Gladius 39
Gladius 39
Gladius 39
IDENTIDAD Y ESTATUTO
DEL EMBRI N H UMANO
Alberto Caturelli
CLO NA CI N DE HU MA NO S
Carlos Jos Mosso
EL PSEUDO-DIONISIO EN EL ARTE
P. Ricardo Coll
39 - Año 1997 7
En este párrafo tomado de las primeras páginas de su libro, expone
con toda sencillez el modo que entendía de llevar a cabo la obediencia:
8 39 - Año 1997
la misma vida le deparaba.
El secreto estaba en cumplir
con alegría, con serenidad y
dedicación plena las activida-
des cotidianas: levantarse,
orar, trabajar en la presencia
de Dios, todos los días de la
semana, todas las semanas
del año y todos los años de
su vida, acompañados por
Jesús.
Seguramente en este ca-
minar hubo días brillantes y
otros tormentosos, pero tanto
en los luminosos como en los
obscuros estaba la presencia
de Dios Padre y de Jesús,
que no sólo la tomaban de
la mano, sino que acostum-
braban llevarla en sus brazos
como a la niña más mimosa..
En el capítulo X de Histo-
ria de un alma, comenta con
cierta candidez:
39 - Año 1997 9
A ÉL EN TODAS AMANDO
10 39 - Año 1997
EL PECADO EN NOSOTROS
ALONSO DE ESCOBAR
39 - Año 1997 11
Y por eso, porque esto es así, la acción meritoria cuesta, por eso es
“violenta” y parece, a veces, anti-natural: porque debe contrariar una
tendencia mala natural (adventicia a la naturaleza). Y por eso, porque
esto es así, dicen los partidarios del “destape” y la “liberación” que los
actos malos son “naturales”: porque siguen, en efecto, a una tendencia
“natural”: adventicia a la naturaleza y mala. (O dicen, recíprocamente,
que no hay actos “malos”, porque aun los que llamamos “malos” son
“naturales”.)
¿Qué haremos, pues? Esforcémonos, intentemos entrar por la “puerta
estrecha”; confirmemos en nosotros las tendencias de la naturaleza ori-
ginal. Y contrariemos, para ello, la desviación de nuestra naturaleza ad-
venticia: el vicio innato del Pecado. Porque inteligencia para saber “qué es
bueno y qué es malo”, eso lo tenemos, eso no nos ha sido quitado por
el Pecado Original. Y cuando nuestra misma inteligencia se ofusca, te-
nemos la Ley que nos indica nuestro “deber”: esto es, el bien que no
vemos.
Pero además diremos: “Señor, danos Tu Gracia, porque somos ma-
los”; “Señor, líbranos de este cuerpo de muerte” (Romanos 7, 25).
12 39 - Año 1997
EL PSEUDO-DIONISIO EN EL ARTE
P. RICARDO COLL
1 Cf., E. VON IVÁNKA, Platonismo cristiano (Platonismo e filosofía. Studi e Testi 1), Vi-
ta e Pensiero, Milano 1992, pp.49-68; ibid. pp.173-227; F. COPLESTON, Storia della Filosofia,
Paidea, Brescia 1971, vol. 2, pp.119-131, PSEUDO-DIONISIO, Obras completas del Pseudo-
Dionisio Areopagita, 2ª ed., B.A.C., Madrid 1995, pp.3-109. En esta última obra se encuentra
una amplia bibliografía sobre el Pseudo-Dionisio y su influencia en el pensamiento oriental y oc-
cidental.
39
13
mundana (de lo sensible en cuanto apariencia a lo espiritual que aparece
en lo sensible)” 2.
La belleza para el Peudo-Dionisio no se debe refugiar solamente en
el camino de la interioridad, como es el caso de Plotino, sino que tam-
bién se la puede encontrar en todo el cosmos creado, resultando este
último como un gran velo sacro que descubre el supramundo. En efec-
to, nos dice el Areopagita: “Pero como nosotros entendemos a través
de los sentidos, según nuestra capacidad, el amor que Dios nos tiene
envuelve lo inteligible en lo sensible. Reviste con velos sagrados la divi-
na palabra y las tradiciones jerárquicas. Así mismo está lo supraesencial
ceñido a la sustancia de las cosas. Las formas y figuras rodean lo invisi-
ble, multiplican y materializan variedades de signos divididos lo que es
sobrenatural simplicidad” 3.
Además de la conciencia teológica, fundamentada en el conocimiento
de la Escritura, el Peuso-Dionisio manifiesta una fuerte predilección por
el símbolo que, como sabemos, une dos partes para mejor expresar los
contenidos. Esta concepción simbólica lo hace estético 4.
Piero Scazzoso ha estudiado la estructura estética del lenguaje del
Areopagita. Este autor compara su universo teológico con la estructura
del templo bizantino, lo que permite entender el sentido arquitectónico
del templo oriental, el cual no sería sino una expresión gráfica espacial
del pensamiento lumínico neoplatónico. Nos dice, en efecto, Scazzoso:
“Estos dos mundos continuamente presentes en la doctrina pseudo-
areopagística, plasmada en las obras Coelestis Hierarchia y Ecclesiastica
Hierarchia, tienen en la iglesia bizantina su correspondencia en la parte
más alta de la misma, la cúpula, y en la parte inferior, la tierra, ambas
íntimamente relacionadas entre sí por medio de los arcos que le dan el
sentido ascensional. Los dos mundos son cercanos y coincidentes, sien-
do el uno la imagen sensible del otro suprasensible: el elemento que los
diferencia es la luz” 5.
2 H. V. VON BALTHASAR, Gloria, una estética teológica (Già e non ancora 30), 2ª ed.,
Jaca Book, Milano, vol. 2, p.148. El autor hace un estudio filosófico-estético del Pseudo-
Dionisio. Cf. ibid., pp.127-190. En relación a la mística del Pseudo-Dionisio se puede ver: C. A.
BERNARD, Il Dio del Mistici, le vie dell’interiorità, San Paolo, Milano 1996, pp.151-187.
3 PSEUDO-DIONISIO, DN, en Obras completas del Pseudo-Dionisio Areopagita, cap.
1, 3, p.273.
4 El Pseudo-Dionisio ha escrito una obra que se llama Teología Simbólica, desgraciada-
mente perdida. Para el Areopagita este método equivale a pasar del símbolo sensible a la reali-
dad invisible; a su vez es el método que une las jerarquías: la celeste y la eclesiástica. Cf. Coe-
lestis Hierarchia, cap. XV, en Obras completas del Pseudo-Dionisio Areopagita, pp.176-185.
5 P. SCAZZOSO, Richerche sulla struttura del linguaggio dello Pseudo-Dionigi Areopagita,
Vita e Pensiero, Milano 1980, p.134. Cf P. SCHNEIDER, “Le haut et le bas. Réflexions sur l’ar-
chitecture protochrétienne et byzantine”, Esprit 200/3 (1994) 23-39. Schneider nos ofrece una
excelente exposición del templo en relación con el cosmos. El cielo, o la parte alta, está simboli-
zado en el templo por la cúpula; la tierra, o la parte baja, está simbolizada por el cuadrado de la
planta.
14
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Dentro del templo, los personajes heroicos de la fe son representados
de acuerdo a sus respectivas jerarquías. Así, por ejemplo, bajo el señorío
del Pantocrator, se ubican la virgen, los ángeles, los profetas, los evange-
listas, los mártires, los santos, siempre en posición gradual según un ca-
non fijo que se remonta a la jerarquía del Areopagita. Agreguemos que
los dos mundos, el invisible y el visible, se unen entre sí por el misterio
de la Encarnación. Por esto los mosaicos bizantinos, especialmente los
del ábside, tienen una significación unitiva del cielo con la tierra. General-
mente en el ábside se representa a Cristo, la Theotokos, la Cruz, o mis-
terios como el de la Eucaristía. A su vez estos mosaicos tienen su ubica-
ción, como en San Vidal de Ravena, en torno al altar donde se celebra
el Santo Sacrificio de la Misa.
Esta estética de los dos mundos en el templo bizantino, expresada
por la luz que desciende gradualmente (de lo alto hacia lo bajo), de la
iconografía (en orden jerárquico) y de los mosaicos luminosos, suscita
en el fiel, al decir de Michelis, la impresión de estar frente a lo sublime.
La sublimación sería como el despertar psicológico que producen ya
sea la luz gradual, como el espacio casi indefinido de los mosaicos do-
rados, donde parece que la materia se inmaterializa merced a la luz que
refleja. La caracterización de “sublime”, a que recurre Michelis para ha-
blar del arte bizantino, nos hace comprender el fundamento simbólico
de dicho arte, que trata de trascender la materia para vislumbrar el
mundo celeste 6.
Pero el Pseudo-Dionisio no sólo influyó en la estética de la arquitec-
tura, sino también en la iconografía. Egon Sendler, en su libro sobre el
icono, así nos lo explica: “El influjo de la estética del Areopagita sobre
el arte bizantino se manifiesta en un elemento importante para la icono-
grafía como es la utilización del oro. Según Dionisio, el oro hace apare-
cer un esplendor indestructible, pródigo, inagotable e inmaculado..., el
oro, a su vez, se encuentra en todas partes donde se expresa la participa-
ción en la vida de Dios, sobre todo en las aureolas, los vestidos, los va-
sos sagrados y evangeliarios. Los vestidos de Cristo están siempre cu-
biertos con una filigrana de oro (assist), símbolo de la divinidad” 7.
Según lo hemos señalado, el pensamiento teológico del Pseudo-Dioni-
sio es estético. Por ello las relaciones entre las jerarquías celestial y te-
rrena, se expresan en términos que son también estéticos, como armonía,
sinfonía y simetría. Dichas jerarquías tienen como elementos constitutivos
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15
la medida y el número. La constitución ontológica, armoniosa, simétrica,
sinfónica, fundamentada en el número y la medida, encuentra su verifi-
cación en el icono 8.
La influencia del Pseudo-Dionisio no se limitó solamente al Oriente,
en lo que se refiere al arte, sino que se hizo sentir también en Occidente.
En tiempos de Carlomagno sus escritos fueron traducidos al latín, pri-
mero por Hilduino, monje del Cister (832), y después por Juan Escoto
Eriúgena (858) 9. Estos escritos, una vez traducidos, gozaron de mucha
estima en el ambiente monacal, especialmente entre los cluniacenses.
Abades como Hugón y Odilón, leyeron y predicaron al Areopagita, ha-
ciéndolo propio. Así, la fuerte concepción lumínica del autor, llegó al
Occidente haciéndose vida en los monasterios 10.
Pero la influencia del Pseudo-Dionisio tuvo su apogeo en el proto-
renacimiento del siglo XII en París y en la Abadía de Saint-Denis. En
ese tiempo, la CH fue comentada por Hugo de San Víctor (+1141),
quien recibiendo las antiguas traducciones, propagó el pensamiento del
Areopagita en París. En Saint-Denis, el aprecio por el Areopagita no
era novedad, ya que se consideraban sus escritos como si hubiesen si-
do redactados por el mismo Dionisio, patrono de la Abadía 11.
Decidido a reconstruir la iglesia de la Abadía, el Abad Suger (+1151),
proyectó dicho trabajo en dos etapas: en primer lugar, la fachada, lue-
go el coro, con su deambulatorio. Plenamente imbuido en el espíritu de
los escritos del Pseudo-Dionisio, aplicó fundamentalmente el método
anagógico, esto es, el tránsito de las cosas visibles a las arquetípicas in-
visibles; método estético, por otra parte, ya explicado por el mismo
Areopagita en sus escritos 12.
Suger amaba la luz, a tal punto que cuando inauguró la segunda
parte de su obra, esto es, la del coro, y la unió mediante la construcción
antigua de los muros con la fachada nueva, escribió la siguiente:
8 Cf ibid., p.160.
9 Cf F. COPLESTON, op. cit., pp.119-121; B. FAES DE MOTTONI, Il corpus Dionysia-
num del medioevo, Il Mulino (s.d.), pp.33-36.
10 Cf Y. CHRISTE, Les grands portails romans. Studes sur l’iconologie des théophanies
romanes, ed. Librairie Droz, Genève 1969, pp.50-51; cf. Introducción a las Obras completas del
Pseudo-Dionisio Areopagita, ed. cit., pp.18-47, bajo el título de: Maestro de Occidente.
11 Este Dionisio, patrono de la Abadía de Saint-Denis, fue un obispo de París que sufrió
el martirio en el 286, junto con otros compañeros y entre los cuales Rústico y Eleuterio.
12 Cf Y. CHRISTE, op. cit., pp.54-55; M. BUR, L’abate Sugero, statista e architetto della
luce, Jaca Book, Milano 1995, p.194.
16
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Claret enim claris quod clare concopulatur,
Et quod perfundit lux nova, claret opus...”
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LIBROS RECIBIDOS
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METAFÍSICA Y LENGUAJE EN
LUDWIG WITTGENSTEIN
JUAN CARLOS PABLO BALLESTEROS
39 - Año 1997 19
hay un lenguaje sino muchos lenguajes, que son analizados desde una
nueva perspectiva o criterio del uso de los términos. Este giro radical
hacia su nueva teoría del lenguaje lo da Wittgenstein en su Cuaderno
Azul.
En esta nueva etapa Wittgenstein afirma que existen muchos juegos
lingüísticos no asimilables entre sí. Las palabras ya no son identificadas
con los nombres; tienen múltiples usos, entre los que figura, como uno
más entre muchos, el nominativo. Y los múltiples usos se distinguen por
sus contextos: “Nuestro conocimiento forma un enorme sistema. Y sólo
dentro de este sistema un fragmento particular tiene el valor que le asig-
namos”. 2
Sin embargo, en esta nueva etapa no cambia substancialmente la
actitud expresada en el Tractatus con respecto a la metafísica. En las
dos etapas Wittgenstein considera “sinsentido” (Unsinnig) a los enuncia-
dos metafísicos. Pero eso no autoriza a considerar al Tractatus y a las
Investigaciones filosóficas como obras antimetafísicas. Ya los miembros
del Círculo de Viena comprendieron que Wittgenstein no era el positivis-
ta que habían esperado cuando interpretaban erróneamente, según es-
cribe Carnap, que su actitud hacia la metafísica era similar a la de ellos.
El respeto que tenía Wittgenstein por la metafísica está claro en lo que
dijo en cierta oportunidad a uno de sus alumnos: “No crea que odio la
metafísica o que la ridiculizo. Por el contrario, considero que los grandes
escritos metafísicos del pasado se encuentran entre las más nobles pro-
ducciones de la mente humana.” 3 No se trata, entonces, de eliminar la
metafísica, sino de comprender su naturaleza. Este punto, sobre el que
volveré en la última parte de este trabajo, es tal vez uno de los que mar-
can las diferencias más notables entre Wittgenstein y los posteriores adhe-
rentes a la filosofía analítica. Estas se refieren, fundamentalmente, a las
diversas maneras de considerar lo metafísico en su relación con el len-
guaje.
2 Wittgenstein, Ludwig: Sobre la certidumbre. Ed. Tiempo Nuevo. Buenos Aires, 1972,
§ 410, p. 127. En adelante CER.
3 En Fann, K, T.: El concepto de filosofía en Wittgenstein Ed. Tecnos. Madrid, 1992, p.
107.
20 39 - Año 1997
es la distinción entre lo que puede ser expresado por las proposiciones
y lo que sólo puede ser mostrado. En el Prólogo escribió Wittgenstein:
“Cabría acaso resumir el sentido entero del libro en las palabras: lo que
siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se
puede hablar hay que callar. El libro quiere, pues, trazar un límite al
pensar o, más bien, no al pensar, sino a la expresión de los pensamientos:
porque para trazar un límite al pensar tendríamos que poder pensar
ambos lados de este límite (tendríamos, en suma, que poder pensar lo
que no resulta pensable).” 4
La teoría del lenguaje que contiene esta obra tiene dos componentes:
la teoría de la figura y la teoría de la función de verdad. Pero el proble-
ma de fondo es la conexión entre el pensamiento o el lenguaje y el
mundo. Para Wittgenstein el mundo tiene una estructura fija, es decir,
existe un “orden a priori en el mundo”. El mundo consiste en hechos,
no en cosas; está hecho de objetos que guardan cierta relación entre sí,
y las proposiciones son representaciones de hechos.
Lo que es el caso son los hechos. Los objetos forman la sustancia del
mundo, y por eso no pueden ser compuestos, sino simples. Wittgenstein
nunca dio un ejemplo de tales “objetos simples”, pero sostenía que la
misma posibilidad del análisis exigía la existencia de los mismos. Para
Anscombe los objetos simples son semejantes a los “simples” del Teeteto
de Platón, fundándose seguramente en el § 46 de las Investigaciones
filosóficas, donde Wittgenstein, después del texto platónico, agrega:
“Estos protoelementos fueron también los ‘individuos’ de Russell y mis
‘objetos’ (Tract. log. phil.).”
39 - Año 1997 21
“pintura” se le ocurrió a Wittgenstein, como ya dije, leyendo en un pe-
riódico la descripción mediante un diagrama de un accidente de tránsito,
y con ella manifiesta su concepción de que lo esencial de una proposición
es describir la realidad.
6 Cfr. López de Santa María Delgado, Pilar: Introducción a Wittgenstein. Sujeto, mente
y conducta. Ed. Herder. Barcelona, 1986, p. 103/104.
22 39 - Año 1997
esto, “decir” algo equivale a describirlo, y para ello debemos utilizar
proposiciones “de la ciencia natural”. Las proposiciones filosóficas, en
cambio, no dicen nada.
Pero si bien las proposiciones de la lógica, la ética o la metafísica no
dicen nada, esto no significa que la filosofía no cumpla ninguna función.
Por el contrario, le corresponde a la filosofía como su problema cardinal
demarcar lo que puede mostrarse:
39 - Año 1997 23
los filósofos estriban en nuestra falta de comprensión de nuestra
lógica lingüística. (Son del tipo del interrogante acerca de si lo
bueno es más o menos idéntico que lo bello.)
Y no es de extrañar que los más profundos problemas no sean
problema alguno. (TLP)
8 Urdanoz, Teófilo O. P.: Historia de la filosofía. Tomo VII. Siglo XX: Filosofía de las
ciencias, neopositivismo y filosofía analítica. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1984, p.
195.
24 39 - Año 1997
6.522 Lo inexpresable, ciertamente existe. Se muestra, es lo místico.
(TLP)
Para Wittgenstein una pregunta sólo puede existir donde existe una
respuesta, y ésta sólo donde algo puede ser dicho. (TLP, 6,51) Pero aún
cuando tengamos la respuesta a todas las posibles cuestiones científicas
no habremos resuelto nuestros problemas vitales, como el del sentido
de la vida. Pero entonces ya no nos queda ninguna pregunta; y esto es
precisamente la respuesta. (TLP, 6.52) Al final reconoceremos que so-
bre lo inexpresable –inexpresable mediante las proposiciones de la cien-
cia natural– tanto las preguntas como las respuestas son carentes de sig-
nificado. Sólo entonces se “ve correctamente el mundo”, y entonces se
podrá arrojar la escalera, después de haber subido por ella. Wittgenstein
sostiene que quien lo haya comprendido se dará cuenta del sinsentido
de sus proposiciones, que no son ninguna figura, que no figuran nada y
que, en consecuencia, no dicen nada. Tal vez la escalera sea el Tractatus
mismo, que puede ser arrojado después de haberlo comprendido. Pero
entonces veremos el mundo con más claridad. Por eso la famosa afir-
mación con que concluye el libro,
39 - Año 1997 25
7. De lo que no se puede hablar hay que callar. (TLP)
10 Wittgenstein, Ludwig: Cuaderno azul. En Los cuadernos azul y marrón. Ed. Tecnos.
Madrid, 1933, p. 57.
26 39 - Año 1997
de familia”; pues es así como se superponen y entrecruzan los diversos
parecidos que se dan entre los miembros de una familia: estatura, fac-
ciones, color de los ojos, andares, temperamento, etc. Del mismo modo
los “juegos” componen una familia (IF, § 67). Con este concepto de
parecido de familia se opone al esencialismo o tendencia a buscar una
propiedad común que justifique que denominemos de la misma manera
a las entidades a las que se les adjudica un mismo término general.
Sin embargo esto no debe llevarnos a creer que el lenguaje (los múl-
tiples lenguajes) constituye una estructura rígida. Nuevos juegos de len-
guaje nacen y otros envejecen y se olvidan (IF, § 23). Así los juegos de
lenguaje se superponen unos a otros configurando un todo complejo y
vivo. El juego de lenguaje constituye un todo formado por el lenguaje y
las acciones con las que está entretejido: el lenguaje es una actividad
social, y mediante su uso el hombre se integra en la vida social de una
comunidad. Hablar un lenguaje es parte de una forma de vida. Ya no
es el lenguaje el espejo que en el Tractatus reflejaba la realidad sino que
ahora se convierte en una parte integrante de esa misma realidad. Ha-
blamos de una forma y no de otra según la forma en que vivimos, y por
eso las expresiones lingüísticas sólo tienen significado en sus correspon-
dientes contextos sociales. Las formas de vida son lo dado, lo que hay
que aceptar, y son ellas en último término las que constituyen la justifi-
cación del lenguaje; constituyen lo que se afirma sin ninguna verificación
especial, y más que constituir un sistema de proposiciones teóricas son
un modo de actuar en el mundo.
El sentido de los términos –su aplicación– no es fácil de reconocer,
pero se debe hacer el esfuerzo de captarlo, ya que lo que interesa ahora
no es el estudio teórico de las fórmulas lingüísticas –como se intentaba
en el Tractatus– sino el examen pragmático de las funciones lingüísticas.
Esto es de gran importancia dentro de la filosofía del último Wittgenstein,
ya que “los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje hace fiesta.”
(IF, § 38) 11. La perplejidad filosófica aparece cuando se pretende expli-
car el lenguaje en lugar de usarlo. Las dificultades que caracterizan a la
filosofía tradicional se debe a que se aplican mal las reglas: la característica
de una pregunta metafísica es que expresa una falta de claridad respecto
a la gramática de las palabras bajo la forma de una pregunta científica.
Es así como lo que más turbación produce en filosofía es que sentimos
la tentación de describir el uso de palabras importantes de “tarea rara”
como si fuesen palabras con un significado especial: “ser”, “objeto”,
“yo”, “proposición”, “nombre”, etc. Por eso los resultados de la filosofía
son el descubrimiento de algún que otro simple sinsentido y de los chi-
chones que el entendimiento se ha hecho al chocar con los límites del
lenguaje (IF, § 119).
39 - Año 1997 27
Los problemas filosóficos no se resuelven aportando nuevas expe-
riencias, sino compilando lo ya conocido. La filosofía no explica, describe;
no proporciona nuevos conocimientos sino que ordena los que ya te-
nemos.12 Por eso es una lucha contra el embrujo de nuestro entendi-
miento por medio de nuestro lenguaje (IF, § 109). Su tarea es clarificar
el lenguaje, no fundamentarlo. Pero la claridad a la que aspira ha de
ser completa. Pero esto sólo quiere decir que los problemas filosóficos
deben desaparecer completamente (IF, § 133).
La perplejidad filosófica se debe a un malentendido –a un mal uso
del lenguaje–. Cuando ese malentendido es rectificado la raíz del proble-
ma queda eliminada; el problema no ha sido resuelto, ha desaparecido.
“Toda una nube de filosofía se condensa en una gotita de gramática”
(IF, II, xi). Por eso la “disolución” de las dificultades filosóficas depende
de la comprensión de los malentendidos de la lógica del lenguaje o de
la forma en que ésta ha sido violentada. Las cuestiones filosóficas reve-
lan, por su misma existencia, que algo anda mal; son “molestias” o “aflic-
ciones intelectuales” comparables a algún tipo de enfermedad mental;
un “calambre mental” que hay que curar o “un nudo en nuestro pen-
samiento” que debe ser desatado. Un problema filosófico tiene la forma:
“No sé salir del atolladero” (IF, § 123) y por eso una persona presa de
una perplejidad filosófica se compara a un hombre en una habitación
que quiere salir y no sabe cómo, o a una mosca encerrada en una bote-
lla. De allí que la filosofía, además de su función “descriptiva”, tiene
también una función “terapéutica”: “¿Cuál es tu objetivo en filosofía?-
Mostrarle a la mosca la salida de la botella cazamoscas” (IF, § 309).
Lo que da vida al lenguaje es la actividad de la mente, pero desde el
momento en que la frase es pensada, ella misma se convierte en pensa-
miento. Por eso Wittgenstein suele utilizar las palabras “pensamiento” y
“proposición” como si fuesen sinónimas 13. El “pensar” es un operar con
símbolos, pero para Wittgenstein ni “pensamiento” ni “lenguaje” son
conceptos unívocos; por eso se inclina por la simple constatación de su
indefinibilidad. El pensar no es un “agregado mental” a las actividades
físicas (cartesianismo) ni un proceso oculto “detrás” del lenguaje.
Un proceso es algo que se desarrolla en un lapso de tiempo determi-
nado, que tiene un principio y un fin y puede verse interrumpido 14. Un
proceso mental sería, por ejemplo, recitar “internamente” (mentalmente)
el abecedario o contar de uno a diez. Es un proceso porque tiene prin-
cipio y fin, y puede ser interrumpido; es mental porque no tiene ni ne-
28 39 - Año 1997
cesita manifestaciones externas. Pero la comprensión no tiene duración
ni se le pueden aplicar los criterios temporales propios de todos los pro-
cesos en general 15.
Ahora bien, si estos procesos se desarrollan “en la mente” y no tie-
nen una conexión necesaria con las manifestaciones externas, sólo son
accesibles para el sujeto que los experimenta. El lenguaje de lo mental,
en consecuencia, sería el lenguaje de las actividades mentales de cada
individuo. Pero, ¿podría esto ser llamado lenguaje? Ésta es la cuestión
que nos lleva a relacionar la crítica de los procesos mentales con la del
lenguaje privado.
Como ya se dijo, el lenguaje debe desempeñar un papel en alguna
forma de vida, y esto supone seguir reglas públicas. Si el lenguaje es una
actividad social debe descartarse, en consecuencia, la posibilidad de que
haya un lenguaje privado, entendiendo por tal aquel que es privativo
de un solo usuario, que sólo él entiende y que no podría enseñar a
otros porque carece de criterios públicos de significación.
Las palabras que designan sensaciones constituyen una clase especial.
Parecen nombres que sirven para describir sensaciones internas y priva-
das, pero en realidad no forman parte –no constituyen– un juego lin-
güístico nominativo. No hay modo de saber si una determinada sensación
es o no igual a otra sensación anterior, porque carecemos de toda posi-
bilidad de constatación fuera de lo que nos parece a cada uno. Wittgens-
tein concentra la discusión en el dolor porque es el ejemplo más común
de sensación y donde más fácilmente puede percibirse que no tiene
“elementos” que permitan una definición. Si alguien no ha experimenta-
do dolor, no hay manera de poder explicárselo.
La filosofía analítica tiene un fuerte acento pragmático y empirista.
Los textos de Wittgenstein permiten adjudicarle –en parte– la inspiración
de esta tendencia. Pero no está claro si ésta fue realmente su postura.
No pretendió dejar un sistema filosófico elaborado, una teoría positiva
que pueda servir de alternativa a las concepciones atacadas, ya que es-
to es completamente ajeno a su método. Su última filosofía es más bien
una crítica a las concepciones erróneas sobre lo mental y se asemeja a
un mapa que no sirve para atravesar un territorio hacia un punto deter-
minado, sino más bien para señalar en él dónde están los obstáculos
que nos impiden salir del “encantamiento” de nuestro lenguaje, de los
pseudoproblemas filosóficos que atormentan nuestra mente. Pero cabe
preguntarse si para la filosofía esto es suficiente.
15 Ibidem.
39 - Año 1997 29
Wittgenstein y el tomismo
30 39 - Año 1997
del Tractatus es: “El mundo es todo lo que es el caso.” Pero la noción
misma de mundo es ya metafísica. Del mundo no tenemos experiencia
sensible ni por consiguiente representación. Wittgenstein no define esta
noción en función de su existencia actual, sino que recurre a la de tota-
lidad, que queda abierta, ella misma, a la noción de “lo que es el caso”.
Todas estas nociones de “mundo”, “cosas”, “totalidad de hechos” y otras
semejantes se necesitan para la posibilidad misma del discurso sobre la
relación del lenguaje con la realidad, hasta tal punto que el lenguaje no
es posible más que a condición de hallarse familiarizado de una vez con
ellas 16.
Tradicionalmente la metafísica ha estudiado al ser y/o a Dios. Pero
ni “ser” ni “Dios” son “objetos”. Ser no es una cosa, sino el sentido
inherente a todo lo que de algún modo es. En la tradición tomista Dios
no es un “objeto”, ya que no hay objetos particulares fuera de los
objetos sensoriales. Un objeto inteligible es un objeto sólo en el sentido
de término de nuestro pensamiento, no en el sentido de “cosa”; su ob-
jetividad es la de un significado, una razón. Por eso la metafísica es desde
el comienzo hasta el final conocimiento del mundo; su objeto no es un
“objeto extramundano” sino el sentido del mundo 17. Éste es el punto
de vista tomista. Para Wittgenstein “la realidad total es el mundo” (TLP,
2.063) y “La totalidad de las proposiciones verdaderas es la ciencia na-
tural entera” (TLP, 4.11). Pero estas proposiciones –y todas las del Tractatus-
carecen de sentido; no dicen nada porque no dibujan un estado de co-
sas posible. Pero para el autor lo no dicho es lo más importante, por lo
que el Tractatus se niega a sí mismo en cuanto intento filosófico de ne-
gar la filosofía 18.
“Dios no se manifiesta en el mundo” (TLP, 6.432). Para Wittgenstein
el mundo es la totalidad de los hechos, y Dios no es un hecho. Pero ese
no revelarse en el mundo puede significar manifestarse como el límite
del mundo. Y así Dios es “el sentido del mundo” 19. Mundo y lenguaje
se corresponden, y por eso Dios no puede ser dicho con el lenguaje.
Pero el lenguaje no sólo puede ser utilizado en cuanto es representación
de los estados de cosas, sino también puede ser rebasado y superado
en cuanto nos da acceso a lo inefable, cuya presencia no puede ser ex-
presada. Puede captarse lo que está más allá del mundo, pero no pue-
39 - Año 1997 31
de ser dicho; el lenguaje está hecho para lo limitado. No hay discurso
más que para lo que afirma lo limitado 20. Pero las proposiciones del
Tractatus tienen el poder de llevar más allá de ellas mismas, nos permiten
tener acceso a un orden que trasciende el mundo. No hay metafísica
para Wittgenstein porque no hay discurso sobre lo trascendente, pero
hay una “experiencia” de lo trascendente y no se puede decir que ésta
sea irracional. Podría decirse entonces que en algún sentido hay un pen-
samiento metafísico en el primer Wittgenstein, que se relaciona con lo
que es indecible pero mostrable y con el sentido del mundo.
Ahora bien, para la metafísica tomista, ¿Dios está en el mundo o
fuera del mundo? Para el tomismo Dios es por excelencia el más allá
infinito y lo absolutamente distinto. Pero al mismo tiempo es la presencia
y la proximidad más inmediata. Habita en cierto modo en toda criatura
y por eso es en ellas más íntimo y real que todo lo otro que a ellas per-
tenece. “Dios es el acto de todos nuestros instantes, y si a los ojos de la
sensibilidad, no es nada, es precisamente porque lo es todo, y si no está
en ninguna parte, es porque está en todas partes.” 21 El metafísico to-
mista no es alguien que conoce a Dios por pura deducción mental, al
modo racionalista. Tampoco es alguien que viene a traernos la noticia
de que “allá afuera” hay algo extraordinario, sumamente perfecto, etc.
La metafísica tomista no considera el “más allá” como un “al otro lado
de”, sino más bien como un “dentro de”, pero ese “dentro de” no tiene
nada de espacial. Hay una cierta ambigüedad en esta expresión, que
no escapa completamente a la metáfora espacial, pero hablamos como
podemos. Lo importante es que cuando la usamos queremos significar
que ese “más allá” es esencialmente un sentido y no una cosa de algún
modo “envuelta dentro de” o una especie de “objeto-carozo” 22. La meta-
física tomista, en consecuencia, no está ni más allá ni en el límite de lo
físico, y por eso en ella el límite no significa nada. Ahora bien, si ese lí-
mite es un límite lingüístico, Santo Tomás lo reconoce en tantos lugares
que me eximo de citar textos. En efecto, para el Aquinate nuestro len-
guaje es lenguaje humano, y por lo tanto limitado e imperfecto. De allí
las dificultades que encuentra para nombrar a Dios, para conocerlo en
su esencia, etc., y sus constantes recursos a la analogía. El primer Wittgens-
tein tiene razón en esto: si sólo existe un lenguaje, y ese lenguaje es el
de la ciencia natural, nada podemos decir de Dios. Para Santo Tomás
nuestro lenguaje ordinario puede, dentro de sus límites, elaborar un
discurso sobre Dios –muchas veces por vía negativa–, tan correcto en
su orden como cualquier otro lenguaje en el suyo.
32 39 - Año 1997
La metafísica es entonces a la vez inmanente a la experiencia sensible
y trascendente a esta experiencia. Se equivocan, en consecuencia, los
filósofos modernos que creen que toda metafísica es platónica. Tampoco
la metafísica de Santo Tomás es metafísica de “explicación” en el senti-
do que rechaza Wittgenstein; es una metafísica de descripción adecua-
da 23. No es un vertiginoso salto más allá de los límites de la razón, len-
guaje y experiencia, sino un “advertir aspectos” de la realidad. Porque
es en el mundo y en la experiencia que Santo Tomás encuentra lo me-
taempírico. Sus conceptos metafísicos siempre están “comprometidos
con” la experiencia “como con una rueda dentada” 24.
Wittgenstein escribe al final del Tractatus que sus proposiciones es-
clarecen porque quien lo entienda las reconoce al final como absurdas,
cuando a través de ellas –sobre ellas– ha salido fuera de ellas. (Tiene,
por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por
ella.) Entonces ve correctamente –más claro– el mundo. Leonardo Cas-
tellani da en El Evangelio de Jesucristo el punto de vista tomista sobre
esta cuestión:
La filosofía verdadera no enseña novedades o descubrimientos.
(...) Más bien nos enseña a dejar caer cosas, como las hojas secas en
otoño. Es como una tormenta, después de la cual no hay más cosas si-
no menos (hojas secas, nidos muertos y ramas podridas y polvo en el
aire) pero todo se ve más claro y más lejos 25.
39 - Año 1997 33
La filosofía del último Wittgenstein destaca la importancia del uso de
las palabras y el carácter dinámico del lenguaje, pues nuevos juegos de
lenguaje nacen y otros envejecen y se olvidan. (IF, § 23) Esta idea en
realidad es bastante antigua. Ya en el Arte poética de Horacio podemos
leer lo que éste escribió al respecto diez años antes de Cristo: “Muchos
vocablos renacerán que ya han caído, y caerán los que ahora están en
honor si así lo quiere el uso, en cuyas manos está el arbitrio, el derecho
y la ley del hablar.” Y Santo Tomás dice que “nada hay que impida dar
a cualquier cosa un nombre equívoco, si así lo permite el uso de los que
hablan” 28. Pero si bien reconoce el valor del uso, no por eso se le su-
bordina siempre el significar: en el caso de muchas palabras su significado
no tiene su origen en el uso, sino que se usan como se usan porque sig-
nifican lo que significan. Es lo que ocurre con los conceptos trans-ca-
tegoriales sobre los que se funda la metafísica tomista, que no se usan
con el mismo sentido en todos los casos, como se usan los unívocos, ni
tampoco con sentidos totalmente diferentes, como los equívocos, pues
el sentido varía según los usos, pero conservan una semejanza que rela-
ciona los varios usos, y ésta es la analogía.
Para Santo Tomás las palabras habladas no son igualmente significa-
tivas para todos porque no son signos naturales, sino artificiales o ad
placitum. Por eso la significación no es ordinariamente invariable y fija;
puede sufrir diversos cambios y extensiones por la necesidad, el uso u
otras razones, tal como sucedió con términos como natura, persona, hi-
póstasis 29 y otros. De cualquier modo, en Santo Tomás no hay una
filosofía del lenguaje ni su noción de “uso” es relacionable con la de
Wittgenstein. Si bien Santo Tomás no se refiere a nombres aislados,
pues el significado de los términos se precisa en el juicio o en el discur-
so, no hay en él la concepción de Wittgenstein de que el uso está siem-
pre ligado a la idea de “sistema”. Tampoco se le opone.
Para el tomismo el lenguaje posee solamente sentido en la medida
en que conserva sus lazos con el poder creador de la imagen. El uso im-
pone al lenguaje una tensión permanente entre la neutralidad del signo
y la riqueza de lo imaginativo que asegura la vitalidad de la palabra.
Para Santo Tomás la palabra significa lo que el entendimiento concibe,
y además procede de la imaginación. Santo Tomás afirma que nuestro
entender implica siempre algún decir, o la producción de algún verbo
(verbum) mental. Si bien no lo afirma explícitamente, se puede concluir
que para pensar necesitamos un lenguaje, lo que se aproxima a la con-
34 39 - Año 1997
cepción de Wittgenstein. Sin embargo, como afirma Gilson, hay que
reconocer que cuando Santo Tomás llega al corazón de esta cuestión
“nos deja en la estacada en que nos encontramos siempre que se trata
de representar hechos psicológicos o de hablar de ellos” 30.
Wittgenstein ha tenido el mérito de poner de relieve la enorme com-
plejidad de lo que es cotidiano y corriente respecto del lenguaje y el
pensamiento. Y esto lo pone en la gran tradición que atribuye el origen
del filosofar al asombro o admiración. Por otra parte, es cierto que a
veces la reflexión filosófica nos pone en la situación de “no saber cómo
salir del atolladero” y que esto nos produce “calambres mentales”. También
es cierto que esto suele ocurrir porque descuidamos la lógica de nuestro
lenguaje. Pero el filósofo tomista no por eso deja de confiar en la filoso-
fía como camino válido para llegar a la Verdad. Tal vez la filosofía sirva,
como afirmó Wittgenstein, para mostrarle a la mosca la salida de la bo-
tella. El problema es qué hará después de haber salido, porque eso
ocurre solamente cuando los problemas filosóficos desaparecen com-
pletamente. Y el hombre, mientras viva, seguirá buscando el sentido de
la vida, aunque Wittgenstein no acepte esto como fin de la filosofía. Fi-
losofamos siempre, aún para negar el filosofar.
oO
REVISTAS RECIBIDAS
BREVIARIOS DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CUYO, San Juan:
Año 2 Nº 6, 1995
CAHIERS, de la Faculté Libre de Philosophie Comparée:
Nº 55, 8 decembre 1996
CATHOLICA, Revue Trimestrielle, Paris (Francia):
Nº 54, Hiver 1996-97
Nº 55, Printemps 1997
CUADERNO DE HUMANIDADES, Universidad Adolfo Ibáñez:
Nº 8, Mayo 1997
DOCTOR COMMUNIS, Pontificia Accademia Di S. Tommaso:
Nº 1, Anno L, Gennaio-Aprile 1997
EIR, Resumen Ejecutivo:
Vol. XIV, Nº 3, La relación de Rusia con la historia universal, Febrero 97
Vol. XIV, Nº 4, El “corazón de tinieblas” de George Bush, Marzo 97
EPIMELEIA, Revista de estudios sobre la tradición:
Año IV, Nº 8, 1995
ESPÍRITU, Cuadernos del Instituto Filosófico de Balmesiana, Barcelona (España):
Año XLV, Nº 114, Julio-Diciembre 1996
FUERZA NUEVA, Dios, Patria, Justicia:
Nº 1156, En la cumbre del desprestigio, Enero 1996
Nº 1157, Insensatez e indefensión, Febrero 1996
39 - Año 1997 35
Nº 1158, Un pacto contra España, Febrero 1996
Nº 1159, El abrazo de la muerte, Febrero 1996
Nº 1160, Los silencios del 23-F, Marzo 1996
Nº 1161, Conde no iba solo en su singladura, Abril 1996
Nº 1162, Nos siguen “moviendo piezas”, Abril 1996
Nº 1164, Las listas de Simon Wiesenthal, Mayo 1996
Nº 1165, El pensionista... y el penitente, Mayo 1996
Nº 1166, En Perú con pólvora; en España con flores, Mayo 1996
GLOSAS SILENSES, Rev.de la Abadía de Santo Domingo de Silos, España:
Año VIII, Nº 1, Enero-Abril 1997
LA CONTRE REFORME CATHOLIQUE, Revista Mensual:
Nº 330, L’Excommunication rampante, Février 97
Nº 331, Au XX Siecle, Mars 97
Nº 332, Le Saint Suaire, Temoin Silencieux, Avril 97
Nº 333, Un Homme Libre, Mai 97
LA HOJA DE COMBATE, México:
Nº 357, Crítica de “Jesús, hombre en conflicto”, de Carlos Bravo S. J., Junio 97
LECTURE ET TRADITION, Chiré-en-Montreuil:
Nº 235-236, 1796-1996 II y a 200 ans, Septembre-Octobre 96
Nº 237-238, XXVIeme Journée Chouanne, Novembre-Decembre 96
LECTURE FRANCAISES, Chiré-en-Montreuil:
Nº 478, Révélations sur le camp de Buchenwald, Fevrier 1997
Nº 479, 1957-1997 40 ans!, Mars 1997
Nº 480, La subversion culturelle, Avril 1997
Nº 481, Dictature de la pensé unique, Mai 1997
L’HOMME NOUVEAU, Rev. Bimensuel, Paris (Francia):
Nº 1153, La leçon de nos limites, Fevrier 1997
Nº 1154, Les trois victoires de Jean Daujat, Fevrier 1997
Nº 1155, Si le monde vous hait, sachez qu’il m’a hai avant vous, Mars 1997
Nº 1156, Plaidoyer pour une vocation, Mars 1997
Nº 1157, Ressusciter la famille, Avril 1997
Nº 1158, Marie et l’avenir de l’Eglise, Avril 1997
Nº 1159, L’actualite de Leanne, Mai 1997
Nº 1160, La France incertaine, Mai 1997
Nº 1161, Vont-Ils recommencer?, Juin 1997
NUEVA LECTURA, La Revista Libro, Mensual, Bs. As.:
Año 4, Tomo IV, Nº 37, Historias de la vieja Abadía, Marzo 1997
Año 4, Tomo IV, Nº 38, Legendario Padre Mario, Abril 1997
Año 4, Tomo IV, Nº 39, Madre coraje, Mayo 1997
Año 4, Tomo IV, Nº 40, San Pablo, el misionero, Junio 1997
REVISTA DOS TRIBUNAIS, Brasil:
Ano 85, v. 734, Dez 96
SALMANTICENSIS, Universidad Pontificia de Salamanca:
Vol. XLIII, Fasc. 3, Septiembre-Diciembre 1996
SAPIENTIA, Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires,
Facultad de Filosofía y Letras:
Vol. LII, Fasc. 201, 1997
SOLIDARIDAD IBEROAMERICANA, Revista quincenal:
Vol. XIV, Nº 2, lª quincena de Febrero de 1997
Vol. XIV, Nº 3, 2ª quincena de Febrero de 1997
Vol. XIV, Nº 5, 2ª quincena de Marzo de 1997
Vol. XIV, Nº 6, lª quincena de Abril de 1997
Vol. XIV, Nº 8, lª quincena de Mayo de 1997
Vol. XIV, Nº 9/10, lª quincena de Junio de 1997
VALORES en la Sociedad Industrial, U.C.A.:
Año XV, Nº 38, Abril 1997
36 39 - Año 1997
VERBO SPEIRO, Madrid (España):
Nº 349-350, noviembre-diciembre 1996
Nº 351-352, enero-febrero 1997
VERTEBRACIÓN, Revista del Inst. de Invest. Humanísticas de la Univ. Popular Autónoma
del Estado de Puebla, México:
Año 10, Nº 39, 1997
oO
“Auguro que la IX Exposición del Libro Católico sea –como tantos otros que se
realicen– un aporte, para que en este año (primero del Trienio preparatorio a la cele-
bración del III Milenio) dedicado a «Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y
siempre», muchos vuelvan a El la mirada; y, a través del conocimiento de su persona y
su mensaje, se intensifique la conversión de los corazones y crezca la cultura de la tras-
cendencia, tan prescindida en nuestro tiempo.
Sin duda la recordación de la figura y el pensamiento de Mons. Gustavo Franceschi,
constituye valioso elemento para aquel augurado objetivo”.
Antonio Cardenal Quarracino
Arzobispo de Buenos Aires
Primado de la Argentina
Programa de actividades
Junín 1063 (113) Cap. Fed., Tel. 823-4800 / 827-5195 / Fax: 823-8908
El horario de la Exposición es de: lunes a sábados de 8 a 23 hs. y
domingos de 17 a 22 hs. El horario de comienzo del acto inaugural,
clausura, conferencias, conciertos es a las 19:30 hs. en punto.
39 - Año 1997 37
Miércoles 3 de Septiembre: CONFERENCIA
Presentación de Libro: ”In Persona Christi (la fisonomía espiritual del sacerdocio de
Cristo)” del Padre Alfredo Sáenz s.j. con prólogo del Cardenal Antonio Quarracino.
A cargo de: Pbro. Dr. Eduardo María Taussig. (Director del Instituto de Cultura y Ex-
tensión Universitaria de la U.C.A.).
Jueves 4 de Septiembre: CONFERENCIA
Tema: “Las obras de misericordia: caridad de Cristo operante”.
Orador: Pbro. Dr. César Salvador Sturba (Viceasesor de los Círculos Católicos de
Obreros).
Viernes 5 de Septiembre: CONFERENCIA
Tema: ”El relativismo en algunas teologías y cristologías actuales”.
Orador: Rvdo. Mons. Dr. Alfredo Horacio Zecca (Rector del Seminario Metropolitano).
Sábado 6 de Septiembre: CONCIERTO
Coro: Coro Nacional de Niños de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Na-
ción. Dirección: Sra. Vilma Gorini de Tesseo.
Domingo 7 de Septiembre: CONCIERTO
Coro: Coro Regina Coeli. Dirección: José Bella Quintana. Órgano: Enrique Rimoldi.
Lunes 8 de Septiembre: CONFERENCIA
Tema: “La consagración del mundo en Cristo: la misión de los laicos”.
Orador: Dra. Beatriz Buzzetti (Presidenta del Consejo Nacional de la Acción Católica
Argentina).
Martes 9 de Septiembre: CONFERENCIA
Tema: “Cristo: centro de la Sagrada Liturgia Católica”.
Orador: Pbro. Lic. Alberto Horacio Gravier (Profesor de la Facultad de Teología de la
Universidad Católica Argentina).
Miércoles 10 de Septiembre: CONFERENCIA
Tema: “Las heridas a la unidad del cuerpo de Cristo (herejía, apostasía y cisma). El
movimiento ecuménico”.
Orador: Dr. Norberto Padilla (Comisión de Ecumenismo de la Conferencia Episcopal
Argentina).
Jueves 11 de Septiembre: CONFERENCIA
Tema: ”La figura de Jesucristo en la New Age”.
Orador: Prof. Mónica López Roda (Fundación SPES).
Viernes 12 de Septiembre: CONFERENCIA
Tema: ”María: la Estrella que guía hacia el gran jubileo del Tercer Milenio”.
Orador: Rvdo. Mons. Roque Manuel Puyelli (Capellán Mayor de la Fuerza Aérea
Argentina).
Sábado 13 de Septiembre: CONCIERTO
Coro: Coro Pacem in Terris. Dirección: Héctor Saab. Órgano: Gabriela Aciar.
Domingo 14 de Septiembre: CLAUSURA. SANTA MISA
Preside: S.E.R. Mons. Jorge Mario Bergoglio, s.j., Arzobispo Coadjutor de BuenosAires.
Intención: Que la preparación al Gran Jubileo del año 2000 fortalezca la fe y el testi-
monio de los cristianos, suscitando un verdadero anhelo de santidad. Acompaña el
Coro Polifónico Nuestra Señora de las Nieves, que ejecutará la ”Misa Coronata Regi-
na”, J. G. E. Stehle. Dirección: Sandra Pianigiani. Órgano: María Laura Martínez.
38 39 - Año 1997
TEORÍA DEL RESENTIMIENTO Y
DE LA ENVIDIA
RAMÓN DÍAZ ECHEVERRÍA
39 - Año 1997 39
po-co más tarde dicen: ahora no lo quiero. Esto es típico de todos los
niños y no es de temer. Hay otros ejemplos domésticos más serios,
porque allí aparecen formas de injusticia, como puede ser el caso de un
hijo preferido manifiestamente a otro por alguno de los padres; o el de
la mujer que debe padecer la influencia que la suegra ejerce sobre su
ma-rido en detrimento de su autoridad y de la armonía del hogar. En
estos resentimientos que podríamos llamar domésticos se manifiesta como
pro-picia la proximidad, el roce continuo. Pero el resentimiento más
famoso, que ha recorrido el mundo, causado por injusticia sin duda,
pero alen-tado sin descanso por la ideología comunista, es el llamado
Resentimiento Social: el obrero contra el patrón, el pobre contra el rico.
40 39 - Año 1997
capital. En las cosas de Dios, el rumbo lo pone Dios. Se puede cavar el
mundo que si el rumbo no es correcto no se encontrará jamás el tesoro.
En el resentimiento hay que distinguir dos aspectos sobresalientes:
lo que lo causa y cómo se manifiesta, el origen o principio y las conse-
cuencias. La primera parte transcurre en la sombra. Nadie puede saber
si alguien se resiente o no en el momento en que el presumible agente
causante, digamos, hace impacto en la persona. En realidad, no es el
tal agente el causante real del resentimiento sino que, ante tal agente, la
persona se produce el daño.
Para que se dé el resentimiento debe haber un elemento preciso,
que no es causal sino sólo concurrente. Aunque esto de sólo concurrente
no sé hasta qué punto. Ese elemento que nunca falta es la comparación.
Si no hay comparación no habrá resentimiento, como tampoco habrá
envidia. Con lo cual podrá colegirse que el tema versará sobre un más
o un menos, o sobre un mejor o peor.
Si bien es cierto que el resentimiento es una forma de odio, más es-
pecíficamente un rencor, no todo rencor constituye resentimiento: El
extraño que me ofende está del otro lado, mientras que aquel con
quien me resiento está de este lado. Es que el resentimiento es re-senti-
miento, es decir que hay o hubo relación de sentimiento.
El problema se centra sobre lo que al hombre le toca en suerte, de
más o de menos. Y esta es la suerte del hombre sobre la tierra. ¿Es que
está abandonado a su suerte? ¿Su felicidad depende del azar?
Entre las cosas que le llegan al hombre y le tocan hay que distinguir
las que le vienen por mano del hombre y las que le vienen en mano
anónima: el acaecer de las cosas.
El salario y el don
39 - Año 1997 41
sino también –y aquí está la mayor extensión– todo aquello que acaece,
tanto si es agradable como desagradable, si nos da alegría como tristeza,
el sol alegre de la mañana, como las nubes grises, o la lluvia, etc.
Este sentido amplio de las cosas que llevan al hombre a sentir que
una parte de su vida es lograda con esfuerzo y otra parte es regalo,
don, constituye la clave para determinar la causa real del resentimiento
y de la envidia.
Dije al principio que sabemos distinguir entre el que está resentido y
el que es un resentido, interpretando que el primero pasa por una situa-
ción temporaria mientras que el segundo padece una situación perma-
nente.
Y adelanto ya la tesis de lo que voy a intentar demostrar: la causa
del resentimiento arraigado es el don, y la causa del resentimiento tem-
porario es el salario.
La piedra del escándalo del resentimiento es el don, por lo que ha-
brá que detenerse a examinar qué tiene el don –cualquier don– que es
capaz de generar sentimientos tan contrarios como alegría, amor, tristeza,
odio, y de aquí llegar a comprender qué ocurre en la mente y en el co-
razón del hombre. El hombre es un ser puesto en el mundo para dar
respuesta. Ésta es su prueba. Pero justamente, esta respuesta es imposible
sin la existencia del don. Este es otro ángulo desde el cual hay que mi-
rar las cosas. La prueba es el don mismo. Don es todo aquello que una
mano visible o invisible me tiende y está en mí –y esta decisión es muy
determinante– que lo acepte o lo rechace.
Para que esta explicación comience a tener bases más sólidas pondré
un esquema de cómo se generan la envidia y el resentimiento, una ex-
periencia que seguramente hemos vivido todos o como padres o como
hijos sin advertir que allí se encuentra el secreto del origen de ambos
males: Un padre trae regalos para sus dos hijos, y se los da estando
ambos en habitaciones distintas. Los dos quedan muy contentos con
sus regalos, pero hete aquí que uno de ellos corre a ver el regalo del
hermano y al verlo su ceño se ensombrece: considera que el del hermano
es más que el propio. Termina envidiando al hermano y resintiéndose
con el padre.
Es en la familia donde se verifican por primera vez estos acontecimien-
tos, verdad es que tenuemente. Pero ¿no nos recuerda aquello que
ocurrió hace mucho y que hemos leído en el Génesis: la envidia de
Caín hacia Abel y el resentimiento con el Padre Creador?
42 39 - Año 1997
Cuando se escucha hablar a la gente de resentimiento, entre las dis-
tintas características que atribuirá al resentido será la envidia. Y a veces
no distingue entre ésta y el resentimiento. Es que nacen casi al mismo
tiempo y tendrán el mismo origen. Lo que las distingue netamente es a
quién están dirigidas y las consecuencias de cada una. Porque la envi-
dia está dirigida al semejante, es decir, al que ha recibido el don, mien-
tras que el resentimiento está dirigido al superior, es decir, al que distri-
buye dones.
El resentimiento, pues, tiene su origen en la distribución de los do-
nes, lo que lo distingue de toda otra forma de odio, rencor, ofensa o
despecho. Tanto aquel como la envidia son reacciones del hombre an-
te el don.
La posibilidad del resentimiento y de la envidia existe siempre inevita-
blemente, sea por causa del don, sea por causa del salario. Pequeños
resentimientos que no pasan a mayores es cosa de todos los días. Pues
en mente tendremos la reclamación de lo justo y la petición del afecto
aunque no lo efectivicemos.
39 - Año 1997 43
quecernos con su pobreza?” 1. Y del mismo modo podríamos decir:
siendo fuerte se hizo débil, a fin de fortalecernos con su debilidad, co-
mo ya lo dice el mismo apóstol: Cuando soy débil, es entonces que soy
fuerte 2.
1 2 Cor. 8, 9.
2 2 Cor. 12, 10.
44 39 - Año 1997
amor necesario, el “piso” para que se dé la posibilidad de entender. Este
resentimiento es ausencia de amor. Hay amor en encontrar buenas las
cosas: aceptación de la realidad. La capacidad para comprender no de-
pende totalmente ni con mucho de la capacidad de distinguir, que así
definen los filósofos de la facultad de la inteligencia. Está condicionada,
complementada, limitada, acrecentada por otros factores que no son el
solo poder raciocinante. Se acrecienta con la pureza del corazón, con el
desprendimiento de las cosas que esclavizan, con la humildad y con un
espíritu contemplativo, opuesto al intencional que aplica su receta a la
cosa antes que esta le hable y le diga de qué se trata realmente.
Los signos
39 - Año 1997 45
es, pues, hacer el bien dando alegría, transformando, haciendo mejor.
Hay un don perfecto, la gracia sobrenatural que viene de Dios, para
crecimiento y alegría del que lo recibe; los demás dones son como par-
tículas o desprendimientos de aquel don mayor.
46 39 - Año 1997
El don va a esa parte invisible, oscura, anhelante de verdad, ham-
brienta de amor, dolorosa, muchas veces, porque alguien puso allí el
recipiente para alojar esas ansias.
Como decía, puedo tomar como don todo lo que llega a mis sentidos:
que puedo aceptar porque me agrada o rechazar porque me desagrada.
Así, todo lo que me adviene, tanto si me es agradable como si no, es
don. Puedo advertir el don en el acaecer o puedo no advertirlo. Pero el
don existe: en todo don hay una mano que lo tiende. Explícita o implí-
cita. A veces se descubre a Dios por el don; a veces se descubre el don
porque antes se ha encontrado a Dios. Uno conduce al otro. El don al
Dador y el Dador al don.
El don que uno admira en otros y que es motivo de envidia y resen-
timiento en muchos debe ser motivo más bien de alegría, porque aquel
que lo posee puede participarnos algo de lo suyo y enriquecernos en
nuestra necesidad con su generosidad. Y si pensamos mejor, veremos
también que esa situación que consideramos afortunada en otros, puede
ser (y es) también la nuestra, con tal de descubrir y reconocer el don
especial que nos tocó a nosotros autoconsiderados pobres. El don para
nosotros, pobres, existe. Cada uno debe verlo y aceptarlo. ¿No puedo
alegrarme por lo que tengo porque ya estoy triste por lo que no tengo?
39 - Año 1997 47
En cierta manera el don que tiene medida, mide. En la parábola de
los talentos, los dos primeros servidores no se sienten medidos, pero sí
el tercero. Es mal razonamiento argumentar que aquellos produjeron
porque se les dio mucho, y este se resintió porque se le dio poco, por-
que en una recta interpretación se podía hacer este otro razonamiento:
a aquel que recibió cinco y produjo cinco, en una ocasión anterior se le
había dado uno y producido uno. En cambio este recibió uno y lo ente-
rró. Lo poco sólo lo es en relación con lo más. Y poco puede ser mucho
si se lo compara con nada.
La medida corresponde más a lo confiado que a lo dado.
Al que mucho se le dio, se le pedirá más.
Al que mucho se le confió, se le reclamará más.
La misma palabra confiar habla de hasta cuanto se puede confiar en
tal. Porque el bien confiado pertenece todavía al dador, y temporalmente
al receptor de quien se fía. Importa mucho el conocimiento del receptor.
El tercer servidor se siente juzgado equivocadamente. Se tiene por más,
no quiere ver su capacidad real. Ni quiere tampoco ver que en el don
reside el germen del crecimiento si con su esfuerzo lo riega.
Lo poco. Lo pequeño
Al don pequeño le cabe una función distinta del don grande. Requiere
que algo superior se haga presente en el dilema, y ese algo es el amor y
es la gracia. Tiene que haber algo en el corazón del que recibe, para no
resentirse cuando el don es menos o cuando se trata de la adversidad.
En el acto de la recepción del don se puede decir que hay dos amores:
el que ya hay en el corazón del que recibe (si lo hay) y el don mismo
que llega, partícula transportadora del amor del dador y generador de
alegría. El primer amor es el que impide el resentimiento: al que tiene
se le dará... Ese “que tiene” evangélico es el amor necesario para la
comprensión de las situaciones. ¿Qué duda cabe de que para compren-
der es necesario amar?
La incomprensión de lo adverso (rechazo) cuando eso adverso no
es debido a injusticia, sino a la liberal distribución de los dones y al
acaecer de las cosas naturales (lo que en cierto modo cae bajo lo mis-
mo), es debida a la ausencia en el hombre de ese amor básico necesario
para no sentirse perturbado por la alegría ajena o la felicidad ajena o el
talento ajeno o la riqueza de otros.
Hace un par de días, durante la misa en la capilla del hospital, se me
abrió un poco la comprensión de esta frase de Cristo: “El que no es fiel
en lo poco, no es fiel en lo mucho”. Que es la razón del ejercicio de las
virtudes y el fundamento para vencer los obstáculos. Tal vez lo que más
lleva a la comprensión cabal del don, de lo que viene regalado por el
48 39 - Año 1997
amor de alguien es la penetración del concepto de lo poco, de lo pe-
queño. Lo poco es propiedad del pobre. Es su única propiedad. Tiene
poco. Y este poco es tan decisivo porque plantea la inseguridad; y la
inseguridad, la vulnerabilidad del hombre. Y esta, lleva a reflexionar en
las cosas importantes, en las que realmente cuentan.
39 - Año 1997 49
sino otra que permanece en su interior. Hay resentimientos muy mani-
fiestos, sin embargo, y resentimientos ocultados sutilísimamente, de muy
difícil detectación. Por lo regular, cuanto más elevado es el nivel cultural
o espiritual, más dificultosa es su identificación.
Aun cuando nuestra fe nos da un tan elevado poder de comprensión
para lo adverso, para la injusticia, para el dolor, así y todo, tampoco es-
capan a esta deformación espiritual los religiosos, consagrados y laicos.
mons. J. Bergoglio describe muy agudamente una de estas formas sutiles
y disimuladas, a la que designa con la expresión “espíritu quejumbroso” 4.
Rechazo de la alegría
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El tema de la desigualdad
Semejanza
39 - Año 1997 51
cir la semejanza. En el segundo, en aquel que genera el odio, se trata
de la desemejanza al ver que tiene más o es mejor (envidia y resentimiento)
y quiere producir la semejanza quitando el bien que hace desemejante.
El amor, entonces, quiere producir la semejanza por el bien. El odio
quiere producir la semejanza por el mal. La vista del resentido, así co-
mo la del hombre justo, se posan ciertamente sobre la desemejanza.
Pero no es la misma semejanza o desigualdad la que consideran. El
hombre bueno mira al careciente para darle y hacerle semejante. El re-
sentido y el envidioso miran al rico en bienes para quitarle (si pudieran)
y hacerle semejante a ellos.
Pereza
52 39 - Año 1997
aquí, la respuesta que da el tercer servidor a su señor, que entierra el
talento que le fue dado para hacerlo producir, y muestra con ello, de
una manera sorprendentemente concisa, los caracteres del resentimiento,
en este caso, el resentimiento arraigado.
39 - Año 1997 53
poner de manifiesto y contraponer lo que está a la vista y es conocido
por el hombre y es del dominio de la justicia: el salario, la acción huma-
na, y contraponer, digo, aquello que está oculto a sus ojos, pero no a
los ojos de Dios, y es el don, la acción del amor. La “justicia” podría
preguntarse ¿Se puede dar una buena paga a alguien que ha trabajado
poco? ¿Tiene derecho a alegrarse alguien que no hace nada?
La tarea intelectual, la contemplación, son nada para mucha gente.
Pero Dios da sus dones al que “no ha hecho nada”. Otra de las razones
que veo como interpretación de una parábola que en criterio de quien
no tiene fe aparece como injusta, es que el don crea. Dios crea por me-
dio de sus dones. Es decir, que el hombre se hace merecedor por haber
recibido antes el don: Magdalena amó mucho porque se le perdonó
mucho.
La justicia volvería a preguntar: ¿Por qué Dios no da sus dones a
todos? Sí, da a todos, pero siempre hay un tercer servidor que entierra
el talento.
Se podría objetar que aquel que entró a las bodas sin vestido de fies-
ta no fue por su voluntad sino que lo hizo obligado. Y luego se le hizo
recibir un castigo y entonces es como si se lo invitara para castigarlo.
Pero también se dice que reunieron a todos los que encontraron, tanto
buenos como malos. De modo que había en la fiesta tantos de aquellos
como de estos. Pero uno solo fue juzgado: el que no trajo vestido de
fiesta, es decir, que también los malos se pusieron vestido de fiesta y
acataron la autoridad del rey mostrando una disposición favorable. Só-
lo aquel que enmudeció le hizo frente, agraviándolo mostrándose inde-
pendiente e igual al rey. Este no juzgó a los malos, a los cuales otorgó
su tiempo de prueba. Y si este es el Momento Final, significa que los
malos han mostrado arrepentimiento poniéndose vestido de fiesta. Por-
que el vestido de fiesta es eso: el cambio de uno en otro, de malo en
bueno.
¿Qué es necesario para que haya fiesta, sin lo cual habrá conmemo-
ración o cualquier otra cosa, pero no fiesta? Eso necesario es: la alegría.
Si ésta falta, no hay fiesta. El vestido de fiesta es, pues, la alegría. Ésta,
54 39 - Año 1997
como he dicho antes, se produce en la recepción del don. Siempre se
ha entendido respecto a este texto (que representa al Juicio Final) que
el vestido de fiesta son las obras de la fe, pero las obras de la fe han
salido de la recepción del don de Dios. De ese instante de conversión
mana la alegría. Especialmente para los “malos”.
En estas tres parábolas aparece el resentimiento. En la de los obreros
llamados a trabajar en la viña, se trata de resentimiento temporario. Je-
sús no habla aquí de condena para los que protestan. En la parábola de
los talentos y en la de las bodas se trata del resentimiento arraigado.
Hay un empecinamiento. Allí sí hay condena.
Se trata, pues, en la primera, de algo humano: el salario. En las
otras dos se trata del don: el amor.
“En el crepúsculo de la vida te examinarán en el amor”.
Conclusión
39 - Año 1997 55
BEATUS VIR
DIMAS ANTUÑA
Entró en sí mismo
y halló el Reino.
Vio su nada
y ordenó su vida en silencio.
Se negó, se olvidó,
no supo.
Yendo por la vereda subió el monte Carmelo.
56 39 - Año 1997
EATUS vir qui invenit sanctum Ioseph,
B Deus ex tumultu eduxit eum.
Dies ejus non dies vanitatis
neque anni ejus festinatio.
Negavit,etoblitusest,
etnonsciit.
Vidit Carmelum et ascendit.
39 - Año 1997 57
EMAÚS
P. HORACIO BOJORGE, S. J.
58 39 - Año 1997
NUESTRA SEÑORA
DE LOS
TREINTA Y TRES
Contemplación de la imagen
P. HORACIO BOJORGE, S. J.
39 - Año 1997 59
EL GRECO
P. HORACIO BOJORGE, S. J.
60 39 - Año 1997
LO ESENCIAL DEL PENSAMIENTO DE
JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA
BLAS PIÑAR
39 - Año 1997 61
Hombre y libertad
Estado y soberanía
62 39 - Año 1997
jugan la unidad del poder, el gobierno de los mejores y la participación
del pueblo.
Patria y patriotismo
Lo nacional y lo social
39 - Año 1997 63
de la Revolución, no puede ni debe contribuir a tal enfrentamiento. El
hombre normal tiene dos ojos, y la sinergia hace posible que contemplen
sin distorsión el mismo panorama. La nación también debe tenerlos, el
de la derecha y el de la izquierda, no para que distorsionen el fin, sino
para alcanzarlo. De aquí que lo nacional no deba oponerse a lo social.
De aquí, igualmente, que lo nacional deba tener un contenido social
profundo y lo social deba –podríamos decir– nacionalizarse. La consigna
de Ramiro Ledesma Ramos: “hay que nacionalizar a los trabajadores”,
había encontrado su expresión definitiva en el esquema político de Jo-
sé Antonio.
El esquema –hecho realidad tangible en el Estado nacido de la Cruza-
da– superó la lucha de clases, asemejando el capital –como José Antonio
quería– a los embalses de agua. Éstos no se construyen –decía– para que
unos cuantos organicen regatas, sino para regularizar el curso de los ríos y
mover las turbinas. Por esta razón, y para que el capital no se transforme
en capitalismo salvaje, José Antonio propuso, no la estatificación de la
Banca, pero sí la nacionalización del crédito, que es una cosa distinta, y
la subordinación de la economía al interés supremo de la nación.
De otra parte, la confrontación entre patronos y obreros y de unos
Sindicatos con otros –el socialista, el comunista y el anarquista– fue su-
perada por el Sindicalismo vertical, en el que la contienda fratricida –in-
cluso con derramamiento de sangre– fue sustituida por la colaboración
fraterna en un clima pacífico de entendimiento.
Bajo el amparo de esta doctrina aplicada, se creó –¡ni siquiera la ha-
bían creado los socialistas durante la II República!– la seguridad social
más avanzada del mundo y se promulgó el Fuero del Trabajo. El sala-
rio era familiar y las vacaciones se remuneraban. Con una política ge-
nerosa de becas se permeabilizaron las capas sociales, haciendo posible
que los hijos de los trabajadores accedieran a la Universidad, a la vez
que se construyeron, en una España devastada por la guerra y asfixiada
económicamente por la presión internacional, centenares de miles de
viviendas sociales, que podían adquirirse a precios sumamente económi-
cos y con pagos tan mínimos que parecen increíbles.
Fue así, con austeridad y honestidad en las Administraciones públicas,
y con una presión fiscal aceptable, como España despegó de la pobreza
y aumentó la renta “per capita”, convirtiéndose en la novena potencia
industrial del mundo.
Lo religioso
64 39 - Año 1997
del quehacer político, por lo religioso. Para él, la interpretación católica
de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, histórica-
mente, la española. Decía Menéndez Pelayo que la unidad católica es
el núcleo centrípeto de nuestra unidad política y que no tenemos otra.
Porque ello es así, José Antonio, en su exaltación de lo genuinamente
nacional, encontró las constantes católicas de España y de su misión en
el mundo. Y también, porque es así, la experiencia que estamos viviendo
ahora mismo, pone de relieve que el enfriamiento religioso, lleva consigo
el debilitamiento de la conciencia unitaria nacional.
La incorporación o reincorporación del sentido católico es imprescin-
dible para reconstruir España. El problema –y muy grave– es que dicha
reconstrucción será imposible si quienes por razón de su ministerio pas-
toral deben evitarlo, cooperan a ese enfriamiento de la fe católica y a la
corrupción moral que nos invade.
39 - Año 1997 65
Pues bien, aquella unidad en Dios que informó el siglo XIII, que es
tanto como decir el siglo de Santo Tomás, la conservó España providen-
cialmente, sin duda. Las tres grandes revoluciones que han ido cerce-
nando las raíces de Europa, la de Lutero, la de Rousseau, y la de Marx,
arañaron e hirieron a España, pero no le arrancaron su vida interior. Si
Europa, victimada por las tres revoluciones, perdió aquella unidad, per-
diendo la fe en los principios eternos, ¿qué se avecinaba para Europa?
se preguntaba José Antonio. Y José Antonio daba la respuesta: “Una
nueva invasión de los bárbaros”. A esa invasión de los bárbaros se opu-
so España, evitando con la Victoria nacional que Europa entera –tal y
como proyectaba Lenin– fuera dominada y tiranizada por el comunismo.
Lo que sucede es que la barbarie –si por barbarie entendemos la pu-
ra concepción zoológica del hombre– no tenía una sola escuela, la es-
cuela a la que apuntaba José Antonio, sino otra que impartía e imparte
su enseñanza en Occidente: la que hoy, sin rival y, por lo tanto, sin
competencia, pretende, y en parte ha conseguido, el cambio de menta-
lidad y el cambio de la conciencia, contando para ello con una técnica
poderosa y eficaz, de la que carecieron los antiguos bárbaros, con una
dotación económica sin techo, con una falta absoluta de escrúpulos mora-
les y con un conocimiento consumado de la psicología individual y co-
lectiva y de los comportamientos humanos teledirigidos. Y España, por
supuesto, no ha escapado a esta invasión. El país bíblico, la reserva es-
piritual de Europa, el último bastión de la Cristiandad, está siendo há-
bilmente ocupada por ese ejército tenaz, inmisericorde e invisible de la
barbarie, del que hablaba García Morente, apoyado por la deserción o
la complicidad de las instituciones que, de oficio, debieran encabezar la
resistencia. ¡Qué de actualidad aquella frase de José Antonio: (la tradi-
ción) “nos hace entender cómo fue aquella España que no tenemos ya
y nos aprieta el corazón con la nostalgia de su ausencia”!
Ahora bien; España no sólo combatió por la Cristiandad europea
durante la Reconquista, en Lepanto, contra el turco, y en el corazón del
continente con las llamadas guerras de religión, sino que, en un plano
doctrinal, mantuvo en el Concilio de Trento, con Salmerón y Laínez, la
teología ortodoxa sobre la libertad y la gracia. Esa doctrina contaba con
tres puntos de apoyo: el deseo divino de que todos los hombres se
salven, la redención de la humanidad –para conseguirlo– por el Verbo
encarnado, y la orden de predicar la Buena Nueva hasta los confines
del mundo. Y eso fue lo que hizo España trasvasando a América –el con-
tinente desconocido, mudo y ahistórico– el Cristianismo como fe y la
Cristiandad como orden político.
¡Con qué claridad lo expone José Antonio!: “España (vino) a América
a decirles a los indios que todos éramos hermanos... puesto que siglos
antes, en otras tierras lejanas, un Mártir había derramado su sangre en
66 39 - Año 1997
el sacrificio (de la cruz)
para que esa sangre
estableciera el amor y
la hermandad entre
los hombres”. Fue así
como España, conclu-
ye José Antonio, ganó
“al mar y a la barbarie
continentes descono-
cidos. Los ganó para
incorporar a los que
los habitaban a una
empresa universal de
salvación”, una em-
presa permanente an-
te la que no es lícito
dimitir, y que debiera
“mantener tensos los
hilos de comunica-
ción” entre las dos
orillas hispanas del
Atlántico.
Movimiento político
39 - Año 1997 67
sucede en el partido único– hay y debe haber libre contraste de pareceres,
porque una cosa es la rígida uniformidad que caracteriza al partido úni-
co y otra la diversidad enriquecedora desde la unidad que fortalece.
Las características originales y definitorias del Movimiento joseanto-
niano y de sus militantes merecen nuestra atención; y no sólo por lo
que en sí misma suponen, sino como hecho diferencial y genuino en el
conjunto del renacimiento nacionalista europeo que surge luego de
concluir la guerra de 1914 a 1918.
Tres son, a mi juicio, esas características identificadoras: la poesía, la
milicia y la religiosidad. Vale la pena destacarlas.
Ya en el discurso fundacional del teatro de la Comedia, de Madrid,
José Antonio, rompiendo el prosaico sonsonete liberal, dijo: “a los pue-
blos no los han movido más que los poetas, y ¡ay de los que no sepan
levantar frente a la poesía que destruye la poesía que promete!”. Y fijé-
monos bien: se trata de dos tipos de poesía, la que destruye y la que
promete. Aquélla seduce para el mal. Ésta anima para el bien. ¿Acaso
no tiene una inspiración poética seductora la letra de “La Internacional”,
que machacó y redujo a la esclavitud y al hambre a tantos países y du-
rante muchos años?, ¿y acaso no es verdad que las estrofas de nuestro
“Cara al Sol” componen un himno cuajado de la poesía esperanzada
que promete, como aquella que dice- “volverán banderas victoriosas al
paso alegre de la paz / y traerán prendidas cinco rosas las flechas de mi
haz”?
Todo el mensaje político de José Antonio está impregnado de la poe-
sía que promete. Sobre lo circunstancial –que tuvo en cuenta, cierta-
mente– efímero y pasajero, despuntan aquellos hilos poéticos a través
de los cuales el conductor, sobre el que ha caído el manto de púrpura,
alumbrando una gran fe, se pone en comunicación entrañable e íntima
con su pueblo.
Pero esos hilos conductores son –conforme al pensamiento joseanto-
niano– no sólo poéticos sino también castrenses y religiosos, ya que to-
da empresa política seria es, al mismo tiempo, una empresa religiosa y
militar. “Lo religioso y lo militar –dirá José Antonio– son los dos únicos
modos enteros y serios de entender la vida”, y con ambos tiene que
restaurarse España.
Todo esto explica que, conforme al deseo de José Antonio, el mili-
tante de su Movimiento no deba homologarse al socio de un partido,
en el que se inscribe, paga una cuota y acude a las urnas, sino que ha
de profesar y recibir el espaldarazo que le haga, a la vez, soldado y
monje, a la manera, aunque actualizada y puesta al día, del caballero
medieval que, de rodillas, ante la cruz y el estandarte, ingresaba en una
orden religiosa y militar como las de Santiago o Calatrava.
68 39 - Año 1997
El temple ascético del militante acaba convirtiéndose en mística, y la
mística, que nada tiene que ver con lo mítico, pero que se identifica con
lo misterioso, despierta admiración y veneración. José Antonio fue el
arquetipo personal, simbólico e integrador, en el quehacer político, de
la ascética y de la mística. Una de sus frases para mí más elocuentes y
queridas es aquella en que habla del “sacramento heroico de la muerte”.
Y digo esto, porque él, hoy hace 60 años, recibió ese sacramento –sin
derramamiento de sangre no hay redención, dice San Pablo– y al salpi-
car la tierra del patio de los fusilamientos de la cárcel alicantina, lo con-
sumó hasta las heces. El que os habla tiene un privilegio singular: un
puñado de esa tierra, salpicada por la sangre de aquel sacramento, se
halla en mi poder, y en una arqueta, a modo de joyero, la guardo, no
sólo como memorial que recuerda, sino como aguijón que en los mo-
mentos espirituales bajos espolea para continuar el combate.
El que se alista y enrola en un Movimiento político signado y animado
por estos tres valores, el poético, el castrense y el religioso, al pasar a la
acción, no puede olvidar nunca que si la acción es precisa y necesaria,
ha de estar iluminada por el pensamiento, “sin cuya constante vigilancia
la acción es pura barbarie”.
Termino
39 - Año 1997 69
sustituyan, suplanten, reemplacen y ocupen el lugar de Dios, arrebatán-
dole su libertad absoluta y su soberanía plena. Pero hay cuatro episodios
del Antiguo Testamento, que debieran aleccionarnos y prevenirnos cuan-
do la tentación del “seréis como dioses” nos acecha: la expulsión del
Paraíso, el aniquilamiento de Sodoma y Gomorra, la ruina de la torre
de Babel y el Diluvio Universal. Pero hay, igualmente, en los textos sa-
grados, una escala de Jacob, que ejemplarmente nos marca un camino
y una Cruz y un Crucificado, que nos atraen desde la cima del Gólgota.
La escala y la cruz. Sólo ellas. Con la ayuda todopoderosa del Espí-
ritu, pueden detener, en manos de los nuevos apóstoles, de los reevan-
gelizadores que anhelamos, la venida impetuosa de los nuevos bárbaros,
del llamado orden nuevo, que, como decía José Antonio, “destruye la
civilización occidental y cristiana, a la que se pretende clausurar... y que
nosotros, educados en sus valores esenciales, nos resistimos a dar por
caducada”. He aquí la invitación, anticipada en el primer tercio de
nuestro siglo, hecha por Juan Pablo II a Europa y a Occidente, de vol-
ver a encontrar sus propias raíces.
Lo que importa es si estamos o no dispuestos a recoger la invitación,
si nos encontramos con fuerza y entusiasmo suficientes para aceptar y
enarbolar la bandera del reencuentro, para recibir el espaldarazo que
nos habilite para la lucha enconada contra la nueva barbarie que nos
seduce, nos debilita y nos azota: nos seduce con la exaltación de los de-
rechos sin deberes; nos debilita con el hedonismo egoísta e insolidario;
y nos azota con la tiranía de las fuerzas secretas inmisericordes que es-
clavizan y empobrecen a nuestros pueblos.
Vosotros, los argentinos, para moveros a aceptar esa invitación, te-
néis el tesoro envidiable del pensamiento nacionalista, hispánico y ca-
tólico. Figuras que en España admiramos, y de las que tanto hemos
aprendido, como Meinvielle, Anzoátegui y Castellani, Genta y Goyene-
che, por no citar a otros muchos, os ofrecen una doctrina sólida y cohe-
rente. Desde sus libros brota un manantial de agua viva en la que se
puede beber hasta saciarse. El pueblo, traspasado de incertidumbre y
desolado, es decir, sin suelo y sin sol, tiene sed: sed de verdad y honra-
dez, sed de Dios y de Patria. Yo apelo a la juventud argentina a que,
venciendo la pereza y la amenaza, con un gesto gallardo y viril, se acer-
que al manantial de la doctrina y lo abra sin miedo, para que esa agua
viva se derrame sobre la sociedad, la penetre y la fecunde, a fin de que
Argentina sea una nación próspera y en paz, en la que imperen la justi-
cia y el orden, en la que las Malvinas, por las que tanta sangre se vertió,
se reintegren, con lucha o sin lucha, a la Patria. ¡Y que Nuestra Señora
de Luján os ayude y os bendiga!
70 39 - Año 1997
IDENTIDAD Y ESTATUTO DEL EMBRIÓN
DESDE EL PUNTO DE VISTA METAFÍSICO
ALBERTO CATURELLI
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decir que cada célula humana (menos el gameto) se constituye de 23
pares de cromosomas. A su vez, contienen fragmentos de ácido desoxirri-
bonucleico (ADN): son los genes que dirigen la fabricación de los mate-
riales necesarios para la vida del organismo; los genes, moléculas enrolla-
das helicoidalmente en doble escala, están compuestos por cuatro ele-
mentos denominados nucleótidos: adenina, tomina, citosina y guanina
(ATCG) que constituyen la codificación de la información genética; cuatro
nucleótidos que múltiplemente combinados contienen toda la informa-
ción genética de cada persona singular. Cada gen tiene forma de cinta
y es cortado en trozos y lugares precisos por las enzimas llamadas “de
restricción”; es decir, cada gen es dividido en fragmentos que van dife-
renciándose según cada familia y cada individuo.
De modo que (prescindiendo de la descripción del “mecanismo” del
encuentro de los gametos que dejo a los especialistas) hay un instante
en el cual, al unirse ambos gametos portando cada uno de ellos sus 23
cromosomas, forman el cigoto o célula humana inicial compuesta de
los 46 cromosomas; dicho de otro modo, la fecundación no es una
suerte de secuencia progresiva, ni menos una adición de elementos ex-
trínsecos entre sí, ni, obviamente, una especie de casualidad. Es un ins-
tante único e irrepetible como tal instante en el cual, los 23 cromosomas
se integran constituyendo en ese momento los 46 de éste embrión hu-
mano y no de otro; este embrión único, cuenta desde ese momento
con su programa genético para todo el tiempo de su vida. No me es ne-
cesario seguir describiendo las etapas de la constitución de la mórula,
del blastocisto y de la anidación, que escapa a mi competencia. Me
basta, para la presente reflexión, con saber que, desde el instante ini-
cial, ha aparecido el embrión humano.
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ción, no sólo coinciden y están en la misma línea sino que se identifican
en el instante. Esto no significa que el alma humana exista antes de la
fecundación o después de ella, sino que es simultánea en el instante
(presente) de constitución del cigoto. La embriología moderna ha venido
en auxilio de la metafísica la cual, ahora, dispone de la información su-
ficiente para afirmar la identidad, tanto temporal como ontológica, de
fecundación instantánea y animación de este todo-uno que es el hombre.
Ni la materia segunda ni la forma son pensables como existiendo antes
o después: simultáneamente se unen en el instante inicial.
Gracias a la embriología moderna sabemos que el cigoto, resultado
del acto de la fecundación, trae su intransferible programa genético;
que es un todo-uno singular, constitutivamente distinto de la madre y
autónomo en su orden. No es, en relación con la madre, como un
miembro o un órgano que es parte integral del todo biológico materno;
en ese sentido, el embrión “anida” en su útero y ella lo “tiene” y lo “lle-
va” consigo; le alimenta y abriga mientras se desarrolla, pero el embrión
no es parte integral suyo. Por el contrario, esta verdadera maravilla de
organización que es el embrión, tiene un acto de existir que le es pro-
pio; en realidad, es lo más íntimo suyo hasta el punto que se podría de-
cir que éste su mismo acto de existir es más íntimo que su misma inti-
midad. El embrión, pues, tiene o participa de un acto de ser que le es
intransferiblemente propio.
Como se ve, la reflexión metafísica supone el aporte de la ciencia
empírica; en ese sentido, acepta y utiliza los datos que han pasado por
el tamiz de la verificación legítima e intenta solucionar por medio de la
deducción científica legítima los problemas últimos que trascienden la
verificación sensible; reitero, pues, que estos problemas son considerados
con método rigurosamente científico que es la deducción metafísica.
Naturalmente, un empirismo reduccionista, una “argumentación” que
supone un análisis (previamente declarado antimetafísico) del lenguaje,
o un relativismo desconstruccionista, o esa suerte de no-pensamiento
que es el “pensamiento” desfundamentalista, han renunciado desde el
comienzo a solucionar el problema de la unidad y estatuto del embrión
humano; en el fondo, estas corrientes sofísticas (que no filosóficas) de
hoy, están en pugna con los meros datos de la ciencia empírica, de la
embriología y hasta de la simple y sencilla observación común.
Si regresamos a lo esencial, he dicho antes que el embrión tiene un
acto de existir que le es intransferiblemente propio. En tal caso es inevi-
table concluir que semejante acto no es donado al cigoto ni por sí mis-
mo, ni por los padres. Lo primero es impensable, porque nada existe
antes de existir; lo segundo es imposible pues los gametos disponen de
la totalidad de la materia organizada pero no pueden donar el acto mis-
mo de ser. Y como dar al efecto (el cigoto) el acto de ser es la creación,
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no debemos temer la conclusión que se impone por sí misma: sólo
Dios, que es el mismo Ser Subsistente que no “tiene” el acto de ser sino
que es su ser, puede donar al embrión su mismo existir (participado).
En ese sentido, es Dios la causa eficiente, primera, absoluta, principal y
principial; en el acto supremo del amor humano –en la unión sexual–
varón y varona son las causas eficientes por participación y, como ta-
les, segundas, principales en su orden de disposición de la materia y
principiales subordinadas en cuanto dan principio o comienzo. Luego,
la causalidad eficiente de los padres, en su mismo causar dispositivo y
coadyuvante, premovido desde el comienzo hasta el fin de la operación
por la causalidad de la Causa absoluta, disponen de la materia organi-
zada: el cigoto con sus 46 cromosomas; pero absolutamente, es Dios en
cuanto Causa eficiente primera, quien dona –en el instante– el acto de
ser del embrión humano. Por tanto, Dios no causa por un lado el cuer-
po y por el otro el alma que confiere ser tal embrión, sino que causa el
todo del embrión como un singular irrepetible que participa de un ini-
cial y singular acto de ser. La animación u hominización no puede ser,
por consiguiente, antes del encuentro de los gametos; tampoco puede
ser después, porque estando ya dispuesta la materia, sin el alma nada
sería; la hominización no se produce, pues, ni antes ni después, sino en
el instante. Instante inaprehensible, indetectable por la verificación empí-
rica, pero sin cual la misma verificación empírica posterior no sería po-
sible. Como bien se ha dicho, la naturaleza (y el orden natural) en su
dinamismo propio quiere lo que Dios quiere y, por eso, Dios se manifiesta
en el dinamismo de la naturaleza.
El instante de la fecundación es, pues, el del encuentro de la causa-
lidad eficiente primera y absoluta y por eso creadora, con la causalidad
segunda y coadyuvante de los progenitores. Es el punto exacto de in-
serción en la eternidad: por eso empleo el término instante queriendo
significar con él el presente metafísico del tiempo interior. La causalidad
eficiente absoluta y creadora se “toca” con la causalidad eficiente se-
gunda en el presente instantáneo (válgame la redundancia) de la dona-
ción del ser. Cuando el embriólogo explica cómo se unen los gametos
masculino y femenino y puede representar en una diapositiva la consti-
tución instantánea del cigoto humano, quizá sin pensarlo señala el ins-
tante creador, la inserción de la eternidad en el tiempo. Es claro que la
eternidad es el mismo Dios; pero en la medida en la cual los entes fini-
tos reciben de Dios el acto de ser, participan de la eternidad; como bien
dice Santo Tomás: “illud quod est vere aeternum, non solum est ens,
sed vivens” 1; es decir, lo que es verdaderamente eterno, no sólo es ser,
sino también vida; pero la vida se extiende también a la operación. Por
1 Sth, I, 10, 1, ad 2.
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tanto, el embrión humano recibe, con el acto de existir, la vida. Es cierto
que es correcto decir que los padres transmiten la vida, no la crean;
pero en el transmitir mismo, es decir, en el encuentro de ambos gametos,
la eternidad no transmite propiamente sino que, con el dinamismo del
proceso natural, dona el ser y la vida del todo del embrión humano.
El instante de la fecundación es el momento inicial del tiempo exis-
tencial; por eso el tiempo del hombre es bidimensional en el momento
inicial pues nada tiene de pasado y es todo futuro; el tiempo existencial,
desde el momento siguiente (el instante número dos) comienza a ser tri-
dimensional (pasado-presente-futuro) siempre reducidos al presente
del embrión; después del “alumbramiento” sigue siendo tridimensional
hasta el instante presente del acto del morir en el cual, sólo por un ins-
tante, vuelve el tiempo del hombre a ser bidimensional ya sin nada de
futuro (ante y en la eternidad) y en el cual todo el pasado se ha hecho
presente en el presente final. Por eso debemos decir que el hombre,
desde su concepción, se mueve de la Presencia a la Presencia, de la
eternidad a la eternidad en cuyo ámbito vivimos y somos durante toda
la vida. Ante el embrión humano debemos pensar que su acto de ser es
medido por la eternidad, así como su dinamismo lo es por el tiempo.
En el embrión se encuentran, pues, eternidad y tiempo, sacro instante
que debe movernos al silencio contemplativo que es, también, adoración
silenciosa.
39
75
participado, este todo subsistente es por el acto creador del Supremo
dador del ser (es ab alio). Son, pues, inseparables la inseidad y la aba-
liedad. La persistencia de la unidad concreta subsistente nos muestra
que el embrión humano, desde el instante inicial de la fecundación es
persona humana. Sería un grave error (como ya se ha sostenido) creer
que el embrión humano no es todavía persona y que lo será sólo cuan-
do sus facultades superiores o potencias estén en acto. No. Las potencias
(inteligencia, memoria, voluntad) cuyos actos son actos segundos, existen
en potencia existiendo realmente: son potencias del acto primero que
es el alma humana y, por eso, el todo subsistente o persona es, desde el
primer instante, persona humana en acto. En cuanto tal, el embrión hu-
mano es, simultáneamente, fin de todo el orden cósmico ya que todo
ente que no es fin en sí mismo, se orienta hacia la persona humana pues,
como enseña Santo Tomás, “sólo la naturaleza intelectual es requerida
por sí misma en el universo, mientras que todas las demás lo son por
aquella” 2. Al mismo tiempo, el embrión humano es mediación en cuanto
es el único ente que podrá volver a sí mismo desde su propio acto. He
aquí toda la dignidad del sujeto humano, toda presente en aquella uni-
dad concreta, distinta, existente en sí misma, donada por Otro en el
Instante, subsistente en cuanto don irrepetible del acto de ser.
2 C.G.,III,112.
3 Filosofía del Diritto, Opere, vol. XIX, ed. Nazionale, Nros. 49-52; textos sistemáticamente
reunidos en el vol. Il pensiero e politico di Antonio Rosmini, p. 103-105, a cura di M.F.Sciacca,
Sansoni, Firenze, 1962.
76
39
en cada una el sacro deber de defender el embrión humano: es lo que
me atrevería a llamar el deber originario correspondiente al derecho
subsistente.
Lo que hoy se llama crio-conservación de embriones es un atentado
gravísimo –me atrevería a calificarlo de nefando– contra la integridad
del embrión-persona. Las técnicas de los embriones congelados y de
las inevitables consecuencias del sur-plus de embriones condenados a
muerte, constituyen el más “perfecto” y nunca anteriormente mejor lo-
grado atentado homicida contra el derecho subsistente. Es como el tra-
mo final de una verdadera cadena de delitos: el modo ilícito de obtención
de los gametos, el modo ilícito de separación del amor encarnado de
los esposos y la fecundación (fecundación in vitro) y el modo ilícito de
“conservación” de los embriones... todo lo cual concluye en un atroz
homicidio múltiple de laboratorio. Es menester volver a leer con atención
las palabras de la Donum vitae: “el fruto de la generación humana des-
de el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución
del cigoto, exige el respeto incondicionado que es moralmente debido
al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe
ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción
y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los
derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo
ser humano inocente a la vida” 4.
4 Donum vitae, I, nº 1.
5 La metafísica cristiana en el pensamiento occidental, Primera parte y Segunda parte,
Conclusión, Ediciones del cruzamante, Buenos Aires, 1983.
39
77
ficiente; sin embargo, la historia del pensamiento occidental nos muestra
que si sólo existe el singular sensible, es y ha sido posible la reducción
de todo ser y conocer a la experiencia; en cuyo caso el proceso de au-
tosuficiencia se pone como pleroma de la experiencia sensible; por eso
mismo y con perfecta lógica interna, el pensar y la materia se convierten
(el ente sensible es pensamiento-pensado) y de ese modo se vuelve
posible la reducción del todo a la materia y sus estructuras, transformando
el todo en un pleroma de la materia. Allende la ratio autosuficiente,
allende la experiencia sensible y allende la materia, nada. De ahí que
una hermenéutica nihilista consecuente con el inmanentismo moderno
y “postmoderno”, deba concluir inevitablemente en el atroz pleroma de
la Nada. En tal caso, no existe (ni puede existir) norma alguna de los
actos libres (ni siquiera existen los actos libres) y el progresivo desfonda-
miento de lo real y del hombre desde la “muerte” de Dios a la muerte
del hombre. Cierta lógica interna enloquecida, deicida, homicida y sui-
cida, ha abierto los caminos de una anti-cultura de la muerte. Estoy,
por eso, convencido, que más o menos conscientemente (a veces por
desgracia muy conscientemente) percibimos obstinación en tesis ya
insostenibles como la del pre-embrión (porque puede justificar el aborto);
cuando podemos observar los esfuerzos que se realizan para sostener la
existencia de un proceso que va desde la fecundación hasta la anidación
(negando que existe una persona humana); cuando leemos una (pseudo)
legislación positiva que permite la crio-conservación de embriones conge-
lados... y la antecedente y la consecuente eliminación, ya de los inaptos,
ya de los “sobrantes”, comprendemos que existe una suerte de lógica
perversa, una verdadera sofística inventora de pretextos. Es un hecho
histórico la existencia de una ilógica “lógica” interna del proceso del in-
manentismo que, en la progresiva absolutización de la razón, de la ex-
periencia, de la materia y de la Nada, no puede concluir sino en la ne-
gación del hombre desde su misma aparición en el útero materno hasta
su muerte.
La negación del acto de ser en el plano metafísico y por eso negación
del Ser subsistente, tiene que conducir a la negación de la vida pues,
como decía anteriormente citando a Santo Tomás, el ser eterno (ahora
negado) no sólo es ser sino vida. El pleroma de la Nada es la suprema
negación de la vida; es una suerte de abismo de Nada. Un desgraciado
pensador de nuestros días, con atroz sinceridad, lo ha dicho claramente:
“Subimos hacia el abismo, descendemos hacia el cielo. ¿Dónde estamos?
Pregunta sin sentido: ya no tenemos lugar…” 6. En el Breviario de po-
dredumbre, Cioran confesará que “el ser mismo no es más que una
6 E.M. Cioran, Adiós a la filosofía, p.80, prólogo, trad. y selección de textos de F. Sava-
ter, Alianza Editorial, Madrid, 1980.
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39
pretensión de la Nada” 7; que no queda otra vía que la de odiarme a mí
mismo 8, para concluir en el abismo de una reprobación absoluta: “¡Que
sea maldita para siempre la estrella bajo la que nací, que ningún cielo
quiera protegerla, que se disperse por el espacio como un polvo sin
honra! Y el instante traidor que me precipìtó entre las creaturas ¡sea por
siempre tachado de las listas del tiempo!” 9.
39
79
CLONACIÓN DE HUMANOS
Puntocríticodeaproximaciónaldebate
CARLOS JOSÉ MOSSO
39 - Año 1997 81
Como punto de partida es necesario aclarar que el mismo concepto
de clonación se utiliza en distintos sentidos, y que no todos estos senti-
dos del vocablo ofrecen dificultad desde el punto de vista de la ética.
Aunque parezca obvio, no está de más recalcar que en la “duplicación
genética” de especies animales y vegetales no encontramos dificultades
“a priori” de orden ético o jurídico. Consideramos que ello entra dentro
de lo que el Creador permitió al hombre desde el comienzo de su exis-
tencia con el mandato divino de dominar la tierra y el permiso de ser-
virse de cuanto en ella hay para su sustento, “y te servirás de ella como
de todo cuanto vive y se mueva sobre la tierra... “os doy cuantas hier-
bas de semilla hay sobre la haz de la tierra... para que os sirvan de ali-
mento. También a todos los animales de la tierra... les doy para comida”
(Gen 1, 28-30). Pueden sí plantearse problemas de orden práctico y
ecológico –lo que no deja de ser importante– al propiciar el desarrollo
de seres vegetales o animales genéticamente homogéneos, a expensas
del criterio de diversidad , lo que puede influir a la larga en la calidad
de vida de los hombres (caso como el de la pérdida de una cosecha de
cereal clonado que no pueda resistir una plaga, y que sí hubiera podido
resistir otra variedad del mismo cereal, aunque también –y esto es lo
que aparentemente se busca–puede mejorarse la especie animal o ve-
getal en aras de obtener mayor valor alimenticio de esa especie).
Va de suyo además que el mandato divino de dominar la tierra y el
permiso de servirse de ella, lleva implícita para el hombre la obligación
de cuidar de ella y de todo lo que en ella existe. “Porque la creación es
querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia
que le es destinada y confiada”. El dominio concedido por el Creador
al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto;
está regulado por la calidad de vida del prójimo incluyendo la de las ge-
neraciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la
creación” (Catecismo de la Iglesia Católica, 299 y 2415)
Conviene aclarar también para descartar mitos (y más allá de lo que
pueden ser licencias idiomáticas en la utilización de ciertos términos),
que la posibilidad de la existencia de dos seres idénticos es ontológica-
mente imposible. Ello por el llamado principio de identidad (uno de los
cuatro principios de la realidad del ente. Los otros tres son: el principio
de contradicción, el de razón suficiente y el de tercero excluido) El prin-
cipio de identidad nos dice que todo ente (ser) es idéntico a sí mismo.
Por lo tanto no puede haber dos seres idénticos.
En el caso de la clonación, de cualquier naturaleza que sea, los seres
llamados “idénticos”, aunque sutilmente se los llame “genéticamente
idénticos”, no son idénticos, sino en todo caso iguales, y la igualdad es
una forma de lo diferente. Todo ente es idéntico a sí mismo, y por lo
tanto diferente a otro, aunque pueda ser igual a otro (cfr. Carpio,
82 39 - Año 1997
Adolfo, Principios de Filosofía, Glauco, p.1). Dos personas con el mismo
coeficiente intelectual poseen una cualidad que los hace de alguna ma-
nera iguales –pero sólo en relación a esa cualidad–. En el caso de dos
seres que poseen la misma información genética, son iguales en relación
a esa cualidad de su ser, pero no son idénticos. Yendo a lo más peque-
ño: un gen sólo puede ser idéntico a sí mismo, y aunque sea igual a
otro, no puede ser idéntico a ese otro.
Por eso resulta más acertada la expresión de “individuos genética-
mente homogéneos” o copia genética, como si fuera una reproducción
fotográfica (Basso, Mosso y otros, Problemas éticos que plantean las
técnicas de reproducción humana, San Pablo, p.217).
Este argumento por sí solo sirve para desterrar la vana expectativa
de recuperar por ejemplo al ser querido que ha fallecido. ¡Qué torpe
ilusión! Quién podrá reconocer en la copia genética, a la mujer que ha
amado y que Dios se llevó primero? Qué madre mediante la clonación
podrá reconocer en la “copia genética”al hijo fallecido? No es lo mismo
la fotografía que lo fotografiado, si ni siquiera aquella es igual a su ne-
gativo.
Resulta obvio además que aun cuando se lograra copiar genética-
mente individuos de la especie humana, será imposible copiar caracteres
que sólo pueden desarrollarse por influencia de los factores sociales, fa-
miliares, educativos y culturales en los cuales cada ser humano se en-
cuentra inmerso. Es el yo modelado por la circunstancia, a la que se re-
fería Ortega y Gasset.
A ello hay que agregarle algo más, precisamente lo fundamental,
que es el aspecto espiritual del hombre. Difícilmente pueda imaginarse
que dos animales –dos “Dollys”, por ejemplo–, en virtud de su homoge-
neidad genética, se comportarán de la misma forma a lo largo de la vi-
da, lo que implicaría que comieran, evacuaran y copularan al mismo
tiempo una y la otra, casi en forma robótica. Pero ello sólo podría darse
–y siempre hipotéticamente– en el caso de que los factores externos
fueran también iguales (que comieran el mismo pasto, que copularan
con el mismo macho, etc.). Pero bastaría cualquier mínima modificación
de esos factores para alterar ese comportamiento, y aun así quedaría por
dilucidar si el llamado “principio vital” –o alma animal (no espiritual) –
también sería susceptible de ser copiado genéticamente.
Con mayor razón entonces cabe afirmar que, aun cuando fuera po-
sible clonar seres humanos y lograr su desarrollo, lo que hace que el
hombre sea hombre –o sea el alma espiritual, única e irrepetible– es im-
posible de ser clonada. Para la filosofía realista (Aristóteles, Santo To-
más de Aquino) el alma informa la materia. El hombre es materia y for-
ma. El cuerpo es la materia y el alma la forma. Podrá lograrse tal vez
que mediante la clonación un individuo sea físicamente igual a otro, y
39 - Año 1997 83
que en virtud de esa igualdad genética, que tenga tendencias, apetitos
y quizá pasiones también iguales, pero jamás podrá lograrse que dos
individuos sean igualmente virtuosos, igualmente buenos, igualmente
voluntariosos, etc., porque son éstas –como tantas otras– potencias del
alma, cuyo desarrollo y ejercitación no dependen siquiera de los factores
ambientales (aunque contribuyen), sino en definitiva de aquello tan dis-
tintivo del ser humano, que es la libertad.
Es decir que, aun dos personas criadas en el mismo ambiente fami-
liar y cultural, recibiendo la misma educación, podrá una dominar sus
pasiones y la otra tal vez no, o no en la misma medida. En el plano so-
brenatural una puede salvarse y la otra condenarse. La homogeneidad
genética no puede ni siquiera marcar una tendencia de vida espiritual,
de piedad o práctica religiosa, que es la dimensión más íntima, y a la
vez más trascendente, de la persona. La genética no puede penetrar en
la conciencia del individuo.
¿Puede el hombre fabricar un alma? Lógicamente afirmamos que
no. Sin necesidad de penetrar en el campo de la fe, baste analizar que
en un laboratorio se trabaja y experimenta con genes, con células, con
tejidos, etc, es decir, con cuerpos materiales, que pertenecen de suyo al
universo de los sentidos .
En cambio, como lo demuestra “in extenso” Santo Tomás en la 1ª
parte, cuestión 75 de la Suma Teológica, el alma humana es de otro
orden, es inmaterial como toda forma, y subsistente, es decir es incorrup-
tible, pues subsiste por derecho propio, lo que significa que es espiritual,
y por eso es necesaria, no contingente, y verdadera imagen de Dios,
que es el mismo Ser subsistente. Por eso decimos que es inmortal. Cla-
ro que no es objeto de este trabajo demostrar la existencia del alma es-
piritual. Negar la espiritualidad del alma sería retroceder a un grosero
materialismo. Con estos conceptos básicos pretendemos ir un poco más
allá de lo que se nos aparece como obvio, sin que ello signifique renun-
ciar en el debate al que asiste la sociedad a ir al fondo de todas las cues-
tiones que se pudieran presentar (la creación del hombre, la existencia
de Dios, el big-bang, etc.) pero lo cual excede el objeto de este trabajo.
Decimos entonces que el alma humana es incorpórea y no viene a
la existencia por vía de generación, pues es simple y no está compuesta
de partes integrales. Por lo mismo se debe afirmar que tampoco puede
venir a la existencia por clonación, que, siendo ésta un modo de repro-
ducción análoga a la generación natural, necesita de partes, movimiento
y contacto, cosas de las cuales carece el alma humana, por ser de un
orden superior, simple e incorpórea. O sea que, en análisis estrictamente
filosófico, se concluye que el alma de cada hombre sólo adviene al ser
por vía de creación directa de Dios.
84 39 - Año 1997
Pues bien, sobre el supuesto de la existencia del alma espiritual y
que, como señalé en el párrafo anterior, ella no puede “fabricarse en el
laboratorio”, y descartando la “generación espontánea” no nos queda
sino aceptar que el alma es creada por Dios. “ Por eso la Iglesia, que es
madre y maestra, enseña que cada alma espiritual es creada por Dios, y
no producida por los padres” (Catecismo de la Iglesia Católica, 366)
Esta realidad que se nos muestra como irrefutable y en apariencia tan
simple, merece sin embargo , en relación al tema que nos ocupa, que le
dediquemos un poco de atención. Porque la pregunta, en este punto,
no es tanto ¿quién crea el alma? sino ¿cuándo Dios crea el alma?
Este es el punto crítico para la teología, que por supuesto no es nue-
vo, pero adquiere una nueva dimensión en relación al tema de la clo-
nación.
En efecto: son válidos y por lo tanto reproducibles aquí los argumentos
que sostienen –y que compartimos– la tesis de la infusión del alma en el
momento de la concepción, es decir cuando el espermatozoide penetra
el óvulo, independientemente de si esta se produce en forma natural o
artificial mediante las técnicas de procreación “in vitro” que hemos re-
probado como moralmente ilícitas (en cuanto se disocia la procreación
de la sexualidad), en consonancia con el magisterio de la Iglesia. “El ser
humano ha de ser respetado como persona desde el momento de su
concepción” (Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y
la dignidad de la procreación, Sagrada congregación para la doctrina de la
fe). Esta declaración basta por sí sola para sostener la teoría de la infu-
sión del alma en el instante de la concepción, puesto que la condición
de “persona” requiere necesariamente la existencia de un alma intelectual
que le dé a “la substancia individual, su naturaleza racional” (Boecio)
Por otro lado, se muestra como evidente que la virtualidad de que un
ser humano se desarrolle sólo es posible –en relación al óvulo y el esper-
matozoide– en la medida en que estos se unen. Es decir: un óvulo por
sí solo nunca podrá ser más que un óvulo y un espermatozoide por sí
solo nunca será otra cosa más que un espermatozoide. Pero un óvulo
fecundado por un espermatozoide da origen a un nuevo ser humano.
En la concepción se produce la fusión cromosómica de las gametas in-
dispensable para que se desarrolle el nuevo ser. Esa fusión, con su transmi-
sión de carga genética, es lo que hace que las gametas (una vez unidas)
constituyan la materia proporcionada y dispuesta para la recepción del
alma espiritual que informará esa materia originando un nuevo hombre.
“El cuerpo no es humano hasta estar informado por el alma racional
que es su forma sustancial y le da la especie. Ella le da el ser –o sea el
“esse”– y el ser tal –esto es la “esencia”– es decir le da la vida, y por ella
es, vive, siente y conoce” (Sto. Tomás de Aquino, Spiritualibus Creaturis,
art. 3; E. Gilson, El Tomismo, Eunsa, p. 358).
39 - Año 1997 85
“La disposición de la materia, necesaria para recibir su forma, ya
está en el embrión y se muestra: en la heterogeneidad del mismo, vida
propia e inmanente desde el primer instante, especifidad biológica del
producto de la concepción, presencia de la totalidad del caudal genético
–en los cuarenta y cuatro autosomas y dos cromosomas sexuales–, lo
que tiene carácter dispositivo; lo que nos lleva a afirmar que: el producto
de la concepción está materialmente dispuesto para recibir la forma
sustancial propia de su especie, desde el primer instante de la concep-
ción” (Romero Guillermo y Mikalonis Vytautas, “El aborto directamente
provocado”, Gladius nº 8, p.143). Es decir que en la concepción el
óvulo deja de ser óvulo y el espermatozoide deja de ser espermatozoide.
En cambio sin esa transmisión genética, cada gameta seguirá siendo
nada más que una gameta, sin potencialidad de ser otra cosa. Insisto en
que un espermatozide no es potencialmente un hombre. No tiene, sino
es con la unión con el óvulo, la posibilidad “per se” de convertirse en un
hombre. Su potencia es la de unirse con el óvulo y producir la fecunda-
ción que originará el nuevo ser humano, distinto, único e irrepetible.
Por otro lado, la naturaleza simple del alma, no admite que esté di-
vidida en partes. “El alma es una en su esencia, es decir simple e indivi-
sible, al revés de las cosas materiales, que son compuestas y divisibles”
(Jolivet Regis, Curso de Filosofía, Club de lectores, p.215).
No existe una porción del alma en el óvulo, y otra en el espermato-
zoide (eso ya sería un hombre) En cambio, cuando observamos que en
la concepción se inicia un proceso de desarrollo –un camino sin retorno–
que puede truncarse, pero nunca quedarse o volver atrás (o sea que
nos muestra movimiento) parecería que ése es el momento de la ani-
mación de la materia, por tanto el origen del nuevo ser, sobre la base
de que, como dijéramos antes, la disposición de la materia para recibir
su forma, ya está en el embrión. Como decía J. Lejeune: “tan pronto
como los veintitrés cromosomas paternos se encuentran con los veintitrés
cromosomas maternos, está reunida toda la información genética nece-
saria y suficiente para determinar cada una de las cualidades innatas
del nuevo individuo” (Genética, ética y manipulaciones, conf. ed. por
la Un. Cat. de Córdoba).
Si el alma no puede hallarse presente antes de la organización del
cuerpo, y siendo que en la unión cromosómica de las gametas, ya se
encuentra ese todo organizado, que, a partir de ese momento sólo le
resta crecer, pero que, ontológicamente (y genéticamente) ya no se dis-
tinguirá, esa primera célula (cigoto) de lo que es un adulto, podemos
inferir que el alma es infundida por Dios en el momento mismo de la
concepción. Como dice Basso: “el microscópico embrión científicamente
hablando es un cuerpo organizado en el sentido estricto y fundamental
exigido por Santo Tomás. No se da en él evolución ni metamorfosis, o
sucesión de formas substanciales” (Nacer y morir con dignidad, Depalma,
86 39 - Año 1997
p.97). Curiosamente, lo que el aqui-
natense no pudo concluir en su épo-
ca, por la falta de los conocimientos
biológicos actuales (de allí su teoría
de la animación retardada), es posi-
ble concluirlo ahora, pero sobre la
base de su mismo principio filosófi-
co: el de la materia organizada co-
mo condición necesaria para recibir
el alma.
Esto que hemos desarrollado nos
enfrenta sin embargo con algunas
dificultades aparentes en relación a
la clonación. Porque si, como lo he- “Clonación”, por Marcelo Breide Obeid
mos expuesto, parecería ya no ha-
ber duda sobre el momento de la infusión del alma en relación a la
concepción (unión del óvulo con el es-permatozoide), ¿qué pasa cuando
esa unión no se da, y de todos modos podría originarse un nuevo ser?
En efecto: cuando se habla de clonación los conceptos de concepción y
de fecundación sobre todo, empiezan a resultar equívocos, como también
resultan equívocos los conceptos de transmisión e información genética.
Por eso, y completando lo que hemos anticipado párrafos arriba,
deberemos brevemente explicar qué es técnicamente una clonación.
Va de suyo que nos referimos a la clonación obtenida artificalmente,
que nada tiene que ver con la llamada “clonación natural” por algunos
científicos, en relación a, por ejemplo, la división celular que da lugar al
desarrollo de gemelos humanos, cuya causa primera es la unión de las
gametas, o sea la fecundación.
“Consiste la clonación en la multiplicación biológica sin intervención
de la sexualidad, realizada artificialmente para conseguir individuos ge-
néticamente homogéneos. Es una forma de reproducción asexuada que
da como resultado una copia genética, como si fuera una reproducción
fotográfica. En esta técnica participa un solo progenitor, que aporta el
núcleo de una o más células de su cuerpo. De este modo se realiza el
transplante nuclear de una célula somática a un óvulo. Cada célula so-
mática contiene en su núcleo el código genético de todo el organismo.
El método de clonación se realiza retirando el núcleo del óvulo y susti-
tuyéndolo por el núcleo de una célula somática no sexual. El óvulo se
comporta como si estuviera fecundado dando lugar a un individuo ge-
néticamente homogéneo al que aportó el núcleo. Como bien sabemos
se ha intentado ya en animales pero no tenemos evidencias de que se
haya probado en humanos. Se supone que el individuo resultante se
lograría sin ser necesaria la unión sexual ni natural ni artificial, pues no
39 - Año 1997 87
hay proceso de fecundación. El hijo nacido por clonación proviene de
un solo individuo” (cfr. Basso, Mosso y otros, ob. cit., pp.217-218).
No entraremos en este trabajo, para no desviarnos del objeto del
mismo, en el análisis de otro tipo de procedimientos posibles de manipu-
lación genética, como la llamada autoprocreación femenina, la parteno-
génesis, y la fecundación interespecies, puesto que los interrogantes si-
guen siendo los mismos para cualquiera de estas aberraciones posibles.
Porque yendo al fondo del asunto, y retomando el aspecto filosófico:
si, como hemos dicho, en el momento de la concepción se origina un
nuevo ser humano, individuo racional, o sea que posee alma, entendien-
do por concepción la penetración del espermatozoide en el óvulo, ¿qué
sucede cuando en el laboratorio se obtenga un ser por clonación o sea
sin fusión de gametos masculino y femenino, con todas las características
aparentes de humanidad –suponiendo que lograra desarrollarse–? ¿Ten-
drá alma espiritual? Si no tiene alma espiritual, será un animal? ¿O será
tal vez, una prolongación del otro yo –y en otro cuerpo– que le dio ori-
gen? ¿Si tiene alma, deja de ser válida la teoría de la infusión del alma
en el momento de la concepción?
La problemática ya no es de ciencia-ficción, desde que se consiguió
clonar animales, pero las respuestas a los interrogantes, tampoco lo son.
Descarto por absurda la tercera pregunta. El alma es sustancia simple,
única e indivisible, y por lo tanto irrepetible e irreproducible. Es el mis-
mo argumento del que habláramos párrafos arriba respecto de la imposi-
bilidad de que el alma estuviera ya en el óvulo o en el espermatozoide,
si así fuera ya tendríamos un hombre en cada gameta. Pero como dice
Santo Tomás, el alma que va a informar la materia requiere de esta que
esté organizada, y como hemos señalado, a la luz de los conocimientos
científicos de hoy día, puede decirse que el cigoto –primera célula– po-
see todas las características de organización cromosómica que permiten
hablar de un todo organizado, al igual que el cuerpo de una persona
adulta.
Por lo tanto no puede el alma repartirse en dos cuerpos diferentes,.
Si así fuera, habría que aceptar que cuando se trasplanta un órgano en-
tre vivos, un pedazo del alma del donante va a parar al cuerpo del re-
ceptor.
En consecuencia, el individuo que surja como resultado de la clona-
ción tendrá (si la tiene), un alma diferente a la del sujeto clonado. Ese
individuo entonces sería otro hombre, o sea otra “substancia individual
de naturaleza racional” (Boecio).
A mayor abundamiento: si aceptamos que el feto es un ser humano
(por lo tanto tiene alma), y sin embargo, durante la gestación se encuen-
tra dentro del cuerpo de la madre, unido a ella por la placenta, pero no
88 39 - Año 1997
es parte de su cuerpo, y que se trata de una persona distinta a la de la
madre, no obstante estar albergado en su interior, con mayor razón de-
bemos aceptar que lo que está fuera del cuerpo de un hombre, no pue-
de albergar el alma de ese ser humano. (Podrá albergar otra alma, o
ninguna, que es lo que a continuación veremos.)
La segunda pregunta se presenta aparentemente como más compleja
de resolver y es lo que puede tentar a los científicos a realizar estas
prácticas aberrantes. A falta de experiencia, sólo cabe la especulación
teórica, aunque cabría preguntarse si ello se justifica. Entiendo que la
especulación se justifica para desalentar precisamente, más allá de toda
estricta prohibición que los Estados deben implementar, investigaciones
inútiles que sólo perseguirían fines espurios y utópicos, cual sería producir
una quimera o buscar inútilmente la transmutación de especies.
Porque si el sujeto obtenido por clonación no tuviera alma humana,
puede deducirse que sería un animal, siempre y cuando poseyera los
caracteres propios de tal, o sea, el instinto, los sentidos, la capacidad de
trasladarse, de desarrollarse, la necesidad de alimentarse, reproducirse,
etc. Lo que no cabe duda es que no puede ser una mezcla de hombre y
animal por el principio de contradicción. “Ningún ente puede ser P y
no P al mismo tiempo” (Carpio, ob. cit., p.1) O es humano o es animal,
o no es ninguna de las dos cosas (principio del tercero excluido). Pero
¿puede obtenerse de compuestos humanos un animal? Aun en la fecunda-
ción interespecies, si fuera posible, habría que aceptar que el resultado
será o bien un hombre o bien un animal, pero nunca una combinación
de ambos , o especie intermedia, a menos que –permítaseme la ironía–
resucitáramos a Darwin, pero no para para hablar de evolución sino de
involución.
Aceptar la tesis de la especie intermedia sería tratar de imaginarse
un ente (hombre-animal) un poco libre, un poco inteligente, con una
incierta capacidad de abstracción, y de comprensión de algunos universa-
les, y con un destino semi sobrenatural, lo que resulta metafísicamente
imposible y racionalmente absurdo.
De todos modos ¿puede el sujeto obtenido ser un animal? Podemos
inferir que no, desde que no se conocen en la naturaleza, aun en las
especies que se reproducen asexuadamente, que se hayan engendrado
especies diferentes e inferiores. La estrella de mar sólo reproduce una
estrella de mar y no un alga.
No se conocen animales que hayan engendrado vegetales, ni vege-
tales que hayan producido minerales. De manera que no vemos cómo
de un hombre –animal racional– podría obtenerse un mero animal. Ello
iría contra el principio del orden de la naturaleza impuesto por Dios, y
que sólo Él, por personalísimas razones –como la salvación de las al-
mas– puede, por ser su autor, alterar (los milagros, por ejemplo). Dios
39 - Año 1997 89
puede alterar el rumbo de un cometa, pero el cometa no puede “per
se” alterar su rumbo. De la misma forma que el hombre no puede con-
cebir un animal, pensamos, por analogía, que no puede obtener un
animal de sí mismo como consecuencia del procedimiento de la clona-
ción. Y si fuera posible, debemos destacar, que si el resultado es un ani-
mal, podrá haber mil reparos ecológicos tal vez, pero no tantos jurídicos,
puesto que el animal no es sujeto de derechos.
Lo que sí podemos afirmar, siguiendo la línea de pensamiento que
venimos sustentando es que si el sujeto obtenido por clonación es un
hombre –por lo tanto posee alma racional– esa alma es creación directa
de Dios, porque, como dijimos, el alma no puede ser clonada por ser
de naturaleza simple, espiritual, y por lo tanto, única e irrepetible. Lo
que hace a cada hombre un individuo único e irrepetible no es su cuer-
po, sino su alma (en ese cuerpo).
Yendo a la última pregunta: si es posible obtener un ser humano
mediante la clonación, o sea prescindiendo de la concepción, y por lo
tanto de la sexualidad, ¿cae la teoría de la infusión del alma en el mo-
mento de la concepción?
Pensamos que no sólo no cae, sino que por el contrario se refuerza.
Y la reflexión nos va a llevar al objetivo principal de este trabajo, que es
el problema ético que presenta el tema de la clonación de humanos.
Porque, y anticipándonos, lo grave no es la clonación en sí misma, sino
la alteración del orden impuesto por Dios al hombre, lo que de suyo trae
consecuencias siempre funestas. En realidad, no es más grave clonar un
ser humano que congelar un embrión –que también es un humano– o
legalizar el aborto. Y en ese sentido, se levantan airadas voces recubiertas
de repugnante y farisaica moralina en contra de la clonación. Son las
mismas voces que promovieron, en los Estados Unidos, recientemente,
y sin escrúpulo alguno, el aborto por decapitación exhibiéndolo como
avanzada conquista de los derechos humanos (¿de quién?), y haciendo
gala del más absoluto desprecio por la vida humana real y posible, co-
mo lo es la del feto, ser humano albergado en el vientre materno.
Decíamos que la teoría no cae, sino que se refuerza. Puesto que el
eje de la argumentación, a nuestro entender, no es el hecho de la unión
de las gametas en sí mismo, sino que esta unión permite el intercambio
cromosómico necesario para que exista como consecuencia de ello “el
todo organizado” del que hablábamos, citando a Santo Tomás, ante-
riormente. Y ninguna dificultad aparece en afirmar que, si el óvulo al
que se le ha quitado el núcleo, sustituyéndolo por el núcleo de una cé-
lula no sexual, termina comportándose “como si hubiera sido fecunda-
do”, y por lo tanto, comenzara a desarrollarse, nos encontraremos allí
con un “todo organizado” para que el alma sea infundida. Como de-
cíamos antes, eso sólo podrá comprobarse experimentalmente.
90 39 - Año 1997
Por eso, el problema no es teológico ni biológico. Es estrictamente
ético, y, consecuentemente, jurídico. Volviendo a la pregunta inicial:
¿es moralmente admisible la clonación de humanos?
Curiosamente nos encontramos con que la respuesta, en nuestra lí-
nea de pensamiento, no difiere en el fondo de lo que hemos sostenido
en trabajos anteriores referidos a la procreación humana artificial y el
aborto (v.g.: “Algunas consideraciones éticas y jurídicas acerca de la pro-
creación artificial”, El Derecho, nº 8986, año 1996). La clonación es un
paso más dentro de las aberraciones posibles que buscan alterar el or-
den impuesto por Dios a los hombres y la naturaleza. Y Dios ha queri-
do que el hombre se reproduzca como consecuencia de la unión amorosa
del hombre y de la mujer, sin disociar el “sentido unitivo y procreativo
de la sexualidad”. La fecundación “in vitro” produce esa disociación en
la sexualidad, y la clonación directamente prescindirá de ella.
Una vez más la tentación en el paraíso “seréis como Dios”, se hace
presente, salpicada de literatura visionaria, como la de Huxley, de quien
se pretende rescatar más de su famosa novela Un mundo feliz “las
sensaciones placenteras de los hombres fabricados”, que la “locura de
los que no habían aceptado someterse al proceso químico que los haría
“felices sin libertad”, y que vivían recluídos en una isla”, “la isla de los
pocos cristianos que quedaban en el mundo”.
La fertilización humana artificial ha logrado disociar el acto sexual
de la procreación. A la sexualidad sin procreación lograda con los mé-
todos anticonceptivos se le sumó la procreación sin sexualidad, pero
con participación de todos modos del hombre y de la mujer que apor-
tan sus gametos. Ahora se vislumbra que, con la técnica de clonación,
podrá lograrse procrear sin la participación, ni transmisión de carga ge-
nética del otro sexo.
De ello se derivan varias consecuencias: mal podrá llamarse al ser así
obtenido “hijo” (¿de quién?). O sea, se traerá al mundo una persona con
madre (si se la puede llamar así) pero sin padre. Al no tener padre, tam-
poco puede decirse que tendrá una familia, que por definición es el
grupo humano formado por el padre, la madre y, si Dios los manda, los
hijos. Esa circunstancia ni siquiera será por desidia de un padre irresponsa-
ble o egoísta, sino por decisión predeterminada institucionalmente, en el
caso de que la práctica de la clonación fuere permitida por los Estados.
Se vulneran así derechos fundamentales de la persona, como el de
tener padre y madre, y el de pertenecer a una familia bien constituida.
La igualdad ante la ley también queda vulnerada. Esos individuos
tal vez no tendrán protección jurídica, desde que la ley, aun con los
avances legislativos logrados en nuestro país por ejemplo (Pacto de San
José de Costa Rica, Convención sobre los derechos del niño, etc. incor-
porados a la Constitución Nacional) protege a la persona desde la con-
39 - Año 1997 91
cepción. ¡Pero un clon humano no es resultado de la concepción! Ese
sujeto por lo tanto para el derecho positivo no será una persona, es de-
cir. no será sujeto de derechos. El avance legislativo que viene a prote-
ger –considerándolas personas– a los individuos humanos por nacer,
paradójicamente se volverá en contra de los sujetos no concebidos. Los
clones sufrirán discriminación por razón de su origen.
Es decir que habrá dos clases de humanos: los concebidos (natural o
artificialmente) y los no concebidos, que por no tener derechos, por no
ser sujetos de derechos, podrán ser utilizados para los fines más abe-
rrantes. Como hemos dicho más de una vez, Hobbes está siempre de
moda, desde que sentenció que “el hombre es lobo para el hombre”.
La posibilidad del ejército de clones no está dada por la posibilidad de
que aquellos no fueren humanos, sino porque siendo humanos, no ten-
drán reconocimiento jurídico, como no lo tienen en el mundo actual los
embriones de probeta, que son “fabricados”, congelados, y eliminados
sin reparo alguno.
Lo que está en juego en definitiva es la dignidad del hombre, que es
Imagen y Semejanza de Dios. La prohibición de la clonación se impone,
no por el disimulado temor de las potencias mundiales de ser invadidas
por “ejércitos de clones” , sino porque el hombre debe ser respetado en
su integridad física, psíqiuica, moral y espiritual, reconcociéndole sus
derechos inalienables, como el de provenir de una familia bien constitui-
da, respetando el orden de la naturaleza creado por Dios. No es la
cuestión teológica siquiera la más importante. En definitiva, segurirán
siendo válidos los principios de la creación directa del alma por Dios y
su infusión en la materia organizada y preparada para recibirla. El
hombre será siempre materia y forma, o sea cuerpo y alma. Lo importan-
te es qué hace el hombre con el hombre.
Podemos citar otros reparos jurídicos, como “el riesgo cierto que co-
rre la humanidad al ser privada de su multiplicidad genética, que es,
precisamente, el factor que le permite perpetuarse y sobrevivir” (Stella
Maris Martínez, Manipulación Genética y Derecho Penal, Ed. Universi-
dad, p.130), a lo que hay que sumarle el avasallamiento en su dignidad
que significa para todo ser humano (naturalmente concebido, de probeta,
o clonado) cualquier tipo de manipulación y especulación existencial
que se haga sobre él. Aun cuando se buscare clonar “lo mejor”, lo que
de todos modos resulta aberrante para la dignidad no ya del hombre
individuo, sino del hombre como integrante de una comunidad, por el
desprecio a los minusválidos, discapacitados, defectuosos, enfermos,
etc. que ello significa.
Porque y, por la vía del absurdo, ¿por qué clonar una persona gené-
ticamente sana y no una enferma? ¿Es acaso menos digna la persona
enferma? ¿Es menos humana? ¿No se mide la perfección por la virtud
92 39 - Año 1997
más que por la salud física? ¿No convendría tal vez clonar minusválidos
virtuosos que sanos egoístas y vanidosos? Porque, aunque los clones
tengan almas distintas, tal vez sea razonable pensar –valga nuevamente
la ironía– que un virtuoso tenga más “posibilidad estadística” de reproducir
otro ser virtuoso. ¿Con qué parámetro podría afirmarse que “es mejor”
el hombre genéticamente perfecto? En definitiva: ¿para qué clonar un
ser humano? Si todo ente es por algo y para algo (principio de razón
suficiente) un clon –en abstracto– ¿para qué es? ¿Para volver a construir
la torre de Babel que le haga sentirse al hombre que está a punto de lo-
grar emular a Dios con una parodia de la creación (fabricando personas),
para luego caer desde lo alto, estrepitosamente, cuando no pueda domi-
nar, por ejemplo, al “ejército de clones”, de la misma forma que ya no
sabe qué hacer con los embriones congelados sobrantes en el mundo?
El hombre no es para la ciencia, sino la ciencia para el hombre. Los
descubrimientos científicos pueden mejorar su calidad de vida o empeo-
rarla, según la finalidad que se persiga. Como dicen Basso y Obiglio:
“la ciencia y la técnica son recursos preciosos cuando son puestos al
servicio del hombre y promueven su desarrollo integral en beneficio de
todos; sin embargo por sí solas no pueden indicar el sentido de la exis-
tencia y del progreso humano. La ciencia y la técnica están ordenadas
al hombre que les ha dado origen y crecimiento; tienen por tanto en la
persona y en sus valores morales el sentido de su finalidad y la conciencia
de sus límites” (Principios de bioética en el Catecismo de la Iglesia Ca-
tólica, Centro de Investigaciones en Ética Biomédica, p.114).
Por otro lado, son también aplicables aquí las objeciones que se plan-
tean en relación a la fertilización humana artificial (recuérdese la desilu-
sión de los padres de raza blanca, que obtuvieron mediante la fertilización
artificial un hijo de raza negra, porque se mezclaron por error los game-
tos en el laboratorio con los de otros donantes). Los riesgos propios de
la falibilidad humana podrán hacer que por error en el procedimiento
técnico de la clonación, se desarrolle un individuo defectuoso, o se le
agregue al óvulo un gen que no se quería agregar, o que por esas sor-
presas de laboratorio surjan nuevas enfermedades o reaparezcan otras
que se consideraba extinguidas.
Jurídicamente se presentarán también situaciones semejantes a las
que se presentan con la locación de vientres gestadores de embriones
obtenidos “in vitro”, en la que el clon, en este caso, será objeto de de-
recho y no sujeto de derecho, es decir, será tratado con la categoría ju-
rídica de cosa. Habiéndose disociado la procreación de la sexualidad
en un caso (la fertilización artificial) y anulada del todo que sea la se-
xualidad de la procreación con la clonación, fácil es entrever que el
“hombre-clon” se encontrará inmerso en crueles desencuentros de los
nuevos protagonistas: la mujer que aporte el óvulo, la mujer que lo ges-
te, si el óvulo clonado se transfiere a otro útero, y en el medio, o entre
39 - Año 1997 93
tantos otros protagonistas posibles, el “progenitor” que no será el padre,
porque éste no existirá, sino el genio del laboratorio que realice la ope-
ración de sustituir el núcleo del óvulo por el de una célula somática no
sexual, y que seguramente se creerá con derecho a disponer de él.
Individuo sin padre, de madre indefinida (o acaso puede haber ma-
ternidad sin paternidad?) producto de laboratorio ¿ qué pasará con su
derecho de conservar la identidad y su derecho de filiación que jurídica-
mente se traducen en la pregunta ¿de dónde vengo, quiénes son mis
padres, quién soy en consecuencia, cuál es mi historia ?
No debemos alarmarnos, sin embargo, por el momento con todo lo
que puede llegar a suceder. Después de todo la clonación no es sino
una versión más del desprecio por la dignidad del hombre y sus derechos,
no más grave que otras.
Lo grave sería que frente a las reacciones prohibicionistas que ya ha
habido en el mundo, por parte de algunos gobiernos (entre ellos el nues-
tro, lo que en sí mismo debe ser valorado), se creyera que sólo hay que
poner límites al quehacer científico en relación a este tema, como si no
existieran otras aberraciones que prohibir y que se realizan al amparo
de legislaciones permisivas. Es curioso y a la vez patético que se prohiba
lo que no todavía no existe, y no se prohíba lo que ya existe y produce ve-
jaciones permanentes al ser humano, como el congelamiento y eliminación
de embriones, y sobre todo, la práctica cada vez más generalizada del
aborto. En ese sentido, nuestro desafío, y nuestra urgencia, siguen siendo
el presente, puesto que “a cada día le basta su afán” (San Mateo 6, 34).
Bibliografía
1. Sagrada Biblia (Nácar-Colunga).
2. Catecismo de la Iglesia Católica.
3. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica.
4. Basso, Domingo O. P., Nacer y morir con dignidad, Depalma.
5. Basso-Buroni-Mosso-Merchante-Hecht: Problemas éticos que plantean
las técnicas que actúan sobre la reproducción humana, San Pablo.
6. Basso-Obiglio: Principios de bioética en el catecismo de la Iglesia Católica,
Centro de Investigaciones en Ética Biomédica.
7. Carpio, Adolfo, Principios de filosofía, Glauco.
8. Jolivet, Regis, Curso de Filosofía, Club de lectores.
9. Martínez, Stella Maris, Manipulación genética y derecho penal, Univer-
sidad.
10. Romero-Mikalonis: “El aborto directamente provocado”, en Gladius, nº 8.
11. Lejeune, J., Genética, ética y manipulaciones, Univ. Católica de Córdoba.
12. Gilson, E., El Tomismo, Eunsa.
13. Mosso, Carlos J., “Algunas consideraciones éticas y jurídicas acerca de
la procreación artificial”, en El Derecho nº 8986, año 1996.
94 39 - Año 1997
LA VERDAD DEL CASO GALILEO
P. RUBÉN A. IPPOLITI
Si hay algo que ha sido utilizado desde el siglo XVIII en adelante co-
mo ariete en contra de la Iglesia ha sido el caso Galileo. Es presentado
como la lucha entre el oscurantismo medieval, retrógrado (la Iglesia),
opuesto al progreso científico iluminador (Galileo). Nada tan lejos de la
verdad. Desde los filósofos precursores de la Revolución francesa, pa-
sando por los positivistas del siglo XIX, y por los marxistas del siglo XX,
Galileo aparece como un fantasma llamado del pasado para fustigar a
la Iglesia que lo condenara.
Lo peor del caso es que Galileo ha constituido un complejo de culpa
aun para los mismos miembros de la Iglesia, lo que en muchos casos ha
contribuido al ataque de los que niegan a Dios. Baste apreciar, para lo
dicho, las actuales controversias sobre la evolución o el origen de la
vida donde se está lejos de mostrar la verdad de los acontecimientos
pero abundan prejuicios anticreacionistas que hacen que se falseen los
hechos o los datos con los que se cuenta.
El caso Galileo y su figura siguen siendo muy actuales. El mismo Pa-
pa Juan Pablo II, en el año 1981, creó una comisión para el estudio de
las controversias entre los sistemas tolemaicos y copernicanos, teniendo
muy en cuenta el caso Galileo. La comisión se expidió en el año 1992.
El análisis serio del caso, desde varias disciplinas, constituye el mejor
trabajo realizado sobre Galileo. En él se desmitifican los errores acarrea-
dos durante siglos y surge la verdad, bien apoyada a través de las mis-
mas cartas de Galileo y de los documentos de ambos procesos, guarda-
dos cuidadosamente por los Archivos Secretos Vaticanos (dados a co-
nocer y publicados en el año 1984).
Por supuesto que a pesar de ello los negadores de Dios seguirán
usando la figura galileana. Baste un ejemplo entre mil: Stephen Hawking.
En su libro Historia del tiempo nos relata la siguiente anécdota: “En 1981
mi interés por cuestiones acerca del Universo se despertó de nuevo
39
95
cuando asistí a una conferencia sobre cosmología, organizada por los
jesuitas en el Vaticano. La Iglesia católica había cometido un grave error
con Galileo, cuando trató de sentar cátedra en una cuestión de ciencia,
al declarar que el sol se movía alrededor de la tierra. Ahora, siglos des-
pués, había decidido invitar a un grupo de expertos para que lo aseso-
rasen sobre cosmología. Al final de la conferencia, a los participantes se
nos concedió una audiencia con el Papa. Nos dijo que estaba bien es-
tudiar la evolución del Universo después del big bang, pero que no de-
bíamos indagar el big bang mismo, porque se trataba del momento de
la creación y, por tanto, de la obra de Dios. Me alegré entonces de que
no conociese el tema de la charla que yo acababa de dar en la conferen-
cia: la posibilidad de que el espacio tiempo fuese finito pero no tuviese
ninguna frontera, lo que significaría que no hubo ningún principio, nin-
gún momento de creación. ¡Yo no tenía ningún deseo de compartir el
destino de Galileo, con quien me siento fuertemente identificado en
parte por la coincidencia de haber nacido exactamente 300 años después
de su muerte!” 1
La cosa no termina aquí, pues dedica un apéndice del libro exclusiva-
mente a Galileo, donde reseña su vida de un modo anacrónico y a tra-
vés de juicios erróneos y desinformación histórica. Como vemos el fan-
tasma Galileo es invocado ahora por una de las figuras más representa-
tivas de la Física Teórica de nuestros días.
Este fantasma es suscitado, también, en cada debate sobre temas
como genética o bioética. Muchas veces en las legislaturas queriendo
aprobar leyes que van en contra de la vida, como la del Aborto, en
EE.UU., o la de Salud Reproductiva en Argentina, se señala el “error”
de la Iglesia en cuestiones científicas, como en el caso Galileo 2.
Ante todos estos testimonios no queda otra cosa que mostrar, tal co-
mo fue, el caso Galileo. Como dice el viejo refrán: “la verdad sólo pide
el privilegio de ser escuchada”, por lo cual como servidor de la verdad
este artículo pretende mostrar simplemente a Galileo, su pensamiento,
sus luces y sombras, la época que le tocó vivir y la situación de la Iglesia
en ese momento. Lo que nos permitirá formar un juicio objetivo de lo
sucedido hace más de 300 años atrás y que sigue dando que hablar
aún en nuestros días.
1 Hawking S, Historia del Tiempo, Crítica, Grijalbo, Buenos Aires 1988, p. 156.
2 Cf. Artigas M, Ciencia, razón y fe, libros mc, Palabra, Madrid 19924, pp. 34-36.
96
39
EL VERDADERO GALILEO
1. Los comienzos
3 Para la reseña biográfica se han consultado las siguientes fuentes: Barutta Tomás
SDB, Galileo Galilei, Apis, Rosario 1959. Brandmüller Walter, Galilei e la Chiesa ossia il diritto
ad errare, Ed. Vaticana, Vaticano 1992. AA.VV., Galileo Galilei, 350 anni di storia (1633-
1983),a cargo de Mons Paul Popard, Piemme, Roma 1984.
39
97
El mundo de aquella época estaba viviendo una auténtica convulsión.
Luego de la armonía conseguida en el siglo XIII, había sobrevenido la
catástrofe luterana que había divido la cristiandad, al principio en dos
partes y luego, fruto del libre examen en la interpretación de la Sagrada
Escritura, se seguía haciendo añicos a pasos agigantados. La Iglesia ha-
bía respondido reformándose a sí misma con el Concilio de Trento y el
mismo estaba aplicándose con éxito en los distintos territorios. Salvaguar-
dar la fe del error y cuidar que la Sagrada Escritura fuera interpretada au-
ténticamente, es decir, de acuerdo a la tradición y magisterio eclesiales,
es la tarea principal de los papas de esta época. Ejemplo de ello es Cle-
mente VIII (1592-1605), quien hizo la revisión de la Vulgata, editada
por Sixto V, y tomando en cuenta las deficiencias notadas por Belarmino
y Toledo. Formó una comisión que publicó la llamada Biblia Clementina,
que fue la oficial hasta que se publicó recientemente la neo-Vulgata por
Juan Pablo II. Procuró nuevas ediciones del Misal, Breviario, Pontifical
y Ceremonial y aun del Índice de los libros prohibidos. Intervino en las
controversias sobre la gracia llamada De Auxiliis entre los dominicos y
los jesuitas, aunque no llegó a ningún resultado definitivo.
En lo político, en Alemania la paz de Augsburgo de 1555 había sig-
nificado una especie de armisticio entre las dos fuerzas que se disputaban
la posesión de Europa, el protestantismo y el catolicismo. En el 1564,
año en que nace Galileo, asume Maximiliano II, de quien se ha podido
afirmar que estuvo a punto de entregarle las insignias imperiales a los
protestantes, lo cual estimuló poderosamente a los católicos. A la cabeza
de este movimiento estuvo San Pedro Canisio. En el 1576 asume Ro-
dolfo II emperador y esto hizo afianzarse aún más el catolicismo, pe-ro
la debilidad del emperador para con los protestantes hizo que al final
de su reinado la situación se tornase confusa y amenazadora. De este
modo tiene que abdicar y se hace cargo del trono su hermano Matías.
Francia está en plena guerra religiosa, la cual, comenzada en el 1562,
terminaría en el 1598 con la paz de Vervins. Felipe II reconoce en el
gobierno a Enrique IV.
Nos encontramos con Alemania dividida, Francia amenazante, y
España llevando a cabo la cristianización de América, y, por tanto, casi
sin fuerza en Europa. Inglaterra, los Países Bajos, Noruega, Dinamarca
y Suecia estaban ganadas para el protestantismo. Existían razones más
que suficientes para guardar el depósito de la fe y procurar que ninguna
doctrina extraña pudiese atacarlo.
Volvamos al objeto de nuestro estudio: Galileo Galilei.
98
39
de matemáticas del estudio de esta ciudad. Continuará aquí sus prácticas
y estudios personales: hace una máquina elevadora de agua (1594), el
compás geométrico militar (1597), el termoscopio, estudios sobre el pén-
dulo, problemas de estática y dinámica, de hidráulica, balística, construc-
ciones militares y experiencias sobre los imanes. Son, aparentemente,
los 18 años más felices y productivos de su vida. A pesar de que en los
cursos de Padua del 1592 al 1604 no encontramos en sus clases nin-
guna referencia al copernicanismo ya había comenzado a adherir al
mismo, como nos lo develan sus cartas.
El 30 de mayo de 1597 escribe a Jacopo Mazzoni, antiguo colega de
Galileo en Pisa, felicitándolo por la publicación de su obra: De compa-
rationis Aristotelis et Platonis, y responde a una objeción que el autor
había hecho a Copérnico, diciendo que esa opinión “era tenida por él
como la más probable” 4.
El 4 de agosto del mismo año en una carta a Kepler, de agradecimien-
to por hacerle llegar un libro de su primera obra: Prodromus Dissertatio-
num Cosmographicum, le dice: “Te prometo que leeré tu libro con se-
renidad, porque estoy seguro que trata de cosas muy bellas. En verdad,
lo haré tanto más voluntariamente en cuanto ya hace muchos años que
he aceptado la doctrina copernicana y a partir de estos principios he
podido descubrir la causa de muchos efectos naturales, que resultan
inexplicables en la teoría corriente. He escrito numerosos escritos en fa-
vor de ella y en oposición a las doctrinas que le son contrarias, que to-
davía no me he animado a publicar...” 5. Con esto constatamos que
Galileo ya en el año 1597 adhería a Copérnico, aunque no se animase
a defenderlo por la contrariedad del ambiente en el que vivía.
No todo era estudio para Galileo. Cerca del 1600 se une con Marina
Gamba en concubinato con quien tendrá tres hijos: Virginia (1600), Li-
via (1601) y Vicente (1606). Virginia y Livia 12 años más tarde serán
internadas en el convento de San Mateo de Arcetri, (ya que se separará
de Marina) donde profesarán en los años 1616 y 1617 respectivamente.
Virginia con el nombre de María Celeste y Livia con el de Arcángela. Ma-
ría Celeste sería el ángel de consuelo de su padre, mientras que Arcángela
vivirá con un gran histerismo y tristeza la situación del mismo. A Vicen-
te lo reconocerá recién en el 1619. Casi al final de la vida de Galileo le
enrostrará su falta de amor y el excesivo cariño a las mujeres 6.
En el 1604 se descubre una nueva estrella en la constelación de
Sagitario. (No era la primera vez que ocurría, Tito Brahe había verificado
39
99
algo semejante en el 1572). La física aristotélica decía que los cielos eran
incorruptibles y que no podían engendrar. Galileo da tres conferencias
ante un numeroso auditorio donde ataca los principios aristotélicos de
que los cielos no pueden engendrar y el defecto del método de los aris-
totélicos que sacrifican la experiencia por los principios de escuela. El
principal contrincante en este tema será Ronchitti, quien discutirá con
un discípulo de Galileo, Spinelli. Este le escribirá un Diálogo en dialecto
paduano con el tinte humorístico propio de su maestro.
En el año 1609 conoce el invento holandés del telescopio. Al año si-
guiente construirá uno propio, con un aumento de 900 veces y gran
precisión, y lo aplicará a la contemplación de los astros. Esto descubrió
un cielo distinto al que habían enseñado los peripatéticos. Caía la dis-
tinción esencial entre los cuerpos celestes y terrestres. Constató, además,
la diferencia de aspecto de los planetas y las estrellas y, sobre todo, des-
cubrió que la Vía Láctea y las otras nebulosas eran un enjambre de es-
trellas. También percibe los montes de la luna. El 7 de enero del 1610
descubre los satélites de Júpiter (a los que llamó Astros Mediceos en ho-
nor de los soberanos de Florencia), y su movimiento alrededor del pla-
neta. Esto produjo una gran conmoción, pues la tierra dejaba de ser el
centro de los movimientos siderales. El 12 de marzo del mismo año
presentaba sus descubrimientos en el Siderius Nuncius (Aviso Sideral),
dedicado al Gran Duque Cosme II de Médicis.
El avance científico de Galileo iba a la par que su fama y su progre-
so económico. En el 1592 cobraba anualmente 180 florines, en el 1599
aumentará a 320, en el 1607 a 520, con sus últimos descubrimientos la
república le subía el estipendio a 1000 florines. A pesar de esto, quiere
trasladarse a Florencia y por eso en el 1610 comienza gestiones secretas
con el Gran Duque de Florencia quien le ofrece hacerlo Matemático Pri-
mario y Filósofo personal del mismo soberano. Galileo renuncia a Pa-
dua y vuelve a su Florencia. Además, aquí deja a su concubina, quien
no aparecería más en su vida. Parece ser éste otro motivo de peso para
dejar Padua.
c. El regreso a Florencia
100
39
En 1611 se dirige con su anteojo a Roma. Viaje de triunfo por los
descubrimientos que hizo. Los jesuitas del Colegio Romano organizaron
en su honor una sesión científica en la que demostró que Venus giraba
alrededor del sol, lo que produjo el disgusto de los tolemaicos. Los pa-
dres del Colegio Romano hablaron con Belarmino atestiguando la ve-
racidad del sabio florentino. El príncipe Federico Cesi, duque de Acquas-
parta y marqués de Monticelli lo incorpora a la Academia dei Lincei. El
Papa Pablo V lo recibe en audiencia privada. En general convenció a
todos los sabios de Roma de la veracidad de sus descubrimientos.
El 4 de junio Galileo estaba de vuelta en Florencia. Aquí descubre el
giro del sol alrededor de su eje y reinicia las observaciones sobre las
manchas solares. Además, prosigue las investigaciones hidrostáticas so-
bre los cuerpos flotantes, y publica las conclusiones en un Discurso, en
el 1612. Esto le acarrearía una vivaz polémica con los peripatéticos, re-
presentados por Ludovico delle Colombe, de Florencia, Jorge Coresio,
de Pisa, Arturo Pannochieschi, conde de Elci y Vicente Grazia.
Los acontecimientos estaban demostrando con las observaciones
del cielo que la física aristotélica estaba envejecida, que había que rever
los principios, pero debido a la unidad que se tenía todavía entre filoso-
fía y ciencia se atacaba y defendía todo juntamente. Galileo distinguía,
cosa que no hacían sus adversarios. El se manifiesta aristotélico filosófica-
mente hablando, y llega a decir que si Aristóteles hubiera conocido sus
descubrimientos, seguramente hubiese tenido otra manera de pensar
en lo físico.
Para comprender mejor esto que decimos veamos la situación de la
ciencia, la filosofía y la teología en estos días.
a. Situación de la Filosofía
39
101
de la filosofía y de la razón humana. Naturalmente este sistema contenía
algunas tesis contrarias a la revelación cristiana, y por eso aparecen al-
gunas prohibiciones de parte de la Iglesia. Frente a esta situación se for-
man en el siglo XIII dos corrientes: algunos especialmente en el ambiente
académico, como en París y en Padua, aceptaron sin más la filosofía de
Aristóteles, mayormente a través de este o aquel comentario árabe, im-
pregnándose de ellos exclusivamente en la exposición o estudio de los
textos. Como la mayor parte de estos autores quería permanecer católico,
distinguían una doble verdad, filosófica y teológica.
Averroes asume importancia particular en el caso de Galileo, porque
constituía una fuerte corriente en el aristotelismo paduano, aún vivo en
los tiempos de éste. Comprendemos, entonces, cuál fue el género de
aristotelismo retratado con tan fina argucia por Galileo en el Simplicio
de su Diálogo y contra el cual endereza su ironía en su polémica. Ha
permanecido famoso un típico representante de esta corriente, César
Cremonino, segundo profesor de Filosofía ordinaria en la Universidad
de Padua en los tiempos en que enseñaba Galileo, que en un hecho de
fidelidad a su maestro Aristóteles, no quería volver a poner el ojo en el
catalejo porque, decía, “el mirar por ese ojo me embarulla la cabeza...”.
Otros autores del siglo XIII, particularmente en el ámbito de la esco-
lástica, buscaron integrar la doctrina aristotélica con la de otros filósofos,
particularmente platónicos y neoplatónicos, e interpretarla, desarrollarla
y corregirla de acuerdo a la revelación cristiana. Ejemplo de esto es
Santo Tomás, quien estableciendo una neta distinción entre la filosofía,
obra de la razón y la teología, estudio de la revelación divina, no sólo
no hace una separación absoluta, sino que hace una fecunda integración.
Es más, Santo Tomás establece para las tres ciencias especulativas: físi-
ca, matemática y metafísica, los criterios para una clara distinción y una
mutua integración que son hoy en día validísimos 7. Si bien los principios
metodológicos de Santo Tomás son equilibrados, la aplicación hecha de
los mismos no siempre resultó bien. En parte porque el mismo Santo
Tomás ocupándose de lo teológico y metafísico, no se cuidó de promover
la ciencia experimental, porque a él no le interesaba para su obra. Sim-
plemente mantiene la física que traía Aristóteles. Sabía, además, la dis-
tinción que se daba entre la astronomía matemática y la física, pero no
parece darle importancia.
Es verdad que algunos intentos de desarrollar lo físico ya se habían
dado. Tenemos el caso de Rogerio Bacon y del maestro de Santo To-
más, San Alberto Magno. En la época de Galileo los filósofos y teólogos
7 Cf. Viganó Mario, Galileo e la cultura filosofica del suo tempo, AA.VV., op. cit., pp.
104-106. Santo Tomás hacía la distinción de las ciencias en el Comentario al De Trinitate de
Boecio Cap. II, q5 y 6.
102
39
escolásticos, en su mayoría, seguían a Santo Tomás. Al principio cuando
los descubrimientos de Galileo ponen en discusión el sistema de Aristó-
teles, en especial en lo que respecta a la incorruptibilidad del cielo, re-
conocen los principios de Aristóteles y el Doctor Angélico que daban el
primado a la experiencia. Pero cuando se comenzó a tratar de la teoría
copernicana, la cosa no se presentaba tan simple, no bastaba poner el
ojo en el telescopio para certificar el movimiento de la tierra y la estabi-
lidad del sol. Es más, la experiencia más obvia certificaba lo contrario.
Pero el rechazo a lo aristotélico se venía gestando desde Occam y coo-
peró a esto la preferencia por Platón del nuevo humanismo por tener
un mayor refinamiento lingüístico.
La confusión ciencia-filosofía-magia
39
103
afirmaciones astronómicas van acompañadas de otras de orden astroló-
gico, lo que llevó a Galileo a rechazar en bloque su obra.
La nueva filosofía
¿Galileo filósofo?
El título que recibe Galileo cuando entra al servicio del Gran duque
de Toscana, es el de primer Filósofo y Matemático. La pregunta es si
realmente Galileo hizo o no filosofía. La intención de Galileo en numero-
sas de sus cartas es a las claras la de comprender el lenguaje de la natu-
raleza, que según sus propias palabras, se encuentra escrito en “lenguaje
matemático”. Así leemos en el Saggiatore: “La filosofía está escrita en
este grandísimo libro que continuamente está abierto al alcance de nues-
tros ojos (así hablo del universo), pero no se puede entender, si primero
no se entiende su lengua, y si no se conoce los caracteres en los que
está escrito. Él está escrito en lengua matemática, y sus caracteres son
triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible
entender palabra, sin las cuales se interna uno en un oscuro laberinto” 9.
¿De qué filosofía habla aquí? De la llamada Filosofía de la Naturaleza.
Nuevamente vemos la confusión imperante entre filosofía natural y cien-
cia experimental.
Añadamos a esto otro dato interesante. Galileo en muchas partes se-
ñala que es aristotélico, porque pone como base de la física a la expe-
104
39
riencia. Viviani observa que Galileo no despreciaba a Aristóteles, simple-
mente decía que diferían en algunos modos de pensar. Evidentemente
esta diferencia radica en los aspectos físicos de su filosofía, mas no en
sus principios, como el mismo Galileo lo reconoce en una carta a Lintei
del 1640. Allí señala lo siguiente: “Estoy acusado de impugnar la doctrina
peripatética, mientras yo profeso y estoy seguro de observar más religio-
samente el peripatetismo... Yo estimo y creo que ser verdaderamente
peripatético, o filósofo aristotélico, consiste principalmente en filosofar
según las enseñanzas de Aristóteles, procediendo con aquellos métodos,
aquellas suposiciones verdaderas y sobre los principios sobre los que se
funda el discurso científico... Pero la manera segura de conseguir la ver-
dad es anteponer la experiencia a todo humano discurso, sabiéndonos
seguros que en eso, al menos cubiertamente será contenida la falsedad,
no siendo posible que una experiencia sensata sea contraria a la verdad,
y esto es un precepto estimadísimo de Aristóteles, antepuesto al valor y
a la fuerza de la autoridad de todos los hombres del mundo”. Concluye
esta carta diciendo: “Quiero agregar por ahora esto sólo, que me siento
seguro que si Aristóteles volviese al mundo, él me recibiría como su se-
guidor, a pesar de lo que lo he contradicho, y mucho más que a otros
que sostienen todos sus dichos... y cuando Aristóteles viese la novedad
de los descubrimientos del cielo, donde él afirmó que era inalterable e in-
mutable, porque ninguna alteración vio como hemos visto ahora, induda-
blemente él cambiando de opinión, diría lo contrario, como bien se re-
coge de que si él dijo que era inalterable porque no veía ninguna altera-
ción, ahora diría que es alterable, porque se han visto alteraciones” 10.
10 Ibid, p. 137.
39
105
centrismo como opuesto a la Sagrada Escritura. En él se hallaban pre-
sentes el Gran Duque Cosme II, su mujer la Archiduquesa María Magda-
lena de Austria, la gran duquesa Madre María Cristina de Lorena. La
centralidad del sol con todos los planetas, incluida la tierra, girando a su
alrededor era atacada por Boscaglia, profesor de filosofía del estudio de
Pisa y era defendida por el P. Castelli, jesuita amigo de Galileo. El 14
de diciembre Castelli le comunica a Galileo la discusión, y este le con-
testa el 21, en una famosa carta, donde sienta sus principios de interpreta-
ción escriturística.
La polémica toma cuerpo cuando el dominico Tomás Caccini, expli-
cando el libro de Josué en Santa María Novella, el cuarto domingo de
adviento de 1614, al comentar el texto de Josué 10, 12 “sol detente so-
bre Gabaón”, tomó pie para censurar los estudios matemáticos, a los
que llamó arte diabólica, y acusó a los astrónomos como promotores
de todas las herejías. Como es de suponer hubo graves molestias de
parte de Galileo, como también de parte de los dominicos, quienes re-
prendieron a Caccini. Comienzan las epístolas de Galileo con Monseñor
Dini quien, consultando a Belarmino y al P. Grienberger, le dice que
escriba como matemático y que presente sus datos como hipótesis, lo
mismo que hizo Copérnico “que escriba como matemático y que no se
meta en la sacristía”, haciendo clara referencia a que no se interne en
interpretaciones de la Escritura. Era idéntica la opinión del cardenal
Barberini, futuro Urbano VIII.
Veamos cuál era la opinión de Galileo con respecto a la interpretación
de la Sagrada Escritura. La pregunta obligada es: si era correcta esta in-
terpretación, ¿por qué una mente eminentísima como era el Cardenal
Belarmino, santo y doctor de la Iglesia, no quiere aprobarla?
106
39
1615. Una copia de la carta a Castelli es enviada a Roma como prueba
de su culpabilidad y figura en el archivo secreto Vaticano 11. Resumiremos
a continuación la opinión de Galileo, veremos por qué no se aceptó,
cuáles fueron los argumentos en contra y por qué se llega a la Advertencia
o Monitum del 1616.
Veamos una síntesis de la carta a Castelli y después nos detendremos
en el análisis de las fuentes de la carta de Galileo.
“La Sagrada Escritura no puede mentir ni engañar. La verdad de
sus palabras es absoluta e inobjetable. Pero pueden equivocarse de
muchas maneras quienes la explican e interpretan, y cometerían muchos
y funestos errores si quisieran atenerse siempre al sentido literal de las
palabras; se llegaría, en efecto, a groseras contradicciones, errores, im-
piedades, puesto que se estaría forzando a sostener que Dios tiene pies,
ojos, manos, etc. En las cuestiones de ciencia natural la Escritura debe
ocupar el último sitio. Tanto la Sagrada Escritura, como la naturaleza, pro-
ceden de la palabra de Dios: la una ha sido inspirada por el Espíritu
Santo; la otra ejecuta fielmente las leyes establecidas por Dios. Pero, mien-
tras la Biblia acomodándose a la inteligencia del común de los hombres,
habla, en muchos casos y con razón, de acuerdo a las apariencias, y
emplea términos que no están destinados a expresar la verdad absoluta,
la naturaleza, en cambio, se conforma rigurosa e invariablemente a las
leyes que se le han impuesto; no se puede, pues, apelando a textos de
la Sagrada Escritura, poner en duda un resultado manifiesto, adquirido
por maduras observaciones o por pruebas suficientes... El Espíritu Santo
no ha querido (en la Biblia) enseñarnos si el cielo está en movimiento o
inmóvil; si tiene forma de esfera o de disco... Puesto que el Espíritu Santo
a propósito omitió instruirnos en esas cosas que no hacían a su fin, que
es la salvación de las almas, ¿cómo se puede pretender que es necesario
en estas materias sostener tal o cual opinión, que la una es de fe y la
otra puede ser herética? ¿Puede ser herética una opinión que no con-
cierne a la salvación del alma? ¿Se puede decir que el Espíritu Santo
haya querido enseñarnos algo que no se refiera a la salvación del
alma?” 12
Esto mismo enseñó el Papa León XIII en la encíclica Providentissimus
Deus, del 18/11/1893, y por esto también diría Juan Pablo II en su dis-
curso a la Pontificia Academia de las Ciencias del 31 de octubre de 1992
que: “paradójicamente Galileo, creyente simple, se mostró en este pun-
to más perspicaz que sus adversarios teólogos”.
39
107
Resumamos la propuesta de Galileo y las fuentes de las que se valió.
Opiniones de base 13
1. Los dos libros. Dios nos habla de dos modos: por la escritura y
por la creación. En esto sigue a Tertuliano.
2. Las dos verdades, en este caso de la ciencia y de la Sagrada Es-
critura, no se pueden contradecir. Aquí se apoya en la autoridad de
San Agustín.
13 Cf. Russo F, Galileo e la cultura teologica del suo tempo, AA.VV., op. cit., pp.162-168.
108
39
nos en la parte que se refiere a la Creación Galileo, siguiendo el parecer
de San Jerónimo y de Santo Tomás, sostiene que se trata de textos que
no se deben entender literalmente. Pone como ejemplo a San Agustín
cuando señala que hablando del cielo la Sagrada Escritura a veces dice
que se extiende como una piel y otras que está suspendido como una
bóveda.
Opinión de Belarmino
39
109
tancia natural), es materia de fe ex parte dicentis, en razón de quien lo
dice, el Espíritu Santo; y así sería hereje quien sostuviere que Abraham
no tuvo dos hijos y Jacob doce, como quien afirmase que Cristo no
nació de virgen, porque lo uno y lo otro lo dice el Espíritu santo por
boca de los profetas y apóstoles.
3º digo que cuando se diera verdadera demostración de que el sol
está en el centro del mundo y la tierra en el tercer cielo, y que el sol no
rodea a la tierra, sino que la tierra circunda al sol, entonces habría que
andar con mucha circunspección al explicar los pasajes escriturales
que parecen contrarios, y antes afirmar que no los entendemos a que
no que sea falso lo que demuestra. Pero yo no creeré en tal demostración
hasta que me sea mostrada; ni es lo mismo demostrar que supuesto
que el sol esté en el centro del mundo y la tierra en el cielo, se salvan
las apariencias, y demostrar que en verdad el sol está en el centro y la
tierra en el cielo; porque creo que la primera demostración es posible;
dudo en cambio, grandísimamente de la segunda; y en caso de duda
no se debe abandonar la interpretación escritural de los Santos Padres.
Agrego que quien escribió que el sol sale y se pone y vuelve a su lugar,
fue Salomón, quien no sólo habló inspirado por Dios, sino que fue
hombre sapientísimo y doctísimo en las ciencias humanas y en el co-
nocimiento de las cosas creadas, y toda esta ciencia la recibió de Dios.
Y si se me dice que Salomón habla de acuerdo a las apariencias, pare-
ciéndonos que gira el sol, mientras que es la tierra la que gira, como a
quien se aleja de la orilla le parece que es la orilla la que se aleja de la
nave, responderé que quien parte de la orilla, si bien le parezca que la
orilla se aparte de él, conoce que esto es erróneo y lo corrige, viendo
claramente que se mueve la nave y no la orilla, pero en cuanto al sol y
a la tierra, no hay sabio que tenga necesidad de corregir el error, por-
que claramente experimenta que la tierra está inmóvil y que el ojo no
se engaña cuando juzga que el sol se mueve, como tampoco se enga-
ña cuando juzga que se mueven la Luna y las estrellas. Y esto baste
por ahora” 14.
110
39
dades contrariarse, es necesario que aquella y la Escritura sean concor-
dantísimas”. Invitado por Dini marcha a Roma el 3 de diciembre de
1615, a pesar del invierno, y de que acababa de salir de una enfermedad.
Llegaba el 7 de diciembre y se alojaba en la Villa de los Médicis. En su
estadía en Roma Galileo intenta persuadir a todos de la verdad de la
teoría Copernicana, pero sin aportar argumentos convincentes. Mientras
tanto el Santo Oficio estudia la cuestión del Heliocentrismo por un lado
y de la persona de Galileo por otro. Los contactos de Galileo en la curia
romana dejaron sin efecto el tratamiento de su persona, mas no el del
heliocentrismo.
El “Monitum”
Proposiciones censuradas:
Censura hecha en el Santo Oficio de Roma, día miércoles 24 de fe-
brero de 1616, ante los infrascriptos Padres Teólogos:
Primera: El sol es el centro del mundo, y del todo inmóvil de movi-
miento local.
Censura: Todos dijeron que tal proposición es estúpida y absurda
filosóficamente y formalmente herética, en cuanto contradice expresa-
mente las sentencias de la Sagrada Escritura en muchos lugares, según
la propiedad de las palabras y según la exposición común y el sentido
de los Santos Padres y de los doctores teólogos.
Segunda: La tierra no es el centro del mundo ni inmóvil, sino que
se mueve toda sobre sí misma, también con movimiento diurno.
Censura: Todos dijeron que esta proposición recibe la misma censura
en filosofía, y que, en lo que mira a la verdad teológica, es al menos
errónea en la fe” 15.
39
111
del Cardenal Belarmino y ante la presencia de Miguel Ángel Seghiti de
Lauda O.P., Comisario General del Santo Oficio. Galileo lo acepta y
promete cumplir 16.
El 5 de marzo la Sagrada Congregación del Índice saca un decreto
prohibiendo ciertos libros: los de Galileo no entran. Sí los que apoyan
directamente la doctrina de Copérnico con la Sagrada Escritura. Así
prohíbe totalmente el libro del padre carmelita Foscarini, mientras que
deja hasta que se corrijan los de Copérnico y de Diego de Zuñiga, que
era un comentario a Job, donde apoyaba como no contradictorios a la
doctrina de Copérnico los pasajes de la Sagrada Escritura.
Notemos que ambas censuras tienen una referencia muy dura ha-
blando filosóficamente. ¿Por qué? La razón es que para los datos co-
munes de la experiencia el que se mueve es el sol y la que está quieta
es la tierra, por tanto, es absurdo y estúpido afirmar lo contrario. Recor-
demos, además, que el mismo Belarmino decía que no está probada la
doctrina copernicana, por lo cual debe mantenerse en el plano de la
hipótesis.
El 11 de marzo lo recibía el Papa en audiencia privada por tres cuar-
tos de hora. El 24 de marzo la Academia de los Linces lo privaba de
puesto y voz, aunque no cancelaba su inscripción, temiendo verse involu-
crada en la suerte adversa de Galileo. Ante lo que se hablaba en Roma
de que Galileo había debido abjurar de su doctrina y se le había im-
puesto saludable penitencia, éste acude a Belarmino, quien de su pro-
pia mano escribe el 26 de mayo: “Galileo no ha abjurado, que sepamos,
ni en nuestras manos ni en las de otro alguno, en Roma o fuera de ella,
ninguna de sus opiniones o doctrinas; no ha recibido tampoco penitencia
saludable ni de otra suerte; sólo se le ha notificado la declaración hecha
por nuestro Padre Santo y publicada por la Congregación del Índice, don-
de se señala que la doctrina atribuida a Copérnico, a saber, que la tie-
rra se mueve alrededor del sol y que el sol está en el centro del mundo
sin moverse de oriente a occidente, es doctrina contraria a la Sagrada
Escritura y, por consiguiente, no puede ser defendida ni sostenida” 17.
El embajador de Florencia en Roma, Curzio Picchena, ante la actitud
de Galileo “de vencer la tenacidad de los frailes”, como escribía a Flo-
rencia, cortés pero firmemente le ordena volver a Florencia. El regreso
lo emprendería el 4 de junio. Galileo tenía 52 años.
112
39
3. Hacia el proceso final
El año 1618 trajo consigo una enfermedad para Galileo y tres come-
tas para el cielo en la constelación del escorpión. Galileo no pudo ob-
servarlos, aunque se interesó mucho por ellos. El profesor de astronomía
y matemáticas del Colegio Romano, el P. Horacio Grassi, dictó una confe-
rencia respecto al tema, en las que se valió de sus propias observaciones
y las hechas en Amberes y Colonia. Su disertación fue publicada al año
siguiente con el título de “De tribus cometis anni MDCXVIII disputatio
astronomica publice habita in Collegio romano Societatis Jesu ab uno
ex patribus eiusdem societatis”.
El P. Grassi señalaba, siguiendo la opinión de Tito Brahe, contraria
a la de Aristóteles, que el cometa seguía un movimiento circular y era
fenómeno de naturaleza celeste. El P. Grassi en su conferencia excluía
que el cometa fuera un fenómeno atmosférico debido al incendio de
exhalaciones terrestres, sino que era un astro que como los planetas, re-
cibía su luz del sol; lo colocaba más allá de la luna y le atribuía una ór-
bita alrededor del sol como una elipse muy alargada. La réplica al P.
Grassi se hace en 1619 a través de una Conferencia en la Academia de
Florencia por Mario Giuducci cónsul de la academia, discípulo de Gali-
leo y ex alumno del Colegio Romano. El texto aparecerá publicado con
el título de “Discurso delle comete”. Grassi replicó el discurso con el seu-
dónimo de Lotario Sarsi Sigensano, y bajo el título de “Libra astronomica
y philosophica qua Galileo Galileae opiniones de cometis a Mario Gui-
duccio in florentina Academia expositae, atque in lucem nuper editae,
examinantur a Lotario Sarsi Sigensano”. De esta época son las apostillas
en los márgenes del libro del P. Grassi donde Galileo se expedía de ma-
nera un poco grosera. Allí escribía lo siguiente: “¿Y qué le va a hacer
Señor Sarsi, si a mí sólo me fue dado descubrir todas las novedades ce-
lestiales, y a otro ninguna? Vos habláis siempre fuera de propósito, ¡ah,
pedazo de burrazo!, éste es tu agradecimiento por haberte sacado yo
tantas veces del error. Tu como muy búfalo..., y ahora villano poltrón,
me lo quieres enseñar a mí. Es posible que seáis tan gran buey que no
entendáis. ¡Solemnísima bestia!... Señor estupidísimo... vuestra estoli-
dez... es tan gran fastidio tener que destontecer a los imbéciles. Bestezuela
temeraria”. Junto a las Esercitazione filosofiche de Antonio Rocco anota-
ba: “Elefantísimo ignorantón, pedazo de buey, animalazo, ignorantísimo
castrado” 18. Lenguaje un poco impropio de un académico de Florencia.
39
113
Galileo preparó para contestarle el “Saggiatore”, aparecido en forma
de carta a Monseñor Virginio Cesarini, con imprimátur eclesiástico y de-
dicatoria al Papa Urbano VIII, recientemente elegido. Aquí aparece que
los cometas son sólo apariencias ópticas, como los alones, o mejor, co-
mo aquellas proyecciones de los rayos solares, que se ven a través de
las roturas de las nubes; niega el argumento del paralaje y sostiene que
el movimiento del cometa es rectilíneo de la tierra al cielo. En sus apos-
tillas al margen desprecia como imposible y absurda la hipótesis del
movimiento elíptico que es el verdadero.
El P. Grassi contestará por última vez la “Ratio ponderum librae et
simbelae...” en 1625. Galileo no responderá, pensando, como escribiría
al P. Castelli, que no valía la pena. El Saggiatore fue un éxito por su
hermoso estilo literario, y fue acogido con gusto por la gente de su
época.
Notemos en esta actitud la manera de ser de Galileo, irónico por de-
más para defender sus argumentos, y denigrando a quien tenía delante.
Añadamos su testarudez en defender algo que no ha tenido oportunidad
de ver por su enfermedad. Esto muestra la causa de que no haya segui-
do el consejo de tantos de mostrar como hipotético el heliocentrismo.
La otra polémica de este tiempo es la que va a sostener también con
un Jesuita: el P. Scheiner, que enseñó Astronomía y matemáticas en
Ingolstadt, entre el 1610 y el 1616, en Innsbruck del 1616 al 1620 y en
Freiburg del 1620 al 1624. Especialista en el estudio de la refracción
atmosférica, sostenía que las manchas solares son producto de pedazos
de asteroides que están en órbita en torno al sol, mientras que Galileo
demostró que se trataba de fenómenos propiamente solares que tenían
como sede la superficie misma del sol 19.
La situación en el mundo no era de la mejor, las circunstancias se
habían empeorado para la cristiandad. Si bien en Francia había mejorado
pues a la muerte de Enrique IV ocurrida en el 1610, asume Luis XIII,
con sólo 9 años, bajo la regencia de su madre María de Médicis. Tras
varios problemas con los protestantes comienza la actuación política de
Armando du Plessis de Richelieu, ministro de Luis XIII, obispo de Lu-
çon y más tarde Cardenal, quien tiene el gran mérito de haber organizado
de nuevo a la nación francesa, elevándola a su mayor prosperidad cul-
tural y religiosa. Su actuación internacional fue desastrosa para la cris-
tiandad. Fomentó el protestantismo, para que Alemania en su lucha in-
terna no fuera un problema para Francia. Lo apoyó económicamente
en la guerra de los treinta años, que había dado comienzo en el 1618.
Ésta hubiese sido favorable a la causa católica de no mediar esa ayuda
114
39
de Francia. Todo ello con la anuencia callada del Papa Urbano que te-
mía que ésta se convirtiese en otra Inglaterra, separada de la fe.
En el 1621 es elegido Papa Gregorio XV, que moriría en el 1623.
Muere también el Cardenal Belarmino. Fernando II es el nuevo gran
duque de Toscana, que permanece bajo la tutela de la gran duquesa
madre María Cristina hasta el 1627. En 1623 es elegido Papa el cardenal
Barberini, y toma el nombre de Urbano VIII. Galileo comienza a trabajar
en la obra que le ocasionaría tantos problemas: el Diálogo. En el 1630
Gustavo Adolfo entra en la guerra de los treinta años y muere en bata-
lla en el 1632, al mismo tiempo es convocado al Tribunal de la Inquisición
Galileo. Este paréntesis histórico nos ayuda a ubicarnos en los aconteci-
mientos que se van a desarrollar a continuación: la cristiandad está des-
garrándose, la herejía produce a su vez nuevas herejías, y el resguardo de
la fe se torna insoslayable para el Santo Padre. No se puede permitir la
mínima posibilidad de error, pues la misma no sólo ocasiona la pérdida
de la fe, sino el caos social, político y religioso.
Con el ascenso al Pontificado de Urbano VIII (el cardenal Barberini)
antiguo admirador de Galileo, este creyó tener la causa ganada, por eso se
dirige a Roma en el 1624, donde llega el 23 de abril. Se le dispensó una
cordialísima recepción, se le brindaron seis audiencias pontificias, tuvo
largas conversaciones con los Cardenales Barberini (sobrino del Papa),
Cobelluzio, Buoncompagni, Hohenzollern, Médicis. Obtuvo regalos de
parte del Papa, una pensión para su hijo y un Breve pontificio de reco-
mendación para el granduque de Toscana. Esto quizá lo hizo entusiasmar
sobre el tema del heliocentrismo.
b. El Diálogo
39
115
nombre de Simplicio, nombre de doble significado porque recuerda al
comentador famoso de Aristóteles, y porque para la apreciación popular
era un apelativo que significaba ingenuidad y estulticia. Como árbitro en-
tre ambos figura Juan Francisco Sagredo 21, noble veneciano. Es un ár-
bitro vendido, ya que está bien dispuesto hacia las nuevas doctrinas, y,
además, muchas veces resume los argumentos dados por Salviati ha-
ciéndolos propios. Éstos son los personajes, veamos el contenido.
El Diálogo transcurre en cuatro jornadas, en el Palacio de Sagredo
en Venecia, sobre el canal grande. En la primera jornada se demuele el
cosmos aristotélico y se diseña el nuevo mundo. Ademas se refuta la
distinción entre cuerpos terrestres y celestes.
En la segunda jornada se refutan una a una las cuatro objeciones
tradicionales sobre la rotación de la tierra, que eran las siguientes:
1. La caída perpendicular de los cuerpos.
2. La distancia idéntica de los tiros de artillería, sea cual sea la dirección.
3. La experiencia común del curso de las nubes y del vuelo de los
pájaros.
4. La carencia del efecto centrífugo de una rueda girando en contrario
del supuesto movimiento terrestre.
El fondo de la refutación es siempre el mismo: no podemos imaginar
un movimiento cuando es uno el que va en el móvil, porque no puedo
distinguir lo que se está moviendo.
En la tercera jornada examina por qué la revolución en torno al sol
no es experimentable, y en la cuarta jornada ilustra la prueba física de
la revolución terrestre, por lo que él considera irrefutable: las mareas y
los vientos Alisios, reinterpretando mecánicamente la tradicional distri-
bución de los elementos en tierra, agua y aire, que corresponden a la
fenomenología de la percepción sensible.
El argumento que para Galileo era definitivo era el del flujo o reflujo
del mar, como en un principio quiso titular el diálogo, más conocido
como marea. Según Galileo la tierra era como un vaso lleno de agua
que al hacerlo girar, como decía que lo hacía la tierra alrededor del sol,
hace que el contenido del mismo se incline hacia un costado. Si hacemos
girar el vaso sobre sí mismo, tendremos que el agua está llenando pri-
mero un costado y luego el otro. El problema es que de ser este argu-
mento cierto debería haber una sola marea al día y no dos como de
hecho hay. Hoy sabemos que el argumento no era válido (ni para la
época ni actualmente) ya que la marea se explica por la acción gravita-
toria conjunta entre la tierra, el sol y la luna.
116
39
c. La edición del Diálogo y la condena
Pensó que el mejor lugar para editarse el Diálogo era en Roma, por
la categoría de esta ciudad, y porque la aprobación romana confería a
la obra una gran autoridad. Además, el encargado de revisar los escritos
era el P. Riccardi, a quien conociera en su viaje anterior a Roma, y cu-
ya aprobación le aseguraba su discípulo Castelli. El 3 de mayo del 1630
llega a Roma con las recomendaciones del Gran Duque y se aloja en la
Embajada. El embajador había cambiado: era Francisco Niccolini, dis-
puesto favorablemente para con Galileo. El mismo Papa lo recibe en
audiencia interesándose por su escrito, y diciéndole que en el proemio
de la obra reconociese la validez del decreto de 1616, que cambiase el
título de Flujo y reflujo del mar, y que la teoría Copernicana fuese ex-
puesta como simple hipótesis matemática, dejando indeterminada su
verdad física. Quería el Papa dejar en resguardo la autoridad de la Igle-
sia y de la Sagrada Escritura.
El diálogo se entrega para la revisión al Maestro del Sacro Palacio P.
Nicolás Riccardi, que lo entrega al P. Rafael Visconti, matemático con
autoridad para juzgarlo. Viendo que se defendía al sistema copernicano,
no hipotética sino absolutamente, trata con el autor las correcciones que
se debían hacer. Se le da un Imprimátur condicional para Roma, para
que pudiese tratar con el editor, pero debía hacerse el proemio de la
obra y la conclusión. Pero Galileo obtenido esto se vuelve a Florencia e
intenta imprimirlo allá.
El P. Riccardi, al enterarse de esto, quiere ver por sí mismo al libro
para corroborar que se le han hecho las correcciones y se lo manda a pe-
dir en una carta del 24 de mayo de 1631. En la misma expone clara-
mente los peligros de mostrar como absoluta la teoría copernicana, pues
por ella, podría contrariarse la “doctrina sacra y la revelación de Dios”
y que, por tanto, se conceda “sólo la verdad hipotética y sin la Escritu-
ra” 22. El inquisidor de Florencia le responde una misiva en la que le di-
ce que el original podría perderse en el camino y que el autor no quería
correr ese riesgo. Le pide la autorización para que el libro se corrija en Flo-
rencia. Le dice también que está siendo revisado por el P. Stefani de la
misma orden que Riccardi, y que el autor se encuentra pronto y obedien-
te para toda corrección. Llega solamente el prefacio de la obra a Riccar-
di, quien lo aprueba y manda nuevamente el 19 de julio de 1631, re-
marcando que quiere él mismo ver la obra corregida.
Mientras tanto Galileo obtiene el permiso de impresión de parte de
los inquisidores de Florencia, y el libro ve la luz el día 21 de febrero de
1632 con el título de: “Dialogo di Galileo Galilei, Linceo matematico
39
117
sopraordinario dello studio di Pisa e filosofo e matematico primario del
Serenissimo Granduca di Toscana, dove nei congressi di quatro giornate
si discorre sopra i due Massimi Sistemi del mondo, Tolemaico e Coper-
nicano, proponendo indeterminadamente la ragioni filosofiche e naturali
tanto per l’una quanto per l’altra parte”.
Fue muy bien recibido en los ambientes favorables a Galileo, pero
éste había cometido un gran error: había colocado junto a la autorización
del inquisidor de Florencia y del Vicario general, el Imprimátur del P.
Riccardi, que nada tenía que hacer en un libro publicado fuera de Roma.
Esto hizo que inmediatamente se entablara una causa contra Galileo
que según el relato oficial tenía los siguientes motivos:
En el libro se deben considerar como cuerpo de delito las cosas si-
guientes:
1. Por poner el imprimátur de Roma sin orden, y sin contar la publi-
cación con la autorización debida, y sin haber remitido a Roma como
se le había pedido el texto retocado.
2. Por poner el prefacio aclaratorio con caracteres distintos, y volverlo
inútil, como fuera del cuerpo de la obra. Poner los argumentos de la
centralidad de la tierra en boca de un tonto, mientras que el heliocen-
trismo es expuesto sin dificultad y es aprobado fríamente por el otro in-
terlocutor, que debería ser imparcial, y cuando le aprueba algo lo hace
de mala voluntad.
3. Falta en la obra muchas veces el volver hipótesis la movilidad de
la tierra y la estabilidad del sol, sino que la asevera absolutamente. Cuali-
fica los argumentos con que la funda como demostrativos y necesarios,
y trata la parte negativa por imposible.
4. Trata la cosa como si no estuviera decidida y como aparente y
no presupone las definiciones anteriores.
5. Destruye a los autores contrarios y de quienes más se sirve la
santa Iglesia.
6. Queda mal explicada la coincidencia que debe darse entre los pun-
tos de vista humano y divino respecto de los postulados de la geometría.
7. Da como argumento de verdad los que destruyen a los tolemaicos
por los copernicanos y no al revés.
8. Haber puesto como prueba de la estabilidad del sol y la movili-
dad de la tierra el flujo y reflujo del mar.
Todas estas cosas se deberían enmendar, si se juzgase ser de alguna
utilidad el libro. Además, se recuerda la promesa hecha por Galileo en
el 1616 23.
23 Ibid, p. 108.
118
39
Por estos motivos se mandaba el 23 de septiembre del 1632 a Fray
Clemente Egidio, inquisidor de Florencia, que se le comunicara a Gali-
leo que debía presentarse ante el Comisario del Santo Oficio durante el
mes de octubre 24. El 25 de septiembre el Inquisidor de Florencia envía
al Cardenal Antonio Barberini los originales del libro de Galileo que ya
había sido impreso 25 y el 2 de octubre manda la constancia de que se
ha presentado el día anterior y se ha mostrado prontísimo de acudir a
Roma 26. Pretextando su avanzada edad y una enfermedad Galileo pi-
de que se le retrase el viaje, lo cual es aceptado desde Roma, pero que
una vez recuperado debe comparecer. Así el 17 de diciembre envía a
Roma un certificado médico firmado por Vettorio de Rossi, Giovanni
Ronconi y Pietro Cervieri, todos médicos físicos 27. El 30 de diciembre
Roma envía una carta al inquisidor diciendo que no debe tolerar nin-
gún subterfugio y que, por tanto, envía un médico que visite y verifique
el estado de Galileo y que si éste se encuentra bien deberá ir a Roma
encarcelado y encadenado 28.
El 20 de enero parte Galileo de Florencia hacia Roma; llegará el 13
de febrero de 1633 en muy buen estado de salud. Cualquier otro acu-
sado hubiera ido a las celdas del Santo Oficio, pero a Galileo se lo dejó
residir en el palacio de Florencia, en la casa del embajador Niccolini. Se
trasladó dos veces al edificio de la Inquisición, pero no se le dieron las
celdas de los acusados, sino el departamento del fiscal del tribunal, for-
mado por tres cómodas habitaciones, con facultad de pasear por el pa-
tio y de retener consigo a su servidor, quien podía ir y venir a su arbi-
trio. Allí estuvo del 12 al 30 de abril, y del 21 al 24 de junio.
El 12 de abril tiene lugar el primer interrogatorio. Se presenta en el
Palacio del Santo Oficio ante el Comisario General de la Inquisición, fray
Vicente Maculano de Firenzuola. El diálogo lo tenemos en el relato de
la “deposizione di Galileo”, de los Archivos del Vaticano 29. Sustancial-
mente se le pregunta acerca del Monitum del 1616, y se le cuestiona el
por qué lo calló al pedir el Imprimátur al maestro del sacro palacio. Res-
pondió que como su libro no defendía a Copérnico, sino que sólo ex-
ponía su doctrina, no lo juzgó necesario. Estas declaraciones, teniendo
los inquisidores el libro en sus manos, sonaron evidentemente a falsas.
El primer interrogatorio terminó con esto y Galileo quedó en el palacio
del santo Oficio hasta que se le hiciera el segundo interrogatorio. Este
tendrá lugar el 30 de abril. Galileo haría una declaración donde reconoce
24 Ibid, p. 113.
25 Ibid, p. 114.
26 Ibid, pp. 115-116.
27 Ibid, p. 121.
28 Ibid, p. 122.
29 Ibid, pp. 124-130.
39
119
que al releer el Diálogo, que no había vuelto a ver desde hacía tres años,
le parecía nuevo y de otro autor. Esto lo capacitaba para ver que varios
pasajes de su obra habían resultado redactados de tal modo que el lec-
tor, ignorante de su verdadera e interior disposición de ánimo, podía
formarse la idea de que los argumentos aducidos en pro de la opinión
falsa (el heliocentrismo), que él entendía refutar, eran más poderosos
que los contrarios (tolemaicos) 30. Algunos como el cardenal Bricarelli,
lamentan que no se lo haya sobreseído. Por el contrario las razones no
resultaron convincentes para el tribunal, por lo cual el proceso continúa.
Galileo vuelve al Palacio de Florencia (lo cual es permitido por el Santo
Oficio) teniendo en cuenta “la debilidad y la edad avanzada de Galileo”,
tal como dice la autorización 31.
El 10 de mayo comparece Galileo ante el tribunal para el tercer inte-
rrogatorio, defendiéndose de dos maneras. Una presentando al tribunal
una copia hecha por su propia mano de la aclaración que le diese el
Cardenal Belarmino en 1616, y otra presentando una defensa escrita
del interrogatorio anterior. En el Archivo del Vaticano están los pareceres
de aquellos que juzgaron el Diálogo: Zacarías Pasqualigo, Clérigo Regular
y Profesor de Sagrada Teología, Melchior Inchofer y Agostino Oregio.
Todos coincidentes en que Galileo en el Diálogo defendía la doctrina
Copernicana. El análisis que hicieron es muy detallado y muestran los
lugares de la obra donde está defendida de modo absoluto la doctrina
heliocéntrica y no hipotéticamente como pretendía su autor.
Ante esto, el 16 de junio es prohibido el Diálogo. Se da la orden de
inquirir, sobre su intención heretical, si fuese necesario, bajo amenaza
de tortura. Si persiste en su negativa, deberá imponérsele la abjuración
de vehementi (como última oportunidad) y condenarlo a prisión al ar-
bitrio de la Sagrada Congregación 32. Así se lo llama para una cuarta
audiencia.
En esta última audiencia del día 21 de junio se le preguntó si creía o
había creído y desde cuándo, en el movimiento de la tierra. A lo que
contestó: “Ya hace mucho tiempo, es decir, antes de la determinación
de la Sagrada Congregación del Índice y de que se me diese aquel pre-
cepto, yo me tenía indiferente y juzgaba las dos opiniones, la de Tolo-
meo y la de Copérnico, discutibles, porque podían ser verdaderas en la
naturaleza, tanto una como la otra. Pero, después de la dicha determina-
ción, asegurado por la prudencia de los superiores, cesó en mí toda am-
bigüedad y juzgué, cual juzgo ahora, verísima e indudable la opinión de
120
39
Tolomeo, es decir, la estabilidad de la tierra y la movilidad del sol” 33.
Por el Diálogo ha profesado el heliocentrismo después de 1616. El tri-
bunal le pide que “confiese, pues, libremente la verdad, si la profesa o
la ha profesado”. Respondió: “Con respecto al Diálogo, no me moví a
escribirlo o publicarlo porque juzgué verdadera la opinión de Copérnico;
sólo que estimándolo de beneficio común, he explicado las razones na-
turales y astronómicas que se pueden aducir de una u otra parte, inge-
niándome en manifestar que ni aquellas ni estas, ni las en pro de esta
opinión ni las en pro de aquella, tienen fuerza demostrativa. Por lo mis-
mo, a fin de poder proceder con seguridad, debía recurrirse a la determi-
nación de más sublime doctrina, como se manifiesta en muchos y mu-
chos pasajes del mismo Diálogo. Concluyo, pues, dentro de mí mismo,
que no he profesado después de la determinación de los superiores la
opinión condenada”.
Sin embargo, se le hizo ver que en el Diálogo, por lo menos se ma-
nifestaba que él había profesado la doctrina copernicana, a lo que res-
pondió: “Yo no profeso ni he profesado la opinión de Copérnico desde
que se me intimó con precepto que la dejase; por lo demás estoy en sus
manos, hagan de mí lo que les agrade.” Se llega a una instancia que
nos puede parecer para nuestra mentalidad desagradable, pero que en
este caso fue una mera formalidad, donde se lo intima a Galileo que di-
ga la verdad, porque si no se llegaría a la tortura. A esto respondió: “Es-
toy aquí para obedecer; no he profesado esta opinión después de la de-
terminación tomada, como ya he dicho”. “No pudiendo obtenerse más
del asunto fue llevado Galileo a sus habitaciones” 34. El 22 de junio es
llevado Galileo con hábito penitencial, como correspondía, al Convento
dominicano de Santa María sopra Minerva, allí se le lee la sentencia de
que es sospechoso de herejía por “haber creído y tenido una doctrina
falsa y contraria a la Sagrada Escritura” 35.
La pena que le dieron fue la siguiente: “A fin de que este tu grave y
pernicioso error y desobediencia no quede del todo impune, a fin de
que seas más cauto en lo porvenir y sirvas de ejemplo a los otros para
que se abstengan de delitos semejantes, ordenamos que por edicto pú-
blico sea prohibido el libro de los Diálogos de Galileo Galilei. Te conde-
namos a prisión formal en este Santo Oficio a nuestro arbitrio; y como
penitencias saludables te imponemos que por tres años digas una vez a
la semana los siete salmos penitenciales, reservándonos la facultad de
moderar, cambiar o quitar del todo o en parte las dichas penas o peni-
tencias” 36. Galileo hizo la fórmula de abjuración y salió del Tribunal.
39
121
Este mismo día parte Galileo a la Villa Médicis, y el 30 de junio el Santo
Oficio le permite retirarse a Siena.
Así termina la condena de Galileo. Veamos ahora cómo pasó los úl-
timos años de su vida.
37 Ibid, p. 187.
38 Ibid, p. 189.
122
39
dad un gran escándalo”. Noventa y dos años después, con permiso del
Santo Oficio del 16 de junio de 1734, se trasladaban las cenizas de Ga-
lileo a la Basílica de la Santa Cruz, en una tumba erigida en su honor
con este epitafio: “Galilaeus Galileius... Geometriae, Astronomiae, Philo-
sophiae Maximus Restitutor. Nulli Aetatis Suae Comparandus” 39.
Así terminó la vida de quien es considerado el “Padre de la ciencia
moderna”. Veamos en el siguiente apartado si es esto correcto. Para ello
analizaremos en primer lugar sus aportes, luego sus yerros y las origina-
lidades y copias de este hombre de ciencias. Luego investigaremos si el
título del “condenado por la Iglesia retrógrada y oscurantista” es verda-
dero. Para esto veremos como vivió Galileo su condena y desde cuándo
se comenzó a utilizar su figura como ariete contra la Esposa de Cristo
que es la Iglesia.
39
123
El fenómeno de caída de los cuerpos lo atribuye a la gravedad y de
aquí surge que cada astro tenía su centro de gravedad y no que la tierra
era el centro de gravedad del mundo entero. Kepler, que hace un siste-
ma dinámico, es el primero en hablar de gravedad en términos de atrac-
ción mutua entre dos cuerpos. Para él una fuerza impulsiva emanaba
del sol y ponía en movimiento al resto de los planetas en sus órbitas,
ellos a su vez en forma derivada y secundaria hacían orbitar a sus pro-
pios satélites, término que él empleó por primera vez. A su vez es Ke-
pler quien durante los años 1600 y 1610 da las leyes de los movimientos
planetarios, mostrando que el movimiento que realizan alrededor del
sol no es circular sino elíptico, ubicándose este en uno de los focos de la
elipse. Esto lo deduce de la variación de velocidad del planeta Marte en
los puntos Perichio (distancia menor, mayor velocidad) y Afelio (distancia
mayor, menor velocidad). El pensamiento de Galileo es cinemático y
de hecho no está de acuerdo en la órbita elíptica de los planetas dada
por Kepler.
Entre los años de Padua, 1592 y 1610, Galileo obtiene tres resultados
importantes:
1. Contrariamente a lo que enseñaba Aristóteles, los cuerpos no
caen de manera proporcional a su masa, sino que todos caen a la mis-
ma velocidad. Es decir que una piedra grande y otra chiquita caen a la
misma velocidad, a pesar de la diferencia de tamaño.
2. En 1602 demuestra que los cuerpos caen con movimiento uni-
formemente acelerado.
3. Partiendo de estas observaciones y del movimiento en un plano
inclinado que es acelerado hacia abajo y retardado hacia arriba, dedujo
que en un plano horizontal el movimiento debía ser uniforme, y así de-
dujo lo que hoy llamamos principio de inercia.
Así a pesar de la diferencia entre Kepler y Galileo, estaban de acuer-
do en que se debía construir una física universal, que se aplique tanto a
los fenómenos terrestres como a los celestes. Entonces se organizaría un
verdadero sistema solar cuya existencia había sido entrevista por Copérni-
co. La aplicación del telescopio al cielo será fuente de nuevos descubri-
mientos, pero extrañamente no usó de esos argumentos en favor de la
teoría Copernicana. El planteo de que si lo que se veía a través del te-
lescopio era real, sirvió para que Galileo desarrollara la teoría óptica.
Yerros
124
39
mismo y el comportamiento que observamos respecto de las manchas
solares. El tercero es las mareas, argumento que para Galileo es conclu-
yente. Este último no tiene como explicación los movimientos terrestres,
sino la atracción conjunta que sufre la tierra por el sol y la luna, como
demostró Newton, un siglo después. Los otros dos argumentos tienen
explicación coherente en ambos sistemas. Por lo cual no tiene carácter
concluyente. Es decir, que para el estado de la ciencia de su tiempo el
sistema copernicano no pasaba de ser una hipótesis, de ninguna manera
demostrada definitivamente. Otro error grueso de Galileo es la explica-
ción que dio de los cometas en la controversia con el jesuita Grassi, quien
tenía razón, en contra de lo que aquel opinaba.
Originalidades y copias
41 Para mayores datos sobre esta teoría se puede ver: Campbell J, Galileo e la scienza
moderna, AA.VV., op. cit., pp. 218-221.
39
125
Lo otro que descubrimos sorprendidos es la influencia en el método
de Galileo que tuvieron los jesuitas durante el período del 1589-1591,
cuando estaba empezando su carrera de docente en la Universidad de
Pisa. El descubrimiento es importante porque demuestra que al inicio la
opinión de Galileo sobre la metodología científica, sobre la relación en-
tre la física terrestre y la celeste y sobre el movimiento de los cuerpos
pesados y ligeros fueron influencia de aquellos jóvenes jesuitas, alumnos
y grandes discípulos de Clavio, que contemporáneamente enseñaban
lógica y filosofía natural en Roma. No sólo esto, sino que buena parte
de la terminología usada por los jesuitas, fue adoptada y desarrollada
por Galileo como parte integrante en su Diálogo sobre la Nueva Ciencia,
del final de su vida 42. Desde fines del siglo XIX se sospechaba que dos
de los manuscritos latinos de Galileo, uno conteniendo cuestiones de
lógica (el nº 27) y otro conteniendo cuestiones físicas y sobre el movi-
miento (el nº 46), eran derivados o copiados de otra fuente. El primero
era puesto por Favaro en la época de sus estudios en Vallumbrosa, en
el 1570. El segundo se ubica durante su período de Universidad en Pi-
sa, en el 1584. También se encuentra un tercer manuscrito que contiene
esbozos del primer escrito de Galileo sobre el movimiento, el nº 71. Es
del período de la enseñanza de Galileo en Pisa del 1590-91. El manus-
crito 71 es el que más ha llamado la atención a los estudiosos, a causa
de la evidente relación de este con los sucesivos escritos sobre el movi-
miento, en donde obviamente se apoya la fama de ser el “padre de la
ciencia moderna”.
El descubrimiento es el siguiente: Los tres manuscritos son de la mis-
ma época, en contra de lo que opinaba Favaro, y corresponden a un
curso sobre Analíticos Posteriores, tenidos por un profesor jesuita del
Colegio Romano, Paolo Valla (o Vallius), durante el año académico del
1587-88. Además del importante análisis de la metodología científica
que estos contienen, dan la prueba de que Galileo estaba estudiando se-
riamente el material del curso del jesuita (lógica y filosofía natural) mientras
ocupaba el cargo de docente de Pisa, entre el 1589-91. Los tres manus-
critos corresponden al mismo período, de gran producción para Galileo,
donde gestó las bases sobre el que se funda su trabajo sucesivo. La com-
paración de manuscritos de Galileo con el contenido de los cursos mues-
tran que Galileo ha tomado los mismos argumentos con los mismos ejem-
plos aunque resumiéndolos. Es como quien hace una ficha o un resumen
de la clase del profesor.
Esto lleva a que se ajusten algunos juicios.
1. La originalidad del pensamiento de Galileo es muy relativa.
42 Wallace W, Galileo e i professori del Collegio Romano alla fine del secolo XVI,
AA.VV., op. cit., pp. 76-97.
126
39
2. Galileo el campeón de la verdad contra los escolásticos oscurantis-
tas y de mala fe. Basta recordar la polémica con Grassi sobre los come-
tas, para saber en este caso quién estaba equivocado.
3. A la luz de estos manuscritos entendemos mejor el proceso del
1633, pues en ningún lugar del Diálogo sobre los dos máximos sistemas
del mundo Galileo demuestra efectivamente el movimiento terrestre.
Pasemos ahora a analizar el otro título que lleva Galileo:
39
127
Así vivió Galileo su condena. Cuándo y cómo comienza a utilizarse
la figura de Galileo en contra de la religión, y cómo la Iglesia misma co-
mienza a reconocer la obra de Galileo es lo que explicamos a conti-
nuación.
46 Bernard J, La Chiesa e Galileo nel secolo dell’Illuminismo, AA.VV., op. cit., p. 183.
128
39
prueba óptica de que la tierra seguía una órbita en torno al sol, Benedicto
XIV hizo que el santo oficio concediera el Imprimatur a la primera edi-
ción de las obras completas de Galileo. Esta reforma implícita del 1633
se hizo explícita en el decreto de la sagrada congregación del Índice
que eliminó de la edición del 1757 del catálogo de libros prohibidos las
obras que estaban a favor de la teoría heliocéntrica. De hecho a pesar
de ese decreto, fueron numerosos los que se mostraron reacios a admi-
tir la nueva interpretación. En 1820, el canónigo Settele, profesor de la
Universidad de Roma “La Sapienza”, cuando iba a publicar sus Elemen-
tos de óptica y astronomía, tropezó con el rechazo del Padre Anfossi,
Maestro del Sacro Palacio, que no quiso concederle el imprimátur. Este
incidente dio la impresión que la sentencia del 1633 no había sido re-
vocada, como si fuera irrevocable. El autor censurado injustamente
apeló al Papa Pío VII, del que recibió en 1822 una sentencia favorable.
Un hecho resultó decisivo: el padre Oliviere, antiguo maestro general
de la orden de predicadores y comisario general del Santo Oficio, re-
dactó un informe favorable a la concesión del imprimátur a las obras
que exponían la astronomía copernicana como una tesis, y no sólo co-
mo una hipótesis” 47.
Con lo que deducimos que el caso Galileo fue usado por los enemigos
de la religión para sacar provecho propio. Además vemos que la Iglesia
cuando pasa el peligro del protestantismo y el sistema copernicano se
prueba absolutamente, inmediatamente aprueba su enseñanza. Esta acti-
tud sabia de la Iglesia se ve reflejada más que nunca en nuestros días
con el Papa Juan Pablo II. El Santo Padre consciente de lo que había
dado que hablar el caso Galileo a lo largo de los siglos, y para dar un
corte definitivo al asunto lo hace estudiar detenidamente.
47 Intervención del Card. Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para la cultura,
como conclusión de los trabajos de la comisión pontificia. Resultados de la investigación interdisci-
plinar sobre la controversia, L’Osservatore Romano, edición de lengua española, 13 de noviembre
de 1992, pp. 7-8.
48 Cf. Mt 14, 22-36.
39
129
En esta tormenta que el mundo ha levantado alrededor de la barca
de la Iglesia por el caso Galileo, nuevamente es Cristo que tomando a
Pedro entra en la barca y calma la tempestad. Como en el lago la reali-
dad ha hecho desaparecer a los fantasmas. Pedro habló por Juan Pa-
blo II. El estudio serio hecho por la Santa Sede hace que afirmemos los
siguientes puntos a modo de conclusión:
Si Galileo hubiese defendido su postura como una hipótesis nunca
se hubiera llegado a la condena; es lo que el cardenal Belarmino le re-
marcaba a Foscarini en la carta que le envía y que le dijo a Galileo per-
sonalmente cuando la advertencia de 1616. La actitud tozuda de Galileo
y el hecho de poner a la autoridad de la Sagrada Escritura de por me-
dio hizo que la Iglesia tomara cartas en un tema que no estaba ni remo-
tamente precisado y en donde los argumentos de uno y otro lado eran
convincentes. Como ejemplo tenemos el caso de Tito Brahe que median-
te un complicado sistema matemático explicaba las fases de Venus ha-
ciendo girar a este planeta alrededor del sol, y a ambos girar alrededor
de la tierra, manteniéndola así como centro del mundo.
Por la confusión reinante en la época entre filosofía, ciencia y teología
hizo que un tema que era del ámbito científico experimental se mezclase
en la filosofía y teología, y que de esa manera filósofos, científicos y
teólogos terminaran discutiendo fuera de su ámbito. La confusión se
torna paradójica, si tenemos en cuenta que los teólogos tenían razón al
decirle a Galileo que presentara las cosas como una hipótesis, y que
Galileo tenía razón al decirle a los teólogos cómo debían interpretar la
Sagrada Escritura. Cada uno acertó fuera de su campo y se equivocó
en el propio.
La Iglesia nunca se opuso a la ciencia, sino que por el contrario la
fomentó 49. Copérnico, el primero en proponer el heliocentrismo, era
un ferviente católico y dedica su obra al Papa Pablo III. Galileo tuvo
grandes maestros religiosos y sacerdotes, baste recordar simplemente a
los jesuitas Cristóbal Clavio y Paolo Valla de quien sacó sus ideas prin-
cipales, como se ha demostrado hoy. La ciencia siguió despertando in-
49 Es muy interesante la tesis de Jaky Stanley L., Física y religión en perspectiva, capítulo
2: La Física y el Universo: de los Sumerios a fines del siglo XX, Rialp, Madrid 1991, en donde se-
ñala que “los monumentales abortos naturales que sufrió la ciencia en todas las grandes culturas
de la Antigüedad, incluyendo la griega, son atribuídas retrospectivamente a la visión panteística
del universo compartida por todas ellas. Dentro de esa visión era imposible desarrollar una cien-
cia (la física) que fuera capaz de tratar con esa principal característica de las cosas que consiste
en el hecho de estar en movimiento. El sendero abierto a una ciencia viable (la física) tomó cuer-
po en términos de una reflexión sobre la realidad de un universo creado de la nada y en el tiem-
po. A pesar de que en los tiempos modernos esa visión cristiana ha sido abandonada en gran
medida, los mejores avances en ciencia, aunque no en filosofías cultivadas por muchos científicos
destacados implican una adhesión a esa misma visión”. Por lo cual señala que la Iglesia contri-
buyó al desarrollo de la ciencia que no se había dado en otros siglos.
130
39
terés en el seno de la misma Iglesia; así tenemos el caso de Gregorio
Mendel, el descubridor de las leyes de la herencia, monje que vivió en
la segunda mitad del siglo XIX. Hacía sus experimentos en el jardín de
su Monasterio en Brünn. Los resultados que obtuvo son la base de toda
la biología moderna, de la genética y seguramente de haberse difundido
antes, la obra darwiniana no habría tenido éxito, pues constituye su
refutación. En nuestro siglo XX se ha refundado la Pontificia Academia
de las Ciencias que reúne a científicos de todo el mundo, y aun de dis-
tintas creencias religiosas, quienes con sus trabajos muestran la armonía
existente entre la ciencia y la fe 50.
El proceso a Galileo y la pena subsiguiente (recitar los siete salmos
penitenciales y estar en prisión domiciliaria) están muy lejos de ser las
que dijeron los enemigos de la Iglesia. No hubo torturas ni cárceles te-
rribles, al contrario, en todo se mostró benevolencia, compasión y res-
peto por la persona de Galileo. Luego de la condena siguió trabajando
normalmente y editó su gran obra el Diálogo de la Nueva Ciencia con
la aprobación eclesiástica. El resto fue invento de la Ilustración francesa
para desacreditar a la Iglesia.
La Iglesia defendió en el proceso a Galileo los valores humanos y re-
ligiosos que están por encima de la ciencia. La tecnología y el poder eco-
nómico desligados de la moral avasallan al mismo hombre. Es por eso
que el Papa, en el discurso referido anteriormente, hace referencia a la
actualidad del caso Galileo, especialmente por las situaciones análogas
que se nos pueden presentar hoy. Cabe preguntarse cuáles son esas si-
tuaciones. El mismo señala dos en concreto: el origen de la vida y las
nuevas disciplinas de la biología y la biogenética. Por qué especialmente
el Papa centra sus ejemplos en las ciencias que tiene que ver con la vi-
da? La respuesta la da el Cardenal Ratzinger en su libro Una mirada a
Europa: “En el último decenio, la resistencia de la creación a ser mani-
pulada por el hombre, se ha convertido en un nuevo componente de la
situación espiritual. La pregunta de los límites de la ciencia y las medidas
a las cuales ella debe atenerse se ha hecho ineludible. Me parece parti-
cularmente significativo del cambio en el clima intelectual el giro que se
ha producido en el modo de juzgar el caso Galileo. Este hecho, poco
resaltado en el siglo XVII, fue elevado en el siglo siguiente a mito del
iluminismo. Galileo aparecía como víctima del oscurantismo medieval
conservado en la Iglesia. Bien y mal se oponen divididos por un corte
tajante. Por una parte encontramos la Inquisición, el poder que encarna
la superstición, el adversario de la libertad de conciencia. Por la otra, la
ciencia natural, representada por Galileo, como el poder del proceso y
39
131
de la liberación del hombre de las cadenas de la ignorancia, que lo
mantenían impotente frente a la naturaleza. La estrella de la modernidad
brilla en la noche del oscuro medioevo” 51. Ratzinger muestra la opinión
de un marxista, E. Bloch, y la de un filósofo agnóstico y escéptico, P.
Feyerabend, que defienden la postura de la Iglesia frente a Galileo, por
lo siguiente: “la Iglesia de la época de Galileo se atenía más estrictamente
a la razón que el propio Galileo, y tomaba en consideración las conse-
cuencias éticas y sociales de la doctrina galileana” 52. Y señala una anécdo-
ta curiosa: “para mi sorpresa, en una reciente entrevista sobre Galileo,
no se me formuló pregunta alguna del tipo: “¿Por qué la Iglesia ha pre-
tendido obstaculizar el desarrollo de las ciencias naturales?”, sino precisa-
mente la opuesta: “¿Por qué la Iglesia no ha asumido una posición más
clara contra las consecuencias negativas que tendrían por fuerza de
producirse una vez que Galileo abrió la caja de Pandora?” 53.
En definitiva que la tierra gire alrededor del sol o el sol alrededor de
la tierra, será una cuestión de ciencia y punto, pero las consecuencias
morales que ha traído el desarrollo sin límite o freno moral de la ciencia
acaba en la misma destrucción del hombre. Ésta ha sido la consecuencia
de la bomba atómica o de las armas biológicas. El desarrollo científico y
técnico desconectado de su función moral, trae consecuencias terribles
para el mismo hombre; la manipulación genética de hoy, ¿en qué varía
de la que se puede hacer en un campo de concentración con seres hu-
manos, cuya única diferencia con el de una probeta, es su diferencia de
tamaño? Ante esas cosas la Iglesia tiene el deber de cumplir su misión.
Esto no es frenar el desarrollo de la ciencia, sino realizarlo al modo hu-
mano, único modo válido de avanzar sin destruirnos.
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mas d’Aquin, Pierre Téqui, Paris 1995.
39
133
LA TRANSFORMACIÓN EDUCATIVA
ARG ENTI NA
MARTA S. SIEBERT
Ámbitos de la educación
Fundamentos constitucionales
2. Concurrencia federal:
– El art. 5 obliga a las provincias a asegurar constitucionalmente la
“educación primaria”.
– El art. 104 reserva a las provincias “el poder no delegado por la
Constitución al gobierno federal”.
3. Unidad normativa:
– El art. 67, inciso 16 determina que corresponde al Congreso dictar
“planes de instrucción general y universitaria”, referidos a la educación
pública en particular.
El Poder Legislativo argentino nunca sancionó normas federales de
alcance general, es decir, obligatorias para todas las jurisdicciones, con
excepción de la ley 19524 de escuelas de frontera. Tampoco dictó una
ley nacional o federal para todos los niveles y modalidades del sistema
educativo. Todas fueron leyes parciales para uno de los niveles: univer-
sitario, primario y secundario en su modalidad técnica.
En consecuencia, las provincias siempre se han visto en la necesidad
de dictar sus propias normas.
Por tanto, la existencia de una Ley Federal de Educación se hacía im-
postergable, no sólo por la necesidad de vertebrar el sistema educativo
de la Nación, de coordinar los esfuerzos educativos, de organizar la ad-
ministración pedagógica del país que evite discriminaciones y conflictos
sectoriales, sino se imponía, también, porque la transferencia de escuelas
a las jurisdicciones provinciales traería aparejada una anarquía pedagó-
gica.
Lógicamente, como toda factura humana, tiene sus defectos y nece-
sita posteriores determinaciones a través de las pertinentes reglamenta-
Transformación Educativa
La escuela nueva
Fundamentación filosófica
El nominalismo
Hermeneútica y psicolingüística
Para Richard Rorty (1931), el lenguaje no existe como algo terminado,
acabado, pues no hay espacios a priori, atemporales, en los que no en-
tren la sociología, las ciencias naturales, el arte, la historia, ciencias és-
La “New Sociology”
La historia
Contructivismo y Realismo
El origen filosófico de las nuevas corrientes pedagógicas que se han
impuesto en el mundo en la última mitad del presente siglo, se desarrollan
dentro del marco idealista del pensamiento de Kant y Hegel, asumido y
reelaborado por la Escuela de Francfort.
Su planteo se fundamenta en una crítica a la concepción que la filo-
sofía tradicional tenía sobre la racionalidad de lo real y el valor de la
verdad (objetividad y universalidad) en el conocimiento.
En efecto, a partir de Kant la razón teórica se desprende de la reali-
dad objetiva, la cual deja de ser inteligible para el hombre y, en su lu-
gar, instala el fenómeno, lo que aparece en el ámbito del espacio y del
tiempo. Y será la voluntad y la ley moral el fundamento de la libertad,
la que, por tanto, no tendrá más su razón y fundamento en la verdad.
En síntesis, el reino de la objetividad ha sucumbido frente a la subje-
tividad del pensamiento. A ello se agregará, posteriormente, el pensa-
miento marxista, quien con su acentuación en lo social, conforma el
origen del llamado “contextualismo” contemporáneo, dentro de cuyos
límites se encuentra el “Constructivismo”, tanto en su versión piagetiana,
cuanto en la de Vygotsky y Ausubel.
Tal como lo define G. Benson (Epistemología y ciencia curricular),
“el constructivismo es una perspectiva que rechaza la idea de que existe
una colección «objetiva» de datos que es confrontada con la realidad
del mundo. El constructivismo, por el contrario, cree en una comprensión
del mundo cuidadosamente construida a través de la cual las personas
interpretan sus experiencias”. Se trata, pues, de un sujeto activamente
comprometido en el conocimiento, que no es otra cosa que una construc-
ción coherente y significativa para él. Y es el contexto social el que de-
termina lo que debe ser considerado conocimiento, por lo cual, los cri-
terios se convierten en contexto-dependientes, en lugar, por ejemplo,
de verdaderos, o bellos, o buenos, por sí mismos.
Realismo pedagógico
ÁREA DE LENGUA
Es algo indiscutible que el hombre se perfecciona por medio del len-
guaje, de la palabra, pues éste –el lenguaje– es expresión de sentido y
manifestación del entendimiento. El hombre es el único que puede pro-
ferir una palabra inteligente mediante un acto creativo.
El lenguaje tiene una normativa transpersonal, que supera a la per-
sona, desde el momento que es expresión de la esencia de las cosas; y
posee una ductilidad tal que permite la recreación permanente.
El lenguaje es una realidad que nos posee, nos atrapa, nos condiciona
en nuestra propia situación de hombres, pues fuera de él no podemos
vivir, ni pensar, ni ser, desde el momento que somos obra de la Crea-
ción Divina a partir del Logos primigenio.
Sin embargo, el lenguaje humano no crea el mundo, como el Logos
Divino, mas sí lo hace inteligible al hombre, a través del poeta que recu-
pera, en el lenguaje, la convivencia de los hombres con Dios (Hölderlin).
El lenguaje libera al hombre de la presencia de las cosas, remontán-
dolo a la esfera de los símbolos. Es un medio que vincula lo visible y lo
invisible, el mundo de la physis con el reino de lo simbólico. Por ello,
permite descubrir, nombrar, embellecer, relacionar y gozar de las cosas;
y referir una determinada realidad a un contexto significativo mayor. El
lenguaje es, pues, un absoluto que da sentido a la realidad, en un cons-
tante acto de recreación, de vida, de comunicación, a nivel humano y
divino-humano.
Es por ello que la palabra no sirve sólo para comunicarse a un nivel
social, sino –y principalmente– para celebrar poéticamente lo sacro y lo
profano. Sin esta función esencial del lenguaje no sería posible la co-
municación, pues la palabra hace transitar al hombre por el camino de
una comprehensión superadora de la mera racionalidad.
Y si el lenguaje no cumple con esta misión esencial, lanza al hombre
por el precipicio de su destrucción. Por ello, Hölderlin decía que el len-
guaje es el más peligroso de los bienes concedidos al hombre, peligroso
para el poeta, cuando no capta los destellos de lo divino para transferirlo
al hombre; y peligroso para el hombre, por la posibilidad de entrar en
lo cotidiano y perder la sacralidad. Cuando esto ocurre –a nivel del
poeta y del hombre– se quiebra el vínculo entre Dios y los hombres. Y
tal es lo que ocurre en la Transformación Educativa Argentina.
En la Introducción a los CBC de Lengua se lee: “El lenguaje es esen-
cial en la conformación de una comunidad. La cultura lingüística contri-
El evolucionismo de Lamarck
El evolucionismo de Darwin
Carlos Darwin (1809-1882), es quien más ha influido en el pensamien-
to científico de los dos últimos siglos, aunque en el presente, se trate
más de una “fe darwinista”, ajena al sentir y pensar del propio Darwin.
En sus dos obras más significativas, El origen de las especies (1859)
y La descendencia del hombre (1871), expone sus tesis fundamentales:
la selección natural y la transformación de las especies.
En la vida de los individuos se produce una selección natural que
beneficia a los más aptos y perjudica a los que no lo son, generando
variaciones accidentales y en sentido divergente (no siempre las mismas
y en un orden determinado). En la lucha por la vida, sobreviven los
más aptos, los cuales tienen mayor descendencia, y de quienes nacen
nuevas especies caracterizadas por nuevos medios de adaptación.
Esta selección natural, que Darwin no puede explicar racionalmente
y a la cual califica de “metáfora”, es la causa de la presencia de las dis-
tintas especies y también del hombre sobre la faz de la Tierra.
Esta teoría que no cuenta, como dijimos, con explicación racional o
científica alguna, deja muchos puntos oscuros y hace afirmaciones ca-
prichosas, como cuando sostiene que las características propiamente
humanas (religión, desarrollo intelectual, facultades morales, etc.), cuyo
origen no puede explicar, son variaciones biológicamente inútiles, razón
por la cual se conservan.
Darwin constata la evolución, pero no la explica, pues no puede dar
razón del progreso, es decir, del surgimiento de un elemento nuevo, o
el paso de lo menos a lo más (origen del alma, del lenguaje, de las
facultades superiores del hombre, etc.). Más bien participa del optimismo
del romanticismo idealista del siglo XIX que creía en el progreso espiritual,
progreso que Darwin traslada a la ciencia. Así, expresa: “Yo me pregunto
si las convicciones del hombre, que se han desarrollado desde el espíritu
de animales de orden inferior, tienen algún valor y si puede tenerse
alguna confianza en ellas. ¿Quién podría confiar en las convicciones del
A) NIVEL INICIAL
1) Operar en la realidad
2) Nuevas conceptualizaciones
Persona
Es recomendable distinguir “aspectos”, antes que dar “definiciones”
de persona, y en este marco casuístico (casos particulares y no una idea
universal de la que todos participamos en diverso grado), “conducir”
las reflexiones desde las propias experiencias hacia teorías con “funda-
mento racional” (nada metafísico o religioso), de “alcance explicativo”,
que muestre las distintas concepciones de persona.
Las dimensiones de esta persona, subjetivamente conceptualizada y
“mediada socialmente”, son tres, a saber:
Familia
Si bien se habla de familia como grupo primario –luego de la refor-
ma de los CBC – se deben comprender los cambios en su “composición”,
los roles, las expectativas y los condicionamientos sociales y culturales.
Nada se dice del matrimonio como fundamento de la familia y se la
equipara con otras formas de constitución (monoparental, homosexual,
divorciados, etc.).
Identidad
Es la “capacidad de la persona de autoconocerse y autoestimarse
como sujeto individual y parte de la identidad colectiva”, que está en
permanente cambio y construcción, en función de los estereotipos de
roles, de las expectativas, de las demandas, de los otros, de los modelos.
Las dificultades en su concreción dependen de numerosas razones
que se sintetizan en los procesos de “marginación y discriminación”,
que devienen como consecuencia de los “roles fijados” a varones y
mujeres por los modelos sociales. Esos roles los discriminan y marginan
en virtud de su condición de “sanos y enfermos”, “normales y discapa-
citados”, “pobres y ricos”, “creyentes y no creyentes”.
Valores
Son “principios y creencias desde los cuales se juzgan las acciones
como buenas o malas” y de acuerdo a ello se proponen como dignas, o
no, de ser realizadas. En consecuencia, no se puede hablar de valores
objetivos, universales, válidos para todas las épocas y todas las naciones,
según una escala jerárquica que distingue los valores sensitivos, vitales,
sociales, espirituales y religiosos.
Creatividad
Es definida como la “capacidad de trascender los límites de lo dado
y de lo dicho”, es decir, transgredir, para explorar “nuevas alternativas
y significaciones”.
Pero también la creatividad alude a la colocación de una impronta
personal (entiéndase subjetiva), a lo que se siente, se dice, se hace, se
piensa, se expresa, que no debe confundirse con “originalidad” –desco-
nexión de la realidad y de la sociabilidad–, ni con la “genialidad” –ca-
pacidad propia de un sector de privilegiados–, de modo que todas
aquellas personas dotadas intelectualmente, que con su capacidad dieron
a luz inventos que cambiaron la historia y contribuyeron a salvar vidas
(científicos, filósofos, médicos, etc.), son consideradas como alienados
o privilegiados, en el sentido peyorativo del término.
3) Concepción psico-sociolingüística
Conclusión
oO
JUAN IDIARTE BORDA
Presidente del Uruguay
> 25 de agosto de 1897
1 Lewis C. S., The four loves, in The inspirational writings of C. S. Lewis, Inspirational
Press, New York, 1991, p.247.
Novedad
P. Alfredo Sáenz
ANTONIO GRAMSCI
Y LA REVOLUCIÓN CULTURAL
1997
5ª Edición
Precio $ 4
L O ha de ser el discí-
pulo más que el
maestro; pero el
discípulo, precisamente por
serlo, ha de seguir los pasos
de aquél y ha de procurar
imitarle. De Santo Domingo
de Guzmán, maestro del P.
Victorino Rodríguez, se escri-
bió “novus athleta Domini”
y al P. Victorino Rodríguez
se le ha podido calificar de
“lucero del tomismo”.
Pero un lucero del tomis-
mo “en la tormenta de la
crisis contemporánea” –más
grave que la crisis albigense–
al que pueden aplicarse las palabras que pronunció Gregorio IX al ca-
nonizar a Santo Domingo: “he conocido a un hombre, fiel en todo a la
vida de un verdadero apóstol”. Y como tal, y como el fundador de la
orden dominicana, el P. Victorino, fue “un hombre evangélico”, “de
constante igualdad de ánimo”, que “hablaba con Dios o de Dios”.
Profesó en la Orden, el P. Victorino, en octubre de 1946. Doctor en
Teología por el “Angelicum” de Roma “summa cum laude plenis votis”;
profesor en “San Esteban” y en la Universidad pontificia, de Salamanca;
estudioso y alma de la difusión de la obra magistral, tanto del P. San-
tiago Ramírez como del P. Arintero; Prior de Santo Domingo el Real.
Es imposible una enumeración exhaustiva de sus trabajos, artículos,
conferencias, entrevistas y libros. Lo que importa destacar, en todos
ellos, es el enfoque sobrenatural de los temas, porque el P. Victorino no
Vivimos tiempos insólitos como para que “el extraño conformismo ac-
tual” juzgue severamente el pasado en el que durante milenios indiscrimina-
dos se perseguía a las mujeres,la democracia era desconocida, la homosexua-
lidad escarnecida, y las guerras (¡oh pacífico siglo XX!) interminables y
crueles. Y quien no acepte este código “políticamente correcto” que nos ri-
ge, quien no se sume a esa libertad obligatoria y sea hostil al aborto, u ose
afirmar que la homosexualidad es moralmente condenable será tratado de
retardado mental. La moral –nos preguntan– ¿no es acaso asunto privado?,
¿y nuestra libertad no tiene más límite que la de los demás? Quien no se
sume a esta ola se sentirá incómodo en el mundo actual.
Esto es apenas una muestra del “mal moderno” con que Renaud inicia
la introducción que tituló: “Tomas Molnar o la reacción del espíritu”.
Sin duda cala hondo sobre la esencia de la modernidad que va a definir
con aguda claridad Molnar en sus entrevistas. Entrevistas en las que aborda
temas vitales con un ánimo frontal y un lenguaje llano –como suele ser el
oral– sin necesidad de aparato erudito ni citas bibliográficas.
Jean Renaud va al fondo del drama de nuestro tiempo en sus preguntas
a Molnar bien resumidas en un pensamiento de Julien Freund cuando dijo:
“Aprendamos a ser sospechados. Es el signo hoy de un espíritu libre e inde-
pendiente, sobre todo en el plano intelectual”.
El mundo moderno ya ha sido denunciado por otros brillantes intelectua-
les como René Guénon o Julius Evola o el mismo Alain de Benoist pero nin-
guno de ellos en la perspectiva cristiana y menos católica como lo hace
Molnar. He aquí el valor de este libro... y su contundencia, pues no se trata
de un nuevo ejercicio intelectual sino de un testimonio dramático y compro-
metido con las esencias.
Contra quienes piensen que se trata de un texto negativo, en la medida
que sale a la palestra a desnudar lo errores de los tiempos modernos, Re-
naud recuerda que si bien “lo verdadero no depende de lo falso” y que la
verdad no es esencialmente polémica hay que admitir que en el orden hu-
mano no existe “posesión tranquila” de la verdad y que la objeción, como
lo han enseñado Platón, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino es necesaria
y vital: “sólo los muertos no reaccionan jamás”, como nos lo recuerda Ber-
nanos.
Pero Molnar, como dice Renaud, no hace una industria de la indignación,
no exagera el énfasis, no sofoca el espíritu antes de conocer en profundidad.
Pero tampoco “cree que la pureza del método filosófico importe más que
las mismas cuestiones filosóficas”. Porque, ya lo sabíamos, no es un especula-
tivo sino un filósofo práctico; y de los mejores.
Frente al mal moderno Molnar propone la restauración del equilibrio
social y moral señalando que la impunidad de los actos criminales producen
el debilitamiento de las instituciones en su conjunto (de lo que los argentinos
de hoy saben ya bastante) y que la falsa piedad es la antecámara del salvajismo.
Este libro tiene como fin compartir una lectura e inteligencia de la cono-
cida obra de J. R. R. Tolkien, El Señor de los Anillos.
Obra harto difundida en los ambientes más dispares y aun opuestos, ha
padecido, ya desde una consabida versión cinematográfica, hasta la utiliza-
ción de sus temas e imágenes para terapias psicoanalíticas. A orillas del Ti-
ticaca, el lago más alto del planeta, hemos llegado a ver un gastado ejemplar
de ESA en la mochila de un hippie supérstite peregrinando a las fuentes de
la América precolombina, y otras ediciones hemos visto también decorando
la escenografía bibliotecaria de algunos serios tradicionalistas tan caricatu-
rescos como aquel hippie.
MIGUEL CRUZ