El Arte de La Caligrafía

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El arte de la caligrafía.

Cuento
corto chino
Cuentos populares de China para niños
Alba Caraballo
21 de marzo de 2016

Epaminondas. Cuentacuentos para niños

El arte de la caligrafía es un cuento corto chino que enseña a los niños que no
hay que alardear de las habilidades que uno tiene sí seguir trabajando en ellas
para ser cada vez mejor.

Xian Zhi era hijo del famoso calígrafo Yi Zhi. Cuando su padre trabajaba en el
estudio, el pequeño solía contemplar cómo trazaba los ideogramas en el papel
de arroz. Poco a poco, el hijo también adquirió el hábito de escribir. A los pocos
meses progresó tanto que los amigos y vecinos empezaron a alabarlo sin
cesar. El pequeño se sentía engreído creyéndose ya un buen calígrafo.

Cuento chino: El arte de la caligrafía


Cierto día escribió una docena de caracteres y se los mostró a su padre,
esperando de él un elogio. Después de examinarlo un momento, el
famoso calígrafo, que se había dado cuenta de la vanidad de su hijo, no hizo
ningún comentario. Cogió el pincel y agregó un pequeño trazo en un
ideograma, convirtiéndolo en otro carácter distinto, y le dijo:

- Enséñaselo a tu madre, a ver qué dice.

El pequeño fue a buscar a su madre en espera de un juicio alentador.

Aunque la señora no era calígrafa, entendía la técnica de ese arte y solía emitir
unas opiniones muy acertadas al respecto. Después de mirar durante un
instante la obra de su hijo, le dijo:

- Has progresado, pero te falta mucho para conseguir el brío y


la perfección de su caligrafía. En este carácter que has escrito, sólo este trazo
se parece mucho a su estilo, y lo demás no tiene nada que ver señaló,
poniendo el dedo justo en el trazo que acababa de agregar el calígrafo.

Avergonzado, el niño se dirigió a su padre y le preguntó:

- Después de tantos días de práctica, ¿por qué no he podido dominar aún el


secreto de tu arte?
- Es muy sencillo, hijo, ¿ves las tinajas que hay en el patio? Cuando empecé a
aprender la caligrafía, me dijeron que había que llenar de agua las dieciocho
tinajas. Y el día que se agotara el agua haciendo tinta para los ejercicios, sería
un buen calígrafo. Lo hice, por eso escribo mejor.

Sin decir una palabra más, el niño entendió perfectamente. Corrió hacia el patio
y durante toda la mañana estuvo trabajando para llenar de agua aquellas
enormes tinajas. Se puso a practicar día y noche.

Veinte años después, cuando agotó la última gota del agua, llegó a tal dominio
de la caligrafía china que fue consagrado como el 'Santo de los Pinceles'.

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