Trabajo Asalariado y Capital
Trabajo Asalariado y Capital
Trabajo Asalariado y Capital
año 1847.
COLECCION 9 POR 18
Serie: CLASICOS SOCIALES NUMERO 10
I 442633
Carlos Marx
TRABAJO
ASALARIADO
Y CAPITAL
(Redacción e Introducción de F. Engels)
Ediciones
HALCON
MADRID
Edita:
• EDICIONES HALCON
Pérez Galdós, 4
Teléfono 222 88 39
MADRID-4
• Imprime:
SMAR, S. L. Artes Gráficas
Vinaroz, 23 - Madrid-2
5
Entre los papeles dejados Marx no apa¬
por
reció el manuscrito de la continuación.
De Trabajo asalariado y capital han visto
la luz varias ediciones en tirada aparte bajo
la forma de folleto; la última, en 1884 (Go-
tinga-Zurich, Tipografía Cooperativa suiza).
Todas estas reimpresiones se ajustaban exac¬
tamente al texto del original. Pero la pre¬
ó
Pero la cosa cambia cuando se trata de
una reedición destinada casi exclusivamente
a la propaganda entre los obreros. En este
caso, es indiscutible que Marx habría puesto
la antigua redacción, que data ya de 1849,
a tono con su nuevo punto de vista. Y es¬
7
La Economía política clásica (3) tomó de la
8
dad lo gobierna él. Dentro de las cons¬
a
tantes en los precios de las
fluctuaciones
mercancías, que tan pronto suben como ba¬
jan, la Economía se puso a buscar el punto
central fijo en torno al cual se movían estas
fluctuaciones. En una palabra, arrancó de los
precios de las mercancías para investigar co¬
mo
ley reguladora de éstos el valor de las
mercancías, valor que explicaría todas las
fluctuaciones de los precios y al cual ,en últi¬
mo término, podrían reducirse todas ellas.
9
jo", caían de contradicción en contradicción.
¿Cómo se determina el "valor del trabajo"?
Por el trabajo necesario encerrado en él. Pe¬
ro ¿cuánto trabajo se encierra en el trabajo
10
el coste de producción del obrero consiste en
la suma de medios de vida—o en su corres¬
marco en el carbón
quemado durante el tra¬
bajo o en las máquinas y herramientas em¬
pleadas en éste, capacidad de rendi¬
y cuya
miento disminuye valor de esa suma.
por
Quedan seis marcos, que se añaden al valor
de las materias primas. Según la premisa
de que arrancan nuestros economistas, estos
seis marcos sólo pueden provenir del tra¬
bajo añadido a la materia prima por nuestro
obrero. Según esto, sus doce horas de trabajo
han creado un valor nuevo de seis marcos.
14
trabajo, añade a las materias primas consu¬
midas un nuevo valor de seis marcos, valor
que el capitalista realiza al vender la mer¬
cancía terminada. De estos seis marcos, paga
al obrero los tres que le corresponden y se
guarda los tres restantes. Ahora bien: si el
obrero, en doce horas, crea un valor de seis
marcos, en seis horas creará un valor de tres.
Es decir, seis horas que trabaje re¬
que con
sarcirá al capitalista el equivalente de los
tres marcos que éste le entrega como salario.
15
marcos, de los tres al obrero,
que entrega
como embolsa los tres restantes.
salario, y se
Exactamente lo mismo que arriba. También
aquí trabaja el obrero seis horas para sí, es
decir, para reponer su salario (media hora de
cada una de las doce) y seis horas para el
capitalista.
La dificultad contra la que se estrellaban
los mejores economistas, cuando partían del
valor del "trabajo", desaparece tan pronto co¬
mo, en vez de esto, partimos del valor de la
"fuerza de trabajo". La fuerza de trabajo es,
en nuestra actual sociedad capitalista, una
mercancía: una mercancía como otra cual¬
quiera y sin embargo muy peculiar. Esta
mercancía tiene, en efecto, la especial virtud
de ser una fuerza creadora de valor, una
fuente de valor, y, si se la sabe emplear, de
mayor valor que el que en sí misma posee.
Con el estado actual de la producción, la
fuerza humana de trabajo no sólo produce
en un día más valor del que ella misma en¬
cierra y cuesta, sino que, con cada nuevo
descubrimiento científico, con cada nuevo in¬
vento técnico, crece este remanente de su
producción diaria sobre diario, re¬
su coste
duciéndose, por tanto, aquella parte de la
jornada de trabajo en que el obrero produ¬
ce el equivalente de su jornal, y alargándo¬
16
cerrado en una determinada mercancía. Pero
estos valores producidos por los obreros, no
17
no lo están en absoluto, contra la más ex¬
trema penuria. Con cada día que pasa, este
estado de cosas va haciéndose más absurdo y
18
I
19
las clases burguesas y campesinas en lucha
contra el absolutismo feudal; que el triunfo
de la "República honesta" en Francia fue, al
mismo tiempo, la derrota de las naciones que
habían respondido a la revolución de Febre¬
ro con heroicas guerras
de independencia; y,
finalmente, que con la derrota de los obre¬
ros revolucionarios, Europa ha vuelto a caer
de la revolución europea.
Ahora que nuestros lectores han visto ya
desarrollarse la lucha de clases, durante el
año 1848, en formas políticas gigantescas, ha
llegado el momento de analizar más de cer-
20
ca las mismas relaciones económicas en que
descansan por igual la existencia de la bur¬
guesía y su dominación de clase y la esclavi¬
tud de los obreros.
Expondremos en tres grandes apartados:
1) La relación entre el trabajo asalariado y
el capital, la esclavitud del obrero, la domi¬
nación del capitalista. 2) La inevitable ruina,
bajo el sistema actual, de las clases medias
burguesas y del llamado estado campesino.
3) El sojuzgamiento y la explotación comer¬
cial de las clases burguesas de las distintas
naciones europeas por el déspota del mercado
mundial: Inglaterra.
Nos esforzaremos por conseguir que nues¬
tra exposición sea lo más sencilla y popular
posible, sin dar por supuestas ni las nociones
más elementales de la Economía política.
Queremos hacernos entender de los obreros.
Además, en Alemania reinan una ignoran¬
cia y una confusión de conceptos verdadera¬
mente asombrosas acerca de las relaciones
económicas más simples, que van desde los
defensores patentados del orden de cosas exis¬
tente hasta los taumaturgos socialistas y los
genios políticos incomprendidos, que en la
desmembrada Alemania abundan todavía más
que los "padres de la Patria".
Pasemos, pues, al primer problema: ¿Qué
es el salario? ¿Cómo se determina?
Si preguntamos a los obreros qué salario
perciben, uno nos contestará: "Mi burgués
me paga un marco por la jornada de traba¬
jo"; el otro: "Yo recibo dos marcos", etcé¬
tera. Según las distintas ramas del trabajo
21
vara de lienzo o pliego de
por componer un
imprenta. Pero, la diferencia de datos,
pese a
todos coinciden en un punto: el salario es la
cantidad de dinero que el capitalista paga
por un determinado tiempo de trabajo o por
la ejecución de una tarea determinada.
Por tanto, al parecer, el capitalista les
compra a los obreros su trabajo con dinero.
Ellos le venden por dinero su trabajo. Pero
esto no es más que la apariencia. Lo que en
realidad venden los obreros al capitalista por
dinero es su fuerza de trabajo. El capitalis¬
ta compra esta fuerza de trabajo por un día,
una semana, un mes, etc. Y, una vez com¬
prada, la consume, haciendo que los obreros
trabajen durante el tiempo estipulado. Con el
mismo dinero con que les compró su fuer¬
za de trabajo, por
ejemplo, con los dos mar¬
cos, el capitalista podía haber comprado dos
libras de azúcar o una determinada cantidad
de otra mercancía cualquiera. Los dos mar¬
cos con los que compra
dos libras de azúcar
son el precio
de las dos libras de azúcar. Los
dos marcos con los que compra doce horas
de uso de la fuerza de trabajo son el precio
de un trabajo de doce horas. La fuerza de
trabajo es, pues, una mercancía, ni más ni
menos que el azúcar. Aquélla se mide con
22
cía, la fuerza de trabajo, por otras mercan¬
cías de todo siempre en una de¬
género, y
terminada proporción. Al entregar dos mar¬
cos, el capitalista le entrega, a cambio de su
23
prador para su lienzo. Podría ocurrir tam¬
bién que no se reembolsase con el producto
de su venta ni el salario pagado. Y puede
ocurrir también que lo venda muy ventajo¬
samente, en comparación con el salario del
tejedor. Al tejedor, todo esto le tiene sin cui¬
dado. El capitalista, con una parte de la for¬
tuna de que dispone, de su capital, compra
la fuerza de
trabajo del tejedor, exactamente
la mismo que con otra parte de la fortuna
ha comprado materias primas—el hilo—y el
instrumento de trabajo—el telar—. Una vez
hechas estas compras, entre las que figura la
de la fuerza de trabajo necesaria para ela¬
borar el lienzo, el capitalista produce ya con
materias primas e instrumentos de trabajo de
su exclusiva pertenencia. Entre los instru¬
mentos de incluido también, na¬
trabajo va
turalmente, nuestro buen tejedor,
que parti¬
cipa en el producto o en el precio del pro¬
ducto en la misma medida que el telar; es
decir, absolutamente en nada.
Por tanto, el salario no es la parte del
obrero en la mercancía por él producida. El
salario es la parte de la mercancía ya exis¬
tente, conla que el capitalista compra una
determinada cantidad de fuerza de trabajo
productiva.
La fuerza de trabajo es, pues, una mercan¬
cía que su propietario, el obrero asalariado,
vende al capital. ¿Para qué la vende? Para
vivir.
Ahora bien: la fuerza de trabajo en ac¬
ción, el trabajo mismo, es la propia activi¬
dad vital del obrero, la manifestación mis¬
ma de su vida. Y esta actividad vital tiene
que venderla a otro para asegurarse los me¬
dios de vida necesarios. Es decir, que su acti¬
vidad vital no es para él más que un medio
24
para poder existir. Trabaja para vivir. El
obrero ni siquiera considera el trabajo par¬
te de su vida; para él es más bien un sacri¬
25
cancía que puede pasar de manos de un due¬
ño a manos mercancía,
de otro. El es una
pero su fuerza de trabajo no es una mercan¬
cía suya. El siervo de la gleba sólo vende
una parte de su fuerza de trabajo. No es él
quien obtiene un salario del propietario del
suelo; por el contrario, es éste, el propietario
del suelo, quien percibe de él un tributo.
El siervo de la gleba es un atributo del
suelo y rinde frutos al dueño de éste. En
cambio, el obrero libre se vende él mismo, y,
además, se vende en partes. Subasta 8, 10,
12, 15 horas de su vida, día tras día, entre¬
gándolas al mejor postor, al propietario de las
materias primas, instrumentos de trabajo y
medios de vida; es decir, al capitalista. El
obrero no pertenece a ningún propietario ni
está adscrito al suelo, pero las 8, 10, 12, 15
horas de su vida cotidiana pertenecen a quien
se las compra. El obrero, en cuanto quiera,
puede dejar al capitalista a quien se ha al¬
quilado, y el capitalista le despide cuando se
le antoja, cuando ya no le saca provecho al¬
guno o no le saca el provecho que había cal¬
culado. Pero el obrero, cuya única fuente de
ingresos es la venta de su fuerza de trabajo,
no puede desprenderse de toda la clase de
los compradores, es decir, de la clase de los
capitalistas, sin renunciar a su existencia. No
pertenece a tal o cual capitalista, sino a la
clase capitalista en conjunto, y es incumben¬
cia suya encontrar quien le quiera, es decir,
encontrar dentro de esta clase capitalista un
comprador.
Antes de pasar a examinar más de cerca
la relación entre el capital y el trabajo asala¬
riado, expondremos brevemente los factores
más generales que intervienen en la deter¬
minación del salario.
26
El salario es, como hemos visto, el precio
de una determinada mercancía, de la fuerza
de trabajo. Por tanto, el salario se halla de¬
terminado por las mismas leyes que determi¬
nan el precio de cualquier otra mercancía.
Ahora bien: nos preguntamps, ¿cómo se de¬
termina el precio de una mercancía'?
27
II
29
rata el precio de las mercancías puestas a
la venta.
30
cito enemigo empeñadas en una rabiosa lu¬
cha intestina y que tienen segura la venta
de sus cien balas, se guardarán muy mucho
de irse a las manos para hacer bajar los
precios del algodón, en un momento en que
sus
enemigos se desviven por hacerlos subir.
Se hace, pues, a escape, la paz entre las hues¬
tes de los vendedores. Estos se enfrentan co¬
31
Magno, cortará este nudo metafísico con la
tabla de multiplicar. Nos dirá: si el fabricar
la mercancía que vendo me ha costado cien
marcos
y la vendo por 110—pasado un año,
se entiende—, esta
ganancia es una ganancia
moderada, honesta y prudencial. Si obtengo,
a cambio de esta mercancía, 120, 130 marcos,
será ya una ganancia alta; y si consigo hasta
200 marcos, la ganancia será extraordinaria,
enorme.
¿Qué es lo que le sirve a nuestro
burgués de criterio para medir la ganancia?
El coste de producción de su mercancía. Si
a cambio de esta mercancía obtiene una can¬
32
demás mercancías que sigan costando igual
que antes. Para obtener la misma cantidad
de la mercancía seda ahora habrá que dar a
cambio una cantidad mayor de aquellas otras
mercancías. ¿Qué ocurrirá al subir el precio
de una mercancía? Una masa de capitales
afluirá a la rama industrial floreciente, y
esta afluencia de capitales al campo de la
industria favorecida durará hasta que arroje
las ganancias normales; o más exactamente,
hasta que el precio de sus productos des¬
cienda, empujado la superproducción,
por
por debajo del coste de producción.
Y viceversa. Si el precio de una mercan¬
cía desciende por debajo de su coste de pro¬
ducción, los capitales se retraerán de la pro¬
ducción de esta mercancía. Exceptuando el
caso en
que una rama industrial no llene ya
las necesidades de la época, y, por tanto, ten¬
ga que desaparecer,
esta huida de los capi¬
tales irá reduciendo la producción de aque¬
lla mercancía, es decir, su oferta, hasta que
corresponda a la demanda, y, por tanto, has¬
ta
que su precio vuelva a levantarse al nivel
de su coste de producción o, mejor dicho,
hasta que la oferta sea inferior a la deman¬
da; es decir, hasta que su precio rebase nue¬
vamente su coste de producción, pues el pre¬
34
sar, como si dijésemos, una extravagancia con
otra.
35
precio del trabajo se hallará determinado por
el coste de
producción, por el tiempo de tra¬
bajo necesario para producir esta mercancía,
que es la fuerza de trabajo.
Ahora bien: ¿cuál es el coste de producción
de la fuerza de trabajo?
Es lo que cuesta sostener al obrero como
tal obrero y educarle para este oficio.
Por tanto, cuanto menos tiempo de apren¬
dizaje exija un trabajo, menor será el coste
de producción del obrero, más bajo el precio
de su
trabajo,salario. En las ramas in¬
su
dustriales que no exigen apenas tiempo de
aprendizaje, bastando con la mera existencia
corpórea del obrero, el coste de producción
de éste se reduce casi exclusivamente a las
mercancías necesarias para que aquél pueda
vivir en condiciones de trabajar. Por tanto,
aquí el precio de su trabajo estará determina¬
do por el precio de los medios de vida indis¬
pensables.
Pero hay que tener presente, además, otra
circunstancia. El fabricante, al calcular su
coste de producción, arreglo a él el
y con
precio de los productos, incluye en el cálculo
el desgaste de los instrumentos de trabajo. Si
una máquina le cuesta, por ejemplo, mil
marcos, y esta máquina se agota en diez años,
agregará cien marcos cada año al precio de
las mercancías fabricadas, para, al cabo de
los diez años, poder sustituir la máquina ya
agotada por otra nueva. Del mismo modo
hay que incluir en el coste de producción de
la fuerza de trabajo simple el coste de pro¬
creación que permite a la clase obrera estar
en condiciones de
multiplicarse y de reponer
los obreros agotados por otros nuevos. El des¬
gaste del obrero entra, por tanto, en los
30
cálculos, ni más ni menos que el desgaste de
las máquinas.
Por tanto, el coste de producción de la
fuerza de trabajo simple se cifra siempre en
los gastos de existencia y reproducción del
obrero. El precio de este coste de existencia
37
III
39
del mismo modo que el oro no es de por sí
dinero, ni el azúcar el precio del azúcar.
En la producción, los hombres no actúan
solamente sobre la naturaleza, sino que ac¬
túan también los unos sobre los otros. No
pueden producir sin asociarse de un cierto
modo, para actuar en común y establecer un
intercambio de actividades. Para producir,
los hombres contraen determinados vínculos
y relaciones, y a través de estos vínculos y
relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es
como se relacionan con la naturaleza
y como
se efectúa la producción.
Estas relaciones sociales que contraen los
productoresentre sí, las condiciones en que
cambian sus actividades y toman parte en el
proceso conjunto de la producción variarán,
naturalmente, según el carácter de los me¬
dios de producción. Con la invención de un
nuevo instrumento de guerra,
el arma de
fuego, hubo de cambiar forzosamente toda la
organización interna de los ejércitos, cambia¬
ron las relaciones dentro de las cuales for¬
maban los individuos un ejército
y podían
actuar como tal, y cambió también la rela¬
ción entre los distintos ejércitos.
Las relaciones sociales en
que los individuos
producen, las relaciones sociales de produc¬
ción, cambian, por tanto, se transforman, al
cambiar y desarrollarse los medios materia¬
les de producción, las fuerzas productivas.
Las relaciones de producción forman en su
conjunto lo que se llaman las relaciones so¬
ciales, la sociedad, y concretamente, una so¬
ciedad con un determinado grado de desarro¬
llo histórico, una sociedad de carácter pecu¬
liar y distintivo. La sociedad antigua, la so¬
ciedad feudal, la sociedad burguesa, son otros
tantos conjuntos de relaciones de producción,
40
cada uno de los cuales representa, a la vez,
3. — 41
toda suma de mercancías, de valores de cam¬
bio, es capital.
Toda suma de valores de cambio es un
valor de cambio. Todo valor de cambio con¬
creto es una suma de valores de cambio. Por
ejemplo, una casa que vale mil marcos es un
valor de cambio de mil marcos. Una hoja
de papel que valga un pfennig, es una suma
100
de valores de cambio de de pfennig.
100
Los productos susceptibles de ser cambiados
por otros productos son mercancías. La pro¬
porción concreta en que pueden cambiarse
constituye su valor de cambio o, si se ex¬
presa en dinero, su precio. La cantidad de
estos productos no
altera para nada su des¬
tino de mercancías, de ser un valor de cam¬
bio o de tener un determinado precio. Sea
grande o pequeño, un árbol es siempre un
árbol. Por el hecho de cambiar hierro por
otros productos medias onzas o en quin¬
en
tales, ¿cambia carácter de mercancía, de
su
valor de cambio? Lo único que hace el volu¬
men es dar a una mercancía mayor o menor
valor, un precio más alto
más bajo. o
Ahora bien: ¿cómo una
de mercan¬
suma
cías, de valores de cambio, se convierte en
capital ?
Por el hecho de que, en cuanto
fuerza so¬
cialindependiente, es decir, en cuanto fuer¬
za en
poder de una parte de la sociedad, se
conserva
y aumenta por medio del intercam¬
bio con la fuerza de trabajo inmediata, viva.
La existencia de una clase que no posee nada
más que su capacidad de trabajo es una pre¬
misa necesaria para que exista capital.
Es el dominio del trabajo acumulado, pre¬
térito, materializado sobre el trabajo inmedia-
42
to, vivo, lo que convierte el trabajo acumu¬
lado en capital.
El capital no consiste en que el trabajo
acumulado sirva al trabajo vivo como medio
para nueva producción. Consiste en que el
trabajo vivo sirva al trabajo acumulado co¬
mo m,edio para conservar y aumentar su va¬
lor de cambio.
¿Qué acontece en el intercambio entre el
capitalista y el obrero asalariado?
El obrero obtiene a cambio de su fuerza
de trabajo medios de vida, pero, a cambio de
estos medios de vida de su propiedad, el ca¬
pitalista adquiere trabajo, la actividad pro¬
ductiva del obrero, la fuerza creadora con la
cual el obrero no sólo repone lo que consu¬
me, sino que da al trabajo acumulado un
mayor valor del que antes poseía. El obrero
recibe del capitalista una parte de los medios
de vida existentes. ¿Para qué le sirven estos
medios de vida? Para su consumo inmedia¬
to. Pero, al consumir los medios de vida de
que dispongo, los pierdo irreparablemente, a
no ser que emplee el tiempo durante el cual
me mantienen estos medios de vida en pro¬
ducir otros, en crear con mi trabajo, mien¬
tras los consumo, en vez de los valores des¬
es precisamente la que el
obrero cede al ca¬
pital, a cambio de los medios de vida que
éste le entrega. Al cederla, se queda, pues,
sin ella.
Pongamos ejemplo. El arrendatario de
un
una a su jornalero cinco silber-
finca abona
groschen por día. Por los cinco silbergros-
chen el jornalero trabaja la tierra del arren¬
datario durante un día entero, asegurándole
con su trabajo un ingreso de diez silbergros-
43
chen. El arrendatario no sólo recobra los va¬
44
capital acrecentando éste, fortaleciendo la po¬
tencia de que es esclava. El aumento del ca¬
pital es, por tanto, aumento del proletariado,
es decir, de la clase obrera.
El interés del capitalista y del obrero es,
por consiguiente, el mismo, afirman los bur¬
gueses y sus economistas. En efecto, el obre¬
ro
si el capital no le da empleo. El
perece
capital perece si no explota la fuerza de tra¬
bajo, y, para explotarla, tiene que comprar¬
la. Cuanto más velozmente crece el capital
destinado producción, el capital producti¬
a la
vo, y, consiguiente, cuanto más próspera
por
es la industria, cuanto más se enriquece la
46
IV
48
el mismo, y sin embargo su salario había dis¬
minuido, cambio de esta cantidad de
pues a
plata, obtenían ahora una cantidad menor de
otras mercancías. Fue ésta una de las cir¬
cunstancias que fomentaron el incremento
del capital y el auge de la burguesía en el
siglo xvi.
Tomemos otro caso. En el invierno de
1847, a consecuencia de mala cosecha,
una
subieron considerablemente los precios de los
artículos de primera necesidad, el trigo, la
carne, las mantecas, el queso, etc. Suponien¬
do que los obreros hubiesen seguido cobran¬
do por su fuerza de trabajo la misma canti¬
dad de dinero que antes, ¿no habrían dis¬
minuido sus salarios? Indudablemente. A
cambio de la misma cantidad de dinero ob¬
tenían menos pan, menos carne, etc. Sus sa¬
larios bajaron, no porque hubiese disminui¬
do el valor de la plata, sino porque aumen¬
tó el valor de los víveres.
Finalmente, supongamos que el precio en
dinero del
trabajo siga siendo el mismo,
mientras que todas las mercancías agrícolas y
manufacturadas bajan de precio, por la apli¬
cación de nueva maquinaria, por la estación
más favorable, etc. Ahora, por el mismo di¬
nero los obreros
podrán comprar más mer¬
cancías de todas clases. Sus salarios, por tan¬
to, habrán aumentado, precisamente por no
haberse alterado su valor en dinero.
Como vemos, el precio en dinero del tra¬
bajo, el salario nominal, no coincide con el
salario real, es decir, con la cantidad de mer¬
cancías que se obtienen realmente a cambio
del salario. Por consiguiente, cuando habla¬
mos del alza o del salario, no de¬
de la baja
bemos fijarnos solamente en el precio en di¬
nero del trabajo,
en el salario nominal.
49
Pero, ni el salario nominal, es decir, la su¬
ma de dinero por la que el obrero se vende
al capitalista, ni el salario real, o sea la can¬
tidad de mercancías que puede comprar con
este dinero, agotan las relaciones que se con¬
tiene en el salario.
El salario se halla determinado, además y
sobre todo, por su relación con la ganancia,
con el beneficio obtenido por
el capitalista:
es un salario relativo,
proporcional.
El salario real expresa
el precio del traba¬
jo en relación con el precio de las demás
mercancías; el salario relativo acusa, por el
contrario, la parte que se concede al trabajo
directo de los valores creados por él. en pro¬
porción a la parte que se reserva el trabajo
acumulado, el capital.
Decimos más arriba, en la página 24 (8):
"El salario no es la parte
del obrero en la
mercancía por él producida. El salario es la
parte de la mercancía ya existente, con la
que el capitalista compra una determinada
cantidad de fuerza de trabajo productiva".
Pero el capitalista tiene que reponer nue¬
vamente este salario del precio por el que
vende elproducto creado por el obrero; y tie¬
ne
que reponerlo de tal rpodo, que, des¬
pués de cubrir el coste de producción des¬
embolsado, le quede además por regla ge¬
neral, un remanente, una ganancia. El pre
ció de venta de la mercancía producida por
el obrero se divide para el capitalista en tres
partes: la primera, para reponer el precio
desembolsado en comprar materias primas,
así como
para reponer el desgaste de las he¬
rramientas, máquinas y otros instrumentos
de trabajo adelantados por él; la segunda,
(8) Véase pág. 24 de este libro. (N. de la
Editorial.)
50
para reponer los salarios por él adelantados,
y la tercera, que es el remanente que queda
después de saldar las dos partes anteriores,
la ganancia del capitalista. Mientras que la
primera parte se limita a reponer valores
que ya existían, es evidente que tanto la su¬
ma destinada a reembolsar los salarios abo¬
nados como el remanente que forma la ga¬
nancia del capitalista salen en su totalidad
del nuevo valor creado por el trabajo del
obrero y añadido a las materias primas. En
este sentido, podemos considerar tanto el
salario como la ganancia, para compararlos
entre sí, como partes del producto del obre¬
ro.
53
la proporción en que crece la ganancia, en
comparación con el salario.
Vemos, pues, que, aunque nos circunscri¬
bimos a las relaciones entre el capital y el
trabajo asalariado, los intereses del trabajo
asalariado y los del capital son diametralmen-
te opuestos.
Un aumentorápido del capital equivale a
un rápido de la ganancia. La ga¬
aumento
nancia sólo puede crecer rápidamente si el
precio del trabajo, el salario relativo, disminu¬
ye con la misma rapidez. El salario relativo
puede disminuir aunque aumente el salario
real simultáneamente con el salario nominal,
con el valor en dinero del trabajo, siempre
54
jore la vida material del obrero, no suprime
el antagonismo entre sus intereses y los in¬
tereses del burgués, los intereses del capitalis¬
inversa.
Que si el capital crece rápidamente, pue¬
den aumentar también los salarios, pero que
aumentarán con rapidez incomparablemen¬
te mayor las ganancias del capitalista. La si¬
tuación material del obrero habrá mejorado,
pero a costa de su situación social. El abis¬
mo social que le separa del capitalista se
habrá ahondado.
Y, finalmente:
Que el decir que la condición más favo-
table para el trabajo asalariado es el incre¬
mento más rápido posible del capital produc¬
tivo, sólo significa que cuanto más se apre¬
sure la clase obrera a aumentar y acrecentar
el poder enemigo de ella, la riqueza ajena
que la domina, tanto mejores serán las con¬
diciones en
que podrá seguir laborando por el
incremento de la riqueza burguesa, por el
acrecentamiento del poder del capital, con¬
tenta con
forjar ella misma las cadenas de
oro con las que le arrastra a remolque la
burguesía.
55
V
57
men de capitales. El aumento del número
sus
58
tizándose anteriormente en el mercado, pe¬
ro esto no sería el medio más adecuado pa¬
ra desalojar adversarios de la liza y
a sus
extender sus
ventas. Sin embargo, en
propias
la misma medida en que se dilata su produc¬
ción, se dilata para él la necesidad de mer¬
cado. Los medios de producción, más poten¬
tes
y más costosos que ha puesto en pie, le
permiten vender su mercancía más barata,
pero al mismo tiempo le obligan a vender
más mercancías, a conquistar para éstas un
mercado incomparablemente mayor; por tan¬
to, nuestro capitalista venderá la media vara
de lienzo más barata que sus competidores.
Pero el capitalista no venderá una vara
entera de lienzo por el mismo precio a que
sus
competidores venden la media vara, aun¬
que a él la producción de una vara no le
cueste más que a los otros la media. Si lo
59
de su mercancía, dependerán de que el pre¬
cio de una vara de lienzo en el mercado sea
60
tensión las fuerzas productivas del trabajo,
por haberlas puesto antes en tensión; la ley
que no le deja punto de sosiego y le susu¬
rra incesantemente al oído: ¡Adelante! ¡Ade¬
lante!
Esta ley no es sino la que, dentro de las
oscilaciones de los períodos comerciales, ni¬
vela necesariamente el precio de una mer¬
cancía con su coste de producción.
Por potentes que sean los medios de pro¬
ducción que un capitalista arroja a la liza,
la concurrencia se encargará de generalizar el
empleo de estos medios de producción, y, a
partir del momento en que se hayan genera¬
lizado, el único fruto de la mayor fecundi¬
dad de su
capital es que ahora tendrá que
dar por el mismo precio diez, veinte, cien
veces más que antes. Pero como, para com¬
61
ció de las mercancías al coste de producción,
y, por tanto, convirtiendo en una ley impera¬
tiva el que en la medida en que pueda pro¬
ducirse más barato, es decir, en que pueda
producirse más con la misma cantidad de
trabajo, haya que abaratar la produccción,
que suministrar cantidades cada vez mayo¬
res de productos por el mismo precio. Por
donde el capitalista, como fruto de sus pro¬
pios desvelos, sólo saldría ganando la obliga¬
ción de rendir más en el mismo tiempo de
trabajo; en una palabra, condiciones más di¬
fíciles para la valorización de su capital. Por
tanto, mientras que la concurrencia le per¬
sigue constantemente con su ley del coste de
producción, y todas las armas que forja con¬
tra sus rivales se vuelven contra él mismo, el
capitalista esfuerza por burlar constante¬
se
mente la competencia introduciendo sin des¬
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ó veinte; aumenta, por tanto, la competencia
entre los obreros en cinco, diez ó veinte ve¬
ces. Los obreros no sólo compiten entre sí
63
que se ofrecen al condiciones tan
patrono en
malas como él; es decir, última
porque, en
instancia, se hace la competencia a sí mismo,
en cuanto miembro de la clase obrera.
La maquinaria produce los mismos efec¬
tos en una escala mucho mayor, al sustituir
los obreros diestros por obreros inexpertos,
los hombres por mujeres, los adultos por ni¬
ños, y porque, además, la maquinaria, don¬
dequiera implanta por primera vez,
que se
lanza al arroyo a masas enteras de obreros
manuales, y, donde se la perfecciona, se la
mejora o se la sustituye por máquinas más
productivas, va desalojando a los obreros en
pequeños pelotones. Más arriba, hemos descri¬
to a grandes rasgos la guerra industrial de
que trabajar. j
No se atreven a afirmar directamente que
los mismos obreros desalojados encuentren
empleo en nuevas ramas de trabajo, pues los
hechos hablan demasiado alto en contra de
esta mentira. Sólo afirman, en realidad, que
se abren nuevas posibilidades de trabajo pa¬
ra otros sectores de la clase obrera; por ejem¬
plo, para aquella parte de la generación obre¬
ra
juvenil que estaba ya preparada para in¬
gresar en la rama industril desaparecida. Es,
naturalmente, un gran consuelo, para los
obreros eliminados. A los señores capitalis¬
tas no les faltarán carne y sangre fresca ex-
64
plotables y dejarán que los muertos entierren
a sus muertos. consuelo
Pero esto servirá de
más apropios burgueses que a los obre¬
los
ros. Si la maquinaria destruyese íntegra la
65
nos
que para la fabricación de hilo de algo¬
dón, y los obreros que trabajan en las fá¬
bricas de maquinaria sólo pueden desempe¬
ñar el papel de máquinas extremadamente
simples, al lado de las complicadísimas que
se utilizan.
Pero ¡en vez del hombre adulto desaloja¬
do por la máquina, la fábrica da empleo tal
vez a tres niños y a una mujer! ¿Y acaso el
salario del hombre no tenía que bastar para
sostener a los tres niños y a la mujer? ¿No
66
Que el interés del capital disminuye a me¬
dida que aumentan la masa y el número de
capitales, medida que crece el capital, y
a
que, por tanto, el pequeño rentista no puede
seguir viviendo de su renta y tiene que lan¬
zarse a la industria,
ayudando de este mo¬
do a engrosar las filas de pequeños indus¬
triales, y con ello las de los candidatos a pro¬
letarios, es cosa que no requiere tampoco
más explicación.
Finalmente, a medida que los capitalistas
seven forzados, por el proceso que exponía¬
o que
el comercio sólo explotaba superficial¬
mente. Pero el capital no vive sólo del tra¬
68
IV
Indice
Páginas
Introducción de F. Engels 5
Trabajo asalariado y capital
I 19
29
39
47
V 57
AL LECTOR,
Ediciones HALCON
Pérez Galdós, 4
Madrid-4
BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA
11 103299731