Cada Vez Es Mas Difícil Ser Diferente
Cada Vez Es Mas Difícil Ser Diferente
Cada Vez Es Mas Difícil Ser Diferente
Su biografía dice a vuelo de pájaro que nació en Montevideo hace 59 años y que
fue jefe de redacción del semanario "Marcha" y director del diario "Epoca" en su
país, y de la revista "Crisis" en Buenos Aires. Pero eso, con ser mucho, ya que cada
uno de estos medios representaron la posibilidad de gritar verdades y denunciar
miserias en ambas márgenes del Río de la Plata, no dice todo lo que significa para
las letras y la conciencia latinoamericana el nombre de Eduardo Galeano. Sus
escritos -"Las venas abiertas de América Latina", "Memorias del fuego", "El libro de
los abrazos", "Las palabras andantes", entre otros- dejaron una huella profunda en
la formación moral y ética de varias generaciones que le agradecen su fina ironía y
su implacable denuncia de injusticia universal. De allí que no sorprenda el éxito que
otra vez ha logrado con su último libro "Patas arriba. La escuela del mundo al
revés", donde, como siempre, y "a pesar de los pesares" como el mismo Galeano
dice, vuelve a convocar a la utopía.
-Hay una defininición de su último libro "Patas arriba" que señala que es un
"manual de tropelías con ráfagas de esperanza". ¿Para usted ha sido una catársis
de despedida a un fin de siglo turbulento? ¿Algo que era necesario enumerar y
compartir?
-Es una tentativa de retrato del mundo de fin de siglo que continua en los noticieros
de cada día. Contiene horror y esperanza, una tentativa de ayudar a rebelar este
mundo tal cual es, tal cual está. Está patas arriba y tratamos de ver si podemos
enderezarlo.
-¿Con humor?
-Con humor y con amor. No es un libro fatalista, que dice esta es la realidad, este
es el destino: suicidémonos todos. De ninguna manera, es un libro que propone
encarar la realidad como es, sin disfraces, sin máscaras, pero con la intención de
ayudar a cambiarla. La experiencia histórica del siglo veinte nos enseña a
desconfiar de los grandes acontecimientos espectaculares, y probablemente los
cambios que valen la pena son cambios que se agregan a otros en una incesante
suma de pequeñas contribuciones al cambio. Por eso creo -o es a lo que aspiro-
que un libro puede ser una de esas pequeñas contribuciones, con el arma del
humor, porque es la mejor manera de poner sobre la superficie estos temas
deprimentes. Humor, ironía y un lenguaje que no sea aburrido, alternando los
textos largos con otros más pequeños. Esto es lo que he intentado, en un
contrapunto incesante en el que cuento con la ayuda de José Guadalupe Posadas.
-¿Cómo es eso?
-Se trata de un grabador mexicano de alto talento que murió en 1913 y con cuyo
fantasma me comuniqué. Le dije: Don José, que tal si trabajamos juntos. Y el
fantasma me dijo, pues ándale...
-¿Pensó el libro para las nuevas generaciones que no leyeron "Las venas abiertas
de América Latina"?
-Y lo bendijo...
-Así es. A él y a su familia. Desde ese día pienso que no quiero ir al paraíso, en
parte por lo aburrido que debe ser y por otro lado para no encontrarme con gente
así. Pero además está todo ese tema del que tanto hablaban, como era "el milagro
chileno". Hasta hace muy poquitos años, había que ver aquellos editoriales del
"New York Times", laudatorios del milagro que había permitido que Chile dejara de
ser una República bananera. O sea, un abierto elogio al crimen, al baño de sangre,
al asesinato de la democracia. El mundo celebró a Pinochet. Era un héroe de
Occidente.
-Releyendo sus textos de los años 60-70 y este último libro, se nota una línea de
coherencia ideológica. ¿Cuál es la receta que le ha permitido permanecer bastante
inmune a la debacle que ha afectado al campo de las ideas y a los principios de
muchos de sus colegas?
-Eso explica una coherencia que corresponde a una tentativa de vivir senti-
pensantemente. Son ideas que vienen también de la emoción. Yo siento que tengo
la misma capacidad de asombro e indignación que cuando empecé a escribir hace
ya unos cuantos años. Ha habido sí un cambio de lenguaje, intento decir más con
menos, hay una intención de síntesis más rigurosa que antes, pero en lo esencial
hay una continuidad de la que no me arrepiento. Si eso es ser prehistórico, como se
dice por ahí, pues lo soy. Pero estoy convencido de que no es así, es una manera
de confirmar que la realidad cambia, la vida cambia, y uno también, pero se puede
seguir siendo leal a ciertos principios básicos. Yo sigo creyendo en la identidad
entre la ética y la estética, entre la justicia y la belleza.
-¿Asusta el disenso?
-Creo que hay una suerte de reino de la impunidad que se alimenta de la ignorancia
de la opinión pública. Nunca la opinión pública estuvo tan informada y a la vez tan
manipulada. Entonces no se formulan las preguntas más obvias: ¿en las guerras
quién vende las armas?. Cuando aparecen datos como esta monstruosidad que está
ocurriendo en Timor Oriental, ¿quién fue el doctor Frankestein de este monstruo?.
Las potencias occidentales anuncian que suspenden la venta de armamento a
Indonesia y el mundo llora de la emoción. ¡Qué buenos que son, que corazón tan
generoso tienen! Cuando eso equivale a una confesión: nosotros hemos alimentado
este crimen, somos los que damos armas y asesoría para que aparezcan estos
grupos paramilitares que arrasan países, los que elevamos al poder a la dictadura
de Suharto que asesinó -según cálculos conservadores- a medio millón de
personas. Por eso, la manipulación otorga impunidad a los dueños del mundo que
son los que custodian la paz y al mismo tiempo hacen el negocio de la guerra. Las
cinco potencias que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas son las
principales proveedoras de armas para que sigan las guerras.
-Otro tema que le preocupa es la industria del miedo. ¿En nombre de la seguridad
ciudadana es válido terminar viviendo en verdaderos bunkers? -Ahora vengo de
Italia, donde el tema de la seguridad es el de primera página de los diarios. La
histeria de la seguridad. Hay una especie de pánico colectivo por el auge del delito
y el crimen, que hasta cierto punto tiene una relación con la realidad, pero no da
para justificar esta suerte de desplazamiento universal del valor justicia por el valor
seguridad. Para mi asombro, uno de los dirigentes políticos italianos más
prominentes lo dijo con todas las letras: la seguridad es más importante que la
justicia. Eso ocurre porque se ha desprestigiado la justicia en la misma medida que
esta ideología neoliberal se ha impuesto como la única forma posible de sentir y de
pensar. Lo que era injusticia hace 30 años, ahora no lo es. Es el justo castigo que la
ineficiencia merece. El mundo no es injusto: castiga a los ineficientes. Y si hay
delito, es porque hay una proporción de la población que debe ser enjaulada o
exterminada. Lo que nos retrotrae a los tiempos de Cesare Lombrozzo y el derecho
penal más reaccionario. Y lo peor es que esos increíbles puntos de vista los veo hoy
en boca de algunos que eran antes mis amigos. Hay unas piruetas de circo tan
asombrosas en el campo del pensamiento que a mí me dejan bizco y boquiabierto.
-Esto corresponde a un mundo donde los fines han sido usurpados por los medios,
donde somos instrumentos de nuestro sistema. Y esto vale tanto para Europa como
para cualquier sitio. El automóvil te maneja, la computadora te programa, el
supermercado te compra y la televisión TV. Somos instrumentos de nuestros
instrumentos. Este sistema global de poder está creando unas sociedades
babilónicas inmensas donde está prohibido respirar y caminar. Se ha llegado a un
extremo tal de violación de los derechos humanos que eso dos derechos básicos no
se pueden ejercer en las grandes ciudades. Son lugares donde practicarlos es una
hazaña. Yo soy el único ser humano que atravesó Los Angeles y Ciudad de México,
caminando. Modestamente creo que merecería una estatua, y en lugar de eso, mis
amigos me recomendaron que vaya a un psicoanalista.
-Más que nunca en los últimos años, Estados Unidos controla el mundo política,
económica y militarmente. ¿Sigue creyendo que es posible mantenerse al margen
de este dominio o es escéptico sobre tal posibilidad?
-Creo que hay que ubicarse frente a un sistema de valores que se ha universalizado
y que afortunadamente tiene respondones. Dentro de los propios Estados Unidos
hay una conciencia crítica desarrolladísima que me permite saber que esta es una
lucha universal contra la imposición global de los valores de la cultura de la
violencia y del consumo. Cuando ocurre la guerra de Yugoslavia, esta siniestra
operación en que los bombardeadores no han corrido nunca el menor riesgo, el
mundo se dividió entre los que arrojan las bombas y los que las reciben, y
obviamente quienes tuvieron la total impunidad fueron los primeros, en nombre de
los derechos humanos y aplaudidos por buena parte del pensamiento progre del
planeta. Entonces me pregunto: ¿qué derecho moral tienen los que hablan contra la
limpieza étnica? ¿Alemania e Italia, contra la limpieza étnica? ¿Están
escandalizados? ¿Pero no se acuerdan lo que ocurrió hace quince minutos en su
historia nacional? ¿Los Estados Unidos, que hicieron la limpieza étnica de los indios
y los negros, van a ser ahora los guardianes morales del planeta? Simultáneamente
se produce la matanza de Colorado, ese colegio donde dos chicos enloquecidos
acribillaron a balazos a doce estudiantes y un profesor. En el discurso mientras los
enterraban, el vicepresidente Al Gore dice: este es el resultado de la cultura de la
violencia. Es verdad, pero no anuncia que van a dejar de fabricarla. Estados Unidos
produce y vende casi la mitad de los armamentos que se consumen en las guerras
del mundo. Violencia es también el océano de sangre que se derrama por las
pantallas, chicas y grandes, del cine, de las computadoras, del televisor.