Notas Sobre El Arte de La Novela - Kundera
Notas Sobre El Arte de La Novela - Kundera
Notas Sobre El Arte de La Novela - Kundera
Milan Kundera
Creo sin embargo que sería ingenuo considerar la severidad de esa visión de la Edad
Moderna como una simple condena. Yo diría más bien que los dos grandes filósofos han
desvelado la ambigüedad de esta época que es degradación y progreso a la vez y, como
todo lo humano, contiene el germen de su fin en su nacimiento.
Al respecto deseo decir: si es cierto que la filosofía y las ciencias han olvidado el ser del
hombre, aún más evidente resulta que con Cervantes se ha creado un gran arte europeo
que no es otra cosa que la exploración de este ser olvidado.
En ese sentido comprendo y comparto la obstinación con que Hermann Broch repetía:
descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela.
La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es
inmoral.
El hombre desea un mundo en el cual sea posible distinguir con claridad el bien del mal
porque en él existe el deseo, innato e indomable, de y juzgar antes que de comprender.
Siglo y medio después de Diderot, con Balzac, el horizonte lejano ha desaparecido como
un paisaje detrás de esas construcciones modernas que son las instituciones sociales: la
policía, la justicia, el mundo de las finanzas y del crimen, el ejército, el Estado. El tiempo
de Balzac ya no conocía la feliz ociosidad de Cervantes o Diderot. Se había embarcado ya
en el tren que llamamos Historia. Es fácil subirse a él, pero es difícil apearse. Sin
embargo este tren aún no tiene nada de espantoso, hasta tiene encanto; promete
aventuras a todos los pasajeros y con ellas el bastón de mariscal.
Más tarde aún, para Emma Bovary, el horizonte se estrecha hasta tal punto que parece
un cerco. Las aventuras se encuentran al otro lado y la nostalgia es insoportable. En el
aburrimiento de la cotidianeidad, sueños y ensoñaciones adquieren importancia.
El infinito perdido del mundo exterior es reemplazado por lo infinito del alma. La gran
ilusión de la unicidad irreemplazable del individuo, una de las más bellas ilusiones
europeas, se desvanece.
¿Por qué ayer Alemania y hoy Rusia quieren dominar el mundo? ¿Para ser más ricas?
¿Más felices? No. La agresividad de la fuerza es perfectamente desinteresada;
inmotivada; sólo quiere su querer; es absolutamente irracional.
Kafka y Hasek nos enfrentan pues con esta inmensa paradoja; en la Edad Moderna, la
razón cartesiana corroía uno tras otro todos los valores heredados de la Edad Media.
Pero en el momento de la victoria total de la razón, es lo irracional en estado puro (la
fuerza que no quiere sino su querer) lo que se apropiará de la escena del mundo porque
ya no habrá un sistema de valores comúnmente admitidos que pueda impedírselo.
¿Dónde está la diferencia entre lo privado y lo público si K., incluso en su lecho de amor,
no puede eludir la presencia de dos enviados del castillo?
Esto quiere decir: el mundo basado sobre una única Verdad y el mundo ambiguo y
relativo de la novela están modelados con una materia totalmente distinta. La Verdad
totalitaria excluye la relatividad, la duda, la interrogación y nunca puede conciliarse con
lo que yo llamaría el espíritu de la novela.
Sí, pero estas novelas ya no prolongan la conquista del ser. No ponen al descubierto
ninguna nueva parcela de la existencia; únicamente confirman lo que ya se ha dicho;
más aún: en la confirmación de lo ya dicho (de lo que hay que decir) consisten su razón
de ser, su gloria, su utilidad en la sociedad a la que pertenecen. Al no descubrir nada, no
participan ya en la sucesión de descubrimientos a los que llamo la historia de la novela;
se sitúan fuera de esta historia, o bien: son novelas de después de la historia de la
novela.
La llamada del juego.– Tristam Shandy de Laurence Sterne y Jacques el fatalista de Denis
Diderot se me antojan hoy como las dos más importantes obras novelescas del siglo
XVIII,
La novela (como toda la cultura) se encuentra cada vez más en manos de los medios de
comunicación; éstos, en tanto que agentes de la unificación de la historia planetaria,
amplían y canalizan el proceso de reducción; distribuyen en el mundo entero las
mismas simplificaciones y clichés que pueden ser aceptados por la mayoría, por todos,
por la humanidad entera.
Antaño, yo también consideré que el porvenir era el único juez competente de nuestras
obras y de nuestros actos. Sólo más tarde comprendí que el flirteo con el porvenir es el
peor de los conformismos, la cobarde adulación del más fuerte. Porque el porvenir es
siempre más fuerte que el presente. Él es el que, en efecto, nos juzgará.
Y por supuesto, sin competencia alguna. Pero, si el porvenir no representa un valor para
mí, ¿a quién o a qué me siento ligado?: ¿a Dios? ¿a la patria? ¿al pueblo? ¿al individuo?
Mi respuesta es tan ridícula como sincera: no me siento ligado a nada salvo a la
desprestigiada herencia de Cervantes.
Seamos más precisos. Todas las novelas de todos los tiempos se orientan hacia el
enigma del yo. En cuanto se crea un ser imaginario, un personaje, se enfrenta uno
automáticamente a la pregunta siguiente: ¿qué es el yo? ¿Mediante qué puede
aprehenderse el yo? Esta es una de las cuestiones fundamentales en las que se basa la
novela en sí. Según las diferentes respuestas a esta pregunta, si usted quisiera, podría
distinguir las diferentes tendencias y, probablemente, los diferentes períodos en la
historia de la novela.
El hombre quiere revelar mediante la acción su propia imagen, pero ésta no se le parece.
El carácter paradójico del acto es uno de los grandes descubrimientos de la novela. Pero
si el yo no es aprehensible en la acción, ¿dónde y cómo se lo puede aprehender? Llegó
entonces el momento en que la novela, en su búsqueda del yo, tuvo que desviarse del
mundo visible de la acción y orientarse hacia el invisible de la vida interior.
Ahora bien, el gran microscopio de Joyce logra detener, aprehender ese instante fugitivo
y enseñárnoslo.
Pero la búsqueda del yo concluye, una vez más, con una paradoja: cuanto mayor es la
lente del microscopio que observa al yo, más se nos escapan el yo y su unicidad: bajo la
gran lente joyciana que descompone en átomos el alma, todos somos. Pero si el yo y su
carácter único no son aprehensibles en la vida interior del hombre, ¿dónde y cómo se
los puede aprehender?
Falsamente mundial. Sólo afectó a Europa, y ni siquiera a toda Europa. Pero el adjetivo
«mundial» expresa aún más elocuentemente la sensación de horror ante el hecho de
que, de ahora en adelante, nada de lo que ocurra en el planeta será ya asunto local, que
todas las catástrofes conciernen al mundo entero y que, por lo tanto, estamos cada vez
más determinados desde el exterior, por situaciones de las que nadie puede evadirse y
que, cada vez más, hacen que nos parezcamos los unos a los otros.
Esta ausencia de información no lo hace menos «vivo». Pues crear a un personaje «vivo»
significa: ir hasta el fondo de su problemática existencial. Lo cual significa: ir hasta el
fondo de algunas situaciones, de algunos motivos, incluso de algunas palabras con las
que está hecho.
Si el autor considera una situación histórica como una posibilidad inédita y reveladora
del mundo humano, querrá describirla tal cual es. El caso es que la fidelidad a la
realidad histórica es algo secundario en relación al valor de la novela. El novelista no es
ni un historiador ni un profeta: es un explorador de la existencia.
Están todos en un mundo que es una única inmensa institución laberíntica a la que no
pueden sustraerse y a la que no pueden comprender.
En Kafka, la institución es un mecanismo que obedece a sus propias leyes programadas
ya no se sabe por quién ni cuándo, que no tienen nada que ver con los intereses
humanos y que, por lo tanto, son ininteligibles.
Pero, si la vida del hombre no es más que una sombra y si la auténtica realidad se
encuentra en otra parte, en lo inaccesible, en lo inhumano y sobrehumano, entramos en
la teología. Y, en efecto, los primeros exégetas de Kafka explicaban sus novelas como
una parábola religiosa.
El que es castigado no conoce la causa del castigo. Lo absurdo del castigo es tan
insoportable que, para encontrar la paz, el acusado quiere hallar una justificación a su
pena: el castigo busca la falta.
Hay períodos en la historia moderna en los que la vida se asemeja a las novelas de
Kafka.
las imágenes de Kafka están vivas en Praga porque son una anticipación de la sociedad
totalitaria.
Pero, ¿por qué fue Kafka el primer novelista que captó estas tendencias, que, sin
embargo, no se han manifestado en el escenario de la Historia, en toda su claridad y
brutalidad, hasta después de su muerte?
«examinar toda su vida pasada hasta en el menor detalle» para encontrar la falta oculta
y, finalmente, confesar crímenes imaginarios.
Lo que el Partido nunca consiguió hacer con la madre, la madre consiguió hacerlo con su
hijo. Ella le forzó a identificarse con la acusación absurda, a ir a «buscar la falta», a hacer
una confesión pública. Contemplé, estupefacto, esta escena de un miniproceso
estaliniano y comprendí de golpe que los mecanismos psicológicos que funcionan en el
interior de los grandes acontecimientos históricos (aparentemente increíbles e
inhumanos) son los mismos que los que rigen las situaciones íntimas (absolutamente
triviales y muy humanas).
La célebre carta que Kafka escribió y nunca envió a su padre demuestra bien a las claras
que es de la familia, de la relación entre el hijo y él poder endiosado de los padres de
donde Kafka sacó su conocimiento de la técnica de la culpabilización, que se convirtió en
uno de los grandes temas de sus novelas.
Lo kafkiano no se limita ni a la esfera íntima ni a la esfera pública; las engloba a las dos.
Lo público es el espejo de lo privado, lo privado refleja lo público.
¿cómo, en este nuevo estado, llegar a tiempo a la oficina? En su cabeza sólo hay la
obediencia y la disciplina a las que su profesión le ha acostumbrado: es un empleado, un
funcionario, y todos los personajes de Kafka lo son; funcionario concebido no como un
tipo sociológico (éste habría sido el caso en un Zola), sino como una posibilidad
humana, una forma elemental de ser.
«La oficina no es una institución estúpida; tiene sus raíces más en lo fantástico que en lo
estúpido». La frase contiene uno de los mayores secretos de Kafka. Supo ver lo que
nadie había visto: no solamente la importancia capital del fenómeno burocrático para el
hombre, para su condición y para su porvenir, sino también (lo cual es todavía más
sorprendente) la virtualidad poética contenida en el carácter fantasmal de las oficinas.
Kafka consiguió lo que parecía impensable antes de él: transformar una materia
profundamente antipoética, la de la sociedad burocratizada al extremo, en gran poesía
novelesca; transformar una historia extremadamente trivial, la de un hombre que no
puede obtener el puesto prometido (lo que, de hecho, es la historia de El castillo), en
mito, en epopeya, en belleza jamás vista.
En efecto, si en lugar de buscar «el poema» oculto «en alguna parte ahí detrás», el poeta
se «compromete» a servir a una verdad conocida de antemano (que se ofrece de por sí y
está «ahí delante»), renuncia así a la misión propia de la poesía.
Belleza, la última victoria posible del hombre que ya no tiene esperanza. Belleza en el
arte: luz súbitamente encendida de lo nunca-dicho.
Una vez encontrada la palabra, uno se da cuenta más y más de que la actividad del
hombre tiene el carácter de una colaboración. A todos aquellos que exaltan el estrépito
de los medios de comunicación, la sonrisa imbécil de la publicidad, el olvido de la
naturaleza, la indiscreción elevada al rango de virtud, hay que llamarlos:
colaboracionistas de la modernidad.
MISOMÚSICO.
«La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido».
Cuestión fundamental para todo artista: ¿por qué obra empieza su obra «válida»?
Lo menos que puede hacer un autor por sus obras: barrer a su alrededor.
El deseo de violar la intimidad del otro es una forma inmemorial de la agresividad que,
actualmente, se ha institucionalizado (la burocracia con sus fichas, la prensa con sus
reporteros), moralmente justificado (el derecho a la información se ha convertido en el
primero de los derechos del hombre) y poetizado (mediante una hermosa palabra:
transparencia).
Cada novela, quiéralo o no, propone una respuesta a la pregunta: ¿qué es la existencia
humana y en qué consiste su poesía? Los
No se puede pues juzgar el espíritu de un siglo exclusivamente por sus ideas, sus
conceptos teóricos, sin tomar en consideración el arte y particularmente la novela. El
siglo XIX inventó la locomotora, y Hegel estaba seguro de haber captado el espíritu
mismo de la Historia universal. Flaubert descubrió la necedad. Me atrevo a decir que
éste es el descubrimiento más importante de un siglo tan orgulloso de su razón
científica.