Eje 2 La Educación Como Práctica Social 2016
Eje 2 La Educación Como Práctica Social 2016
Eje 2 La Educación Como Práctica Social 2016
En general, hay consenso en reconocer que una nueva era social surgió con la
urbanización de los siglos XII a XIV, y sobre todo con el Renacimiento. Hasta ese
momento la sociedad se organizaba en términos teocráticos, supuestamente basados en
el orden divino: había tres órdenes integrados por quienes guerreaban (los caballeros),
quieren oraban (los sacerdotes) y quienes trabajaban (los campesinos). La trinidad
marcaba tanto el origen divino de esos órdenes como la imposibilidad de transponer sus
límites.
Con la modernidad, movimiento social y cultural que podría fecharse a partir de los
siglos XV y XVI, el orden de la sociedad comienza a concebirse sin Dios. Como
señalamos a propósito del poder, Dios no desaparece, pero la actividad del hombre
empieza a pensarse y justificarse con criterios independientes a los divinos. El último
intento de sostener que los gobiernos de los hombres eran designados por Dios fue el de
los monarcas absolutos que planteaban que la divinidad era el garante de su poder
(Badiou, 1982). Tal concepción se fue desgastando y perdiendo legitimidad para la
población, y uno de los episodios más conocidos donde la pretendida divinidad terminó en
decapitaciones fue la Revolución Francesa con las ejecuciones de Luid XVI y María
Antonieta (Saint-Armand,1994).
A partir de los siglos XVIII y XIX, surgieron las visiones sobre el vínculo entre
educación y sociedad que predominaron hasta hace muy poco tiempo. Para ellas, la
extensión de las tareas educativas en general y de la escuela en particular era necesaria
para la transformación de las sociedades. Si bien diferían entre sí en cuanto al contenido
de la educación (favorable a la agricultura, a la industria, a la formación del buen súbdito o
del ciudadano), todas esas visiones coincidían en su importancia para encarar proyectos
de transformación social.
De esta manera, tanto desde el ángulo de la formación del ciudadano como desde
su contribución al desarrollo económico, o su valor para promover cambios cautelosos en
un orden tradicional, todos coincidieron en dar importancia a la instrucción formal en las
escuelas a la hora de pensar los cambios sociales. El caso de Horace Mann (1796-1859)
es iliustrativo. En el siglo XIX, Mann estructuró el sistema de educación pública del estado
de Massachussetts, en los Estados Unidos, que estuvo a la vanguardia de la organización
educacional norteamericana. Con la cabeza puesta en la sociedad bostoniana, industriosa
y con gran diversidad religiosa, defendió la importancia de la formación de ciudadanos
para ordenar la organización social. Pero al mismo tiempo produjo los `rimeros estudios
que intentaron demostrar que la educación tenía efectos sobre los salarios y la actividad
económica en general .En el pensamiento de Mann aparecen reunidos los argumentos de
la ciudadanía y loes argumentos de la conveniencia económica y de la eficiencia de los
resultados.
En América Latina, y sobre todo en Argentina, tales ideas encontraron eco en las
capas educadas de la población. Un admirador de Horace Mann sería pionero a la hora
de predicar el optimismo educacional – posición que se hallaba presente en el Río de la
Plata desde los últimos años de la Colonia - y de concretar algunas acciones al respecto:
Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888).
Sarmiento buscó comprender los conflictos que agitaron a las Provincias Unidas
desde la Independencia (“el origen del drama argentino”), y para ello acudió a
explicaciones culturales: la “barbarie” era el escollo para construir una nación. Para
remediarla, Sarmiento indicó una serie de acciones entre la represión física y el afán de
construir. Algunas veces propuso la eliminación física de gauchos e indios, que eran la
“barbarie” rural. Otras veces se inclinó por la idea de que la construcción de la nación sólo
sería perdurable si lograba producir nuevos sujetos “civilizados” por medio de la
educación. En definitiva, su posición puede ser caracterizada como la de una generosa –
y en muchos aspectos democrática – propuesta educacional que suponía sin embargo
una condición previa, antidemocrática: la eliminación de todos los sujetos que caían en la
descripción de la “barbarie”. Esto es, la moderna educación que conduciría a un modelo
más democrático y productivo sólo era posible a costa de reprimir o exterminar a una
porción de la población. (Piuggrós, 1990). Como señalamos, esta versión fue fundante del
optimismo pedagógico argentino y generó la convicción de que, para pensar cambios o
reformas estructurales, debía promoverse la escolarización masiva de una población
sobre la que pesaba, casi como una daga, una fuerte desconfianza.
SÍNTOMAS DE LA CRISIS
Por una parte, entre los 60 y los 70 sectores juveniles de países occidentales
realizaron nuevas experiencias en busca de formas alternativas de vida que fueron mal
consideradas por los valores “oficiales” de la cultura. En países de alta estructuración
como los Estados Unidos y los de Europa Occidental, los jóvenes rechazaron el futuro
diseñado para ellos y se lanzaron a una búsqueda de formas de vida propias que
combinaron elementos de críticas culturales, políticas, sexuales, etc. Una de las formas
más visibles de tal intento fue la cultura hippie. Otras formas –fragmentarias,
momentáneas a veces- fueron la prédica por el retorno a la naturaleza, el espiritualismo
orientalista, el pacifismo, las formas de vidas comunales, la liberación sexual, etc.
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