Inquisición y el alto clero de su nes en contra de Lutero, Calvino y otros,
tiempo, aliado como era de esperarse a la tenidos como herejes perniciosos. Tales re-
Corona española, estigmatizaron a Hidalgo criminaciones, en tanto que la modernidad
de luterano, hombre libertino y sectario del se abría camino en México y la indepen-
pensamiento francés. dencia del mismo estaba al punto de con-
Respondiendo Hidalgo a tales acusacio- sumarse, pusiera fin al Paraíso cimentando
nes, hizo circular en diciembre de 1810 un en siglos de aislamiento intelectual.
Manifiesto en defensa de sí mismo. En di- Atinada me parece la reflexión que hace
cho texto Hidalgo contradice a quienes lo nuestra autora al fin de este último capítu-
acusan y afirma que se mantiene en todo lo. Es cierto que, “el tema de la reforma
fiel a sus creencias como católico. Sin titu- eclesiástica quedó pendiente hasta pasadas
beos expresó que “se me acusa de seguir los varias décadas de la consumación de la

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Independencia. La separación política de nos vivieron enclaustrados en un universo
España no hizo que México cortara el cor- de connotaciones religiosas y henchido de
dón umbilical con la Madre Iglesia Roma-  símbolos sobrenaturales. En función de ello
na”. Fueron el Estado liberal y sus caudillos  hablaron los criollos novohispanos de un
–Benito Juárez, Melchor Ocampo, Sebas­tián Paraíso indiano. En él la verdadera Reforma
Lerdo de Tejada y otros– quienes consuma- católica iba a triunfar en oposición a lo que
ron esa otra independencia, la de orden re- ocurría en Alemania y otros países protes-
ligioso e intelectual, que abriría las puertas tantes, de los que fray Bernardino de Sa­ha­
a otras creencias que entraron ya sin el gún llegó a decir que en ellos “no había sino
riesgo de ser condenadas como herejías lu- herejes”.
teranas o calvinistas. Pero más allá de esto, La entrada de ideas de la Ilustración y
continúa Alicia, “para tener un cuadro com- los ejemplos de lo ocurrido en las antiguas
pleto del desarrollo de la imagen luterana colonias de Norteamérica, así como lo que
en la conciencia mexicana, habría que ver aportó la Revolución francesa, comenzaron
en un estudio aparte qué recepción se tuvo a trastocar la utopía del Paraíso indiano.
del ex agustino alemán, de su herencia re- Consumada la independencia de México,
formista y de su ascendencia histórica en los enfrentamientos intestinos entre los
los años posteriores”. conservadores y los liberales respecto del
En las “consideraciones finales” de ese proyecto de nación traerían consecuencias
libro reflexiona su autora sobre las significa- adversas al pensamiento tradicional.
ciones más hondas que ha tenido la polémi- Aunque, como lo señala Alicia, pudo re-
ca figura de Lutero a lo largo de la historia conocerse el valor positivo de mucho de lo
de México. Reconoce que los estereotipos realizado por las órdenes religiosas en la con-
que se formaron en torno al teólogo ale- versión de los indios, como sus aportaciones
mán –a pesar de su lejanía y del limitado lingüísticas, al igual que los aciertos cultura-
conocimiento de lo que realmente pensó y les y políticos de no pocos gobernantes no-
expresó– vinieron a ser un espejo en el que vohispanos y la vigencia de las leyes de
la Nueva España puede reflejarse, como lo Indias, el triunfo del liberalismo trajo consigo
expresa el subtítulo de su libro. el desdén por todo eso. En medio de filias y
El examen de ese estereotipo creado en fobias, se implantó el laicismo y todo lo reli-
la Nueva España acerca de Lutero muestra gioso pasó a ser asunto no ya público sino de
que éste tuvo varias formas de significa- la conciencia individual. Contemplando a la
ción, con consecuencias en favor de la luz del presente lo expuesto en este libro, su
continuidad tradicionalista de una Iglesia autora expresa en conclusión: “Del movi-
aliada incondicional de la Corona españo- miento religioso del siglo xvi nos llegan al
la. La figura de Lutero fue utilizada para dar presente resabios del espíritu combativo y
mayor coherencia al sentido de identidad, antagónico o el clima polemizante. Esto ten-
no sólo religiosa sino también cultural y po- drá un peso específico mientras sigamos de-
lítica de la Nueva España. Citando a Max fendiendo –a veces a contrapelo– nuestra
Weber, nota Alicia que el mundo novohis- identidad como latinoamericanos”.
pano fue extramundano, en contraste con Muy bien estructurada esta obra, rica en
el del protestantismo que fue inframunda- información de primera mano, con certeros
no. Significa esto que los hispanoamerica- análisis e interpretaciones, está llamada a

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ocupar un lugar muy distinguido en la mo- fanáticos), es la figura central que, en ires
derna historiografía mexicana, abierta a y venires, fue pretexto y también realidad
buscar relaciones entre lo que ha ocurrido para reafirmar posturas de aislamiento y
en México y aconteceres de significación cerrazón intelectual, que sólo tras luchas
universal en otras partes del mundo. Es ella sangrientas se han logrado superar.
un recorrido a través de la historia novo- Al felicitar a la doctora Alicia Mayer por
hispana en plan de historia de las ideas que esta singular y espléndida aportación, expre-
han afectado la identidad del ser nacional. so el deseo de que otros investigadores en
Libro maduro, que requirió años de inves- México y en el resto de Iberoamérica em-
tigación, es una mina para penetrar en el prendamos trabajos como éste, que lleven a
conocimiento de conflictos ocultos que ahondar en los conflictos y logros a través de
han entretejido, diría yo que hasta el pre- los cuales se ha ido conformando la propia
sente, la historia muchas veces dramática identidad cultural: el rostro y el corazón de
y aun trágica de España e Hispanoamérica. los descendientes de aquellos que creyeron
Lutero, ya no execrado (sólo por algunos vivir en un Paraíso indiano. q

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María José Garrido Asperó, Fiestas cívicas históricas en la ciudad de México,
1765-1823, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora, 2006, 191 p. (Historia Política).

Un oportuno recordatorio septembrino*

Evelia Trejo
Instituto de Investigaciones Históricas 
Universidad Nacional Autónoma de México

Por varias razones he querido dar título a la es decir, al jurado de un examen de maestría
presentación de un libro que me congratu- en la unam, de que la relación de las dichas
lo de leer por segunda ocasión. Corrijo, sin fiestas con la historia política de México es
entrar en la obsesiva tarea que implicará tan indisoluble que hablar de ésta o de
cotejar este nuevo libro con la tesis que le aquéllas conduce al mismo punto. En esa
dio origen; creo haber leído en los últimos ocasión, María José logró su cometido. El
días un asunto del que ya tenía noticia día de hoy debe sentirse doblemente laurea-
puntual y que, sin embargo, en su versión da por proponer que su discurso, mejorado
de hoy he disfrutado como si fuera nove- sin duda, llegue mucho más lejos.
dad. Hace unos años supe de la decisión de La intención de mis líneas ya está sobre
María José Garrido de hacer suyo el tema la mesa, he disfrutado el libro y espero que
de la fiesta. Ya por aquel entonces conocía otras 500 personas cuando menos lo hagan
a esta joven historiadora, ahora la conozco y que se multiplique la apreciación de este
más y no me extraña la elección del tema. esfuerzo, pero sobre todo que se aproveche
Dicho esto a manera de preámbulo y lo que ofrece.
aprovechando el alto para agradecer su in- María José Garrido entra en materia,
vitación y la hospitalidad del Instituto con la formalidad propia de quien debe de-
Mora para este acto festivo, me coloco en limitar su asunto para que no haya quien
la ruta de participar al público las razones reclame que le han dado gato por liebre. Si
que me llevan a recomendar así, sin mayo- el título es explícito, la introducción despe-
res reservas, la lectura de un libro aunque ja cualquier tipo de duda. Cuando se habla
sea de historia. de fiestas en los tiempos a los que remite el
Fiestas cívicas históricas de la ciudad de relato, es necesario distinguirlas con nom-
México, 1765-1823 es el tema de este breve bres de entonces y de ahora. No es pues
y sustancioso texto, muy bien presentado y ocioso mencionar que las había solemnes y
escrito en su primera versión con un propó- repentinas, religiosas y cívicas, cívicas his-
sito esencial: convencer a cinco personas, tóricas, ordinarias y extraordinarias. El re-


 Texto leído en el Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, el 14 de septiembre de
2006.

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pertorio queda claro, como quedan también gina 20 para indicar cómo es que consigue
en las primeras páginas los criterios para atar a su cuerda guía tantos asuntos: “pro-
clasificarlas empleados en este fundamen- pongo, dice, que el universo celebrativo de
tado estudio: los motivos, las intenciones, cada periodo fue diseñado para cumplir fi-
los participantes y los elementos simbóli- nes de tipo propagandístico a favor del pro-
cos. Cuestión aparte sería cuantificar en yecto de Estado propuesto por la elite
qué medida este cuarteto de elementos gobernante y que cada uno fue elaborado a
cumple una función explicativa dentro de partir de la idea de la historia vigente en
los márgenes del texto. Pero no es esa la ese momento”. Sin duda, bien dicho, aun-
intención que ahora me guía. que suene demasiado racional.
En cambio, quiero dejar constancia aquí A partir de todas las indicaciones para
de los motivos, mis motivos para sustentar entrar en esta rica construcción, todo pa-
las razones de mi disfrute personal de esta rece desenvolverse con naturalidad. Es
obra, de la que habrá que señalar que está agradable pasar de uno a otro capítulo sin
compuesta de una introducción, cuatro otro apoyo que el del título, es decir, sin la
capítulos y una conclusión. “El universo conciencia de la numeración. “Las fiestas de
festivo de la ciudad de México” –título de un Estado moderno”, “Los regocijos de un
la introducción– enmarca los temas sustan- Estado liberal”, “Entre la insurgencia y la
ciales, deja perfectamente establecida la lealtad” y “El calendario festivo del Imperio
razón que asiste a esta autora para elegir un Mexicano” se suceden apuntalados con los
tiempo y un espacio como laboratorio de subtítulos que marcan los acentos debidos
búsqueda de algo tan intangible y tan com- en cada tramo.
plejo como las formas de entender la histo- Es una forma grata de repasar la historia
ria, el hombre, el Estado y las formas de que creemos saber pero que nos sorprende
gobernar. Nada es casualidad en la elec- encontrar dicha de una manera distinta,
ción. El periodo y el lugar se prestan para con nuevos protagonistas en escena y sus-
ese intento de poner en claro el cambio. tentada con rigor y autenticidad. Sobre
Sobra decir que optar por atrapar las fies- esto último, añado un comentario. Las vi-
tas cívicas históricas supone completar el sitas a los archivos y la familiaridad con las
triángulo. Para tejer la trama de su historia fuentes se combinan con referencias a los
María José se apodera de ese objeto y procu- aportes historiográficos de maestros y cole-
ra no perderlo de vista. Sólo porque sabe gas, de modo que entre la erudición y el re-
que le servirá como brújula en la travesía conocimiento María José dicta lecciones y
logra concluir el viaje. No es poca cosa atra- asume tradiciones. El detalle de encontrar
vesar estos pocos años cargados de sucesos en una misma página la referencia a Dilthey
sin naufragar. y a Verónica Zárate es una muestra de esto.
Y es que, entreverado con el relato que Otra, la puntualidad con la que asoman
la historiadora anuncia en su título, viene los temas que han atraído la atención de los
el recuento de un lapso de la historia que historiadores del periodo, dando cuenta
no me atrevo a llamar nacional, pero se además de la solidez de sus aportaciones.
vale, en la que los actores son muchos y los Dejando a un lado los andamiajes que
enredos en los que se mueven, más. Me hacen de estas Fiestas cívicas históricas una
acojo a las palabras que aparecen en la pá- propuesta historiográfica a todas luces

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representativa de la calidad de su autora, experiencia de los interesados en armarla
quiero prestar atención ahora a algunos que con tal de echar la casa por la ventana
pasajes de su contenido que considero in- eran capaces de vender potreros, adelantar
teresantes, para compartir con esta au- rentas, conseguir préstamos forzados, en fin
diencia, por ver en ellos motivo de modalidades viejas del “boteo”.
curiosidad y reflexión a propósito de la Junto a cuestiones que como éstas intri-
fiesta. Sin mayor orden y concierto, los gan o confirman, el ritmo de la historia po-
propongo con la certeza de que revelan la lítica no cesa. María José Garrido, con
riqueza que encierra el libro. excelente pluma, proporciona un cuadro
Las alusiones al interés del régimen bor- en el que nada se confunde. Van tomando
bónico por meter en cintura la exuberante su sitio uno por uno los actores y tanto en
diversión me parece un asunto que amerita la península como en la colonia que dejará
una mirada nueva. Frente a ese interés por de serlo, se representa el anunciado tránsi-
racionalizar la fiesta cabe la pregunta de si to con el apoyo de la instrucción sobre la
se inicia allí una forma nueva de controlar fiesta. Los planos se intercambian. Algunas
la alegría. Cuando menos lo que sí suena veces en el primero aparece efectivamente
coherente es asociar las medidas que se todo lo concerniente a la fiesta, en otras
pretende tomar en tal sentido con la seve- ocasiones es el terreno de la política el que
ridad de un personaje como el visitador se revela con detalle y maestría para hacer
José de Gálvez, a quien desde mis lejanos comprensible el carácter que adquirirá la
años de estudiante siempre imaginé auste- nueva fiesta o las razones por las que se
ro, sobrio y aburrido. Pero, en este cuento eliminará la consagrada.
resulta que la propuesta reformista en ma- Podría alargar esta presentación entran-
teria de fiesta no tendría el éxito esperado. do en un camino peligroso, el de las dudas
En cuanto a la fiesta en sí, nombrada y que me generan ciertas afirmaciones acerca
explicada tantas veces en sus motivaciones de aquello que permanece y lo que cambia,
e intenciones, debo decir que en ocasiones del Estado y la religión, de la autoridad, de
a mí me deja la sensación de estar oculta. la divinidad, de la soberanía, en fin, temas
María José manda al pie de página la refe- de gravedad extrema y suficiente como para
rencia a los detalles que la integran. Y abre aderezar conversaciones que espero tener
la curiosidad de los lectores a la averigua- con la autora del libro, y animar investiga-
ción de en qué consistían exactamente las ciones de historia conceptual. En lugar de
serenatas, los bailables, los juegos de cañas ello, quiero ir cerrando mi participación
y alcancías. La imaginación en estos casos con unos cuantos comentarios más relacio-
se observa como requisito indispensable nados con la celebración y con la fiesta.
para gozar de las noticias. Celebrar a María José por decir y decir
En cambio, no es necesario ejercitarla tan bien lo que averigua y lo que piensa.
demasiado cuando de lo que se trata es de Por colocar en su texto frases cortas que
entender los ires y venires de correspon- son muy elocuentes: “Lucas Alamán, el
dencia y documentos para garantizar el más observador, escribió que esas discusio-
mejor sitio en los cortejos, la banca o la si- nes fueron expresión de la formación de
lla en los templos. Tampoco es indispensa- grupos políticos”, señala a propósito de las
ble echar mano de ella, para recuperar la que parecían frivolidades en el Congreso

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de 1823. Y, para ratificar ese aserto de A propósito del empeño del Ayun­
Alamán y esa acotación suya, complemen- tamiento para organizar contra viento y
ta luego, citando a Edmundo O’Gorman, marea la “fiesta especial” con la que habría
nuestro querido homenajeado este mismo de celebrarse la jura y la proclamación de
año: “un voto a favor de la memoria de Agustín I, señala:
Hidalgo había adquirido el sentido de un
voto republicano”. Esta actitud parece confirmar que el gobier-
Celebrar con María José la presentación no de la capital era leal a Agustín de Iturbide
en su obra de datos duros que nos relacio- y que consideraba aquella fiesta como una
clara expresión de su lealtad y patriotismo.
nan la fiesta de Calleja por el retorno del
Sin embargo, el Ayuntamiento se condujo
absolutismo, el 8 de diciembre de 1814, en tan torpemente que la jura pública del em-
fecha que se anticipa más de ciento cin- perador en lugar de sumar adeptos debió
cuenta años a la de su propio cumplea- haberle restado apoyos.
ños, con la iniciativa de fray Servando
Teresa de Mier, por cierto, no cumplida Así pues, muy lejos de la austeridad que
en el periodo estudiado, de proponer un pedían las reformas borbónicas, el primer
29 de julio (cumpleaños de Ana María emperador de México ameritaba fiesta en
Matute) que “fuera también fiesta nacio- forma, costara a quien costara. El festejo,
nal el día 15 de septiembre, primero en según José María Bocanegra se dio con las
que se pronunció la libertad”, dijo Mier, ceremonias y regocijos que pudieron hacer
a lo que agrego, y día de mi cumpleaños. el Ayuntamiento, los amigos de Iturbide y
Para no hablar de su obsequio en un solo “la gente sencilla y de buena fe que no
párrafo de un conjunto simbólico que hago veían en la persona del monarca más que
mío: “El 15 de septiembre llegó a la Villa al héroe que consumó con gloria inmortal
de Guadalupe el cadáver de Morelos, la independencia”. Alamán, por su parte,
acompañado de orquestas de música de anotó que los habitantes de la ciudad esta-
indios de diversos pueblos que tocaban ban tristes y preocupados por los problemas
músicas alegres”. que enfrentaba el Imperio y que por ello no
Y, rebasando este atrevimiento a la refe- disfrutaron de esa fiesta.
rencia personal, celebrar que María José En suma, pasajes como éstos, prueba
Garrido haya escrito un libro en el cual, fehaciente de los recursos que contiene la
además de nutrir nuestro conocimiento Historia, en las páginas que generosamente
de la historia y de encontrar ideas como ofrece María José Garrido son también una
la de que “las fiestas cívicas de naturaleza invitación a repensar si algo de lo que se
histórica son un primer ejercicio de con- relaciona con el patriotismo, tan puesto en
ciencia histórica”, podemos reconocer pau- duda en tiempos de posmodernidad, tiene
tas que el día de hoy nos corroboran la algo que decirnos hoy en día. Con sencillez,
doble condición de los historiadores: vivir las Fiestas cívicas históricas –cuyo sentido se
prendados del pasado y sorprendidos del busca y encuentra en esta narración– cum-
presente. Valgan estas referencias que de plen la meta de la Historia de mostrar la
haber sido leídas en otras circunstancias no particularidad y la diferencia, sin perder de
tendrían el mismo sentido: vista el plano de lo que no perece. q

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Novedades editoriales del iih

libros

Gerardo Lara Cisneros, El cristianismo en el espejo indígena.


Religiosidad en el occidente de la Sierra Gorda, siglo xviii,
2a. edición, México, Universidad Nacional Autónoma
de México, Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Tamaulipas, 2009, 242 p.,
tablas, mapas (Historia Novohispana 80) [primera edi-
ción: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/
Instituto Nacional de Antropología e Historia/Archivo
General de la Nación, 2002].

Esta obra se adentra en el estudio de los complejos cami-


nos por los que la religión católica se convirtió en el vehí-
culo idóneo para la reconstrucción de las identidades
nativas, y demuestra la creativa dinámica de adaptación
étnica en la que se movieron los naturales de la Sierra
Gorda colonial como estrategia de supervivencia cultural. La aspereza y fragosidad de la
Sierra Gorda fue ámbito propicio para que la raigambre otopame edificara espacios mar-
ginales: una frontera cultural basada en la reconstrucción sincrética de elementos
mesoamericanos, aridamericanos, africanos y europeos entrelazados como un reflejo del
mundo occidental en un espejo de obsidiana.

Los miedos en la historia, coordinación de Elisa Speckman


Guerra, Claudia Agostoni y Pilar Gonzalbo Aizpuru,
México, El Colegio de México, Centro de Estudios
Históricos/Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Históricas, 2009, 428 p.,
cuadros, mapas, fotografías.

¿Por qué hablar del miedo? ¿Por qué fijarse en el miedo


como objeto de estudio a lo largo de la historia? ¿Qué ha
tenido de peculiar o característico el miedo en nuestro
continente? Al plantearnos estas preguntas en el Semina- 
rio de Historia de la Vida Cotidiana y al diversificar y coor­
dinar nuestras investigaciones, pudimos confrontar las
seme­janzas y diferencias entre los sentimientos de miedo,
sus causas y consecuencias, en distintas épocas y lugares.

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Claro que el hombre ha temido siempre; nadie se libra del miedo. Pero así como cada
persona y cada grupo social sufre distintas formas de miedo, también cada momento his-
tórico y cada ámbito vital genera diversas reacciones como respuesta.

Contenido
El origen de nuestros miedos
Miedos naturales y miedos culturales
Pecadores y tormentas: la didáctica del miedo, Flor Trejo Rivera
Si no por amor, por miedo: violencia conyugal y temor al deshonor en el México colonial,
Teresa Lozano Armendares
La costumbre al miedo. La muerte en el parto en la ciudad de México, 1870-1898, Mílada
Bazant y David Domínguez Herbón
Entre el miedo y la esperanza: la peste de 1737 y la mujer hechicera de San Pablo del
Monte, Puebla, América Molina del Villar
Del miedo a la enfermedad al miedo a los pobres: la lucha contra el tifo en el México
porfirista, Ana María Carrillo
Entre la persuasión, la compulsión y el temor: la vacuna contra la viruela en México,
1920-1940, Claudia Agostoni
El miedo al olvido o cómo vivir en el recuerdo, Verónica Zárate Toscano
La construcción del recuerdo de las elites argentinas en el cementerio de La Recoleta el
miedo al olvido y la invisibilidad social, 1880-1920, Sandra Gayol

El prestigio del miedo educador (la interiorización de los miedos)


Miedos y temores en torno al cuerpo de las mujeres seglares: Nueva España, siglo xvii,
Estela Roselló Soberón
Los peligros del mundo. Honor familiar y recogimiento femenino, Pilar Gonzalbo
Aizpuru
San José, esperanza de los enfermos y patrono de los moribundos, un eficaz remedio du-
rante el tránsito de la muerte, Gabriela Sánchez Reyes
El miedo persuasivo en la ejecución de los asesinos de Dongo, Miguel Ángel Vázquez
Meléndez
Sujetos y objetos del miedo en el ámbito criminal (Ciudad de México, 1860-1930), Elisa
Speckman Guerra
Entre tradiciones y mitos. El miedo a un mundo desconocido (1940-1960), Cecilia
Greaves L.
Miedo a la palabra, Rebeca Barriga Villanueva

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Rodrigo Díaz Maldonado, Manuel Orozco y Berra o la his-
toria como reconciliación de los opuestos, México, Uni­
versidad Nacional Autónoma de México, Instituto de
Investigaciones Históricas, 2010, 96 p. (Teoría e His­
toria de la Historiografía 10).

Uno de los historiadores más destacados durante el siglo


xix fue Manuel Orozco y Berra (1816-1881), cuyas obras
fueron vistas, desde su aparición, como paradigmas de la
más refinada ciencia histórica de la época. Éste es especial-
mente el caso de su monumental Historia antigua de la
Conquista de México, que se terminó de imprimir sólo unos
meses después de la muerte de su autor. Mucho se ha es-
crito en relación con dicha obra, pero es notable la ausen-
cia de consensos sobre su significado y valor historiográficos.
Esta circunstancia ha generado cierta confusión no sólo con respecto al papel que des-
empeña Orozco y Berra en el desarrollo de la historiografía mexicana, sino también sobre
la naturaleza y los alcances de esa misma historiografía.
El presente trabajo pretende subsanar esta carencia, con un estudio detallado del
texto mismo, de sus estructuras y procesos narrativos. Con ello se revelan las verdaderas
raíces intelectuales e ideológicas contenidas en esta obra de Orozco y Berra. Así, se busca
mostrar no sólo la relación de Orozco y Berra con las grandes corrientes del pensamiento
histórico del siglo xix, como el positivismo o el darwinismo, sino también indagar aunque
sea parcialmente, sobre los complejos procesos de intercambio intelectual y apropiación
que dotan a la historiografía mexicana del siglo xix de una innegable originalidad.

La Iglesia en Nueva España. Problemas y perspectivas de in-


vestigación, coordinación de María del Pilar Martínez
López-Cano, México, Universidad Nacional Autónoma
de México, Instituto de Investigaciones Históricas,
2010, 414 p., cuadros (Historia Novohispana 83).

Este libro reúne una serie de ensayos en los cuales se re-


visan las hipótesis y los debates teóricos y metodológicos
que han guiado las investigaciones, y se formulan nuevas
propuestas que, en último término, buscan insertar el es-
tudio de la Iglesia novohispana dentro del campo de la
monarquía hispánica y del ámbito católico de los que for-
mó parte, para rebasar así la visión continental, sea ésta
europea o americana, con la que suele estudiarse la historia
de la Iglesia.

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Contenido
Introducción, María del Pilar Martínez López-Cano
La Reforma católica en Nueva España. Confesión, disciplina, valores sociales y religiosi-
dad en el México virreinal. Una perspectiva de investigación, Alicia Mayer
El poder y las potestades del rey: los brazos espiritual y secular en la tradición hispánica,
Óscar Mazín
La historia de las universidades en el antiguo régimen, ¿una historia de la Iglesia?, Enrique
González González
La Iglesia y los orígenes de la Ilustración novohispana, Iván Escamilla González
Invitación a la historia judicial. Los tribunales en materia religiosa y los indios de la Nueva
España: problemas, objeto de estudio y fuentes, Jorge E. Traslosheros
El obispo. Político de institución divina, Leticia Pérez Puente
En busca del clero secular: del anonimato a una comprensión de sus dinámicas internas,
Rodolfo Aguirre
Las órdenes mendicantes evangelizadoras en Nueva España y sus cambios estructurales
durante los siglos virreinales, Antonio Rubial García
La función social y urbana del monacato femenino novohispano, Rosalva Loreto López
Las capellanías de misas en la Nueva España, Marcela Rocío García Hernández
La Iglesia y el crédito en Nueva España: entre viejos presupuestos y nuevos retos de in-
vestigación, María del Pilar Martínez López-Cano
La política fiscal de la Corona y la crisis de la Iglesia como rentista. Del siglo xviii a la
formación de la nación, Francisco Javier Cervantes Bello
De la monarquía a la nación católica en la América española: las disonancias de la fe,
Brian Connaughton

Historia del pensamiento económico: testimonios, proyectos y


polémicas, coordinación de María del Pilar Martínez
López-Cano, México, Universidad Nacional Autónoma
de México, Instituto de Investigaciones Históricas/
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora,
2009, 324 p., cuadros, mapa (Historia General 24).

En este libro aparece una serie de ensayos en los que se


abordan problemáticas relacionadas con las ideas en torno
al trabajo, la utilidad, las políticas de fomento e impulso de
actividades económicas, así como las concepciones en tor-
no al potencial económico, las fuentes de riqueza del terri-
torio, incluyendo su descripción económica y cuantitativa,

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programas de reconstrucción naval, iniciativas de reformas comerciales y debates en
torno a la fiscalidad y a nuevas instituciones bancarias.
Contenido
Presentación

Entre la filosofía moral y la política económica. Los debates sobre el repartimiento o coa-
tequitl en la segunda mitad del siglo xvi, María del Pilar Martínez López-Cano
La riqueza de Nueva España según sus observadores externos en el despunte del siglo
xviii, Iván Escamilla González
De Monségur a Uztáriz: el origen de las reformas navales de Felipe V, 1712-1726, Iván
Valdez Bubnov
Las ferias de flota de Xalapa: una cuestión silenciada por los escritores de la primera mitad
del siglo xviii, Matilde Souto Mantecón
La feria, mecanismo para activar la economía novohispana: dos propuestas a fines del
periodo colonial, Clara Elena Suárez Argüello
Las ideas de Francisco Leandro de Viana acerca del comercio transpacífico, 1760-1778.
Una tentativa de liberalización, Carmen Yuste
Apertura comercial entre los puertos peruanos y San Blas. La propuesta del visitador
Antonio de Areche en el pensamiento económico español (1779-1789), Guadalupe
Pinzón Ríos
Los mercados caribeños y la exportación de harina novohispana: una controversia.
Testimonios del siglo xviii y principios del xix, Johanna von Grafenstein
Los orígenes de un debate político-fiscal sobre las alcabalas: el Memorial de Miguel de
Zavala de 1732 y el Informe del Consulado de Mercaderes de México de 1788, Ernest
Sánchez Santiró
Comentarios a una obra de Ramón de la Sagra de 1831: entre la época de los situados y
el auge azucarero en Cuba, Carlos Marichal
Fomento, utilidad e historia en el pensamiento económico de Lucas Alamán, José Enrique
Covarrubias
Desamortización y regalía: temas del primer debate bancario. El proyecto del gobernador
de Zacatecas Francisco García (1829-1832), Leonor Ludlow
La Junta de Fomento de Comercio de Puebla en 1843. Formación de grupos de interés
mercantil, Francisco Javier Cervantes Bello

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Víctor M. Castillo Farreras, Los conceptos nahuas en su
formación social. El proceso de nombrar, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto
de Investigaciones Históricas, 2010, 148 p. (Cultura
Náhuatl: Monografías 32).

Es un hecho reconocido que muchas de las concepciones


de índole política, económica e ideológica o religiosa in-
troducidas por los misioneros en el lenguaje de los nahuas
recién sometidos, no sólo causaron un grave desconcierto
en la vida de éstos sino un serio obstáculo para quienes
desde entonces se interesaron en conocer su historia a
través de las artes, vocabularios y demás testimonios escri-
tos en náhuatl. Dado que aún se ignora hasta qué punto
pudo ser atinado o no el traslado de tales ideas, en el pre-
sente estudio se examinan, primero, las formas de interpretación, adecuación y uso de
esta lengua en el inicio de la evangelización con el fin de desentrañar los sentidos básicos
de sus unidades léxicas y gramaticales. También se reflexiona sobre la especificidad del
pensamiento y de la práctica de los nahuas prehispanos y, sobre todo, se verifica la co-
rrespondencia que debió existir entre el contenido de sus palabras y la organización social
que históricamente formaron.

El mundo del derecho. Aproximaciones a la cultura jurídica


novohispana y mexicana (siglos xix y xx), coordinación
de Jaime del Arenal y Elisa Speckman Guerra, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto
de Investigaciones Históricas/Escuela Libre de Derecho/
Porrúa, 2009, 448 p., cuadros.

Los autores de esta obra buscan acercarse al pasado sin


juzgarlo con ideas, valores o exigencias actuales; por el
contrario, se proponen ubicar normas e instituciones en su
contexto cultural, político y económico, además de ocu-
parse de su aplicación y funcionamiento. El volumen se
inserta en el esfuerzo por la reconstrucción, ampliación de
enfoques, revisión y divulgación de la historia que diversas
instituciones han emprendido con motivo de las conme-
moraciones del centenario de la Revolución y el bicentenario de la Independencia, así
como en los estudios que la Escuela Libre de Derecho está realizando en homenaje a sus
primeros cien años de vida.

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Contenido
Presentación, Jaime del Arenal Fenochio y Elisa Speckman Guerra
La historia del derecho. Conceptos y procesos
Cultura jurídica, Salvador Cárdenas Gutiérrez
Experiencia jurídica y orden constitucional, Rafael Estrada Michel

Los modelos y las leyes


La construcción conceptual e institucional en el Congreso Constituyente de 1824, David
Pantoja Morán
La formación de una nueva tradición jurídica en Michoacán, 1825-1844, Jaime Hernández
Díaz
Los derechos del hombre, las personas morales y el juicio de amparo en los albores del si-
glo xx, Andrés Lira
El régimen jurídico de la propiedad agraria en el Estado de México, 1824-1870: de la co-
munidad al individuo, Daniela Marino
Un cuerpo en busca de su lugar: la fiesta de Guadalupe del Ilustre y Real Colegio de
Abogados de México (1760-1821), Alejandro Mayagoitia
La legislación sobre los abogados en el Estado de México del siglo xix, Mario A. Téllez

Prácticas judiciales y extrajudiciales


El proceso judicial, la religión y la protección de la persona del indio en la Nueva España
del siglo xvii, en la Inquisición y el Tribunal eclesiástico del arzobispo de México, Jorge
E. Traslosheros
La práctica jurídica en el poder judicial poblano (1800-183I). (Aproximación histórica
al Derecho de Transición en el México de la primera mitad del siglo xix), Humberto
Morales Moreno
La mujer justiciable en la historia de México. Breve reflexión, José Ramón Narváez
Hernández
Ley, lenguaje y (sin) razón: abogados y prácticas forenses en la ciudad de México, 1869-
1929, Elisa Speckman Guerra
Cohabitación, segregación y despojo en el sur de Texas (1883-1911), Silvestre Villegas
Revueltas
Seguridad jurídica y pequeña propiedad en los amparos revisados por la Suprema Corte
de Justicia de la Nación (1970-1976), María José García Gómez

38 HISTÓRICAS  87

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reimpresiones

Miguel Pastrana Flores, Historias de la Conquista. Aspectos


de la historiografía de tradición náhuatl, 1a. reimpresión,
México, Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Históricas, 2009, 300 p.,
ilustraciones (Teoría e Historia de la Historiografía 2)
[primera edición, 2004].

La Conquista de México fue un complejo proceso históri-


co que abrió la puerta a una transformación radical de las
sociedades mesoamericanas. A casi quinientos años de dis-
tancia, este evento aún suscita las más enconadas polémicas
y las más variadas investigaciones tanto en el nivel nacional
como en el internacional. En esta perspectiva, el presente
trabajo busca analizar y explicar cómo se muestra la
Conquista española en la historiografía de tradición ná-
huatl. No se trata de estudiar el hecho mismo, sino de analizar la memoria indígena sobre
él. Así pues este trabajo es un análisis historiográfico comparativo del conjunto de las
obras de tradición náhuatl a partir de cuatro problemas fundamentales en el estudio de
la Conquista: primero, el de los presagios que se dice que ocurrieron antes de la llegada
de los castellanos; segundo, la naturaleza que les fue atribuida a los españoles; tercero, la
personalidad y la actitud asumida por Motecuhzoma, último tlatoani de Tenochtitlan,
frente a los europeos, y cuarto, el sentido que se le otorgó a la Conquista española en las
obras indígenas.

publicaciones periódicas

Estudios de Historia Novohispana, 41, julio-diciembre


2009.
Artículos
La vicaría dominica de Tepetlaoxtoc, eremitismo y evan-
gelización ¿Contradicción o complemento?, José Omar
Tinajero Morales
La creación de las cátedras públicas de lenguas indígenas
y la secularización parroquial, Leticia Pérez Puente
La república de las letras y la prédica jesuita novohispana
del xvii. Los paratextos y la emergencia del arte como
sistema, Perla Chinchilla Pawling

Históricas  87 39

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La frontera en tiempos de reformas. El fuerte de Melincué: punto neurálgico en el sur
santafesino, Clementina Battcock
Documentos
Título de marqués de Villapuente de la Peña a don José de la Puente y Peña Castexón y
Salzines, Javier Sanchiz Ruiz
Reseñas
Úrsula Camba Ludlow, Imaginarios ambiguos, realidades contradictorias. Conductas y represen-
taciones de los negros y mulatos novohispanos, siglos xvi y xvii (Lourdes Villafuerte García)
Manuel Chust (coordinador), 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano (Amanda
Úrsula Torres Freyermuth)
Ana Irisarri Aguirre, Reformismo borbónico en la provincia de San Luis Potosí durante la
Intendencia (Liliana Izaguirre Hernández)
Alejandro Soriano Vallés, La hora más bella de sor Juana Inés de la Cruz (Jorge Tras­los­heros)

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México,


38, julio-diciembre de 2009.
Artículos
El pronunciamiento mexicano del siglo xix. Hacia una
nueva tipología, Will Fowler
Masonería, papeles públicos y cultura política en el primer
México independiente, 1821-1828, María Eugenia
Vázquez Semadeni
Negociaciones para la modernización urbana: la demoli-
ción del mercado del Parián en la ciudad de México,
1843, María Dolores Lorenzo
La disputa entre poderes y la guerra contra los indios
belicosos en Durango, 1848-1853, Ana Lilia Nieto
Camacho

Documentos
El “Diario reservado no. 18” (1829), de José Anastasio Torrens, Rafael Narváez
Reseñas bibliográficas
Celia del Palacio Montiel (coord.), Siete regiones de la prensa en México. 1792-1950 (Miguel
López Domínguez)
Óscar Cruz Barney, La república central de Félix Zuloaga y el Estatuto Orgánico Provisional
de la República de 1858 (Silvestre Villegas Revueltas)
Hubonor Ayala Flores, Salvaguardar el orden social. El manicomio del estado de Veracruz
(1883-1920) (Francisco Morales Ramírez) q

40 HISTÓRICAS  87

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