Las Ordenanzas Municipales PDF
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Las Ordenanzas Municipales PDF
Recep.: 14.01.2009
BIBLID [1136-6834 (2009), 36; 19-35] Acep.: 23.07.2009
Las Ordenanzas Municipales suponen el último eslabón en el proceso de creación del derecho
local durante la Baja Edad Media; en la presente ponencia se estudia tanto este proceso como los
materiales recogidos en las ordenanzas, además de realizar una prospección sobre sus posibilida-
des de futuro.
Palabras Clave: Ordenanzas Municipales. Fueros medievales. Derecho local. Policía rural.
Policía urbana.
Udal Ordenantzak azken kate maila dira tokiko eskubidearen eratze prozesuan Behe Erdi Aroan
zehar; txosten honetan bai prozesu hori bai ordenantzetan bilduriko materialak aztertzen dira, baita
etorkizunari begira dituzten ahalbideez azterketa bat egin ere.
Giltza-Hitzak: Udal Ordenantzak. Erdi Aroko foruak. Tokiko zuzenbidea. Landa aldeko polizia.
Hiriko polizia.
1. ORÍGENES
Los fueros habían permitido a los concejos, seguramente hasta el crucial rei-
nado de Alfonso X, legislar sobre amplios campos temáticos, incluyendo el dere-
cho privado, el penal o el procesal, algo que los monarcas imbuidos del espíritu
del Derecho de la Recepción difícilmente podían soportar. Es por ello por lo que
creo que el inicio de la desaparición de los fueros municipales debe relacionar-
se, primero, con la recepción del Derecho Común y, segundo, por ende, con la
asunción por parte de los reyes de un poder legislativo sin cortapisas. Dicho de
otro modo, a partir de la interiorización de dicho poder por parte de los monar-
cas ya no cabía opción a que otros órganos, aun en el caso de los municipios,
que actuaban como instituciones delegadas, tuvieran capacidad legislativa más
allá de sus más próximas y cotidianas competencias.
1. “Las ordenanzas locales en la Corona de Castilla como fuente histórica y tema de investiga-
ción (siglos XIII al XVIII)”, Revista de Estudios de la Vida Local, CCXVII, 1983, pp. 85-108.
2. “Las ordenanzas locales. Siglos XIII-XVIII”, En la España Medieval, XXI, 1998, pp. 293-337.
3. He expuesto más detalladamente mis ideas al respecto en varios trabajos, en especial, en el
último de ellos: “La práctica de la policía en Castilla a través de los fueros, ordenanzas y bandos de
buen gobierno durante los siglos XIII al XVI”, «Faire bans, edictz et statuz» : Légiférer dans la ville
médiévale. Sources, objets et acteurs de l’activité législative communale en Occident, ca. 1200-
1500. Actes du colloque international tenu à Bruxelles les 17-20 novembre 1999, Bruxelles, 2001,
pp. 577-586.
Como decía, la ausencia de datos impide observar el tránsito del fuero a las
ordenanzas municipales.
4. En cinco ocasiones, entre los años 1366 y 1399, se redactaron ordenanzas por dicho con-
cejo, prohibiendo sacar armas con resultado o no de lesiones, con pena pecuniaria y permanencia
en el cepo; pelear con piedra o palo, disputar hombres y mujeres u hombres solos, intercambiando
insultos (jodido, traidor, hijo de traidor, jodido por el culo, hijo de puta, malato o hijo de malato,
astroso, mesillo o cornudo, con sus correspondientes hijos de, graduándose con penas pecuniarias:
respectivamente 20, 80, 20, 20, 100 y 30 mrs. El insolvente estaría en el cepo, además de los nue-
ve días de rigor, tantos días como fuese necesario, a razón de cinco dineros el día). Otras palabras
semejantes, no especificadas, darían lugar a penas parecidas.
Se penaba también el desmentirse mutuamente los vecinos, el no acudir a la llamada del con-
cejo, el salir a pelear en bando, jugar a los dados, llamar “advenedizo” a otro (100 mrs.), regañar al
condenado por la justicia (¿?), jugar a seca o a hacer (¿?), mencionar la entrada de los ingleses en
la villa (200 mrs. y salir de la villa), querellarse ante el alcalde sin hacerlo también ante el concejo,
portar cuchillo o espada dentro de la villa o no dejar el foráneo su cuchillo o espada en su posada
(Pedro A. Porras, “Algunos documentos medievales riojanos”, Espacio, tiempo y forma. Historia
Medieval, III-14, 2001, doc. 8, pp. 237-240).
5. Se prohibía desenvainar armas con intención de herir o matar, siendo penado el que matare
con la muerte, el que cortare miembro con la amputación de la mano, el que hiriere con pecuniaria
de 600 mrs., y la mitad si no llegase a herir, además, debería permanecer 10 días en la cárcel (§ 1).
El que injuriase o deshonrase a otro pagaría pena de 100 mrs. para los muros, además de estar otros
10 días en la cárcel (§ 2). Así mismo, semejantes penas sufrirían las mujeres que se insultasen
mutuamente, o las mujeres que lanzasen invectivas a varones, o viceversa; sin embargo, las mujeres
estaban exentas de la pena de cárcel, razón por la que se les duplicaba la pecuniaria (§ 3). Otras
conductas penadas eran la participación en asonadas (§ 4 y 5), separar con armas a los participan-
tes en asonadas (§ 7), denegar auxilio a la justicia (§ 6), quebrantar domicilio (§ 10), injuriar…
más lo que se puede decir, pero en ambos casos están legislando cuestiones
de tipo criminal, casi siempre centrados en los delitos de sangre o en las inju-
rias, temas también de interés preferente para las autoridades locales; a este
respecto cabe plantearse si se trataba de penalidades autónomas o si, por el
contrario, estamos en presencia de penas locales acumuladas a las reales.
Desde luego, en los años finales de la Edad Media, la segunda opción es la
más lógica.
…en hornos (§ 9), participar en juegos prohibidos (§ 19) y provocar incendios (§ 21 y 30).
Particularmente severa era la penalidad del allanamiento de morada, pues la primera vez se castiga-
ba con azotes, en tanto que la primera y segunda reindicencia implicaban el desorejamiento y la
muerte, respectivamente (Pedro A. Porras, “Fueros, privilegios y ordenanzas de la villa de Jódar.
Cinco siglos de derecho municipal”, Historia. Instituciones. Documentos, XXI, 1994, pp. 402-404).
6. Véase mi reciente artículo “El protocolo ubetense de 1459 y otros documentos procesales
de los siglos XV y XVI”, Cuadernos de Historia del Derecho, XIII, 2006, p. 314, nota 1.
En dicho protocolo hay un apunte que menciona el título 58-A del fuero, que disponía que el
comprador de un caballo no podía devolverlo al vendedor por vicios ocultos sino pasados nueve días
de la compraventa; en el proceso seguido en 1487-1488 contra Pedro Mercador por haberle corta-
do la nariz a Fernando de Castro se está aplicando el título 30, ley 2-J del mismo fuero ubetense.
Otra pervivencia, en este caso nominal, es la costumbre de denominar a las compraventas
como robras, que obligaban a esposas del vendedor y a menores a comparecer tras la celebración
del contrato a prestar juramento ante el escribano público de que lo mantendrían en vigor.
7. Se trata de un texto dictado por los Reyes Católicos en Madrid, el 20 de diciembre de 1494,
en el que, en sus 33 disposiciones, se regulaba básicamente el régimen administrativo municipal.
Resulta particularmente interesante el mandato incluido en este “fuero” (§ 22 a 26), encargando a
los nuevos munícipes que redacten ordenanzas sobre molienda y peso de trigo y harina; el jabón
(cuyos derechos se destinarían a los propios del concejo); introducción de vino, régimen de tabernas,
mesones y ventas; guarda de términos comunes, panes y viñas; régimen de cereros y otros menes-
trales; entrada de mantenimientos, carnicerías y pescaderías, régimen de regatones (penas de todo
ello para los propios); contribuciones y repartimientos; y establecimiento de veedores para los oficios
de menestrales y jornaleros. Todas ellas deberían ser enviadas al Consejo real para su confirmación o
rectificación, lo mismo que deberían hacer con las ordenanzas de sus aldeas (§ 33), que tendrían
que tratar de la elección de alcaldes, regidores, procurador y demás oficiales, así como…
Caso bien distinto es el del llamado Fuero Nuevo, datado en 1509; se trata
de un texto que sólo tiene de fuero el nombre, a pesar de que su recopilador
expresa su deseo de actualizar el manuscrito viejo. Como he estudiado en otro
lugar, el fuero de 1509 contiene algunas antiguallas tomadas del de 1135,
como la sorpresiva referencia al fonsado, pero su contenido no es otro que el
propio de unas ordenanzas municipales. De hecho, si comparamos los conteni-
dos de ambos textos, llegaremos a las siguientes conclusiones:
…de las otras cosas que tocan a la buena governación de las dichas villas e lugares. En este caso,
el corregidor, antes de enviarlas a confirmar, debía revisarlas, según el tenor del propio “fuero” (J.
Moreno Casado, Fuero de Baza, Granada, 1968).
Sobre esta problemática en las tierras del antiguo Reino nazarí, véase el trabajo pionero del
profesor Pérez-Prendes, “El derecho municipal del Reino de Granada (Consideraciones para su
investigación)”, Revista de Historia del Derecho, II-1, 1978, pp. 371-459.
8. Pedro A. Porras, “Los fueros de Alcalá de Henares. Introducción histórico-jurídica”, Homenaje
al profesor Alfonso García-Gallo, II-2, Madrid, 1996, pp. 131-186.
2. CONTENIDOS
Las Ordenanzas Municipales son desde antiguo una fuente estudiada tanto
desde el punto de vista de los historiadores del Derecho, como desde el campo
de medievalistas y modernistas, si bien los focos de interés son muy diferentes
para todos estos especialistas. En efecto, al historiador especializado en las
Edades Media o Moderna (el uso por los dedicados a la Historia contemporánea,
de momento, no parece que haya sido muy amplio, a pesar de que son fuentes
vivas en la actualidad) los temas que le suelen interesar son los de tipo econó-
mico o administrativo: cómo se organiza la ciudad o el medio rural, quiénes
ostentan el poder en el municipio, qué clase de cultivos predominan, las refe-
rencias concretas a personas o lugares, etc.
En cambio, al historiador del derecho, sin ser ajeno a toda esa problemáti-
ca, le interesan otro tipo de cuestiones, particularmente, dos: la organización
administrativa del municipio (organigrama de sus oficiales o sistema de toma de
decisiones, por ejemplo) y el procedimiento administrativo por el que se ejerce la
coerción de la autoridad municipal dentro de su ámbito de competencias, como
yo mismo puse de relieve hace años a propósito de las ordenanzas de la toleda-
na Torre de Esteban Hambrán9.
El procedimiento podía ser iniciado por cualquiera, siendo habitual que pre-
sentase la denuncia el damnificado o, en su caso, el responsable de la protec-
ción del bien (como el guarda del campo, meseguero, etc.). La prueba del daño
Por tanto, cada año el cabildo municipal dictaba una gran cantidad de orde-
nanzas, muchas de las cuales no tenían ninguna vocación de permanencia
(pensemos en la fijación de los precios de distintos productos, revisables cada
vez que fuera preciso), de modo que sólo unas pocas de estas resoluciones en
forma de ordenanza pasaban al acervo normativo de la ciudad; junto a estas
ordenanzas sueltas, el cabildo podía dictar cuadernos de ordenanzas, con un
10. Véase mi introducción a las Ordenanzas de la Muy Noble, Famosa y Muy Leal Ciudad de
Jaén, guarda y defendimiento de los Reinos de Castilla, Granada, 1993.
Hasta que los Reyes Católicos no obligaron a recopilar todo ese material, los
concejos subsistieron utilizando de una forma un tanto caótica (dependiendo de
la diligencia del escribano de concejo encargado de la custodia de los cuadernos
de ordenanzas y libros de acuerdos de cabildo) todas estas disposiciones; fre-
cuentemente, cuando se planteaba una duda, era forzoso pedirle al escribano
que localizase tal o cual ordenanza para saber su contenido y actuar en conse-
cuencia. A esta misma realidad responde la costumbre de copiar la ordenanza a
la letra en los procesos seguidos en aplicación de esta normativa municipal.
Como decíamos más arriba, los contenidos de los textos de derecho local
fueron aligerándose progresivamente desde que a mediados del siglo XIII la
Monarquía decidió intervenir cada vez más en los ámbitos jurídicos que estima-
ba que le eran pertinentes; a pesar de ser los municipios órganos delegados de
la Monarquía, ésta les fue desposeyendo progresivamente de la capacidad de
legislar fuera de la temática más cercana a sus competencias. De este modo, el
derecho municipal va a circunscribirse a tres grandes esferas, en las que, a
grandes rasgos, ha continuado desempeñando sus actividades hasta la fecha;
bien es cierto que la creación en el siglo XIX del Ministerio de Fomento intentó,
con éxito, atraer para la administración central una serie de competencias pre-
viamente ejercidas por los municipios, actuando en muchos casos las nuevas
Diputaciones Provinciales como intermediarias de ese papel centralizador del
gobierno de la Nación11. A pesar de todo, los municipios han continuado gozan-
do de esas competencias en el ámbito local.
Así pues, a partir del siglo XVI, ya de un modo claro, encontramos una triple
compartimentación de competencias propias de los municipios, que son recogi-
das con gran variabilidad dentro de las ordenanzas que han llegado hasta noso-
tros, toda vez que no todas respondían a las mismas preocupaciones en el
momentos de ser redactadas.
En primer lugar, debe tenerse presente que la religión jugaba un papel cen-
tral en la vida de nuestros antepasados, por lo que es lógico que en las orde-
nanzas aparezcan reguladas cuestiones en las que el municipio debía hacer
valer su capacidad intervencionista, en especial, en lo referido a la organización
de los espacios públicos y la salvaguardia de los lugares y momentos del culto
en sus múltiples manifestaciones. Así, encontramos ordenanzas que intentan
preservar la calma en los momentos de celebración de la misa mayor dominical,
impidiendo el juego a las puertas de las iglesias y la venta de comestibles en
esos momentos, por ejemplo. Asímismo, era necesaria la intervención de los
munícipes en las celebraciones de procesiones y otras expresiones públicas de
religiosidad, para mantener el orden público y las inevitables prelaciones de
lugar, en las que ellos jugaban, por cierto, un papel destacado.
11. Véase el trabajo de Aurelio Guaita, “La competencia del Ministerio de Fomento, 1832-
1931”, Actas del IV Symposium de Historia de la Administración, Madrid, 1983, en especial, págs.
356-359.
Capítulo importante sería el del sistema electivo, allí donde algunos cargos
lo fueran, puesto que éste se fue costriñendo con el paso del tiempo. Más
importante sería la forma de organizarse, en especial, los regidores, a fin de
ejercitar las competencias del municipio. En unas ocasiones intervendrían todos
los regidores, solos o en unión de la justicia, en otras se delegaría en uno de
ellos y, finalmente, en otras, se diputaría una comisión. Aquí hay una enorme
variedad de posibilidades12.
12. Como ejemplo de esto puede verse la forma en que se organizaban los capitulares toleda-
nos para ejercer de veedores en el ámbito del urbanismo, tal y como he estudiado en mi trabajo
“Licencias de obras y servidumbres urbanas en Castilla (Toledo, 1450-1600)”, Archivo Secreto.
Revista cultural de Toledo, II, 2004, pp. 72-78. Se diputaba a un regidor, dos fieles ejecutores, un
jurado de la collación donde se localizaba la intervención y dos alarifes de concejo.
Dicho de otro modo, la policía urbana, ayer como hoy, tenía múltiples ramos
de actuación:
En efecto, la preservación del medio rural y del bienestar urbano, tal como lo
acabamos de describir, pasaba por el mantenimiento de una organización eco-
nómica relativamente estable. Así, quedaba meridianamente clara la distinción
entre bienes privados (rústicos o urbanos, adquiridos en su día por donación
regia o cesión del municipio, o bien por usucapión) y bienes públicos, esto es,
bienes de propios y comunes. Los propios eran predios rurales o urbanos o
recursos de otro tipo (tributos, rentas o arrendamiento de escribanías, por ejem-
plo) que estaban afectos, por decisión real, a la hacienda municipal, siendo por
tanto inembargables, imprescriptibles, etc., salvo nueva decisión del monarca.
Por el contrario, los comunes eran bienes fundamentalmente rústicos de apro-
vechamiento comunitario, en especial, recursos forestales; gozaban de un esta-
tuto similar a los propios en lo que se refiere a su constitución y su situación
extra comercium.
13. He realizado un estudio de estos supuestos para el caso del Jaén del tránsito de la Edad
Media a la Moderna en mi trabajo “Los medios de gestión económica en el municipio castellano a
fines de la Edad Media”, Cuadernos de Historia del Derecho, III, 1996, pp. 43-98.
Como puede apreciarse, aún es mucho lo que puede decirse sobre estos
temas: el número de ordenanzas municipales todavía por publicar y estudiar es
ingente, pero es que el mundo de los Autos de Buen Gobierno aún se encuentra
en ciernes. Tanto una fuente como otra van a deparar en el futuro sorpresas, en
especial, en lo que se refiere al campo de investigación de los historiadores
generales, toda vez que no parece que el estudio del organigrama municipal o
del procedimiento administrativo vaya a suponer grandes novedades, lo cual no
quiere decir que carezca de interés el estudiarlos en cada caso.
14. Pedro A. Porras, “La vida cotidiana en el Motril de la época moderna a través de los Autos
de Buen Gobierno”, Cuadernos de Historia del Derecho, XII, 2005, pp. 151-177. Contamos, ade-
más, con el estudio de Víctor Tau Anzoátegui, Los bandos de buen gobierno del Río de la Plata,
Tucumán y Cuyo: época hispánica, Buenos Aires, 2004.
Una cata realizada al azar por el que esto escribe, centrada en el año 1575,
dio como resultado el hallazgo de buen número de ordenanzas, de desigual
tamaño, procedentes de partes distintas de la Corona de Castilla; así pues, se
trata de un fondo que debe de ser minuciosamente analizado, por ser una
apuesta segura.