Cuando Los Árboles y Los Hombres Se Encuentran
Cuando Los Árboles y Los Hombres Se Encuentran
Cuando Los Árboles y Los Hombres Se Encuentran
los árboles
y los hombres
se encuentran
Me llamo Gaia Luna y soy pastora de árboles. Tengo incontables años y conozco
todos los árboles que hay en la Tierra. Soy amiga de unos cuantos de ellos, muchos
más de los que un hombre alcanza a ver en toda su vida. Conozco también el alma
de esos que se llaman hombres, porque cada alma de esas está unida a la del árbol
que germina el día en que ese hombre nace. Los hombres no saben esto, pero no
existe alguno que no lo presienta, hay unos cuantos que observan los árboles sin
saber que eso que llaman ciencia es el resultado de la curiosidad de su propia alma
en pos de una verdad que jamás acabarán de comprender.
No soy quién para saber estas cosas, yo solo sé que mi deber es guardar la
historia de los árboles en mi memoria, tampoco sé para qué lo hago, tal vez
alguien quiera saberlo todo algún día. Porque eso sí, de mis árboles puedo
contar, uno por uno, todos sus días con todas sus noches. Ya dije que con
ellos pasa lo mismo que con el alma de los hombres: no se puede decir que
un día sea más importante que el otro, porque no sería posible florecer sin
todo lo que pasa antes de eso, y eso, sin lo que pasa antes de ello, y así se
podría seguir hacía atrás hasta llegar al día en que se fue semilla en la tierra.
Qué sería del alma humana sin sus días tristes, qué sería de los días felices
sin los días en que parece que no pasa nada; esta es una verdad que los
hombres apenas pueden pronunciar cuando necesitan consuelo, pero que
nunca viven realmente, mucho menos son capaces de comprenderla. Los
árboles tampoco, solo yo puedo hacerlo, tal vez por eso existo.
SiMóN Y
EL COMiNO
(Aniba perutilis)
LAURA
Y EL CEDRILLO
(Brunellia boqueronensis)
Solo en este pedazo de tierra del que estoy hablando, hay más
especies desconocidas que conocidas, y ni siquiera este es el verbo
que se utiliza, hacen bien los hombres en decir, cuando estudian
una especie, que la describen, porque hablar de conocer sería
pretencioso. Imagínense lo que se necesita para llegar a conocer
un árbol, verdad que sería demasiado de lo que los hombres llaman
“recursos” y por ahora no somos tan importantes. Tampoco hay por
qué culparlos, es de entender que si a la tierra hay que revolcarle
las entrañas para sacar el metal precioso que sustenta la forma
social de vida, será prioritaria la minería sobre la botánica.
EL HOMBRE Y
tranquilo de todas sus hojas para florecer cumplidamente con las
últimas lluvias del año y luego saca unos frutos grandes y sabrosos
que son la delicia de todos los roedores.
EL CEDRO NEGRO La otra opción sería hacer un esfuerzo por adaptarse, y no es que no
se pueda, algunos otros lo hacen y se someten a la inundación de
sus suelos, sacrificando el tamaño de sus nueces, pero él prefiere no
hacerlo y engendra semillas con la misma tendencia. Hay cosas que
(Juglans neotropica) un ser vivo no debe negociar, hace parte de la dignidad de la vida. El
árbol recuerda cuando sus ancestros eran venerados por los pueblos
más antiguos de estas tierras porque aquellos hombres sabían apre-
S i los árboles tuvieran esa cosa que se llama personalidad, podríamos decir que
este es uno de los más “sensibles” –si no el que más–, algunos pensarían que es
ciar esa combinación entre belleza, voluntad y utilidad, de un árbol
que crece corpulento antes de abrir una frondosa copa, que da una
hasta remilgado. No necesita mucho para germinar, solo hay que darle tiempo, madera fina y veteada, tan hermosa a todos los sentidos.
pero luego, antes de ser árbol, se pasa meses buscando la tierra más fértil, ni muy
seca, ni muy húmeda, y eso sí, bien nutrida y balanceada. En vista de cómo están
las cosas en el mundo, si fuera hombre en vez de árbol, más de uno lo llamaría
caprichoso. Por todo esto su supervivencia cada vez se hace más difícil y de su
especie quedan muy pocos.
El nogal es claro en que ya ha evolucionado Un día el árbol vio pasar corriendo a su dueño, iba con
suficiente para que nada en él sea desperdicio, su familia y con el rabillo del ojo alcanzó a dedicarle una
ni para la naturaleza, ni para los hombres y por despedida. Después de unos años regresó, era tiempo
eso ellos siempre fueron sus amigos. Si por su de cosecha y ambos se alegraron de poder celebrar así el
ceguera religiosa un día casi los exterminan como reencuentro, sin embargo el árbol supo que el hombre no
objeto de veneración pagana –y ahora por haber era el mismo, había envejecido y su corazón estaba siempre
sido explotados sin piedad– tendrá el hombre que entristecido. Aquel atardecer había llegado preocupado, tal
descubrir la manera de protegerlo, si cree que vez un poco más que los otros días, se quedó mucho tiempo
vale la pena. Pero el hombre no puede pretender a su lado y el cedro sospechó que no tenía intenciones de
que este árbol responda a esa manera en que irse nunca más. A media noche unas luces se acercaron, el
decidió vivir la vida, donde todo es liviano, veloz, hombre suspiró y decidió no moverse, los desconocidos le
estandarizado en lo bello y sobretodo, rentable. gritaron al encontrarlo, después lo torturaron, y el árbol,
que árbol era, nada pudo hacer para salvarlo, ni siquiera en
Deberían los hombres aprender de este árbol la sus raíces arroparlo, porque ni su cuerpo le dejaron.
valentía de hacerse a sí mismos para gustarse
lo suficiente y, entonces, tener todo qué dar. Sin Ahora estará en el río donde todos se llaman nadie, o en una
excepciones, porque sin excepciones ha sido la tumba anónima donde quienes le rezan le pondrán uno que
hechura, no es cuestión ahora de que le quiten no es el suyo, por eso no vale la pena ni siquiera mencionar
lo vivido, incluido el desengaño de saberse tan su nombre.
merecedor de adoración y después despojado,
violentamente y al desamparo de sus propias
ramas, de su bien más preciado: su hombre.
“Mi abuela me envió hasta aquí, sus hijos le han regalado una
casa más o menos cerca, nos hizo ponerle un portón en la entrada
que tuviera tu nombre, porque así se debería llamar el lugar que
le permitiría regresar al campo. “El Caunce”, dice en letras muy
grandes que ella misma ha dibujado. Sin embargo, yo sabía que
algo la seguía entristeciendo, era simple, la abuela no podía
concebir aquella finca sin un solo árbol que honrara su nombre. Sin
decirle nada, me puse a buscar por todas partes quien me vendiera
un árbol de caunce, así me di cuenta de que hace mucho tiempo Así, el árbol se dio cuenta de que muy lejos de aquí había unos cuantos
que ni siquiera se ven, solo los viejos recuerdan sus flores amarillas, más de su familia, trajeron frutos y Mirta tuvo que ensayar mucho
pero nadie sabía dónde encontrarlo. Volví donde la abuela a darle para que germinaran, fue muy difícil encontrar el suelo que les gusta
esta mala noticia, ella se quedó callada un rato, después me dijo cuando son semilla. Ahora el árbol de Mirta tiene un par de caunces
que sabía dónde encontrarte, que eres su mejor amigo desde que jóvenes a su lado y sabe que un poco más allá está ella, en su finca
apenas eras un arbolito”. amarilla, como le dicen ahora a su casa.
E l pueblo donde vivía Renata era frió y quedaba en la falda de una montaña, tan empinada
y grande, que hasta las catingas que por allí pasaban volando se asustaban al ver lo que parecía
una pared incrustada de casitas, con unas calles de piedra que en vez de discurrir, se alzaban
como lomas insalvables. Aún así, Renata prefería tener que escalar el pueblo todos los días con
el agua al hombro a tener que quedarse en la casona donde vivía y por la que corría sin piedad
un viento que le entumecía hasta los huesos.
Y EL YARUMO
Luis Gonzaga –que así se llamaba aquel
poblado– amaneció invadido por una
plaga de hormigas bravas, aquello parecía
PLATEADO
el fin del mundo adelantado. Un manto
negro comenzó a subir la montaña por allá
por las casonas de más abajo y al instante
sus dueños tuvieron que desocuparle a las
(Cecropia telenitidia) nuevas habitantes. La plaga subía lento,
comiendo de todo lo que encontraba a su
paso; nadie de los que estuvo cerca había
ensayado, pero era muy probable que no
le pusieran reparo a una buena pierna
humana. Así que se armó un alboroto y
los gobernantes tuvieron que recibir en
sus despachos a los pobres desplazados,
cargando niños y bebés en sus brazos.
encontró con aquel árbol, uno de copa plateada que a ella siempre
Alguien dijo que por allá lejos en la selva, a ese normal pasar había gustado, con esas hojas con forma de manos gigantes y que
de hormigas se le conocía como La Ronda, pero como aquí nadie quería por su inútil madera. Era un yarumo, solo quedaba
hace mucho tiempo esto, a lo sumo, estaba rodeado de monte, uno, y eso porque ella se había inventado una historia de espantos
las hormigas eran más un problema que una solución para que hasta los mayores se habían creído, les había dicho a todos
deshacerse de los despojos; que aquí ya eran civilizados y para que el árbol estaba embrujado y que la prueba de eso era que los
eso se habían inventado los mataderos y los cementerios. Lo pájaros que siempre lo rodeaban, un día la habían perseguido para
único bueno de saber de aquel fenómeno era que al parecer atacarla.
no perduraba, seguramente las hormigas se habían perdido
y en su caminar sin rumbo habían llegado hasta aquí, igual Renata lloró frente al árbol porque las hormigas se habían robado
pasarían de largo apenas hubieran acabado de repasar el su pueblo y, para su sorpresa, él empezó a llorar con ella, sus
pueblo con su voraz hambre. lágrimas eran dulces y pegajosas. De un momento a otro, Renata
escuchó un susurro que venía del pueblo y de pronto apreció ante
Pasaron las horas y un par de días, cada vez estaban todos ella una fila de aquellas hormigas bravas, sorprendida, se apartó
más arrinconados; a la casa de Renata, que quedaba arriba del árbol por el que al parecer venían, Renata temió que también
de la loma, habían llegado muchos a resguardarse. Su mamá a él se lo comieran, pero su corazón dio un brinco cuando se dio
les preparaba aguapanela, fue muy raro verlos a todos al fin cuenta de que las hormigas venían por las dulces lágrimas y que,
tan animados, conversando de los hijos, los sembrados y los poco a poco, en el tronco hueco de aquel árbol anidaban.
climas cuando el tema de las hormigas se les había acabado.
La alegría se les pasó de un tajo cuando de pronto vieron que Así fue como la gente del pueblo se salvó de ser desterrada,
las hormigas –ya cansadas de tanta calle empinada– dejaban desde ese momento sembraron muchos yarumos que lo rodearan,
de subir por las calles y se paraban; no hubo quien las hiciera supuestamente previniendo un nuevo ataque, pero en el fondo
subir más o devolverse, se quedaron estancadas ahí, en el agradecidos de la buena suerte de tener aquellos árboles. Renata
escalón de montaña que era ese pueblo. no le contó a nadie que antes de eso el yarumo no lloraba dulce,
porque le pareció que estar asustando a la gente era lo que había
Renata, entonces, salió corriendo asustada, no podía creer que ocasionado la desgracia. Sin embargo, ayudó a la siembra de más
se fuera a quedar sin esas lomas –que a veces tanto odiaba– y de esos árboles amigos de las hormigas y de los perezosos, al final
todo por culpa de unas hormigas inescrupulosas que vivían fueron tantos que al poco tiempo al pueblo le comenzaron a
no más que de la carroña. Al cabo de un rato de correr se llamar Yarumal.
DON ROBERTO
Y EL CÁMBULO
(Erythrina poeppigiana)
S i alguien lo viera así nada más, en el primer momento pensaría que este árbol
no tiene ganas de vivir, y que hay algo de vanidad en su alma oscura que no lo deja
creían que servía una semilla tan grande, si un óvulo
de mujer es tan pequeño y contiene lo que contiene,
imagínense la semilla de un árbol. Así que este gallinazo
pelechar, pero no es así, pertenece a una familia que está aquí desde que el mundo morado no tenía demasiados años, pero era viejo por
es mundo, las llaman magnolias y son hijas de la escasez y la precariedad de los la herencia de sus padres, sin embargo todos esos años
primeros tiempos, por eso crecen en casi todas partes y no necesitan demasiado acumulados adentro suyo, no habían llegado solos. Ya no
para vivir. Igual que el alma de los hombres, y todas las demás cosas viejas, están era posible para él hacer florecer todos sus botones, la
dispuestas a partir, pero también por viejas es que saben reconocer un buen motivo fertilidad era una gracia juvenil que ya no le pertenecía.
para quedarse. Y no nos olvidemos de los insectos y de las ardillas.
Así que pocos eran sus frutos y muchas menos sus
semillas fecundas. Hasta que un día llegó por aquí un
señor de sombrero al que todos llamaban profesor,
venía con un corrillo de personas alrededor y con unas
maletas llenas de instrumentos. Nadie lo sabe con
certeza, pero de seguro que los hombres le pusieron
a este árbol ese nombre de gallinazo por sus maneras
tan coquetas, con esas hojas grandes y lustrosas de un
verde tan provocador y aquellas flores color crema que
parecen decir a toda hora “tuyo es todo lo que ves”. Así
que el profesor se quedó prendado de este árbol, que
igual que él, había pensado que ya no tenía edad para
estas cosas, pero no fue sino verse y reconocerse para
que les dieran ganas de estar juntos solo un poco más,
que es a lo que tienen derecho los que ya lo han vivido
casi todo.
Desde ese día las magnolias fueron muy atendidas, lo que
no deja de ser irónico pues ya casi habían desaparecido, y
justo cuando se entregaban a su suerte, los hombres han
decidido recuperarlas. Y que no se diga que han hecho
poco, si hasta trampas para insectos y bloqueadores
de ardillas se han inventado para protegerlas, parecen
dispuestos a todo, cosa que ya sabemos dónde termina,
porque no hay nada que no se proponga esta raza que no
haya conseguido; el empeño humano es tan grande que
incluso a la fuerza de la naturaleza sorprende.
Para lo único que era bueno, según él, era para jugar pirinola y para
pescar en el río; faenas que no necesitan compañía, es más, que Sin embargo, había algo que a Ignacio le hacía falta: una mujer. Pero no se
las desdeñan por inoficiosas. A él le gustaba amanecer junto al río atrevía siquiera a mirar a ninguna, en esos momentos sí le parecía que nada en
con su atarraya y por una vez en el día sentir frío en aquella tierra él era suficiente. Cuando estaba en frente de una muchacha, no sabía ni cómo
demasiado caliente. Ignacio no necesitaba ayuda para pescar, a caminar y siempre que lo intentaba resultaba tan torpe que él mismo se daba
la mayoría esto le sorprendía, pero él era capaz de encender la risa. Pero no lo podía evitar, era como si las mujeres fueran de otro planeta,
hoguera, cocinar, tirar la red, desenredarla cuando se atrancaba y hablaran otro idioma y tuvieran costumbres tan distintas que al final siempre
no se aburría esperando solo a que todo terminara. se quedaba con la sensación de no haber entendido nada.
Ya dije que aquel día a Ignacio le cambió la vida, era un
Viernes Santo. Para ser la celebración de la muerte de
Jesucristo el pueblo se ponía un poco alegre, todo el mundo A pesar de la valentía que lo tenía toreando, Ignacio sintió que había llegado su
disimulaba, pero solo esperaban el final de la procesión fin, extrañó el abrazo de la mujer que nunca lo había amado, las palmadas en la
para irse a la cantina a beber la tristeza espiritual. No era espalda que sus hermanos le darían si lo vieran toreando así, dejó caer la sábana,
mentira, pasaba igual cuando alguien moría de verdad, miró al higuerón que tanto le gustaba y esperó que el toro lo envistiera.
después de las pompas fúnebres, en algún momento, el
duelo se convertía en fiesta. Esa noche Ignacio no tenía El animal dudó un segundo, tal vez porque adivinó en el hombre la decisión de
muchas ganas de intentar socializar, así que después de la abdicar, que siempre es tan desconcertante. En ese momento algo encima de ellos
procesión del Santo Sepulcro decidió irse a pescar. se estremeció, Ignacio miró hacia arriba y vio cómo el árbol que jamás florecía
convertía lo que eran frutos en flores blancas que caían despacio delante del toro,
No encendió la hoguera porque había luna llena. Hacia el animal se dio cuenta de que algo mágico pasaba porque de pronto bajó la
la media noche el calor era tan insoportable que Ignacio cabeza y se echó a los pies de Ignacio.
se tiró al agua para refrescarse, cuando estaba de nuevo
en la orilla, poniéndose la ropa, notó una compañía que Nadie se lo hubiera creído si no fuera porque con él llevaba una sábana repleta de
lo dejó paralizado: un toro enorme lo miraba a los ojos, flores blancas. Estuvo la gente en su casa peregrinando toda una semana, Ignacio
con evidentes ganas de buscar pelea. A Ignacio solo se le tuvo que conversar a la fuerza y descubrió que lo hacía bien y le gustaba, poco
ocurrió coger la sábana blanca sobre la que siempre se tiempo faltó para que le llegara su muchacha. Desde ese día se propagó por la
acomodaba, más por tratar de esconderse que otra cosa, región que la flor del higuerón solo cae a la media noche del Viernes Santo y
lo cual fue interpretado por el toro como una invitación que quien la recoja y logre que el toro que se aparece se tienda a sus pies, se
al duelo. Hubo varios envites que Ignacio esquivó con convierte en el hombre más afortunado. Pero eso no volvió a suceder, porque como
unos reflejos de pescador de atarraya que cualquier torero ya lo dije, estas cosas extraordinarias solo pasan cuando un árbol y su hombre se
envidiaría, lástima que nadie lo estuviera viendo, alcanzó encuentran.
a pensar Ignacio. En un momento la bestia se parapetó
debajo del higuerón en el que Ignacio siempre acampaba,
se veía que no tenía ganas de fallar ni una vez más.
Este texto tiene dos partes, una imaginaria y la otra informativa. Ambas partieron
de la lectura del libro Fenología reproductiva de las especies forestales nativas
presentes en la jurisdicción de Corantioquia. Un paso hacia su conservación
de Martha Ligia Gómez, publicado por la Corporación en 2011. Las historias del
cámbulo y el pategallina son la recreación de experiencias reales del equipo del
Programa de Conservación; la del tronador parte de la crónica citada en el libro
Árboles, gentes y costumbres de Luis Enrique Acero Duarte, una publicación de la
Universidad Distrital Francisco José de Caldas que también aportó datos para los
todos los demás relatos; y por último, la historia del higuerón es la versión libre de
una leyenda popular colombiana.
Speedy
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