Trabajo Asalariado y Capital

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 73

"Trabajo asalariado y capital" es

el texto de una conferencia pronun¬

ciada por Marx en la Asociación


obrera alemana de Bruselas en el

año 1847.

En éste folleto, se ofrece un riguroso


estudio de la teoría de las relaciones

económicas entre las clases, al tiempo

que se aclaran conceptos tan impor¬


tantes como el de la plusvalía.
c - U43-

COLECCION 9 POR 18
Serie: CLASICOS SOCIALES NUMERO 10
I 442633

Carlos Marx

TRABAJO
ASALARIADO
Y CAPITAL
(Redacción e Introducción de F. Engels)

Ediciones

HALCON
MADRID
Edita:

• EDICIONES HALCON
Pérez Galdós, 4
Teléfono 222 88 39
MADRID-4

• Imprime:
SMAR, S. L. Artes Gráficas
Vinaroz, 23 - Madrid-2

• Cubierta: José Molina


• Traducción: Mercedes Lucini
• Tirada: 5.000 ejemplares
• D. L - M. 24.314 - 1968
Introducción

El trabajo que reproducimos a continua¬


ción publicó, bajo la forma de una serie
se

de artículos editoriales, en la Nueva Gaceta


del Rin (1), a partir del 4 de abril de 1849.
Le sirvieron de base las conferencias dadas
por Marx, en 1847, en la Asociación Obre¬
ra Alemana de Bruselas. La publicación de
estos artículos quedó incompleta; el "se con¬
tinuará" con que termina el artículo publi¬
cado en el número 269, no se pudo cumplir,
por haberse precipitado por aquellos días los
acontecimientos: la invasión de Hungría por
los rusos, las insurrecciones de Dresde, Iser-
lohn, Elberfeld, el Palatinado y Badén, y,
como consecuencia de esto, fue suspendido
el propio periódico (19 de mayo de 1849).
(1) La Nueva Gaceta del Rin (Nene Rheinische
Zeitung) se publicó en Colonia desde el 1 de junio
de 1848 hasta el 19 de mayo de 1849. Marx fue
su redactor jefe. (N. de la Edit.)

5
Entre los papeles dejados Marx no apa¬
por
reció el manuscrito de la continuación.
De Trabajo asalariado y capital han visto
la luz varias ediciones en tirada aparte bajo
la forma de folleto; la última, en 1884 (Go-
tinga-Zurich, Tipografía Cooperativa suiza).
Todas estas reimpresiones se ajustaban exac¬
tamente al texto del original. Pero la pre¬

sente edición (2) va a difundirse como folleto

de propaganda, en una tirada no inferior a


100.000 ejemplares, y esto me ha hecho pen¬
sar si el propio Marx habría aprobado, en

estas condiciones, la simple reimpresión del

texto, sin introducir en él ninguna modifi¬


cación.
En la década del cuarenta, Marx no ha¬
bía terminado aún su crítica de la Economía
política. Fue hacia fines de la década del
cincuenta obra.
cuando dio término a esta
Por eso, publicados por él antes
los trabajos
de la aparición de la Contribución a la Crí¬
tica de la Economía política (1859), el pri¬
mer fascículo de su obra grande, difieren en

algunos puntos de los que vieron la luz des¬


pués de aquella fecha; contienen expresiones
y frases enteras que, desde el punto de vista
de las obras posteriores, parecen poco afor¬
tunadas y hasta inexactas. Ahora bien: es
indudable que en las ediciones corrientes,
destinadas al público en general, caben tam¬
bién estos puntos de vista anteriores, que
forman parte de la trayectoria espiritual del
autor, y que tanto éste como el público tie¬
nen el derecho indiscutible a que estas obras

antiguas se reediten sin ninguna alteración.


Y a mí no se me hubiera ocurrido, ni en
sueños, modificar ni una tilde.
(2) Engels se refiere a la edición alemana de
1891. (N. de la Editorial.)

ó
Pero la cosa cambia cuando se trata de
una reedición destinada casi exclusivamente
a la propaganda entre los obreros. En este
caso, es indiscutible que Marx habría puesto
la antigua redacción, que data ya de 1849,
a tono con su nuevo punto de vista. Y es¬

toy absolutamente seguro de obrar tal como


él lo habría hecho introduciendo en esta edi¬
ción las escasas modificaciones y adiciones

que son necesarias para conseguir ese resul¬


tado en todos los puntos esenciales. De ante¬
mano advierto, pues, al lector que este folleto

no es el que Marx redactó en 1849, sino, so¬

bre poco más o menos, el que habría escrito


en 1891. Además, el texto original circula
por ahí en tan numerosos ejemplares, que
por ahora basta con esto, entre tanto que yo
pueda reproducirlo sin alteración más ade¬
lante, en una edición de las obras completas.
Mis modificaciones giran todas en torno a
un punto. Según el texto original, el obrero

vende al capitalista, a cambio del salario, su


trabajo; según el texto actual, vende su fuer¬
za de trabajo. Y acerca de esta modificación,

tengo que dar las necesarias explicaciones.


Tengo que darlas a los obreros, para que
vean que no se trata de ninguna sutileza
de palabras, ni mucho menos, sino de uno
de los puntos más importantes de toda la
Economía política. Y a los burgueses, para
que se convenzan de cuán por encima es¬
tán los incultos obreros, a quienes se pueden
explicar con facilidad las cuestiones económi¬
cas más difíciles, de esos petulantes hombres

"cultos", que jamás, mientras vivan, llegarán


a comprender estos intrincados problemas.

7
La Economía política clásica (3) tomó de la

práctica industrial la idea, en boga entre los


fabricantes, de que éstos compran y pagan
el trabajo de sus obreros. Esta idea servía
perfectamente a los fabricantes para la prác¬
tica de los negocios, para la contabilidad y
el cálculo de sus precios. Pero, trasplantada
simplistamente a la Economía política, causó
aquí extravíos y embrollos verdaderamente
notables.
La Economía política se encuentra con el
hecho de que los precios de todas las mer¬
cancías, incluyendo el de aquélla a que da
el nombre de "trabajo", varían constante¬
mente; con que suben y bajan por efecto
de circunstancias muy diversas, que muchas
veces no guardan relación alguna con la fa¬

bricación de la mercancía misma, de tal mo¬


do que los precios parecen estar determina¬
dos generalmente por el azar. Por eso, en
cuanto la Economía política se erigió en cien¬

cia (4), uno de los primeros problemas que se


le plantearon fue el de investigar la ley ocul¬
ta detrás de este azar que parecía gobernar

los precios de las mercancías, y que en reali-

(3) "...por Economía política clásica—escribe Marx


en El Capital—entiendo toda la Economía política
que, comenzando por W. Petty, investiga la cone¬
xión interna de las relaciones burguesas de produc¬
ción" (Carlos Marx, El Capital, tomo I, sección I,
capítulo I, nota 32). Los representantes más desta¬
cados de la Economía política clásica en Inglaterra
fueron A. Smith y D. Ricardo. (N. de la Edit.)
(4) "La Economía política, en el sentido estricto
de la palabra, aunque hubiese surgido a fines de
siglo xvn en las cabezas de algunas personalidades
geniales, tal como fue formulada en las obras de
los fisiócratas y de Adam Smith es, en esencia, hija
del siglo xviii". (F. Engels, Anti-Viihring, sección II,
capítulo I, ed. alemana, 1946, págs. 183-184.) (N. de
la Edit.)

8
dad lo gobierna él. Dentro de las cons¬
a
tantes en los precios de las
fluctuaciones
mercancías, que tan pronto suben como ba¬
jan, la Economía se puso a buscar el punto
central fijo en torno al cual se movían estas
fluctuaciones. En una palabra, arrancó de los
precios de las mercancías para investigar co¬
mo
ley reguladora de éstos el valor de las
mercancías, valor que explicaría todas las
fluctuaciones de los precios y al cual ,en últi¬
mo término, podrían reducirse todas ellas.

Así, la Economía clásica encontró que el


valor de una mercancía se determinaba por
el trabajo necesario para su producción en¬
cerrado en ella. Y se contentó con esta ex¬

plicación. También nosotros poderlos dete¬


nernos, provisionalmente, aquí. Recordaré tan
sólo, evitar equívocos, que hoy esta ex¬
para
plicación es del todo insuficiente. Marx in¬
vestigó de un modo minucioso por vez pri¬
mera la propiedad que tiene el trabajo de
ser fuente de valor, y descubrió que no todo

el trabajo aparentemente y aun realmente ne¬


cesario para la producción de una mercancía
añade a ésta en todo caso un volumen de va¬
lor equivalente la cantidad de trabajo con¬
a
sumido. Por tanto, cuando hoy decimos sim¬
plemente, con economistas como Ricardo, que
el valor de una mercancía se determina por
el trabajo necesario para su producción, da¬
mos sobreentendidas siempre las reservas
por
hechas por Marx. Aquí, basta con dejar sen¬
tado esto; lo demás lo expone Marx en su
Contribución a la Crítica de la Economía po¬
lítica (1859), y en el primer tomo de El Ca¬
pital.
Pero, tan pronto como los economistas
aplicaban este criterio de determinación del
valor por el trabajo a la mercancía "traba-

9
jo", caían de contradicción en contradicción.
¿Cómo se determina el "valor del trabajo"?
Por el trabajo necesario encerrado en él. Pe¬
ro ¿cuánto trabajo se encierra en el trabajo

de un obrero durante un día, una semana,


un mes, un año? El trabajo de un día, una
semana, un mes, un año. Si el trabajo es la
medida de todos los valores, el "valor del
trabajo" sólo podrá expresarse en trabajo. Sin
embargo, con saber que el valor de una hora
de trabajo es igual a una hora de trabajo, es
como si no supiésemos nada acerca de él. Con
esto no hemos avanzado ni un pelo hacia
nuestra meta; no hacemos más que dar vuel¬
tas en un círculo vicioso.
La Economía clásica intentó, entonces, bus¬
car otra salida. Dijo: el valor de una mer¬
cancía equivale a su coste de producción.
Pero ¿cuál es el coste de producción del tra¬
bajo? Para poder contestar a esto, los econo¬
mistas vense obligados a forzar un poquito
la lógica. En vez del coste de producción del
propio trabajo, que, desgraciadamente, no se
puede averiguar, investigan el coste de pro¬
ducción del obrero. Este sí que puede averi¬
guarse. Varía según los tiempos y las circuns¬
tancias, pero, dentro de un determinado es¬
tado de la sociedad, de una determinada lo¬
calidad y de una rama de producción dada,
constituye una magnitud también dada, a lo
menos dentro de ciertos límites, bastante re¬
ducidos. Hoy vivimos bajo el dominio de la
producción capitalista, en la que una clase
numerosa y cada vez más extensa de la po¬

blación sólo puede existir trabajando, a cam¬


bio de un salario, para los propietarios de
los medios de producción: herramientas, má¬
quinas, materias primas y medios de vida.
Sobre la base de este modo de producción,

10
el coste de producción del obrero consiste en
la suma de medios de vida—o en su corres¬

pondiente precio dinero—necesarios por


en
término medio para que aquél pueda traba¬
jar y mantenerse en condiciones de seguir
trabajando, y para sustituirle por un nuevo
obrero cuando muera o quede inservible por

vejez oenfermedad, es decir, para asegurar


la reproducción de la clase obrera en la me¬
dida necesaria.
Supongamos que el precio en dinero de
estos medios de vida es, por término medio,
de tres marcos diarios. En este caso, nuestro
obrero recibirá del capitalista para quien tra¬
baja salario de tres marcos al día. A cam¬
un
bio de este salario, el capitalista le hace tra¬
bajar, digamos, doce horas diarias. El capi¬
talista echa sus cuentas, sobre poco más o
menos, del modo siguiente:

Supongamos que nuestro obrero—un me¬


cánico ajustador—tiene que hacer una pieza
de una máquina, que acaba en un día. La
materia prima, hierro y latón, en el estado de
elaboración requerido, cuesta, supongamos,
20 marcos. El consumo de carbón de la má¬

quina de vapor y el desgaste de ésta, del tor¬


no
y de las demás herramientas con que tra¬
baja nuestro obrero representan, digamos
—calculando la parte correspondiente a un
día y a un obrero—, un valor de un marco.
El jornal de un día es, según nuestro cálcu¬
lo, de tres marcos. El total arrojado para
nuestra pieza es de 24 marcos. Pero el capi¬

talista calcula que su cliente le abonará, por


término medio, un precio de 27 marcos; es
decir, tres marcos más del coste por él des¬
embolsado.
¿De dónde salen estos tres marcos, que el
capitalista se embolsa? La Economía clásica
11
sostiene que las mercancías se venden, unas
con otras, por su decir, por el pre¬
valor; es
cio que corresponde a la cantidad de trabajo
necesario encerrado en ellas. Según esto, el
precio medio de nuestra pieza—o sea 27 mar¬
cos—debería ser igual a su valor, al trabajo
encerrado en ella. Pero de estos 27 marcos,
21 eran valores que ya existían antes de que
nuestro ajustador comenzara a trabajar, 20
marcos se la materia prima, un
contenían en

marco en el carbón
quemado durante el tra¬
bajo o en las máquinas y herramientas em¬
pleadas en éste, capacidad de rendi¬
y cuya
miento disminuye valor de esa suma.
por
Quedan seis marcos, que se añaden al valor
de las materias primas. Según la premisa
de que arrancan nuestros economistas, estos
seis marcos sólo pueden provenir del tra¬
bajo añadido a la materia prima por nuestro
obrero. Según esto, sus doce horas de trabajo
han creado un valor nuevo de seis marcos.

Es decir, que el valor de sus doce horas de


trabajo equivale a esta cantidad. Así habre¬
mos descubierto, por fin, cuál es el "valor
del trabajo".
—¡Alto ahí!—grita nuestro ajustador—.
¿Seis marcos decís? ¡Pero a mí sólo me han
entregado tres! Mi capitalista jura y perjura
que el valor de mis doce horas de trabajo
son sólo tres marcos, y si le reclamo seis, se

reirá de mí. ¿Cómo se entiende esto?


Si antes, con nuestro valor del trabajo nos
movíamos en un círculo vicioso, ahora caemos
de lleno en una insoluble contradicción. Bus¬
cábamos el valor del trabajo, y hemos en¬
contrado más de lo que queríamos. Para el
obrero, el valor de un trabajo de doce horas
son tres marcos; para el capitalista, seis, de
los cuales paga tres al obrero como salario y
12
se embolsa los tres restantes. Resulta, pues,
que el trabajo tiene solamente
no valor, un
sino además bastante distintos.
dos, y
Más absurda aparece todavía la contradic¬
ción si reducimos a tiempo de trabajo los va¬
lores expresados en dinero. En las doce ho¬
ras de trabajo se crea un valor nuevo de
seis marcos.

Por tanto, enseis horas serán tres mar¬


cos, o sea lo el obrero recibe por un tra¬
que
bajo de doce horas. Por doce horas de tra¬
bajo se le entrega al obrero, como valor equi¬
valente, el producto de un trabajo de seis
horas. Por tanto, o el trabajo tiene dos va¬
lores, uno de los cuales es doble de grande
que el otro, ¡o doce son igual a seis! En am¬
bos casos, estamos dentro del más puro ab¬
surdo.
Por más vueltas que le demos, mientras ha¬
blemos de compra y venta del trabajo y de
valor del trabajo, no saldremos de esta con¬
tradicción. Y esto es lo que les ocurría a
los economistas. El último brote de la Eco¬
nomía política clásica, la escuela de Ricardo,
fracasó en
gran parte por la imposibilidad
de resolver esta contradicción. La Economía
política clásica se había metido en un calle¬
jón sin salida. El hombre que encontró la
salida de este atolladero fue Carlos Marx.
Lo quelos economistas consideraban como
coste producción "del trabajo" era el coste
de
de producción, no del trabajo, sino del pro¬
pio obrero viviente. Y lo que este obrero ven¬
día al capitalista no era su trabajo. "Allí
donde comienza realmente su trabajo—dice
Marx—, éste ha dejado ya de pertenecerle a
él y no puede, por tanto, venderlo". Podrá, a
la sumo, vender su es decir,
trabajo futuro;
comprometerse a ejecutar un determinado tra-
13
bajo en un tiempo dado. Pero con ello no
vende el trabajo (pues éste todavía está por
hacer), sino que pone a disposición del capi¬
talista, a cambio de una determinada remune¬
ración, su fuerza de trabajo, sea por un cier¬
to tiempo (si trabaja a jornal) o para efec¬
tuar una tarea determinada (si trabaja a des¬
tajo) ; alquila o vende su fuerza de trabajo.
Pero esta fuerza de trabajo está unida or¬
gánicamente a su persona y es inseparable
de ella. Por eso su coste de producción coin¬
cide con el coste de producción de su propia
persona; lo que los economistas llamaban cos¬
te producción del trabajo es el coste de
de
producción del obrero, y, por tanto, de la
fuerza de trabajo. Y ahora, ya podemos pasar
del coste de producción de la fuerza de tra¬
bajo al valor de ésta y determinar la canti¬
dad de trabajo socialmente necesario que se
requiere para crear una fuerza de trabajo de
determinada calidad, como lo ha hecho Marx
en el capítulo sobre la compra
y la venta de
la fuerza de trabajo (El Capital, tomo I, ca¬
pítulo 4, apartado 3).
Ahora bien: ¿qué ocurre, después que el
obrero vende al capitalista su fuerza de tra¬
bajo; es decir, después que la pone a su dis¬
posición, a cambio del salario convenido, por
jornal o a destajo? El capitalista lleva al obre¬
ro a su taller o a su fábrica, donde se en¬
cuentran preparados todos los elementos
ya
necesarios para el trabajo: materias primas y
materias auxiliares (carbón, materias coloran¬
tes, etc.), herramientas y maquinaria. Aquí,
el obrero comienza a trabajar. Supongamos
que su salario, es, como antes, de tres mar¬
cos al día, siendo indiferente que los obten¬
ga como jornal o a destajo. Volvamos a su¬
poner que en doce horas el obrero, con su

14
trabajo, añade a las materias primas consu¬
midas un nuevo valor de seis marcos, valor
que el capitalista realiza al vender la mer¬
cancía terminada. De estos seis marcos, paga
al obrero los tres que le corresponden y se
guarda los tres restantes. Ahora bien: si el
obrero, en doce horas, crea un valor de seis
marcos, en seis horas creará un valor de tres.
Es decir, seis horas que trabaje re¬
que con
sarcirá al capitalista el equivalente de los
tres marcos que éste le entrega como salario.

Al cabo de seis horas de trabajo, ambos es¬


tán en paz y ninguno adeuda un céntimo
al otro.

—¡Alto ahí!—grita ahora el capitalista—. Yo


he alquilado al obrero por un día entero, por
doce horas. Seis horas no sonmás que media
jornada. De modo que ¡a seguir trabajando,
hasta cubrir las otras seis horas, y sólo en¬

tonces estaremos en paz!—. Y, en efecto, el

obrero no tiene más remedio que someterse


al contrato que "voluntariamente" pactó, y
en el que se obliga a trabajar doce horas en¬
teras por un producto de trabajo que sólo
cuesta seis horas.
Exactamente lo mismo acontece con el sala¬
rio a destajo. Supongamos que nuestro obrero
fabrica en doce horas doce piezas de mercan¬
cías, y que cada una de ellas cuesta, en mate¬
rias primas y desgaste de maquinaria, dos
marcos y se vende a dos y medio. En igual¬
dad de circunstancias con nuestro ejemplo an¬
obrero 25 pfen-
terior, el capitalista pagará al
nigs por pieza. Las doce piezas arrojan un
total de tres marcos, para ganar los cuales el
obrero tiene que trabajar doce horas. El ca¬

pitalista obtiene por las doce piezas treinta


marcos; descontando veinticuatro marcos pa¬
ra materias primas y desgaste, quedan seis

15
marcos, de los tres al obrero,
que entrega
como embolsa los tres restantes.
salario, y se
Exactamente lo mismo que arriba. También
aquí trabaja el obrero seis horas para sí, es
decir, para reponer su salario (media hora de
cada una de las doce) y seis horas para el
capitalista.
La dificultad contra la que se estrellaban
los mejores economistas, cuando partían del
valor del "trabajo", desaparece tan pronto co¬
mo, en vez de esto, partimos del valor de la
"fuerza de trabajo". La fuerza de trabajo es,
en nuestra actual sociedad capitalista, una
mercancía: una mercancía como otra cual¬
quiera y sin embargo muy peculiar. Esta
mercancía tiene, en efecto, la especial virtud
de ser una fuerza creadora de valor, una
fuente de valor, y, si se la sabe emplear, de
mayor valor que el que en sí misma posee.
Con el estado actual de la producción, la
fuerza humana de trabajo no sólo produce
en un día más valor del que ella misma en¬
cierra y cuesta, sino que, con cada nuevo
descubrimiento científico, con cada nuevo in¬
vento técnico, crece este remanente de su
producción diaria sobre diario, re¬
su coste
duciéndose, por tanto, aquella parte de la
jornada de trabajo en que el obrero produ¬
ce el equivalente de su jornal, y alargándo¬

se, por otro lado, la parte de la jornada de

trabajo en que tiene que regalar su trabajo


al capitalista, sin que éste le pague nada.
Tal es el régimen económico sobre el que
descansa toda la sociedad actual: la clase obre¬
ra es la que produce todos los valores, pues
el valor no es más que un término para ex¬
presar el trabajo, el término con que en nues¬
tra actual sociedad capitalista se designa la
cantidad de trabajo socialmente necesario en-

16
cerrado en una determinada mercancía. Pero
estos valores producidos por los obreros, no

les pertenecen a ellos. Pertenecen a los propie¬


tarios de las materias primas, de las máqui¬
nas y herramientas y de los recursos antici¬
pados que permiten a estos propietarios com¬
prar la fuerza de trabajo de la clase obrera.
Por tanto, de toda la masa de productos crea¬
dos por ella, la clase obrera sólo recobra pa<
ra sí una parte. Y, como acabamos de ver, la

otra parte, la que retiene para sí la clase ca¬

pitalista, viéndose a lo sumo obligada a com¬


partirla con la clase de los terratenientes, se
acrecienta con cada nuevo invento y cada
nuevo descubrimiento, mientras que la parte

correspondiente a la clase obrera (calculán¬


dose por persona), sólo aumenta muy lenta¬
mente y en proporciones insignificantes,
cuando no se estanca o incluso disminuye,
como acontece en algunas circunstancias.

Pero estos descubrimientos e invenciones,


que se desplazan rápidamente irnos a otros,
este rendimiento del trabajo humano que va
creciendo día tras día en proporciones antes
insospechadas, acaban por crear un conflicto,
en el que forzosamente tiene que perecer la

actual economía capitalista. De un lado, ri¬


quezas inmensas y una acumulación de pro¬
ductos que rebasan la capacidad de consumo
del comprador. Del otro, la gran masa de la
sociedad proletarizada, convertida en una ma¬
sa de obreros asalariados, e incapacitada con
ello para adquirir aquella acumulación de pro¬
ductos. La división de la sociedad en una re¬

ducida clase fabulosamente rica y una enorme


clase de asalariados que no poseen nada, ha¬
ce
que esta sociedad se asfixie en su propia
abundancia, mientras la granmayoría de sus
individuos no están apenas garantizados, o

17
no lo están en absoluto, contra la más ex¬
trema penuria. Con cada día que pasa, este
estado de cosas va haciéndose más absurdo y

más innecesario. Debe eliminarse, y puede


eliminarse. Es posible un nuevo orden so¬
cial en el que desaparecerán las actuales dife¬
rencias de clase y en el que—tal vez después
de un breve período de transición, acompa¬
ñado de ciertas privaciones, pero en todo caso
muy provechoso moralmente—, mediante el
aprovechamiento y el desarrollo con arreglo
a un
plan de las inmensas fuerzas produc¬
tivas ya existentes de todos los individuos de
la sociedad e imponiendo el deber general de
trabajar, dispondrá
se por igual todos,
para
en
proporciones cada vez mayores,de los
medios necesarios para vivir, para disfrutar
de la vida y para educar y ejercer todas las
facultades físicas y espirituales. Que los obre¬
ros van estando cada vez más resueltos a

conquistar, luchando, este nuevo orden so¬


cial, lo patentizarán, ambos lados del
en
Océano, el día de mañana, 1 de mayo, y el
domingo, 3 de mayo (5).
Federico Ergels.

Londres, 30 de abril de 1891.

(5) Las tradeuniones inglesas celebraban la Jornada


Internacionaldel Trabajo el primer domingo des¬
pués del 1 de mayo, que en 1891 correspondió al
día 3. (N. de la Edil.)

18
I

De diversas partes se nos ha reprochado el


que no hayamos expuesto las relaciones eco¬
nómicas que forman la base material de la
lucha de clases y de las luchas nacionales de
días. De
nuestros un modo sistemático, sólo
hemos examinado estas relaciones allí don¬
de se
imponían directamente en las colisiones
políticas.
Tratábase, principalmente, de seguir la lu¬
cha de clases en demos¬
la historia diaria, y
trar empíricamente, los materiales histó¬
con
ricos existentes y con los que iban aparecien¬
do todos los días, que con el sojuzgamiento
de la clase obrera, protagonista de Febrero y
Marzo (6), fueron vencidos al propio tiempo
sus adversarios: en Francia, los republicanos

burgueses, y en todo el continente europeo,

(6) O sea, la revolución del 23 al 24 de febrero


de 1848 en París, la del 13 de marzo en Viena
y la del 18 de marzo en Berlín. (N. de la Edit.)
_• l
4
% •»
C \
aá.V

19
las clases burguesas y campesinas en lucha
contra el absolutismo feudal; que el triunfo
de la "República honesta" en Francia fue, al
mismo tiempo, la derrota de las naciones que
habían respondido a la revolución de Febre¬
ro con heroicas guerras
de independencia; y,
finalmente, que con la derrota de los obre¬
ros revolucionarios, Europa ha vuelto a caer

bajo su antigua esclavitud por partida doble:


la esclavitud anglo-rusa. La batalla de Ju¬
nio en París, la caída de Viena, la tragico¬
media del noviembre berlinés de 1848, los es¬
fuerzos desesperados de Polonia, Italia y Hun¬
gría, el sometimiento de Irlanda por el hamr
bre: tales fueron los acontecimientos princi¬
pales en que se resumió la lucha europea de
clases entre la burguesía y la clase obrera, y
a través de los cuales hemos demostrado que

todo levantamiento revolucionario, por muy


alejada que parezca estar su meta de la lucha
de clases, tiene necesariamente que fracasar
mientras no triunfe la clase obrera revolucio¬
naria, que toda reforma social no será más
que una utopía mientras la revolución pro¬
letaria y la contrarrevolución feudalista no
midan sus armas en una
guerra mundial. En
nuestra descripción, lo mismo que en la
realidad, Bélgica y Suiza eran estamjpas de
género, caricaturescas y tragicómicas, en el
gran cuadro histórico: una, el Estado mo¬
delo de la monarquía burguesa; la otra, el
Estado modelo de la república burguesa, y
ambas, Estados que se hacen la ilusión de
estar tan libres de la lucha de clases como

de la revolución europea.
Ahora que nuestros lectores han visto ya
desarrollarse la lucha de clases, durante el
año 1848, en formas políticas gigantescas, ha
llegado el momento de analizar más de cer-

20
ca las mismas relaciones económicas en que
descansan por igual la existencia de la bur¬
guesía y su dominación de clase y la esclavi¬
tud de los obreros.
Expondremos en tres grandes apartados:
1) La relación entre el trabajo asalariado y
el capital, la esclavitud del obrero, la domi¬
nación del capitalista. 2) La inevitable ruina,
bajo el sistema actual, de las clases medias
burguesas y del llamado estado campesino.
3) El sojuzgamiento y la explotación comer¬
cial de las clases burguesas de las distintas
naciones europeas por el déspota del mercado
mundial: Inglaterra.
Nos esforzaremos por conseguir que nues¬
tra exposición sea lo más sencilla y popular
posible, sin dar por supuestas ni las nociones
más elementales de la Economía política.
Queremos hacernos entender de los obreros.
Además, en Alemania reinan una ignoran¬
cia y una confusión de conceptos verdadera¬
mente asombrosas acerca de las relaciones
económicas más simples, que van desde los
defensores patentados del orden de cosas exis¬
tente hasta los taumaturgos socialistas y los
genios políticos incomprendidos, que en la
desmembrada Alemania abundan todavía más
que los "padres de la Patria".
Pasemos, pues, al primer problema: ¿Qué
es el salario? ¿Cómo se determina?
Si preguntamos a los obreros qué salario
perciben, uno nos contestará: "Mi burgués
me paga un marco por la jornada de traba¬
jo"; el otro: "Yo recibo dos marcos", etcé¬
tera. Según las distintas ramas del trabajo

a indicarán las distin¬


que pertenezcan, nos
tas cantidades de dinero que losburgueses
respectivos les pagan por la ejecución de
una tarea determinada, por ejemplo, tejer una

21
vara de lienzo o pliego de
por componer un
imprenta. Pero, la diferencia de datos,
pese a
todos coinciden en un punto: el salario es la
cantidad de dinero que el capitalista paga
por un determinado tiempo de trabajo o por
la ejecución de una tarea determinada.
Por tanto, al parecer, el capitalista les
compra a los obreros su trabajo con dinero.
Ellos le venden por dinero su trabajo. Pero
esto no es más que la apariencia. Lo que en
realidad venden los obreros al capitalista por
dinero es su fuerza de trabajo. El capitalis¬
ta compra esta fuerza de trabajo por un día,
una semana, un mes, etc. Y, una vez com¬
prada, la consume, haciendo que los obreros
trabajen durante el tiempo estipulado. Con el
mismo dinero con que les compró su fuer¬
za de trabajo, por
ejemplo, con los dos mar¬
cos, el capitalista podía haber comprado dos
libras de azúcar o una determinada cantidad
de otra mercancía cualquiera. Los dos mar¬
cos con los que compra
dos libras de azúcar
son el precio
de las dos libras de azúcar. Los
dos marcos con los que compra doce horas
de uso de la fuerza de trabajo son el precio
de un trabajo de doce horas. La fuerza de
trabajo es, pues, una mercancía, ni más ni
menos que el azúcar. Aquélla se mide con

el reloj, ésta, con la balanza.


Los obreros cambian su mercancía, la fuer¬
za de trabajo por la mercancía del capitalista,
por el dinero, y este cambio se realiza guar¬
dando una determinada proporción: tanto
dinero por tantas horas de uso de la fuerza
de trabajo. Por tejer durante doce horas, dos
marcos. Y estos dos marcos, ¿no representan

todas las demás mercancías que pueden ad¬


quirirse por la misma cantidad de dinero? En
realidad, el obrero ha cambiado su mercan-

22
cía, la fuerza de trabajo, por otras mercan¬
cías de todo siempre en una de¬
género, y
terminada proporción. Al entregar dos mar¬
cos, el capitalista le entrega, a cambio de su

jornada de trabajo, la cantidad correspondien¬


te de carne, de ropa, de leña, de luz, etcé¬

tera. Por tanto, los dos marcos expresan la

proporción en que la fuerza de trabajo se


cambia por otras mercancías, o sea el valor
de cambio de la fuerza de trabajo. Ahora
bien: el valor de cambio de una mercancía,
expresado en dinero,
precisamente su pre¬
es
cio. Por consiguiente, el salario no es más
que un nombre especial con que se designa
el precio de la fuerza de trabajo, o lo que
suele llamarse precio del trabajo, el nombre
especial de esa peculiar mercancía que sólo
toma
cuerpo en la carne y la sangre del hom¬
bre.
Tomemos un obrero cualquiera, por ejem¬
plo, untejedor. El capitalista le suministra el
telar y el hilo. El tejedor se pone a trabajar

y el hilo se convierte en lienzo. El capitalista


se adueña del lienzo y lo vende en veinte
marcos, por ejemplo. ¿Acaso el salario del

tejedor representa una parte del lienzo, de


los veinte marcos, del producto de su traba¬
jo? Nada de eso. El tejedor recibe su salario
mucho antes de venderse el lienzo, tal vez
mucho antes de que haya acabado el tejido.
Por tanto, el capitalista no paga este salario
del dinero que ha de obtener del lienzo, si¬
no de un fondo de dinero que tiene en re¬
serva. Las mercancías entregadas al tejedor
a cambio de la suya, de la fuerza de trabajo,
no
productos de su trabajo, del mismo
son

modo que no lo son el telar y el hilo que


el burgués le ha suministrado. Podría ocurrir
que el burgués no encontrase ningún com-

23
prador para su lienzo. Podría ocurrir tam¬
bién que no se reembolsase con el producto
de su venta ni el salario pagado. Y puede
ocurrir también que lo venda muy ventajo¬
samente, en comparación con el salario del
tejedor. Al tejedor, todo esto le tiene sin cui¬
dado. El capitalista, con una parte de la for¬
tuna de que dispone, de su capital, compra

la fuerza de
trabajo del tejedor, exactamente
la mismo que con otra parte de la fortuna
ha comprado materias primas—el hilo—y el
instrumento de trabajo—el telar—. Una vez
hechas estas compras, entre las que figura la
de la fuerza de trabajo necesaria para ela¬
borar el lienzo, el capitalista produce ya con
materias primas e instrumentos de trabajo de
su exclusiva pertenencia. Entre los instru¬
mentos de incluido también, na¬
trabajo va
turalmente, nuestro buen tejedor,
que parti¬
cipa en el producto o en el precio del pro¬
ducto en la misma medida que el telar; es
decir, absolutamente en nada.
Por tanto, el salario no es la parte del
obrero en la mercancía por él producida. El
salario es la parte de la mercancía ya exis¬
tente, conla que el capitalista compra una
determinada cantidad de fuerza de trabajo
productiva.
La fuerza de trabajo es, pues, una mercan¬
cía que su propietario, el obrero asalariado,
vende al capital. ¿Para qué la vende? Para
vivir.
Ahora bien: la fuerza de trabajo en ac¬
ción, el trabajo mismo, es la propia activi¬
dad vital del obrero, la manifestación mis¬
ma de su vida. Y esta actividad vital tiene
que venderla a otro para asegurarse los me¬
dios de vida necesarios. Es decir, que su acti¬
vidad vital no es para él más que un medio

24
para poder existir. Trabaja para vivir. El
obrero ni siquiera considera el trabajo par¬
te de su vida; para él es más bien un sacri¬

ficio de su vida. Es una mercancía que ha


adjudicado a un tercero. Por eso el producto
de su actividad no es tampoco el fin de esta
actividad. Lo que el obrero produce para sí
mismo no es la seda que teje ni el oro que
extrae de la mina, ni el palacio que edifica.
Lo que produce para sí mismo es el salario;
y la seda, el el palacio se reducen para
oro y
él a una determinada cantidad de medios de
vida, si acaso a una chaqueta de algodón, unas
monedas de cobre y un cuarto en un sótano.
Y para el obrero que teje, hila, taladra, tor¬
nea, construye, cava, machaca piedras, carga,
etcétera, espacio de doce horas al día,
por
¿"son estasdoce horas de tejer, hilar, taladrar,
tornear, construir, cavar y machacar piedras
la manifestación de su vida, su vida mis¬
ma? Al contrario. Para él, la vida comienza
allí donde terminan estas actividades, en la
mesa de su
casa, en el banco de la taberna,
en la Las doce horas de
cama.
trabajo no
tienen para él sentido alguno en cuanto a
tejer, hilar, taladrar, etc., sino solamente co¬
mo medio
para ganar el dinero que le per¬
mite sentarse a la mesa o en el banco de la

taberna y meterse en la cama. Si el gusano


de seda hilase para ganarse el sustento co¬
mo
sería el auténtico obrero asalaria¬
oruga,
do. La fuerza de trabajo no ha sido siempre
una mercancía. El
trabajo no ha sido siem¬
pre trabajo asalariado, es decir, trabajo libre.
El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al
esclavista, del mismo modo que el buey no
vende su trabajo al labrador. El esclavo es
vendido de una vez
y para siempre, con su
fuerza de trabajo, a su dueño. Es una mer-

25
cancía que puede pasar de manos de un due¬
ño a manos mercancía,
de otro. El es una
pero su fuerza de trabajo no es una mercan¬
cía suya. El siervo de la gleba sólo vende
una parte de su fuerza de trabajo. No es él
quien obtiene un salario del propietario del
suelo; por el contrario, es éste, el propietario
del suelo, quien percibe de él un tributo.
El siervo de la gleba es un atributo del
suelo y rinde frutos al dueño de éste. En
cambio, el obrero libre se vende él mismo, y,
además, se vende en partes. Subasta 8, 10,
12, 15 horas de su vida, día tras día, entre¬
gándolas al mejor postor, al propietario de las
materias primas, instrumentos de trabajo y
medios de vida; es decir, al capitalista. El
obrero no pertenece a ningún propietario ni
está adscrito al suelo, pero las 8, 10, 12, 15
horas de su vida cotidiana pertenecen a quien
se las compra. El obrero, en cuanto quiera,
puede dejar al capitalista a quien se ha al¬
quilado, y el capitalista le despide cuando se
le antoja, cuando ya no le saca provecho al¬
guno o no le saca el provecho que había cal¬
culado. Pero el obrero, cuya única fuente de
ingresos es la venta de su fuerza de trabajo,
no puede desprenderse de toda la clase de
los compradores, es decir, de la clase de los
capitalistas, sin renunciar a su existencia. No
pertenece a tal o cual capitalista, sino a la
clase capitalista en conjunto, y es incumben¬
cia suya encontrar quien le quiera, es decir,
encontrar dentro de esta clase capitalista un
comprador.
Antes de pasar a examinar más de cerca
la relación entre el capital y el trabajo asala¬
riado, expondremos brevemente los factores
más generales que intervienen en la deter¬
minación del salario.

26
El salario es, como hemos visto, el precio
de una determinada mercancía, de la fuerza
de trabajo. Por tanto, el salario se halla de¬
terminado por las mismas leyes que determi¬
nan el precio de cualquier otra mercancía.
Ahora bien: nos preguntamps, ¿cómo se de¬
termina el precio de una mercancía'?

27
II

¿Qué es lo que determina el precio de una


mercancía?
Es la competencia entre compradores y
vendedores, la relación entre la demanda y
las existencias, entre la apetencia y la ofer¬
ta. La competencia que determina el precio
de una mercancía tiene tres aspectos.
La misma mercancía es ofrecida por di¬
versos vendedores. Quien venda mercancías
de igual calidad a precio más barato, puede
estar seguro de que elimina del campo de
batalla a los demás vendedores y se asegura
mayor venta. Por tanto, los vendedores se
disputan mutuamente la venta, el mercado.
Todos quieren vender, vender lo más que
puedan, y, si es posible, vender ellos solos,
eliminando a los demás. Por eso unos ven¬

den más barato que otros. Tenemos, pues,


una
competencia entre vendedores, que aba-

29
rata el precio de las mercancías puestas a
la venta.

Pero hay también una competencia entre


compradores, que, a su vez, hace subir el
precio de las mercancías puestas a la venta.
Y, finalmente, hay la competencia entre
compradores y vendedores; unos quieren
comprar lo más barato posible, otros vender
lo más caro que puedan. El resultado de esta
competencia entre compradores y vendedores
dependerá de la relación existente entre los
dos aspectos de la competencia mencionada
más arriba; es decir, de que predomine la
competencia entre las huestes de los compra¬
dores o entre las huestes de los vendedores.
La industria lanza al campo de batalla a dos
ejércitos contendientes, en las filas de cada
uno de los cuales se libra además una bata¬
lla intestina. El ejército cuyas tropas se pe¬
gan menos entre sí es el que triunfa sobre
el otro.

Supongamos que en el mercado hay 100


balas de algodón y que existen compradores
para 1.000 balas. En este caso, la demanda
es, como vemos, diez veces mayor que la
oferta. La competencia entre los comprado¬
res será, por tanto, muy grande; todos que¬
rrán conseguir a todo trance una bala, y si
es posible las cien. Este
ejemplo no es nin¬
guna suposición arbitraria. En la historia del
comercio hemos asistido a períodos de mala
cosecha algodonera, en que unos cuantos ca¬
pitalistas coligados pugnaban por comprar,
no
ya cien balas, sino todas las reservas de
algodón de la tierra. En el caso que citamos,
cada comprador procurará, por tanto, desalo¬
jar al otro, ofreciendo un precio relativa¬
mente mayor por
cada bala de algodón. Los
vendedores, que ven a las fuerzas del ejér-

30
cito enemigo empeñadas en una rabiosa lu¬
cha intestina y que tienen segura la venta
de sus cien balas, se guardarán muy mucho
de irse a las manos para hacer bajar los
precios del algodón, en un momento en que
sus
enemigos se desviven por hacerlos subir.
Se hace, pues, a escape, la paz entre las hues¬
tes de los vendedores. Estos se enfrentan co¬

mo un solo hombre con los


compradores, se
cruzan
olímpicamente de brazos. Y sus exi¬
gencias no tendrían límite si no lo tuvieran,
y muy concreto, hasta las ofertas de los
compradores más insistentes.
Por tanto, cuando la oferta de una mer¬
cancía es inferior a demanda, la compe¬
su

tencia entre los vendedores queda anulada o


reducida al mínimo. Y en la medida en
que
se atenúa competencia, crece la compe¬
esta

tencia entablada entre los compradores. Re¬


sultado: alza más o menos considerable de
los precios de las mercancías.
Con mayor frecuencia se da, como es sa¬
bido, el caso inverso, y con inversos resulta¬
dos rexceso considerable de la oferta sobre la
demanda; competencia desesperada entre los
vendedores, falta de compradores; lanzamien¬
to de las mercancías al malbarato.
Pero¿qué significa eso del alza y la baja
de los precios? ¿Qué quiere decir precios al¬
tos
y precios bajos? Un grano de arena es
alto si se le mira al microscopio, y, compa¬
rada con una montaña, una torre resulta
baja. Si el precio está determinado por la
relación entre la oferta y la demanda, ¿qué
es lo que determina esta relación entre la
oferta y la demanda?
Preguntemos al primer burgués que nos
salga al paso. No se parará a meditar ni un
instante, sino que, cual nuevo Alejandro

31
Magno, cortará este nudo metafísico con la
tabla de multiplicar. Nos dirá: si el fabricar
la mercancía que vendo me ha costado cien
marcos
y la vendo por 110—pasado un año,
se entiende—, esta
ganancia es una ganancia
moderada, honesta y prudencial. Si obtengo,
a cambio de esta mercancía, 120, 130 marcos,
será ya una ganancia alta; y si consigo hasta
200 marcos, la ganancia será extraordinaria,
enorme.
¿Qué es lo que le sirve a nuestro
burgués de criterio para medir la ganancia?
El coste de producción de su mercancía. Si
a cambio de esta mercancía obtiene una can¬

tidad de otras mercancías cuya producción


ha costado menos, pierde. Si a cambio de su
mercancía obtiene una cantidad de otras mer¬
cancías cuya producción ha costado más, ga¬
na. Y calcula la
baja o el
alza de su ganancia
por los grados que el valor de cambio de su
mercancía acusa por debajo o por encima de
cero, por debajo o por encima del coste de
producción.
Hemos visto cómo la relación variable de la
oferta y la demanda lleva aparejada tan pron¬
to el alza comola baja de los precios, deter¬
mina tan precios altos como precios
pronto
bajos. Si el precio de una mercancía sube
considerablemente, porque la oferta baje o
porque crezca desproporcionadamente la de¬
manda, con ello necesariamente bajará en
proporción el precio de cualquier otra mer¬
cancía; pues el precio de una mercancía no
hace más que expresar en dinero la pro¬
porción en que otras mercancías se entre¬
gan a cambio de ella. Si, por ejemplo, el
precio de una vara de seda sube de cinco
marcos a seis,
bajará el precio de la plata en
relación con la seda, y asimismo disminuirá,
en proporción con ella, el precio de todas las

32
demás mercancías que sigan costando igual
que antes. Para obtener la misma cantidad
de la mercancía seda ahora habrá que dar a
cambio una cantidad mayor de aquellas otras
mercancías. ¿Qué ocurrirá al subir el precio
de una mercancía? Una masa de capitales
afluirá a la rama industrial floreciente, y
esta afluencia de capitales al campo de la
industria favorecida durará hasta que arroje
las ganancias normales; o más exactamente,
hasta que el precio de sus productos des¬
cienda, empujado la superproducción,
por
por debajo del coste de producción.
Y viceversa. Si el precio de una mercan¬
cía desciende por debajo de su coste de pro¬
ducción, los capitales se retraerán de la pro¬
ducción de esta mercancía. Exceptuando el
caso en
que una rama industrial no llene ya
las necesidades de la época, y, por tanto, ten¬
ga que desaparecer,
esta huida de los capi¬
tales irá reduciendo la producción de aque¬
lla mercancía, es decir, su oferta, hasta que
corresponda a la demanda, y, por tanto, has¬
ta
que su precio vuelva a levantarse al nivel
de su coste de producción o, mejor dicho,
hasta que la oferta sea inferior a la deman¬
da; es decir, hasta que su precio rebase nue¬
vamente su coste de producción, pues el pre¬

cio corriente de una mercancía es siempre


inferior o superior a su coste de producción.
Vemos cómo los capitales huyen o afluyen
constantemente del campo de una industria
al de otra. Los precios altos determinan una
afluencia excesiva y los precios bajos una
huida exagerada.
Podríamos demostrar también, desde otro
punto de vista, cómo el coste de producción
determina no sólo la oferta, sino también la
demanda. Pero esto nos desviaría demasiado
de nuestro objetivo.
Acabamos de ver cómo las oscilaciones de
la oferta y la demanda vuelven a acoplar
siempre el precio de una mercancía a su
coste de producción. Es cierto que el precio
real de una mercancía es siempre superior
o inferior al coste de producción, pero el
alza y la baja se compensan mutuamente, de
tal modo que, dentro de un determinado pe¬
ríodo de tiempo, englobando en el cálculo el
flujo y el reflujo de la industria, puede afir¬
marse
que las mercancías se cambian unas
por otras con arreglo a su coste de produc¬
ción, y su precio se determina, consiguiente¬
mente, por aquél.
Esta determinación del precio por el coste
de producción no debe entenderse en el sen¬
tido en que la entienden los economistas. Los
economistas dicen que el precio medio de
las mercancías equivale al coste de produc¬
ción; que esto es la ley. Ellos consideran
como obra del azar el movimiento
anárquico
en
que el alza se nivela con la baja y ésta
con el alza. Con el mismo derecho podría
considerarse, como lo hacen en efecto otros
economistas, oscilaciones son la ley
que estas
y la determinación del precio por el coste de
producción fruto del azar. En realidad, estas
oscilaciones, que, si se las examina de cerca,
se ven
que acarrean las más espantosas deso¬
laciones y son como terremotos que hacen
estremecerse los fundamentos de la sociedad
burguesa, son las únicas que en su curso de¬
terminan el precio por el coste de produc¬
ción. El movimiento conjunto de este des¬
orden es su orden. En el transcurso de esta

anarquía industrial, en este movimiento cí¬


clico, la concurrencia se encarga de comjpen-

34
sar, como si dijésemos, una extravagancia con
otra.

Vemos, pues, que el precio de una mer¬


cancía se determina por su coste de produc¬
ción, de modo que las épocas en que el pre¬
cio de esta mercancía rebasa el coste de pro¬
ducción se compensan con aquéllas en que
queda debajo de este coste de produc¬
por
ción, y viceversa. Claro está que esta norma
no
rige para un producto industrial concreto,
sino para la rama industrial entera solamente.
No rige tampoco, por tanto, para un solo in¬
dustrial, sino únicamente para la clase entera
de los industriales.
La determinación delprecio por el coste
de producción equivale a la determinación
del precio por el tiempo de trabajo necesario
para la producción de una mercancía, pues
el coste de producción está formado: 1) por
las materias primas y el desgaste de los ins¬
trumentos, es decir, por productos industria¬
les cuya fabricación ha costado una determi¬
nada cantidad de jornadas de trabajo y que
representan, por tanto, una determinada can¬
tidad de tiempo de trabajo, y 2) por trabajo
directo, cuya medida es también el tiempo.
Las mismas leyes generales que regulan el
precio de las mercancías en general regulan
también, naturalmente, el salario, el precio
del trabajo.
La remuneración del trabajo subirá o ba¬
jará según el cariz que presente la competen¬
cia entre los compradores de la fuerza de

trabajo, los capitalistas, y los vendedores de


la fuerza de trabajo, los obreros. A las osci¬
laciones de los precios de las mercancías en
general corresponden las oscilaciones del sa¬
lario. Pero, dentro de estas oscilaciones, el

35
precio del trabajo se hallará determinado por
el coste de
producción, por el tiempo de tra¬
bajo necesario para producir esta mercancía,
que es la fuerza de trabajo.
Ahora bien: ¿cuál es el coste de producción
de la fuerza de trabajo?
Es lo que cuesta sostener al obrero como
tal obrero y educarle para este oficio.
Por tanto, cuanto menos tiempo de apren¬
dizaje exija un trabajo, menor será el coste
de producción del obrero, más bajo el precio
de su
trabajo,salario. En las ramas in¬
su
dustriales que no exigen apenas tiempo de
aprendizaje, bastando con la mera existencia
corpórea del obrero, el coste de producción
de éste se reduce casi exclusivamente a las
mercancías necesarias para que aquél pueda
vivir en condiciones de trabajar. Por tanto,
aquí el precio de su trabajo estará determina¬
do por el precio de los medios de vida indis¬
pensables.
Pero hay que tener presente, además, otra
circunstancia. El fabricante, al calcular su
coste de producción, arreglo a él el
y con
precio de los productos, incluye en el cálculo
el desgaste de los instrumentos de trabajo. Si
una máquina le cuesta, por ejemplo, mil
marcos, y esta máquina se agota en diez años,
agregará cien marcos cada año al precio de
las mercancías fabricadas, para, al cabo de
los diez años, poder sustituir la máquina ya
agotada por otra nueva. Del mismo modo
hay que incluir en el coste de producción de
la fuerza de trabajo simple el coste de pro¬
creación que permite a la clase obrera estar
en condiciones de
multiplicarse y de reponer
los obreros agotados por otros nuevos. El des¬
gaste del obrero entra, por tanto, en los

30
cálculos, ni más ni menos que el desgaste de
las máquinas.
Por tanto, el coste de producción de la
fuerza de trabajo simple se cifra siempre en
los gastos de existencia y reproducción del
obrero. El precio de este coste de existencia

y reproducción es el que forma el salario. El


salario así determinado es lo que se llama el
salario mínimo. Al igual que la determina¬
ción del precio de las mercancías en general
por el de producción, este salario míni¬
coste
mo no para el individuo, sino para la
rige
especie. Hay obreros, millones de obreros,
que no ganan lo necesario para poder vivir
y procrear; pero el salario de la clase obrera
en conjunto se nivela, dentro de sus oscila¬
ciones, sobre la base de este mínimo.
Ahora, después de haber puesto en claro
las leyes generales que regulan el salario, al
igual que el precio de cualquier otra mercan¬
cía, ya podemos entrar de un modo más
concreto en nuestro tema.

37
III

El capital está formado por materias pri¬


mas, instrumentos de trabajo y medios de
vida de todo género que se emplean para
producir nuevas materias primas, nuevos ins¬
trumentos de trabajo y nuevos medios de
vida. Todas estas partes integrantes del ca¬
pital son hijas del trabajo, productos del
trabajo, trabajo acumulado. El trabajo acumu¬
lado que sirve de medio de nueva produc¬
ción es el capital.
Así dicen los economistas.
¿Qué es un esclavo negro? Un hombre de
la raza negra. Una explicación vale tanto co¬
mo la otra.

Un negro es un negro. Sólo en determina¬


das condiciones se convierte en esclavo. Una
máquina de hilar algodón es una máquina
para determinadas con¬
hilar algodón. Sólo en
diciones se convierte en capital. Arrancada a
estas condiciones, no tiene nada de capital,

39
del mismo modo que el oro no es de por sí
dinero, ni el azúcar el precio del azúcar.
En la producción, los hombres no actúan
solamente sobre la naturaleza, sino que ac¬
túan también los unos sobre los otros. No
pueden producir sin asociarse de un cierto
modo, para actuar en común y establecer un
intercambio de actividades. Para producir,
los hombres contraen determinados vínculos
y relaciones, y a través de estos vínculos y
relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es
como se relacionan con la naturaleza
y como
se efectúa la producción.
Estas relaciones sociales que contraen los
productoresentre sí, las condiciones en que
cambian sus actividades y toman parte en el
proceso conjunto de la producción variarán,
naturalmente, según el carácter de los me¬
dios de producción. Con la invención de un
nuevo instrumento de guerra,
el arma de
fuego, hubo de cambiar forzosamente toda la
organización interna de los ejércitos, cambia¬
ron las relaciones dentro de las cuales for¬
maban los individuos un ejército
y podían
actuar como tal, y cambió también la rela¬
ción entre los distintos ejércitos.
Las relaciones sociales en
que los individuos
producen, las relaciones sociales de produc¬
ción, cambian, por tanto, se transforman, al
cambiar y desarrollarse los medios materia¬
les de producción, las fuerzas productivas.
Las relaciones de producción forman en su
conjunto lo que se llaman las relaciones so¬
ciales, la sociedad, y concretamente, una so¬
ciedad con un determinado grado de desarro¬
llo histórico, una sociedad de carácter pecu¬
liar y distintivo. La sociedad antigua, la so¬
ciedad feudal, la sociedad burguesa, son otros
tantos conjuntos de relaciones de producción,

40
cada uno de los cuales representa, a la vez,

un grado especial de desarrollo en la histo¬


ria de la humanidad.
También el capital es una relación social
de producción. Es una relación burguesa de
producción, una relación de producción de la
sociedad burguesa. Los medios de vida, los
instrumentos de trabajo, las materias primas
que componen el capital, ¿no han sido pro¬
ducidos y acumulados bajo condiciones socia¬
les dadas, en determinadas relaciones socia¬
les? ¿No se emplean para un nuevo proceso
de producción bajo condiciones sociales da¬
das, en determinadas relaciones sociales? ¿Y
no es
precisamente este carácter social deter¬
minado el que convierte en capital los pro¬
ductos destinados a la nueva producción?
El capital no se compone solamente de me¬
dios de vida, instrumentos de trabajo y ma¬
terias primas, no se compone solamente de
productos materiales; se compone igualmente
de valores de cambio. Todos los productos
que lo integran son mercancías. El capital
no es, pues, solamente una suma de produc¬

tos materiales; es una sump de mercancías,

de valores de cambio, de magnitudes so¬


ciales.
El capital sigue siendo el mismo, aunque
sustituyamos la lana por algodón, el trigo por
arroz, por vapores, a condi¬
los ferrocarriles
ción de que el algodón, el arroz y los vapo¬
res—el cuerpo del capital—tengan el mismo
valor de cambio, el mismo precio que la lana,
el trigo y los ferrocarriles en que antes se
encarnaba. El cuerpo del capital es suscepti¬
ble de cambiar constantemente, sin que por
eso sufra el capital la menor alteración.

Pero, si todo capital es una suma de mer¬


cancías, es decir, de valores de cambio, no

3. — 41
toda suma de mercancías, de valores de cam¬
bio, es capital.
Toda suma de valores de cambio es un
valor de cambio. Todo valor de cambio con¬
creto es una suma de valores de cambio. Por
ejemplo, una casa que vale mil marcos es un
valor de cambio de mil marcos. Una hoja
de papel que valga un pfennig, es una suma
100
de valores de cambio de de pfennig.
100
Los productos susceptibles de ser cambiados
por otros productos son mercancías. La pro¬
porción concreta en que pueden cambiarse
constituye su valor de cambio o, si se ex¬
presa en dinero, su precio. La cantidad de
estos productos no
altera para nada su des¬
tino de mercancías, de ser un valor de cam¬
bio o de tener un determinado precio. Sea
grande o pequeño, un árbol es siempre un
árbol. Por el hecho de cambiar hierro por
otros productos medias onzas o en quin¬
en
tales, ¿cambia carácter de mercancía, de
su
valor de cambio? Lo único que hace el volu¬
men es dar a una mercancía mayor o menor
valor, un precio más alto
más bajo. o
Ahora bien: ¿cómo una
de mercan¬
suma
cías, de valores de cambio, se convierte en
capital ?
Por el hecho de que, en cuanto
fuerza so¬
cialindependiente, es decir, en cuanto fuer¬
za en
poder de una parte de la sociedad, se
conserva
y aumenta por medio del intercam¬
bio con la fuerza de trabajo inmediata, viva.
La existencia de una clase que no posee nada
más que su capacidad de trabajo es una pre¬
misa necesaria para que exista capital.
Es el dominio del trabajo acumulado, pre¬
térito, materializado sobre el trabajo inmedia-

42
to, vivo, lo que convierte el trabajo acumu¬
lado en capital.
El capital no consiste en que el trabajo
acumulado sirva al trabajo vivo como medio
para nueva producción. Consiste en que el
trabajo vivo sirva al trabajo acumulado co¬
mo m,edio para conservar y aumentar su va¬
lor de cambio.
¿Qué acontece en el intercambio entre el
capitalista y el obrero asalariado?
El obrero obtiene a cambio de su fuerza
de trabajo medios de vida, pero, a cambio de
estos medios de vida de su propiedad, el ca¬
pitalista adquiere trabajo, la actividad pro¬
ductiva del obrero, la fuerza creadora con la
cual el obrero no sólo repone lo que consu¬
me, sino que da al trabajo acumulado un
mayor valor del que antes poseía. El obrero
recibe del capitalista una parte de los medios
de vida existentes. ¿Para qué le sirven estos
medios de vida? Para su consumo inmedia¬
to. Pero, al consumir los medios de vida de
que dispongo, los pierdo irreparablemente, a
no ser que emplee el tiempo durante el cual
me mantienen estos medios de vida en pro¬
ducir otros, en crear con mi trabajo, mien¬
tras los consumo, en vez de los valores des¬

truidos al consumirlos, otros nuevos. Pero


esta noble fuerza reproductiva del trabajo

es precisamente la que el
obrero cede al ca¬
pital, a cambio de los medios de vida que
éste le entrega. Al cederla, se queda, pues,
sin ella.
Pongamos ejemplo. El arrendatario de
un
una a su jornalero cinco silber-
finca abona
groschen por día. Por los cinco silbergros-
chen el jornalero trabaja la tierra del arren¬
datario durante un día entero, asegurándole
con su trabajo un ingreso de diez silbergros-

43
chen. El arrendatario no sólo recobra los va¬

lores que cede al jornalero, sino que los du¬


plica. Por tanto, invierte, consume de un mo¬
do fecundo, productivo, los cinco silbergros-
chen que paga al jornalero. Por estos cinco
silbergroschen compra precisamente el traba¬
jo y la fuerza del jornalero, que crean pro¬
ductos del campo por el doble del valor y con¬
vierten los cinco silbergroschen en diez. En
cambio, el jornalero obtiene en vez de su fuer¬
za
productiva, frutos ha cedido al arren¬
cuyos
datario, cinco silbergroschen, que cambia por
medios de vida, los cuales consume más o
menos pronto. Por tanto, los cinco silbergros¬
chen se han consumido de dos modos: re¬
productivamente para el capital, puesto que
éste los cambia por una fuerza de trabajo (7)
que produce diez silbergroschen; improduc¬
tivamente para el obrero, pues los cambia
por medios de vida que desaparecen para
siempre y cuyo valor sólo puede recobrar re¬
pitiendo el cambio anterior con el arrenda¬
tario. Por consiguiente, el capital presupone
el trabajo asalariado y éste el capital. Ambos
se condicionan y se engendran recíproca¬
mente.

Un obrero de una fábrica algodonera


¿pro¬
duce solamente tejidos de algodón? No, pro¬
duce capital. Produce valores que sirven de
nuevo
para mandar sobre su trabajo y crear,
por medio de éste, nuevos valores.
El capital sólo puede aumentar cambián¬
dose por fuerza de trabajo, engendrando el
trabajo asalariado. Y la fuerza de trabajo del
obrero asalariado sólo puede cambiarse por

(7) En este lugar el término "fuerza de trabajo"


no fue introducido por Engels, sino que figura ya en
el texto publicado por Marx en la Nueva Gaceta del
Rin. (N. de la Edif.)

44
capital acrecentando éste, fortaleciendo la po¬
tencia de que es esclava. El aumento del ca¬
pital es, por tanto, aumento del proletariado,
es decir, de la clase obrera.
El interés del capitalista y del obrero es,
por consiguiente, el mismo, afirman los bur¬
gueses y sus economistas. En efecto, el obre¬
ro
si el capital no le da empleo. El
perece
capital perece si no explota la fuerza de tra¬
bajo, y, para explotarla, tiene que comprar¬
la. Cuanto más velozmente crece el capital
destinado producción, el capital producti¬
a la
vo, y, consiguiente, cuanto más próspera
por
es la industria, cuanto más se enriquece la

burguesía, cuanto mejor marchan los nego¬


cios, más obreros necesita el capital y más ca¬
ro se vende el obrero.
Por consiguiente, la condición imprescindi¬
ble para que la situación del obrero sea to¬
lerable es que crezca con la mayor rapidez
posible el capital productivo.
Pero, ¿qué significa el crecimiento del ca¬
pital productivo? Significa el crecimiento del
poder del trabajo acumulado sobre el trabajo
vivo. El aumento de la dominación de la
burguesía sobre la clase obrera. Cuando el
trabajo asalariado produce la riqueza extra¬
ña que le domina, la potencia enemiga suya,
el capital, refluyen a él, emanados de éste,
medios de trabajo, es decir, medios de vida,
a condición de que se convierta de nuevo en
parte palanca que le
integrante del capital, en
haga crecer de nuevo con ritmo acelerado.
Decir que los intereses del capital y los
intereses de los obreros son los mismos, equi¬

vale simplemente a decir que el capital y


el trabajo asalariado son dos aspectos de la
misma y única relación. El uno se halla con-
45
dicionado por el otro, como el usurero por
el derrochador, y viceversa.
Mientras el obrero asalariado es obrero asa¬

lariado, su suerte depende del capital. He ahí


la tan cacareada comunidad de intereses en¬

tre el obrero y el capitalista.

46
IV

Al crecer el capital, crece la masa del tra¬


bajo asalariado, crece el número de obreros
asalariados; en una palabra, la dominación
del capital se extiende a una masa mayor
de individuos. Y, suponiendo el caso más fa¬
vorable: al crecer el capital productivo, crece
la demanda de trabajo y crece también, por
tanto, el precio del trabajo, el salario.
Sea grande o pequeña una casa, mientras
las que la rodean son pequeñas, cumple todas
las exigencias sociales de una vivienda, pero,
si a una casa pequeña surge un palacio,
junto
la que hasta entonces era casa se encoge has¬
ta quedar convertida en una choza. La casa

pequeña indica ahora que su morador no


debe tener exigencias, o debe tenerlas muy
reducidas; y, por mucho que, en el transcur¬
so de la civilización, su casa gane en altura, si

el palacio vecino sigue creciendo en la mis¬


ma o incluso en
mayor proporción, el habi-
47
tante de la casa relativamente pequeña se irá
sintiendo cada vez más destrozado, más des¬
contento, más agobiado entre sus cuatro pa¬
redes.
Un aumento sensible del salario presupo¬
ne un crecimiento veloz del capital produc¬
tivo. A su vez, este veloz crecimiento del
capital productivo, provoca un desarrollo no
menos veloz de riquezas,
de lujo, de necesi¬
dades y goces sociales. Por tanto, aunque los
goces del obrero hayan aumentado, la satis¬
facción social que producen es ahora menor,
comparada con los goces mayores del capita¬
lista, inasequibles para el obrero, y compara¬
da con el nivel de desarrollo de la sociedad
en
general. Nuestras necesidades y nuestros
goces tienen su fuente en la sociedad y los
medimos, consiguientemente, por ella, y no
por los objetos con que los satisfacemos. Y
como tienen carácter social, son siempre re¬
lativos.
El salario no se determina solamente, en

general, por la cantidad de mercancías que


pueden obtenerse a cambio de él. Encierra
diferentes relaciones.
Lo que el obrero percibe, en primer térmi¬
no, por su fuerza de trabajo, es una deter¬
minada cantidad de dinero. ¿ Acaso el sala¬
rio se halla determinado exclusivamente por
este precio en dinero?
En el siglo xvi, a consecuencia del descu¬
brimiento en América de minas más ricas y
más fáciles de explotar, aumentó el volumen
de oro y plata que circulaba en Europa. El
valor del oro y la plata bajó, por tanto, en
relación con las demás mercancías. Los obre¬
ros
seguían cobrando por su fuerza de traba¬
jo la misma cantidad de plata acuñada. El
precio en dinero de su trabajo seguía siendo

48
el mismo, y sin embargo su salario había dis¬
minuido, cambio de esta cantidad de
pues a
plata, obtenían ahora una cantidad menor de
otras mercancías. Fue ésta una de las cir¬
cunstancias que fomentaron el incremento
del capital y el auge de la burguesía en el
siglo xvi.
Tomemos otro caso. En el invierno de
1847, a consecuencia de mala cosecha,
una
subieron considerablemente los precios de los
artículos de primera necesidad, el trigo, la
carne, las mantecas, el queso, etc. Suponien¬
do que los obreros hubiesen seguido cobran¬
do por su fuerza de trabajo la misma canti¬
dad de dinero que antes, ¿no habrían dis¬
minuido sus salarios? Indudablemente. A
cambio de la misma cantidad de dinero ob¬
tenían menos pan, menos carne, etc. Sus sa¬
larios bajaron, no porque hubiese disminui¬
do el valor de la plata, sino porque aumen¬
tó el valor de los víveres.
Finalmente, supongamos que el precio en
dinero del
trabajo siga siendo el mismo,
mientras que todas las mercancías agrícolas y
manufacturadas bajan de precio, por la apli¬
cación de nueva maquinaria, por la estación
más favorable, etc. Ahora, por el mismo di¬
nero los obreros
podrán comprar más mer¬
cancías de todas clases. Sus salarios, por tan¬
to, habrán aumentado, precisamente por no
haberse alterado su valor en dinero.
Como vemos, el precio en dinero del tra¬
bajo, el salario nominal, no coincide con el
salario real, es decir, con la cantidad de mer¬
cancías que se obtienen realmente a cambio
del salario. Por consiguiente, cuando habla¬
mos del alza o del salario, no de¬
de la baja
bemos fijarnos solamente en el precio en di¬
nero del trabajo,
en el salario nominal.

49
Pero, ni el salario nominal, es decir, la su¬
ma de dinero por la que el obrero se vende
al capitalista, ni el salario real, o sea la can¬
tidad de mercancías que puede comprar con
este dinero, agotan las relaciones que se con¬
tiene en el salario.
El salario se halla determinado, además y
sobre todo, por su relación con la ganancia,
con el beneficio obtenido por
el capitalista:
es un salario relativo,
proporcional.
El salario real expresa
el precio del traba¬
jo en relación con el precio de las demás
mercancías; el salario relativo acusa, por el
contrario, la parte que se concede al trabajo
directo de los valores creados por él. en pro¬
porción a la parte que se reserva el trabajo
acumulado, el capital.
Decimos más arriba, en la página 24 (8):
"El salario no es la parte
del obrero en la
mercancía por él producida. El salario es la
parte de la mercancía ya existente, con la
que el capitalista compra una determinada
cantidad de fuerza de trabajo productiva".
Pero el capitalista tiene que reponer nue¬
vamente este salario del precio por el que
vende elproducto creado por el obrero; y tie¬
ne
que reponerlo de tal rpodo, que, des¬
pués de cubrir el coste de producción des¬
embolsado, le quede además por regla ge¬
neral, un remanente, una ganancia. El pre
ció de venta de la mercancía producida por
el obrero se divide para el capitalista en tres
partes: la primera, para reponer el precio
desembolsado en comprar materias primas,
así como
para reponer el desgaste de las he¬
rramientas, máquinas y otros instrumentos
de trabajo adelantados por él; la segunda,
(8) Véase pág. 24 de este libro. (N. de la
Editorial.)

50
para reponer los salarios por él adelantados,
y la tercera, que es el remanente que queda
después de saldar las dos partes anteriores,
la ganancia del capitalista. Mientras que la
primera parte se limita a reponer valores
que ya existían, es evidente que tanto la su¬
ma destinada a reembolsar los salarios abo¬
nados como el remanente que forma la ga¬
nancia del capitalista salen en su totalidad
del nuevo valor creado por el trabajo del
obrero y añadido a las materias primas. En
este sentido, podemos considerar tanto el
salario como la ganancia, para compararlos
entre sí, como partes del producto del obre¬
ro.

Puede ocurrir que el salario real continúe


siendo el mismo e incluso que aumente, y
no obstante disminuya el salario relativo. Su¬
pongamos, por ejemplo, que el precio de to¬
dos los medios de vida baja en dos terceras
partes, mientras que el salario diario sólo
disminuye tercio de 3 marcos a 2, por
en un
ejemplo. Aunque el obrero, con estos dos
marcos, podrá comprar una cantidad mayor
de mercancías que antes con tres, su salario
habrá disminuido, en relación con la ga¬
nancia obtenida el capitalista. La ga¬
por
nancia del capitalista (por ejemplo, del fabri¬
cante) ha aumentado en un marco; es de¬
cir, que ahora el obrero, por una cantidad
menor de valores de cambio,
que el capita¬
lista le entrega, tiene que producir una can¬
tidad mayor de estos mismos valores. La par¬
te obtenida por el capital aumenta, en pro¬

porción a la del trabajo. La distribución de


la riqueza social entre el capital y el trabajo
es ahora todavía más desigual que antes. El
capitalista manda con el mismo capital sobre
una cantidad mayor de trabajo. El poder de
51
la clase de los capitalistas sobre la clase obre¬
ra ha crecido, la situación social del obrero

ha empeorado, ha descendido un grado más


debajo de la del capitalista.
¿Cuál es la ley general que rige el alza y
la baja del salario y
de la ganancia, en sus
relaciones mutuas?
Se hallan en razón inversa. La parte del
capital, la ganancia, aumenta en la misma
proporción en que disminuye la parte del
trabajo, el salario, y viceversa. La ganancia
aumenta en la medida en que disminuye el

salario y disminuye en la medida en que és¬


te aumenta.

Se objetaráacaso que el capital puede ob¬


tener ganancia cambiando ventajosamente
sus
productos con otros capitalistas, cuando
aumenta la demanda de su mercancía, sea
mediante la apertura de nuevos mercados, sea
al aumentar momentáneamente las necesi¬
dades en los mercados antiguos, etc.; que, por
tanto, las ganancias decapitalista pueden
un
aumentar a costa de
capitalistas, inde¬
otros

pendientemente del alza o baja del salario,


del valor de cambio de la fuerza de trabajo;
que las ganancias del capitalista pueden au¬
mentar también mediante el perfecciona¬
miento de los instrumentos de trabajo, la
nueva aplicación de las fuerzas naturales, et¬
cétera.
En primer lugar, se reconocerá que el re¬
sultado sigue siendo el mismo, aunque se
alcance por un camino inverso. Es cierto que
la ganancia no habrá aumentado porque
haya disminuido el salario, pero el salario ha¬
brá disminuido por haber aumentado la ga¬
nancia. Con la misma cantidad de trabajo
ajeno, el capitalismo ahora una suma
compra
mayor de valores de cambio, sin que por
52
ello pague el trabajo más caro; es decir, que
el trabajo resulta peor remunerado, en re
lación con los ingresos netos que arroja pa¬
ra el capitalista.

Además, recordamos que, pese a las os¬


cilaciones de los precios de las mercancías,
el precio medio de cada mercancía, la pro¬
porción en que se cambia por otras mercan¬
cías, se determina por su coste de produc¬
ción. Por tanto, los lucros conseguidos por
unos
capitalistas de otros dentro de
a costa
la clase capitalista se nivelan necesariamente
entre sí. El perfeccionamiento de la maqui¬

naria, la nueva aplicación de las fuerzas na¬


turales al servicio de la producción, permi¬
ten crear en un tiempo de trabajo dado y
con la misma cantidad de trabajo y capital
masa mayor de productos,
una
pero no, ni
mucho menos, una masa mayor de valores
de cambio. Si la aplicación de la máquina de
hilar me permite fabricar en una hora el
doble de hilado que antes de su invención,
por ejemplo, cien libras en vez de cincuen¬
ta, a cambio de estas cien libras de hilado no
obtendré a la larga más mercancías que an¬
tes a cambio de las cincuenta, porque el cos¬
te de producción seha reducido a la mitad
o
porque, ahora, con el mismo coste puedo
fabricar el doble del producto.
Finalmente, cualquiera que sea la propor¬
ción en que la clase capitalista, la burgue¬
sía, bien la de un solo país o la del merca¬
do mundial entero, se reparta los ingresos ne¬
tos de la producción, la suma global de estos

ingresos netos no será nunca más que la su¬


ma en que el trabajo vivo incrementa en

bloque el trabajo acumulado. Por tanto, esta


suma global crece en la proporción en que

el trabajo incrementa el capital; es decir, en

53
la proporción en que crece la ganancia, en
comparación con el salario.
Vemos, pues, que, aunque nos circunscri¬
bimos a las relaciones entre el capital y el
trabajo asalariado, los intereses del trabajo
asalariado y los del capital son diametralmen-
te opuestos.
Un aumentorápido del capital equivale a
un rápido de la ganancia. La ga¬
aumento
nancia sólo puede crecer rápidamente si el
precio del trabajo, el salario relativo, disminu¬
ye con la misma rapidez. El salario relativo
puede disminuir aunque aumente el salario
real simultáneamente con el salario nominal,
con el valor en dinero del trabajo, siempre

que éstos no suban en la misma proporción


que la ganancia. Si, por ejemplo, en una épo¬
ca de buenos
negocios, el salario aumenta en
un cinco por ciento y la ganancia en un
treinta por ciento, el salario relativo, propor¬
cional, no habrá aumentado, sino disminuido.
Por tanto, si, con el rápido incremento del
capital, aumentan los ingresos del obrero, al
mismo tiempo se ahonda el abismo social que
separa al obrero del capitalista, y crece a la
par el poder del capital sobre el trabajo, la
dependencia de éste con respecto al capital.
Decir que el obrero está interesado en el
rápido incremento del capital, sólo signifi¬
ca que cuanto más aprisa incrementa
el obre
ro la riqueza ajena, más sabrosas migajas le

caen de su mesa, más obreros pueden encon¬

trar em,pleo y ser echados al mundo, más

puede crecer la masa de los esclavos sujetos


al capital.
Hemos visto, pues:
Que, incluso la situación más favorable
para la clase obrera, el incremento más rá¬
pido posible del capital, por mucho que me-

54
jore la vida material del obrero, no suprime
el antagonismo entre sus intereses y los in¬
tereses del burgués, los intereses del capitalis¬

ta. Ganancia y salario seguirán hallándose,

exactamente lo mismo que antes, en razón

inversa.
Que si el capital crece rápidamente, pue¬
den aumentar también los salarios, pero que
aumentarán con rapidez incomparablemen¬
te mayor las ganancias del capitalista. La si¬
tuación material del obrero habrá mejorado,
pero a costa de su situación social. El abis¬
mo social que le separa del capitalista se
habrá ahondado.
Y, finalmente:
Que el decir que la condición más favo-
table para el trabajo asalariado es el incre¬
mento más rápido posible del capital produc¬
tivo, sólo significa que cuanto más se apre¬
sure la clase obrera a aumentar y acrecentar
el poder enemigo de ella, la riqueza ajena
que la domina, tanto mejores serán las con¬
diciones en
que podrá seguir laborando por el
incremento de la riqueza burguesa, por el
acrecentamiento del poder del capital, con¬
tenta con
forjar ella misma las cadenas de
oro con las que le arrastra a remolque la
burguesía.

55
V

El incremento del capital productivo


y el
aumento del salario, ¿son
realmente dos co¬
sas tan inseparablemente enlazadas como
afirman los economistas burgueses? No de¬
bemos creerles simplemente por sus pala¬
bras. No debemos siquiera creerles que
cuanto más engorde el capital, mejor cebado
estará el esclavo. La burguesía es demasiado
instruida, demasiado calculadora, para com¬
partir los prejuicios del señor feudal que
alardeaba con el brillo de sus servidores. Las
condiciones de existencia de la burguesía la
obligan a sercalculadora.
Deberemos, pues, investigar m&s de cer
ca cómo influye el crecimiento del capital
productivo sobre el salario.
Si crece el capital productivo de la so¬
ciedad burguesa en bloque, se produce una
acumulación más variada de trabajo. Crece
el número de capitalistas y aumenta el volu

57
men de capitales. El aumento del número
sus

de capitales hace aumentar la concurrencia


entre los capitalistas. El mayor volumen de

los capitales permite lanzar al campo de ba¬


talla industrial ejércitos obreros más poten¬
tes, con armas de guerra más gigantescas.
Sólo vendiendo más barato pueden unos
capitalistas desalojar a otros y conquistar sus
capitales. Para poder vender más barato sin
arruinarse, tienen que producir más barato;
es decir, aumentar todo lo posible la fuerza
productiva. Y lo que sobre todo aumenta esta
fuerza productiva es una mayor división del
trabajo la aplicación en mayor escala y el
constante perfeccionamiento de la maquinaria.

Cuanto mayor es el ejército de obreros entre


los que se divide el trabajo, cuanto más gigan¬
tesca es la escala en que se aplica la maqui¬

naria, más disminuye relativamente el coste


de producción, más fecundo se hace el tra¬
bajo. De aquí que entre los capitalistas se
desarrolle una rivalidad en todos los aspec¬
tos incrementar la división del trabajo y
para
la maquinaria y explotarlos en la mayor es¬
cala posible.
Si un capitalista, mediante una mayor di¬
visión del trabajo, empleando y perfeccio¬
nando nuevas máquinas, explotando de un
modo más provechoso y más extenso las
fuerzas naturales, encuentra los medios para
fabricar, con la misma cantidad de trabajo
o de trabajo acumulado, una sum,a
mayor de
productos, de mercancías, que sus competido¬
res; si, por ejemplo, en el mismo tiempo de
trabajo en que sus competidores tejen me¬
dia vara de lienzo, él produce una vara en¬
tera, ¿cómo procederá este capitalista?
Podría seguir vendiendo la media vara
de lienzo al mismo precio a que venía co-

58
tizándose anteriormente en el mercado, pe¬
ro esto no sería el medio más adecuado pa¬
ra desalojar adversarios de la liza y
a sus
extender sus
ventas. Sin embargo, en
propias
la misma medida en que se dilata su produc¬
ción, se dilata para él la necesidad de mer¬
cado. Los medios de producción, más poten¬
tes
y más costosos que ha puesto en pie, le
permiten vender su mercancía más barata,
pero al mismo tiempo le obligan a vender
más mercancías, a conquistar para éstas un
mercado incomparablemente mayor; por tan¬
to, nuestro capitalista venderá la media vara
de lienzo más barata que sus competidores.
Pero el capitalista no venderá una vara
entera de lienzo por el mismo precio a que

sus
competidores venden la media vara, aun¬
que a él la producción de una vara no le
cueste más que a los otros la media. Si lo

hiciese así no obtendría


ninguna ganancia
extraordinaria; sólo recobraría por el true¬
que el coste de producción. Por tanto, aun¬
que obtuviese ingresos mayores, éstos pro¬
vendrían de haber puesto en movimiento un
capital, mayor, pero no de valorizar su ca¬
pital más alto que los otros. Además, el fin
que persigue lo alcanza fijando el precio de
su mercancía sólo unos puntos más ba¬
tan

jos competidores. Bajando el precio,


que sus
los desaloja y les arrebata por lo menos una
parte del mercado. Y, finalmente, recorda¬
mos
que el precio corriente es siempre su¬
perior o inferior al coste de producción, se¬
gún que la ventade una mercancía coincida
con la temporadafavorable o desfavorable de
una rama industrial. Los puntos que el ca¬

pitalista que aplica nuevos y más fecundos


medios de producción puede añadir a su
coste real de producción, al fijar el precio

59
de su mercancía, dependerán de que el pre¬
cio de una vara de lienzo en el mercado sea

superior inferior a su anterior coste ha¬


o
bitual de producción.
Pero el privilegio de nuestro capitalista no
es de larga duración; otros capitalistas, en
competencia con él, introducen las mismas
máquinas, la misma división del trabajo, y
las introducen en una escala igual o mayor,
hasta que esta innovación acaba por generali¬
zarse tanto, que el precio del lienzo queda
por debajo, no ya del antiguo, sino incluso
de su nuevo coste de producción.
Los capitalistas vuelven a encontrarse, pues,
unos frente a otros, en la misma situación
en
que encontraban antes de introducir
se
los nuevos medios de
producción; y si, con
estos medios, podían suministrar
por el mis¬
mo
precio el doble de producto que antes,
ahora se ven obligados a entregar el doble
de producto por menos del precio antiguo.
Y comienza la misma historia, sobre la ba¬
se de este nuevo coste de producción. Más

división del trabajo, más maquinaria, explo¬


tación de la división del trabajo y de la ma¬
quinaria en una escala mayor. Y la compe¬
tencia vuelve a reaccionar, exactamente igual
que antes, contra este resultado.
Vemos, pues, cómo se subvierten, se revo¬
lucionan incesantemente el modo de pro¬
ducción y los medios de producción, cómo la
división del
trabajo acarrea necesariamente
otra división del
trabajo mayor, la aplicación
de la maquinaria, otra aplicación de la ma¬

quinaria mayor, la producción en gran esca¬


la, una producción en otra escala mayor.
Tal es la ley que saca constantemente de
su
viejo cauce a la producción burguesa y
obliga al capital a tener constantemente en

60
tensión las fuerzas productivas del trabajo,
por haberlas puesto antes en tensión; la ley
que no le deja punto de sosiego y le susu¬
rra incesantemente al oído: ¡Adelante! ¡Ade¬
lante!
Esta ley no es sino la que, dentro de las
oscilaciones de los períodos comerciales, ni¬
vela necesariamente el precio de una mer¬
cancía con su coste de producción.
Por potentes que sean los medios de pro¬
ducción que un capitalista arroja a la liza,
la concurrencia se encargará de generalizar el
empleo de estos medios de producción, y, a
partir del momento en que se hayan genera¬
lizado, el único fruto de la mayor fecundi¬
dad de su
capital es que ahora tendrá que
dar por el mismo precio diez, veinte, cien
veces más que antes. Pero como, para com¬

pensar con la masa mayor del producto ven¬


dido el precio más bajo de venta, tendrá
que vender acaso mil veces más, porque
ahora necesita una venta en masa, no sólo
para ganar más, sino el coste
para reponer
de producción, ya que los propios instrumen¬
tos de producción van siendo, como hemos

visto, cada vez más caros, y como esta venta


en masa no es una cuestión vital solamen¬
te
para él, sino también para sus rivales, la
vieja contienda se desencadena con tanta ma¬
yor violencia cuanto más fecundos son los
medios de producción ya inventados. Por
tanto, la división del trabajo y la aplicación
de maquinaria seguirán desarrollándose de
nuevo, en una escala incomparablemente
mayor.
Cualquiera que sea la potencia de los me¬
dios de producción empleados, la compe¬
tencia procura arrebatar al capital los frutos
de oro de esta potencia, reduciendo el pre-

61
ció de las mercancías al coste de producción,
y, por tanto, convirtiendo en una ley impera¬
tiva el que en la medida en que pueda pro¬
ducirse más barato, es decir, en que pueda
producirse más con la misma cantidad de
trabajo, haya que abaratar la produccción,
que suministrar cantidades cada vez mayo¬
res de productos por el mismo precio. Por
donde el capitalista, como fruto de sus pro¬
pios desvelos, sólo saldría ganando la obliga¬
ción de rendir más en el mismo tiempo de
trabajo; en una palabra, condiciones más di¬
fíciles para la valorización de su capital. Por
tanto, mientras que la concurrencia le per¬
sigue constantemente con su ley del coste de
producción, y todas las armas que forja con¬
tra sus rivales se vuelven contra él mismo, el
capitalista esfuerza por burlar constante¬
se
mente la competencia introduciendo sin des¬

canso, en lugar de las antiguas, nuevas má¬

quinas, que, aunque más costosas, producen


más barato e implantando nuevas divisiones
del trabajo en sustitución de las antiguas, sin
esperar a que la competencia haga envejecer
los nuevos medios.
Representémonos esta agitación febril pro¬
yectada al mismo tiempo sobre todo el mer¬
cado mundial, y nos formaremos una idea de
cómo el incremento, la acumulación y con¬
centración del capital, trae consigo una divi¬
sión del trabajo, una aplicación de maquina¬
ria nueva
y un perfeccionamiento de la an¬
tigua en una carrera atropellada e ininterrum¬
pida, enescala cada vez más gigantesca.
Ahora bien,¿cómo influyen estos factores,
inseparables del incremento del capital pro¬
ductivo, en la determinación del salario?
Una mayor división del trabajo permite a
un obrero realizar el trabajo de cinco, diez

62
ó veinte; aumenta, por tanto, la competencia
entre los obreros en cinco, diez ó veinte ve¬
ces. Los obreros no sólo compiten entre sí

vendiéndose unos más barato que otros, si¬


no que compiten también cuando uno sólo
realiza el trabajo de cinco, diez o veinte; y
la división del trabajo implantada y cons¬
tantemente reforzada por el capital obliga a

los obreros a hacerse esta clase de compe¬


tencia.
Además, en la medida en que laaumenta
división del trabajo, el trabajo
simplifica.
se
La pericia especial del obrero no sirve ya
de nada. Se le convierte en una fuerza pro¬
ductiva simple monótona, que no necesita
y
poner en juego ningún recurso físico ni es¬
piritual. Su trabajo es ya un trabajo ase¬
quible a cualquiera. Esto hace que afluyan
de todas partes competidores; y, además, re¬
cordamos que cuanto más sencillo y más fá¬
cil de aprender es un trabajo, cuanto menor
coste de producción supone el asimilárselo,
más disminuye el salario, ya que éste se ha¬
lla determinado, como el precio de toda mer¬
cancía, por el coste de producción.
Por tanto, a medida que el trabajo va ha¬
ciéndose más desagradable, más repelente,
aumenta la competencia y disminuye el sa¬

lario. El obrero se esfuerza por sacar a flo¬


te la masa de su salario trabajando más; ya

sea trabajando más horas al día o producien¬

do más en cada hora. Es decir, que, acucia¬


do por la necesidad, acentúa todavía más los
fatales efectos de la división del trabajo. El
resultado es que, cuanto más trabaja, menos
jornal gana; por la sencilla razón de que en
le misma medida hace la competencia a sus
compañeros, y convierte a éstos, por consi¬
guiente, en otros tantos competidores suyos,

63
que se ofrecen al condiciones tan
patrono en
malas como él; es decir, última
porque, en
instancia, se hace la competencia a sí mismo,
en cuanto miembro de la clase obrera.
La maquinaria produce los mismos efec¬
tos en una escala mucho mayor, al sustituir
los obreros diestros por obreros inexpertos,
los hombres por mujeres, los adultos por ni¬
ños, y porque, además, la maquinaria, don¬
dequiera implanta por primera vez,
que se
lanza al arroyo a masas enteras de obreros
manuales, y, donde se la perfecciona, se la
mejora o se la sustituye por máquinas más
productivas, va desalojando a los obreros en
pequeños pelotones. Más arriba, hemos descri¬
to a grandes rasgos la guerra industrial de

unos capitalistas con otros. Esta guerra pre¬


senta la particularidad de que en ella las
batallas no se ganan tanto enrolando a ejér¬
citos obreros, como licenciándolos. Los ge
nerales, los capitalistas rivalizan por ver
quien licencia más soldados industriales.
Los economistas nos dicen, ciertamente,
que los obreros a quienes la maquinaria ha¬
ce innecesarios encuentran nuevas ramas en

que trabajar. j
No se atreven a afirmar directamente que
los mismos obreros desalojados encuentren
empleo en nuevas ramas de trabajo, pues los
hechos hablan demasiado alto en contra de
esta mentira. Sólo afirman, en realidad, que
se abren nuevas posibilidades de trabajo pa¬
ra otros sectores de la clase obrera; por ejem¬
plo, para aquella parte de la generación obre¬
ra
juvenil que estaba ya preparada para in¬
gresar en la rama industril desaparecida. Es,
naturalmente, un gran consuelo, para los
obreros eliminados. A los señores capitalis¬
tas no les faltarán carne y sangre fresca ex-

64
plotables y dejarán que los muertos entierren
a sus muertos. consuelo
Pero esto servirá de
más apropios burgueses que a los obre¬
los
ros. Si la maquinaria destruyese íntegra la

clase de los obreros asalariados, ¡qué es¬


pantoso sería esto para el capital, que sin
trabajo asalariado dejaría de ser capital!
Pero los obreros directa¬
supónganlos que
mente desalojados del trabajo por la ma¬

quinaria y toda la nueva generación que


aguarda la posibilidad de colocarse en la
misma rama encuentren nuevo empleo. ¿Se
cree que
por este nuevo trabajo se les ha¬
bría de pagar tanto como por el que perdie¬
ron? Esto estaría en contradicción con todas
las leyes de la economía. Ya hemos visto có¬
mo la industria moderna lleva siempre con¬

sigo la sustitución del trabajo complejo y su¬


perior por otro más simple y de orden in¬
ferior.
¿Cómo, masa de obreros ex¬
pues, una
pulsados la maquinaria de una rama in¬
por
dustrial va a encontrar refugio en otra, a no
ser con salarios más bajos, peores?

Se ha querido aducir como una excepción


los obreros que trabajan directamente en la
fabricación de maquinaria. A medida que
la industria exige y consume más maquina¬
ria, se nos dice, las máquinas tienen, necesa¬
riamente, que aumentar, y con ella su fabri¬
cación, y, por tanto, los obreros empleados
en la fabricación de la maquinaria; además,

los obreros que trabajan en esta rama indus¬


trial son obreros expertos, incluso instruidos.
Desde el año 1840, esta afirmación, que
ya antes sólo era exacta a medias, ha perdido
toda apariencia de verdad, pues en la fa¬
bricación de maquinaria se emplean cada vez
en
mayor escala máquinas, ni más ni me-

65
nos
que para la fabricación de hilo de algo¬
dón, y los obreros que trabajan en las fá¬
bricas de maquinaria sólo pueden desempe¬
ñar el papel de máquinas extremadamente
simples, al lado de las complicadísimas que
se utilizan.
Pero ¡en vez del hombre adulto desaloja¬
do por la máquina, la fábrica da empleo tal
vez a tres niños y a una mujer! ¿Y acaso el
salario del hombre no tenía que bastar para
sostener a los tres niños y a la mujer? ¿No

tenía que bastar el salario mínimo para con¬


servar
y multiplicar el género? ¿Qué prueba,
entonces, este favorito tópico burgués? Prue¬
ba únicamente que hoy, para pagar el sus¬
tento de una familia obrera la industria con¬
sume cuatro vidas obreras por una que con¬
sumía antes.
Resumiendo: cuanto más crece el capital
productivo, más se extiende la división del
trabajo y la aplicación de la maquinaria, más
se acentúa la competencia entre los obreros

y más se reduce su salario.


Además, la clase obrera se recluta también
entre capas más altas de la sociedad. Hacia
ella va descendiendo una masa de pequeños
industriales y pequeños rentistas, para quie¬
nes lo más urgente es ofrecer sus brazos
junto a las brazos de los obreros. Y así, el
bosque de brazos que se extienden y piden
trabajo es cada vez más espeso, al paso que
los brazos mismos que lo forman son cada,
vez más flacos.
No es necesario pararse a demostrar que
el pequeño industrial no puede hacer fren¬
a esta lucha, una de
te cuyas primeras con¬
diciones producir en una escala cada vez
es

mayor, es decir, ser precisamente un gran y


no un pequeño industrial.

66
Que el interés del capital disminuye a me¬
dida que aumentan la masa y el número de
capitales, medida que crece el capital, y
a
que, por tanto, el pequeño rentista no puede
seguir viviendo de su renta y tiene que lan¬
zarse a la industria,
ayudando de este mo¬
do a engrosar las filas de pequeños indus¬
triales, y con ello las de los candidatos a pro¬
letarios, es cosa que no requiere tampoco
más explicación.
Finalmente, a medida que los capitalistas
seven forzados, por el proceso que exponía¬

mos más arriba, a explotar en una escala


cada vez mayor los gigantescos medios de
producción ya existentes, viéndose obligados
para ello a poner en juego todos los resortes
del crédito, aumenta la frecuencia de los te¬
rremotos industriales, en los que el mundo
comercial sólo logra mantenerse a flote sa¬
crificando a los dioses del Averno una par
te de la riqueza, de los productos y hasta
de las fuerzas productivas; aumentan, en una
palabra, las crisis. Estas se hacen más fre¬
cuentes
más violentas ya por el solo hecho
y
de que, a medida que crece la masa de
producción y por tanto, la necesidad de mer¬
cados más extensos, el mercado mundial va
reduciéndose más y más y quedan cada vez
menos mercados nuevos que explotar, pues
cada crisis anterior somete al comercio
mundial un mercado
conquistado todavía
no

o que
el comercio sólo explotaba superficial¬
mente. Pero el capital no vive sólo del tra¬

bajo. Este amo, a la par distinguido y bár¬


baro, arrastra consigo a la tumba los cadá¬
veres de sus esclavos, hecatombes enteras de

obieros que sucumben en las crisis. Vemos,


pues, que si el capital crece rápidamente cre¬
ce con rapidez incomparablemente mayor to-
67
dav'ia la competencia entre los obreros, es
decir, disminuyen tanto más, relativamente,
los medios de empleo y los medios de vida
de la clase obrera; y no obstante, esto, el
rápido incremento del capital es la condi¬
ción más favorable para el trabajo asalaria
do.

68
IV
Indice

Páginas

Introducción de F. Engels 5
Trabajo asalariado y capital

I 19
29
39
47
V 57
AL LECTOR,

Ediciones HALCON agrade¬


cerán a loslectores que le den
a conocer su opinión acerca de esta

obra, de su traducción, presentación


e impresión, así como cualquier otra

sugerencia que estimen oportuna.


Dicha correspondencia deberá ser
dirigida a las siguientes señas:

Ediciones HALCON
Pérez Galdós, 4
Madrid-4
BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

11 103299731

También podría gustarte