Serie Las Hermanas Evans 01 - Destinos Encadenados
Serie Las Hermanas Evans 01 - Destinos Encadenados
Serie Las Hermanas Evans 01 - Destinos Encadenados
encadenados
Sara Wood
1º Las hermanas Evans
Argumento:
Quizá, después de todo, István no fuera su hermano. Él así lo aseguraba, y
Tanya quería creerlo porque eso explicaría aquella oscura atracción que
sentía por István.
Habían crecido juntos en Devonshire. Ella lo había idealizado… hasta que
descubrió que él había seducido a su mejor amiga. Ahora, cuatro años
Sara Wood – Destinos encadenados – 1º Las hermanas Evans
Capítulo 1
—Estás obsesionada con István —exclamó Mariann en tono airado—. ¡Por
supuesto que no va a estar allí! ¿Él, asistir a una boda?
Tanya bajó la cabeza de pelo castaño y se colocó detrás de la cola que avanzaba.
El recuerdo de István le asaltó con más fuerza.
—Quizá —dijo ella y frunció el ceño—. István siente debilidad por Lisa —sus
labios permanecieron cerrados para ocultar ante su hermana que fue algo más serio
que eso: una explosión de pasión momentánea con consecuencias terribles que
dividieron a la familia.
—István jamás ha sentido debilidad por nadie —se burló Mariann.
—Corazón y mente de piedra —estuvo de acuerdo Tanya y trató de convertir
en una broma sus temores—. Bueno, si llega a presentarse, supongo que podré hacer
que cambie su cara de palo por algo más humano.
—¿Tú? —exclamó Mariann riéndose—. ¡Tú no le harías daño ni a una mosca!
Tanya sonrió levemente y el verde de sus ojos castaños claros se intensificó
hasta que el marrón desapareció por completo. No, por lo genera! ella no le hacía
daño a ninguna criatura viviente, pero con István haría una excepción y con gusto lo
aplastaría de un golpe.
—Me niego a pensar más en él —exclamó con decisión y dejó aparecer una
sonrisa—. ¡No cuando hay una boda de cuento de hadas en perspectiva! —Tanya se
animó. Su hermano John se casaba con Lisa, su mejor amiga. ¿Qué podría ser mejor?
—. ¿Te imaginas que den la recepción en un castillo húngaro? ¡Nada podría ser más
romántico!
—O más caro —comentó Mariann en tono seco—. A menos que a él le hagan un
descuento por trabajar allí. Bueno, ya que John tiene tanto dinero con su nuevo
trabajo será mejor que te pague lo que te debe —lanzó una mirada dura a su
hermana—. Tú te apuras demasiado por ayudarnos a todos.
—Eso es lo que se hace por la familia —respondió Tanya con una sonrisa.
—István es «familia». ¿Eso quiere decir que tú… lo recibirás si aparece de
nuevo? —insinuó Mariann con una mueca.
—¡No! Él es diferente —respondió Tanya con seguridad—. Él nos abandonó,
trató a mamá como si fuera basura. A él no lo puedo perdonar.
Los ojos de su hermana relampaguearon.
—No estoy segura de eso. Él era tu ídolo y tú su esclava devota hace algún
tiempo.
—Yo era una niña deslumbrada por su intrepidez. No sabía cómo era en
realidad —respondió Tanya.
—¿Acaso lo sabía alguien? Todas esas jovencitas llorosas ante nuestra puerta
sólo veían al Heathcliff que galopaba por los brezales. Ninguna de ellas sabía lo
difícil que era en casa.
—¿Por qué hablamos de él otra vez? —se quejó Tanya.
—Tú siempre lo haces —respondió Mariann con delicadeza.
Tanya se ruborizó.
—¡Tonterías! En lo que a mí respecta él no existe —pero pensó que era triste que
la familia no estuviera completa.
—Está bien. Concéntrate en el cuento de hadas. Dales un beso de mi parte a
John y a su novia y empieza a relajarte. Te mereces un poco de diversión.
—Una semana de vacaciones —exclamó Tanya. Le parecía una eternidad—.
Después de la boda de John me la voy a pasar sentada en los cafés comiendo pasteles
y…
—Sonriéndoles a los jóvenes gitanos violinistas.
—No. Fascinando al jefe de John —la corrigió Tanya—. Tengo que apartarme
de los violines y obtener el negocio de la escuela de equitación. Pero quiero
aprovechar al máximo el viaje y explorar Hungría. Oh… la cola se mueve otra vez.
Hasta luego. Te veré en el castillo.
Mariann se inclinó sobre la valla y besó a Tanya con afecto. Dos hermanas tan
diferentes en temperamento y tan parecidas físicamente, con los pronunciados
pómulos húngaros y el abundante pelo castaño.
—¿Sabrán esos húngaros lo que se les viene encima? Espera a que recoja a Sue y
tengan a tres hermanas Evans con quienes lidiar —Mariann hizo un gesto que
provocó que varios ojos masculinos se alzaran—. Ahí vas a estar tú, destrozando
corazones con tus ojos soñadores…
—No con Sue y contigo a mi alrededor —se rió Tanya—. Simplemente dame el
papel de la hermana fea…
La exclamación de Mariann hizo que varios ojos se fijaran en Tanya.
—Mírate en el espejo y observa quién es la más guapa de todas, querida —dijo
Mariann con cariño—. Para cuando Sue y yo lleguemos estoy segura de que ya algún
húngaro muy atractivo te habrá raptado en su caballo blanco. Hasta pronto. ¡Qué
tengas un buen viaje!
La sensación de premonición que había sentido Tanya desapareció ante la
alegría de su hermana. Entonces hizo caso de la promesa que se había hecho a sí
misma y dejó a un lado las preocupaciones. El antiguo romance entre István y Lisa ya
debería de estar muerto y enterrado, pensó ella, de otra manera Lisa no hubiera
aceptado casarse con John, por lo tanto centró sus pensamientos en la boda, dejando
a un lado la molesta idea de que István pudiera aparecer y echar a perder la felicidad
de todos una vez mas.
Al acercarse a Budapest el avión voló por encima de varios edificios de
cemento. El aspecto exterior de estos la hizo pensar en István y en lo frío, duro y
desalmado que podía ser. Frunció el ceño. Mariann tenía razón… ella estaba
obsesionada con el recuerdo de él.
Le sudaron las manos. Quizá tenía razón en preocuparse. Después de todo
István se fue a Hungría cuando desapareció cuatro años antes. Quizá hubiera visto
algún anuncio acerca de la boda. Y él se vio obligado a dejar a Lisa.
Con un nudo en el estómago. Tanya pasó por la aduana, ocultando sólo lo que
pasaba dentro de su cabeza: ¿István estaría allí? Dos manchas rojas colorearon sus
prominentes pómulos eslavos y su paso se volvió más rápido, casi como si la
posibilidad de verlo la llenara de energía. La multitud estaba parada detrás de la
barrera, agitando las manos, gritando, riendo… pero allí no estaba István.
—¡Gracias Dios! —murmuró ella y después frunció el ceño ante la extraña
sensación de pérdida que siguió a esa comprobación. Ningún par de ojos cínicos se
fijaban en ella. Ninguna boca dura y masculina se torcía con desprecio de hermano.
—¡Tanya! —gritó una voz con alegría.
—¡John! ¡John! —respondió Tanya, aliviada—. ¡Qué alegría me da verte! —
abrazó a su hermano, y los latidos de su corazón volvieron a ser casi normales.
—¡Bienvenida a Hungría, mi querida Tan! ¡Verás que fiesta tenemos para esta
tarde! —exclamó John con entusiasmo.
Una sonrisa dulce iluminó el rostro de Tanya.
—¿Una fiesta? ¡Qué divertido!
—¿Cómo está papá? —preguntó John mientras se hacía cargo del equipaje de su
hermana.
—Mucho mejor de salud, aunque la artritis está peor. Te manda su amor y sus
bendiciones —respondió Tanya.
—¿Estás segura de que puedes hacerte cargo de él?
—Por supuesto —le aseguró ella.
El padre de ellos se convirtió en un alma en pena cuando su esposa murió
cuatro años antes. Era como si la luz lo hubiera abandonado, y Tanya envidiaba pero
a la vez temía un amor como ése.
Su padre se jubiló a edad temprana por motivos de salud y se volvió hacia ella
en busca de compañía y comprensión… quizá de alguna manera como un sustituto
de la madre de ella. El rostro de Tanya se suavizó. Ella había deseado toda su vida
tener una relación estrecha con su padre y aquello también fue un consuelo para ella,
ya que su propia pena era demasiado para sobrellevarla sola. Necesitaba alguien a
quien querer. Un propósito en la vida más allá que simplemente existir. La muerte de
su madre ocurrió sólo tres meses después de la desaparición de István y el doble
golpe la dejó completamente insensible.
Durante una reunión de familia. Tanya convenció a sus hermanas de que tenía
sentido que ellas continuaran sus carreras en Londres dado que ella podía trabajar
desde su casa. Fue ella quien persuadió a John para que siguiera a Lisa a Budapest
para darle su apoyo económico, pues le explicó que sería muy cruel que se
interpusiera en el camino de su hijo.
—¡Dios mío! ¿Qué ha estado haciendo él con Lisa? —John metió la velocidad y
el coche siguió adelante.
Tanya miró el rostro frío y pálido de su hermano. Éste reflejaba sus propios
temores, pero en nada ayudaría expresar lo preocupada que estaba.
—Supongo que ha venido a enterarse de lo feliz que ella se siente por casarse
contigo —comentó Tanya con segundad—. No hay por qué preocuparse. Mantente
tranquilo —lo decía para convencerse a sí misma tanto como a su hermano menor—.
Él es historia. Lisa y tú os amáis Él no puede hacer nada al respecto —rezó porque
eso fuera verdad y se estremeció ante la idea del desastre que István podía crear. El
caos lo seguía a él tan seguro como el día sigue a la noche.
—¡Será mejor que lo haga! Hazme un favor. Mantente ocupado mientras yo
hablo con Lisa y averiguó qué esta ocurriendo —murmuró John.
—¿Yo? —Tanya abrió la boca por la sorpresa. Había jurado no volver a dirigirle
la palabra a István, nunca más. Lo odiaba. Pero John parecía tan alterado que supo
que tenía que aceptar—. Está bien —respondió con calma—. Déjalo de mi cuenta.
—Mira a Lisa. Jamás la había visto tan emocionada —siseó John.
—¿Y por qué no iba a estarlo? Mañana se casa contigo —comentó Tanya, pero
su explicación sonó vacía. Los ojos de Lisa brillaban de… ¿felicidad? ¿Excitación?
Tanya se llevó una mano al puente de la nariz donde un dolor de cabeza
comenzaba a pulsar. István parecía tan inexpugnable mientras esperaba junto a la
inquieta Lisa que la idea de tener que pasar unos momentos con él le resultaba
completamente espantosa. Pero lo haría por John, por su matrimonio y por la
felicidad de su querida amiga.
Le temblaron las piernas y se detuvo para tranquilizarse antes de bajarse del
coche. Pero se retrasó demasiado. La puerta se abrió e István la sacó de un tirón como
si todavía fuera su hermana pequeña, sin prestar atención a que ya tenía veinticuatro
años.
—Bienvenida —murmuró él y puso manos de hierro debajo de las axilas de ella
para levantarla hasta que Tanya gritó por encima el rostro de su hermano mayor—.
¡Eres toda una mujer! —declaró István con admiración.
Furiosa ante aquel insulto a su dignidad, Tanya mantuvo inexpresivo el rostro y
trató de no dejar que los ojos negros de él la turbaran cuando la examinó lentamente
para ver los cambios que los últimos cuatro años habían producido.
—Por favor —protestó ella—, ¡bájame!
Uno de sus zapatos se le desprendió del pie suspendido en el aire, y los ojos de
ella brillaron con furia por la forma en que él la había puesto en desventaja. ¡Él no
tenía derecho a tocarla con tanta familiaridad!
—Veo que el mal genio todavía arde debajo del exterior tranquilo —observó
István con una calma desesperante.
—¡No es de extrañar! —gruñó ella—. ¿De veras crees que puedes causarle dolor
a toda mi familia y que te vamos a dar la bienvenida como si nada hubiera ocurrido?
madre le enseñó su lengua materna sólo a István. Todos eran mitad húngaros pero su
madre sólo le habló de su pasado a él. A los demás siempre los desanimaba cuando
ellos mostraban interés por su tierra natal. Aquello era un favoritismo, pensaba ella.
Tanya tenía la sensación de que él la tenía acorralada, por lo que dio un paso
hacia atrás y se apoyó en el coche. Volvió la cabeza para ver si John ya había hablado
con su novia, pero para su disgusto vio que aparentemente él y Lisa discutían. Y para
aumentar su ansiedad, István apoyó las manos sobre el coche a ambos lados de ella y
se inclinó hacia delante en lo que parecía ser una intimidad amistosa pero que
produjo en Tanya desconcierto, pues se sintió atrapada.
—Quería recordarte los buenos tiempos —explicó István en voz baja.
—Que no fueron muchos… y que quedaron totalmente eclipsados por los
malos —murmuró ella y se echó hacia atrás—. ¿Por qué recordar cosas que más bien
desearíamos olvidar?
—Estoy tratando de prepararte —dijo István de manera enigmática.
—¿Prepararme para qué? —preguntó Tanya, suspicaz.
—Para los cambios —respondió él—. ¿Interesada?
Ella hizo una mueca.
—¿En ti?
—Pensé que quizá lo estuvieras —comentó él con calma—. Desde el momento
en que pudiste gatear sentiste celos de los secretos que yo compartía con Esther —
añadió István, utilizando el nombre de pila de su madre como hacía siempre.
—A ninguno de nosotros nos gustaba que tú te encerraras con mamá durante
dos horas diarias —comentó ella con frialdad—. ¿Qué es lo que hacíais exactamente?
—Tocar música, hablar.
Ella siempre estuvo en segundo lugar, pensó Tanya con rencor. István siempre
fue el primero para su madre. Eso siempre le dolió a Tanya.
—Mira. István —comentó ella con voz dura—. Debes tener alguna idea del
revuelo que provocaste cuando desapareciste y de lo que le hiciste a nuestra familia.
Esta es una ocasión feliz, no te queremos aquí.
—Tengo una invitación —respondió él y se echó un poco para atrás dándole a
Tanya espacio para moverse—. ¿No es así, Lisa? —gritó entonces—. ¿Verdad que tú
me has invitado?
Tanya lanzó una mirada de incredulidad a su amiga, quien en ese momento se
alejó de lo que parecía ser una gran discusión con John y corrió a abrazarla a ella con
fuerza.
—Oh, Lisa —exclamó Tanya—. Qué alegría volverá verte, pero… ¿por qué
razón lo has invitado a él?
—Espera y lo verás. Por favor, mantén a István ocupado el mayor tiempo
posible —susurró a su amiga—. Estoy tratando de convencer a John de que no lo
golpee —miró a István y se le iluminó la cara antes de correr de vuelta hacia el
furioso John.
rocas. Pero, entonces cancelaron sus clases de montar. Y no hay furia comparable a la
de una niña de trece años a quien se le niega su pony.
Y peor aún, István dejó de tolerar aquella adoración y comenzó a gritarle como
si ella lo molestara. Los días de afecto cambiaron casi de un día para otro y se
convirtieron en un rechazo malhumorado. Su propio hermano ya no quería tener
nada que ver con ella y el orgullo hizo que Tanya fingiera que no le importaba.
—¿Yo? ¿Preocuparme por ti? Por Dios —exclamó ella en tono ligero—. Yo sólo
me quedaba para acompañar a mamá —añadió evitando la verdad.
Sabía muy bien lo que su madre debió sentir cuando István no llegaba. Una
ansiedad profunda que era tan dolorosa como un dolor físico. Él muy bien podía
estar tirado en algún barranco después de caer de su moto. O inconsciente al caer de
un caballo. Ahogado en el río. Todavía le molestaban todas aquellas horas de
preocupación innecesaria.
—Todas esas veces que entrabas sin dar una sola explicación o pedir una
disculpa —continuó diciendo Tanya—. Yo jamás pude comprender por qué mamá
toleraba tu falta de consideración, por qué siempre te recibía con los brazos abiertos y
una taza de chocolate y unos bizcochos.
—Bueno, ella me comprendía mejor que el resto de vosotros —comentó István
—. Ella sabía que yo podía cuidar de mí mismo. Y que había veces que yo tenía que
salir y vagar por los brezales o conducir hasta quedar exhausto. No soporto estar
encerrado. Supuse que ya lo sabías. Necesito libertad…
—¿Cómo puedes decir que estabas encerrado? ¡Tenías toda la libertad que
deseabas! ¡Te malcriaron! —gritó ella—. Y tú no nos diste más que dolores de cabeza
a cambio —Tanya miró hacia John y al ver que éste no podía oírla soltó la lengua—.
¡Tú sedujiste a Lisa! ¡Tú pusiste su vida en peligro! ¡Tú!
—¿Sí? Continúa —la aguijoneó István y le brillaron los ojos—. Dilo.
Tanya apretó los dientes. Si hablaba de cuando Lisa perdió el hijo de István
sabía que iba a perder el control de sus emociones. Entonces él tenía veinticuatro
años y debió saber lo que hacía. Lisa diecinueve y tres meses de embarazo. Tanya
tembló.
—¡Tú jamás demostraste el menor sentimiento por la familia! —gruñó ella—.
Por eso no comprendo por qué has venido ahora. No estás aquí para celebrar la boda.
John y tú siempre os habéis odiado —lo que dejaba a Lisa como posible razón, pensó
Tanya con terror—. ¿Qué es lo que te ha hecho presentarte aquí?
—Decidí que tenía que luchar por lo que deseo —dijo István con calma.
A Tanya le dio un vuelco el corazón.
—¡Eso es lo que me temía! —exclamó ella—. István…
—Suplicar no te llevará a ninguna parte. Estoy decido —miró a Tanya fijamente
—. Me niego a dejarme empujar por ti o por nadie más. Yo soy yo. Tanya. Yo decido
ahora y con el tiempo todo se aclarara —se dio la vuelta para marcharse.
—¿Huyendo una vez más? —gritó ella, casi fuera de control y desesperada ante
las intenciones de él. István se detuvo y Tanya comprendió que había tocado un
punto sensible. Él se dio la vuelta con calma y caminó hacia ella de nuevo.
—Yo no huí —replicó él y la ira subrayó sus palabras— Me fui porque quise.
¿Por qué no lo dices, Tanya? Di lo que tienes que decir de una vez.
Tanya respiró hondo y luchó contra el dolor que destruyó su felicidad.
—Está bien. Tú dices que te fuiste —repitió ella—. Llámalo como quieras, culpa
a quien quieras. Te fuiste sin avisar, sin dejar ninguna dirección… y… y… mandaste
a mamá a la tumba y por eso jamás… te voy a perdonar.
István permaneció inmóvil. Tanya se sintió liberada porque acababa de
pronunciar las palabras que tenía grabadas en el corazón y porque por fin se había
enfrentado a él con la verdad, después de tantos años de tenerla dentro.
Los ojos de István relampaguearon.
—¿Cómo pude yo matarla? —gruñó él—. Yo estaba en Budapest en aquel
entonces.
—¡Pero ella no lo sabía! Tú eras muy especial para ella y desapareciste sin dejar
huellas. Mamá empezó a desmejorar y poco después murió. ¿No te parece obvia la
conexión? —preguntó Tanya.
Los recuerdos hicieron que escapase un sollozo de sus labios. Levantó los ojos
doloridos y vio… compasión.
—Tan… —comenzó a decir él, tenso.
—¡No! ¡No me mires así! ¡No lo quiero! ¡Es demasiado tarde para demostrar
compasión! —gritó ella, ronca—. ¿Qué te importa si mamá se volvió loca porque tú
desapareciste?
—¿Que qué me importa? —rugió él. Y de pronto, con los ojos llenos de fuego.
István la agarró por el brazo y la sacudió con violencia—. ¿.Qué demonios sabes tú
de mí?
Nada, ésa era la pena de todo aquello, pensó Tanya como respuesta silenciosa
antes de que su cerebro dejara de funcionar. El dolor apareció en su cabeza, en sus
brazos magullados, en el cuello que se movía para todas partes.
—¡István, István! —gritó ella.
Afortunadamente István recuperó la calma y se detuvo.
—Veintisiete años… —murmuró con rabia—. Y entre todas las mujeres que
tengo para descargar mi ira, te he elegido a ti.
Así que él quería dañarla. Escuchar que aquel hermano a quien había
idolatrado deseaba atacarla era insoportable. Para su sorpresa las lágrimas
comenzaron a brotar de sus ojos y le corrieron en torrente por las mejillas. Con una
exclamación dura, István gritó algunas palabras en húngaro y después la sorprendió
al estrecharla en sus brazos. Tanya sollozó todavía más fuerte.
—Yo sé cuánto querías a Esther. Tú hacías lo que podías para querernos a todos
—indicó él. Los hombros de Tanya se estremecieron y él los acarició—. Eres muy
parecida a ella. Leal y con un fuerte sentido del deber.
István le acariciaba el pelo castaño de manera inconsciente y le hablaba con el
mismo tono de voz que utilizaba cuando Tanya era pequeña y necesitaba que la
reconfortaran antes de que, de manera inexplicable, él comenzara a demostrar
disgusto por ella. Deseando recuperar aquellos días y turbada por la delicadeza de él,
Tanya hundió la cara todavía más en el cálido pecho de István.
—Tranquila, Tan. Yo estoy aquí.
Tanya trató de no llorar. Cuando su madre murió ella no derramó una sola
lágrima. Sus hermanas estaban inconsolables y ella las protegió con sus brazos hasta
que se quedaron dormidas, pero Tanya permaneció fría, con sus sentimientos
congelados.
Ella unió las manos sobre el pecho de István. En su cartera tenía fotos de él y de
su madre y le resultó tranquilizador saber que estaban allí. Y ahora él se encontraba
allí y ella estaba en sus brazos, sintiéndose como si hubiera llegado a casa.
La fuerte mano de István le levantó la barbilla y él la miró a los ojos mientras le
secaba la cara con un pañuelo.
—Me alegro de que hayas llorado —comentó él—. Me han dicho que jamás
derramas una lágrima —su mano dudó, su boca se suavizó y Tanya vio en sus ojos
esa luz que no había visto antes—. Estás más etérea que nunca. Jamás te había visto
tan bella, Tanya —murmuró.
A Tanya se le secó la garganta. István tenía un magnetismo animal, una
sexualidad intensa, que hasta ella que era su hermana podía sentir. Lisa sería una
víctima fácil ante aquella fuerza eléctrica que emanaba de él. Sin pensar en las
consecuencias él solía proyectarla para inundar a cualquiera que se cruzara en su
camino con una sorprendente muestra de poder masculino.
La sangre comenzó a golpear en las venas de ella. No hubiera podido moverse
aunque su vida dependiera de ello. István le sostuvo la mirada con la fuerza de su
personalidad y lo único que ella pudo hacer fue observar la increíblemente sensual
boca de él y preguntarse…
«¡Dios mío!», pensó ella con horror. «¿Qué es lo que me pasa con István?»
Y él se lo dijo.
—Yo también lo siento —gruñó él.
—¿Sientes… qué? —preguntó ella con una voz muy aguda y reveladora.
István respiró profundamente varias veces antes de responder.
—Deseo.
—¿Qué estás diciendo…? ¡No! —susurró ella, horrorizada, y su boca apenas
pudo pronunciar las palabras cuando István cerró el espacio entre ellos—. ¡No…
István!
Pero sus palabras fueron incoherentes y él sonrió triunfante.
Capítulo 2
Los sentidos de Tanya se tambalearon. Por un momento no comprendió lo que
István le estaba diciendo y entonces toda la fuerza de aquella afirmación la golpeó.
Pero para entonces él ya estaba subiendo por la escalera del castillo. Insensible y
paralizada por el shock, Tanya observó la alta figura de él que desaparecía dentro del
hotel.
Pero aquello no era verdad. Era imposible. Era una broma cruel para
atormentarla.
Hubiera corrido tras él si se pudiera mover. Que no era su hermano… qué cosa
tan horrible insinuar… aquello era un ataque a la integridad de sus padres. Y sin
embargo…
Unas voces penetraron en su consciencia. El amargo enfado de John. Los gritos
agitados de Lisa. Tanya comenzó a temblar de rabia cuando se dio cuenta de que
István estaba decidido a echar a perder aquella boda que todos esperaban con tanta
emoción.
Con tristeza, Tanya se obligó a sí misma a descartar la revelación que le había
hecho István como una pura fantasía malévola y a controlar sus sentimientos. Con
Istvan podía tratar más tarde. Esto era infinitamente más urgente. ¡Maldito István!
Odiaba ver a su hermano tan trastornado.
István no se merecía otra cosa que desprecio por su comportamiento. «No soy
tu hermano». ¡Ridículo!, su madre se lo hubiera dicho si él fuera adoptado… ¿o no?
Por lo menos su padre hubiera dicho algo cuando István desapareció. La amargura y
el resentimiento hubieran hecho hablar a su padre. O se lo hubiera dicho
recientemente durante aquellas largas conversaciones.
Tanya apartó todas esas dudas a un lado y ordenó sus pensamientos. Por el
momento Lisa y John la necesitaban. Asegurarse de que la boda siguiera adelante era
el punto más importante de la agenda, aclarar las cosas con István podía esperar…
tenía que esperar.
—Adelante —murmuró Tanya y se dirigió hacia Lisa y John—. Ignora a István
—se dijo en voz baja—. Piensa sólo en la boda.
Pero sonreír le resultó mucho más difícil de lo que esperaba.
—¿Me vas a enseñar el hotel o voy a tener que acampar aquí afuera? —le
preguntó Tanya a John en tono de broma.
—Lo siento… yo… —comenzó a explicar John.
—István y tú no os entendéis —suspiró Lisa y se apoyó en una estatua de
Cupido—. Os he oído discutir.
Tanya la observó con ansiedad. Ahora que István ya no estaba presente, la luz
ya no estaba tampoco en el rostro de Lisa.
—Parece que él y yo vamos a estar siempre con las espadas desenvainadas —
comentó Tanya en tono ligero—. Pero eso no tiene importancia. Haz como si él no
—¡John! —exclamó ella y admiró las paredes cubiertas de espejos—. ¡Estoy muy
impresionada! ¡Qué listo fuiste al conseguir un trabajo aquí! Es bellísimo… sobre
todo las flores y las guirnaldas. ¡Y mira estos muebles! ¡Por Dios, son antigüedades!
—Cada uno de ellos —asintió John—. Todo fue heredado por la condesa, mi
jefa. Es una dama muy agradable. Te caerá bien cuando nos reunamos para hablar
acerca de la escuela de montar. Ella vive en la finca —frunció el ceño. Era obvio que
Lisa buscaba a István—. Voy a buscar la llave y a registrarte —explicó John,
controlando sus emociones.
Tanya esperó a que éste llegara a un escritorio antiguo antes de dirigirse a su
amiga.
—Lisa, no sé qué es lo que pretendes, pero le estás haciendo daño a John —
susurró desesperada—. ¿No puedes ignorar a István ni por un momento?
—¿Puedes hacerlo tú? —respondió Lisa.
—¡No… sí! —Tanya dejó escapar un suspiro de impaciencia—. Me confundes
—murmuró—. ¿Cuánto tiempo lleva István aquí?
—Así que te interesas por mí —le llegó la voz de él desde atrás y de pronto
aparecieron dos docenas de Istváes en el salón, amenazante y tremendamente guapo
desde todos los ángulos.
—Sólo como botones —respondió Tanya de manera cortante, molesta porque
Lisa la abandonó y se dirigió sacia John y porque su corazón cobró vida de pronto.
—¿Botones? No veo ninguno por aquí. Debe ser la hora del café —respondió
István, sin molestarse por el comentario de ella—. ¡Cuánto control tienes de ti misma!
—exclamó él con admiración—. ¿No tienes un par de preguntas que hacerme?
Millones, pensó ella, pero no con Lisa y John cerca. Fingió ignorar a István y
contempló los adornos nupciales que colgaban por todas partes.
—¿Admirando las orquídeas? —preguntó él con calma.
Las flores se hicieron más presentes en la mente de ella. Levantó la cabeza.
—¡Orquídeas! —exclamó Tanya con tristeza.
Un profundo dolor le apretó el corazón. Recuerdos tristes se asociaban con un
ramo de orquídeas blancas que István envió para el entierro de su madre. Su padre
las tiró a la basura, así que el tributo de István jamás ocupó su lugar sobre el ataúd.
Aquello afectó mucho a Tanya.
—Eran las flores favoritas de Esther —murmuró István con calma,
aparentemente sin darse cuenta del drama que se desarrollaba en al cabeza de Tanya.
—Lo sé —respondió ella. Él fue el único que lo recordó. Siempre le regaló
orquídeas a su madre el día de su cumpleaños. En una ocasión ella dijo que le
recordaba las que crecían cerca de su antigua casa en Hungría.
István le tocó el hombro para llamar de nuevo su atención ya que ella miraba
para otra parte. De ninguna manera quería Tanya que él se diera cuenta de que
estaba a punto de llorar.
John por encima de vosotras tres. En cuanto a Sue, bueno, nunca cediste cambiar su
pasión por cortar en pedazos cualquier ropa que se encontraba tirada por ahí para
después devolverla completamente rediseñada.
Tanya se rió y después se sintió culpable por haberlo echo.
—¿Y Mariann? —preguntó entonces.
István sonrió.
—Tú te preocupabas demasiado por el hecho de que inconscientemente ella le
enviaba señales a cada hombre dentro de un radio de cien millas. Tenías miedo de
que ella se convirtiera en una mujer caída si tú no la protegías de los jóvenes que la
buscaban. Supongo que jamás se te ocurrió que ellos también estaban impresionados
contigo.
—¡Por supuesto que no lo estaban! —exclamó ella, acalorada—. Mariann es la
belleza, no yo. Y sí me preocupaba por ella, pero parece que ella se toma la
admiración de los hombres como algo natural y no es vanidosa ni promiscua.
A Tanya le sorprendió que él se hubiera fijado en tantas cosas, pues siempre
pareció completamente indiferente a la familia. Todos esos bosquejos de ellos la
hicieron sentirse un tanto incómoda. Era como si István los hubiera observado desde
el punto de vista de un extraño y los juzgará con despreocupación. En todo momento
dijo «tu madre» y «tu padre». ¿Eso sería a propósito o sin querer? De pronto
comenzó a sentir dudas acerca de su parentesco con él.
—¿Tú… tú bromeabas cuando dijiste que no eres mi hermano, ¿verdad? —
preguntó ella con inseguridad.
—No —las palabras vibraron por todo su cuerpo.
De pronto sintió demasiado miedo como para creerlo. Miedo de la forma en que
empezaba a responder, miedo de las emociones que se desataban dentro de ella y
que apartaban a un lado toda cautela.
—¡No puede ser verdad! Mamá nos lo hubiera dicho cuando supo que iba a
morir —exclamó Tanya—. ¡Tú buscas algo! ¿Por qué estás aquí, István? —preguntó
ella con intensidad —. ¡Dímelo!
—Todo a su tiempo. Este no es el momento —le brillaron los ojos—. Cuando te
has separado de alguien y cada cual ha tomado su camino, no apresuras la reunión.
Es una situación que requiere un tratamiento más delicado y menos impulsivo.
Tanya tragó con dificultad ante la amenaza que había en el tono de István. Éste
admitía estar jugando al ratón y al gato y que pretendía ganarse el afecto de Lisa una
vez más. Pero Tanya no pudo protestar como pensó hacerlo porque se dio cuenta de
que John había regresado.
—¿Todo listo? —sonrió ella. Quizá ahora siguiera una discusión fuerte con
István y después ella podría quedarse a solas para tranquilizarse. Tanya le puso una
mano en el brazo a John con afecto—. No te molestes en acompañarme a mi
habitación. Sólo dame la llave. Tú quédate con Lisa mientras este malvado hace algo
útil llevando mi maleta.
Capítulo 3
El shock y la certidumbre de lo que Tanya temía era demasiado para poder
soportarlo. Y la descarga explosiva de sus sentimientos la pasmó. Ella quería lanzar
la prudencia y el autocontrol al viento. Enterrado su odio por István, parecía existir
un deseo de rendirse al placer de su seducción calculada.
Los besos de él llovieron sobre los labios de Tanya.
—¡Ohhh! —se estremeció ella, indefensa.
—Ya vamos logrando algo —murmuró István con voz ronca—. La eliminación
del primer velo. La seducción siempre debe ser lenta para disfrutarla al máximo. ¿No
te parece?
Tanya casi no escuchó lo que él le dijo. A pesar de su buen sentido ella
abandonó sus labios a él.
—¡Oh, oh, ohhhh! —gimió, sorprendida al ver lo lejos que había llegado él y lo
que le estaba haciendo a su mortificado y a la vez dispuesto cuerpo. Tenía abierta la
chaqueta. István tenía las manos sobre la blusa de ella, tentando a través de la
delicada tela y sosteniendo la redondez de sus senos—, István —protestó Tanya con
voz débil.
—Tranquila —exclamó él, malinterpretando los gritos agónicos de ella. ¿O
quizá él los comprendía mejor que ella?—. Tenemos mucho tiempo.
—¿Tiempo? —murmuró Tanya y echó la cabeza hacia atrás ante el deleite y la
agonía que experimentaba su ansioso cuerpo. István la llevaba hacia el desastre y ella
lo aceptaba. ¿Cómo era posible?—. ¡István! —susurró, deseando que las caricias no
terminaran nunca.
Cada seno se puso tenso bajo las caricias expertas y sutiles de él. La chaqueta de
Tanya pronto cayó al suelo. Ella sabía que debía negarle las libertades que se estaba
tomando. Pero la conexión entre su cerebro y su boca parecía estar bloqueada; sus
manos se ocupaban en palpar la fuerza de los bíceps de István mientras él le
desabrochaba la blusa…
—Oh, no, no —gimió ella cuando reconoció con vergüenza que todo su cuerpo
hambriento conspiraba en su contra.
Con movimientos muy lentos y atormentadores, István abrió la blusa de Tanya
y ella observó la reacción de él ante su cuerpo. En alguna parte de su mente ella se
dio cuenta de que deseaba que él la encontrara bella.
István murmuró algo en húngaro y después exclamó:
—¡Oh, Tanya!
Tanya se sintió halagada. Le causó placer ver que István admiraba su cuerpo.
Sus nervios gritaban «tócame, tócame».
—¡Detente! —exclamó ella con voz ronca.
—No puedo. ¡Oh, Tanya! —gruñó István con la boca seca por el deseo. Y colocó
sus manos calientes sobre los senos de Tanya.
—¡No debes…! —«apártalo. Rompe el hechizo». ¿Por qué su mente no se
conectaba con su cuerpo? Tanya sabía que se estaba comportando como si no tuviera
moral. István no debía hacer aquello…— ¡Uhhh! —se estremeció.
La presión de los pulgares de István sobre sus pezones hizo que Tanya se
tambaleara. El beso que siguió tembló sobre su boca como si él se sintiera
emocionado por la indefensión de ella.
—¡Demonios! —murmuró István con voz temblorosa.
—No, no, no —murmuró ella de manera poco convincente.
—Es demasiado tarde para jugar —dijo István suavemente.
—¡Yo no estoy jugando! —gruñó Tanya.
—Ni yo tampoco.
—No podemos.
—Claro que sí podemos. No hay nada que nos detenga —replicó él.
Tanya perdió el equilibrio… o más bien él la desestabilizó a propósito y la
suave colcha de la cama los envolvió como en un abrazo cuando los dos cayeron
sobre ésta. Acomodada en aquel calor conspiratorio, Tanya observó asustada y con
los ojos muy abiertos cómo él se inclinaba sobre ella. Su intención fue completamente
obvia cuando István deslizó las manos por los muslos de ella.
—¡No! —gritó Tanya apartándose. Se levantó con piernas temblorosas y buscó
su blusa con desesperación.
Estaba al otro lado de la habitación pero no recordaba haberla arrojado allí. Se
llevó una mano temblorosa a la frente.
István se tumbó en la cama, con una mano detrás de la cabeza.
—¿Tratando de escapar? —preguntó.
La mirada penetrante de István sobre los senos de Tanya hizo que estos se
inflamaran con calor. Demasiado tarde Tanya se dio cuenta de que no estaba cubierta
y cruzó los brazos sobre su pecho al tiempo que se ruborizaba.
—¡Bastardo! —gritó de manera salvaje.
—Ve a buscarla —fue todo lo que él dijo.
Tanya caminó lo más rápido que pudo hasta donde se encontraba su blusa y
trató sin éxito de darle la vuelta al derecho.
—¡Demonios! —exclamó frustrada.
Unos largos brazos la envolvieron. Tanya se puso tensa ante el contacto del
cuerpo de István sobre su espalda desnuda, pero tuvo que permitir que él tomara la
blusa y dejara que la arreglara con calma y se la colocara sobre los brazos, sobre la
espalda y que después le diera vuelta para abrochársela.
Pero en lugar de hacer lo último, István gruñó y bajó su oscura cabeza. Ella la
tomó entre sus manos y gimió con pasión cuando él cerró la boca sobre un pezón y lo
chupó.
—¡István! —exclamó ella y se estremeció de placer.
—Lo sé —respondió él y se concentró en el otro pecho.
Tanya sintió que sus inhibiciones desaparecían. Su cuerpo tenía vida propia,
una vida alarmante, llena de deseo y deseaba el contacto de István, de su boca, de la
descarga que le prometían sus ojos oscuros. De sus labios brotó un gemido cuando se
dio cuenta de que ya no podía resistir los deseos de su cuerpo por más tiempo, que
las manos, los labios y la lengua de István la llevaban más allá de la cordura.
En el rostro de él había una expresión de felicidad que casi le rompió el corazón
a Tanya.
«Lo deseo», pensó ella, indefensa, «¿cómo puedo culpar a Lisa por dejarse
seducir por este hombre?»
Y llegó a una conclusión más terrible. ¿Cómo podía culpar a István por rendirse
a una pasión incontrolable como la que ella experimentaba? Ahora comprendía
realmente lo que era desear algo… a alguien… más allá de toda cordura. Era la
primera vez que ella comprendía el poder de la pasión.
Lisa, recordó ella. El verdadero propósito de István era seducir a Lisa. A ella
sólo la estaba utilizando. Abrumada, Tanya buscó algo para detenerlo… para
detenerse a sí misma. Y lo encontró.
—¡No sigas, István! ¿Quieres dejarme embarazada a mí también?
La expresión de placer desapareció de golpe del rostro de él. Por un momento
su boca permaneció cerrada sobre el duro pezón. Pero de pronto todo contacto con
ella cesó y cuando levantó la cabeza sus ojos eran duros y fríos.
—Vaya si has cambiado, Tanya —declaró István con voz grave—. Eres una
auténtica arpía.
Descontenta de su comportamiento, Tanya trató de abrocharse los botones que
parecían estar de parte de István al negarse a obedecer.
—¡Sólo porque tú eres un bestia! —gritó ella, sintiéndose desgraciada—. Yo sé
lo que estás haciendo.
—¿De verdad? Entonces supongo que eso me facilita las cosas —respondió
István a punto de perder el control—. Dime qué es lo que estoy haciendo.
—Nada bueno —exclamó ella casi histérica por la humillación—. Estabas
tratando de demostrar algo. ¿No es así?
—Supongo que sí —respondió István lentamente.
—Comprendo —dijo ella—. Veo que eres más peligroso de lo que pensé. Si
puedes vencer rápidamente a alguien que te odia…
—¿Vencer rápidamente? —preguntó István y sus ojos brillaron con una luz
peligrosa. Sus dedos rozaron levemente un pezón y después el otro, haciendo que
—John trató de ser como yo —respondió István en tono cortante—, y por eso
era un tonto. Él tiene sus propias cualidades y no necesitaba copiar las mías. Nunca
debió tratar de escalar lo que yo escalaba sabiendo que no tenía aptitudes. Jamás
debió intentar domar a los caballos salvajes como lo hacía yo. No en balde se hería
una y otra vez. No en vano Lisa se pasaba la mitad del tiempo limpiándole la
sangre…
—Tú lo hacías parecer poco hombre —se quejó Tanya con amargura.
—Él hizo eso por sí sólo sin ayuda de mi parte. Estaba decidido a jugar mi juego
en vez de encontrar uno propio. ¡Por Dios! ¡Nadie en sus cinco sentidos hubiera
querido cambiarse por mí!
—¿No? ¿El hijo preferido? ¿Idolatrado por todas las mujeres a las que conocía?
¿La envidia de todos los hombres? Bien parecido, inteligente, físicamente hábil y con
todo el dinero que podía desear —señaló Tanya.
El rostro de István denotó sorpresa y Tanya se arrepintió de haber demostrado
sus verdaderos sentimientos al describirlo de manera tan favorable.
—¿Y parecía feliz? —fue lo único que István respondió.
Dolido, admitió Tanya en silencio mirando hacia otra parte. ¿Por qué él siempre
expresó tristeza cada vez que pensaba que nadie lo veía? Había cierta melancolía, un
deseo de algo distante e inalcanzable, un destello del demonio secreto que lo
torturaba. No, él no fue feliz, pero ella no comprendía por qué.
—Me estás manipulando —exclamó ella—. Tratas de llegar a mis emociones.
—Por supuesto. Aunque todo va más lento de lo que pensé porque eres muy
testaruda.
La burla había regresado. Furiosa porque casi la había engañado, Tanya lo
fulminó con la mirada.
—No voy a dejar que me trates como a un peón en tu vida. Y voy a proteger a
Lisa para que no caiga en tus brazos.
—Baja la voz —murmuró István—. Ella está en la habitación de al lado. Te va a
oír.
—¡No me importa! —Tanya por fin logró abrocharse la blusa y fue a por su
chaqueta—. Le voy a decir a Lisa que has intentado hacer. Ella tiene que saberlo.
—¿Por qué no usas sujetador? —preguntó István, ignorando su amenaza.
—¡Ohhh! —furiosa, le arrojó el teléfono—. ¡Fuera! —gritó, y se sintió aliviada
porque István logró esquivarlo.
—Tal nivel de abandono me sorprende —comentó él—. Voy a pensar en eso
durante toda la cena.
—¿Cena? ¿Te vas a quedar a la fiesta? —preguntó Tanya con incredulidad.
—Por supuesto. Lisa me ha dado una invitación. Y pienso sacarle provecho.
Pero mientras tanto, ¿me puedes resolver el enigma de una mujer que trata de
mantener alejados a los hombres y sin embargo va medio desnuda debajo?
István había recuperado el control de sí mismo y Tanya sabía que ella también
debía hacerlo si quería poder manejar la situación. Frunció el ceño y buscó una
explicación distinta a la verdadera: que le encantaba sentir el roce de los diferentes
materiales sobre su cuerpo, que a pesar de su severidad exterior, le gustaba el hecho
de que la seda o el satén le tocaran la piel.
—Adivínalo —respondió Tanya.
—Ya lo he hecho. La respuesta es el hedonismo —comentó István con calma—.
Las señales siempre han estado presentes. Como… acariciar la crin de tu pony, frotar
la mejilla sobre la suave piel de mi perro, rodar medio desnuda en el campo hasta
quedar cubierta por el polen y por el perfume de las flores.
Tanya se ruborizó de vergüenza.
—Tenía puesto un traje de baño —murmuró—, y sólo tenía trece años.
Trece años. Demasiado joven para saber por qué le gustaba tumbarse en el
campo y sentir la hierba sobre su piel desnuda. Demasiado joven, aun a los catorce,
para saber por qué lo abrazó con tal fuerza cuando István la llevó a pasear en su
moto por primera vez.
Hedonista. ¿De verdad lo era? Eso resultaba preocupante.
—¡Hey!
Tanja se sorprendió al oír el grito de Lisa que venía de fuera.
—Lisa jamás podría ser actriz —comentó István—. Sus entradas están muy mal
calculadas. Entra, Lisa, si es necesario —gritó él.
La puerta se abrió poco a poco.
—Oh —Lisa los miró con ansiedad y le tembló la voz cuando habló de nuevo—.
¿Qué… qué habéis estado haciendo?
—Peleándonos —respondió Tanya con amargura—. No hay nada raro en eso.
—¿Tú usas sujetador? —le preguntó István a Lisa.
—¡Cállate! —gritó Tanya. Con el rostro rojo como un atardecer en verano,
apretó los dientes.
—Tanya no lo usa. ¿Lo mismo sucede contigo, Lisa?
Lisa abrió la boca, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.
—¡Por Dios! —se quejó John apareciendo de pronto en la puerta detrás de Lisa
—. ¡Vamos! ¡La fiesta está a punto de empezar!
—Pensé que ya había comenzado —comentó István y le lanzó una mirada
picara a Tanya—. Nosotros estábamos bien aquí arriba…
—Estaba a punto de ser descalificado por juego sucio —lo interrumpió Tanya.
—Tanya sufre una leve crisis de identidad —explicó István a los demás.
—Sígueme ayudando y el que va a tener una crisis de identidad eres tú, porque
te voy a separar la cabeza del cuerpo —incómoda por el silencio que siguió, Tanya se
pasó una mano por la frente, pero estaba decidida a no culparse—. Estoy un poco
dicho, voy a provocar problemas como jamás has visto en tu vida. Y sabes que puedo
hacerlo.
El silencio cuando él se marchó resultó ensordecedor. Tanya se quedó mirando
hacia la puerta vacía, y temblando por todo lo que le había ocurrido desde que pisó
tierra húngara.
—¿Qué sucede entre vosotros dos? —preguntó John con el ceño fruncido.
—¡Nada! —murmuró Tanya.
—Tanya… —Lisa se mordió el labio inferior—. No te enfades. Él… grita mucho
pero es inofensivo.
—¡No lo defiendas! —exclamó Tanya—. ¿Cómo puedes hacerlo después de lo
que él…? —se detuvo justo a tiempo, asombrada de que había estado a punto de
recordarle a Lisa su embarazo. Una sensación de náusea le acometió porque casi le
reveló a John el secreto de Lisa. Él no sabía que Lisa perdió un bebé de István—. Mira
lo que él nos está haciendo, Lisa. Ya ha conseguido que nos peleemos.
—Dale una oportunidad —le rogó Lisa—. Pasa algún tiempo con él y…
—¡Tienes que estar bromeando! No soporto estar cerca de él —respondió
Tanya, irritada.
—¡Por favor! ¡Él ha sido muy mal comprendido! —protestó Lisa.
John lanzó una maldición y salió furioso, dejando la puerta meciéndose
violentamente sobre sus bisagras. Tanya se quedó mirando a su hermano con los ojos
muy abiertos, pues comprendió que la influencia maléfica de István ya había
comenzado a tener efecto sobre las vidas de ellos, amargando lo que debían ser horas
felices.
—¡Tonta! ¡Actúas como una idiota! —le dijo Tanya a Lisa—. Vuelve a defender
a István así y te arriesgas a perder a un marido decente y que te ama. Tú sabes cómo
se odian. No puedes ponerte del lado de István sin causarle dolor al hombre al que
amas. ¡István significa proteínas! ¡Echará a perder tu boda simplemente porque no
soporta que alguien sea feliz!
—¡Te equivocas! —replicó Lisa—. Él…
—¡Basta! ¡No soporto que lo justifiques! —gritó Tanya. Parecía que Lisa estaba
decidida a hablar bien de István. Aquello era inexplicable.
—Él fue bueno conmigo…
—¿De veras? Entonces es porque quiere algo. ¡Señor, dame fuerzas! —exclamó
Tanya al ver la expresión triste de Lisa. Sólo había un remedio para eso. Un
recordatorio cruel. Tenía que ser cruel para ser bondadosa—. ¿Ya te has olvidado de
lo que él te hizo, Lisa? —preguntó ella, consciente de que iba a herir a su amiga al
referirse al pasado. Y sin embargo, ¿de qué otra manera iba a poner un poco de
sentido común en aquella cabeza rubia?
—No —suspiró Lisa y le tomó una mano a Tanya—. Es porque recuerdo lo que
hizo por lo que… por lo que te suplico que comprendas que no puedo odiarlo sólo
porque tú piensas que debo hacerlo…
—Y haz las paces con István —le rogó a Tanya—. Trata de comprender su
punto de vista. Sé que no quieres hablar de él, pero… oh, Tan, él significa mucho
para mi.
—Lisa… —comenzó a decir Tanya a manera de advertencia.
—No. Escúchame hasta el final. Una vez él hizo algo muy generoso que sabía
que le iba a perjudicar.
—¿Qué? —preguntó Tanya. Lisa bajó la cabeza.
—No te lo puedo decir. Eso le corresponde a él.
Un secreto. Lisa e István tenían un secreto. Tanya frunció el ceño.
—Dudo que lo haya hecho de manera desinteresada. Debió tener razones para
hacerlo. Además, nada podría empeorar su reputación. ¡Tonta! Creo que todavía
sientes algo por él.
—Lo admiro —respondió Lisa—. Y te pido este gran favor. Para mí es muy
importante que no os peleéis esta noche. ¿Me lo juras?
—Nada echará a perder esta noche encantadora —le prometió Tanya.
Pero cuando Lisa se fue ella se sentó en la cama y descubrió que era incapaz de
hacer nada. Demasiadas cosas le daban vueltas en la cabeza. Lisa todavía defendía a
István a pesar de que él la sedujo sin pensar en las consecuencias.
Tanya recordó la llamada de auxilio que recibió de Lisa cuatro años antes.
Cuando llegó se encontró con su querida amiga en la cama retorciéndose de miedo y
de dolor. El grito histérico de Lisa resonó en sus oídos una vez más: «¡Voy a perder a
mi hijo! ¡El hijo de tu hermano!»
Tanya apretó los puños hasta que se le clavaron las uñas en la piel. Fue horrible
contemplar la angustia de Lisa y para Tanya aquello fue la gota que colmó el vaso en
lo que a su efecto por István se refería.
Fue ella quien llamó a la ambulancia y a los ancianos padres de Lisa, ahora ya
muertos. Fue ella quien hizo ir a István, quien después de hablar en privado con Lisa
repitió el deseo de ella de que nadie supiera lo ocurrido. John jamás se enteró de
nada.
Los padres de Lisa presionaron a István para que se alejara de allí y Tanya
también presionó en ese sentido. Él se había comportado de manera irresponsable.
Lisa era joven e inocente y él se aprovechó de ella.
En aquellos días Tanya pensó que la posición de su padre como vicario iba a ser
insostenible si aquello era conocido por todos. La ironía era que no hubiera
importado. ¡István no era un miembro de la familia después de todo! ¿Entonces…
quién era él?
Tanya se paseó por la habitación muy inquieta, haciendo lo que István le había
sugerido: pensando las cosas a fondo. Él debía de ser húngaro; todas las señales así lo
indicaban. ¿Podría ser parte del pasado desconocido de su madre?
Pero sin embargo no tenía sentido. Aparentemente su madre se hizo cargo del
hijo de una mujer húngara y lo presentó como suyo. ¿Por qué? Dado que su madre
debió llegar a Inglaterra con el niño, entonces su padre también tomó parte en el
engaño. Pero lo más extraordinario era que sus padres no le dijeron la verdad
muchos años antes.
Tanya se preguntó cuándo lo supo István y si era por eso por lo que siempre se
mantuvo tan distante. Pero por más que se exprimía el cerebro no pudo explicarse
por que gastaron tanto dinero en su educación.
Tanya se apoyó en la cabecera de la cama, con el cerebro vacío e incapaz de
poder desenredar aquel lío. Estaba demasiado apabullada por todo lo ocurrido para
poder pensar correctamente. Se prometió a sí misma hacerlo más tarde. Cada cosa en
su momento.
Y en cuanto al beso… Tanya se negó a examinar el hecho de por qué se sentía
tan emocionada de saber que no había ninguna relación de sangre con István y se
dispuso a colocar su ropa antes de ducharse.
Con movimientos rápidos, se puso el vestido ajustado que marcaba su cuerpo
de una forma tan atractiva. Sonrío con amargura mientras se ajustaba los tirantes.
Tanya bendijo a Sue por hacerlo tan bien. La tela de algodón blanco favorecía mucho
su piel dorada, las dos aberturas a los lados parecían discretas hasta que ella se
movió y entonces…
—Tonta —exclamó en voz baja—. Él va a pensar que lo estás provocando a
propósito.
Le daba igual, se iba a poner lo que se le antojara, pensó Tanya, y se iba a
divertir mucho. Después de todo sus dos hermanas iban a vestirse de manera
despampanante.
Y en lugar de recogerse el pelo en un moño como tenía planeado, lo hizo de una
manera casual y dejó que algunos mechones cayeran sueltos. Tenía un aspecto muy
sensual. Su risita nerviosa fue interrumpida por una llamada a la puerta.
—¡Entra, Lisa! —gritó Tanya decidida a hacer reír a su amiga también—. Mira
esto… —se interrumpió cuando vio a István. Él la examinó con ojos hambrientos y el
deseo que apareció en su mirada provocó un caos en el cuerpo de ella.
—Lo estoy viendo —exclamó István lentamente—. Con todas las células de mi
cuerpo. Pero es un tanto difícil de soportar.
—Yo… yo…
Tanya lo miró, deslumbrada por su aspecto. Se lo comió con los ojos desde el
pelo sedoso y el bien cortado smoking hasta los zapatos brillantes.
—De pronto hace mucho calor aquí. Hace que se sienta uno débil —comentó
István recorriendo el cuerpo de Tanya con la mirada.
—No especialmente —respondió ella, pero su intento por sonar casual falló por
completo, ya que él contemplaba con interés la parte descubierta de la pierna de ella
como si fuera a… Inmediatamente, Tanya retiró la pierna y adoptó una postura más
apropiada—. Si te imaginas que me he puesto esto para atraerte, estás muy
equivocado —comenzó a decir Tanya, temblorosa.
Capítulo 4
El resto de la tarde y el principio de la noche pasaron como en una nebulosa.
Cualquiera que la viera diría que Tanya se estaba divirtiendo. Bailaba todo el tiempo
con una sonrisa permanente en el rostro.
Pero cuando echaba la cabeza hacia atrás, lo hacía para ocultar sus ojos y el
dolor que de pronto la hacía llorar.
Aquello debió ser la fiesta de su vida. Los amigos húngaros de John y de Lisa
eran cálidos y amistosos. Sin la presencia molesta de István, hubiera sido el cuento de
hadas con el que ella soñó. Bailó en los brazos de hombres fascinantes y continuó
bailando en la pista y en la terraza y entre las mesas del salón. Se vio en los espejos
con la cabeza hacia atrás y enfrascada en animada conversación con un húngaro de
ojos negros que se movía como si la música formara parte de su sangre. Pero por
dentro permaneció fría.
Sus ojos buscaron a István más veces de lo que ella deseaba admitir. Buscaron y
encontraron, ya que parecía que él la vigilaba muy de cerca… y al mismo tiempo
fascinaba a todas las mujeres presentes.
—¿Anticipando el destino? —fue la exclamación burlona de él cuando se
acercaron un momento.
—En lo más mínimo. Me divierto mucho —gritó Tanya y miró con embeleso a
su compañero de baile.
—Pero oh, he ahí la reserva de cosas salvajes en la oscuridad de sus ojos —dijo
István como si recitara un fragmento de poesía.
La sonrisa de Tanya flaqueó un momento pero se recuperó.
—Creo que estás borracho —fue la única respuesta que se le ocurrió.
István le pasó una mano por la cintura pero Tanya se apartó y se acercó a su
sorprendido compañero de baile.
—Y la respuesta a eso es que estoy intoxicado —respondió István en voz baja—.
Y también lo estás tú. ¿Eso hace que las hormonas se aceleren, verdad?
Entonces se rió y se alejó con la mujer que tenía entre sus brazos y que lo
miraba con adoración. Tanya apretó los dientes ante la sensación de celos que sintió
muy dentro.
—¡Tan!
Tanya se volvió a sus hermanas que bajaban por la escalera principal, ataviadas
ya con sus vestidos de fiesta.
—¡Mis hermanas acaban de llegar! Nos vemos en muy pocas ocasiones…
Navidad, los cumpleaños… ¡Por favor, discúlpeme! —declaró Tanya y le sonrió a su
compañero para no herir sus sentimientos—. ¡Sue, Mariann! —gritó y las abrazó a las
dos a la vez.
—¡Vaya! —se rió Mariann y se apartó un poco dejando ver un vestido corto
muy llamativo—. ¡La ocasión te ha emocionado! ¿Percibo sabor a sal? ¿Ésta es Tan,
mi hermana tranquila y controlada… con lágrimas en los ojos? ¡Te nos has vuelto
muy sentimental!
—¡A mí siempre me verás llorar en las bodas! —comentó Sue con una sonrisa,
vestida de una forma más conservadora con un traje de pantalón dorado—. Yo no
me voy a casar en muchos años. Al menos hasta que sea económicamente
independiente. ¡John está loco para casarse tan joven!
—El amor te vuelve loca —respondió Tanya un tanto insegura. Se secó las
lágrimas y besó a sus dos hermanas una vez más. En aquellos momentos necesitaba a
su familia más que nunca.
—Tienes mucha razón, Tan. Hola, chicas —murmuró István y le puso una
mano en el hombro a Tanya. Ella se puso tensa y él sonrió al ver la sorpresa de las
otras dos hermanas ante su presencia—. La oveja ha vuelto al redil —comentó él a
manera de explicación.
—El lobo —lo corrigió Tanya—, y anda a la caza.
—¡Pícara! —exclamó István—. Debemos mantener la apariencia familiar, por
encima de la verdad.
—¿Por qué? —murmuró Tanya.
—Por Lisa. Este es su gran día —explicó István y aquello sonó incongruente en
sus cínicos labios—. Tan está un tanto nerviosa.
—Ya nos hemos dado cuenta —comentó Mariann con una sonrisa y sus ojos
pasaron de Tanya a István.
—No estoy nerviosa —gruñó Tanya, sabiendo que su comportamiento indicaba
todo lo contrario—. Lo que pasa es que ya estoy de este renegado hasta aquí —se
señaló la barbilla con la mano.
—¿Sólo hasta ahí? Tengo que esforzarme más. Pero todavía nos queda mucho
por delante —prometió István—. Cuando hago algo es siempre un trabajo completo.
Tanya fingió un leve estremecimiento de disgusto para encubrir la fiera
respuesta sexual de sus traicioneras hormonas.
—Me parece un comentario bastante siniestro —repuso Tanya.
István esbozó una deliciosa sonrisa ante el desconcierto de sus hermanas.
—Como podréis ver, Tanya no es la de siempre. Pero sonreíd, chicas, somos el
centro de atención. No me extraña que todos se pregunten quiénes son esas tres
bellezas de pelo castaño y ojos almendrados. ¿Les digo que sois mis hermanas?
Tanya le lanzó una dolorosa sonrisa.
—¿Por qué no vas a molestar a otros? —sugirió con dulzura.
—No está mal —aprobó István—. Ocultas tus sentimientos bastante bien. Sólo
un ligero esfuerzo más… —los dedos de él levantaron las comisuras de los labios de
Tanya un poco más—. ¡Así! —exclamó él, satisfecho, cuando ella se estremeció ante
el contacto—. Eso está mucho mejor.
—Ella sabía —explicó él con calma— que cuando me dijeran que yo no era su
hijo… ni de tu padre… tendría que marcharme. Quería que yo me fuera sin mirar
atrás.
—¡Cosa que hiciste! —exclamó Tanya con resentimiento.
—Creo que ya no me aceptabais. Tú me hiciste ver de manera muy clara que no
era estimado —explicó István.
—¿Me acusas de obligarte a irte? —preguntó Tanya con los ojos llenos de
desesperación. En su amargura y por la forma en que él trató a Lisa, ella sí quiso que
él se marchara… le dijo que no era apto para vivir en la vicaría. Ahora se horrorizaba
de los insultos que le lanzó. Y cuando István se marchó, lo lloró—. Jamás te importó
lo que yo pensaba o decía. Si querías quedarte podías haberlo hecho.
—Algunas veces otros toman las decisiones por nosotros —dijo István con
calma y la agarró por el codo—. Ven conmigo un momento, Tanya.
Ella se resistió porque no confiaba en sus intenciones.
—No, no quiero hacerlo.
—Sólo hasta la puerta y a las sillas que están dentro —respondió István y con
un gesto de la cabeza indicó hacia la entrada de un invernadero muy bien iluminado
—. Creo que debo hablarte acerca de Esther.
—Muy bien, entonces dímelo aquí —exigió Tanya.
—Necesito toda tu atención y que nadie nos oiga —explicó István—. Si por mí
fuera te lo diría en un lugar completamente privado, pero no voy a perder el tiempo
sugiriéndotelo. Dudo que confíes en mí. Pero si quieres saber acerca de tu madre te
pido que hagas lo que te propongo.
Tanya hizo un gesto de asentimiento y dejó que él la condujera hasta el
invernadero, donde acercó dos sillas de mimbre. Llena de curiosidad se sentó en los
cojines rojos bordados con orquídeas blancas. Inclinó la cabeza hacia István y vio que
él la miraba con intensidad.
—Bien, ¿qué pasa con mamá? —preguntó ella, ansiosa por saber qué tenía que
decirle él.
—Pobre Tanya —exclamó él en voz baja—. Te he llenado la cabeza con
demasiadas cosas, por lo que no puedes ver lo que tienes delante. Pues bien, vamos a
desenredar un poco este nudo. Mi partida estaba planeada antes de que yo naciera.
—¿Por tu verdadera madre? —preguntó Tanya.
—Yo me quedé en Inglaterra más tiempo del debido —explicó István —. Esther
me mantuvo ignorante de mi situación demasiado tiempo. Ella debió hablarme de mi
familia y dejarme ir cuando cumplí los dieciocho años. Si lo hubiera hecho, eso
hubiera evitado muchos sufrimientos.
—Es verdad —admitió Tanya con tristeza—. Pero de eso no se desprende el que
mamá tuviera que negarte cualquier tipo de emoción mientras te criaba.
—Supongo que ella pensó que ayudaría si yo no me sentía atado a ninguna
persona o a ningún lugar.
—Es muy exclusivo —respondió István con una sonrisa mientras le entregaba
un plato con un escudo de armas.
Ojalá John no se hubiera endeudado para impresionar a su novia. Quizá la
comida fuera barata. Cada plato llevaba un rótulo en húngaro y en inglés y los
nombres la hicieron sonreír.
—¿Sopa del novio? —la risa borró las arrugas de su frente.
—Un antiguo manjar húngaro —le aseguró István con solemnidad.
—¿Y qué me dices de ése? Cocido atrapa hombres. ¡Alguien tiene buen sentido
del humor!
—Es una costumbre local —respondió él, riéndose—. En los viejos tiempos, las
chicas les demostraban a sus pretendientes sus habilidades en la cocina mostrándoles
platos como estos. Supongo que si a él le gustaban, comenzaba a cortejarla.
—¿Quieres decir que el matrimonio se basaba en si una chica podía o no
preparar un buen guisado?
István se rió.
—Nada ha cambiado. Ahora como entonces las mujeres llevan a cabo la
selección. Los hombres son meros peones en las manos de ellas.
—¿Incluyéndote a ti? —preguntó Tanya con una sonrisa—. Puedo ver cómo
una mujer te dicta todos los movimientos mientras que tú interpretas un papel
menor y obedeces todas sus órdenes.
—Pero el ajedrez es un juego muy sutil —comentó István mientras se servía una
carne en salsa de vino en el plato—. Es difícil saber qué jugada en particular cambia
toda la partida. Un movimiento en falso puede estropear un juego brillante…
—¿El ajedrez es una habilidad muy húngara, no es así? —preguntó Tanya.
—Sí, muy húngara —probó un canapé relleno de pollo—. También lo es esto.
Debes probarlo —le tendió el tenedor.
Sin dudarlo un momento, Tanya dejó que su boca se cerrara alrededor del
bocado.
—¡Mmm! ¡Delicioso! ¡Estos platos no terminan nunca! Espero que John obtenga
un descuento o va a estar rasando esto el resto de su vida —comentó Tanya.
—No —dijo István, distraído—. Ningún descuento. Pero no te preocupes, no ha
pagado ni un centavo.
Tanya se quedó sorprendida.
—¿Y tú cómo lo sabes? Dímelo —le rogó—. Eso me preocupa. No puede haber
sido Lisa… ella ni siquiera ha terminado sus estudios musicales. No tiene dinero
para pagar semejante festín.
—Entonces me pregunto quién —murmuró István—. Los padres de Lisa están
muertos, tu padre nunca ha tenido dinero por sus obras de caridad. Sue metió todo
en su negocio, el estilo de vida de Mariann en Londres es costoso. Me pregunto quién
más se preocupa lo suficiente por Lisa.
todo decoro y respondiera, pero ella sabía que si daba la menor indicación de que
encontraba agradable aquel contacto, él iba a provocar una explosión dentro de ella
que iba a necesitar una semana para enfriarse.
—Todos piensan que eres mi hermano —murmuró ella, apretándose contra la
mesa del banquete para evitar el contacto de la pelvis de él sobre sus nalgas—, así
que no te comportes como mí amante.
—No puedo evitar tocarte —respondió él mientras le acariciaba la oreja con la
nariz, fingiendo que le decía un secreto de hermano. Tanya se estremeció e István
emitió un gemido de deseo—. La tragedia del hombre y la caída de la mujer —dijo él.
—¿Qué es eso? —preguntó ella, nerviosa porque sabía que él intentaba algo.
István le volvió la cara hasta que ella tuvo que mirar directamente los ojos
burlones de él.
—El sexo —respondió él —. Adán y Eva. Deberíamos leer lo que escribió
nuestro célebre Imre Madách sobre el tema de las aspiraciones del hombre, pero
supongo que no vas a tener tiempo esta noche.
—¿Por qué? —preguntó ella. Los ojos de él brillaron.
—¿Es que no es evidente?
—¡N… no! —respondió Tanya respirando con dificultad y su capacidad de
razonar se detuvo.
—Entonces deja que yo te lo explique. Vas a estar demasiado ocupada tratando
de escuchar los ruidos eróticos procedentes de la habitación contigua a la tuya —le
comentó István—, o haciéndolos tú misma. A Tanya se le contrajo el estómago.
—Ni por un momento he pensado en hacer el amor contigo esta noche y no creo
que Lisa lo haga tampoco —Tanya caminó con altivez por el centro del salón con
István junto a ella todo el tiempo. Tenía los nervios destrozados. No lo soportaba un
segundo más—. ¡Ve a molestar a otra persona!
István suspiró exageradamente.
—No encajo muy bien los rechazos. Eso me hace correr a otra parte en busca de
consuelo, para que otra persona me cure el orgullo herido. Ahí está Lisa. ¿Qué te
parece? —comentó István. Con un brillo malvado en los ojos, él saludó con la mano a
Lisa cuando ésta se dirigió al salón de baile con su violín en la mano. Tanya sintió
que se le retorcía el estómago al ver cómo el rostro de su amiga se iluminaba como
un faro—. Ya que aquí no hay nada que hacer, voy a ver si ella es más amigable.
—¡No! —Tanya apretó los dientes y pensó en cómo retenerlo a su lado —. Yo…
yo quiero que me hables más de mi madre y de ti —comentó, nerviosa, incapaz de
darle otra explicación por su cambio de actitud.
—¿De veras? —preguntó él y Tanya se crispó. La sonrisa de satisfacción de
István sugirió que ella utilizaba aquello como una forma de aceptar su invitación al
sexo—. ¿Quieres que charlemos cómodamente arriba, después de que te haga el
amor con pasión?
—¡Aquí abajo! —explotó Tanya sintiendo que la histeria le volvía otra vez—.
Comemos, escuchamos la música y tú me hablas como un hermano.
Capítulo 5
Temblando de los pies a la cabeza, Tanya bebió varios sorbos de su champán y
se encontró con que la copa estaba vacía, por lo que tomó la de István. Las burbujas
le hicieron cosquillas en la nariz y ella se concentró en aquella sensación. Cualquier
cosa antes que pensar en el dilema en el que se encontraba.
Con envidia observó a Mariann que riendo atravesó al salón para reunirse con
un grupo de admiradores. Sue estaba enfrascada en una conversación con un hombre
que llevaba una preciosa chaqueta bordada. Si ella fuera tan despreocupada y feliz
como sus hermanas, con su capacidad para disfrutar de la vida. Nada parecía
preocuparles. Mientras que ella…
Tanya jugó con la copa y las lágrimas le nublaron la visión. István siempre fue
especialmente brutal con ella. ¿Por qué? Miró en dirección a él y se encontró con sus
ojos. Empezaba a reconocer la técnica de él. Le gustaba asestar el golpe, retirarse a un
lugar donde pudiera observarla por un rato y después regresar para golpearla otra
vez.
Con resentimiento, Tanya vio cómo István atravesaba el salón para sacar a
bailar a una dama desconocida. Un violinista gitano había ocupado el lugar del
cuarteto de cuerdas e interpretaba una melodía pegajosa que llevó a todos a la pista
de baile.
Mientras observaba a István desarrollar aquella complicada danza folklórica,
Tanya sintió que el deseo se apoderaba una vez más de su cuerpo. Sabía por qué lo
encontraba tan irresistible. Él la llenaba de energía, la llenaba de pasión y sentía que
por primera vez en su vida podría estar viva si se olvidaba de sus inhibiciones y…
¿Estaba loca? ¡Aquello era imposible!
Pálida por la tensión, Tanya comió los alimentos que tenía delante de ella, pero
los platos llenos de sabor le parecieron como de cartón en su boca. Y después volvió
a bailar y se rió con fuerza para engañar a todos. Pero todo el tiempo fue consciente
de que István había llevado a Lisa a un rincón y le hablaba de manera apasionada,
con su mano sobre la rodilla de ella y los ojos fijos en los suyos.
—Tan, haz algo con István —le pidió John cuando ella regresó exhausta a su
asiento—. Dijiste que te ibas a ocupar de él. Si yo le hablo es muy probable que le dé
un puñetazo y Lisa jamás me va a perdonar.
De mala gana, Tanya siguió la mirada de John hacia donde su futura esposa
charlaba con un István extrañamente tierno. Tanya suspiró y comprendió que John
tenía razón. No debía empujar a Lisa a los brazos de István.
Se dirigió a la fuerza hacia donde estaba la pareja y tocó a Lisa en el hombro.
—Basta de chismes. Ya es hora de que István y yo bailemos —dijo Tanya y se
esforzó por sonreír.
—No, gracias. Quiero hablar con Lisa —respondió István.
Tanya contuvo una respuesta grosera.
—Lisa tiene que atender a todos sus invitados —comentó y entonces le vino
una idea a la cabeza—. Ya habéis tenido bastantes oportunidades de estar juntos en
el pasado.
—¿Te lo ha dicho él? —exclamó Lisa sorprendida.
¡Tenía razón! ¡Un año juntos! Tanya se puso tensa.
—No nos hemos visto con tanta frecuencia —respondió István con calma—. Soy
un hombre muy ocupado, aunque sí lo suficiente.
Tanya convirtió su sorpresa en un suspiro.
—Ven a bailar, por favor —le rogó con un matiz de desesperación en la voz —.
La gente se va a preguntar por qué no le prestas atención a tu hermana.
István frunció el ceño y Tanya se molestó al pensar que István pudiera preferir
la compañía de Lisa a la suya.
—Supongo que tengo que hacerlo —respondió él con desgana—.
Continuaremos esto más tarde, querida —le dijo en voz baja a Lisa.
—¿Continuar qué? —preguntó Tanya con sospecha cuando él ya la tenía entre
sus brazos. Demasiado tarde se dio cuenta de que bailaban un tango y deseó que
hubiera sido algo con menos contacto físico.
—Creo que a Lisa le está dando miedo la boda —murmuró István mientras
seguían bailando mejilla contra mejilla a lo largo de la pista de baile.
—El miedo es normal. Todas las novias, lo sienten —comentó Tanya tratando
de seguir la conversación. El contacto de la mejilla de él la estaba hipnotizando.
—La pobre está aterrada —comentó István con cariño—. Tiene tantas dudas…
—¿Acerca de qué? —preguntó Tanya, alarmada.
—De sus sentimientos.
—¡No! —gimió Tanya y tuvo que agarrarse a István que acababa de doblarla
hacia atrás entre el ruido de aplausos—. Deja de lucirte —murmuró ella—. No somos
bailarines profesionales. ¿Dónde estaba yo?
—En un ángulo de cuarenta y cinco grados y negando lo buenos que somos
bailando.
—Lisa. Sus sentimientos —dijo Tanya entre dientes.
—Cambia esa mueca por una sonrisa.
Por el bien de Lisa, Tanya le lanzó una sonrisa brillante a István.
—Comprendo lo preocupada que debe de estar —murmuró Tanya—. Supongo
que tú has aumentado sus dudas.
—No. No he tenido que hacerlo. Pero sí pensé que debía llevarla a un lugar
privado para darle calor y quitarle miedo.
—No vas a tener la oportunidad.
—¿Entonces lo nuestro va a seguir adelante? —preguntó István con inocencia.
—Se supone que los húngaros tienen un temperamento que va de lo muy alegre
a lo melancólico —le dijo István —. Quédate con lo alegre. Te viene bien. Después de
todo eres mitad húngara.
—Sí… Lo soy, lo soy. ¡Baila conmigo una vez más! No puedo mantener quietos
los pies.
La risa iluminó el rostro de István. Tomó a Tanya en sus brazos y ella se
abandonó a la música que sentía por dentro. Por el momento deseaba bailar hasta
caer exhausta.
—¿Más rápido?
Tanya echó la cabeza para atrás para enfrentarse a los ojos oscuros de István.
—¿Por qué no? —respondió y él la llevó a una serie de movimientos tan
violentos que Tanya ya no pudo pensar en otra cosa que en el ritmo que le recorría
las venas.
—Así se debe vivir —le susurró István al oído.
—¡Sí! Quiero decir… que esto es muy divertido —rectificó y luego explicó—: Mi
mejor amiga se casa con mi hermano… su novio de la infancia. Él va a eliminar todas
sus dudas. Me siento feliz. Mis hermanas y yo estamos conociendo Hungría… de la
que me estoy enamorando. La música es maravillosa. Me encanta la manera tan
auténtica como todos lo celebran, me encanta el castillo, me encanta estar aquí.
—Escucha —dijo István cuando cambió el ritmo, y Tanya se sorprendió por la
expresión de ternura que vio en los ojos de él mientras escuchaba la dulce canción
folklórica—. Cuando los gitanos o los campesinos cantan en Hungría por lo general
utilizan notas de pecho. Eso hace que el sonido sea más intenso y apasionado. Y por
eso nos afecta.
István tenía razón. Quizá fuera su sangre húngara lo que hacía que aquella
música le llegara hasta el corazón. Ahora se sentía triste y emocionada aun cuando
momentos antes se sintió alborozada.
—¡Caramba! —murmuró ella. Una gran lágrima le brotó de cada ojo.
—No te preocupes —le aseguró István tocándole con un dedo la mejilla mojada
—. No eres la única emocionada. Te estás poniendo en contacto con tus raíces. Somos
una nación de extremistas, con la capacidad de sentirnos muy tristes o muy
contentos. Decadentes o frugales, enfadados o felices. Podemos ser todo eso en pocos
momentos. Las emociones nos afectan muy pronto como verás.
—¿A ti también?
—Quizá yo sea una excepción. Después de todo a mí me criaron en Inglaterra
—comentó István con una son risa—. Pero mis compatriotas no tuvieron esa
desventaja. Ellos pasan de la felicidad a la melancolía cuando lo desean. Es un país
de extremos. Entusiasmo o letargo. Aquí tenemos un dicho que te va a gustar.
Nosotros nos caemos del otro lado del caballo.
—Eso me gusta —sonrió Tanya.
—Quizá te ayude a comprendernos a nosotros… y a ti misma —comentó István
y la miró fijamente.
Tanya se enfrentó a la cálida mirada de él. En su rostro había una dulzura que
le recordó los viejos tiempos.
—Eso explica por qué eras tan cambiante de joven —respondió ella.
—Todo el tiempo que estuve en Widecombe me sentí inadaptado. Me frustraba
ver que todos los demás parecíais estar muy a gusto con la vida que llevabais.
—Mamá se sentía feliz allí —observó ella—. Sin embargo, para ella debió ser
muy duro tener que empezar de nuevo en un país extraño.
—Ella se enamoró poco después de llegar —señaló István.
—Y te tenía a ti. ¿Tú eras un bebé?
—Yo tenía pocos meses de edad.
—¿Y tu verdadera madre estaba muerta?
—No, pero yo estaba en peligro por varias razones. Y ella quería ponerme a
salvo aunque eso significara separarse de mí.
—¡Oh, István! ¡Tu pobre madre! ¡Qué gran sacrificio!
—¿Habrías tú actuado de manera tan desinteresada en beneficio de tu hijo,
Tanya?
—¡Oh, sí, sí! —respondió ella con pasión—. Pero yo hubiera exigido que le
dieran afecto a mi hijo. ¿Dónde está tu madre ahora? Tú has dicho que…
—¡Demonios! —exclamó István en voz baja.
Tanya se alarmó cuando vio qué era lo que lo había hecho tensar todos los
músculos del cuerpo. Lisa acababa de entrar corriendo del jardín, con el rostro
helado como una máscara. Algo andaba muy mal. Reaccionando antes que ella,
István saltó y se abrió paso entre las parejas que bailaban hacia Lisa.
Cuando Tanya logró salir del salón de baile, vio que los dos subían las escaleras
y se dio cuenta de que Lisa estaba en peligro. Corrió hacia ellos.
—¡No, István! —gritó Tanya, horrorizada al verlo detenerse frente a la suite
nupcial—. Lisa, no te arriesgues a que él…
Sintiéndose culpable, su amiga se dio la vuelta y después, con un sollozo, entró
corriendo en su habitación y cerró la puerta de un golpe.
—¡Maldición! ¡Lisa! ¡Déjame entrar, querida! —murmuró István con urgencia.
—¡Aléjate de ahí! ¡Déjala sola! —gritó Tanya, con el corazón a punto de estallar
—. ¿No ves que ya has hecho bastante daño por esta noche?
—¡Márchate! —gritó Lisa.
István lanzó una maldición. Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con
llave.
—¡Maldición! —repitió mirando la puerta—. Volveré más tarde. Tengo que
llamar por teléfono.
Con la boca abierta, Tanya lo observó alejarse.
—¡Lisa, Lisa! —gritó ella y golpeó la puerta con fuerza—. Debo advertirte…
—¡Vete! —gritó Lisa, furiosa.
Tanya se dio por vencida. Por lo menos se había evitado un desastre. Entró en
su habitación pero dejó la puerta abierta para poder ver el pasillo. Se acurrucó en la
cama y esperó el regreso de István. Para su sorpresa oyó que sonaba un teléfono y
comprendió que debía ser István hablando con Lisa, quizá convenciéndola de que se
encontrara con él.
Tanya se puso tensa. Lisa estaba llorando. Ella llamó a la puerta una vez más,
pero a pesar de sus súplicas su amiga se negó a abrir. De vuelta en su habitación,
Tanya esperó. Sus ojos permanecieron clavados en el pasillo mientras se preguntaba
si István iba a regresar. Después de un rato los sollozos fueron apagados por las
alegres despedidas de los invitados y después por las voces masculinas de los
participantes en la despedida de soltero de John.
Tanya deseaba dormir pero mantuvo su vigilancia, obligándose a permanecer
despierta. Dadas las circunstancias era lo mejor que podía hacer.
Quizá sí durmió. Algo la despertó y se dio cuenta de que era la campana del
castillo que daba la hora. Las dos de la mañana. Con los ojos medio cerrados, se
dirigió a la ventana para respirar el aire frío de la noche.
Algo salió de la ventana de Lisa y se desenrolló en una nube blanca.
Sorprendida, Tanya vio que era un tramo de cortina de seda, atada en nudos para
formar una cuerda. Su mente cansada luchó con la innegable verdad. Lisa iba a
escapar.
Tanya observó desde detrás del arbusto recortado al final de la terraza, con la
respiración entrecortada por la carrera y el pecho apretado por la desesperación.
Afortunadamente pudo ver que Lisa todavía estaba en su habitación, visible en parte
detrás de la ventana.
Una exclamación de alivio salió de los labios secos de Tanya. Había hecho lo
correcto. Si le gritaba a Lisa a través de la puerta cerrada hubiera despertado a la
mitad de los huésped… y quizá apresurara la fuga de Lisa. Y si le gritaba desde su
ventana cuando la viera bajar, tampoco la hubiera podido detener.
Así por lo menos podría detener a Lisa sin que nadie se enterara. Iba a haber
una tremenda pelea entre ellas… pero cualquier cosa era mejor que la alternativa. Si
Lisa desaparecía la noche antes de la boda, el cielo se iba a desplomar y ella iba a
tener que recoger los pedazos.
¿Cómo podía Lisa hacer aquello? Era algo tan irresponsable. Si se había dado
cuenta de que no amaba a John, debió enfrentarse a él con la verdad en lugar de
escapar.
Los ojos ansiosos de Tanya recorrieron la cuerda. Todo aquello era increíble.
Lisa debía de estar realmente desesperada.
—¡Te odio, István, por meterle dudas en la cabeza! —exclamó Tanya.
Una figura dentro de la habitación de Lisa se movió y dejó ver unos hombros
mucho más anchos que los de Lisa. Tanya contuvo la respiración y abrió los ojos todo
lo que pudo. ¡Era un hombre! ¡Un nombre en la habitación de Lisa!
John. ¡Era John…! «La esperanza es lo último que se pierde», pensó Tanya,
porque por supuesto que John no era tan fornido. Pero se negó a contemplar la otra
posibilidad. Entonces la voz de un hombre salió de la ventana y apareció una bota de
montar.
Tanya parpadeó. István llevaba puesto un smoking. ¡Era otro hombre! Uno que
subió hasta la habitación de Lisa y la hizo llorar. Un estremecimiento le recorrió la
columna vertebral. Un… violador… a punto de escapar.
Tanya sabía que la ayuda estaba demasiado lejos. El hombre iba a escapar antes
de que ella pudiera avisar a alguien. Todo dependía de ella. Necesitaba algo… un
arma. Sus ojos buscaron con desesperación y se detuvieron sobre un montón de
estacas sobrantes de las utilizadas para levantar la marquesina. Perfecto. Un golpe en
un lugar muy especial y el hombre quedaría imposibilitado.
Tanya caminó de puntillas por la terraza hasta las estacas y se agachó para
recoger una. Pero detrás de ella oyó el siseo de un cuerpo que se deslizaba por la
seda y unos pies que daban contra el suelo y después un silencio tan profundo que
hizo que se le erizaran los pelos de la nuca.
Aterrada, Tanya se enderezó lentamente, agarrando la estaca en sus manos.
Entonces comenzó a sudar cuando sintió el sonido de unas botas que se acercaban a
ella. Se dio la vuelta con la velocidad de un rayo y gritó:
—¡Tírese al suelo o…!
—Después de ti —dijo István con calma.
La estaca cayó de las manos paralizadas de Tanya mientras su cerebro
confundido trataba de comprender la identidad del malhechor.
—¿István? —murmuró ella, sorprendida porque él estaba vestido
completamente de negro y la camisa suelta enfatizaba los apretados pantalones de
montar—. Te has cambiado de ropa.
—Voy a salir —explicó él.
—¿Qué te vas? —Tanya miró hacia la ventana—. ¿Con Lisa? —respiró hondo.
Aquello era peor de lo que imaginó—. ¡Tú… tú…!
István saltó hacia adelante y le puso una mano en la boca. Tanya luchó con
furia, le clavó los codos en el pecho y lo pateó con los pies descalzos. Le dolió.
—¡Estate quieta o te voy a dejar sin aire! —murmuró István y como ella no le
hizo caso, los poderosos brazos de él le apretaron las costillas haciendo que ella
tuviera que respirar con dificultad.
István murmuró algo en húngaro y la empujó a lo largo de la terraza hasta un
lugar más aislado en la parte de atrás de la casa.
—¡Basta! —protestó Tanya, furiosa.
—Nada especial. Ésa es la cuestión. ¿Si yo he violado a Lisa, por qué no grita
llamando a la policía? Y no montes todo un melodrama y digas que probablemente la
golpeé, o que la amordacé, o alguna otra tontería.
—¿Quieres decir que Lisa estuvo de acuerdo con…?
—¿Con hacer el amor? —indicó István con frialdad.
—Eso no lo voy a creer —murmuró Tanya—. Tienes que haberla obligado en
contra de su voluntad.
—Entonces estamos dejando fuera la posibilidad de una conversación —replicó
István en tono seco.
—¿Por qué te tomaste la molestia de anudar un par de cortinas si lo único que
querías era charlar? —pregunta ella—. ¿No te has enterado de que ya se ha
inventado el teléfono?
—No se puede acurrucar a alguien por teléfono.
Tanya hizo un gesto. Ya se estaban acercando a algo.
—Así que tú, el campeón burlador de mujeres de Inglaterra, necesitaba que
alguien lo acurrucara.
—No exactamente —admitió él—. Vaya que eres cabeza dura cuando se te mete
algo en la cabeza. Ahora préstame atención. ¿Cuándo estabas en tu habitación,
escuchaste algo más que llanto?
—No. ¿Debí hacerlo?
—Te lo explicaré, Tanya. Cuando yo hago el amor, la mujer con la que estoy no
permanece en silencio. Ni tampoco yo.
István le dio tiempo a Tanya para que analizara aquello y ella se lo imaginó
gimiendo y echando la cabeza hacia atrás por el placer. Aquella imagen la molestó,
por lo que se mordió el labio inferior.
—¿Qué es lo que me estás diciendo? —murmuró ella.
—Por supuesto que Lisa me invitó ella misma —explicó István con paciencia—.
Yo la llamé por teléfono para hablar y ella me pidió que fuera. Yo no hubiera podido
trepar hasta su habitación sin su ayuda. ¿Verdad? Es obvio que tuvo que ser ella
quien descolgó las cortinas, las anudó y las ató al poste de la cama.
—¿Pero por qué te tomaste la molestia de trepar hasta su habitación? —
preguntó Tanya.
—Porque cuando subí las escaleras para ir a verla, vi que tenías la puerta
abierta y que esperabas lista para lanzarte tras tu objetivo. Tenías una expresión
soñadora, como si pensaras en algo agradable —explicó István—. Pero sabía que ibas
a despertar y a gritar si yo trataba de llegar hasta la puerta de Lisa.
—Así que la convenciste de que te dejara entrar por la ventana. La engañaste —
comentó Tanya con frialdad—, ¿Y luego qué?
—Sostuvimos una conversación.
—¿Todo ese esfuerzo para una conversación? —se burló Tanya.
Él sólo la estaba mirando, pero aun en aquella semioscuridad eso era suficiente
para impactar a Tanya. Había algo diabólico en la intensidad dramática de su
mirada.
Tanya se preguntó qué habría hecho István durante los últimos cuatro años. A
cuántas mujeres habría seducido, y cuántos hijos ilegítimos habría engendrado con
su comportamiento irresponsable. Demasiados, decidió mientras se ahogaba en las
profundidades de la mirada oscura de él. Un dolor le recorrió el cuerpo y la dejó
débil y casi sin defensas.
—No es la moralidad de Lisa la que yo cuestiono —comentó Tanya—. Es la
tuya. Tú sabes perfectamente lo que estás haciendo. Simplemente pones tu expresión
de indiferencia, te paras en una esquina, miras a las mujeres y ellas…
—¿No pueden contenerse? —preguntó él—. Vamos, Tanya. Es asunto de ellas si
aceptan mi reto sexual o no. Por lo general desean un poco de emoción, un poco de
peligro, un breve encuentro con lo desconocido.
—¿Cómo te atreves? Eso es una ofensa a las mujeres… —comenzó a decir ella,
temblando.
—Yo no me hago ilusiones acerca del papel que ellas escogen para mí —
respondió István—. Ellas buscan una descarga de adrenalina directa a la sangre. Yo
soy sexualmente creativo. Soy más barato que saltar en paracaídas, menos dañino
que el alcohol y brindo más emociones y entretenimiento que un buen vídeo.
Diversión, emociones. Eso es lo que ellas quieren.
—¿Es eso lo que le has ofrecido a Lisa? —preguntó Tanya horrorizada. Y luchó
contra la idea de que Lisa, como ya conocía el amor físico de István, deseara una
última noche de pasión antes de casarse con el querido y fiel John.
—La naturaleza humana está llena de misterios. Las mujeres me encuentran
atractivo porque les parezco peligroso —respondió István.
—Bueno, pues te desprecio por comerciar con eso.
—¿Eso hago?
—¿Le has hecho o no el amor a Lisa? —preguntó Tanya—. Tienes que
decírmelo, o… —los dedos de él se clavaron en los hombros de ella y la hicieron
callar.
—O nada, Tanya —dijo István, amenazante—. Olvida que me has visto salir de
la habitación de Lisa por la seguridad del futuro de ella.
Tanya se quejó y él aflojó la presión.
—¿Ella te importa? —susurró Tanya. Él asintió y ella gimió. Eso era peor. Un
István interesado era irresistible para cualquier mujer—. Esto es horrible —se quejó
ella—. Yo también quiero a Lisa y no deseo dañarla de ninguna manera.
—Entonces déjala que se case con John —gruñó István, desesperado.
—¡No sabes lo que me pides! —gritó Tanya—. Yo creo que el matrimonio es
para siempre, que amas y respetas a alguien y construyes una relación sobre eso
hasta el día de tu muerte. Eso es lo que deseo para mí y para todos a los que quiero.
Por mucho que yo aprecie a Lisa, si ella piensa ser desleal a John, no puedo ignorarlo
Capítulo 6
Antes de que Tanya pudiera comprender las palabras de István, él la hizo
volverse y la obligó a avanzar deprisa por la terraza. Tanya trató de resistirse y él la
tomó en brazos y siguió avanzando por el jardín con pasos rápidos y seguros.
Tanya tardó varios segundos en darse cuenta de que tenía la boca libre y que
podía gritar si lo deseaba. Pero para entonces István llegó a uno de los establos, abrió
una puerta y la cerró después de entrar con un golpe del talón. Tanya percibió el
familiar olor de la paja y de los caballos y entonces él encendió la luz que dejó ver
una doble hilera de pesebres ocupados por caballos que resoplaban y se quejaban por
la intromisión.
Y algo evitó que ella hablara: el increíble golpeteo del corazón de István, mucho
más rápido de lo que debería ser y que sonaba como truenos en los oídos de Tanya.
Quizá él no estaba tan en forma física como parecía, pensó Tanya.
—¿Qué… qué vas a hacer? —murmuró ella.
—Convencerte de que cooperes —con una lentitud cruel, István la deslizó a lo
largo de su cuerpo y algo… quizá el miedo… la hizo sentirse mareada. Se tambaleó y
lo agarró del brazo.
—¡István! —exclamó.
—Yo te sujeto —respondió él y la agarró de la cintura.
—No estés muy seguro de eso. A menos de que me cortes la lengua no podrás
evitar que vea a Lisa y que le pida una explicación —respondió ella, liberándose de
su brazo—. Ni tampoco puedes evitar que mi hermano se entere de lo que has hecho.
—Cierto —admitió él—. Por eso necesito un poco de tiempo para convencerte
—explicó István viendo la expresión de horror de ella.
—¡Pero… es medianoche! —aulló Tanya.
—¿Puedes dormir? ¿Podrías dormir ahora? —preguntó él.
—No —admitió ella—. ¿Pero cómo crees que me vas a persuadir?
—¿Te gustaría que te hiciera el amor? —preguntó él y torció la boca con una
sensualidad que la hipnotizó.
Para su sorpresa, Tanya sintió cómo su cuerpo se derretía ante la idea y no
pudo hacer nada para evitarlo. Claro que sí le gustaría.
—¡No! —respondió con voz ronca, desesperada por desear a un hombre que
trataba a las mujeres con tanto desprecio—. ¿Cómo puedes sugerir que yo te deseo
después de lo que le has hecho a Lisa, tanto ahora como en el pasado?
—¿Eso significa que no? —preguntó István. Tanya se agitó por la rabia.
—¡Ohhh! ¡Eres imposible! Eres inmune a todo… insultos, las normas de la
decencia.
escribirme y seguro que también tiene amigos más capacitados para hablar de los
sentimientos que tú.
István apretó los dientes.
—Se trata de algo de lo que ella no podía hablar contigo, ni con nadie más. Sólo
conmigo.
—Entiendo —respondió Tanya y levantó la cara—. Ella debe quererte mucho.
—Tontita —le dijo István mientras ella trataba de contener las lágrimas—. Hay
muchos tipos de cariño. Lisa es más mi hermana de lo que tú jamás lo fuiste.
—No se le hace el amor a las hermanas —Tanya dejó su copa en la mesa, pues
le temblaba la mano para sostenerla.
—No —gruñó él y atrapó los dedos de ella en los de él—. No se hace —bajó la
cabeza, le besó la mano con ternura y después se la volvió para rozar con sus labios
la parte sensible de la palma.
—¿Qué es lo que le preocupa a ella? —preguntó Tanya con voz ronca, retirando
la mano.
—Le tiene miedo a dos cosas en particular. Una es que quizá no pueda tener
hijos.
—¡No! —exclamó Tanya, sorprendida—. Pobrecita… eso es terrible… Nunca
me ha dicho una palabra ¿Por qué? ¡Es mi amiga!
—Tenía miedo de que tú se lo dijeras a John —expuso István con calma—. Ella
no quería que él se enterara de la causa y que es la pérdida de su hijo hace cuatro
años.
—Tu hijo —murmuró Tanya con los dientes apretados y bajó la mirada para
ocultar su angustia—. Espero que te des cuenta de que tus acciones pasadas han
provocado problemas desde entonces —murmuró con amargura.
—¿Por qué no nos ceñimos al problema y dejamos a un lado las
recriminaciones? —sugirió István.
—¡Eres un salvaje! —le espetó ella, mostrando sus sentimientos. Pero él tenía
razón. El problema de Lisa era lo primero. Él podía esperar—. ¿Ésa es la opinión de
un médico o la de ella? —preguntó Tanya.
—Un poco las dos cosas. El ginecólogo con el que habló después de perder el
bebé le dijo que estuviera preparada para la posibilidad de no poder tener más hijos.
¿Comprendes el problema? Ella sufre porque no sabe si contarle todo a John…
—¿Qué tú la dejaste embarazada? —gritó Tanya—. ¿Te das cuenta de todo el
daño que has hecho? Yo no puedo sentir respeto por un hombre que no puede
controlar su sexualidad y cuyo único pensamiento es su propio placer y no la
protección de una mujer inocente.
—Eso es lo que yo pensé.
—Un comportamiento así demuestra un carácter débil —gritó Tanya.
—Sí —respondió él con calma—. Me temo que sí.
—No estoy tan segura. Todavía no puedo comprender tu relación con ella…
—Platónica. Nosotros sólo hablamos —insistió él.
—Quizá sea cierto. Pero por otra parte… creo que todavía eres una amenaza
para la felicidad de John. ¿Todavía encuentras atractiva a Lisa? —preguntó Tanya
con miedo.
—Siempre me ha parecido atractiva —respondió István con una sonrisa. Tanya
se mordió el labio inferior y lo miró a los ojos—. Y mi relación con ella es muy
especial. Pero yo no la amo como la ama John y lo que ella siente por mí tampoco es
amor.
Si no era amor, quizá era pasión lo que él sentía. Una obsesión, pensó Tanya
incapaz de soportar mucho más. Las revelaciones la estaban destrozando.
—Tú has dicho que ella tenía miedo de dos cosas —le recordó a István.
—Pareces cansada. ¿Por qué no te tumbas? —preguntó él en tono amable.
Debió ver la mirada de alarma de ella porque suspiró y dijo—: No voy a saltar sobre
ti y a arrancarte el vestido sólo porque estés tumbada en una cama —István sonrió
ante la expresión de ella—. Descansa en la cama si quieres mientras aclaramos este
asunto y después los dos podremos dormir varias horas.
Las manos de Tanya ya sentían la suavidad del gran edredón. Era tentador, ella
estaba cansada. Se detuvo un momento con las manos apoyadas en la cama. Luego,
con un ágil movimiento se arrojó sobre ésta y se acurrucó con gusto sobre el cómodo
colchón mientras acomodaba los almohadones detrás de ella.
—Tienes unos cuantos minutos y luego tendremos que parar —dijo Tanya.
—Hablas como la señorita Lattimer.
—¿La maestra del pueblo? Supongo que sí.
—Es más, ésas fueron sus palabras exactas aquel día que la convencí de que
dejara a los niños montar en mi pony.
La sonrisa de Tanya se volvió cálida cuando recordó la emoción de sus
compañeros de clase y su orgullo porque aquel benefactor era su hermano.
—Lástima que ella fue a preguntarle al director de mi colegio si yo debía estar
en clase —comentó István.
—Ella te regañó y la mitad de los niños lloraron porque no pudieron montar.
Era como si les hubieran mostrado el paraíso y después les cerraran las puertas.
—¿Crees que hubiera sido mejor si yo nunca se lo hubiera ofrecido? —preguntó
István—. ¿Crees que es mejor si la gente jamás ve el paraíso… y se queda en la
ignorancia por el resto de sus vidas?
—¿Ésa es tu filosofía, no es así? Apunta al paraíso, cualquiera que sea el precio,
aun cuando nunca logres llegar.
—Siempre vale la pena intentarlo. Tanya —comentó István.
—Yo no sé qué es lo mejor. Supongo que lo que tú has dicho antes, que todos
tenemos que tomar nuestras decisiones de acuerdo con nuestros caracteres y
necesidades. Por ejemplo, tú jamás serías feliz haciendo cosas corrientes. Siempre has
buscado el peligro y la aventura. Yo me siento…
—Insatisfecha.
Tanya se puso tensa y alerta. István no se movió pero en sus ojos había una
ternura que la conmovió.
—¿Cómo hemos llegado a esto? Estábamos hablando de Lisa —preguntó
Tanya.
—Me salí del tema. ¿Pero vas a respetar su decisión y a no decir nada?
—Supongo que sí —la sonrisa de István le calentó el corazón. Entonces tragó,
nerviosa y metió los pies debajo de su cuerpo, lista para saltar si él movía un
músculo. Pero István no lo hizo, aunque la distancia entre ellos parecía reducirse por
el intenso deseo que sentía por él. Tanya se estremeció.
—¿Tienes frío? —preguntó István.
Tanya negó con la cabeza sintiéndose desgraciada.
—Estoy muy cansada.
—Seguro que te has levantado muy temprano esta mañana. Después has
recibido el impacto de descubrir que no soy tu hermano y la noche ha sido
interminable, ¿verdad? ¿Quieres que te lleve de vuelta al castillo?
—Hmmm —asintió ella sin mucha convicción—. Si me haces el favor —su
agotado cerebro pareció recordar que algo no estaba terminado y luchó por recordar
qué era.
—Vamos —István se puso de pie con decisión.
—¡Espera un momento! —Tanya frunció el ceño—. ¡No hemos terminado!
Quiero saber cuál es la segunda cosa que le preocupa a Lisa.
—No creo que…
—Dímelo todo o insistiré en que John se entere.
István suspiró con fuerza.
—¡Por Dios! ¡Vaya que eres obstinada! Está bien, pero me disgusta traicionar su
confianza —István comenzó a caminar por la habitación y Tanya se relajó—. Está
relacionado con lo que hemos estado discutiendo. Que las personas piensan y se
comportan de manera muy distinta. Verás, Lisa duda acerca de su amor por John.
Tanya se humedeció los labios secos.
—¿Por qué?
—Ella dice que lo ama y que de entre todos los hombres él es con quien desea
envejecer, pero…
—¡Me lo temía! Ella no siente la pasión que sintió… que quizá siente… por ti.
—No es exactamente eso. Ella… —István dudó un momento para elegir las
palabras con cuidado mientras seguía paseando por la habitación—. Ella conoció una
gran pasión. Sabe lo que es eso, cómo duele y a la vez llena de tal manera que no se
puede pensar en otra cosa que no sea en satisfacerla. ¿Sabes de qué estoy hablando,
Tanya? ¿Estoy despertando algo dentro de ti?
Los ojos de Tanya se convirtieron en enormes lagunas verdes. Las palabras de
István habían dado en el blanco. ¡Por supuesto que lo sabía! Ella sentía esa pasión. El
corazón le saltaba en el pecho, gritando que lo dejaran salir, la respiración parecía
querer escapar también. Aterrada, pensó que dentro de ella no había lugar para otra
cosa que no fuera aquella imperiosa necesidad que sentía por István.
—Como has dicho, todos somos diferentes —respondió Tanya—. Para algunas
personas puede existir la pasión sin amor —como él y Lisa. Esa idea le dolía. Trató de
aclararse la garganta sin lograrlo—. Discúlpame. Es el cansancio.
—Pasión sin amor. Comprendo.
István estaba de espaldas a Tanya y se servía más vino. Aquello le pareció triste
y entonces ella recordó con amargura cómo cuando eran niños ella luchaba con
desesperación por hacerlo feliz. Pero ahora ella quería ofrecerle… Amor.
Aquél era su deseo más querido. Quería darle su amor y que él también la
amara a cambio. El amor crecía dentro de ella con dolor y temió que explotara.
Dentro de ella había un amor tan grande que jamás pensó que pudiera existir. Y a
juzgar por aquellas sensaciones parecía que su corazón estaba decidido a entregar
todo su amor a un hombre que no se lo merecía.
Mientras István seguía bebiendo, inconsciente de lo que ocurría dentro de ella,
Tanya se recostó sobre las almohadas y aplastó aquel amor. No podía matarlo
porque era demasiado profundo. Pero sí podía ignorarlo. Aquel esfuerzo la dejó más
exhausta todavía.
Todo estaba muy tranquilo. El calor y el cansancio la abrazaron y por fin cayó
en un sueño profundo e impenetrable.
—¡Tanya! ¡Tanya!
Una voz urgente la despertó… eso y la mano tibia que le sacudió el hombro con
delicadeza.
—¿Qué? —murmuró ella y sus ojos se negaron a abrirse.
—Despierta.
Tanya apartó la mano y se dio la vuelta.
—Vete.
—Estás en mi cama.
Abrió los ojos de golpe y en un instante se dio cuenta de lo que la rodeaba. La
cama. La cabaña. ¡Y… István! Tanya volvió la cabeza y quedó frente a los ojos de él.
—¿Qué…?
—Te quedaste dormida. No tuve el valor de despertarte. Pero tienes que
levantarte y vestirte para la boda.
—¡Dios mío! —exclamó ella, histérica. Alarmada, vio que él tenía puesta una
bata y mostraba más de su cuerpo de lo que ella podía resistir a esa hora de la
mañana—. ¿Qué hora es? ¡Las nueve! ¡Vamos, vamos!
István la observó mientras ella comprobaba que todavía tenía puesto el vestido
debajo del edredón que le llegaba hasta el cuello.
—Antes prométeme —señaló István—, que dejarás que la boda siga adelante
sin revelar nada.
—Bueno… tienes que comprender mi dilema, István.
—Y tú también tienes que comprender que Lisa tiene que vivir su vida —
murmuró él.
—Pero…
Los labios de István cubrieron los de ella suave y dulcemente y él murmuró
cosas agradables entre besos mientras los brazos de ella le envolvían el cuello.
—¿Tengo que retenerte aquí después de todo? ¿Qué haríamos mientras la boda
tiene lugar? ¿En qué nos mantendríamos ocupados?
—¡En hacer mermelada! —respondió ella y se preguntó por qué le había
devuelto sus besos.
Las manos de István se metieron debajo de sus brazos, levantaron el cuerpo
hacia él y éste se movió con alarmante facilidad. Con movimientos ligeros los dedos
de él dieron un masaje a la columna vertebral y avanzaron hacia abajo.
—No, István —exclamó Tanya.
—Podrías mantenerme prisionero aquí —murmuró él y su lengua acarició la
curva de la boca hinchada de ella—. Quizá prisioneros los dos.
Tanya gimió indefensa, pues aquello le daría mucho placer. Y cuando los dedos
de István continuaron jugando con sus huesos y con su piel, despertaron todo el
cuerpo a sus caricias. Ella sintió que todos sus músculos se relajaban, hasta quedar
completamente pasiva y lista para rendirse.
—¡Quiero irme! —exclamó Tanya de pronto, molesta consigo misma.
—No te creo. ¿No te das cuenta de que Lisa no me interesa? ¿De que es a ti a
quien he estado persiguiendo todo este tiempo?
Ella trató de pensar, pero él le besaba con pasión el cuello, los hombros, la
clavícula, y cuando lo miró, vio en sus ojos un deseo que la hizo temblar.
—Yo no… —se detuvo en mitad de la protesta cuando vio la agonía en el rostro
de István.
—Te deseo. Pero no como algo pasajero, sino como algo más. Ahí está la pasión.
Lo sé —su respiración humedeció el oído de Tanya, su rostro y el corazón le latió con
fuerza brutal—. Eso es lo que Lisa desea, lo que quiere conocer —murmuró él y se
apoderó de la boca de ella.
Tanya se estremeció, gimió y deseó responder con sus propios besos salvajes. Y
eso resultaba aterrador.
Allí estaba su vestido. Color de miel, sencillo, pero muy bien cortado y que caía
hasta el suelo como correspondía a una dama de honor. Una guirnalda de orquídeas
para el pelo. Su caja de cosméticos. La ropa interior de seda. Tanya se ruborizó.
—El ama de llaves que ha traído todo esto debe saber que he pasado aquí la
noche —exclamó Tanya.
—No hay nada malo en eso. Tenemos la conciencia tranquila. Ella piensa que
estuvimos hablando hasta muy tarde y perdimos la noción del tiempo. No olvides
que todo el mundo piensa que somos hermanos.
—Ah, sí.
István sonrió.
—¿Lo he hecho mal?
—No, pero… anda, sal y déjame bañarme —le pidió ella.
Antes que nada la acción. Tenía que prepararse. El pensar vendría después. Se
enjabonó con fuerza en el agua fragante y después salió y se envolvió en la toalla. En
pocos minutos se vistió, se aplicó el maquillaje de los ojos y la pintura de labios y se
recogió el pelo en lo alto de la cabeza. Pero necesitaba que alguien la ayudara con la
guirnalda de orquídeas. Esta tendría que esperar hasta que llegara al castillo.
—¿Estás lista? —gritó István.
Tanya se miró en el espejo y se levantó la falda para salir corriendo hacia la
habitación principal. Allí se detuvo de golpe.
—¿Qué sucede? —preguntó ella. István tenía una expresión extraña—. ¿Está
arrugado? ¿Manchado?
—No —István se aclaró la garganta y se volvió para poner pan recién horneado
en un plato de madera—. Estás muy bien. Ven a comer.
—Sí, sí. Me muero de hambre —dijo ella, desilusionada de que él no fuera más
halagador. Y entonces Tanya se rió de su vanidad y de su deseo de halagarlo a él—.
Tú estás muy elegante —comentó. Colocó una servilleta de lino sobre la ropa—.
Supongo que has dormido aquí —añadió mientras mordía una rosquilla.
—He estado aquí, pero no puedo decir que haya dormido. Pero estoy
acostumbrado a no hacerlo.
—¿Es eso cierto? —Tanya comió otro trozo de rosquilla. Los ojos oscuros de
István permanecían fijos en sus labios y ella se los tocó para ver si había restos de
azúcar allí. Él se inclinó y rozó los labios de ella con los suyos. Apartó a un lado su
plato sin tocar y probó el café turco.
—Supongo que la gente pensará que ya hemos arreglado nuestros problemas
cuando nos vean llegar juntos. ¿Y así es, verdad?
—Sí —murmuró ella. Lo amaba tanto que le causaba dolor.
István alargó una mano y apretó la de ella con fuerza.
—¡Gracias a Dios! Lisa se va a sentir muy feliz. Avísame cuando estés lista para
partir —sugirió István y salió afuera.
Tanya sonrió. István odiaba estar encerrado… tanto en su vida emocional como
en la física. Por eso no se había casado y nunca se había permitido amar a nadie. No
soportaría la sensación de estar atrapado. Y por eso ella tendría que estar loca para
ceder ante la pasión de él, o la suya propia. La pasión desaparece. Sólo el amor
perdura. Podría ser maravilloso durante algún tiempo. ¿Y después qué?
Sólo que… si nunca conoces el paraíso nunca sabrás lo que te pierdes. ¿No era
eso mejor que nada? ¿No valía la pena a pesar de la desilusión final? No estaba
segura. Y no faltaba mucho para que István le pidiera que tomara una decisión acerca
de su relación.
Capítulo 7
Tanya tomó su bolso y salió a la luz del sol. Su mirada se clavó en István, que
parecía un novio, parado junto a la carretela de colores brillantes y decorada con
flores… seguramente para la boda.
Él la ayudó a subir el asiento de piel y ella acomodó su falda mientras István
tomaba las riendas del caballo.
—Me siento feliz de estar vivo —comentó él y se estiró de placer.
La carretela entró en un camino más ancho, protegido del viento por una larga
fila de álamos. István saludó con la mano a un hombre del pueblo. Un poco más
adelante una mujer se detuvo frente a una bomba de agua y le dirigió una inclinación
de cabeza. István detuvo la carretela y esperó con paciencia a que pasara una manada
de ganado.
—Se han parado —exclamó Tanya y consultó su reloj—. Nos vamos a retrasar.
—Vamos bien. Relájate —el caballo se movió de pronto y a Tanya se le cayó el
bolso de las rodillas. István lo recogió—. Creo que esto es tuyo —dijo y le entregó la
cartera abierta con la foto de él.
Tanya se ruborizó.
—La conservé… la puse ahí…
—Comprendo. ¿Sabes de quién eran las fotos de la cabaña?
—¿De la familia? —sugirió Tanya.
—Algunas. Pero la mayoría son tuyas. Creo que tenemos tiempo para
desviamos.
—¿Fotos mías? ¿Por qué tú…? ¿Adónde vamos? —gritó Tanya cuando István le
dio la vuelta a la carretela en medio del ganado.
—A la iglesia.
—¿Quieres dejar de ser tan impredecible y poco convencional y llevarme al
hotel? Responde a una simple pregunta y compórtate como una persona normal por
esta vez.
—Sólo por esta vez…
La carretela saltaba sobre el camino empedrado en dirección a la iglesia. La
mirada de Tanya se suavizó al ver la pequeña iglesia. Parecía salida de una
ilustración medieval, con sus paredes blancas y tejado inclinado con tejas de madera.
Junto a ella había un campanario independiente, con una curiosa galería a media
altura.
Con todos sus músculos tensos, István saltó y la bajó a ella y casi la empujó
hacia la pequeña iglesia. Tanya casi no pudo ver el interior pintado de rojo y verde
cuando él le tomó la mano.
Algo pasó junto a sus piernas. Abrió los ojos y vio a un niño pequeño que
trataba de ver a la novia. John se agachó y tomó al niño en brazos y se le suavizó el
rostro.
—Más tarde, Késóbb —dijo con afecto. Luego le devolvió el niño a la apenada
madre.
Tanya levantó el pie del acelerador. Debía de ser allí. Detrás de unos maizales
se veía un grupo de edificios largos y bajos. El más grande parecía ser la csárda.
Rápidamente se puso un poco de carmín en los labios, se soltó el pelo y se
desabrochó dos botones de la falda para dejar ver una buena parte del muslo.
También se descubrió los hombros. Le latía el pulso aceleradamente.
Las verjas de entrada anunciaban que aquello era una escuela de equitación. Y
allí estaba István, hablando con un hombre junto al Aston Martin. Llevaba puestos
unos vaqueros y la camisa húngara tradicional. Parecía completamente relajado en
aquel ambiente. Ella iba a cambiar todo eso.
Fría por dentro y sudando por fuera condujo el coche a través de una manada
de gansos blancos y se detuvo. Se tomó su tiempo en bajarse para darle a él mucho
tiempo para verle las piernas. Cuando István se recuperó y le tendió la mano, miró
también el valle que se formaba entre los senos.
—Me debes una explicación —comentó Tanya con frialdad.
—Me has evitado un viaje. Estaba a punto de regresar para hacerlo —respondió
István.
—Claro que sí —explicó ella y para sus adentros pensó: «mentiroso».
Se puso la mano en la cadera y trató de ser lo más sensual posible.
István frunció el ceño.
—¿Cómo me has encontrado?
—En tu cabaña había un sobre. Rompí una ventana para entrar.
—Llamé por teléfono, pero me dijeron que te habías ido. Nadie quiso hablar
conmigo. Estaba preocupado…
—Oh —exclamó Tanya—. ¿De veras?
Él la tomó en sus brazos. Ella se resistió justo lo que le pareció correcto.
—No hubo tiempo para las explicaciones —comentó István—. Tuve que actuar
con rapidez. Lisa escapó por que cuando John tomó en sus brazos a aquel niño lo vio
tan feliz y cariñoso que supo que no podía seguir con la boda. Yo no sabía qué iba a
hacer ella, o adonde pensaba ir, pero me subí en el coche con ella y la conduje hasta
aquí para ayudarla a resolver todo.
«Levanta la cabeza. Míralo a los ojos como si estuvieras sorprendida».
—Eso fue pensar rápido —murmuró Tanya—. ¿Bueno, dónde está ella? —y
comenzó el ritual que había planeado. Un leve estremecimiento. Los labios húmedos.
—Escondida. Pensando. Tomando decisiones. ¿No me crees, verdad?
—No estoy segura.
István la miró pensativo y Tanya movió las pestañas un poco.
—Llevas el pelo distinto —comentó él.
—Oh, sí. Tenía calor. Me lo he soltado para que me lo refresque el viento.
Capítulo 8
Se oyó una cremallera cuando István se quitó los pantalones mojados y los
calzoncillos. Tanya no podía moverse ni hablar porque el miedo y la anticipación la
paralizaban por completo. Entonces él la reanimó otra vez y ella comenzó a jadear
bajo la pasión de los besos, las caricias, las palabras. Sintió espasmos que no estaba
segura si eran de placer o de dolor cuando se apretó contra el cuerpo de él.
—István… —Tanya se ahogó al pronunciar su nombre, poseída por el deseo,
mientras las extremidades de él se entrelazaban con las de ella y su lengua bañaba las
cumbres de ambos senos mientras que sus manos exploraban las partes secretas de
sus muslos.
—¡Te deseo! —murmuró él—. Sabes que te deseo.
La evidencia se presentaba dura y fiera contra ella que demandaba satisfacción
a su tremenda necesidad.
—¡Por favor, por favor! ¡Hazme el amor, István! —exclamó ella y se abandonó.
István se estremeció. Después se quedó inmóvil. Su respuesta jamás llegó.
Tanya hizo un esfuerzo y levantó los párpados. Él la observaba.
—Puedo detenerme si tengo que hacerlo —dijo él—. Puedo controlarme cuando
es necesario.
—No… no sé qué quieres decir.
—¡Piénsalo! —murmuró él y respiró hondo como si sintiera dolor—. ¿Quién de
los dos crees que ganó la batalla?
—¿Qué batalla?
—La lucha entre el sexo y la mente. Entre la tentación de una mujer y la
resistencia de un hombre. Eva llevando a Adán al problema, la batalla de costumbre.
Tanya abrió mucho los ojos al oír aquello.
—¡Tú… sabías lo que yo estaba haciendo!
—¡Por supuesto que lo sabía! Esperaba que regresaras porque necesitabas una
explicación. Al principio intenté sacarte de lo que pensaba que era un estado de
hostilidad comprensible. Pero entonces comprendí que era en serio. Te seguí el juego
para averiguar qué era lo que buscabas y hasta dónde pensabas llegar. Parecía que
hasta el final —comentó István—. No sólo utilizabas tu cuerpo, sino que también
buscabas una venganza sexual.
—¡Sí! ¡Te odio, te odio! —gritó Tanya y se sentó.
—Habla —la instó István.
—¡Por supuesto que quería vengarme por lo que nos hiciste a todos nosotros!
¡Quería hacerte daño como nos lo hiciste tú! A John, a Lisa, a mí…
—¡Mi madre! Por supuesto. Eso fue cuando era difícil pasar del este al oeste.
—Era ilegal si no se tenían los papeles adecuados. Mi padre murió en un
accidente cerca de la frontera cuando trataba de pasar a Esther y a mí con la mitad de
las joyas de la familia hacia el oeste. Pero supo que lo logramos.
—¡Todo eso es muy trágico! Lo siento. Tú nunca lo conociste.
—Supe acerca de él. Esther me contó cientos de historias sobre su valor. Yo lo
admiraba y trataba de imitarlo sin saber que era mi padre. Esther estaba encantada
de que yo me pareciera a él en mi amor por los caballos.
—Ella arriesgó mucho por ti —comentó Tanya.
—Su vida. ¿Tienes mi anillo?
—Sí, en mi bolso. Te lo iba a devolver… —en realidad había pensado tirárselo a
la cara.
—¿Lo has mirado? ¿Has visto el escudo de la familia? —Tanya asintió—. ¿Y las
flores? ¿Las orquídeas alrededor del borde?
—No me di cuenta de que eran orquídeas.
—La orquídea se convirtió en el emblema de la libertad. Nosotros las
cultivábamos en el invernadero del castillo. Mi padre… —bajó la voz—. Mi madre
me dijo que una noche él las esparció sobre el césped y le hizo el amor a la luz de la
luna. Esa fue su libertad. Y así yo fui concebido por el amor y la alegría.
—Todo eso es muy triste… y romántico —suspiró Tanya. Sus pensamientos
estaban confusos entre la ternura y el enfado. István siempre le provocaba una
tormenta en la cabeza.
—Esther utilizó el dinero que se había llevado exactamente como se lo
indicaron: exclusivamente para mí. Era su deber asegurarse de que yo creciera digno
de mi padre… y capaz de encargarme algún día de administrar todas nuestras
propiedades —explicó István —. Ella se convirtió en el ama de llaves de tu padre y
cuando se enamoraron se fueron a vivir a Widecombe. Allí le dijeron a todo el
mundo que yo era hijo de ellos.
—¿Pero por qué no te lo dijeron a ti… y a nosotros?
—Quizá lo hubieran hecho. Pero se dieron cuenta de que yo era de sangre
caliente, muy impetuoso y alarmantemente maduro. Aparentemente ellos decidieron
no arriesgar la virginidad de sus hijas manteniendo el secreto de que en realidad no
había ningún parentesco entre ellas y yo. Mantenerme en la ignorancia y enviarme a
un internado les pareció la mejor solución.
—¿Y por qué mamá no te envió de regreso a Hungría?
—Como ya te he dicho —respondió István—, ella sabía que se estaba muriendo
y esperó hasta el último momento. Creo que se dio cuenta de que yo iba a estar
furioso con ella por no decírmelo antes. Me sentí herido. Me sentía traicionado
porque tenía derecho a saberlo. ¡Toda mi vida había sido una mentira, Tanya! En ese
momento sentí que no la podía perdonar. Y pensaba que ella fingía tener cáncer para
retenerme en Inglaterra.
Un sollozo escapó del cuerpo de ella. Sin saber por qué, él había sentido al igual
que ella aquella llamada del destino. E István retó a sus sentimientos seduciendo a
Lisa.
Contra su voluntad. Tanya sintió cómo su resistencia desaparecía bajo los besos
de él, sus frases amorosas y el tormento de su contacto. Lisa ya era parte del pasado.
Eso había terminado. La boca de él le recorrió con ternura el cuerpo, besando con
pasión cada centímetro de su piel.
Los dos cayeron abrazados al suelo y de pronto aquella pasión explotó y se
convirtió en algo salvaje y feroz, tan salvaje que la asustó, mientras sus gemidos sólo
servían para encender más a István.
—¡Te amo! ¡Te amo tanto! —exclamó Tanya y su boca se deleitó deslizándose
por la piel, satinada del cuello de él.
—¡Tanya! ¡Yo también te amo! —le lastimó el hombro con los dientes y Tanya
agradeció aquella distracción del dolor que sentía dentro.
—¡Tócame, tócame! —su voz sonó ronca. La carne se encontró con la carne. Los
cuerpos temblaron y vibraron como cuerdas de violín. Tanya sintió cómo sus
pezones hinchados respondían al placer del contacto de los dedos de István.
—Tanya —murmuró él y sus manos se cerraron sobre los hombros de ella—.
¡No puedo… tengo que… oh, Dios! No puedo detenerme…
—No, no, por favor… por favor —Tanya levantó las caderas hacia él—. No
tienes que hacerlo… te deseo. Te amo…
—Por favor, deja de decir eso…
—¡No, no! —Tanya deslizó las manos sobre las caderas de él e István se
convulsionó y tensó los glúteos bajo los dedos de ella. Tanya no comprendía. Ella lo
deseaba. Él la deseaba—. ¡Ya no aguanto más! ¡Ahora, István! ¡Ahora!
Por un instante, Tanya sintió la dura masculinidad de él que se movía dentro
de la suavidad líquida de ella. Entonces dejó escapar un grito de placer. Pero de
pronto István ya no estaba allí.
Tanya permaneció allí, temblando, gimiendo. Se negó a abrir los ojos. Trató de
olvidar el vacío que la quemaba por dentro y el hecho de que István la había llevado
hasta el borde de la locura para abandonarla una vez más.
—¿Por qué? —preguntó Tanya—. ¿Cómo puedes ser tan mezquino?
—¿Mezquino? ¡No! Tú me amabas tan poco que podías herirme sin que te
importara un bledo. ¿No puedo hacer yo lo mismo?
Se oyó el ruido de una llave en la cerradura y Tanya abrió los ojos.
—¡Note vayas!
—Tengo que irme. No puedo tomarte… porque te amo demasiado. Así que
después de todo has conseguido tu venganza. Piensa en eso.
La puerta se cerró de golpe.
Tanya se quedó desconcertada. István había dicho que la amaba. Le había dado
un valioso anillo de su familia. Ya no quería hacerle daño. Lisa ya era cosa del
pasado. De eso estaba segura. La amaba a ella.
—¡István! —gritó Tanya y saltó de la cama. ¡Estaba desnuda! Corrió hacia el
armario y sacó una de las camisas de él y se la puso mientras corría hacia la puerta.
La abrió y salió tambaleándose—. ¡István! ¿Dónde estás?
Tanya corrió por toda la casa, asustando a la servidumbre con sus gritos.
Entonces oyó el ruido de los cascos de un caballo que golpeaban la tierra. Cuando
salió afuera lo único que vio fue una nube de polvo.
Un hombre la observaba en silencio. Un hombre de ojos oscuros con un violín
en las manos. ¿Ferenc?
—Por favor —le rogó Tanya—, ¿Adónde ha podido ir él? Tengo que saberlo.
¡Dígamelo!
Ferenc frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—¡No!
—¡No puede ser tan cruel! —gritó Tanya y cayó al suelo.
Lloró. Tirada sobre la tierra sintió cómo las lágrimas formaban un charco de
lodo alrededor de su mejilla. Varias personas la levantaron mientras hablaban en
húngaro y Tanya sintió una cama bajo su cuerpo.
«Tiene que regresar», se dijo ella. «Va a regresar antes del anochecer». Y de
pronto pensó en Lisa. Tanya se levantó y registró todo el rancho en busca de ella
hasta que una mujer joven le informó que Lisa ya no estaba allí.
Tanya se dejó caer exhausta en un sillón y se quedó dormida. Cuando se
despertó se fue a la ducha para refrescarse. Luego se puso una camisa roja de István
y se dirigió a la cocina donde toda la servidumbre estaba sentada a la mesa.
—¿No ha regresado? —preguntó ella. Todos intercambiaron miradas pero no
dijeron nada—. ¡Lo amo! —exclamó Tanya—. Lo amo y le he hecho daño. Ferenc, si
tú lo aprecias, no dejes que él me ame y que piense que yo lo odio.
—¿Si yo lo aprecio? Lo defendería contra cualquiera… el mismo demonio.
¿Sabe usted lo que él ha hecho por todos nosotros, lo que hace por los demás? —
preguntó Ferenc.
—Él… tiene un hotel y una escuela de equitación…
—No, no. Esas son cosas sin importancia. La condesa se encarga del hotel. La
ocupación principal de István es organizar albergues para los refugiados y darles
trabajo. Él trabaja para quienes han perdido sus hogares y a veces a sus familias. Él
comprende esa situación y siente compasión.
La habitación giró y Tanya se dejó caer sobre una silla. Sí, por supuesto. Él
había dicho que necesitaba fuerza y vigor. Le importaban los desamparados. Su
padre fue un refugiado…
—¡Oh, István! —gimió Tanya y se volvió para mirar a Ferenc con
desesperación.
Tanya le rodeó el cuello con los brazos. Levantó la cara y los labios hacia él y
con ese simple gesto se entregó mentalmente en cuerpo y alma. Quería rodearse de
placer. Aquella tierra, el sol, el canto de las aves… István.
—Ven a sentarte junto al Tisza —indicó él separándose con cuidado de la boca
de ella. De la alforja de su silla sacó una cantimplora de cuero y los dos bebieron el
agua, felices, junto al río.
—Soy muy feliz —comentó Tanya—. Más feliz que en los viejos tiempos antes
de que…
—Antes de que yo atacara al mundo en general —dijo István con calma—. Y de
que tú y yo comenzáramos a pelear. Creo que eso fue porque me importabas
demasiado. Me preocupaba mucho el que siempre deseaba estar contigo y que te
encontraba más atractiva que a cualquier otra mujer.
—Mamá también debió preocuparse. Si tú te enterabas de que no estábamos
emparentados podíamos convertirnos en algo más que amigos y eso podía traer
complicaciones.
—Yo no entendía por qué me importaba tanto mi hermana, por lo que me
mostraba desagradable contigo. Y a la vez me odiaba por hacerte daño.
Tanya comenzó a llorar. Aquello era demasiado. Él la había querido y deseaba
protegerla. István estaba derrumbando todas las barreras que ella había levantado
contra él. Casi todas. Quedaba su relación con Lisa.
István la dejó llorar y la abrazó murmurándole palabras tranquilizadoras.
—Te amo —le susurró al oído—. Te amo. Tanya.
—¿De verdad?
—De verdad —István le rodeó el rostro con las manos—. ¡Mi amor!
—En realidad yo no tengo un amante en casa —explicó Tanya—. Yo… nunca…
he estado con un hombre —admitió.
—Bueno, pues se te da muy bien representar el papel de sirena.
Se abrazaron y él la meció en sus brazos.
—Quiero decírselo a papá.
—Y yo al mundo entero —gritó István y le besó la nariz—. No te preocupes por
tu padre. Él te quiere y desea que seas feliz. Y creo que se va a sentir feliz de que todo
salga bien al final. Yo me aseguraré de que él forme parte de nuestra familia y de que
esté bien cuidado. Él me dio un hogar. Nos aceptó a Esther y a mí e hizo todo lo que
pudo por quererme. No debió ser fácil con tu madre manteniendo su promesa de que
el dinero se gastaría en mí y en nadie más.
La cabeza de István se vio delineada por el manto escarlata del atardecer y
Tanya sintió un nudo de emoción en la garganta. Nunca lo había amado tanto.
—Tú lo perdonas. Nos perdonas a todos. Y decidiste no hacerme daño a mí.
Pudiste hacerme el amor y no lo hiciste.
István miró a Tanya con tal adoración que el corazón de ella casi dejó de latir.
Esa noche los cuatro charlaron, hicieron planes, rieron y se abrazaron hasta el
amanecer. Tanya descansó su cabeza en el hombro de István, orgullosa del hombre
con el que se iba a casar y radiante de felicidad. Estaba con el hombre al que amaba y
eso era suficiente.
¿Suficiente? ¡Lo era todo!
Fin