Recitativo
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"La melodía que los chantres hacen escuchar está destinada a mover la
conciencia del pueblo reunido hacia el pensamiento (memoria) y al amor de las
cosas celestiales, no sólo por el carácter sagrado de las palabras, sino por el poder
expresivo de los tonos (suavitas tonorum).
Por eso, es importante que el chantre, según la tradición de los santos
Padres, destaque y se distinga por su voz y su arte (voce et arte), de manera que
toque el corazón de sus oyentes por el camino del placer sensible (oblectamenta
dulcedinis).
... Se recitarán, pues, los salmos en la iglesia, ni demasiado deprisa, ni
demasiado fuerte, ni con voces desordenadas y sin disciplina, sino de una mane-
ra igual (plane) y distinta, con una gran disponibilidad de corazón (compun-
tione cordis), de tal manera que el espíritu de aquellos que los escuchen queden
encantados de su pronunciación" (Recomendaciones del Concilio de Aix,
816).
Esta recomendación del Concilio de Aix (816) nos sitúa en el punto
de partida de lo que debe ser el canto, y, más si cabe, el recitativo: la
palabra. Para nosotros, hoy y aquí, los recitativos en el Oficio Divino.
¿Dónde se canta el recitativo? ¿Qué se canta? ¿Cómo se canta?
¿Quiénes lo cantan? Serán estos los interrogantes que nos van a acom-
pañar en nuestra conferencia. En su respuesta hallaremos la solución a
nuestra búsqueda.
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EJEMPLO
Factum est verbum Domini ad me, dicens: sta in porta domus Domini: det
práedica ibi verbum istud, et dic: audíte verbum, Domini omnis Juda...
Sin problema podría trasladarse al castellano este mismo estilo de
lectura.
A imitación de la lectura hecha de principio a fin en el mismo
tono, también hay el canto recto tono, desprovisto asimismo de cualquier
inflexión, y por ende de cualquier forma musical, pero quizá no de
cualquier valor estético. Este canto, del que los antiguos nunca sospe-
charon sus posibilidades, sólo se distingue de la lectura que le sirve de
tipo en esa fuerza algo más sostenida en la voz que caracteriza al canto
y lo diferencia de la voz que habla.
Los antiguos, incluso al hablar, modulaban mucho más sus voces
de lo que nosotros lo hacemos en las lenguas modernas. En la liturgia
desconocían lo que era recitar los salmos o las antífonas en el mismo
tono, lo que nosotros llamamos salmodiar. La liturgia ambrosiana y la
liturgia monástica nos ofrecen, ciertamente, salmos como el primero
de Maitines, o incluso oficios enteros, como Completas en la Regla de
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Tonus in directum
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Tonus capituli
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Ave Maria
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1. Saludos
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2. Oraciones
Puesto que en este caso hay más texto, se sigue articulando alre-
dedor del mismo eje que antes (la cuerda de recitado), pero ahora
introduce algunos elementos nuevos:
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3. La bendición
4. Los versículos
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5. Pater noster
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Lecturas
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CONCLUSIÓN
Sabemos ahora, quizá mejor que antes, qué es un recitativo, que se
canta dentro del Oficio Divino; sabemos también cuántos tipos de reci-
tativo hay y cómo se cantan; y finalmente, sabemos también quienes los
cantan. La creación musical en la Edad Media era, diríamos, inagota-
ble. Para cada momento, para cada día, para cada año, para cada acon-
tecimiento, para cada ocasión: allí había siempre una respuesta musi-
cal, porque la música iba siempre acompañada de la palabra, vehículo
excepcional de los sentimientos. Eso es, al final, lo que debemos rete-
ner de cuanto hasta aquí, en estas V Jornadas, hemos ido escuchando:
los recitativos han servido y sirven todavía para expresar, desde la belle-
za, un mensaje. Un mensaje que, paradójicamente, va más allá de la
palabra y la trasciende. De esta manera, palabra y música se confunden,
en el recitativo, hasta formar una amalgama sonora, llena de virtuali-
dad y poder expresivo. Eso es, sobre todo, el recitativo.
Y yo me pregunto, para terminar, ¿hay acaso algo más expresivo
que el lamento por la pérdida de un ser querido? Me explico: no
hemos hablado, a lo largo de estos días, del planctus, canto elegiaco que
llora la muerte de alguien querido. Éste es un tema distinto, aunque la
composición musical de estas elegías se pueden englobar en el mundo
de los recitativos, por su sencillez y sobriedad melódicas.
Por eso me van a permitir que acabemos esta conferencia escu-
chando un planctus por la muerte de Hugo, hijo natural de Carlomag-
no, abad de St. Bertin (14 de junio de 844). Fue compuesto por un anó-
nimo monje de su monasterio, para honrar la memoria de su abad.
Esta música, ni litúrgica ni trovadoresca, nos abrirá las puertas a otros
repertorios, y otras formas de cantar: los himnos.
BIBLIOGRAFÍA
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