Pior Kropotkin - Memorias de Un Revolucionario
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MEMORIAS
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R I C A R D O C Q V A R R U N A I
MEMORIAS DE UN REVOLUCIONARIO
K m o m s
uu " R w o l u t m a ú o
POR
PEDRO KROPOTKINE
fcAPILLA ALFONSINA
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA
V . A . N . L :
Novísima edición
20722
C A S A S E D I T O R I A L E S
BUENOS AIRES l HABANA
099445
NOTA.
INTRODUCCIÓN
MEMORIAS
DE UN REVOLUCIONARIO
PARTE PRIMERA
INFANCIA.
I.
sotros >>, por supuesto, quería decir los siervos. Ignoro qué destino hu- Llegó el invierno, y una nueva vida empezó para nosotros. Se
biera sido el nuestro, á no haber hallado entre los siervos dedicados vendió nuestra casa y se compró otra y amuebló de nuevo por completo.
á los trabajos domésticos esa atmósfera de cariño que necesitan los niños Todo lo que podía recordar á nuestra madre se hizo desaparecer; sus
á su alrededor. Nosotros éramos sus hijos; nos parecíamos á ella, y ellos retratos, sus pinturas y sus bordados. En vano la señora Burman im-
nos demootiaban su afecto, algunas veces de un modo muy delicado ploró quedarse, prometiendo dedicarse al hijo que nuestra madrastra
y expresivo, como se verá más adelante. esperaba tener, como á cosa propia; fué despedida. «No quiero nada
Los hombres desean apasionadamente vivir después de muertos, de los Sulimas en mi casa » se le dijo. Toda relación con nuestros tíos
y, sin embargo, á menudo dejan de existir sin haberse dado cuenta y abuela fué cortada. Uliana se casó con Fro!, quien se convirtió en ma-
del hecho de que la memoria de una persona verdaderamente buena yordomo, en tanto que ella vino á ser ama de gobierno; y para cuidar
vive siempre, queda impresa en la generación inmediata, y es de nuevo de nuestra educación se tomaron un tutor francés, liberalmente retribuido,
transmitida á los hijos. ¿No es esta una inmortalidad digna de aprecio? M. Paulain, y un estudiante ruso, N. P. Smirnoff, á quien se le daba
una miseria.
IV. Muchos de los hijos de la nobleza de Moscou eran educados en
aquella época por franceses, que representaban los restos del gran ejér-
Dos años después de la muerte de nuestra madre, nuestro padre cito de Napoleón. M. Paulain era uno de ellos; acababa de terminar
se casó otra vez; había ya fijado la atención en una linda joven, perte- la educación del hijo menor del novelista Zagoskin, y su discípulo Ser^e
neciente á una opulenta familia, cuando la suerte dispuso lo contrario. gozaba en el barrio de los Viejos Caballerizos la reputación de estar
Una"mañana, mientras se hallaba todavía de bata, los criados entraron tan bien educado, que nuestro padre no vaciló en tomarlo por la respe-
precipitadamente en su habitación anunciándole la llegada del general table cantidad de seiscientos rublos al año.
Timofeeff, jefe del sexto cuerpo de ejército, al cual nuestro padre per- Este trajo consigo un perro de caza, Trésor, su cafetera Napoleón
tenecía. Este favorito del emperador era un hombre terrible; hacía y libros de texto franceses, y empezó á dirigirnos y disponer del siervo
azotar á un soldado, hasta dejarlo casi muerto, por la más leve falta, Matvei, que había sido destinado á nuestro servicio.
ó degradaba á un oficial y lo mandaba después de soldado á Siberia, Su plan de educación era muy sencillo: después de despertarnos,
por haberle encontrado en la calle con los corchetes del alto y tieso se ocupaba de su café, que acostumbraba á tomar en su cuarto- mientras
cuello de la casaca desabrochados. Con Nicolás la influencia de este que preparábamos las lecciones de la mañana, él se hacía su toilet con
hombre era ilimitada. gran esmero; se arreglaba su cabello gris de modo que ocultase su cre-
El general, que no había estado nunca antes en nuestra casa, vino ciente calva, se ponía el frac, se rociaba y lavaba con agua de Colonia
¿'proponer á mi padre el matrimonio con la sobrina de su mujer, la y nos escoltaba al piso inferior á dar los buenos días á nuestros padres
señorita Elisabeth Karandinó, una de las varias hijas de un almirante Por lo general, los encontrábamos almorzando, y al acercarnos á ellos
de la escuadra del mar Negro; una joven con un clásico perfil griego, decíamos, con tono de declamación y con toda la gravedad posible-
que tenía fama de hermosa. Mi padre aceptó, y su segunda boda, como Bon jour, mon cher papá y bon jour, ma cher maman, y les besábamos
la primera, fué solemnizada con gran fausto. la mano; y el hacía una complicada y elegante reverencia al pronunciar
— Vosotros, los jóvenes, no entendéis nada de estos asuntos — las palabras bon jour, monsieur le prince y bon jour, madame la prin-
decía en conclusión, después de haberme contado esa historia más de cesse; después de lo cual se retiraba inmediatamente la procesión y
una vez con un gracejo particular que no intento reproducir. — ¿Sa- se volvía á subir. Esta ceremonia se repetía todas las mañanas.
béis, por ventura, lo que significaba en aquel tiempo el comandante ^ Entonces empezaba nuestro trabajo: el maestro cambiaba el frac
de un cuerpo de ejército? ¿Sobre todo, que ese diablo tuerto, como por una bata, se cubría la cabeza con un gorro de piel, y, arrellenándose
acostumbrábamos llamarlo, viniera en persona á hacer la proposición? en una butaca, decía: « Recitad la lección ».
Claro es que no traía dote; sólo un gran baúl lleno con sus galas, Nosotros lo hacíamos « de memoria », desde una señal hecha en el
y esa Marta, su única sierva, tan morena como una gitana, sentada hbro con la uña hasta la inmediata. M. Paulain había traído consigo
sobre él. la Gramática de Noel y Chapral, memorable para más de una generación
De este acontecimiento no guardo memoria ninguna. Solo recuerdo de jóvenes de ambos sexos rusos; un libro de diálogos en francés, una
un gran salón en una casa ricamente amueblada, y en él á una joven Historia universal, en un volumen, y una Geografía, universal también
bonita, de tipo marcadamente meridional, jugando son nosotros^y di- e igualmente en un volumen. Teníamos, pues, que encomendar á la
memoria la Gramatica, los diálogos, la Historia y la Geografía
La Gramática, con sus conocidas sentencias: «¿Qué es Gramática? »
« El arte de hablar y escribir correctamente », no ofrecía ninguna di-
ficultad. Pero el libro de Historia, desgraciadamente, tenía un prólogo mos, sin embargo, á hablar correctamente; nos acostumbramos á pen-
que contenía una enumeración de todos los beneficios que reportaba sar en francés; y después de algún tiempo de escribir al dictado la mayor
su estudio: al principio todo marchaba relativamente sin dificultad. parte de un libro de mitología, del que se servía para corregir nuestras
Nosotros recitábamos: « El príncipe encuentra en ella ejemplos mag- faltas, sin intentar jamás el explicarnos por qué una palabra se ha de
escribir de un modo determinado, habíamos aprendido á « hacerlo con
nánimos para gobernar á sus súbditos; el jefe militar aprende allí el
corrección ».
arte noble de la guerra. » Pero al llegar á la parte jurídica se presentó
el apuro: « El jurisconsulto halla en ella también... » Esto es lo que nunca Después de comer, dábamos clase con el maestro ruso, un estudiante
pudimos llegar á saber. Era terrible la palabra «jurisconsulto»; lo en Derecho, de la Universidad de Moscou; él nos enseñaba todo lo re-
echaba todo á perder. Al llegar á ella nos parábamos. ferente a Rusia: Gramática, Aritmética, Historia, y así sucesivamente
Pero en aquel tiempo los estudios serios aún no habían empezado. Al
— ¡De rodillas, gros poufj! — exclamaba Paulain (eso era por mí.) mismo tiempo, nos dictaba todos los días una página de Historia, y de
— ¡De rodillas, gran dada! (Eso era por mi hermano). Y allí nos arro- aquel modo práctico aprendimos pronto á escribir el ruso correcta-
dillábamos llorando, procurando inútilmente enterarnos de todo lo re- mente.
ferente al jurisconsulto.
Lo mejor para nosotros era los domingos, cuando toda la fami-
¡Ese prólogo nos costó muchos disgustos! Estábamos ya apren-
lia, exceptuándonos á los niños, iba á comer con madame la genérale
diendo todo lo concerniente á los romanos, y acostumbrábamos á po-
Fimafeeff. También ocurría algunas veces que se les permitía salir de
ner nuestros bastones en la balanza de Uliana cuando pesaba el arroz,
casa a Paulain y Smirnoff, y cuando esto pasaba, quedábamos al cui-
« lo mismo que Breno »; saltábamos desde las mesas y otros precipicios
dado de Uliana. Entonces, después de una comida sin sosiego, corría-
por la salvación de nuestro país, imitando á Curcio, y todavía nos hacía
mos a la gran antecámara, en la que pronto aparecían las criadas jó-
él volver de tiempo en tiempo al dichoso prólogo, y de nuevo nos hacía
venes. Se jugaba á un sin fin de cosas: á la gallina ciega, la candela y
arrodillar por ese mismo jurisconsulto. ¿Es, pues, de extrañar que,
otros juegos parecidos; hasta que, de pronto, Tikhon, el sabelotodo,
más adelante, tanto mi hermano como yo, sintiéramos una repugnan-
aparecía con un violín. En el acto empezaba el baile; no el acompasado
cia invencible por la jurisprudencia?
y íastidioso, bajo la dirección de un maestro francés, « con piernas de
No sé qué hubiera sucedido con la Geografía si también hubiese goma elastica », y que formaba parte de nuestra educación, sino una
tenido prólogo; pero, afortunadamente, las primeras veinte páginas danza libre, que no era una lección, y en la que veinte parejas giraban
del libro habían sido arrancadas (supongo yo que Serge Zagoskin nos a su gusto, lo que no era más que un preludio del más animado y poco
prestó ese gran servicio), y así, nuestras lecciones comenzaron en la menos que primitivo baile cosaco. Después Tikhon pasaba el violín
página veintiuna, que empezaba de este modo: « de los ríos que bañan á uno de los hombres más formales, y empezaba á hacer tales mara-
á Francia ». villas con sus piernas, que las puertas que conducían al salón se veían
Hay que confesar que no siempre se limitaba todo á arrodillarse: bien pronto llenas por los cocineros, y aun los cocheros, que venían
había en la clase una vara de abedul, y á ella recurría el maestro cuando a ver el baile, al que los rusos tienen t a n t a afición.
no se adelantaba nada en dicho prólogo ó en algún diálogo sobre vir-
t u d y urbanidad; pero un día nuestra hermana Elena, que ya en esa A eso de las nueve se mandaba el carruaje grande á recoger á la
época había salido del Catherine Institut des demoiselles v ocupaba una familia, en tanto que Tikhon, con cepillo en mano, se dedicaba á de-
habitación bajo la nuestra, al oír los lamentos que dábamos, corrió, volver al suelo su virginal brillo, y el orden más perfecto quedaba resta-
llamando al despacho de nuestro padre, y se lamentó amargamente blecido en toda la casa. Y si á la mañana siguiente éramos sometidos
de que se nos hubiera abandonado á nuestra madrastra, quien nos había los dos a un interrogatorio extremado, no había miedo de que se nos
entregado en manos de « un tambor francés retirado ». « ¡Por supuesto escapase una sola palabra respecto á la fiesta de la tarde anterior; ja-
~ decía ella —, no hay nadie que los defienda; pero no puedo ver con mas hemos comprometido á ninguno de los sirvientes, ni ellos tampoco
paciencia á mis hermanos tratados de ese modo por un tambor! » nos hubieran delatado á nosotros. Un domingo, jugando solos en la gran
antecámara mi hermano y yo, chocamos contra un soporte, sobre el
Cogido -así, de improviso, nuestro padre no sabía qué decir: em- que había una lampara de bastante valor, la cual se hizo pedazos. In-
pezó por reprenderla; pero concluyó aprobando el afecto que demos- mediatamente los criados celebraron consejo: nadie nos reprendió; pero
traba á sus hermanos. En adelante la vara de abedul se reservó para se convino en que á la mañana siguiente, muy temprano, fuera Tilchon,
enseñarle las reglas de urbanidad al perro Trésor. saliendo de la casa por su cuenta y riesgo, á comprar otra lámpara igual
Apenas se había desprendido M. Paulain de sus penosos deberes la s e h a b i a rot
° - Costó quince rublos, enorme cantidad para ellos
profesionales, cuando se convertía en otro hombre: era un alegre com- pero se compró, y nunca nos dijeron nada referente á este particular
pañero, en vez de un maestro gruñón, y sus cuentos eran innumera- ni se hablo más del asunto.
bles; hablábamos como cotorras. A pesar de que bajo su dirección no
pasamos nunca de las primeras páginas de la sintaxis, pronto aprendi- Cuando pienso ahora en ello, y vuelven todas esas escenas á mi
memoria, recuerdo que jamás oímos ninguna palabra soez en ninguno
ae los juegos, ni vimos en los bailes nada parecido á lo que ahora se
y mongólicos, como las mismas damas. Cuando la nobleza de Moscou criado y me vació una bandeja entera en mi alta gorra. — Se las llevaré
da un baile á la familia imperial, la cosa debe resultar extraordinaria. á Sasha — le dije.
E n cuanto á mi hermano Alejandro y á mí, se nos consideraba dema- Sin embargo, Mikhael, el hermano de Nicolás, que tenía aspecto
siado jóvenes para tomar parte en un ceremonial tan importante. de soldado y fama de ser muy chistoso, consiguió hacerme llorar. —
Y, sin embargo, después de todo, yo formé en él. Nuestra madre Cuando sois niño bueno — dijo — os tratan así — y me pasó su gran
había sido íntima amiga de madame Nurimoff, la esposa del general mano por la cara hacia abajo. — Pero cuando sois malo, os tratan así
que era gobernador de Wilno cuando se empezó á hablar de la eman- — y me la pasó hacia arriba, refregándome la nariz, que ya tenía una
cipación de los siervos; esta mujer, que era muy hermosa, se esperaba tendencia marcada á crecer en tal dirección. Las lágrimas, que en vano
que asistiera al baile en compañía de su hijo, niño de unos diez años, traté de contener, asomaron á mis ojos; las señoras en el acto se pusieron
vestida con un traje verdaderamente magnífico, de princesa persa, for- de mi parte, y Maria Alexandrovna, que tenía muy buen corazón, me
mando juego con el que se había hecho para el niño de príncipe del tomó bajo su protección; me sentó á su lado en una silla alta de ter-
mismo país, de un lujo extraordinario, con un cinturón cubierto de ciopelo verde con espaldar dorado, y mi familia me dijo después que
piedras preciosas; pero habiendo caído éste enfermo en aquellos días, al poco tiempo eché la cabeza en sus faldas y me quedé dormido, no
su madre creyó que uno de los hijos de su mejor amiga debiera ser el moviéndose ella de su asiento en todo el tiempo que duró el baile.
mejor substituto del suyo. Y, al efecto, nos llevaron á su casa á Alejandro, Recuerdo también que, mientras que aguardábamos en el salón
y á mí, á que nos probásemos el vestido. A él, que era más alto que yo, de entrada el carruaje, los míos me acariciaron y besaron, diciendo:
le estaba muy corto; pero á mí me ajustaba perfectamente, y, por con- — Chiquito, te han hecho paje. — A lo que yo contesté: — No soy paje;
siguiente, se decidió que yo representase el príncipe persa. quiero irme á casa — hallándome muy preocupado, pensando en la
El inmenso salón del palacio de la nobleza moscovita estaba cua- gorra que contenía las galletitas que le llevaba á Sasha. No sé si llegaron
jado de invitados. Todos los niños recibieron estandartes coronados á su poder muchas; pero recuerdo el abrazo tan apretado que me dió
con las armas de cada una de las sesenta provincias del imperio ruso. cuando le dijeron el interés que yo me había tomado en el asunto.
Yo tenía un águila flotando sobre un mar azul, que representaba, según El ser inscrito como candidato para el cuerpo de pajes era entonces
supe después, las armas del gobierno de Astrakhan en el mar Caspio. una gran distinción, con la cual rara vez Nicolás favorecía á la nobleza
Se nos formó á todos en la antecámara y marchamos después lenta- de Moscou. Mi padre estaba contentísimo, y ya soñaba con una bril-
mente en dos hileras, dirigiéndonos hacia la elevada tribuna en que lante carrera cortesana para su hijo, y mi madrastra, cada vez que
se hallaban el emperador y su familia; al llegar allí, nos dividimos á hablaba del particular, agregaba siempre: — Todo se debe á las instruc-
derecha é izquierda, quedando así alineados en una sola fila ante ellos. ciones que le di antes de ir al baile.
A una señal dada se levantaron todos los estandartes, y la apoteosis Madame Narimoff se hallaba también muy complacida, é insistía
de la autocracia aparecía muy expresiva. Nicolás quedó encantado; en querer retratarse con el vestido que tan admirablemente le sentaba,
todas las provincias del imperio rendían homenaje al jefe supremo. teniéndome de pie á su lado.
Después, los niños nos retiramos pausadamente al fondo del salón.
E n aquel momento se produjo alguna confusión; los ayudas de cámara, *
*
*
con sus brillantes y bordados uniformes, corrían en todas direcciones,
y yo perdí mi puesto en la formación; pero, mi tío, el príncipe Gayarin, La suerte de mi hermano Alejandro se decidió del mismo modo
vestido de tungo (yo estaba absorto, contemplando con admiración al siguiente año. En aquella época se celebraba el aniversario de la
su traje de pieles y su aljaba llena de flechas), me levantó en sus brazos creación del regimiento de Izmaylousk, al que mi padre había perte-
y me colocó en la plataforma imperial. Bien fuera por ser yo el más necido en su juventud. Una noche, mientras que la casa entera estaba
pequeño de todos los niños presentes, ó porque mi cara redonda, ador- sumergida en un profundo sueño, un coche de tres caballos, y llenos
nada por un cabello rizado, y la cabeza cubierta con un gran gorro de de campanillas los arneses, paró ante nuestra puerta, y un hombre
pelo de astracán llamaran su atención, lo cierto es que Nicolás quería que saltó de él, gritó: — ¡Abrid! ¡Una orden de su majestad el emperador!
que me llevaran adonde él estaba, y allí permanecí entre generales Fácilmente se comprenderá el terror que esta visita nocturna sembró
y señoras que me miraban con curiosidad. Después me .dijeron que el en nuestra casa: mi padre, temblando, bajó á su despacho; «los con-
emperador, quien siempre fué aficionado á chistes de cuartel, me tomó sejos de guerra y la degradación militar » eran cosas de que se oía hablar
por el brazo y, conduciéndome adonde estaba Maria Alexandrovna todos los días; era una época terrible. Pero Nicolás no quería más que
(la esposa del príncipe imperial), que se hallaba próxima á su tercer tener los nombres de los hijos de todos los oficiales que habían perte-
alumbramiento, dijo en su lenguaje militar: — Esta es la clase de niños necido al regimiento, con objeto de que se mandaran á las escuelas mi-
que debéis traerme — gracia que la hizo ruborizar en extremo. De lo litares, si es que aún no se había hecho. A ese propósito se envió un
que sí me acuerdo es de que él me preguntó si quería dulces, y yo le mensajero especial desde San Petersburgo á Moscou, el cual llamaba
contesté que lo que deseaba era galletas pequeñitas, de las que se sirven noche y día en las casas de los ex-oficiales.
en el te (en casa no nos veíamos hartos nunca); entonces llamó á un
Con mano temblorosa, mi padre escribió que su hijo mayor Ni-
colás, estaba ya en el primer cuerpo de cadetes en Moscou; que el menor
de diez años, eran enviados como aprendices á las tiendas de moda,
era candidato para el cuerpo de pajes; no quedando más que el segundo,
donde se les obligaba á pasar de cinco á siete años barriendo, recibiendo
Alejandro, por entrar en la carrera militar. Algunas semanas después
todo género de golpes y haciendo mandados de todas clases. Así se
se recibió una comunicación informando á mi padre de «la gracia im-
comprende que pocos llegaran á dominar un oficio. Los sastres y los
perial o, ordenándosele á Alejandro que entrara en un cuerpo de cadetes
zapateros, sólo tenían habilidad bastante para vestir y calzar á los criados,
en Orel, pequeña población de provincia: costándole á mi padre mucho
y cuando verdaderamente se necesitaba un buen pastel para un convite,
trabajo y mucho dinero que se permutara dicho punto por Moscou.
se le encargaba á Tremblé, mientras que nuestro repostero tocaba el
Este nuevo « favor >> sólo se obtuvo en consideración á que ya nuestro
tambor en la banda de música.
hermano mayor se encontraba en el primer cuerpo de cadetes de esta
ciudad. Esta era otra de las aspiraciones de mi padre; y casi todos los criados
varones, además de otros conocimientos, debían saber tocar algún
Y así, debido á la voluntad de Nicolás I, ambos tuvimos que re- instrumento. Makar, el afinador de piano, era también flautista; Andrei,
cibir una educación militar, á pesar de lo cual no pasaron muchos años el sastre, tocaba otro instrumento; al repostero se le puso primero á
sin que, por lo absurda, nos pareciera odiosa esa carrera. Pero Nicolás tocar el tambor; pero lo hacía tan extremamente mal, que se le compró
cuidaba mucho de que ninguno de los hijos de la nobleza siguiera otra, una enorme trompeta, con la esperanza de que sus pulmones fueran
á menos de que no gozaran de buena salud; por esta razón los tres nos menos poderosos que sus brazos; cuando se vió que ni aun esto era
vimos obligados á ser oficiales, con gran satisfacción de mi padre. posible, se le mandó al ejército. En cuanto á « Tikhon, el de los lunares >>,
además de sus numerosas ocupaciones en la casa, como lampista, fro-
VL tador de suelos y lacayo, prestaba mucho servicio en la banda, tocando
hoy el trombón, mañana el cornetín, y el segundo violín en ciertas oca-
La riqueza se medía en aquellos tiempos por el número de « almas >> siones. Los dos primeros de éstos constituían la única excepción: eran
que poseía un propietario territorial: tantas «almas ¡>, quería decir « violines >>, y nada más. Mi padre los había comprado, con sus nume-
tantos siervos varones; las mujeres no se contaban. Mi padre, que era rosas familias, por una cantidad respetable á sus hermanas (nunca
dueño de cerca de unas mil doscientas de aquéllas en tres provincias compraba ni vendía siervos á los extraños). Por las noches, cuando no
diferentes, y que tenía además grandes extensiones de terreno que iba al Club ó cuando había en casa comida ó recepción, se reunía la banda,
dichos siervos cultivaban, era tenido por hombre rico. El procuraba de doce ó quince músicos, que tocaban bastante bien y eran muy so-
mantener en la práctica esa reputación; teniendo siempre Su casa abierta licitados por los vecinos para los bailes, y mucho más si nos hallábamos
á disposición de sus amigos y manteniendo una numerosa servidumbre. en el campo. Esto era, por supuesto, un motivo constante de satisfacción
Eramos ocho de familia y en ocasiones diez ó doce; para cuyo ser- para mi padre, cuyo permiso se había de solicitar para poder disponer
vicio, cincuenta criados en Moscou, y como la mitad más en el campo, de su música.
no se consideraba demasiado. Cuatro cocheros para cuidar de doce Nada, en verdad, le causaba tanto placer como el que se reclamase
caballos; tres cocineros para los amos y dos para los otros; doce cama- su ayuda, ya en ese sentido ó en otro cualquiera; por ejemplo, para ob-
reros sirviendo á la mesa (hallándose uno con plato en mano tras de tener la educación de un muchacho libre de gasto ó el indulto de la
cada persona sentada á la misma), é innumerables muchachas en el pena impuesta por un tribunal civil. Aunque se hallaba expuesto á sufrir
departamento de las doncellas: ¿quién era capaz de vivir con menos? accesos de cólera, poseía indudablemente una inclinación natural hacia
Además, la ambición de todo propietario territorial era de que, la clemencia, y cuando se pedía su apoyo, se le hallaba dispuesto á
todo lo que se necesitara para el servicio, se pudiera hacer en casa sin escribir infinidad de cartas en todas direcciones á las personas de mayor
recurrir á fuera. influencia y más elevada posición, en favor de su protegido. En tales
Si por casualidad observaba una visita, «¡qué bien templado está ocasiones, su correspondencia, que siempre era crecida, se veía aumen-
siempre vuestro piano! ¿Supongo que os lo templará Herr Schimmel? tada con media docena de cartas especiales, escritas en un estilo muy
Poder contestar « tengo mi propio afinador >>, era entonces lo más cor- original, que tenía algo de semioficial y de semihumorístico; cada una
recto. sellada, por supuesto, con sus armas, en un gran sobre cuadrado que
Si el convidado exclamaba cuando aparecía hacia el final de la sonaba como una sonaja, á causa de la cantidad de arenilla que con-
comida una obra de arte compuesta de helados y pastas, «¡qué her- tenía; pues en aquella época el uso del papel secante era desconocido.
moso pastel! Confesad, príncipe, que es de casa de Tremblé » (el paste- Cuanto más difícil fuera la cosa, mayores "eran sus energías, no descan-
lero á la moda), el responder « ha sido hecho por mi propio repostero, sando hasta obtener el favor que solicitaba para su protegido, á quien
discípulo de aquél, á quien he permitido que muestre lo que sabe >>, era en muchos casos no había visto jamás.
cosa que producía general admiración. A mi padre le gustaba tener siempre convidados en casa: la hora
El tener los bordados, arneses, mueblaje, en una palabra, todo de comer era las cuatro, y á las siete se reunía la familia en torno del
hecho por su propio personal, era el ideal de aquellos grandes propie- samovar (tetera) para tomar el te. A esa hora acostumbraban á venir
tarios. Tan pronto como los hijos de la servidumbre llegaban á la edad muchos amigos, y desde que nuestra hermana Elena volvió á casa,
— ¿Venado, señor?
nunca faltaban visitantes, jóvenes y viejos, que aprovecharan la oca- — Sí, sí; cüalquier cosa para cambiar.
sión. Cuando las ventanas que daban á la calle aparecían profusamente Y cuando se habían decidido los seis platos de la comida, pregun-
iluminadas, era bastante para dar á conocer á las gentes que la familia taba el general:
estaba en casa y que los amigos serían con gusto recibidos. — ¿Cuánto he de darte para el gasto del día? ¿Supongo que bas-
Casi todas las noches teníamos visitas: las mesas de juego se abrían tará con ocho pesetas?
en el salón para los aficionados á las cartas, en tanto que las señoras — Veinticinco, señor.
y los jóvenes permanecían en la sala de recepción ó en torno del piano —>• ¡Hombre, qué disparate! Aquí tienes ocho pesetas; te aseguro
de Elena. Después que se iban las señoras continuaba el juego, algunas que es suficiente.
veces hasta las primeras horas de la mañana, atravesándose entre los — Diez de espárragos y seis de verduras y legumbres.
jugadores sumas de importancia; mi padre invariablemente perdía; — Vamos, hombre, es preciso que te pongas en razón; me correré
pero el verdadero peligro para él no estaba en casa sino en el club inglés, hasta diez; tienes que ser económico.
donde las posturas eran mucho más altas que en las casas particulares, Y así continuaba el regateo durante media hora, hasta que los
y, sobre todo, cuando lo inducían á concurrir á una partida formada dos convenían en dieciocho pesetas y media, con la condición de que
de caballeros « muy dignos », en una de las casas más respetables del la comida del día siguiente no habría de costar más de cuatro pesetas.
barrio, en la que duraba el juego toda la noche. En tales casos, lo que Después de lo cual, el general, muy satisfecho por haber efectuado
perdía era seguramente de consideración. tan buen trato, tomaba un trineo, daba una vuelta por las tiendas
de moda, y volvía muy contento, trayéndole á su mujer una botella
Las reuniones de confianza en que se bailaba no eran raras, sin
de un perfume exquisito, por el que había pagado un precio disparatado
hacer mención de un par de bailes de etiqueta, que forzosamente habían
en una tienda francesa, y anunciando á su hija única que un nuevo
de darse todos los inviernos. En esas reuniones, mi padre procuraba
abrigo de terciopelo, « una cosa sencilla y elegante » (y bien cara), le
que todo se hiciera en grande, sin reparar los gastos. Pero al mismo
traerían para que se lo probara aquella tarde.
tiempo eran tan exageradas las economías que se hacían diariamente
en casa, que si fuera á referirlas se las calificaría de ponderación. Se Todos nuestros parientes, que eran numerosos por parte de padre,
ha dicho de una familia de pretendientes al trono de Francia, renom- vivían exactamente del mismo modo; y si alguna vez se presentaba
brada por sus partidas de caza, verdaderamente regias, que en la vida un nuevo rasgo distintivo, este tomaba por lo general la forma de
íntima hasta las velas de sebo se contaban con minuciosidad. Igual alguna pasión religiosa. Ocurriendo así, que un príncipe Gayárin en-
clase de miseria económica se usaba en mi casa para todo; de tal suerte, trase en los jesuítas, escandalizando á «todo Moscou», y otro joven
que cuando nosotros fuimos mayores, detestábamos todo lo que fuera príncipe ingresase en un monasterio; en tanto que muchas señoras de
economizar y contar. Sin embargo, en el barrio nuestro, ese sistema edad eran presa de un atroz fanatismo.
de vida sólo sirvió para elevar el concepto en que se hallaba mi padre Sólo había una excepción. Uno de nuestros parientes más cercanos,
en la pública estimación. « El viejo príncipe — se decía — parece que el príncipe (permitidme que le llame Mirski), había pasado la juventud
es en casa algo tacaño; pero sabe vivir como lo que es t>. en San Petersburgo como oficial de la guardia. No se ocupaba en tener
sus sastres y ebanistas propios, porque su casa estaba lujosamente
En nuestras tranquilas y limpias calles, esa era la clase de vida
amueblada á la moderna, y todo en ella procedía de las mejores tiendas
que más se respetaba. Uno de nuestros vecinos, el general D..., tenía
de San Petersburgo.
su casa montada muy en grande, y, sin embargo, todas las mañanas
ocurrían escenas extremadamente cómicas entre él y su cocinero. Una No tenía propensión al juego; sólo tomaba parte en él cuando lo
vez terminado el almuerzo, el viejo general, fumando su pipa, ordenaba hacían las señoras; pero su flaco era la mesa, en la que gastaba sumas
la comida. enormes.
La Cuaresma y la Pascua eran las épocas en que más visiblemente
— Vamos á ver, hombre — solía decir al cocinero, que se presen-
se manifestaban sus rarezas; cuando llegaba la primera, que no hubiera
taba vestido de blanco; — hoy no seremos muchos; sólo hay dos convi-
sido propio comer carne, crema ó manteca, aprovechaba la oportuni-
dados. Nos harás una sopa con lo que nos ofrece la primavera: guisantes,
dad para inventar toda clase de platos exquisitos compuestos de pescado.
habichuelas francesas y otras cosas por el estilo. Aún no nos has dado
Las mejores tiendas de las dos capitales eran puestas á contribución
ninguna, y la señora, como sabes, le gusta una buena sopa á la francesa.
con tal propósito; se mandaban emisarios desde sus posesiones á la des-
— Bien, señor. embocadura del Volga, para traer de allí en caballos de postas (en
— Después, lo que gustes, de entrada. aquella época no había ferrocarril) los peces más ricos y más raros. Y
— Bien, señor. al venir la segunda, su inventiva no reconocía límites.
— Los espárragos, por supuesto, no son de la estación; pero ayer
La Pascua es en Rusia la fiesta más venerada y más alegre del año;
vi unos manojos muy hermosos en las tiendas.
es la de la primavera; los inmensos promontorios de nieve que durante
— A diez pesetas el manojo, señor. el invierno han tenido invadidas las calles, rápidamente se liquidan, y
— ¡Eso es! Además, estamos cansados de tus pollos y pavos asados;
tienes que buscar otra cosa en cambio.
sitaban en esos días se contaban por centenares, y á todos se les invi-
arroyos bulliciosos las recorren, entrando la estación de las flores, no de
taba á « probar » de este ó de aqtfel plato raro.
modo encubierto y solapado como los ladrones, sino franca y abierta-
mente; todos los días se notan cambios en el estado de la nieve y en el Esto concluyó en que el príncipe se dió tales trazas, que se comió
aspecto de las calles. La última semana de Cuaresma, la de Pasión, era literalmente una gran fortuna; su casa, lujosamente montada, y sus
guardada en Moscou en mi juventud con extremada solemnidad; era estados se vendieron, y cuando él y su mujer llegaron á la vejez, nada
una época de luto general, y una multitud de personas iban á las igle- les quedaba, ni un hogar siquiera, viéndose obligados á vivir con sus
sias á oír leer los pasajes más conmovedores de los Evangelios, referen- hijos.
tes á los padecimientos de Cristo. No sólo no se comía carne, huevos No es, pues, maravilla que al venir la emancipación de los siervos,
y manteca, sino que muchos rechazaban hasta el pescado, y algunos casi todas estas familias del barrio de los Viejos Caballerizos, estuvieran
de los más empedernidos no tomaban ningún alimento el Viernes Santo. arruinadas. Pero no debo anticipar los acontecimientos.
Lo que hacía fuera mayor aún el contraste al llegar la Pascua.
El sábado todos iban por la noche á la iglesia, en la que se cele- VII.
braban los oficios, que tenían un carácter lúgubre; pero al sonar la media
noche la escena cambiaba por completo; todas las iglesias se iluminaban El mantener tan numerosa servidumbre como la que había en nues-
en el acto, y alegres repiques resonaban en centenares de campanarios. tra casa, hubiera sido verdaderamente ruinoso, de haber tenido ne-
Entonces empezaba el regocijo general; las gentes se besaban tres veces cesidad de comprar todas las provisiones en Moscou; pero en aquellos
unas á otras, en la mejilla, repitiendo las palabras de la resurrección; tiempos en que existían los siervos, el problema se resolvía con gran
y las iglesias, ya inundadas de luz, resplandecían con las vistosas toi- facilidad. Al llegar el invierno, mi padre se sentaba á la mesa de su
lettes de las señoras. Aun la mujer más pobre, como pudiera estrenar despacho, y escribía lo siguiente:
un traje al año, es seguro que procuraría hacerlo aquella noche. « Al administrador de mi estado, Nikolskoye, situado en el gobierno
Al mismo tiempo, la Pascua era y es todavía la señal para comer de Kalúga, distrito de Merchóusk, sobre el rio Sirena, del príncipe Alexei
sin freno, preparándose quesos especiales de crema (paskha) y panes, Petronick Kropotkin, coronel, y comendador de varias órdenes:
hechos igualmente para tal ocasión (koolich); no habiendo persona, Al recibo de ésta, y tan pronto como se establezca la comunica-
por pobre que fuera, que no tuviera, por lo menos, una pequeña paskha ción invernal, te ordeno mandes á mi casa, situada en la ciudad de Mo-
y un pequeño koolich con un huevo, cuando no podía más, pintado scou, veinticinco trineos rurales tirados por dos caballos cada uno, un
de rojo, para que lo consagraran en la iglesia, y romper con ello el ayuno. caballo por cada casa y un trineo y un hombre por cada dos casas, y
Para la mayoría de la gente antigua, se empieza á comer por la noche, cargarlos con (tantas) fanegas de avena, (tantas) de trigo y (tantas) de
inmediatamente después de haber oído una misa rezada de Pascua centeno, así como con todas las aves de corral, gansos y patos, bien
y llevando á casa el alimento consagrado; pero entre la nobleza la ce- helados, que han de matarse en este invierno, todo convenientemente
remonia se posponía hasta el domingo por la mañana, en que se ponía embalado y acompañado de una lista completa al cuidado de un hombre
una mesa cubierta de toda clase de viandas, quesos y pastas, y todos elegido al efecto >>; siguiendo á este tenor hasta llenar un par de pági-
los criados venían á cambiar con los amos tres besos y un huevo pintado. nas, adonde se hacía punto final. Después seguía la enumeración de
Durante la semana de Pascua había siempre una mesa puesta en el los castigos que se impondrían, en el caso de que las provisiones no
gran salón, con los manjares referidos, invitándose á todas las visitas llegaran á la casa situada en tal calle, número tal ó cual, á su debido
á que tomaran algo. tiempo y en buenas condiciones.
En esta ocasión, el príncipe Mirski se excedía a si mismo; ya estu- Antes de Navidad llegaban á casa los veinticinco trineos rurales,
viera en San Petersburgo ó en Moscou, habían de traerle de sus pose- cubriendo la vasta superficie del patio.
siones un queso de crema preparado especialmente para la paskha, del — ¡Frol! — gritaba mi padre desde que tenía noticia de este gran
que su repostero sacaba gran partido. Otros mensajeros se despacha- acontecimiento — ¡Heryushka! ¡Yegarka! ¿Dónde están? ¡Van á robarlo
ban á la provincia de Mongarod, en busca de un jamón de oso que se todo! ¡Frol, ve á recibir la avena! ¡Uliana, ve á recibir las aves! ¡Her-
preparaba para la mesa de Pascua del príncipe. Y mientras la princesa yushka, llama á la princesa!
con sus dos hijas visitaba los más austeros monasterios, en los que los Toda la casa se ponía en conmoción, corriendo los criados atro-
oficios nocturnos duraban tres y cuatro horas seguidas, pasando toda pelladamente en todas direcciones, del salón al patio y del patio al sa-
la Semana Santa en un estado de ánimo abatido, no comiendo más lón; pero con preferencia al departamento de las doncellas, para dar
que un pedazo de pan duro, alternándolo con los sermones que oía a allí las noticias de Nikolskoye: «Pastia se va á casar después de Na-
los predicadores rusos, católicos y protestantes, su marido daba to- vidad. Su tía Anna ha entregado su alma á Dios », y otras por el estilo.
das las mañanas una vuelta por las conocidas tiendas de Müutin, en También habían venido cartas, y nunca faltaba una criada que su-
San Petersburgo, donde se hallaba de todo lo más selecto y delicado biera á mi habitación.
que se pudiera imaginar, traído de los confines del mundo, y allí escogía — ¿Estáis solo? ¿No está el maestro?
las cosas más notables y raras para la mesa de Pascua. Los que le VI- — No; ®stá en la Universidad.
— Bueno, pues entonces, tened la bondad de leerme esta carta
de mi madre. del despacho, venía á decir á media voz: « Marcháos corriendo arriba;
Y yo le leía la carta candorosa, que empezaba siempre con estas vuestro padre puede venir de un momento á otro. No olvidéis los pa-
ñuelos: quieren llevarlos de vuelta.
palabras: « Padre y madre os mandan su bendición por todos los siglos
de los siglos ». Después de lo cual seguían las noticias: « Tía Eupraxie Mientras que los doblaba con cuidado, pensaba en mandarles al-
está enferma, le duelen todos los huesos, y tu primo no se ha casado guna cosa; pero no tenía nada, ni aun juguetes, y-jamás disponíamos
de dinero de ninguna clase.
aún; pero espera hacerlo después de Pascua; y la vaca de tia Stepanida
murió el día de Todos los Santos ». A continuación venían las memo-
rias, que llenaban dos páginas: « Hermano Paul te manda memorias,
tus hermanos Mary y Darea te mandan memorias, y después tío Dmi-
tri te manda también muchas memorias », y así sucesivamente. Sin Donde mejor nos encontrábamos, como es de suponer, era en el
campo. Desde el momento que pasaban la Pascua de Navidad y la
embargo, á pesar de la monotonía de la enumeración, cada nombre
de Pentecostés, nuestro pensamiento se fijaba en Nikolskoye. El tiempo
daba lugar á una observación: « Luego, vive aún, pobre criatura, cuando
transcurría, sin embargo; la época de las flores se extinguía, y una mul-
manda memorias; hace nueve años que está baldada. •> O esta otra: titud de negocios retenían aún en la población á mi padre. Al fin, cinco
« ¡Ah! no me ha olvidado; entonces volverá por Navidad; es guapo mu- ó seis carros de labranza entraban por la puerta del patio: venían á
chacho. ¿Me escribiréis una carta, no es verdad? pues no debo olvidarlo ». recoger todo lo que era necesario mandar á la casa de campo.
Yo, como es natural, lo prometía, y á su tiempo la escribía en el mis-
El antiguo coche grande y los otros carruajes en que habíamos
mo estilo. de hacer el viaje, se sacaban de las cocheras y se inspeccionaban una
Después de haberse descargado los trineos, se llenaba el salón de vez más: luego se empezaba á hacer el equipaje, y nuestras lecciones
campesinos, que se habían puesto sus mejores ropas sobre sus zamar- progresaban poco, porque á cada instante interrumpíamos al maestro
ras, y aguardaban hasta que mi padre los llamase á su despacho, á echar preguntando si habríamos de llevar tal cual libro, y mucho antes que
un párrafo sobre la nieve y el aspecto de las próximas cosechas. Ape- . los demás, dábamos comienzo á empaquetar nuestros libros, nuestras
ñas se atrevían á andar con sus pesadas botas sobre el suelo encerado; pizarras y los juguetes que nosotros mismos nos habíamos hecho.
los menos se aventuraban á sentarse al borde de un banco de madera; Todo estaba dispuesto: los carros se encontraban bien cargados
pero ninguno osaba hacerlo en silla. Así aguardaban horas enteras, de muebles, cajas con los utensilios de cocina é innumerables botes
mirando con recelo á todo el que entraba ó salía en el gabinete de mi de cristal vacíos, que debían volver en el otoño cargados de toda clase
padre. de conservas. La gente aguardaba inútilmente todas las mañanas la
Más tarde, por lo general á la mañana siguiente, uno de los cria- hora de partir; pero ésta no llegaba. Mi padre seguía escribiendo todo
dos había de subir con cautela á la habitación que servía de clase. el día en su despacho, y de noche desaparecía, hasta que al fin, habién-
— ¿Estáis solo?
dose aventurado una doncella de mi madrastra á decir que la gente
— Sí.
estaba deseosa de volver, porque se acercaba la época de segar el heno
— Entonces venid pronto al salón. Los campesinos quieren veros;
aquélla intervenía.
traen alguna razón de vuestra nodriza.
Al día siguiente, Frol, el mayordomo, y Mikael Aleeff, el primer
Cuando bajaba allí, uno de ellos me había de dar un bultito, conte-
violin, eran llamados al gabinete de mi padre. Se le entregaba al pri-
niendo comúnmente algunas tortas de centeno, media docena de hue-
mero un saco con el « dinero del camino », esto es, algunas monedas
vos duros y algunas manzanas, envuelto todo en un pañuelo de algo-
de cobre dianas por cabeza para cada una de las cuarenta ó cincuenta
dón de vivos colores. « Tomad eso; vuestra nodriza Vasilina es quien
personas que formaban la expedición; y, además, una lista, en la que
os lo manda. Mirad si se han helado las manzanas: espero que no; las
figuraban todos: la banda completa, después los cocineros y sus ayu-
he traído todo el camino en el pecho. Hemos tenido espantosas hela-
dantes, las lavanderas y la mujer que las ayudaba, que se veía con seis
das ¡>. Y en el ancho y franco rostro, rodeado de una barba espesa, se
hijos pequeños: Polka la Bizca, Domna la Grande, Domna la Chica v
dibujaba una sonrisa, mostrando dos hileras de hermosos dientes blan- 3
los restantes.
cos á través de un verdadero bosque de pelo.
El primer violín recibía la « orden de marcha ». Yo estaba bien en-
— Y esto es para vuestro hermano, de parte de su nodriza Unna terado, porque viendo mi padre que no concluía nunca, me había man-
— solía decir otro del grupo, dándome otro envoltorio semejante. — dado que la pasase al libro donde guardaba copia de todo lo que man-
Ella dice — agregaba —: nunca tendrá bastante en la escuela. daba f u e r a :
Yo, avergonzado, y no sabiendo qué decir, acababa por murmu-
« Al sirviente de mi casa, Mikhael Aleeff, del príncipe Alexei Pe-
rar: « Decid á Vasilina que le envío un beso, y á Unna otro por mi her- tronich Kropotkin, coronel y comendador.
mano ¡>, lo que todos escuchaban con alegría.
« T e ordeno marches, hecho cargo de la expedición, el 29 de Mayo,
— Lo haré así; perded cuidado.
a las seis de la mañana, partiendo de la ciudad de Moscou en dirección
Entonces Hirila, que había estado al acecho vigilando la puerta a mi estado, cuya situación es el gobierno de Haluga, distrito de Mes-
Memorias de un revolucionar¡0.-3
chousk, sobre el río Sirena, representando una distancia de ciento procedáis con arreglo a vuestro mejor criterio, con objeto de realizar
el viaje en las mejores condiciones posibles ».
sesenta millas de esta casa, cuidando del buen proceder de los hom-
bres encomendados á t u dirección; y si alguno de ellos cometiera alguna Entonces todos los presentes, familia y sirvientes, se sentaban un
momento, hacían la señal de la cruz y se despedían de mi padre. « Te
falta, observando mala conducta, embriagándose ó incurriendo en in-
suplico, Alexis, que no vayas al club » —• le decía á media voz nuestra
subordinación, lo presentarás al comandante del destacamento, que,
madrastra. El carruaje grande, tirado por cuatro caballos, con un pos-
perteneciente á las guarniciones del interior, halles más inmediato, con tillón, se hallaba á la puerta, con su pequeña escala desdoblada, para
la adjunta carta circular, pidiendo que lo azoten (el primer violín sabía facilitar la ascensión, encontrándose también allí los demás coches.
lo que esto significaba), como ejemplo para los demás. A pesar de que nuestros sitios estaban enumerados en la orden de mar-
« Se te ordena también mirar especialmente por la integridad de cha, ya nuestra madrastra tenía que hacer uso de su « mejor criterio »
los géneros encomendados á t u custodia y caminar con arreglo á la aun en este primer período del viaje, y partíamos con gran satisfacción
instrucción siguiente: Primer día, parada en el pueblo (tal) ó (cual), de todos.
para que descanse el ganado; segundo día, pasar la noche en el pueblo
Esto era una fuente inagotable de placeres para nosotros los niños.
de Rodolsk », y así sucesivamente para los siete ú ocho días que ha- Las jornadas eran cortas y parábamos dos veces al día para echar un
bía de durar el viaje. . , pienso á los caballos. Como las señoras se sentían molestas cada vez
El día siguiente, á las diez, en vez de a las seis — la puntualidad que el desnivel del terreno era de alguna consideración, se creyó lo más
no es una virtud rusa (« gracias á Dios, no somos alemanes », acostum- conveniente aligerar los carruajes, cuando había que subir ó bajar una
braban á decir los verdaderos rusos) —, los carros se ponían en mo- cuesta, lo que ocurría con frecuencia, y nosotros nos aprovechábamos
vimiento. La servidumbre tenía que hacer el viaje á pie; sólo los niños de esto para echar una ojeada al bosque que bordeaba al camino ó cor-
se acomodaban en una bañadera ó una banasta en lo alto de los carros, rer á lo largo de algún cristalino arroyo. La carretera tan bien cuidada
y algunas de las mujeres encontraban un descanso temporal en sus de Moscou á Varsovia, que seguimos durante algún tiempo, se hallaba
bordes; los demás tenían que andar todos los 565 kilómetros. Mien- cubierta de una multitud de objetos interesantes; filas de carros car-
tras que se atravesaba Moscou se mantenía la disciplina; estaba ter- gados, grupos de peregrinos y gentes de todas clases. Dos veces al día
minantemente prohibido el usar botas altas ó llevar fajas por encima hacíamos alto en pueblos grandes y animados, y después de tratar un
del traje. Pero cuando se hallaban de camino, en el que los encontrá- buen rato sobre el precio del heno y la avena, así como el del samovar,
bamos un par de días más tarde, y, sobre todo, cuando sabían que mi bajábamos á la puerta de una posada. Andrei, el cocinero, compraba
padre permanecería algunos días más en Moscou, los hombres y las un pollo y hacía la sopa; y, mientras tanto, nosotros corríamos al in-
mujeres, vestidos de la manera más estrambótica, con pañuelos de mediato bosque, ó nos entreteníamos examinando el patio de la gran
algodón ceñidos á la cintura, tostados por el sol ó empapados bajo la posada.
lluvia, y apoyándose en palos que habían cortado al paso, parecían
indudablemente más bien una banda errante de gitanos, que la ser- En Maloyaroslanetz, donde se dió una batalla el año 12, cuando
vidumbre de un opulento propietario. Iguales peregrinaciones se ha- el ejército ruso intentó en vano detener á Napoleón en su retirada de
cían de todas las casas en aquella época, y cuando veíamos una fila de Moscou, acostumbrábamos á pasar la noche. M. Paulain, que había,
criados marchando á lo largo de una calle, ya sabíamos que los Apukh- sido herido en la guerra de España, sabía, ó pretendía saber, todo lo
tins ó los Pryanishnikofís se iban fuera. referente á la batalla de Maloyaroslanetz; llevándonos al campo de
A pesar de haberse marchado los carros, la familia no se movía: la acción, y explicándonos de qué modo intentaron los rusos contra-
rrestar el avance de Napoleón, y de qué manera el gran ejército los
todos estábamos hartos de esperar; pero mi padre continuaba escribiendo
derrotó, abriéndose .paso á través de las líneas rusas. Lo hacía de tal
interminables órdenes á los administradores de sus estados, que yo
modo, como si él mismo hubiera tomado parte en la batalla. Aquí los
diligentemente copiaba en el gran libro destinado al efecto. Por ultimo, cosacos intentaron un mouvement tournant, pero Davoust, ó algún otro
se dió la orden de partir: se nos llamó abajo; mi padre leyó en alta voz general los rechazó, persiguiéndolos hasta más allá de esos cerros de la
la orden de marcha, dirigida á «la princesa Kropotkin, esposa del prin- derecha. Allá, el ala izquierda de Napoleón, desbarataba la infantería
cipe Alexei Petrovich Kropotkin, coronel, y comendador », en la que rusa, y ahí, el mismo Napoleón, á la cabeza de la antigua guardia, cargó
se especificaban las paradas que se habían de hacer durante los cinco el centro en Huturaff, cubriéndose él y los suyos de gloria imperecedera.
días de viaje. Verdad es que la orden se había redactado para el 30 de
Mayo, y hora de salida las nueve de la mañana; y como estabamos ya Mas adelante, tomamos el antiguo camino de Kaluga, detenién-
en Junio, y se había de partir por la tarde, todos los cálculos quedaban donos en Tarútino; pero aquí Paulain no era tan elocuente; porque
nulos; pero, como es costumbre en las órdenes de marcha militares, en dicho lugar fué donde Napoleón, que pensaba retirarse por el Sur,
se vió obligado, después de un sangriento combate, á abandonar aquel
este caso había sido previsto, y la dificultad resuelta en el parrafo si-
plan, no teniendo más remedio que seguir el camino de Smolénsk, que
guiente: .,
su ejército había desbaratado durante su marcha sobre Moscou. Pero,
«Pero, sin embargo, si, contrario á lo que es de esperar, la partida así y todo, según manifestaba Paulain, si no hubiera sido Napoleón
de vuestra alteza no tiene lugar en el referido día y hora, se os encarga
encañado por sus generales, se habría dirigido en línea recta sobre Kieff una de las casas separadas, destinada exclusivamente á nuestro ser-
y Odessa, y sus águilas hubiesen flotado sobre el mar Negro. vicio; y desde que su método de educación se había suavizado por la
Pasada Kaluga, teníamos que atravesar una extensión de cinco intervención de nuestra hermana Elena, nos llevábamos muy bien
millas, cubiertas de un hermoso bosque de pinos, cuyo recuerdo ha con él. Mi padre se hallaba invariablemente ausente de casa en el ve-
quedado impreso en mi memoria como uno de los mas gratos de mi rano, que pasaba entretenido en inspecciones militares, y nuestra ma-
infancia. El suelo era arenoso, como el de un desierto africano, y to- drastra no se ocupaba mucho de nosotros, especialmente desde el naci-
dos nos veíamos forzados á recorrerlo á pie, mientras que los caballos, miento de su hija Paulina. Por consiguiente, siempre estábamos con
deteniéndose á cada momento, arrastraban penosamente los coches M. Paulain, quien se hallaba muy contento en el campo y nos dejaba
por la arena. Cuando yo era mayor, gozaba en dejar la familia atrás gozar de él. Los bosques, los paseos á lo largo del río, el trepar por los
Y cruzarlo yo solo. Inmensos pinos rojos de centenares de anos se ele- montes hasta llegar á la vieja fortaleza, que la palabra de Paulain re-
vaban por todas partes, no llegando á nuestro oído mas rumor que el animaba, contándonos cómo la defendieron los rusos y cómo se apo-
producido por tan soberbios árboles. Al pie de un pequeño barranco deraron de ella los tártaros; las pequeñas aventuras, en una de las cua-
murmuraba un manantial de agua pura y cristalina, y un caminante les Paulain fué nuestro héroe, salvando á Alejandro de ahogarse, y
había dejado allí, para uso de los que vinieran despues, un cubilete, alguno que otro encuentro con lobos; todo, en suma, hacía que las im-
hecho de corteza de abedul, con un palito clavado en él, como mango. presiones nuevas y agradables fueran infinitas.
Sin que se interrumpiera el general silencio, subía la ardilla al árbol,
y la maleza se presentaba tan misteriosa como el alto ramaje. En aquel Además, se organizaban grandes jiras, en las que toda la familia
bosque nacieron mi primer amor á la naturaleza y mi primera y con- tomaba parte; unas veces, cogiendo setas en el bosque, y después to-
fusa percepción de su interesante existencia. mando te en medio de la floresta, donde un anciano de cien años de
edad vivía solo, con su pequeño nietecito, cuidando de las abejas; otras,
Una vez cruzado el bosque y pasada la barca que servia para atra- íbamos á uno de los pueblos de mi padre, en el cual se había hecho una
vesar el Ugrú, dejábamos la carretera y entrábamos por sendas rura- gran presa, en que se cogían doradas carpas á millares; una parte de
les donde verdes espigas de cáñamo se inclinaban hacia el coche, per- ellas se mandaban al amo, y las restantes se distribuían entre todos
mitiendo á los caballos comer algo verde á ambos lados del camino, los campesinos. Mi anterior nodriza vivía en ese lugar: su familia era
á medida que marchaban oprimiéndose el uno contra el otro, por vía una de las más pobres; aparte de su marido, no tenía más que un niño
tan estrecha y limitada. Al fin llegábamos á ver los sauces que marca- chico que la ayudara, y una muchacha, mi hermana de leche, que más
ban la proximidad de nuestro pueblo, y de pronto se presentaba ante tarde vino á ser predicadora y « virgen » en la secta disidente á que
nosotros el elegante campanario amarillo de la iglesia de Nikolskoye. pertenecían. Grande era su alegría cuando yo iba á verla: crema, hue-
vos, manzanas y miel era todo lo que podía ofrecer; pero la manera
*
* * de hacerlo, en relucientes platos de madera, después de haber cubierto
la mesa con un hermoso mantel de hilo, blanco como la nieve, tejido
Para la vida tranquila de los grandes propietarios territoriales de por ella misma (para los disidentes rusos, la absoluta limpieza es un
aquella época, Nikolskoye era un lugar admirable: no se encontraba precepto religioso) y las palabras tiernas que me dirigía, tratándome como
allí nada del lujo que se observa en otros estados mas importantes; á su propio hijo, dejaron una impresión profunda en mi corazon. Otro
pero un gusto artístico se percibía, lo mismo en la constricción del tanto debo decir de las nodrizas de mis hermanos mayores Nicolás y
edificio que en la disposición de los jardines y en el arreglo de todas Alejandro, que pertenecían á familias bien acomodadas de otras dos
las cosas en general. Además de la casa principal, construida reciente- sectas, disidentes, en Nikolskoye. Pocos tienen idea del tesoro de bondad
mente, había en torno de un gran espacio, libre y cuidado con esmero, que puede encontrarse en el corazón del campesino ruso, aun después
varias pequeñas, que sin embargo de dar mayor grado de independencia de siglos de la más cruel opresión, que hubieran podido muy bien ha-
á sus habitantes, no por eso destruían las íntimas relaciones de la vida bérselo endurecido.
familiar. La parte más elevada del terreno estaba dedicada a una in-
mensa arboleda de frutales, á través de la cual se llegaba a la iglesia; Cuando hacía mal tiempo, M. Paulain tenía una abundancia de
la vertiente Sur de aquél, que conducía al río, era toda un jardín, en cuentos que contarnos, sobre todo respecto á la campaña en la Penín-
el cual los cuadros de flores se veían cruzados por calles de limoneros, sula. Una y otra vez le exhortábamos á que nos refiriera de qué modo
lilas y acacias. Desde el balcón del edificio grande se disfrutaba de un f u é herido en una batalla, y cada vez que llegaba al pasaje en que sintió
hermoso paisaje formado por el río, las ruinas de una antigua, forta- el calor de la sangre que caía dentro de la bota, lo besábamos con en-
leza en la que los rusos ofrecieron una enérgica resistencia durante tusiasmo y lo tratábamos cariñosamente.
la invasión mongólica, y, más allá, una gran área de campos amarillos Todo parecía dispuesto á prepararnos para la carrera militar: la
cubiertos de cereales, limitada á lo lejos por bosques que se perdían predilección que por ella sentía nuestro padre (los únicos juguetes que
recuerdo nos trajera fueron un rifle y una garita de centinela), las na-
en el horizonte. _ . . rraciones guerreras de Paulain, y, por último, hasta la biblioteca que
En los primeros años de mi infancia ocupábamos con M. I aula.n teníamos á nuestra disposición. Esta, que había en otro tiempo per-
sobrada de hablar del benéfico influjo que á su vez él ejerció sobre el
tenecido al general Repninsky, abuelo de nuestra madre, un militar desenvolvimiento de la mía. El haber tenido un hermano mayor inte-
ilustrado del siglo xviii, se componía exclusivamente de libros sobre ligente y cariñoso, ha sido para mí una gran fortuna.
cuestiones de guerra, adornados con hermosos grabados y lujosamente Yo, mientras tanto, permanecía en casa: tenía que aguardar á que
encuadernados. E n los días de lluvia, nuestra principal diversión era me tocase el turno para entrar en el cuerpo de pajes, y eso no sucedió
mirar sus láminas, en las que se hallaban representadas todas las armas hasta que llegué á muy cerca de los quince años. Se despidió á M. Pau-
usadas desde el tiempo de los hebreos, y planos de todas las batallas lain, y se tomó en su lugar un tutor alemán: era uno de esos hombres
libradas desde la época de Alejandro de Macedonia. Estos grandes libros idealistas que no es raro encontrar entre los alemanes; pero lo que
ofrecían un material excelente para construir con ellos fuertes castillos, principalmente recuerdo de él, es el entusiasmo con que recitaba las poesías
capaces de resistir por algún tiempo los golpes de arietes, y los proyec- de Schiller, acompañándolo con un accionar tan ingenuo que me
tiles de una catapulta arquimediana (que por persistir en enviar piedras cautivaba. Sólo permaneció con nosotros un invierno.
á las ventanas fué prohibida bien pronto). Sin embargo, ni Alejandro ^. El siguiente, me mandaron como externo á un gimnasio de Moscou,
ni yo llegamos á ser militares. Las lecturas de los dieciséis años borraron y, finalmente, vine á quedar con nuestro maestro ruso, Smirnoff:
lo que aprendimos en la infancia. pronto nos hicimos amigos, en particular desde que nuestro padre nos
Las opiniones de M. Paulain sobre las revoluciones eran las mismas llevó á los dos á su estado de Ryazán. Durante el viaje nos entregá-
de la Illustration Française, publicación orleanista, de la que recibía bamos á toda clase de entretenimientos, acostumbrando á inventar
números atrasados, y cuyas láminas conocíamos perfectamente. Du- historias humorísticas á propósito de los hombres y de las cosas que
rante largo tiempo no podía yo concebir una revolución de otro modo veíamos; al mismo tiempo que, la impresión producida en mi ánimo
que representando á la Muerte montada á caballo, con la bandera roja por el terreno accidentado que cruzábamos, vino á aumentar, de un
en una mano y la guadaña en la otra, derribando á los hombres á de- modo sensible y delicado, mi creciente amor á la naturaleza. Bajo el
impulso que me dió Smirnoff, empezaron á desarrollarse mis aficiones
recha é izquierda: así la pintaba la Illustration; pero ahora pienso que
literarias, y desde el 54 al 57 no me faltaron medios de desenvolverlas.
lo que á Paulain le disgustaba era únicamente el levantamiento del 48,
Mi maestro, que para esa época había terminado sus estudios univer-
porque uno de sus relatos respecto á la Revolución de 1789 me causó sitarios, obtuvo un cargo de poca importancia en una Audiencia, donde
una impresión profunda. . . pasaba la mañana. De este modo, yo permanecía solo hasta la hora de
El título de príncipe se usaba en nuestra casa con motivo ó sin el, comer, y después de estudiar mis lecciones y dar un paseo, me que-
lo que debió chocar algo á Paulain, dando lugar á que nos contara lo daba bastante tiempo para leer, y, sobre todo, para escribir. En el otoño,
que sabía de la gran Revolución. No puedo recordar ahora lo que decía; cuando mi maestro tenía que volver á desempeñar su plaza en Moscou,
pero una cosa tengo presente, y es que el conde Mirabeau y otros nobles en tanto que nosotros seguíamos en el campo, me volvía á quedar solo,
renunciaron en un día dado á sus títulos, y que el primero, para mostrar y aunque siempre estaba en contacto con la familia y pasaba mucho
el desprecio que le inspiraban las pretensiones aristocráticas, abrió tiempo jugando con mi hermanita Paulina, todavía me sobraba bas-
una tienda, adornada con una muestra, en la que se leía: « Mirabeau, tante espacio libre para dedicarme á leer y escribir.
sastre ». (Cuento la cosa tal como se la oí á Paulain). Durante mucho
tiempo después yo me devanaba los sesos pensando qué oficio adop-
taría para poder anunciarme, « Kropotkin, artesano de tal ó cual cosa». *
* *
Más adelante, mi maestro ruso, Nikolai Paulovich Smirnoff, y el tono
generalmente republicano de la literatura rusa influyeron en mí de La servidumbre se hallaba entonces en su último año de existencia:
igual modo; y cuando empecé á escribir novelas, esto es, á los doce es un acontecimiento reciente; parece cosa de ayer; y, sin embargo,
años, adopté la firma P. Kropotkin que jamás he abandonado, á pesar aun en la misma Rusia hay pocos que tengan una idea de lo que ella
de las reprensiones de mis jefes cuando estaba en el servicio militar. era en realidad. Existe una noción confusa respecto á lo perjudicial
de las condiciones que creaba; pero la manera como éstas afectaban
VIII. al ser humano, física y moralmente, no es por lo general bien conocida.
Sorprende en verdad, ver con qué rapidez cae en el olvido una insti-
E n el otoño del 52 mi hermano Alejandro fué enviado al cuerpo tución y sus consecuencias sociales, desde el momento que deja de
de cadetes, y desde entonces sólo nos veíamos en las vacaciones y al- existir, y con cuánta celeridad cambian los hombres y las cosas. In-
guna vez que otra los domingos. El cuerpo de cadetes estaba á cinco tentaré traer á la memoria las condiciones de la servidumbre,narrando,
millas de casa, y aunque teníamos una docena de caballos, siempre ocurría no lo que oí, sino lo que vi por mí mismo.
que, cuando hacía falta que se mandara allí un trineo, no había caballos Uliana, el ama de llaves, se encuentra en el pasillo que conduce
libres de que disponer. Mi hermano mayor, Nicolás, venía á casa raras á la habitación de mi padre y se santigua, no atreviéndose á avanzar
veces.' La libertad relativa que Alejandro encontró en el colegio, y ni á retroceder. Al fin, después de haber rezado una oración, se decide
especialmente la influencia de dos de sus profesores de literatura, des- á entrar, y manifiesta en una voz casi imperceptible, que la existencia
arrollaron rápidamente su inteligencia, y más adelante tendré ocasion
de te está casi agotada, que no quedan más que veinte libras de azúcar pero él la retira diciendo, como reproche ó como interrogación: — De-
y que las demás provisiones se concluirán también pronto. jadme: ¿acaso no seréis lo mismo cuando seáis mayor?
— ¡Ladrones, bandidos! — gritaba mi padre. — ¡Y tú, t ú estás — ¡No; no lo seré jamás!
de acuerdo con ellos! — La voz atronaba la casa. Nuestra madrastra Y, sin embargo, mi padre no era de los propietarios territoriales
dejaba á Uliana que arrastrase la tormenta; pero mi padre exclamaba. más malos; por el contrario, los sirvientes y los labriegos lo consideraban
«¡Frol, llama á la princesa! ¿Dónde está? » Y cuando ella entraba la como uno de los mejores. Lo que veíamos en nuestra casa era lo que
recibía con los mismos reproches. sucedía en todas partes, á menudo en mucha mayor escala. El azotar
«Estáis también en liga con estos descendientes ^ de Cam; os los siervos era una parte de las obligaciones corrientes de la policía
ponéis de su parte »; siguiendo así, durante media hora, ó tal vez más. y de la brigada de bomberos.
Después empezaba á examinar las cuentas: al mismo tiempo pen- Uno - de esos grandes propietarios hizo á otro esta observación:
saba en el heno; se mandaba á Frol á que pesara lo que quedaba de « ¿Cómo es que el número de almas aumenta tan lentamente en vuestro
éste, y á mi madrastra á que presenciara la operación, y en tanto, mi estado? Probablemente os ocupáis poco de sus casamientos »>.
padre calculaba la cantidad que debía haber en el pajar. El resultado Algunos días después, el general volvió á su estado: hizo le trajeran
era que faltaba del heno una parte de consideración, y que Uliana no una lista de todos los habitantes del pueblo, y sacó de ella los nombres
podía dar cuenta de varias libras de tales ó cuales artículos. La voz de los muchachos que habían cumplido dieciocho años y de las jóvenes
de mi padre se hacía por momentos más amenazadora; Uliana tem- que acababan de pasar de los dieciséis (esta es la edad legal para po-
blaba; mas en aquel momento aparece el cochero y en él descarga el derse casar en Rusia), escribiendo después: « Juan se casará con Ana,
amo su ira. Mi padre se lanza sobre él y le pega; pero él sigue diciendo: Pablo con Parashka », y así sucesivamente, hasta formar cinco parejas
«Su alteza se debe haber equivocado ». «Las cinco bodas », agregó, « deberán celebrarse dentro de diez días;
esto es, el primer domingo después del próximo ».
Mi padre repite el cálculo, y esta vez aparece que hay más heno
en el pajar del que debe haber. Los gritos continúan; ahora le reprende Un grito general de desesperación se elevó en todo el pueblo: las
al cochero por no haberle dado al ganado su ración por entero; pero mujeres, lo mismo jóvenes que viejas, lloraban en todas las casas. Una
éste jura por todos los santos que le dió lo que correspondía, y Frol esperaba casarse con Gregorio; los padres de Pablo habían ya hablado
invoca á la Virgen en confirmación de lo mismo. á los Fedótoffs respecto á su hija, que pronto tendría la edad. Además,
Pero no hay forma de calmar á mi padre. Llama á Makar, el afi- era la época de la siega y no de los matrimonios; ¿y qué boda podría
nador de pianos y camarero, recordándole todas las faltas que recien- prepararse en diez días? Los campesinos vinieron á ver al amo por
temente ha cometido. Estuvo borracho la semana pasada, y ha debido docenas; sus mujeres aguardaban en grupos, con piezas de hilo fino,
estarlo también ayer, porque rompió media docena de platos. La verdad á la esposa de aquél, para conquistar su apoyo: todo en vano. El señor
es que esta avería fué la causa fundamental de todo el trastorno: había dispuesto que las bodas se celebraran en tal día, y así tenía que ser.
nuestra madrastra le había dado cuenta del hecho á mi padre^ por la E n la época fijada, la procesión nupcial, que en este caso nada
mañana, y ese fué el motivo de que se recibiera á Uliana con más rigor tenía de alegre, iba á la iglesia. Las mujeres lloraban y daban grandes
que de costumbre, por qué se comprobó la existencia del heno; y por lamentos, como acostumbran á hacerlo en los funerales. Uno de los
qué mi padre continuaba exclamando: «estos descendientes de Cam lacayos de la casa se había marchado á la iglesia, para traer la noticia
merecen todos los mayores castigos del mundo >>. al amo en cuanto terminaran la cerimonia; pero pronto tuvo que volver
corriendo, pálido y afligido, y decir, con gorra en mano:
De repente, sobreviene un momento de tregua. Mi padre se sienta
á su mesa, y escribe lo siguiente: « Llevad á Makar con esta nota á la « Parashka ha resistido; se niega á casarse con Pablo. El padre
estación de policía, y que le den cien azotes con la vara de abedul >>. le preguntó si lo quería por esposo, y ella respondió en alta voz que no ».
Terror y silencio profundo reinaba en toda la casa: el reloj daba El propietario se enfureció. « Ve y dile á ese borracho melenudo »
las cuatro y todos bajábamos á comer; pero nadie tenía apetito, y la (refiriéndose al cura; el clero ruso usa el cabello largo), «que, si no
sopa permanecía intacta en cada plato. Somos diez á la mesa y tras casa á Parashka al momento, daré cuenta al arzobispo de que es un
cada uno de nosotros hay un músico con un plato limpio en la mano borracho. ¿Cómo se atreve ese espantajo clerical á desobedecerme?
izquierda; pero Makar no se encuentra entre ellos. Dile que se le mandará á pudrirse en un monasterio, y á la familia de
Parashka la deportaré á las Estepas >>.
¿Dónde está Makar? — pregunta nuestra madrastra. « Llamadlo ».
El lacayo transmitía el mensaje: los parientes y el cura rodeaban
Pero no se presenta, y la orden se repite: al fin aparece, pálido, con el
á la muchacha; su madre llorando y de rodillas le suplicaba que no a-
rostro descompuesto, avergonzado y con la vista baja. Mi padre no
rruinara á toda la familia. Ella seguía diciendo que no, pero cada vez
levanta la suya del plato, mientras que nuestra madrastra, viendo
en una voz más débil, hasta que concluía por guardar silencio. Se le
que nadie ha probado la sopa, trata de animarnos, diciendo: «¿No
ponía en la cabeza la corona nupcial sin resistencia, y el sirviente volvía
os parece, niños, que la sopa está exquisita? »
á la carrera á anunciar que se habían casado.
El llanto me ahoga, y apenas terminada la comida corro en busca
Media hora después, las campanillas de la procesión nupcial so-
de Makar; lo encuentro en un obscuro pasillo y trato de besarle la mano;
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naban á la entrada de la morada del señor. Las cinco parejas saltaban al hospital. El jefe de las escuelas militares, el gran duque Mikhael, se-
¡I de los carros, atravesaban el patio y entraban en el salón. El dueño
los recibía, ofreciéndoles copas de vino, en tanto que los padres, colocados
pararía pronto al director de un cuerpo donde no hubiera habido uno
ó dos casos semejantes todos los años. « No hay disciplina », hubiese
detrás de sus llorosas hijas, les ordenaban se inclinaran hasta tocar el dicho.
E i? suelo en presencia de su señor. Con los simples soldados la cosa era mucho peor. Cuando alguno
Las órdenes de casamiento eran tan corrientes, que, entre nuestros de ellos aparecía ante un consejo de guerra, la sentencia era que mil hom-
criados, cada vez que una joven pareja temía que le ordenaran el ha- bres se colocaran en dos filas una enfrente de otra, estando cada soldado
cerlo á pesar suyo, tomaban la precaución de servir de padrinos en un armado de un palo del grueso del dedo pequeño (el cual era conocido
bautismo cualquiera, lo que hacía el matrimonio imposible, según la por su nombre alemán de Spitzruthen), y que el condenado pasara tres,
iglesia rusa. Esta estratajema, que por lo general daba buen resultado, cuatro, cinco ó siete veces por el centro, recibiendo un golpe de cada
terminó, sin embargo, una vez en tragedia. Andrei, el sastre, se ena- soldado, vigilando la operación los sargentos, á fin de que aquéllos le
moró de una muchacha que pertenecía á uno de nuestros vecinos: dieran con fuerza. Después de haber recibido mil ó dos mil golpes, la
esperaba que mi padre lo dejaría marchar en libertad, en calidad de víctima, escupiendo sangre, era conducida al hospital, donde se pro-
sastre, en cambio del pago anual de una cantidad determinada, y que curaba curarla, con objeto de que se concluyera de aplicar el castigo
trabajando bastante en su oficio conseguiría economizar algún dinero tan pronto como se hallara más ó menos repuesta del efecto de su
v poder libertar á la novia; pues, de lo contrario, al contraer matrimonio primera parte: si moría en el tormento, la ejecución de la sentencia
con uno de los siervos de mi padre, ella se convertía en sierva de el tam- se completaba en el cadáver. Nicolás I y su hermano Mikhael eran
Ii bién Y como Andrei y una de las doncellas de la casa temieran se les
ordenara el desposarse, se concertaron para ser los padrinos^ de una
implacables; no había jamás indulto posible. «Os daré una carrera
de baquetas, que os hará saltar la piel», eran amenazas que formaban
criatura. Lo que habían previsto ocurrió: un día fueron llamados parte del lenguaje corriente.
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ante el señor y la orden fatal fué pronunciada. Un terror sombrío se extendía por toda la casa cuando se sabia
— Siempre estamos dispuestos á obedeceros — replicaron —; que alguno de los criados iba á ser enviado á la caja de reclutas. Al in-
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i« -
pero hace algunas semanas hemos sido padrinos en un bautizo expli-
cando con tal motivo Andrei sus deseos é intenciones. El resultado tue,
feliz se le ponían grillos y se le vigilaba de cerca, para evitar que se
suicidara: se traía una carreta y lo sacaban entre dos guardianes, ro-
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que se le invió á la caja de reclutas y se le hizo soldado. . deándolo todos los sirvientes. El saludaba profundamente, pidiendo
En tiempo de Nicolás I no existía el servicio militar obligatorio á todos que lo perdonaran si los había ofendido voluntaria ó involunta-
IM1! como hoy sucede. Los nobles y los comerciantes se hallaban libres de riamente. Si sus padres vivían en el pueblo, venían á verlo partir; él
él- v cuando se ordenaba una nueva leva de reclutas, los propietarios hacía una gran reverencia ante ellos, y su madre y las demás mujeres
l territoriales tenían que presentar un número determinado de siervos. de la familia empezaban á cantar en coro sus lamentaciones; era una
l Por lo general, los labriegos en sus agrupaciones comunales guardaban
un registro para su uso particular; pero los dedicados al servicio domes-
especie de canto medio recitado: «¿Por quién nos abandonas? ¿Quién
cuidará de ti en tierra extraña? ¿ Quién te protegerá contra los per-
tico se hallaban por completo á merced del señor, y si este estaba versos? » Exactamente en el mismo tono y con la misma letra con que
disgustado con alguno, no tenía más que mandarlo a la caja de reclu- cantan en los entierros.
tamiento y recoger el correspondiente recibo, que tenia un valor de Así, pues, Andrei tenía ahora que sufrir durante veinticinco años
importancia, pues podía venderse á cualquiera que le tocara la suerte la suerte de soldado: todos sus sueños de felicidad se habían desvanecido
I i bruscamente.
im ^ ^ E l ^ i c i o militar en aquellos tiempos era terrible: se le exigía
á un hombre servir veinticinco años bajo las banderas, y la vida del
soldado era extremadamente penosa. El entrar en el ejército signi-
ficaba el verse separado para siempre de su pueblo natal y de la co- El destino de una de las doncellas, Paulina, ó Palya, como acos-
ili marca, y hallarse á merced de jefes como Timoféeff de quien ya me he
ocupado. Golpes de los oficiales, azotes con varas de abedul y palizas
tumbraban á llamarla, fué más trágico todavía. Había aprendido á
bordar bien, y era una notabilidad en el oficio. E n Nikolskoye tenía
11Mi1 por la más leve falta, eran cosas normales. La crueldad de que se hacia
L a se sobreponía á todo lo imaginable. Hasta enlos cuerpos de cadetes,
su bastidor en la habitación de mi hermana Elena, y con frecuencia
tomaba parte en la conversación que sostenían ésta y la de mi madras-
|l en los que sólo recibían instrucción los hijos de los nobles, mil azotes tra, que estaba con ella. Por su porte y modo de expresarse, Palya
IM con varas de abedul se administraban algunas veces, en presencia de parecía más bien una señorita que una criada.
III
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todo el cuerpo, por cuestión de un cigarrillo, hallándose el medico al
lado del niño atormentado, quien sólo ordenaba que se suspendiera
Una desgracia le acaeció; se apercibió que pronto sería madre. Le
contó todo á nuestra madrastra, quien la llenó de improperios: «¡No
el castigo cuando observaba que el pulso se hallaba proximo a dejar permitiré que siga en mi casa una criatura así por más tiempo! ¡No
III de latir* La víctima, cubierta de sangre y sin conocimiento, era llevada toleraré tal vergüenza en casa! ¡Esto es una indecencia!» y todo á este
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tenor. Las lágrimas de Elena no consiguieron ablandarla. A la pobre del establecimiento puso todo lo que pudo de su parte, á fin de inducir
le cortaron el cabello, y fué de castigo á cuidar del ganado; mas como á mi padre á que le diera libertad y lo dejara ir á la Universidad, donde
tenía entre manos un trabajo extraordinario, tuvo que terminarlo en no se permite entren los siervos. « Con seguridad se hará un hombre
un local sucio y con escasa luz. Después hizo otros muchos bordados notable — decía el director —, tal vez una de las glorias de Rusia, y
delicados, todo con la esperanza de obtener un perdón que no pudo hallaréis un honor en haber reconocido su capacidad y entregado tal
alcanzar. hombre á la ciencia. »
El padre de la criatura, que era un sirviente de uno de nuestros « Lo necesito para mi estado >>, era la contestación que se daba á
vecinos, imploró el permiso para casarse con ella; pero como no tenía todas las súplicas que se hacían en su favor. Cuando, después de todo,
dinero que ofrecer, su demanda fué desechada. Las maneras delicadas con los sistemas primitivos de agricultura que entonces se empleaban,
de Palya fueron consideradas como ofensivas, y la suerte que se le re- y de los que jamás se hubiera apartado mi padre, Gherasim Krugloff
servó fué de lo más desgraciada. Había entre la servidumbre uno que era completamente inútil. Levantó un plano del estado; pero una vez
hacía de postillón á causa de su baja estatura; se le conocía por « Filka concluido éste, se le destinó al departamento de los criados y se le
el de las patas tuertas». En su juventud había recibido una terrible coz, obligó á servir á la mesa con plato en mano. Esto, como es natural,
y no llegó á crecer: tenía las piernas torcidas, los pies vueltos hacia adentro, le disgustó mucho; sus sueños lo llevaban á la Universidad, álos trabajos
la nariz partida y ladeada; su rostro era deforme; y con este monstruo científicos. En su mirada se reflejaba su pesar, y nuestra madrastra
se decidió casar á la pobre muchacha, lo que se efectuó á pesar suyo, parecía hallar un especial placer en mortificarlo cada vez que se presen-
mandándose después del matrimonio, como campesinos, al estado de taba la oportunidad. Un día de otoño, habiendo una ráfaga de viento
mi padre en Ryazán. abierto la puerta de entrada, ella lo llamó y le dijo: « Garaska, ve á
cerrar la puerta ».
No se reconocía, ni aun se sospechaba, que los siervos tuvieran
sentimientos humanos; y cuando Turgueneff publicó su pequeña historia Eso fué la gota que hace rebosar el vaso. En el acto contestó: « Para
Mutnu, y Grigorovich comenzó á dar á luz sus novelas sentimentales, eso tenéis el portero » — y siguió su camino.
en las que hacía llorar á sus lectores sobre la desventura de los siervos, Mi madrastra corrió á la habitación de mi padre gritando: « ¡Vues-
para muchas gentes aquello fué una inesperada revelación. «¿Es po- tros criados me insultan en vuestra casa! >>
sible que amen ellos como nosotros? >> — exclamaban las damas sensibles, Inmediatamente Gherasim fué arrestado y esposado, para .ser
que no podían leer una novela francesa sin derramar lágrimas por los enviado fuera como marinero. La despedida de sus ancianos padres con él,
trabajos que pasaban los héroes y las heroínas nobles. fué una de las escenas más conmovedoras que jamás he presenciado!
_ Esta vez, sin embargo, la suerte se encargó de la venganza: Ni-
* colás I murió y el servicio militar se hizo más tolerable; la gran habilidad
* *
de Gherasim fué pronto reconocida, y en pocos años vino á ser uno
La educación que los dueños daban algunas veces á los siervos de los principales empleados y la piedra angular de uno de los departa-
no era más que un nuevo motivo de pesares para éstos. Mi padre re- mentos del Ministerio de la Guerra. Entre tanto, mi padre, que era
cogió una vez de casa de unos labriegos un muchacho muy listo, y lo completamente honrado, y en una época en que casi todos se dejaban
mandó á que aprendiera de practicante, y como era inteligente, lo hizo corromper y sólo pensaban en hacer fortuna, jamás se había apartado
pronto y con buen resultado. Cuando volvió á casa, mi padre compró de la buena senda; por hacer un favor al jefe del cuerpo á que pertenecía,
todo lo que hacía falta para montar una enfermería, que, bien provista se separó un momento de ella, consintiendo en no sé qué clase de irre-
de medicamentos y en buenas condiciones, se estableció en una de las gularidad. A punto estuvo esto de costarle su ascenso á general; el
casas laterales de Nikolskoye. En verano, el Dr. Sasha, como familiar- objeto final de sus treinta y cinco años de servicio se hallaba próximo
mente se le llamaba en casa, siempre estaba muy ocupado, recolectando á perderse. Mi madrastra fué á San Petersburgo á arreglar el asunto,
y preparando toda clase de plantas medicinales, y en poco tiempo se y un día, después de haber dado muchos pasos, le dijeron que la única
hizo muy popular en aquellos contornos. Los enfermos venían de los persona que podía resolver la dificultad era un humilde empleado en
pueblecitos inmediatos, y mi padre estaba orgulloso ante el buen re- un departamento determinado del Ministerio, quien, á pesar de su
sultado que daba su Casa de Socorro. Pero este estado de cosas no insignificancia, era el que todo lo dirigía, pues los jefes no hacían nada
duró mucho: un invierno, mi padre fué á Nikolskoye, estuvo allí unos sin consultarle. ¡Este hombre se llamaba Gherasim Ivanovich Krugloff!
dias y se marchó después. Aquella noche el Dr. Sasha se pegó un tiro; « ¡Qué os parece nuestro Garaska! » — me dijo ella después —: siempre
se dijo que había sido casual; pero una historia de amores encontrábase creí que tenía una gran capacidad. Fui á verlo, le hablé del particular,
en el origen del hecho. Estaba enamorado de una muchacha con quien y me contestó: « No tengo prevención alguna contra el príncipe, y haré
no se podía casar por pertenecer á otro dueño. por él todo lo que pueda >>.
La suerte de otro joven, Gherasim Krugloff, á quien mi padre educó Gherasim cumplió su palabra: hizo un informe favorable, y mi
padre obtuvo su promoción, pudiendo al fin vestir el uniforme tan de-
en el Instituto Agrícola de Moscou, fué igualmente casi tan desgraciada. seado.
Hizo unos exámenes brillantes, ganando medalla de oro, y el director
Estas eran cosas que yo mismo vi en mi infancia; pues si fuera á re-
latar todo lo que oí en aquella época, las proporciones de este trabajo " * **
aumentarían mucho en extensión: historias de hombres y mujeres a-
rrancados de su familia y de su país y vendidos ó perdidos al juego, ó Diez ó doce años después de las escenas descritas en la primera
cambiados por dos perros de caza y enviados después á una parte remota parte de este capítulo, me hallaba sentado en el despacho de mi padre
de Rusia, con objeto de crear un nuevo estado; de criaturas quitadas y hablábamos de cosas pasadas. Se había abolido la servidumbre, y
á sus padres y vendidas á dueños crueles ó corrompidos; de apaleos en mi padre se lamentaba del nuevo estado de cosas, aunque no de un
los establos, que tenían lugar todos los días con una saña implacable; modo excesivo; lo había aceptado sin gran repugnancia.
de una joven que encontró su única salvación ahogándose; de un an- — Debéis convenir conmigo — le dije —, que á menudo castigábais
ciano que había encanecido al servicio de su amo y que al fin se ahorcó á nuestros criados con crueldad, y hasta sin razón.
bajo sus ventanas; y de sublevaciones de siervos, que eran sofocadas
— Con esa gente — me contestó —, no era posible proceder de
por los generales de Nicolás I, matando á palos, diezmando ó quin-
otra manera — y reclinándose en su butaca permaneció largo rato su-
tando á los habitantes de un pueblo que luego arrasaban, y cuyos su-
mergido en sus pensamientos.—Pero lo que yo hice no valía la pena de
pervivientes tenían que ir á pedir una limosna á las provincias inme-
que se hablara de ello — dijo después de aquella pausa. — Mirad, por
diatas. En cuanto á la miseria que encontré durante nuestros viajes
ejemplo, á ese mismo Sableff: parece tan suave y habla sin alzar nunca
en algunos pueblos, particularmente en los que pertenecían á la familia
la voz, y, sin embargo, fué verdaderamente terrible con sus siervos.
imperial, no hay palabras con que describirla: había que verla. ¡Cuántas veces se concertaron para matarlo! Yo, al menos, nunca abusé
de mis doncellas, en tanto que ese diabólico de T. se manejaba de tal
* modo, que las mujeres de los labriegos se disponían á castigarlo de
* *
un modo terrible... ¡Que descanses, bonne nuitJ
El llegar á ser libre era el sueño constante de los siervos; sueño
que no era fácil realizar, porque se necesitaba una fuerte suma para in- IX.
ducir á un propietario á que se desprendiera de uno de ellos.
— ¿No sabes — me dijo una vez mi padre —, que vuestra madre Recuerdo bien la guerra de Crimea. En Moscou no se dejaba mucho
se me apareció después de muerta? Vosotros los jóvenes no creéis en sentir. Aunque, como es de suponer, se hacían hilas y vendajes en todas
estas cosas; pero ello es que ocurrió. Estaba yo una noche muy tarde las reuniones de confianza, poco de esto llegaba, sin embargo, á los ejér-
sentado en este sillón, ante la mesa de escritorio y medio dormido, citos rusos, pues grandes cantidades se robaban y vendían á los de los
cuando la vi entrar toda vestida de blanco, muy pálida, y con los enemigos. Mi hermana Elena y otras jóvenes cantaban himnos patrió-
ojos resplandecientes. Ya en la agonía, me había pedido que le pro- ticos; pero, en general no se conocía la lucha que sostenía el país, en
metiera dar libertad á su doncella Maska, y así lo hice; pero después, el tono y modo de ser de lo que se llama la sociedad. E n los pueblos,
entre una cosa y otra, se pasó cerca de un año sin que yo hubiera cum- por el contrario, la guerra causaba terribles tristezas: las levas de
plido mi promesa. Entonces se me apareció, y me dijo con Una voz muy reclutas se sucedían unas á otras con rapidez, y continuamente oíamos
débil: « Alexis, me prometiste dar libertad á Maska; ¿ lo has olvidado? o á las mujeres de los campesinos entonar sus cantos funerarios. El
Quedé aterrado; salté del sillón, pero ya se había desvanecido. Llamé á pueblo ruso miraba la guerra como una calamidad que le enviaba la
los criados, mas ninguno había visto nada. A la mañana siguiente fui Providencia, y la aceptaba con una solemnidad que contrastaba de
á su tumba, hice que se le cantara un responso é inmediatamente di un modo extraño con la alegría que observé en otras partes en igualdad
libertad á Maska. de circunstancias. A pesar de ser joven, pude apreciar ese sentimiento
Cuando murió mi padre, Maska vino al entierro y le hablé. Estaba de solemne resignación que se extendía por nuestras campiñas.
casada, y se hallaba feliz en su vida de familia. Mi hermano Alejandro, Mi hermano Nicolás fué atacado, como muchos otros, por la fiebre
eñ su estilo humorístico, le dijo lo que nuestro padre había contado, de la guerra, y antes de haber concluido sus estudios en los cuerpos
y le preguntamos qué sabía sobre el particular. de cadetes se reunió al ejército del Cáucaso: no lo volví á ver más.
— Como eso sucedió — replicó ella —, hace mucho tiempo, ahora E n el otoño de 1854, nuestra familia se vió aumentada con la ve-
puedo deciros la verdad. Viendo que vuestro padre había completa- nida de dos hermanas de nuestra madrastra. Habían tenido casa propia
mente olvidado su promesa, me vestí de blanco y hablé como ella, re- y algunas viñas en Sebastopol; mas como perdieron aquélla se unieron
cordándole la promesa que le había hecho. ¿No me guardaréis rencor con nosotros. Cuando los aliados desembarcaron en Crimea, se les dijo
por eso, no es verdad? á los habitantes de Sebastopol que nada tenían que temer, y que debían
— ¡Claro que no ! permanecer donde estaban; pero después de la derrota de Alma, se les
ordenó que se marcharan á la carrera, porque la ciudad sería atacada
dentro de pocos días. Había pocos convoyes, y no se encontraba ma-
nera de moverse en los caminos, invadidos por las tropas que marchaban
hacia el Sur. El alquilar un carro era poco menos que imposible, y las
señoras, que abandonaron cuanto tenían en el camino, lo pasaron muy del terrible bombardeo, y, finalmente, de la evacuación de la población
mal antes de llegar á Moscou. por nuestras tropas, arrancaban á todos lágrimas. En todas las casas
de campo de las inmediaciones, la pérdida de Sebastopol, causó tanto
Pronto me hice amigo de la más joven de las dos hermanas, una pesar como la de un pariente cercano, por más que todos comprendían
señora como de treinta años, que no se quitaba el cigarrillo de la boca que ahora la terrible guerra tocaría pronto á su término.
mientras me contaba todos los horrores del viaje. El recuerdo del her-
moso buque de guerra que hubo necesidad de echar á pique á la en-
trada de la bahía de Sebastopol le hacía derramar lágrimas, y no se X.
explicaba cómo podían los rusos defender á la ciudad desde tierra no
habiendo murallas que merecieran este nombre. Fué en Agosto de 1857, teniendo ya cerca de los quince años,cuando
me tocó el turno de entrar en el cuerpo de pajes, y me mandaron á San
Tenía yo trece años cuando murió Nicolás I. A la caída de la tarde Petersburgo. Entonces era yo todavía una criatura; pero el carácter
del 18 de Febrero (2 de Marzo), fué cuando la policía distribuyó por del hombre adquiere por lo general sus rasgos característicos mucho
todas las casas de Moscou un boletín anunciando la enfermedad del antes de lo que comúnmente se supone, y es cosa para mí fuera de duda
Zar, é invitando á todos sus habitantes á rogar en los templos por su que, bajo mi apariencia infantil, era en esa época, con poca diferencia,
restablecimiento. Ya entonces había muerto, y las autoridades lo sabían, lo mismo que había de ser más adelante: mis gustos, mis inclinaciones,
pues había comunicación telegráfica entre Moscou y San Petersburgo; se hallaban ya determinados.
pero como previamente nada se había dicho respecto á su enfermedad,
creyeron más conveniente ir preparando al pueblo gradualmente para El primer impulso á mi desarrollo intelectual fué dado, como he
anunciarle su defunción. Todos nosotros fuimos á la iglesia y rezamos dicho antes, por mi maestro ruso. Es una costumbre excelente de las
fervorosamente. familias rusas, costumbre que hoy, desgraciadamente, empieza á caer
en desuso, el tener en casa un estudiante que ayude á los muchachos
El día siguiente, sábado, se repitió lo mismo, y todavía el domingo y á las jóvenes en sus lecciones, aun cuando estén en un gimnasio;
por la mañana se distribuyeron los referidos boletines. La noticia de su pues para asimilarse mejor lo que aprenden en la escuela,' y para
muerte no llegó á nosotros hasta el medio día, traída por algunos ampliar el concepto de lo aprendido, su concurso es de gran provecho.
criados que habían ido al mercado. Un verdadero terror se apoderó de Además, él introduce un elemento intelectual en la familia, se convierte
nuestra casa y de las de nuestros parientes al hacerse público el suceso. en un hermano mayor de los niños, y á menudo aún algo mejor, porque
Se decía que la gente se había conducido de un modo muy extraño en el el estudiante tiene cierta responsabilidad en el adelanto de sus discí-
mercado, no mostrando sentimiento alguno, y usando un lenguaje pe- pulos, y como los sistemas de enseñanza cambian rápidamente de una
ligroso. Muchos se hablaban al oído, y nuestra madrastra no se cansaba generación á otra, puede hacer más en favor de aquéllos que los padres
de repetir: — « No hablad delante de la gente » — en tanto que los criados más instruidos.
cuchicheaban entre sí, probablemente refiriéndose á su próxima eman-
cipación. Los nobles esperaban á cada momento una sublevación de Nikolai Paulovich Smirnoff tenía aficiones literarias. En aquel
los siervos, un nuevo levantamiento de Pugachoff. tiempo, bajo la bárbara censura de Nikolás I, muchas obras, comple-
tamente inofensivas, de nuestros mejores autores, no podían publi-
En San Petersburgo, entre tanto, las personas ilustradas, al co- carse, y otras eran tan mutiladas, que se concluía por privar á algunos
municarse mutuamente la noticia, se abrazaban en las calles. Todos de sus pasajes más importantes de todo su interés. En la comedia de
comprendían que el fin de la guerra, así como el de las terribles con- costumbres de Griboyedolf, La Desgracia de la Inteligencia, que puede
diciones que habían prevalecido bajo el poder del « déspota de hierro », competir con las mejores de Molière, el nombre de coronel Skalorúb,
se hallaban muy próximos. Se habló de envenenamiento, con tanto más tuvo que cambiarse por el de M. Skalorúb, en perjuicio del sentido
motivo cuanto el cadáver se descompuso con rapidez; la verdadera y aun del verso, porque la representación de un coronel bajo un as-
causa sólo se dió á conocer gradualmente; fué una fuerte dosis de un tó- pecto cómico, se hubiera considerado como un insulto al ejército. Del
nico que Nicolás había tomado. inofensivo libro de Gógol, Almas Muertas, no se permitió la publicación
En los campos, durante el verano de 1855, la heroica lucha que de la segunda parte, ni una nueva edición de la primera, que hacía
se sostenía en Sebastopol por cada palmo de terreno y por cada piedra tiempo estaba agotada. Numerosas poesías de Pashkin, Lermontoff,
de sus desmantelados bastiones, era seguida con el mayor interés. A. H. Tolstoi", Ryleeff y otros, estaban condenadas á no ver la luz, sin
Un mensajero se mandaba regularmente dos veces á la semana contar aquellas composiciones que tenían algún sabor político ó eran
desde nuestra casa á la cabeza de partido á buscar los periódicos, y á s u una crítica de la situación en general. Todo esto circulaba manuscrito,
vuelta, aun antes de que se desmontara, ya se le habían quitado de y Smirnoff acostumbraba á copiar libros enteros de Gógol y Rushkin]
la mano y abierto los papeles. Elena ó yo los leíamos en alta voz á para él y sus amigos, trabajo en el cual yo en ocasiones le ayudaba.'
la familia, y las noticias eran en el acto transmitidas al departamento Como verdadero hijo de Moscou, sentía una profunda veneración por
de los criados, y después á la cocina, el escritorio, la casa del cura y las aquellos de nuestros escritores que vivían en dicha ciudad, algunos
de los labriegos. Las noticias que vinieron de los últimos días del sitio, de los cuales moraban en nuestro mismo barrio. Me señalaba con re§-
Menioriq s de un revolucionario.-4
especie de « variedades ». La vida económica de esta publicación estaba
peto la casa de la condesa Saliás (Eugenia Tour), que era nuestra completamente asegurada, porque tenía bastantes sugeriptores; esto
vecina más inmediata, en tanto que á la del conocido desterrado Ale- es, el mismo editor y Smirnoff, quien pagaba regularmente su suscripción
jandro Herzen la miraba con un sentimiento misterioso de respeto pro- de tantos pliegos de papel, aun después de haberse ido de casa; por
fundo y veneración. La casa donde vivió Gógol era para nosotros un lo que yo, en cambio, sacaba con esmero un segundo ejemplar para tan
objeto de gran estima, y aunque yo no había cumplido los nueve años fiel suscriptor.
cuando él murió (en 1851), y no había leído ninguna de sus obras, re-
cuerdo bien el sentimiento que su muerte produjo en Moscou. Turgueneff. Cuando Smirnoff nos dejó y un estudiante de medicina, llamado
lo expresó muy bien en una nota, por cuya razón el emperador lo N. M. Paulo ff, ocupo su puesto, este último me ayudaba en mis tra-
mandó prender y lo desterró á sus estados. bajos editoriales. Obtuvo para la Revista un poema, obra de un amigo
suyo, y, lo que es más importante, el discurso de entrada sobre Geo-
El gran poema de Rushkin, Eughéniy A nyéghin me impresionó grafía Física, por uno de los profesores de Moscou; trabajos que, por
poco, y todavía admiro más la sencillez y hermosura del estilo que el su puesto, eran inéditos, pues las reproducciones no hubieran tenido
fondo de la composición. Pero las obras de Gógol, que leí cuando tenía aceptación.
once ó doce años, causaron un poderoso efecto en mi imaginación, y
Creo inútil decir que Alejandro tomó un vivo interés en el asunto,
mis primeros ensayos literarios eran una imitación de su estilo humo-
y su fama llegó pronto hasta el cuerpo de cadetes. Algunos jóvenes'
rístico. Una novela histórica de Zagóskin, Yuriy Milostausky, referente
escritores, caminando hacia el templo de la fama, emprendieron la
á la época del gran levantamiento de 1612, La Hija del Capitán, de Rush-
publicación de otra Revista rival. La cuestión era seria; en poemas
kin, que trataba del de PugachófE, y la Reina Margarita, de Dumas,
y novelas nada teníamos que temer; pero ellos contaban con u n « crí-
despertaron en mí un interés constante por la Historia. Respecto a
tico », y el escritor que al juzgar una nueva novela, hable de todo con
otras novelas francesas, sólo he empezado á leerlas desde que Daudet
libertad y desenvoltura, abordando cuestiones que no hubieran podido
y Zola se presentaron en escena. Las poesías de Nekrasoff eran mis
tratarse sin ese motivo, puede decirse que constituye el nervio de toda
favoritas desde mis primeros años, y muchas de sus composiciones
Revista rusa. ¡Ellos tenían un crítico y nosotros no! Aquél escribió
las sabía de memoria. un artículo para el primer número, el cual se lo enseñaron á mi hermano.
Temprano me hizo empezar á escribir Nicolai Paulovich, y con Era algo pretencioso y de poco valor: Alejandro escribió desde luego
su ayuda hice una larga Historia de Media Peseta, para la cual inventamos otro en contra, ridiculizando y desbaratando la crítica de un modo
toda clase de tipos, en cuyo poder venía á caer aquélla. Mi hermano violento, lo que produjo gran consternación en el campo enemigo, dando
Alejandro tenía por entonces aptitudes mucho más poéticas. Escribía por resultado que desistieran de su empeño, viniendo la flor de sus
cuentos muy románticos, y temprano empezó á hacer versos, cosa que escritores á ingresar en nuestra redacción; lo cual nos permitió anunciar
realizaba con admirable facilidad y en estilo verdaderamente natural triunfalmente, la futura «exclusiva colaboración», de tantos ó cuantos
y armonioso á la vez. Si el estudio de la Historia Natural y la Filosofía periodistas distinguidos.
no hubieran después ocupado su atención, es indudable que hubiera En Agosto de 1857 tuvo que suspenderse la Revista, que ya con-
llegado á ser un poeta de nombradla. taba cerca de dos años de existencia. Nuevas condiciones de vida, y
En ese tiempo, el lugar favorito que tenía para buscar inspiración un cambio completo en el modo de ser de ésta se presentaban ante mí.
era un tejado de suave inclinación que se encontraba bajo nuestra Me alejé de casa con pesar, con tanto más motivo, cuanto la distancia
ventana. Lo que despertaba en mí un constante deseo de embromarlo: que existía entre San Petersburgo y Moscou iba á separarme de Ale-
« Ahí está el poeta sentado al pie de una chimenea, procurando hacer jandro, y, además, porque ya consideraba una desgracia tener que
v c r s o s » _ solía yo decir —; y la broma venía á terminar en fiera dis- entrar en una escuela militar.
puta que causaba la desesperación de nuestra hermana Elena. Pero
él era tan poco vengativo, que pronto se hacía la paz, y ambos nos
amábamos entrañablemente. Entre muchachos, disputar y quererse
van mano á mano.
Ya entonces empecé á dedicarme al periodismo. A los doce anos
comencé á editar un diario. Como en mi casa no abundaba mucho el
papel, sus dimensiones tenían que ser modestas. Y como aun no había
estallado la guerra de Crimea y el único periódico que recibía mi padre
era la Gaceta de la policía de Moscou.no tenía grandes modelos que copiar.
Por cuyo motivo la mía sólo se componía de sueltos entrecortados,
anunciando las noticias del día, como, por ejemplo: «N. P. Smirnoff
fué al bosque y mató dos tordos », y otras por el estilo.
Esto pronto dejó de satisfacerme, y en 1855 comencé una Revista
mensual que contenía los versos de Alejandro, mis novelillas y una
humorístico: « Ya sabéis lo que dijo César; vale más ser el primero del
pueblo, que el segundo de Roma ». A lo que contesté con viveza, que
me conformaría con ser el último de todos, con tal de poder dejar la
P A R T E SEGUNDA escuela militar lo antes posible. « Tal vez os guste pasado algún tiempo»
— me dijo —; y desde aquel día me trató con afabilidad.
Al maestro de aritmética, que también trató de consolarme, le di
mi palabra de honor de que jamás fijaría la vista en su libro de texto- y
sin embargo, tendréis que aprobarme con nota de primera — agregué'
EL CUERPO D E P A J E S . Cumplí lo prometido; pero cuando pienso en estas escenas, comprendo
que el discípulo no era de un carácter muy dócil.
Y, sin embargo, cuando vuelvo la vista hacia ese pasado tan re-
I. moto, no puedo por menos de congratularme por lo sucedido; pues
no habiendo tenido en el primer año más que hacer que repetir lo que
La tan anelada ambición de mi padre se realizó al fin: había una ya sabia, adquirí la costumbre de aprender mis lecciones con sólo atender
vacante en el cuerpo de pajes, que yo podía llenar antes de cumplir á las explicaciones del maestro; y una vez terminada la clase, tenía bas-
la edad en que queda cerrada la admisión, y me llevaron á San Peters- tante tiempo para leer y escribir á mi gusto. Jamás me preparaba
burgo é ingresé en el colegio. Sólo ciento cincuenta niños, en su mayoría para los examenes, y el tiempo que á tal objeto concedían, solía emplearlo
hijos de la nobleza de la corte, recibían educación en este cuerpo pri- en leer en alta voz á algunos amigos, dramas de Shakespeare ó de
vilegiado, en el que se hallaba combinado el carácter de una escuela Ustrausky. Estando también mejor preparado al llegar á las clases
militar, á la que se habían otorgado derechos especiales, y el de una superiores, para dominar las distintas materias que teníamos que estu-
institución cortesana agregada á la casa imperial. Después de haber diar. Ademas, pasé más de la mitad del primer invierno en la enfermería
pasado cuatro ó cinco años en el cuerpo de pajes, los que habían sufrido pues, como todos los jóvenes que no han nacido en San Petersburgo
el examen final eran recibidos como oficiales en cualquier regimiento tuve que pagar un pesado tributo á «la capital de las lagunas de Fin-
de la guardia ó de otra arma cualquiera, sin tener para nada en cuenta landia » . b a j o la forma de varios ataques de cólera local, y, finalmente
el número de las vacantes que pudiera haber en los mismos; y todos uno de fiebre tifoidea.
los años, los primeros dieciséis alumnos más distinguidos eran nombrados
pajes de cámara; esto es, estaban personalmente agregados á los varios
*
miembros de la familia imperial: el emperador, la emperatriz, las grandes * *
duquesas y los grandes duques. Lo que, por supuesto, se consideraba
un gran honor, y, además, los jóvenes en quienes recaía, se daban á co- Cuando ingresé en el cuerpo de pajes, su organización sufría un
nocer en la corte y tenían después muchas probabilidades de ser cambio profundo: la Rusia entera se despertaba entonces del pesado
nombrados ayudantes de campo del emperador ó de alguno de los grandes sueno y la terrible pesadilla del reinado de Nilcolás I, y nuestro colegio
sintió también los efectos de ese renacimiento. Verdaderamente, no
duques, y, por consiguiente, contaban con grandes facilidades para
sé lo que hubiera sido de mí si hubiera entrado en el cuerpo uno ó dos
hacer una brillante carrera al servicio del Estado. Los padres de las anos antes. O mi carácter se hubiera modificado por completo, ó me
familias relacionadas con la corte cuidaban mucho, por tal motivo, hubiesen expulsado de la escuela en condiciones que no es posible cal-
de que sus hijos no dejaran de entrar en el cuerpo de pajes, aun cuando cular. Afortunadamente, el período de transición se hallaba en todo
para ello hubiera que saltar por encima de otros candidatos que jamás su apogeo en el año 1857.
veían llegar su turno. Ahora que yo estaba ya en ese cuerpo escogido,
mi padre podía dar rienda suelta á sus sueños é ilusiones. El director del cuerpo era un anciano excelente, el general Zhel-
tukhin, pero su cargo era puramente nominal; el verdadero jefe de la
Dicho cuerpo estaba dividido en cinco clases, de las que la su- escuela era «el coronel». El coronel Girardot, un francés al servicio
perior era la primera y la inferior la quinta; se trató de que yo entrara de Rusia. Las gentes decían que era un jesuíta, y así debía ser, según
en la cuarta; pero como resultó del examen que no me encontraba muy creo: sus procederes, al menos, estaban en armonía con las doctrinas
fuerte en la cuestión de decimales, y la clase referida contenía aquel de Lo yola, y sus sistemas de educación eran los de los colegios de
fa
año más de cuarenta alumnos, en tanto que sólo veinte se habían ma- jesuítas franceses.
triculado para la quinta, ingresé en esta última.
nin, n n f f r á ° S U n \ ° m b r e P e <l u e ñ 0 7 extremadamente delgado, con
Esto me disgustó sobremanera. Después de haber entrado^con ojos obscuros y penetrantes y mirada furtiva, usando un bigote recor-
repugnancia en una escuela militar, ahora resultaba que tendría que té;?116.!, 61 p a r e C Í d
° d e U n § a t 0 ; e r a s u a v e y firme al mismo
permanecer en ella cinco años en vez de cuatro. ¿ Qué había yo de hacer tiempo; no de una notable inteligencia, pero sí muy astuto; un déspota
en 'aquella clase, cuando ya sabía lo que en ella se enseñaba? Con lá- por temperamento, capaz de odiar, de una manera intensa, al alumno
grimas en los ojos le hablé al director, pero éste me contestó en tono que no se sometiera á su fascinación, y de expresar ese sentimiento
pero bajo el dominio de Girardot estas persecuciones tomaban un aspecto
no por medio de ridiculas persecuciones, sino constantemente, por su más violento, y procedían, no de los compañeros de la misma clase,
conducta en general; por una palabra, soltada al parecer al acaso, un sino de los de la primera; de los pajes de cámara, que no eran oficiales
gesto, una sonrisa, ó una interjección. Al andar parecía que se deslizaba, en comisión, y á quienes aquél había colocado en una posición superior,
y las miradas exploradoras que acostumbraba á lanzar á su alrededor completamente excepcional. Su sistema era darles carta blanca; hacerse
sin mover la cabeza completaban la ilusión. En sus labios se hallaba el desentendido, hasta de los horrores que cometían á cada momento,
siempre impreso un sello de gravedad fría, aun en los momentos que y mantener por medio de ellos una severa disciplina. El contestar á
procuraba aparecer todo lo más afable posible; expresión que se mar- un golpe recibido de un paje de cámara, hubiera bastado en tiempo de
caba más aún cuando se veía su boca contraída por una sonrisa de Nicolás I para ser enviado á un batallón de hijos de soldados, como
disgusto ó de desprecio. Nada de esto le daba el aspecto de un jefe: á el caso se hubiese hecho público; y el rebelarse, de cualquier modo, contra
primera vista, cualquiera lo hubiera tomado por un padre bondadoso un mero capricho de uno de aquéllos, motivo fuera suficiente para que
que hablaba á sus hijos pequeños como si ya fueran adultos; pero los veinte que formaban la clase, armados con sus pesadas reglas de
pronto se echaba de ver que todos y todo tenía que inclinarse ante su roble, se reunieran en un local cualquiera y, con la tácita aprobación
voluntad. Desgraciado del muchacho que no se considerara contento de Girardot, administraran una soberbia paliza al que hubiera mos-
ó disgustado, según los grados de buena ó mala voluntad que el coronel trado semejante espíritu de insubordinación.
le hubiera demostrado.
De este modo, la primera clase se despachaba á su gusto, y todavía
Las palabras « el coronel >> se encontraban continuamente en todos el invierno anterior uno de sus juegos favoritos consistía en reunir á
los labios: á otros oficiales se les conocía por sus motes; pero nadies© los « novatos >> por la noche, con sólo la camisa de dormir, y hacerlos
atrevió á ponerle ninguno á Girardot. Le rodeaba una especie de mis- correr como los caballos en el circo, mientras que ellos, armados de grandes
terio, como si fuera omnisciente y se hallara presente en todas partes. fustas de goma elástica, unos en el centro y otros por fuera de la pista,
Verdad es que pasaba el día y parte de la noche en la escuela: hasta los azotaban sin piedad. Por regla general, el « circo >> terminaba de un
cuando estábamos en clase lo recorría todo, registrando nuestras carpetas, modo oriental, en una forma abominable. El concepto de la moral que
que abría con sus mismas llaves. En cuanto á la noche, una buena prevalecía en aquel tiempo y lo que á veces se decía en la escuela res-
parte de ella la empleaba en escribir en pequeños libros, de los que pecto á lo que ocurría de noche después del circo, eran de tal índole,
tenía una buena colección, en columnas separabas, con signos especiales que mientras menos se hable de ellcr tanto mejor.
y en tintas de diferentes colores, todas las faltas y buenas cualidades El coronel sabía todo esto: tenía organizado un perfecto sistema
de cada uno. de espionaje y nada pasaba para él inadvertido; pero mientras no se
Los juegos, las bromas y las conversaciones se suspendían desde supiera oficialmente que lo sabía, todo marchaba bien. El cerrar los
el momento que lo veíamos avanzando lentamente á través de nuestros ojos ante todo lo que hacía la clase primera era la base de su sistema
espaciosos salones, acompañado de alguno de sus favoritos, y balan- de mantener la disciplina.
ceándose de delante atrás y viceversa; sonriendo á uno, mirando con Sin embargo, un nuevo espíritu empezaba á despertarse en la
ternura á otro, lanzando una mirada indiferente sobre un tercero, y escuela, y pocos meses antes de mi ingreso había tenido lugar una re-
contrayendo ligeramente el labio al pasar ante el cuarto: lo cual quería volución. Aquel año, la clase tercera era diferente á lo que había sido
decir, que le agradaba el primero, que el segundo le era indiferente hasta entonces: contenía un buen número de jóvenes, que realmente
y mucho más el tercero, y que el cuarto le disgustaba. Esto último bas- estudiaban y leían mucho, algunos de los cuales vinieron á ser más
taba para aterrar á la mayoría de sus víctimas, con tanto más motivo, tarde hombres distinguidos. Mi primer conocimiento con uno de ellos,
cuanto que no había razón alguna que lo justificara. Algunos jóvenes á quién llamaré von Schauff, fué cuando él leía la Crítica de la Razón
impresionables eran presa de desesperación, por esa aversión muda Pura, de Kant: además, se hallaban en dicha claSe algunos de los
y constantemente manifiesta, y esas sospechosas miradas; en otros, el alumnos más robustos y fuertes de la escuela; en ella se encontraba
resultado ha sido un total aniquilamiento de la voluntad, como uno el más alto de todos, así como otro de mucha fuerza, Koshtoff, gran amigo
de los Tolstoi, Teodoro, alumno también de Girardot, ha mostrado de von Schauff. Estos no toleraban las bromas de los pajes de cámara
en una novela autobiográfica, titulada Los Padecimientos de la Voluntad. con la misma docilidad que sus predecesores; les disgustaba mucho
lo que ocurría, y á causa de un incidente, que prefiero no describir, se
* vinieron á las manos las dos clases, resultando que los de la primera
* *
recibieron una dura lección de parte de sus subordinados. Girardot
La vida interna en este colegio era bien triste bajo la férula del le echó tierra al asunto; pero la fuerza moral de los pajes de cámara
coronel: en todas las escuelas los « novatos » son objeto de bromas mas quedó quebrantada. Se conservaron las fustas de goma, pero no se
ó menos ligeras. Se trata de poner á prueba al recién venido; saber hasta volvió á hacer uso de ellas: las circolerías y otras cosas por el estilo,
dónde llega su valor, y si conservará la dignidad y la energía. Ademas, quedaron relegadas al pasado.
los antiguos quieren hacer ver á los nuevos la superioridad de un bien Hasta ahí se había ganado; pero la última de las clases, la quinta, com-
establecido compañerismo. Tal sucede en todos los colegios y prisiones:
puesta casi exclusivamente de muchachos muy jóvenes que acababan tímido que hasta tenía afeminada la voz. Llamaron al primero, y, al ver
de ingresar en el colegio, se veía forzada á obedecer aún á las exigencias que se negaba, lo dejaron y acudieron al segundo, que estaba acostado
y caprichos de la primera. Teníamos un hermoso jardín, poblado de cor- y viendo que rehusaba también, empezaron á azotarlo brutalmente
pulentos árboles; pero los alumnos de la quinta lo podían disfrutar poco: con gruesos tirantes de cuero. Entonces Shahouskoy despertó á varios
se les obligaba á pasearse por fuera, en tanto que los de la primera, sen- compañeros de los que se hallaban más próximos, y todos corrieron
tados en él, pasaban allí el rato conversando; ó á recoger las pelotas, en busca de Girardot.
cuando esos caballeros jugaban. Dos días después de mi entrada en la También estaba yo en la cama, cuando los dos vinieron á mí, orde-
escuela, viendo lo que pasaba en el jardín, no bajé á él y permanecí nándome que fuera á vigilar; y como rehusara, cogieron un par de
arriba. Leyendo estaba yo, cuando un paje de cámara, con cabello rojo tirantes (acostumbrábamos á tener colocada la ropa ordenadamente
y la cara cubierta de pecas, vino á ordenarme que bajara en el acto en un banco, con los tirantes encima de todo y la corbata cruzada sobre
al jardín y fuera á pasearme con los demás. « No quiero; ¿no veis que ellos) y comenzaron á pegarme. Sentado en la cama, sorteaba los golpes
estoy leyendo?» fué mi contestación. con las manos, y ya había recibido bastantes, y bien fuertes, cuando
La ira desfiguró su fisonomía, de suyo bien poco simpática. Trató se oyó una voz que dijo: « ¡El coronel llama álos de la primera!» Los ver-
de saltar sobre mi, pero me coloqué á la defensiva; procuró darme en la dugos se contuvieron en el acto, arreglaron sus ropas precipitadamente
cara con la gorra y yo sorteé los golpes lo mejor que pude. Entonces y me dijeron en voz baja: « Ni una palabra á lo cual yo sólo contesté:
arrojó su gorra al suelo y me dijo: —Recógela.—Recógela tu—, le contesté. « La corbata sobre todo, en buen orden », mientras que las manos y brazos
En la escuela no se tenía idea de un acto de desobediencia seme- me echaban fuego á causa de los golpes mencionados.
jante. El era mucho mayor y más fuerte que yo: por qué no me pegó Lo que hablara Girardot con los de la primera no pudimos sa-
brutalmente en el acto, no lo sé. berlo; pero al día siguiente, cuando estábamos formados, antes de bajar
El día después y los siguientes recibí órdenes parecidas; pero obs- al comedor, nos dirigió la palabra con melifluo acento, manifestando
tinadamente me empeñé en no bajar. Entonces empezó una serie de que era muy sensible que los pajes de cámara hubieran atropellado
pequeñas y ruines persecuciones por lo más mínimo, capaces de de- de ese modo á un alumno que tenía la razón de su parte. ¿Y á quién?
sesperar á cualquiera; pero, afortunadamente, yo me hallaba siempre A uno de nuevo ingreso y de carácter tímido como Selanoff. Este dis-
dispuesto á dar á todo un carácter jovial, y les contestaba con bromas, curso jesuítico disgustó á toda la escuela.
ó no les hacía caso. Inútil es decir que aquel abuso terminó, como igualmente las im-
El cambio de tiempo hizo que todo esto variara: empezaron las pertinencias de que eran objeto los novatos, que no volvieron á re-
lluvias y apenas se podía salir. En el jardin, los de la primera fumaban petirse más.
con entera libertad, y en el interior del colegio el club de los fumadores
era «la torre », local que estaba siempre limpio con esmero, y en el cual
había constantemente fuego encendido. Los pajes de cámara castigaban
con severidad al que cogían fumando; pero ellos no dejaban de hacerlo, También fué indudablemente aquello un golpe mortal para la au-
mientras que estaban sentados y charlando al lado de la lumbre. Su hora toridad de Girardot, quien lo sintió muy vivamente. Miraba nuestra
favorita de fumar era después de las diez de la noche, cuando se suponía clase, y á mí sobre todo, con gran prevención (le habían dado cuenta
que se habían todos acostado, permaneciendo en su club hasta las once del asunto de la vigilancia), y no perdía oportunidad de darlo á conocer.
y media; y para ponerse al abrigo de una sorpresa de Girardot, ordenaban Durante el primer invierno estuve con frecuencia en la enfermería.
á los de la quinta que vigilaran. Los niños de ésta tenían que alternar Después de haber pasado una fiebre tifoidea, durante la cual el director
en dicho servicio de dos en dos, paseándose cerca de la escalera hasta y el médico se tomaron por mí un interés verdaderamente paternal,
la hora referida, para dar aviso si Se aproximaba el coronel. tuve repetidos y fuertes ataques gástricos. Y como Girardot, al hacer
Al fin, decidimos poner un término á semejante abuso; las discu- su visita diaria al referido local, me veía allí con tanta frecuencia, em-
siones fueron largas y se consultó á las demás clases respecto á lo que pezó á decirme todas las mañanas, medio en broma, en francés: « He
había de hacerse; las cuales contestaron, después de pensarlo, lo siguiente: aquí un joven que está tan saludable como el Puente Nuevo, y se pasa
«Negáos todos á hacer ese servicio, y cuando os empiecen á pegar, cosa el tiempo en la e n f e r m e r í a U n a ó dos veces le contesté en el mismo
que haran de fijo, marchad todos los que podáis, en masa, y llamad á tono; pero, al fin, considerando de mal gusto esta constante repetición,
Girardot. El ya lo sabe de antemano; pero así se verá obligado á sus- perdí la paciencia y me incomodé.
penderlo >>. La cuestión de si eso no sería «un soplo ¡> fué resuelta — ¿Cómo os atrevéis á decir eso? — exclamé —; le diré al doctor
en la negativa por los expertos en asuntos de honor; los pajes de cámara, que os prohiba la entrada en esta habitación, y otras cosas por el estilo.
al no tratar á los otros como compañeros, no tenían derecho á ser mirados Girardot retrocedió dos pasos; sus ojos obscuros brillaron, y sus
como tales. delgados labios parecieron afinarse más todavía. Al fin, dijo: — Os
El turno de la vigilancia tocó aquella noche á Shahouskoy, uno he ofendido; ¿no es verdad? Bien; en el patio tenemos dos cañones de
de los antiguos, y á Selanoff, un recién entrado, niño extremadamente artillería: ¿sería bueno que nos batiéramos?
— No doy bromas, y os advierto que no estoy dispuesto á recibirlas hizo un látigo de su pañuelo, en uno de los juegos, y se sirvió de él á
— le contesté. discreción, uno de los nuestros hizo lo mismo, y tanto le pegó al gran
El se calló; pero en lo sucesivo me miró aún con mayor prevención duque, que éste concluyó por llorar. Girardot se quedaba horrorizado,
que antes. en tanto que el antiguo almirante de Sebastopol, que era tutor del
Todos lo notaron, y se ocuparon en sus conversaciones de ello; pero gran duque, elogiaba á nuestro compañero.
yo no le di importancia, y tal vez la aumenté con mi indiferencia. Un nuevo espíritu de amor al estudio y de formalidad se desarrolló
Durante dieciocho meses cumplidos rehusó darme la charretera, en el Cuerpo, como en todas las demás escuelas. En años anteriores,
que generalmente se concedía á todos los recién llegados después de teniendo los pajes la seguridad de que de un modo ó de otro pasarían
un mes ó dos de residencia en el colegio, cuando se suponía habían apren- los exámenes para obtener sus nombramientos de oficiales de la guardia,
dido en parte los rudimentos de la instrucción militar; pero á mí, tal dejaban transcurrir los primeros años de la escuela casi sin aprender
cosa me tenía sin cuidado. Al fin, un oficial, que era el mejor instructor nada, y sólo empezaban á estudiar más ó menos en las dos últimas
del colegio, y que puede decirse estaba enamorado del ejercicio, me clases; ahora, en cambio, las clases inferiores trabajaban con provecho.
tomó por su cuenta, y cuando me vió hacer todos los movimientos á El estado moral vino á ser también muy distinto de lo que había sido
su entera satisfacción, lo puso en conocimiento de Girardot, quien, algunos años antes; los entretenimientos orientales eran mirados con
á pesar de haberse repetido esto más de una vez, no hacía caso; lo que repugnancia, y una ó dos veces que se pretendió volver á lo pasado,
dió lugar á que el oficial considerara el asunto como una ofensa per- produjeron escándalos que llegaron hasta los salones de San Peters-
sonal. Y/cuando una vez el director del Cuerpo le preguntó por qué no burgo. Girardot fué despedido; sólo se le permitió conservar su depar-
tenía yo todavía la charretera, le contestó lisa y llanamente: « El mucha- tamento de soltero en el edificio del Cuerpo; y después lo veíamos á
cho está bien; el coronel es quien no quiere >>. A consecuencia de lo cual, menudo, envuelto en su larga capa militar, paseándose solo y sumido
probablemente después de algunas observaciones del director, el mis- en profundas meditaciones; entristecido, supongo, no pudiendo por
mo Girardot pidió examinarme otra vez, y me dió la charretera aquel menos de condenar el nuevo espíritu que rápidamente se apoderaba
mismo día. del cuerpo de pajes.
Pero la influencia del coronel se iba rápidamente desvaneciendo;
el carácter todo de la escuela cambiaba. Durante veinte años, Girardot II.
había conseguido ver realizado su ideal, que era el de tener á los
alumnos bien peinados, con el cabello rizado y de afeminado aspecto, En toda Rusia la gente no hablaba más que de instrucción; tan
mandando á la corte pajes tan refinados como los cortesanos de pronto como se concertó la paz en Paris, y la severidad de la censura
Luis XIV. Si aprendían ó no, le importaba poco; sus predilectos eran se relajó un poco, todo lo referente á la educación fué objeto de vivas
los que tenían las maletas más llenas de toda clase de cepillos de uñas discusiones. La ignorancia de las masas; los obstáculos con que habían
y tarros de esencias, cuyo uniforme de paseo (que podíamos usar tropezado los amantes de la instrucción; la falta de escuelas en los
cuando íbamos á casa los domingos) era del mejor corte, y sabían hacer distritos rurales; lo anticuado de los sistemas de enseñanza y medios
el más elegante salut oblique. Anteriormente, cuando Girardot hacía de remediar estos males, vinieron á ser los temas favoritos de discusión
ensayos de cerimonias cortesanas, envolviendo á un paje en una manta en los círculos de las personas cultas, en la prensa, y aun en los sa-
de algodón con listas encarnadas, tomada de una de nuestras camas, lones de la aristocracia. La primera escuela superior para las jóvenes
con objeto de que representase á la emperatriz en un baisemain, los se abrió en 1857, con un plan de estudios excelente y con claustro de
alumnos se aproximaban muy respetuosamente á la supuesta empe- profesores brillante. Como por arte mágico, aparecieron muchas personas
ratriz, ejecutaban con formalidad la ceremonia de besar la mano, de ambos sexos, quienes, no sólo se habían dedicado por entero á la
y se retiraban con un elegantísimo saludo oblicuo; mientras que ahora, educación, sino que asimismo demostraron ser pedagogos notablemente
aunque en la corte se conducían siempre con elegancia, en los ensayos prácticos; sus obras ocuparían un puesto de honor entre la literatura
hacían unos saludos tan ridículos, que todos reventaban de risa, al de cualquier país civilizado, si fueran conocidas en el exterior.
mismo tiempo que Girardot rabiaba de coraje. Antes, los alumnos jó-
venes que habían asistido á una recepción oficial, y se rizaban el ca- El Cuerpo de pajes sintió también los efectos de ese renacimiento:
bello con tal objeto, procuraban conservar este adorno todo el tiempo con raras excepciones, la tendencia general de las tres clases infe-
posible; pero en la actualidad apenas volvían de palacio, corrían á riores era el estudio. El jefe del departamento de educación, el ins-
poner la cabeza bajo el grifo de agua fría para desbaratarse el peinado; pector Winkler, que era un coronel de artillería muy instruido, buen
pues toda apariencia afeminada era siempre mirada con desprecio. El matemático y hombre de ideas progresivas, inauguró un excelente plan
ser enviado á una recepción y permanecer allí como un objeto deco- para estimular esa tendencia. En vez de los medianos maestros que an-
rativo, era considerado ahora más bien como una molestia que como teriormente acostumbraban á dar cátedra en las clases inferiores, pro-
un favor. Y cuando los menores, que iban algunas veces á palacio á jugar curó hacerse de profesores de primera; en su opinión, mientras más
con los pequeños grandes duques, contaban que cuando uno de éstos jóvenes fueran los discípulos, mayor debía ser el talento del instructor.
Así que, para la cátedra de álgebra elemental de la clase cuarta, in-
vitó á un matemático de primera fuerza y profesor por temperamento, de Becker al hacer la elección, y tanto el interés que se tomaba por
el capitán Sukhónín, y la clase entera se dedicó con entusiasmo á las sus alumnos, que, al finalizar los cinco años, habían verdaderamente
matemáticas. Ocurrió, dicho sea de paso, que el referido capitán era aprendido algo del idioma y su literatura.
también tutor del heredero del trono (Nikolai Alexandrovich, que murió Yo me uní al primer grupo; tanto había insistido mi hermano
á los veintidós años), á quien traían una vez por semana á la clase de Alejandro en sus cartas en que aprendiera el alemán, que poseía tan
álgebra del Cuerpo de pajes; pues la emperatriz, María Alexandrovna, rica literatura, y á cuyo idioma están vertidas todas las obras de
que era mujer bien educada, creyó que tal vez el contacto con jóvenes valor, que me dediqué con empeño á su estudio.
estudiosos fuera un estímulo para él. Pero aunque se sentaba entre
Ya traducía y analizaba sin dificultad una página algo trabajosa,
nosotros y tenía que contestar á las preguntas que le hacían, como
en la que se hacía una descripción práctica de una tempestad; aprendí
todos los demás, como se entretenía por lo general, mientras el maestro
de memoria, según el profesor me había aconsejado, las conjugaciones,
explicaba, en hacer dibujos ó en hablar con el compañero, no adelan-
los adverbios y las preposiciones, y empecé á leer. Este es un gran mé-
taba mucho; tenía buena índole y un trato agradable; pero era un
todo para aprender idiomas; además, Becker me recomendó que me
poco superficial.
suscribiera á un semanario ilustrado de poco precio, lo que me sirvió
Para la clase quinta, el inspector halló el concurso de dos hombres de mucho estímulo, con sus grabados é historietas, para leer más ó
notables. Un día entró en la sala, donde dábamos clase, radiante de menos,, -y pronto llegué á dominar el idioma.
alegría, diciéndonos que habíamos tenido mucha suerte; el profesor Hacia el fin del invierno le pedí á Herr Becker que me prestara
Klarousky, hombre de rara erudición, muy versado en el estudio de el Fausto, de Goethe; había leído una traducción, y también la hermosa
los clásicos y gran conocedor de nuestra literatura, había consentido novela de Turguéneff, del mismo título, y ahora ardía en deseos de
en darnos cátedra de gramática, retórica y poética, siguiendo con noso- conocer la gran obra en el original. « No vais á entenderla; es demasiado
tros todos los años, al pasar de una clase á otra. Otro profesor de la filosófica me dijo él con una bondadosa sonrisa; pero me trajo, sin
Universidad, Herr Becker, bibliotecario de la biblioteca imperial embargo, un librito cuadrado, con las páginas amarillas por el tiempo,
(nacional), haría lo mismo en alemán. Agregando que el profesor Kla- que contenía el drama inmortal. El no sospechaba la infinita satisfac-
rousky estaba algo delicado de salud, pero que tenía la seguridad de ción que la posesión de aquel pequeño volumen me producía. Me
que nos conduciríamos con mucho juicio en su clase; pues ya que ha- deleité con el sentido y la armonía, de cada renglón, empezando con
bíamos tenido la suerte de encontrar semejante maestro, no era posible los mismos primeros versos de la hermosa dedicatoria ideal, y pronto
la dejáramos malograr. sabía páginas enteras de memoria. El monólogo de Fausto en la
El inspector había pensado cuerdamente. Fué para nosotros una floresta, y particularmente los versos en que habla de su modo de
verdadera satisfacción tener profeesores de la Universidad por maestros comprender la naturaleza
y aun cuando surgieron algunas voces del Kanchatka (en Rusia se da
el nombre de esa remota y atrasada península á los últimos bancos « Tú no te has limitado á permitirme
de cada clase), recomendando que se mirara con prevención al « sal- sólo la admiración de la inconsciencia;
chichero esto es, al alemán, la opinión general en nuestra clase era has hecho más, tu mano logró abrirme
favorable á los profesores. el seno de una amiga: de la ciencia »,
«El salchichero» conquistó desde el primer momento nuestras me sumergía en éxtasis profundo, y aun hoy día siento su influencia.
simpatías; era un hombre alto, con una frente ancha y despejada, Cada verso vino gradualmente á convertirse en un querido amigo.
aspecto bondadoso y mirada inteligente, no desprovista de un ligero Y además, ¿hay, por ventura, algún placer estético más elevado
tinte de ironía. Al entrar en nuestra clase nos dijo en correcto ruso que el leer poesías en una lengua que aún no se domina por completo?
que pensaba dividirnos en tres secciones: la primera la compondrían El pensamiento aparece envuelto en una especie de ligera gasa que
aquellos che ya conocían el alemán, y á quienes exigiría un trabajo admirablemente se adapta á la poesía; las palabras cuyo trivial signi-
más serio; á la segunda le enseñaría gramática y más tarde literatura, ficado, cuando uno conoce el idioma á fondo, afectan algunas veces
con arreglo al programa establecido; y la tercera, dijo con una sonrisa á las imágenes reales que tratan de representar, conservan tan sólo
maliciosa, será la Kanchatka. A éstos, agregó, sólo exigiré que cada su sentido puro y elevado, haciendo que la armonía de la composición
lección copien cuatro renglones que designaré de mi libro, y una vez quede así más fuertemente impresa en el oído.
realizado este trabajo, quedarán en libertad de hacer lo que quieran,
con tal de que no molesten á los demás, y les prometo que en cinco *
años conocerán algo el alemán y su literatura. Ahora formemos las * *
Sin embargo, al día siguiente, casi estuve á punto de cambiar de f l S r m £ t e t d a s q - contenían. Remolinos de humo
resolución, al ver cómo la tomó Klusóuski: él esperaba verme en la l cpTormaron en el acto; y cuando los producidos por las plumas
y fuego se formaron en el ac y ^ colch£ c m p e z a r o n á inundar
Universidad; me había dado lecciones de latín y griego con tal objeto,
v vo no me atrevía á revelarle lo que verdaderamente me impedía el
hacerlo; pues sabía que, en tal caso, se hubiera ofrecido á compartir T ^ T u S / S A ^ permanecer por más tiempo dentro del
conmigo lo poco que tenía. , ,
Mi padre al saberlo, telegrafió al director que se oponía a que luera
á Siberia, y el asunto pasó al gran duque, que era el jefe de la escuela
militar. Fui llamado á su presencia, y allí hablé sobre la fertilidad del época M^iabía ni ^
Amur y otras cosas parecidas, porque tenía motivos sobrados para
presumir que, si manifestaba deseos de ir á la Universidad, y no contaba
con recursos para ello, alguien de la familia imperial me hubiera ofrecido
una bolsa; cosa que por todos estilos deseaba yo evitar. ni ministerio de la Gobernación.
Imposible es decir cómo todo esto hubiera concluido, cuando un T o s g andes duques vinieron al lugar del fuego y se volvieron 4
acontecimiento de importancia — el gran incendio de San Petersburgo marchar- va entrada la tarde, cuando el Banco estaba fuera de peligro
— vino á traer de un modo indirecto una solución á la dificultad. h i z o también el emperador su aparición, y dijo lo que ya sabían todos:
Y mis pensamientos vagaban entre los campesinos de Finlandia La creencia en una capa de hielo que alcanzase hasta la Europa
y los de Nikolskoye, á quienes había visto últimamente. Ahora son li- central, era en aquel tiempo una verdadera herejía; pero como ante
bres, lo que les place grandemente; pero no tienen prados. De un modo ó mi vista se destacaba un cuadro sorprendente, yo necesitaba descri-
de otro, los grandes terratenientes se han apoderado de todos. En mi birlo con los miles de detalles que en él observé, para que sirviera de
infancia, los Savokins acostumbraban á echar al campo seis caballos clave á la presente distribución de flores y faunas, abriendo nuevos
á pastar durante la noche; los Talkachoffs tenían siete. Ahora esas fa- horizontes á la. geología y geografía física.
milias no tienen más que tres cada una: y otras que antes disponían ¿Pero qué derecho tenía yo á estos goces de un orden elevado,
de esta cantidad, sólo cuentan con uno. ¿Qué puede hacerse sólo con un cuando todo lo que me rodeaba no era más que miseria y lucha por un
miserable caballo? ¡Sin prados no hay caballos ni abonos! ¿ Cómo he triste bocado de pan, cuando por poco que fuese lo que yo gastase para
de hablarles de sembrar hierba, estando ya arruinados — tan pobres poder vivir en ese mundo de agradables emociones, había por necesi-
como Lázaro — y aguardando dentro de algunos años serlo aún más, dad de quitarse de la boca misma de los que cultivan el trigo y no tie-
á causa de disparatadas contribuciones? ¡Qué felices eran cuando les nen suficiente pan para sus hijos? De la boca de alguien ha de tomarse
dije que mi padre les daba permiso para segarla en el pequeño espacio forzosamente, puesto que la agregada producción de la humanidad
abierto que había en su bosque de Kostins! « Vuestros campesinos de permanece aún tan limitada.
Nikolskoye son feroces para el trabajo », es lo que comúnmente' se oía La ciencia es una fuerza inmensa; el hombre debe ilustrarse. ¡Mucho
decir en nuestra vecindad; pero la tierra de pan sembrar que mi madras- sabemos ya! ¿Pero qué sucedería si, aunque no fuera más que ese cono-
tra había tomado de sus terrenos, en virtud de la « ley mínima » — esa cimiento, viniera á ser de la posesión de todos? ¿No progresaría la cien-
clausula diabólica introducida por los dueños de siervos cuando se les cia misma con tal ímpetu, haciendo que la humanidad avanzara tanto
permitió revisar la ley de emancipación —, está ahora cubierta de monte en la producción, inventos y creaciones sociales, que hasta casi im-
bajo, no permitiéndose á los « feroces » trabajadores cultivarla. Y otro posible nos fuera ahora medir la rapidez de tal carrera?
tanto sucede en toda Rusia; aún en aquella época era evidente, y los Las masas necesitan instruirse; tienen voluntad para aprender y
comisionados oficiales lo previnieron de antemano, que la primera co- no les falta capacidad. Allí, en la cresta de ese inmenso promontorio
secha que se perdiera en la Rusia central daría por resultado un ham- que se extiende entre los lagos, como si unos gigantes lo hubieran for-
bre terrible, y ella vino en 1876, en 1884, en 1891, en 1895 y también mado precipitadamente para enlazar ambas orillas, se halla un cam-
en 1898. pesino finlandés, sumido en la contemplación de los hermosos lagos
sembrados de islas que se presentan ante él; ninguno de estos aldeanos,
La ciencia es una cosa excelente; conocí sus goces y pude apre- por pobre y desgraciado que sea, pasará por este lugar sin detenerse
ciarlos, tal vez más que la mayoría de mis colegas; aun ahora, mien- a admirar la escena. O bien allá, á la orilla de un lago, se encontrará
cras contemplaba los lagos y cerros de Finlandia, nuevas y hermosas a otro agricultor cantando algo tan dulce y armonioso, que el mejor de
los músicos >e envidiaría su balada, á c a u s a de™ « z ^ u ^ era objeto por parte del zar de Rusia. Yendo el último en carruaje por
el Neusky Prospekt, vió al otro y le invitó á montar en su vehículo,
que era un égoiste, que no tenía más que un asiento de doce pulgadas
s g S H ^ S S s e e s S K t de ancho para una sola persona, y el general francés refería más tarde,
de qué modo el zar y él, comprimidos el uno contra el otro, tenían que
llevar la mitad del cuerpo en el aire, á causa de lo reducido de aquél.
Basta nombrar á este nuevo amigo, recién venido de Compiégne, para
. dar idea de lo que esa amistad significaba.
Shuváloff sacaba todo el mayor partido posible del actual estado
de ánimo de su señor; preparaba una medida reaccionaria tras otra, y
nes deseosas de libraxse de una u n t a n t e ^ ^ ^ ^ cuando Alejandro manifestaba repugnancia á firmar alguna de ellas,
Por eso contesté negativamente a la Sociedad Oeogranca aquél hablaba de la revolución que se acercaba y de la suerte que cupo
á Luis XVI, implorándole, « por la salvación de la dinastía >>, que fir-
IV. mara las nuevas adiciones á las leyes de represión. A causa de todo
- eso, la tristeza y los remordimientos se apoderaban de tiempo en tiempo
de Alejandro; cuando esto sucedía, se le veía caer en profunda melan-
San P e t e c o ha,
colía y hablar con tristeza de lo brillante que fué el principio de su rei-
nado, y del carácter reaccionario que iba tomando. En tales momentos,
Shuváloff organizaba una cacería de osos; tiradores, alegres cortesanos
y carruajes llenos de muchachas de la servidumbre de palacio, iban
á la floresta de Novgorod; Alejandro, que era buen tirador, mataba un
par de osos, dejando que los animales llegaran á pocos metros de su
rifle, y allí, en medio de la excitación de la fiesta cinegética, obtenía
Shuváloff la firma de su señor para cualquier proyecto de represión, ó
de robo en favor de sus clientes, tramado por él.
j- Alejandro II no era ciertamente un hombre adocenado; pero dos
personalidades distintas moraban en él, ambas fuertemente desarro-
lladas y luchando una contro otra; y este combate interno se fué haciendo
Guerra, había « » « » ^ ^ f ^ S ^ S S B i - I S o i ' aüos para cada vez más vivo con los años. Podía ser de un trato exquisito, y un
S t S S ^ S S S o s ^ período revoiueio- momento después conducirse de un modo brutal; poseía un valor frío
y razonado en presencia de un verdadero peligro, pero vivía en un te-
mor constante de otros que sólo existían en su imaginación. No era
ciertamente cobarde, y esperaba al oso frente á frente; en una ocasión,
cuando el animal no había sido muerto del primer disparo y el hombre
que se hallaba á su espalda con una lanza, al adelantarse, fué derribado
por el oso, acudió el zar en su auxilio, matándolo casi á boca de jarro
(supe esto por el mismo interesado), y, sin embargo, se vió toda su vida
perseguido por temores engendrados en su mente y por la intranqui-
lidad de su conciencia. E r a de maneras afables para con sus amigos;
pero esta bondad se hallaba contrabalanceada por una fría y terrible
crueldad — análoga á la del siglo xvii —, de la que hizo gala al sofocar
juguete, y ellos d o n H n ^ n por el terror i p& ^ ^ ^ la insurrección polaca, y más tarde, en el 8o, cuando se tomaron idén-
hasta tal punto á Ale andró con ei e P f d l i c í a s e re- ticas medidas para dominar el levantamiento de la juventud rusa; cruel-
estallar en San Petersburgo, que si ^ o ^ i p o t e n t e j e r p d em. dad de la que nadie le hubiera creído capaz. Vivía, pues, una doble exis-
trasaba algunos minutos en venir a ^ - ^ ^ ¿ ^ p i t a l ' ? » tencia, y en el período de que hablo firmaba sin dificultad los decre-
tos más reaccionarios y después se arrepentía de haberlo hecho. Hacia
el fin de sus días, esta lucha interna, como se verá más adelante, se
la princesa X, contrajo estrecha lima hizo más activa aún, asumiendo un carácter poco menos que trágico.
á
aide-de-camp de Napoleón H I , aquel h o m b ^ s g e s t r o g ^
En 1872, Shuváloff fué nombrado para la embajada de Inglaterra;
pero su amigo el general Potápoff, continuó la misma política hasta
celebrar en un pequeño restaurant del Neusky Prospekt eran tan degra-
el principio de la guerra turca en 1877; durante todo este tiempo, las dantemente notorias, que una noche el jefe de policía tuvo que inter-
más escandalosas dilapidaciones de la Hacienda pública, así como de venir amenazando al dueño con enviarlo á Siberia si jamás volvía á ad-
los bienes de la corona, de los estados confiscados en Lituania después mitir en su « salón gran duque » á éste. « ¡Imaginad mi perplejidad —
de la insurrección, de las tierras de Barhkir en Oremburgo y otras, se me decía dicho hombre en una ocasión, cuando me enseñaba ese local,
efectuaban en grande escala. Algunas de estas « irregularidades » fueron cuyas paredes y techo se hallaban forrados de gruesos cojines de sa-
posteriormente descubiertas y juzgadas públicamente por el Senado, tén —; de un lado tenía que ofender á un miembro de la familia real,
que actuaba como alto Tribunal Supremo, después que Potápoff per- que podría hacer de mí lo que quisiera, y del otro, el general Trépoff
dió el juicio, y Trépofí fué reemplazado, procurando sus rivales en pa- me prometía mandarme á Siberia! Pero, como es natural, hice lo que
lacio presentarlos á la vista de Alejandro tales como eran. En una de éste me ordenaba, pues, como sabéis, el general es ahora omnipotente r>.
estas investigaciones judiciales se vino á saber que, un amigo de Potá- Otro de los grandes duques se hizo sospechoso por sus costumbres, que
poff había del modo más vergonzoso robado sus tierras á los campesinos pertenecen al dominio de la psicopatía, y un tercero fué desterrado á
de un estado de Lituania, y después, apoyado por sus amigos en el mi- Turquestán, después de haber robado los diamantes de su madre.
nisterio de la Gobernación, consiguió que los aldeanos que pidieron La emperatriz María Alexandrovna, abandonada por su marido,
justicia fueran presos, apaleados bárbaramente, y fusilados por la tropa; y probablemente horrorizada del giro que tomaba la vida de la corte,
siendo esta una de las narraciones de este género más repugnantes qua se hizo cada vez más devota, y pronto cayó en manos del capellán mayor
se encuentran en los anales rusos, á pesar de que en ellos tanto abun- de palacio, representante de un tipo completamente nuevo en la Iglesia
dan robos semejantes. Sólo después que Vera Zasúlich disparó contra rusa: el jesuítico. Este género de clero acicalado y corrompido, realizó
Trépoff, hiriéndole (para vengar el que por orden suya hubieran apa- rápidos progresos en aquella época; ya trabajaba enérgicamente y con
leado á un preso político en la prisión), fué cuando las inmoralidades éxito para convertirse en una potencia del Estado y apoderarse de las
de Potápoff y sus paniaguados llegaron á ser bien conocidas y él despe- escuelas.
dido. Creyéndose que iba á morir, Trépofí hizo testamento, por lo cual
se supo que este hombre, quien había hecho creer al zar que moría po- Se ha demostrado una y otra vez, que el bajo clero en Rusia se halla
bre, á pesar de haber ocupado muchos años el puesto lucrativo de jefe tan ocupado con sus funciones — bautismos, casamientos, administrar
de la policía de San Petersburgo, dejó en realidad á sus herederos una la comunión á los moribundos y otras cosas por el estilo —, que sus
fortuna considerable. Algunos cortesanos se lo participaron á Alejandro II. miembros no pueden dedicarse con provecho á la enseñanza. Aun cuando
Trépofí perdió su crédito, y entonces fué cuando algunas de las indig- le paguen en el pueblo por dar lección de religión y moral en la escuela
nidades del partido de los Shuválofí-Potápoff y Trépoff se presentaron pública, el cura, generalmente, le cede á otro el cargo, por falta de tiempo
ante el Senado. disponible. Sin embargo, el alto clero, explotando el odio de Alejandro I I
hacia el llamado espíritu revolucionario, empezó su campaña para po-
El pillaje á que se entregaban en todos los ministerios, especial- ner mano en las escuelas. « No haya más enseñanza que la eclesiástica»,
mente en relación con los ferrocarriles y toda clase de empresas indus- fué su divisa; y aunque toda Rusia reclamaba educación, ni aun la ri-
triales, era verdaderamente enorme, habiéndose hecho en aquella época dicula é insignificante cantidad de cuatro millones de duros incluidos
inmensas fortunas. La marina, según el mismo emperador dijo á uno anualmente en el presupuesto para las escuelas primarias, llegaban á
de sus hijos, « se hallaba en los bolsillos de unos y otros ». El costo de invertirse por el ministro de instrucción pública, mientras que, casi
los ferrocarriles garantizados por el Estado, era, indudablemente, fa- otro tanto se daba al Sínodo como auxilio para establecer escuelas bajo
buloso, y en cuanto á empresas mercantiles, se sabía públicamente que la dirección de los párrocos, muchas de las cuales existieron y figuran
no había manera de fundar ninguna, á menos que un determinado tanto todavía solamente en el papel.
por ciento sobre los dividendos no se prometiera á varios funcionarios
de los diferentes ministerios. A un amigo mío que intentaba montar V.
una industria en San Petersburgo, le dijeron francamente en el minis-
terio de la Gobernación que tendría que pagar 25 por 100 del producto Cuando dejábamos á Siberia, hablábamos con frecuencia mi her-
neto á una persona determinada, 15 á otra en el ministerio de Hacienda, mano y yo de la vida intelectual que encontraríamos en San Peters-
10 á otra en el mismo ministerio, y 5 por 100 á una cuarta. burgo, y de las interesantes relaciones que esperábamos contraer en los
El trato se hacía sin reserva alguna, teniendo de ello conocimiento círculos literarios, lo que en verdad logramos, lo mismo entre los radi-
Alejandro II; sus propias observaciones escritas en las Memorias del cales que entre los eslavófilos moderados; pero debo confesar que no
interventor general, lo atestiguan bien claramente, pero como veía en llenaron nuestras aspiraciones. Encontramos muchos hombres exce-
los bandidos sus protectores contra la revolución, los mantenía en sus lentes — éstos no son raros en Rusia —; pero no respondían comple-
puestos hasta que los robos producían un escándalo monumental. tamente á nuestro ideal del escritor político; los mejores, como Chernys-
Los grandes duques jóvenes, con excepción del presunto heredero, héusky, Mikháiloff y Lavroff, se hallaban desterrados ó presos en la
más tarde Alejandro III, quien fué siempre un económico pater fami- fortaleza de San Pedro y San Pablo, cual ocurría con Pisareff, en tanto
lias, seguían el ejemplo de su padre; las orgías que uno de ellos solía
que otros, impresionados por lo sombrío de la situación, habían cam- cario todo, si era necesario, y sólo le pedíamos un consejo, una guía,
biado de ideales, inclinándose ahora hacia una especie de absolución alguna ayuda intelectual.
paternal, y los más, á pesar de no haber abjurado de sus ideas, se habían Turguéneff ha exhibido en Humo algunos de esos ex reformadores
hecho tan cautos en expresarlas, que su prudencia tenía visos de deserción. procedentes de las capas más elevadas de la sociedad, y su cuadro es
En el período efervescente del partido reformista, casi todos los verdaderamente desconsolador; pero en las impresionables y apasionadas
que pertenecían á los círculos literarios avanzados habían tenido algu- novelas y trabajos literarios de madame Kohanovskiy, que escribió
nas relaciones, ya con Hérzen ó con Turguéneff y sus amigos, ó bien bajo el seudónimo de « V. Krestauskiy » (no se la debe confundir con otro
con las sociedades secretas Gran Rusa ó Tierra y Libertad, que tenían novelista llamado Vsévalad Krestauskiy), es donde se pueden seguir
en aquel tiempo una existencia próspera, mientras que ahora esos mis- y apreciar los variados aspectos que la degradación de los «liberales
mos hombres hacían cuanto en su mano estaba por ocultar sus anti- del 60» revistió en aquel tiempo.
guas simpatías todo lo más posible, á fin de no aparecer, por ningún « El placer de vivir » — tal vez el de haber sobrevivido á la catás-
concepto, sospechosos. trofe vino á ser su dios desde el momento que la multitud anónima,
Una ó dos de las Revistas liberales que se toleraban en aquel tiempo, que diez años antes constituía el nervio del movimiento reformista se
debido principalmente al gran talento diplomático de sus directores, negaba á oír hablar más de «todo ese sentimentalismo », corriendo á
contenían trabajos excelentes, en los que se mostraba la creciente mi- participar de las riquezas que venían á llenar las manos de los « hombres
seria y la desesperada condición de la masa de los agricultores, haciendo prácticos». .
patentes los obstáculos que se acumulaban en el camino del progreso. Muchos nuevos medios de hacer fortuna habían aparecido desde
La narración de estos hechos bastaba por sí sola para engendrar la de- que se abolió la esclavitud, y las gentes se lanzaban con avidez por tales
sesperación; pero nadie se atrevía á indicar un remedio ni proponer nin- vías; los ferrocarriles se construían con ardor febril en Rusia; á los Bancos
guna acción para salir de un estado de cosas que se consideraba irre- particulares recién fundados, acudían como moscas los terratenientes
mediable. Algunos escritores abrigaban aún la esperanza de que Ale- á hipotecar sus fincas; los notarios y abogados particulares acabados
jandro I I volviera una vez más á asumir el carácter reformista; pero de establecerse en las audiencias, disfrutaban de rentas importantes;
para la mayoría, el temor de ver sus publicaciones suprimidas y al di- las Compañías por acciones se multiplicaban con sorprendente rapidez,
rector y redactores camino del destierro, era una idea que dominaba y sus promotores florecían. Una clase de hombres que anteriormente
á todas las demás. El miedo y la esperanza los tenían igualmente para- hubiera vivido en el campo con la modesta renta de una pequeña pro-
lizados. piedad, cultivada por un centenar de siervos, ó del salario más modesto
Cuanto más radicales habían sido diez años antes, tanto mayor aun de un funcionario civil de poca categoría, ahora hacían fortuna ó
eran sus temores; mi hermano y yo fuimos muy bien recibidos en uno gozaban de tales rentas como las que en tiempos de la servidumbre
ó dos círculos literarios, álos que concurríamos algunas veces; pero desde sólo podían tener los grandes propietarios territoriales.
el momento que la conversación empezaba á perder su carácter trivial, Los gustos mismos de la «sociedad» se iban rebajando cada vez
ó mi hermano, que tenía mucha facilidad para llamar la atención sobre más; la ópera italiana, en otro tiempo foro de las demostraciones radi-
cuestiones interesantes, la dirigía hacia el estado del país, ó respecto cales, estaba ahora desierta; la rusa, que tímidamente venía afirmando
al de Francia, donde Napoleón I I I rápidamente preparaba su caída el derecho de sus grandes compositores, se veía sólo frecuentada por al-
en 1870, era indudable había de ocurrir alguna interrupción: «¿Qué gunos entusiastas aficionados. Ambas eran calificadas de «insípidas »
opináis, caballeros, de la última representación de La bella Elena?* y la crema de la Sociedad de San Petersburgo acudía á un teatro vulgar,
ó «¿Qué os parece tal ó cuál pescado? », preguntaba en alta voz una de donde las estrellas de segundo orden de los pequeños teatros de París
las personas de más edad, y la cuestión seria quedaba cortada. conquistaban fáciles laureles de sus admiradores los oficiales de la guar-
Fuera de los referidos centros, la situación era aún peor en el año 60; dia, ó iba á ver La belle Heléne, que se representaba en la escena rusa,
Rusia, y en particular San Petersburgo, estaba llena de hombres de mientras que nuestros dramáticos se relegaban al olvido. La música
ideas avanzadas, que parecían dispuestos en aquella época á hacer de Offenbach era la preferida, la suprema.
cualquier género de sacrificio por la causa que defendían; «¿qué ha
sido de ellos?, ¿dónde están?», yo me preguntaba; y si tropezaba con
alguno, invariablemente había de oír estas palabras: « ¡Prudencia, joven!
El hierro es más fuerte que la paja. No se puede derribar un muro con H a y que decir, sin embargo, que la atmósfera política era tal, que
la cabeza», y otros innumerables proverbios parecidos, que por des- los hombres de buena voluntad tenían razones, ó al menos excusas
gracia tanto abundan en la lengua rusa, y de los cuales habían for- de consideración para permanecer retraídos. Después de haber dispa-
mado un código de filosofía práctica. — Nosotros ya hemos hecho algo, rado Karakózoff contra Alejandro II, el Abril de 18Ó6, la policía de
no hay que pedirnos más — ó — tener paciencia; esto no puede durar —, Estado se había hecho omnipotente; toda persona sospechosa de « ra-
era todo lo que nos decían, mientras que nosotros, los jóvenes, nos ha- dicalismo », se hubiera ó no metido en algo, tenía que vivir constante-
llábamos dispuestos á renovar la lucha, á acudir á la ac*ion, á sacrifi- mente bajo la amenaza de ser el mejor día arrestada, tan sólo por haber
demostrado alguna simpatía á tal ó cual persona complicada en cues- Katkoff, el jefe del partido reaccionario de Moscou, gran maestro
tiones políticas, ó bien por alguna carta encontrada en un registro en el arte de sacar partido de cualquier acontecimiento político, acusó
nocturno, ó simplemente por sus « peligrosas » opiniones; y la prisión en el momento á todos los radicales y hombres de ideas libres de com-
política podía lo mismo significar años de reclusión en la fortaleza de plicidad en el atentado — lo que indudablemente no era cierto —, in-
San Pedro y San Pablo, que destierro á la Siberia, ó tormentos en los sinuando en su periódico y haciendo que toda la ciudad lo creyera, que
calabozos de aquélla. Karakózoff había sido un mero instrumento en manos del gran duque
Constantino, jefe del partido liberal en los círculos elevados. Puede
Este movimiento de los círculos Karakózoff ha permanecido muy
imaginarse hasta qué punto los dos gobernantes, Shuváloff y Trépoff
poco conocido hasta en la Rusia misma. Yo estaba en aquel tiempo en
explotarían estas acusaciones y los temores que ellos despertaron en
Siberia, y sólo lo conozco de oídas. Parece, sin embargo, que dos co-
Alejandro II.
rrientes distintas se combinaban en él: una de ellas fué el principio de ese
gran movimiento popular que posteriormente tomó tan formidables Mikhael Muravioff, que había conquistado durante la insurrección
dimensiones; en tanto que la otra era principalmente política. Grupos polaca el apodo de Verdugo, recibió órdenes de hacer una investigación
de jóvenes, algunos de los cuales se hallaban en camino de ser brillantes * muy minuciosa y descubrir por todos los medios posibles la conjura
profesores de Universidad, ú hombres notables como historiadores ó cuya existencia se suponía. El, de acuerdo con tales instrucciones, prendió
etnógrafos, se habían formado por el 64, con la intención de instruir á diestro y siniestro en todas las clases de la sociedad, disponiendo
y educar el pueblo, á pesar de la oposición del gobierno; ellos fueron centenares de registros y jactándose de que « encontraría el medio de
como simples artesanos á los grandes centros industriales, fundando hacer á los presos más comunicativos ». No era ciertamente de los hombres
allí sociedades cooperativas y escuelas populares, con la esperanza de que retroceden ni aún ante la tortura, y la opinión pública en San Peters-
que, á fuerza dé tacto y paciencia, podrían llegar á educar á los tra- burgo estaba casi unánime en afirmar que Karakózoff había sido ator-
bajadores, creando así los primeros núcleos de donde mejores y más mentado para obtener de él declaraciones; pero que no hizo ninguna.
elevadas concepciones irradiarían gradualmente entre las masas. Su Los secretos de Estado se guardan bien en las fortalezas, especial-
abnegación era muy grande; considerables fortunas se pusieron al ser- mente en esa gran masa de piedra enfrente del Palacio de Invierno,
vicio de la causa, y me siento inclinado á creer que, comparado con todos que tantos horrores ha presenciado, dados á luz sólo recientemente
los movimientos similares que más tarde tuvieron lugar, este fué el que por los historiadores; allí conserva todavía los secretos de Muravioff;
tal vez se hallaba fundado en una base más práctica, estando, induda- pero lo siguiente tal vez arroje alguna claridad sobre este asunto:
blemente, sus iniciadores bastante próximos á la clase productora. En 1866 yo estaba en Siberia: uno de nuestros oficiales que viajaba
De la otra, guiados por varios miembros de esos círculos, entre los de Rusia á Irkutsk, hacia el fin de aquel año, encontró en uno de los
que se encontraban Karakózoff, Iskútin y sus más íntímos amigos, la ' paradores dos gendarmes, quienes habían acompañado á Siberia á un
acción tomó una dirección determinada. Durante los años que mediaron empleado desterrado por robo, y volvían al punto de partida. El primero,
del 62 al 66, la política de Alejandro I I asumió un carácter decidida- que era un hombre muy campechano, al verlos tomando te en una fría
mente reaccionario; rodeado de los hombres más retrógrados, tomán- noche de invierno, se sentó á su lado, poniéndose á conversar con ellos
dolos como sus inmediatos consejeros, las reformas mismas que con- mientras se cambiaban los caballos; uno de los gendarmes había cono-
stituyeron la gloria del principio de su reinado, eran ahora substituidas cido á Karakózoff.
por leyes adicionales y circulares de los ministros; la vuelta al pasado, « Era un hombre listo, era — dijo él —; cuando estaba en la for-
más ó menos encubierta, era lo que francamente se esperaba en el an- taleza, nos ordenaron á una pareja que se relevaba cada dos horas, no
tiguo campo, no creyendo nadie en aquella época que la reforma prin- dejarle dormir. Así es que lo teníamos sentado en un banquillo, y en el
cipal — la abolición de la servidumbre — pudiera resistir los asaltos momento que empezaba á dar cabezadas, lo sacudíamos para espabi-
dirigidos contra ella desde el mismo Palacio de Invierno. Todo lo cual larlo... — ¿Qué queréis? — preguntaba; y nosotros contestábamos:
debió influir en el ánimo de Karakózoff y su amigos, haciéndoles com- «¡Cumplimos con lo que se nos ordena!... » Y mirad si era vivo: se sentaba
prender que la continuación del reinado de Alejandro I I sería una ame- con las piernas cruzadas, columpiando una de ellas, para hacernos creer
naza, hasta para lo poco que se había conseguido, y que Rusia tendría que estaba despierto, y mientras tanto echaba un sueñecito sin dejar
que volver á los horrores de Nicolás I, si aquél continuaba gobernando. de mover la pierna; pero pronto descubrimos la treta, comunicándoselo
AL mismo tiempo se abrigaban grandes esperanzas—esta es «una his- álos que nos relevaron; de modo que se le sacudía y despertaba de cuando
toria á menudo repetida y siempre nueva » — respecto á las tendencias en cuando, agitara la pierna ó no. « ¿ Y cuánto duró eso? » le preguntó
liberales del heredero al trono y su tío Constantino. Debo también decir mi amigo — Oh, muchos días; más de una semana ».
que, antes del 66, tales temores y consideraciones parecidas se expresaban El carácter Cándido de esta descripción es en sí misma una prueba
frecuentemente en círculos mucho más elevados de los que parece fre- de veracidad; no es posible fuera inventada; y que se torturó á aquél
cuentaba Karakózoff. De todos modos, lo cierto es que éste disparó hasta ese extremo, puede considerarse como indudable.
uñ día sobre Alejandro II en el momento que salía del jardín de verano Cuando ahorcaron á Karakózoff, uno de mis antiguos compañeros
para tomar su carruaje; pero no le dió y fué preso en el acto, del Cuerpo de pajes, se hallaba presente en la ejecución con su regi-
miento de coraceros. « Al sacarlo de la fortaleza — me dijo mi amigo
— y verlo sentado en la alta plataforma del carro, que trepidaba al pasar VI.
por los glacis de aquélla, mi primera impresión fué que lo que conducían
al patíbulo era un muñeco de goma elástica, y que KarakózofE ya había El único punto brillante que vi en la vida de San Petersburgo, fué
muerto. Imaginad que la cabeza, las manos y todo el cuerpo, se hallaba el movimiento que tenía lugar entre la juventud de ambos sexos. Varias
completamente relajado, como si no existieran los huesos, ó como si corrientes convergieron para producir la poderosa agitación, que pronto
éstos hubieran sido todos quebrantados. Era terrible ver aquello y tomó carácter secreto y revolucionario, embargando la atención de
pensar lo que significaba. Cuando los soldados lo bajaron del carro, Rusia durante los quince años posteriores. De ella hablaré en uno de
vi que movía las piernas y hacía desesperados esfuerzos para andar los capítulos siguientes, limitándome ahora sólo á mencionar el movi-
y subir las gradas del cadalso; de modo que no era un maniquí ni se puede miento emprendido á la luz del día por nuestras mujeres, con el objeto
decir que había perdido el conocimiento. Todos los oficiales quedaron de tener acceso á una educación superior, y del cual era San Petersburgo
sorprendidos de aquello que ninguno se acertaba á explicar ». Sin em- en aquella época el centro principal.
bargo, al hacerle observar que tal vez el reo habría sido atormentado, Todas las tardes, la joven esposa de mi hermano, al volver de la
se le subió la sangre al rostro y contestó: « Eso mismo pensamos todos ». escuela normal de maestras á que concurría, tenía algo nuevo que con-
tarnos respecto á la animación que allí se advertía; presentándose pro-
La falta de sueño durante semanas enteras sería por sí solo suficiente
yectos para abrir una academia de Medicina y Universidades femininas;
para explicar el estado en que, aquel hombre tan fuerte desde el punto
organizándose debates sobre las escuelas y métodos de enseñanza rela-
de vista moral, se encontraba en el momento de la ejecución. Yo puedo
cionados con el curso, tomando centenares de mujeres un interés apa-
agregar, por mi parte, que tengo la completa seguridad de que, al menos
sionado en estas cuestiones, discutiéndolas una y otra vez en sus reuniones
en caso determinado, se administraron drogas á un preso de la fortaleza,
privadas. Se formaron sociedades de traductoras, editoras, impresoras
Adrián Salviroff, en 1879. ¿Limitaría Muravioff sólo á esto la tortura?
y encuadernadoras, á fin de proporcionar trabajo á las más pobres de
¿Se le prohibió que pasara más adelante, ó no? Lo ignoro; pero esto al
la hermandad, que afluían á la capital, dispuestas á hacer todo lo que
menos sé: que á menudo oí decir á altos funcionarios en San Petersburgo
se presentara, alentando tan sólo la esperanza de que, también ellas
que en este caso se llegó á apelar al tormento. . algún día podrían adquirir más instrucción. En esos centros reinaba
* '
una vida poderosa y exuberante, contrastando notablemente con lo
que en otras partes vi.
Muravioff había prometido el desarraigar todo elemento radical Desde que el gobierno se mostró resuelto á no admitir mujeres
en San Petersburgo, y todos los que tenían, más ó menos marcados, en las Universidades, ellas habían concentrado todos sus esfuerzos
algunos antecedentes radicales, vivían ahora bajo el temor de caer con el propósito de abrir otras para su uso particular. Se había dicho
el día menos pensado en las garras del opresor, por lo que procuraban, en el ministerio de Instrucción pública, que las jóvenes que habían
sobre todo, vivir alejados de los jóvenes, por miedo de verse envueltos recibido la segunda enseñanza en los Institutos destinados á su sexo
con ellos en alguna peligrosa asociación. De este modo, había una zanja no estaban preparadas para los cursos de la Universidad, á lo cual con-
abierta, no sólo entre los «padres s> y los « hijos », como Turguéneff testaron: « Perfectamente; permitidnos abrir clases intermedias prepa-
lo ha descrito en su novela; no sólo entre las dos generaciones, sino ratorias para la Universidad, é imponednos el programa que más os
también entre todos los hombres que pasaban de treinta años y los que agrade; no pedimos subvención alguna del Estado; dadnos sólo el per-
se hallaban en los veinte. La juventud rusa se encontraba, por consi- miso, y lo demás corre de nuestra cuenta ». Pero, como era de esperar,
guiente, en el caso, no sólo de tener que combatir en sus padres á los aquél no se concedió.
defensores de la servidumbre, sino en el de verse abandonados asimismo Entonces organizaron cursos privados y conferencias de salón en
por sus hermanos mayores, que se negaban á secundarles en sus aspi- todos los barrios de la ciudad. Muchos profesores de Universidad, sim-
raciones hacia el socialismo, y hasta temían prestarles ayuda en la con- patizando con el nuevo movimiento, se ofrecieron á dar lecciones sin
tienda á favor de más libertad política. ¿Ha habido jamás en la Historia retribución alguna, y, á pesar de ser pobres, se mostraron en este punto
— me pregunto á mí mismo — una juventud empeñada en lucha titá- intransigentes. Excursiones de ciencias naturales se efectuaban todos
nica con tan formidable enemigo, que se haya visto tan abandonada, los veranos en las inmediaciones de San Petersburgo, bajo la dirección
no sólo de sus padres, sino aun de sus hermanos mayores, á pesar de de catedráticos de la Universidad, en las que el elemento femenino
que esos jóvenes no hubieran cometido más falta que tomar á pecho estaba en mayoría. En los cursos de matronas, obligaban á los profesores
y procurar llevar á la práctica la herencia intelectual de estos mismos á tratar cada materia con mucha más extensión de la exigida en el
padres y hermanos? ¿Se ha empeñado jamás un combate en condiciones programa, ó á abrir cursos adicionales. De todo, hasta de los detalles
más trágicas que éstas? más insignificantes, se aprovechaban para quebrantar la fortaleza y
penetrar en su recinto. Llegaron á ser admitidas en el laboratorio ana-
tómico del viejo Dr. Gruher, y por su admirable trabajo ganaron á su
causa á tan entusiasta anatómico. Si se enteraban de que un profesor
no tenía inconveniente en dejarlas trabajar en su laboratorio los do-
mingos, y de noche los demás días, al momento aceptaban la oferta.
Al fin, no obstante toda la oposición del ministerio, abrieron los Fué ciertamente un gran movimiento, asombroso por su resultado
cursos intermedios, á los que cambiaron únicamente el nombre, dán- y altamente instructivo; sobre todo, á la ilimitada abnegación de una
doles el de clases pedagógicas. ¿A caso era posible prohibir á las futuras agrupación de mujeres de todas clases y condiciones fué á la que se
madres que estudiaran los sistemas de instrucción? Pero como los de debió el éxito obtenido; habiendo ya servido como hermanas de la ca-
enseñar la botánica ó matemáticas no podían darse á conocer en abs- ridad en la guerra de Crimea, de organizadoras de escuelas después,
tracto, éstas, como otras ciencias, fueron introducidas entre el número de asiduas maestras en los pueblos, y como matronas instruidas y ayu-
de conocimientos de los cursos pedagógicos, que vinieron á ser prepa- dantas médicas entre los campesinos. Más adelante fueron, como me-
ratorios para la Universidad. dicas y enfermeras, á los hospitales invadidos por las fiebres durante
Paso á paso, iban las mujeres, de este modo, ensanchando sus cono- la guerra turca de 1878, conquistando la admiración de los jefes militares
cimientos y afirmando sus derechos. En cuanto tuvieron noticias de que y del mismo Alejandro II. Conozco á dos señoras, ambas muy « buscadas »
en cierta Universidad alemana un profesor determinado abría su clase por la policía de Estado, que sirvieron de enfermeras durante la guerra
á algunas de ellas, otras llamaron á su puerta y fueron admitidas. Es- bajo seudónimos, teniendo como garantía pasaportes falsos; una de
tudiaron Derecho é Historia en Iieidelberg, y matemáticas en Berlín; ellas, la más « criminal » de las dos, que había tomado una parte im-
en Zurich más de cien mujeres, jóvenes y adultas, estudiaban en la Uni- portante en mi fuga, fué nombrada encargada de la enfermería en un
versidad y en la escuela Politécnica, ganando allí algo que vale más gran hospital de soldados heridos, en tanto que su amiga estuvo a
que el grado de doctora en Medicina: el aprecio y la estimación de los punto de morir de fiebre tifoidea; en suma: las mujeres acudieron a
catedráticos más ilustrados, quienes lo expresaron públicamente varias cualquier cosa, por humilde que fuera en la escala social, y sin reparar
veces. Cuando fui á esta última ciudad en 1872 y vine á conocer algunas en privaciones, con tal de poder ser de algún modo útiles al pueblo,
de las estudiantas, me quedé admirado al ver á jóvenes, casi niñas, y esto no en corto número, sino por centenares y miles. Ellas conquis-
que seguían un curso en la escuela Politécnica, resolver intricados pro- taron sus derechos en el verdadero sentido de la palabra.
blemas de la teoría del calor, con ayuda del cálculo diferencial, con
Otro rasgo de este movimiento era que en él la sima entre las dos
t a n t a facilidad como si hubieran estudiado años enteros matemáticas.
generaciones — las hermanas mayores y menores — no existía, ó al
Una de las muchachas rusas que estudió dicha asignatura en Berlín,
menos había sido en gran parte cegada. Las que habían sido las inicia-
en la clase de Weierstsars, llamada Sofía Kovaleuski, llegó á conquistar
doras del movimiento desde su origen, jamás rompieron los lazos fra-
tanta fama como matemática, que fué invitada á ocupar una cátedra
ternales que las unían á las demás, aun cuando las mas modernas tu-
en Stokolmo; siendo ella, según creo, la primera mujer en nuestro siglo
vieran ideas más avanzadas que las suyas.
que ha ocupado tal puesto en una Universidad de hombres. Tan joven
era, que en Suecia todos la llamaban por su diminutivo nombre de Sonya. Animadas por sentimientos levantados, aunque se mantuvieron
ajenas á toda agitación política, nunca cometieron el error de olvidar
A pesar del odio que abiertamente profesaba Alejandro I I á las que su verdadera fuerza se encontraba en las masas de las jóvenes, de
mujeres instruidas — cuando encontraba en sus paseos una joven con las cuales un gran número ingresaron finalmente en los circuios radicales
lentes y gorra redonda garibaldina, empezaba á temblar, pensando si ó revolucionarios. Estas directrices eran la corrección misma; en mi
sería una nihilista que venía á molestarlo —, no obstante la encarnizada concepto lo fueron demasiado; pero no cortaron las relaciones que las
oposición de la policía de Estado, que calificaba á todas las que estu- ligaban con aquellas de las más jóvenes que iban por todas partes como
diaban de revolucionarias, y á pesar de los dardos y de las viles acusaciones nihilistas típicas, con el cabello corto, desdeñando el cnnolm, y reve-
que Katkoff lanzaba contra el movimiento en general en casi todos lando su carácter democrático en todos sus. actos. Y aunque las mas
los números de su envenenado periódico, las mujeres consiguieron, en graves no se confundieron con ellas, y algunas veces hubo rozamientos,
las barbas mismas del gobierno, abrir una serie de Institutos de se- jamás las repudiaron tampoco; cosa importante, según creo, en aquellos
gunda enseñanza. Cuando varias de ellas obtuvieron el grado de tiempos de locas y feroces persecuciones. ^
doctoras en el extranjero, obligaron el gobierno ruso en 1872 á que Parecía como si dijeran al elemento joven y mas democrático:
les permitiera abrir ,una academia de Medicina con sólo sus propios « usaremos nuestros trajes de terciopelo y nuestro clásico peinado, porque
recursos, y cuando aquél llamó á las que estaban en Zurich, para evitar tenemos que tratai con necios que dan á las apariencias una importancia
se relacionaran con los refugiados políticos, alcanzaron que las dejara excepcional; pero vosotras, las jóvenes, quedáis en libertad de proceder
establecer en el país cuatro Universidades femeninas, que pronto lle- según vuestros gustos é inclinaciones ». Cuando las que estudiaban en
garon á tener mil alumnas. Parece como increíble, pero es un hecho real, Zurich recibieron orden del gobierno ruso de volver, estas correctas
que, sin embargo de todas las persecuciones por las que la academia de señoras no rompieron con las que se rebelaban, limitándose a decir
Medicina para la mujer tuvo que pasar, y su clausura temporal, haya al gobierno: «¿No os acomoda que estudiemos aquí? Pues bien; abrid
ahora en Rusia más de seiscientas setenta practicando la medicina. Universidades femeninas en el interior; de lo contrario, nuestras hijas
la capital, y éstas habían entrado por la corriente de las reformas, dis-
irán al extranjero en mayor número aún, y claro es que entrarán en cutiendo las madres con sus hijos cuestiones como las de las escuelas
relaciones con los emigrados políticos »>. Cuando se les acusaba de fo- p o p u l a r e s y Universidades para mujeres. Mi padre as miraba con des-
mentar la revolución y eran amenazadas con el cierre de sus academias precio: mi madrastra y mi hermana menor, Paulina, que no había
y Universidades, contestaban: « Sí, es verdad que muchas estudiantas cambiado, hacían cuanto podían por animarlo; pero a su vez se encon-
se hacen revolucionarias; ¿pero acaso es eso motivo para suprimir la traban también molestas en el nuevo ambiente que las rodeaba.
instrucción? » ¡Qué pocos jefes de partidos tienen el valor moral de no Mi padre nunca había sido muy amable y afectuoso con mi her-
renegar del elemento más avanzado de su misma agrupación política! mano Alejandro; pero éste era incapaz de guardarle r e n c o r : cuando entro
_ El secreto real de su acertada y á feliz término conducida actitud, en la habitación del enfermo, llenándola con la mirada profunda y tierna
fue que ninguna de las mujeres que constituyeron el alma del movimiento de sus grandes ojos azules y con una cariñosa sonrisa que revelaba la
era mera feminista, deseando tan sólo una participación en los privilegios bondad de su corazón, procurando informarse de lo que podía hacer
que disfrutaban las clases superiores en la sociedad y en el estado- lejos para que resultara menos penosa la situación, y ejecutándolo conL t a n t a
de eso, las simpatías de la mayoría de ellas eran á favor de las masas naturalidad como si siempre hubiese estado al lado de mi padre és e
Recuerdo la parte tan activa que la señorita Stásova, la más veterana
s e quedaba admirado; contemplándolo sin p o d e r explicarse bien o
de la agitación, tomó en la cuestión de las escuelas domenicales en 1861; que pasaba. Nuestra visita reanimó aquella casa triste y s ° m b i ^ : la
la amistad que ella y sus compañeras contrajeron con las jóvenes tra- asistencia del enfermo se hizo más llevadera; mi madrastra Paulina,
bajadoras de las fábricas; el interés que se tomaron por ellas y el combate TosTriados mismos cobraron más alientos, y mi padre tocó las conse-
que sostuvieron con sus codiciosos patrones. No he olvidado el mejor
deseo que estas mujeres manifestaron en las academias pedagógicas, CUeI1
en las escuelas de los pueblos y en los trabajos de los pocos que, como Había una cosa, sin embargo, que le intrigaba: hubiera querido
el barón Korff, pudieron durante algún tiempo hacer algo en tal di- vernos venir como hijos arrepentidos, implorando su ayuda; pero cuando
rección, y, finalmente, en el carácter social que palpitaba en todo el intentaba dar ese giro á la conversación, nosotros le interrumpíamos
movimiento. Los derechos por que luchaban, t a n t o las que formaban didendo jovialmente: «No os preocupéis de eso; nos arreglamos m u y
a la cabeza como la gran mayoría de las iniciadas, no era sólo el indi- bien»; lo que hacía aumentar más su preocupación E l hubiese esperado
vidual á una instrucción más superior, sino mucho, bastante más, el una eseenl á la antigua; á los hijos pidiendo Y ^
derecho de ser trabajadoras útiles entre el pueblo, entre las masas. De sintió que esto no ocurriera; pero nos miraba con mas carino Al se
ahí el gran éxito que alcanzaron. ' ararnos los tres nos afectamos mucho; él parecía casi como si temiera
volver á su triste soledad, entre el derrumbamiento de " - s i s t e m a que
durante su vida había procurado sostener; pero Alejandro tenia que
VII. volver á su obligación y yo marchar á Finlandia.
Cuando me llamaron de nuevo de allí á casa corrí a Moscou lle-
E n el transcurso de los últimos años, la salud de mi padre habla gando en el momento que empezaba el servicio religioso en l a m sm
ido de mal en peor, y cuando mi hermano Alejandro y yo fuimos á verlo Iglesia roja donde mi padre fué bautizado, y se entonaron las ultimas
en la primavera del 71, nos dijeron los médicos que las primeras heladas plegar i aT por la memoria de su madre. A medida que el cortejo fúnebre
del otoño se lo llevarían. Había seguido viviendo como antes, en el Sta- recorrí a las calles, cuyas casas me eran t a n familiares en mi infancia
raya Konushennaya, pero en torno suyo todo había variado en este noté que " stas habían cambiado poco, sabiendo, sin embargo, que en
barrio aristocrático: los ricos propietarios de siervos, que en un tiempo
todas ellas había empezado un nuevo regimen de vida.
tanto se distinguían allí, y a no existían; después de haber gastado de
E n la casa que a l t e s perteneció á mi abuela paterna, después a
muy mala manera el dinero de la redención, que recibieron al emanci-
la princesa M i r s ¿ y ahora era del general N. - antiguo v e c m o d e b a r r o ,
parse los siervos, y de hipotecar una y otra vez sus estados en los nuevos
l a b i a única de la familia, mantuvo durante un par de anos na -
Bancos territoriales que engordaban á su costa, se retiraron, al fin, al
I r i b l f l u c h a contra sus buenos,pero obstinados P f ^ ' ^ S j ^
campo ó á alguna capital de provincia, para allí sumergirse en el olvido.
mas no querían dejarla estudiar en los cursos de ^
Sus casas fueron ocupadas por «los intrusos » — comerciantes ricos
y grandes industriales —, en t a n t o que, en el seno de casi todas las se había abierto para las señoras, en Moscou: al i5n < ^ > con
antiguas familias que aun permanecían en el barrio de los Viejos Ca- currir á ellos, llevándola en elegante carruaje, bajo l a ^ m e d i a t a ^
ballerizos, una nueva vida luchaba por abrirse camino á través de las lancia de su madre, quien valerosamente pasaba las'
ruinas de la anterior. Un par de generales retirados que maldecían de en los bancos entre las estudiantas, al lado de su querida h i j a , a pesar
todo lo nuevo, y se consolaban anunciando para Rusia una rápida y de lo c u X d o s años después ésta ingresó en el P - ^ o r e ^ l u c i o n a r i o ,
segura caída bajo el actual orden de cosas, ó algún pariente que casual- fué presa, y pasó un año en la fortaleza de San Pedro y San Pablo
mente le visitaba, eran todos los que ahora acompañaban á mi padre. E n la casa opuesta, los despóticos cabezas de famúia, el conde
De todas las muchas familias con quienes estábamos emparentados y la c o n d e s a ! , s e l l a b a n en ardiente lucha ^
sólo en Moscou durante mi juventud, únicamente dos continuaron en estaban cansadas de la monótona é inútil existencia que >us padres
les obligaban á soportar, deseando unirse á aquellas otras jóvenes que, constante presión de los colonos siberianos hacia el Sur, avanzando
libres y contentas, afluían á los cursos de la Universidad. La contienda más en la Manchuria.
duró varios años; los padres no cedían en lo más mínimo, y el resul-
tado fué que la mayor se envenenó, debido á lo cual, se permitió á la *
* *
otra que siguiera sus propias inclinaciones.
En la inmediata, en que mi familia había vivido un año, cuando En aquella época Zurich estaba llena de estudiantes rusos de ambos
entré en ella con Tchaykóusky, para celebrar allí la primera reunión sexos; la famosa Oberstras, cerca de la escuela politécnica, puede decirse
secreta de un círculo que fundamos en Moscou, en el acto reconocí las que era una parte de Rusia, donde se hablaba su lengua mucho mas
habitaciones, en las que por todas partes hallaba recuerdos de mi in- que todas las otras. Los estudiantes vivían, como lo hacen la mayoría
fancia y rastros de una atmósfera tan distinta de la actual. Ahora per- de los de Rusia, en particular las mujeres, con muy poco: pan y te, al-
tenecía á la familia de Natalia Armfeld; esa simpática «confinada » guna leche y un pedacito de carne preparada sobre una lámpara de espí-
de Kará, á quien Jorge Kennan ha descrito con tanta delicadeza en su ritu de vino, entre animadas discusiones sobre las más recientes noticias
libro sobre Siberia. Y en otra casa próxima á aquella en que mi padre del mundo socialista, ó respecto al último libro leído, era su alimento
había muerto, á los pocos meses de tan triste acontecimiento, recibía ordinario. Los que contaban con más recursos que los necesarios para
yo á Stepniak, vestido de campesino, que se había escapado de una vivir de aquella manera, lo daban para la causa común: la biblioteca,
aldea donde fué detenido por propagar ideas socialistas entre los agri- la Revista rusa que se iba á publicar, y la ayuda prestada a la prensa
cultores. obrera del país. En cuanto al vestido, la más estricta economía se ob-
servaba en tal dirección. Pushkin ha escrito en un verso muy conocido:
Tales eran los cambios que el barrio de los Viejos Caballerizos
«¿Qué no sentará bien á los dieciséis años?» Y nuestras jóvenes resi-
había experimentado durante los últimos quince años: la postrer trin-
dentes en Zurich parecían resueltas á lanzar esta interrogación a los
chera de la antigua nobleza era invadida por las nuevas ideas.
habitantes de la antigua ciudad: «¿Puede haber un traje por sencillo
que sea, que no le caiga bien á una joven, cuando, ademas de los pocos
VIII.
años, es inteligente y llena de energía? »
El año siguiente, al empezar la primavera, hice mi primer viaje De este modo, la pequeña y activa comunidad trabajo mucho
á la Europa occidental. Al cruzar la frontera rusa, experimenté lo que más de lo que nunca lo han hecho los estudiantes desde que las Univer-
todo ruso siente al dejar á la madre patria. Mientras que el tren corre sidades existen, y los catedráticos de dicha ciudad no se cansaban jamas
por territorio ruso, á través de las poco pobladas provincias, parece ccmo de mostrar el progreso realizado por las mujeres en la Universidad,
si se caminara por un desierto; centenares de kilómetros están cubiertos á fin de que sirviera de ejemplo á los varones.
de monte bajo que apenas merece el nombre de bosque; aquí y allá,
la vista descubre una pequeña y pobre aldea enterrada entre la nieve,
ó un camino vecinal impracticable, estrecho y cenagoso. De pronto,
todo cambia, tan luego como el tren penetra en Prusia, con sus limpios Durante muchos años había yo anhelado conocer detalladamente
pueblos y granjas, sus huertas y sus buenas carreteras, haciéndose el todo lo que se refería á la Asociación Internacional de Trabajadores;
contraste cada vez mayor, á medida que se penetra en Alemania; hasta los periódicos rusos aludían á ella con frecuencia en sus columnas pero
el triste Berlín parece animado, si se le compara con nuestras ciudades no se les permitía hablar de sus principios ni del trabajo que efectuaba,
rusas. f^j yo presentía que debía ser un movimiento de importancia, lleno de por-
¡Y qué diferencia de clima! Dos días antes había dejado á San venir- pero no podía apreciar bien sus aspiraciones y tendencias y ahora,
Petersburgo densamente cubierto de nieve, y ahora, en el centro de que estaba en Suiza, determiné satisfacer mis deseos.
Alemania, andaba sin sobretodo por los andenes del ferrocarril, en La Asociación se hallaba entonces en la cúspide de su desarrollo.
una atmósfera templada, admirando las plantas que empezaban á flo- Grandes esperanzas se habían despertado en los anos que mediaron
recer. Después vino el Rhin, y más adelante Suiza, bañada por los rayos del 40 al 48 en el corazón de los trabajadores europeos; sólo ahora em-
de un hermoso sol, con sus pequeños y curiosos hoteles, donde se sirvió pezamos á comprender la formidable cantidad de l i t e r a t u r a s o c i a l s t a
el almuerzo al aire libre, á la vista de las montañas cubiertas por la que se puso en circulación en aquellos anos por los partidarios de estas
nieve. Hasta ese momento, jamás me había hecho completamente ideas, de todas las denominaciones, socialistas cristianos socialistas de
cargo de lo que significa la posición Norte de Rusia, y de qué modo su estado, furieristas, sansimonianos, owenistas y otros; y solo actualmente
historia ha sido afectada por el hecho de que sus centros principales comenzamos á apreciar la profundidad de este movimiento, al descu-
hayan tenido que desarrollarse en altas latitudes, tan al Norte como brir hasta qué punto mucho de lo que nuestra generación ^ conside-
las orillas del golfo de Finlandia; sólo entonces pude comprender bien rado como ¿1 producto de un trabajo intelectual contemporáneo estaba
la irresistible atracción que las tierras del Sur han ejercido en los rusos, ya desarrollado y dicho - á menudo con más penetración _ durante
los esfuerzos colosales que han hecho para llegar al mar Negro, y la aquellos años. Los republicanos entendían entonces bajo el nombre de
« república » algo muy distinto de la organización democrática del go-
cía cada vez con más rapidez en Europa; y si el movimiento no se hu-
bierno capitalista que ahora se conoce con ese nombre. Cuando habla-
biera visto detenido en su marcha por la guerra franco-alemana, gran-
ban de los Estados Unidos de Europa, entendían por ello la fraterni-
des cosas hubiesen probablemente sucedido en esta parte del mundo,
dad de los trabajadores, las armas é instrumentos de guerra conver-
modificando en gran manera el aspecto de nuestra civilización, y ace-
tidos en herramientas de trabajo, que deberían ser manejadas por to-
lerando indudablemente el progreso humano. Pero la victoria com-
dos los miembros de la sociedad en beneficio de la masa entera; « el
pleta de los alemanes trajo condiciones anormales; detuvo por un cuarto
hierro vuelve al trabajador », como decía Pierre Dupont en uno de sus
de siglo el desarrollo regular de Francia, y arrojó á toda Europa en
cantos. No sólo significaban tales ideas el reinado de la igualdad en lo
referente al derecho penal y político, sino en particular la igualdad un período de militarismo en el que aun vivimos en la época actual.
económica también.. Los mismos nacionalistas vieron en sus ensueños
•
á la Joven Italia, á la Joven Alemania y á la Joven Hungría tomar * *
la iniciativa en radicales reformas agrarias y económicas.
La derrota de la insurrección de Junio en París, la de Hungría por Soluciones'parciales de todas clases de la gran cuestión social, cir-
los ejércitos de Nicolás I, y la de Italia por los franceses y austriacos, culaban profusamente entre los trabajadores: cooperación, asociacio-
y la espantosa reacción política é intelectual que siguió por todas par- nes de producción sostenidas por el estado, Bancos populares, crédito
tes en Europa, destruyó totalmente aquel movimiento; su literatura, gratuito, y otras cosas de la misma índole. Cada una de estas solucio-
sus obras, sus mismos principios de revolución económica y fraternidad nes era presentada, primero á las secciones de la Asociación, y después
universal, fueron completamente olvidados, perdidos, durantelos veinte á las asambleas de las federaciones locales, comarcales, nacionales, e
años posteriores. internacionales, donde se discutían apasionadamente. Cada congreso
anual de la Asociación, marcaba un nuevo paso hacia adelante en el
Sin embargo, una idea ha sobrevivido; la de una hermandad inter- desenvolvimiento de ideas relativas al gran problema social, que se le-
nacional de todos los trabajadores que unos pocos emigrados france- vanta ante nuestra generación pidiendo ser solucionado. La cantidad
ses continuaron propagando en los Estados Unidos, y los partidarios de cosas inteligentes que .se dijeron en esas asambleas y congresos, y
de Roberto Owen en Inglaterra. La inteligencia á que se llegó por algu- las ideas científicamente correctas y profundamente pensadas que en
nos trabajadores ingleses y unos cuantos franceses que fueron como ellos circularon — todo obra del trabajo intelectual colectivo de los tra-
delegados á la Exposición internacional de Londres de 1862, vino á ser bajadores — aun no ha sido lo bastante apreciado; pero no hay exaje-
el punto de partida de un formidable movimiento, que pronto se espar- ración en decir que todos los proyectos de reconstrucción social que
ció por toda Europa, incluyendo varios millones de trabajadores. Las están ahora en boga, bajo el nombre de « socialismo científico », ó « anar-
esperanzas que habían estado adormecidas durante veinte años, se des- quismo », tuvieron su origen en las discusiones y memorias de los di-
pertaron una vez más, cuando se llamó á los trabajadores á que se unie- ferentes congresos de la Internacional. Los pocos hombres instruidos
ran, « sin distinción de creencias, sexo, nacionalidad, raza ó color ¡>, que se unieron al movimento, no hicieron más que dar forma practica
para proclamar que « la emancipación de los trabajadores debe ser obra á los juicios y aspiraciones que se habían expresado e n l a s secciones,
de los mismos », y echar el peso de una fuerte y unida organización y posteriormente en los congresos, por los mismos trabajadores.
internacional en la evolución del género humano; no en nombre del
amor y la caridad, sino en el de la justicia, en el de la fuerza que re- La guerra del 70 al 71 había entorpecido el desarrollo de la Asocia-
presenta una agrupación de hombres impulsados por un conocimiento ción pero no lo detuvo: en todos los centros industriales de Suiza exis-
razonado de sus propias aspiraciones y deseos. tían'secciones de la Internacional, numerosas y animadas y miles de
trabajadores acudían á sus mitins, en los que se declaraba la guerra
Dos huelgas ocurridas en París el 68 y el 69, más ó menos soste- al actual sistema de propiedad privada de la tierra y las fabricas, pro-
nidas con pequeños auxilios enviados del exterior, especialmente de clamándose el próximo fin del sistema capitalista Se celebraron congre-
Inglaterra, aunque en el fondo eran insignificantes, y las persecuciones sos regionales en varios puntos del país, y en todos ellos fueron discu-
que el gobierno imperial francés dirigió contra la Internacional, vinieron tidos los más arduos y difíciles problemas de la presente organización
á ser el origen de un movimiento inmenso, en el cual se proclamó la social, con tal conocimiento de causa y tanta profundidad de ideas
solidajiedad de los trabajadores de todas las naciones, frente á las riva- que alarmaron á la clase media más aún de lo que lo había hecho el nu-
lidades de los estados: la idea de la unión internacional de todos los mero de adherentes que formaban las secciones o grupos de la Inter-
oficios, y de la lucha contra el capital, con ayuda del auxilio interna- nacional. Las rivalidades y prevenciones que hasta entonces habían
cional, arrastraba en pos de sí hasta á los más indiferentes. El movi- existido en Suiza entre los oficios privilegiados (relojeros y plateros) y
miento se extendió como un reguero de pólvora en Francia, Italia y los comunes (tejedores y otros) que fueron motivo á impedir una ac-
España, sacando á luz un gran número de trabajadores inteligentes, ción común en las luchas entre el capital y el trabajo, iban desapareciendo.
activos y abnegados, y atrayendo hacia sí algunos hombres y mujeres, Los trabajadores afirmaban, cada vez con más insistencia y mayor con-
decididamente superiores, procedentes de las clases más cultas y aco- vencimiento, que de todas las divisiones existentes en la moderna socie-
modadas. Una fuerza, cuya existencia jamás se había sospechado, cre- dad, la más importante es la que separa á los dueños del capital, de
donde pelearon los suizos por su independencia, y las altas torres de la
aquellos que vienen al mundo sin recursos, viéndose condenados á no
ser mas que productores de una riqueza que sólo disfrutan los menos. antigua ciudad, teatro de tantas luchas religiosas.
Italia, especialmente el centro y Norte de la misma, estaba sem- La literatura socialista nunca ha sido rica en libros; dedicada á
brada de grupos y secciones de la Internacional, en los cuales la uni- los trabajadores, para quienes la moneda de cobre es dinero, su fuerzai
dad italiana, por la que tanto se había combatido, era calificada de mera principal estriba en sus pequeños folletos y sus periódicos. Además, el
ilusión. Se llamaba á los trabajadores á que hicieran la revolución en que busca alguna información en los libros respecto á socialismo, encuen-
provecho propio, á tomar la tierra para los campesinos y las fábricas tra en ellos poco de lo que más necesita. Es verdad que contienen las
para los obreros, aboliendo al mismo tiempo la opresiva y centralizada teorías de los argumentos científicos en favor de las aspiraciones socia-
organización del estado, cuya misión histórica fué siempre proteger listas, pero no dan idea de cómo las aceptan los trabajadores ni de que
y mantener la explotación del hombre por el hombre. modo podrían llevarse á la práctica. No queda otro recurso que tomar
colecciones de periódicos y leerlos por completo, lo mismo las noticias
E n España, una organización semejante se extendía por Cataluña,
que los artículos de fondo, más aún, si cabe, las primeras que los últi-
Valencia y Andalucía, ayudada y sostenida por las potentes uniones
mos. Un mundo completamente nuevo de relaciones sociales y modos
de oficios de Barcelona, que ya habían introducido la jornada de ocho
de pensar y de proceder se revela por estas lecturas, que permiten ver
horas en los pertenecientes á la construcción de edificios. No bajaban
el fondo de lo que no puede hallarse en otra parte, esto es, la profundi-
de ochenta mil los miembros de la Internacional que cotizaban regu-
dad y la fuerza moral del movimiento, el grado en que están los hom-
larmente en el país, comprendiendo entre ellos el elemento activo é in-
bres imbuidos en las nuevas teorías, y su disposición para obrar de con-
teligente de la población, que al negarse á tomar parte en las intrigas
formidad y sacrificarse por ellas. Toda discusión respecto á la imprac-
políticas durante los años 71 y 72, había conquistado en alto grado
ticabilidad del socialismo y la necesaria lentitud de la evolucion, son
las simpatías de las masas. Los trabajos de sus congresos comarcales
de poco valor, porque la velocidad de ésta sólo puede ser juzgada por
y nacionales, y los manifiestos que publicaron eran modelos de lógica
medio de un profundo conocimiento del ser humano, de cuyo desen-
y severa crítica de lo existente, así como una exposición admirable-
volvimiento nos venimos ocupando. ¿Pero cómo se puede apreciar una
mente luminosa de los ideales del proletariado.
suma sin cojiocer sus componentes?
E n Bélgica, Holanda y aun en Portugal, el mismo movimiento se
generalizaba, habiendo ya atraído al seno de la asociación el mayor Mientras más leía, más me hacía cargo de que tenía ante mis ojos
número y los mejores elementos de los mineros de carbón y tejedores un mundo nuevo, desconocido para mí, y totalmente también para los
belgas. E n Inglaterra, las uniones de oficios, á pesar de sus tendencias fundadores de teorías socialistas, mundo que sólo podía conocer vi-
conservadoras, se habían asociado también al movimiento, al menos viendo en la Asociación de los Trabajadores y estando en constante
en principio, y sin declararse francamente á favor del socialismo, se contacto con ellos, por cuya razón decidí hacer esa clase de vida un
hallaban dispuestas á sostener á sus hermanos del continente en su par de meses; mis amigos rusos me animaron, y á los pocos días de
lucha contra el capital; sobre todo en las huelgas. En Alemania, los so- estancia en Zurich marché á Ginebra, que entonces era un gran centro
cialistas habían concertado la unión con los numerosos partidarios de del movimiento internacional.
Lassalle, fundándose así las bases de un partido socialista democrático:
Austria y Hungría seguían igual sendero; y á pesar de no ser entonces
posible en Francia ninguna organización internacional, tras la derrota
de la Commune y la reacción que vino después (habiéndose promulgado El lugar donde las secciones de dicha ciudad acostumbraban a reu-
leyes draconianas contra los partidarios de la Asociación), todo el mundo nirse, era el espacioso Templo Masónico; más de dos mil hombres po-
estaba, sin embargo, persuadido de que tal período de represión no dían reunirse en su gran salón en las asambleas generales, en tanto
sería duradero, y pronto podría Francia volver á ingresar en el movi- que todas las noches las secciones de todos los oficios y los comités de
miento general y ocupar en él un lugar prominente. las mismas celebraban sus sesiones en las salas laterales, en las que
también se daban clases de historia, física, mecánica y otras materias.
Cuando vine á Zurich, entré en una de las secciones de la Asocia- Allí se proporcionaba enseñanza libre á los trabajadores por los hom-
ción Internacional de Trabajadores, preguntando á mis amigos rusos
bres de la clase media, pocos, muy pocos en verdad, que se habían unido
dónde podría informarme más detalladamente respecto al gran rena-
al movimiento, y cuya mayoría estaba compuesta de emigrados france-
cimiento que se operaba en otros países. « Lee », fué su contestación,
y mi cuñada, que estaba entonces estudiando allí, me dió un gran nú- ses procedentes de la Commune. Aquello era una Universidad popular,
mero de libros, y colecciones de periódicos que comprendían los dos al mismo tiempo que un foro del pueblo.
últimos años; á su lectura dediqué los días y las noches, recibiendo Uno de los jefes principales del movimiento en el Templo referido,
una impresión tan profunda, que no hay nada que pueda borrar; ha- era un ruso llamado Nicolás Ootin, hombre vivo, inteligente y activo;
llándose asociado en mi mente el despertar de un torrente de nuevas pero el alma de todo era una señora rusa, en extremo simpática, a quien
ideas, con el recuerdo de un cuartito limpio y aseado en el Oberstrass, todos los trabajadores conocían con el nombre de Madama Olga, que
desde cuya ventana se veía el lago azul, y en el fondo las montañas era la que animaba la sociedad é influía en todas sus determinaciones.
Ambos me recibieron cordialmente, me pusieron en contacto con los una carga en los pobres ingresos del trabajador europeo, y son muchos
hombres más notables de cada sección de oficio, y me invitaron á pre- los que hay que desembolsar cada semana: la frecuente asistencia a los
senciar las reuniones de éstas. Así lo hice, pero prefería estar solo con mitins representa también un sacrificio, pues si para nosotros puede
los trabajadores mismos: tomando un vaso de vino áspero en una de ser un placer el pasar allí un par de horas, para aquellos cuya jornada
las mesas del salón, acostumbraba á sentarme allí todas las noches de trabajo empieza á las cinco ó las seis de la mañana, esas horas hay
entre los obreros, y pronto entablé amistad con varios de ellos, espe-
cialmente' con un cantero de Alsacia, que había abandonado á Fran- nue robarlas al descanso del día.
cia después de la insurrección de la Commune. Este tenía hijos, próxi- En esta abnegación del obrero encontré el mayor de los reproches:
mamente de la misma edad de los dos que mi hermano había perdido vi lo ávido de instrucción que está aquél, y que pocos son, desgracia-
tan repentinamente algunos meses antes, y por la mediación de aqué- damente, los que se hallan dispuestos á dársela; comprendí la necesi-
llos me puse fácilmente en relaciones con la familia y sus amigos; pudiendo dad que tienen las masas trabajadoras de ser ayudadas por hombres
de este modo seguir la agitación desde su mismo fondo, y conocer la instruidos y que puedan disponer del tiempo necesario, en sus esfuer-
manera de apreciarla de los trabajadores. Eos para extender y desarrollar la organización. ¡Pero que pocos eran
los que acudían á prestar su concurso, sin la intención de sacar partido
Estos habían fundado todas sus esperanzas en el movimiento in- de esta misma impotencia del pueblol Cada vez fui más y mas cono-
ternacional; obreros de todas las edades concurrían al local mencionado, ciendo que debía hacer causa común con los desheredados. Dice btep-
después de su larga jornada de trabajo, á recoger la poca instrucción niak en su Carrera de un nihilista, que todo revolucionario tiene cierto
que podían allí adquirir, ó á escuchar á los oradores, que les prome- momento en su vida en que un acontecimiento, por insignificante que
tían un gran porvenir, basado en la posesión en común de todo lo que sea lo ha hecho dedicarse por entero á la causa de la revolución. Conozco
el hombre necesita para la producción de la riqueza, y en la fraternidad ese momento; me he encontrado en él después de una de las asambleas
de todos los hombres, sin distinción de casta, raza ó nacionalidad. To- en el Templo Masónico, en cuyo instante sentí con mayor intensidad
dos confiaban que una gran revolución social, fuera ó no pacífica, ven- que nunca la dolorosa impresión causada por la cobardía de los hombres
dría pronto á cambiar totalmente las condiciones económicas; ninguno cultos, que vacilan en poner sus conocimientos, su ilustración y su
deseaba la guerra de clases; pero todos decían que, si los privilegiados energía al servicio de aquellos que con t a n t a necesidad la reclaman.
la hacían inevitable, á causa de su ciega obstinación, tendría que darse < Aquí hay hombres — me decía yo á mí mismo - que tienen concien-
la batalla, con tal de que trajera el bien y la libertad para las explo- cia de su esclavitud, y que trabajan por libertarse de ella; ¿ pero quien
tadas masas. les ayuda? ¿Dónde están los que han de venir á servir a las masas y no
Se necesita haber vivido entre los trabajadores en aquella época á utilizarlas en su provecho? »
para formarse idea del efecto que el rápido desarrollo de la Asociación & Gradualmente, sin embargo, la duda empezó a surgir en mi mente
produjo en sus imaginaciones, la confianza que en ella depositaron, respecto á la importancia de la agitación fomentada en el local refe-
el amor con que hablaban de la misma y los sacrificios que hicieron rido. Una noche, un abogado muy conocido de Ginebra, el Sr. A , vino
en su obsequio. Todos los días, semana tras semana y año tras año, mi- á la asamblea, manifestando que si hasta entonces no había entrado
les de trabajadores daban su tiempo y su dinero, aun pasando necesi- á formar parte de la Asociación, era por tener que arreglar antes sus
dades, con objeto de sostener la vida de cada grupo, ayudar á la publi- asuntos particulares; pero que, una vez esto terminado, venia a ingresar
cación del periódico, atender á los gastos del congreso y prestar auxi- en el movimiento popular. Tan cínica declaración me produjo un efecto
lio al compañero que sufría por causa de la organización, no faltando deplorable, y cuando se lo comuniqué á mi amigo el cantero, el me ex-
jamás á los mitins y manifestaciones. Otra cosa que me impresionó plicó que, habiendo sido derrotado este caballero en las pasadas elec-
profundamente fué la influencia que ejerció la Internacional en la ele- ciones, en las que esperaba ser sostenido por el partido radical con-
vación de los caracteres: la mayoría de los internacionales casi apenas fiaba triunfar ahora, gracias al voto de los trabajadores. «Aceptamos
probaban la bebida, y todos habían renunciado al tabaco. «¿A qué he los servicios de esas gentes por el momento - dijo en conclusión m
de mantener, decían, esa debilidad? » Y lo ruin y trivial desaparecía amigo - ; pero cuando venga la revolución los arrojaremos todos al
para dejar el paso franco á las grandes y elevadas inspiraciones.
a6U
T.os extraños nunca comprendían los sacrificios que llevaban á Tras esto, se celebró un gran mitin, convocado precipitadamente,
cabo los trabajadores á fin de sostener viva la agitación. No era poco para protestar, según se dijo, contra « las calumnias » del Journal de
el valor moral que se necesitaba para ingresar públicamente en una Genéve, por haberse atrevido á decir este órgano de las clases conser-
sección de la Internacional, desafiando el descontento del patrón y expo- vadoras- que algo se tramaba en el Templo Masónico preparándose
niéndose á ser despedido á la primera oportunidad; sufriendo después los constructores de edificios á hacer otra huelga general como la r e a l -
largos meses sin trabajo, como ocurre con frecuencia. Aun bajo las zada en el 69. La asamblea, presidida por los jefes, fue numerosa; a ella
más favorables condiciones posibles, el pertenecer á una unión de ofi- concurrieron miles de trabajadores, y Ootin pidió aprobaran una pro-
cio ó á cualquier partido avanzado, exige una serie de no interrumpidos posición, cuyos términos me parecieron bien extraños; en ella se hacia
sufrimientos. Hasta los céntimos dados para la causa común imponen constar una protesta de indignación contra la suposición inofensiva
PEDRO K R O P O T K I N E
rección que todo lo demás; pero qué misterioso aparece. Yo había pre- Ya sea de un modo ú otro, estas gentes siempre se dan á conocer.
venido á un amigo ruso mi llegada; mas aquella mañana la niebla era Estando en Londres, en el 81, recibimos una mañana brumosa la visita
muy densa y él se quedó dormido. Lo estuvimos esperando media hora, de dos rusos; conocía á uno de ellos de nombre, pero no al otro, á quien
y después, dejando allí nuestras maletas, nos dirigimos en carruaje éste recomendaba como su amigo. Y según dijeron, el último se había
á su domicilio. ofrecido á acompañar al primero á una visita de varios días á Londres.
a En la referida casa permanecieron con las cortinas echadas hasta Como su introductor había sido un amigo, no me inspiró la menor sos-
las dos de la tarde, á cuya hora salió un hombre alto, que volvió una pecha; pero como estaba muy ocupado aquel día, encargué á un amigo
hora después con el equipaje •>. Hasta la observación respecto á las cor- que vivía allí cerca que les tomara habitaciones y los acompañara á ver
tinas era correcta; tuvimos que encender el gas á causa de la niebla, Londres. Y como mi mujer no había visto tampcco la capital, fué con
y corrimos aquéllas para librarnos del desagradable espectáculo que ofre- ellos; mas al volver á la noche, me dijo: « Ese hombre no me gusta nada;
cía una callejuela de Islington invadida por la neblina. mucho oj o con él ». « ¿ Pero por qué ? ¿ Qué ha ocurrido ? >> — le pregunté —.
« Nada, absolutamente nada — me replicó —; pero por el modo de tratar
Cuando estaba trabajando con Elíseo Reclus en Clarens, acostum- al camarero en el café y en la manera de andar con el dinero, vi, desde
braba á ir á Ginebra á presenciar la tirada de Le Révollé, y un día, al luego, que no era de los nuestros, y no siéndolo, ¿á qué viene en busca
llegar á la imprenta, me dijeron que un caballero ruso deseaba hablarme. nuestra? » Creyendo tanto en lo justo de sus sospechas, que, sin dejar
Ya lo había hecho con mis amigos, y les indicó que venía con propósito de cumplir sus deberes en cuanto á la hospitalidad, se manejó de tal
de inducirme á publicar en Rusia un periódico de la índole del nuestro, modo que no lo dejó solo en mi estudio ni una vez siquiera. En nuestra
ofreciendo para tal fin todo el dinero necesario. Fui á encontrarlo en un conversación con él se mostró á tan bajo nivel moral, que hasta aver-
café,' donde me dió un apellido alemán: el de Tohnlehm, diciéndome gonzó á su compañero, y al pedir más antecedentes suyos, la explicación
que era natural de las provincias del Báltico, jactándose de poseer una que dieron ambos no tuvo nada de satisfactoria. Lo que dió lugar á
gran fortuna invertida en ciertos estados y empresas industriales, ha- que los dos estuviéramos en guardia; por último, á los dos días se fueron
llándose muy disgustado con el gobierno ruso por su proyecto de rusia- de Londres, y quince días después recibí carta de mi amigo, llena de
nización. La impresión que en general me produjo fué, hasta cierto punto, excusas por haber presentado á un joven que, según había descubierto
indeterminada; así que, mis amigos insistían en que aceptara su ofreci- en París, era un espía al servicio de la embajada rusa. Esto me hizo
miento; pero su aspecto, sin embargo, dejaba algo que desear. fijar la vista en una lista de agentes de la policía secreta rusa que pres-
Del café me llevó á sus habitaciones del hotel, donde empezó á mos- taban servicio en Francia y Suiza, que nosotros los emigrados habíamos
trar menos reserva y aparecer tal como era, y, por consiguiente, más recibido del Comité Ejecutivo, que tiene ramificaciones en todo San
repulsivo. « No pongáis en duda mi fortuna — me dijo —; tengo además Petersburgo, y hallé en ella el nombre del joven sólo con una letra al-
un invento de importancia, del que pienso sacar patente y hacer que me terada.
produzca una suma respetable, dedicándolo todo á la causa de la revo-
lución en Rusia >>. Enseñándome, con gran sorpresa mía, un candelero El lanzar un periódico subvencionado por la policía, con un agente
que sólo se distinguía por lo feo, y cuya originalidad consistía en tener de ésta á su frente, es un antiguo plan, al que recurrió el prefecto de
tres pedacitos de alambre destinados á recibir la vela. Ni la mujer más policía de París, Andrieux, en el 81. Estaba yo pasando unos días en casa
pobre habría encontrado el invento útil, y aun cuando se hubiera regis- de Reclus, en la sierra, cuando recibimos una carta de un francés, ó
trado, ningún industrial hubiese dado por la patente más de cincuenta mejor dicho un belga, en la que nos anunciaba que iba á publicar un
pesetas. « Un hombre rico, pensé, no es posible espere nada de semejante periódico anarquista en París, y pedía nuestra colaboración.
mamarracho; al hacerlo, indica claramente que no ha visto nada mejor, La carta, en la que rebosaba la adulación, nos produjo una desfa-
lo que me hace creer que no existían tales carneros, é indudablemente vorable impresión, y además Reclus tenía un vago recuerdo de haber
no tenía de rico más que el nombre; no siendo suyo el dinero que ofrecía t>. oído el nombre del autor mezclado en un asunto poco edificante. Deci-
Por lo que decidí hablarle de la siguiente manera: « Perfectamente; dimos, pues, negarnos á ello, y yo escribí' á un amigo de París, encar-
si t a n t o deseáis tener un periódico revolucionario ruso y habéis formado gándole que se enterara de dónde procedía el dinero destinado á tal
de mí la favorable opinión que habéis expresado, tenéis que depositar empresa, porque pudiera ser de los orleanistas, á cuyo recurso habían
vuestro dinero en un banco, á mi nombre y á mi entera disposición. apelado éstos en otras ocasiones, razón por la cual deseábamos conocer
Pero os prevengo que no tendréis en él intervención alguna ». « Desde su origen. Y el amigo referido, procediendo con una rectitud de obrero,
luego, así se hará — dijo él —; mas podré verlo, daros mi opinión sobre leyó dicha carta en un mitin, en presencia del mismo interesado, quien
su marcha y ayudaros á introducirlo de contrabando en R u s i a « No pretendió agraviarse, por lo que tuve que escribir otras varias sobre el
— repliqué —, nada de eso; no necesitaréis verme para nada s>. Mis mismo tema, pero en todas ellas permanecí aferrado á esta idea: « Si el
amigos se figuraron que yo había estado muy duro con el tal sujeto; hombre es de buena fe, debe mostrarnos la fuente del dinero ».
pero algún tiempo después de eso se recibió una carta de S. Petersburgo,
previniéndonos que recibiríamos la visita de un espía de la Sección
Tercera, llamado Tohnlehm. El candelero nos fué, pues, de alguna
utilidad.
Y eso fué lo que hizo al fin de cuentas. Acosado por tanta cuestión, de la nota, resultaba aún peor que la dirección. Contra todas las reglas
dijo que el dinero procedía de su tía, una señora rica, de opiniones re- gramaticales y careciendo de sentido común, el « barón » escribía sobre
trógradas que, dominada, sin embargo, por el deseo de tener un perió- una comunicación misteriosa que tenía que hacer. Y como ella se negara
dico, lo había proporcionado. La señora no se hallaba en París sino en rotundamente á recibir el autor de tal epístola y su intérprete, el primero
Londres, y como insistiéramos, no obstante, en tener sus señas, las ob- le escribió un sin fin de cartas, que ella devolvía sin abrirlas.
tuvimos por último, y nuestro amigo Malatesta se ofreció á ir á verla, La aldea se dividió pronto en dos bandos: uno colocándose al lado
lo que efectuó acompañado de un amigo italiano que tenía algunas rela- del barón y dirigido por la patrona, y el otro en contra suya y teniendo
ciones en el comercio de muebles de segunda mano. La hallaron vi- por jefe á su marido. Con tal motivo, se f o r j ó una verdadera novela:
viendo en un piso bajo, y mientras Malatesta hablaba con ella, estando el barón había conocido á mi mujer antes de su casamiento, habiendo
cada vez más convencido de que todo era una comedia, el otro, fiján- bailado con ella muchas veces en la embajada rusa en Viena. El la amaba
dose en el mobiliario, descubrió que éste había sido alquilado el día antes, todavía, pero ella, insensible y cruel, no quiso permitir ni que la viera
probablemente en un almacén próximo, pues el membrete del negociante antes de emprender su peligrosa expedición.
aún estaba pegado en las sillas y mesas. Esto no era una prueba conclu- Después de esto vino la misteriosa historia de un hijo, que se decía
yente, pero, sin embargo, vino á aumentar nuestras sospechas, negándome ocultábamos nosotros. « ¿Dónde está el niño? — preguntaba el barón —.
yo en absoluto á tener nada que ver con la publicación. Tienen un hijo que á esta fecha debe tener seis años; ¿qué ha sido de él? s>
La cual era de una violencia exagerada: incendios, asesinatos y <. Ella no se separaría de un hijo si lo tuviera », decían los de un partido.
bombas de dinamita, era todo de lo que se ocupaba. Cuando fui al con- « Sí, lo tienen, pero lo ocultan », agregaban los del contrario.
greso de Londres encontré dicho individuo, y desde el momento que vi Para nosotros esta disputa contenía una revelación muy intere-
no se lavaba la cara, oí algo de su conversación y me hice cargo de la sante. Nos demostraba que mis cartas, no sólo eran leídas por los em-
clase de mujer que lo acompañaba,mi opinión respecto á él quedó formada. pleados de la prisión, sino que su contenido llegaba también á cono-
Durante el congreso presentó una serie de proposiciones espeluznantes, cimiento de la embajada rusa. Estando yo en Lyon y habiendo ido
y todos se mantuvieron alejados de él. Después, cuando insistió en que ella á ver á Elíseo Reclus en Suiza, me escribió una vez diciendo que
le dieran las direcciones de todos los anarquistas del mundo, la negativa « nuestro niño» iba muy bien; tenía una salud excelente, y todos habían
no pudo ser más significativa. pasado un rato agradable en el quinto aniversario de su nacimiento.
Yo sabía que se refería á Le Révolté, al que acostumbrábamos á llamar
Para abreviar, diré que á los dos meses fué desenmascarado, suspen-
en nuestras conversaciones «nuestro gamin», nuestro niño traviesoi
diéndose el periódico al día siguiente para no aparecer más. Dos años
Mas ahora que estos caballeros preguntaban por « nuestro hijo •> y hasta
después de esto, el prefecto de policía, Andrieux, publicaba sus memorias,
designaban tan correctamente su edad, era evidente que la carta había
en cuyo libro aludía al periódico referido, que había sido obra suya,
pasado por más manos que las del director de la prisión, lo cual era
así como las explosiones que sus agentes habían organizado en París,
conveniente saber.
colocando latas de sardinas, llenas de cualquier cosa, bajo la estatua de
Thierí , Nada pasa inadvertido para la gente de una aldea, y el barón se
hizo pronto sospechoso; escribió una nueva carta á mi mujer, más ex-
tensa aún que las anteriores. E n ella pedía que le perdonara por haber
pretendido presentarse como un antiguo amigo; declaraba que nunca
Sobre este particular podría escribir varios capítulos; pero no haré se habían conocido, y, sin embargo, se hallaba animado de las mejores
más que contar una nueva historia referente á dos aventureros en Clair- intenciones. Tenía que comunicarle algo importante; mi vida estaba en
vaux. peligro y quería prevenirla.
Mi mujer paraba en la única posada de la aldea que se había formado El barón y su secretario salieron á dar una vuelta por el campo,
á la sombra de los muros de la prisión. Un día la patrona entró en su para tratar de esto sin testigos y ponerse de acuerdo sobre el contenido
habitación con un mensaje de dos caballeros que habían llegado al hotel de la mencionada misiva; pero el guarda bosque, que los había visto,
y querían ver á mi esposa. Dicha mujer intercedió con toda su elocuencia los siguió á cierta distancia, observando que, después de una disputa,
en su favor. « ¡Oh!, conozco bien el mundo — dijo ella —, y puedo ase- se rompió la carta, tirando los pedazos al suelo. Entonces esperó aquél
guraros, señora, que son dos cumplidos caballeros. No es posible hallar á que se fueran, recogió los fragmentos, los colocó en su lugar y pudo
nada más comme-il-faut. Uno de ellos se dice oficial alemán; con segu- leerla. Una hora después toda la aldea sabía que el barón jamás había
ridad es un barón ó un milord, y el otro, su intérprete. Ellos os conocen conocido á mi mujer, desbaratándose completamente la novela que tan
perfectamente: el barón va ahora á Africa, de donde tal vez no vuelva sentimentalmente repetían los partidarios del barón.
más, y desea veros antes de partir >>. « ¡Ah!, entonces no son lo que pretenden — dijo á su vez el cabo
Mi esposa miró la tarjeta de visita, en la que se leía: A tnadatne de la gendarmería —; «deben ser espías alemanes »; y los arrestó.
la « Principesse » Kropotkine. Quavd á voir?, y no necesitó más comen- H a y que decir en su favor que verdaderamente había estado un
tarios respecto á la cultura de los dos caballeros. En cuanto al contenido espía alemán en Clairvaux poco antes. En tiempo de guerra, el vasto
edificio de la prisión podría muy bien servir como depósitos de provi-
siones ó cuarteles para el ejército, y es indudable que el Estado Mayor XV.
alemán tenía interés en conocer la capacidad interna del local. Para
conseguirlo, vino á la aldea un fotógrafo ambulante y jovial, que con- Peticiones en favor de nuestra libertad aparecían continuamente,
quistó la amistad de todos fotografiándolos de balde, siendo admitido lo mismo en la prensa que en la Cámara de los Diputados — con tanto
para que sacara vistas, no sólo del interior del patio, sino también de más motivo, cuanto que en igual época en que nosotros fuimos conde-
los dormitorios, después de lo cual se trasladó á otra población de la nados lo fué también Luisa Michel, ¡por .robo! —; Luisa, que siempre
frontera del Este, donde fué preso por las autoridades francesas, por da literalmente su último manto ó abrigo á la mujer que lo necesita,
haber encontrado en su poder documentos militares comprometedores. y á quien nadie pudo obligar á comer mejor que sus compañeros de prisión,
Y como el cabo recordaba lo ocurrido, vino á creer que el barón y su porque siempre daba á éstos lo que le mandaban á ella, fué condenada
acompañante eran espías también, y los llevó presos al pueblecito de en unión de otro compañero, Pouget, á nueve años de prisión por robo
Bar-sur-Aube; pero á la mañana siguiente fueron puestos en libertad, «n despoblado. Esto resulta odioso hasta para los oportunistas de la
manifestando el diario de la localidad que no eran espías alemanes, clase media.
sino « personas comisionadas por otra potencia más amiga ». Un día, iba ella á la cabeza de una manifestación de los parados,
Lo que dió lugar á que la opinión pública le volviera la espalda y entrando en una panadería, tomó varios panes y los distribuyó entre
al barón y su secretario, á quien le aguardaban nuevas aventuras. Una los hambrientos; este era su crimen. Así, pues, la libertad de los anar-
vez en libertad, entraron en un pequeño café del pueblo, donde desa- quistas vino á ser un grito de guerra contra el gobierno, y en el otoño
hogaron mutuamente su pecho en alemán, como buenos amigos, mientras del 85, todos mis compañeros, menos tres, fueron puestos en libertad
vaciaban una botella de vino. por un decreto del presidente Grévy, después de lo cual las voces de-
« Estuvisteis estúpido y cobarde — el que hacía de interprete dijo mandando la libertad de ella y la mía se elevaron más aún. Alejandro III,
al que pasaba por barón —; si me hubiera encontrado en vuestro lugar, sin embargo, era contrario á tal medida, y en una ocasión el primer mi-
le hubiera pegado un tiro á ese juez de instrucción con este revólver. nistro, M. Freycinet, contestando una interpelación de la Cámara, dijo
Que intente conmigo algo semejante, y verá si le alojo una bala en la que «dificultades diplomáticas ofrecían obstáculos á la liberación de
cabeza >>, y otras cosas por el estilo. Kropotkin ». Palabras bien extrañas, por cierto, en boca del primer
Un viajante de comercio, que estaba sentado tranquilamente en ministro de un país independiente; pero otras peores se han oído desde
un rincón de la sala, corrió en el acto á casa del comandante del puesto entonces, con relación á esa desgraciada alianza de Francia con la Rusia
de gendarmes á dar cuenta de la conversación que había oído, y éste imperial.
dió inmediatamente parte del hecho á sus superiores, volviendo á arrestar A mediados de Enero del 86, tanto Luisa Michel y Pouget, como los
al secretario, que era un farmacéutico de Strasburgo. Se le hizo compa- cuatro de nosotros que quedábamos en Clairvaux, fuimos puestos en
recer ante el tribunal de policía, en la referida población de Bar-sur- libertad.
Aube, y le salió un mes de cárcel, «por amenazas pronunciadas contra Esta significaba también la de mi mujer, cuya prisión voluntaria
un magistrado en sitio público ». Más adelante, el barón se vió metido en la aldea, á las puertas mismas del penal, había empezado á alterar
en otro lío, y la aldea no recobró su tranquilidad hasta que se marcharon su salud, por lo que nos trasladamos á París para pasar unas semanas
los dos extranjeros. con nuestro amigo Elias Reclus, escritor profundo en antropología, á
quien fuera de Francia confunden á menudo con su hermano Elíseo,
el geógrafo. Una estrecha amistad ha unido á los dos hermanos desde
la infancia. Cuando llegó la hora de que entraran en la universidad,
No ne hecho más que relatar aquí muy pocas de las historias de fueron juntos desde un pueblecito del valle de la Gironda á Strasburgo,
espías que pudiera contar; pero cuando se piensa en los miles de bri- haciendo el viaje á pie, como dos jóvenes errantes, acompañados de su
bones que andan por el mundo al servicio de todos los gobiernos — y perro, y al detenerse en algún poblado, el animal era el que se comía
á menudo bien pagados por sus villanías —, en las redes que tienden la sopa, en tanto que los dos hermanos se alimentaban con pan y man-
á las gentes desprovistas de malicia, en la vasta suma de dinero perdido zanas. Desde Strasburgo, el más pequeño se dirigió á Berlín, á donde
en el sostenimiento de ese ejército reclutado en las capas más bajas f u é atraído por las conferencias del gran Ritter. Más tarde, del 40 en ade-
de la sociedad y entre la población de las prisiones, en la corrupción lante, se hallaron en París, y Elias se hizo un convencido fourierista,
de toda clase que ellos vierten en el seno de la sociedad, y hasta pudiera riendo ambos en la república del 48 el advenimiento de una nueva
decirse en el de las familias, no es posible dejar de admirarse de la in- era de evolución social. Así que, á consecuencia del « golpe de estado >>
mensidad del mal que por este concepto se causa. de Napoleón III, los dos tuvieron que dejar á Francia y emigrar á In-
glaterra.
Cuando se votó la amnistía y volvieron á París, Elias publicó allí
un periódico fourierista cooperativo, que circuló ampliamente entre los
trabajadores.
Memorias de un revolucionario.-19*
No es un hecho generalmente conocido, pero no deja de tener algúm del hombre primitivo que Elias Reclus con tan rara perfección domina,
interés el manifestarlo, que Napoleón III, que representaba el papel y al que ha agregado otro bien extenso de una rama relativamente
de César, interesado, como correspondía á tal personaje, por la suerte descuidada de psicología popular: la evolución y transformación de las
de las clases trabajadoras, acostumbraba á mandar uno de sus ayudantes creencias.
á la imprenta donde se hacía la tirada, para llevar á las Tullerías el primer Considero superfluo el hablar del carácter extremadamente bueno
ejemplar que saliera de máquina. Estando posteriormente hasta dispuesto y modesto de este amigo, ó de su superior inteligencia y vastos conoci-
á patrocinar á la Internacional, con la condición de que habían de poner mientos de todas las materias referentes á la humanidad; todo ello va
en sus estatutos algo que expresara su confianza en los grandes planes comprendido en su estilo, que es suyo y de nadie más. Con su modestia,
socialistas del dictador, ordenando que la persiguieran cuando los inter- sus modales correctos y su profunda penetración filosófica, él es el tipo
nacionales se negaron terminantemente á hacer semejante cosa. del filósofo griego de la antigüedad. E n una sociedad menos superficial
Cuando se proclamó la Commune, los dos se unieron á ella con jú- y vana y más amante del desarrollo de amplias concepciones huma-
bilo, y Elias aceptó el puesto de encargado de la Biblioteca Nacional nitarias, se vería rodeado de una multitud de discípulos, como cual-
y el Museo del Louvre, á las órdenes de Vaillant. A su previsión y asi- quiera de sus prototipos griegos.
duidad debemos, hasta cierto punto, la conservación de los inapreciables Un movimiento socialista y anarquista muy acentuado presen-
tesoros de conocimientos humanos y arte acumulados en esas dos ciamos en París en los días que allí pasamos. Luisa Michel daba confe-
instituciones durante el bombardeo de París por los ejércitos de Thiers, rencias todas las noches y despertaba el entusiasmo del auditorio, ya
y la conflagración que después vino. Siendo un amante apasionado del estuviera compuesto de trabajadores ó de gentes de la clase media. Su
arte griego y estando muy familiarizado con él, hizo que las estatuas ya grande popularidad subió de punto, extendiéndose hasta los estu-
y vasos más preciados se bajaran á los sótanos del Louvre, procurando diantes de la universidad, quienes pueden tener horror á las nuevas
al mismo tiempo colocar en lugar seguro los libros más importantes de ideas, pero admiraban en ella á la mujer ideal. E n esa misma época
la Biblioteca Nacional y proteger igualmente el edificio del fuego que por t u v o lugar en un café un altercado entre uno que habló poco respetuo-
doquiera le rodeaba. Su esposa, mujer de valor, digna compañera del samente de Luisa Michel ante unos estudiantes y éstos. Los jóvenes
filósofo, seguida á todas partes de sus dos tiernos hijos, organizó mientras tomaron la cosa con calor, y el resultado fué que se rompieron las me-
tanto en el mismo barrio de la ciudad donde vivía, un sistema de ali- sas y los espejos también.
mentar al pueblo, que había sido reducido á la mayor miseria durante Yo igualmente, di una conferencia una vez sobre el anarquismo,
el segundo sitio. En las últimas semanas de su existencia, la Commune, ante un público compuesto de varios miles de personas, abandonando
al fin, comprendió que el suministro de alimento al pueblo, que carecía inmediatamente después á París, antes de que el gobierno se viera obli-
de medios de poder ganarlo por sí mismo, debía haber sido el primer gado á obedecer las indicaciones de la prensa rusófila y reaccionaria,
cuidado de dicha corporación, organizándose entonces con voluntarios que pedía me expulsaran de Francia.
semejante servicio. De París fuimos á Londres, donde encontré una vez más á mis
Sólo á una mera casualidad se debió que Elias Reclus, que se había dos antiguos amigos Stepniak y Tchaykousky. La vida allí no era ya
mantenido en su puesto hasta el último momento, no fuera fusilado la triste y vegetativa existencia que había sido para mí cuatro años
por las tropas versallesas; y habiendo sido condenado á la deportación, antes. Nos instalamos en Harrow, en una casita, sin preocuparnos mu-
por haberse atrevido á aceptar cargo tan necesario bajo la Commune, cho del mobiliario, una parte del cual hice yo mismo con ayuda de Tchay-
se marchó á la emigración con su familia. Después, al volver á París, kousky — quien había estado en los Estados Unidos y aprendido algo
ha reanudado sus trabajes etnográficos, por les que t a n t a predilección de carpintería —, alegrándonos mucho de tener en nuestro huerto un
había mostrado toda su vida. Lo que este trabajo representa puede pequeño pedazo de terreno arcilloso. Tanto mi mujer como yo, nos
juzgarse por algunos, muy pccos, capítulos del mismo, publicados en dedicamos con entusiasmo á la horticultura, cuyos admirables resul-
forma de libro, con los títulos de Gente Primitiva y Los Australianos, tados había podido apreciar anteriormente, después de haber hojeado
así como la historia del origen de las religiones, que forma la substancia las obras de Toubeau y otros hortelanos de París, y posterior á nuestros
de sus conferencias en la Ecole des Hautes Etudes, en Bruselas, fundada propios experimentos en el huerto de la prisión de Clairvaux. Respecto
por su hermano. E n todo el campo de la literatura etnológica no hay á mi esposa, que tuvo una fiebre tifoidea á poco de habernos estable-
muchas obras que estén tan penetradas de un conocimiento tan com- cido de dicho lugar, el trabajo que hizo en el huerto durante el período
pleto como afectuoso de la verdadera naturaleza del hombre primitivo. de convalecencia fué para ella más provechoso que el haber pasado
E n cuanto á su historia de las religiones (de la que una parte se publicó una temporada en el mejor de los sanatorios.
en la revista Société Nouvelle, y continúa viendo la luz en su sucesora
Humanité Nouvelle), es, me atrevo á afirmar, la mejor obra sobre esta
materia que jamás ha aparecido, indudablemente superior á lo intentado
por Heriberto Spencer en tal sentido, porque éste, con todo su gran Hacia el fin del verano recibí un rudo golpe, enterándome que
talento, no posee ese conocimiento de la natural y simple condición mi hermano Alejandro había muerto.
quienes están expuestos á perder de vista las realidades del mundo
físico, no viendo nada más que sus propias fórmulas. Los astrónomos
Durante los años que pasé en el extranjero, antes de que me pren- de San Petersburgo me hablaron con mucho interés de esa obra de mi
dieran en Francia, jamás nos habíamos escrito. A los ojos del gobierno hermano. Después se dedicó á estudiar la estructura del universo, ana-
ruso el amar á un hermano á quien se persigue por sus opiniones polí- lizar las fechas y las hipótesis sobre los mundos de soles, aglomeraciones
ticas, es por sí solo un pecado; mantener relaciones con él después que de estrellas y nebulosas en el espacio infinito, estudiando ios proble-
ha tenido que recurrir á la emigración, es un crimen. Un súbdito del zar mas de sus agrupaciones, su vida y las leyes de su evolución y decai-
debe odiar á todos los que se rebelan contra la suprema autoridad del miento. El astrónomo de Púlkova, Gyldín, habló calurosamente de esta
que manda; y como Alejandro estaba en las garras de la policía rusa, nueva obra de Alejandro y lo presentó por medio de una carta á Mr.
me negué en absoluto á escribirle, lo mismo á él que á otro cualquiera Halden, de los Estados Unidos, á quien, estando últimamente en Wa-
de la familia. shington, tuve el gusto de oír una apreciación bien halagüeña del valor
Después que el zar escribió en la solicitud de nuestra hermana de estos trabajos. La ciencia tiene una verdadera necesidad, de cuando
Elena « que siga allí todavía >>, no era posible esperar una inmediata en cuando, de semejantes especulaciones de un carácter muy elevado,
salida de mi hermano. Dos años más tarde se nombró una comisión hechas por un cerebro escrupulosamente laborioso, crítico, y al mismo
para fijar tiempo á los que se hallaban en Siberia deportados gubernati- tiempo imaginativo.
vamente, y á mi hermano le echaron cinco, que, unidos á los dos ya
Pero en un pueblo pequeño de Siberia, lejos de todas las biblio-
sufridos, eran siete. Más adelante se formó otra en la época de Loris
tecas y sin poder seguir los progresos de la ciencia, sólo consiguió en-
Mélikoff, y le recargaron otros cinco años más. A mi hermano le corres-
globar en su trabajo las investigaciones efectuadas hasta la fecha de
pondía, pues, salir en libertad en Octubre del 86. Lo que constituía
su deportación.
doce años de deportación, primero en un pueblecito de la Siberia orien-
tal, y más tarde en Tomsk, esto es, en las tierras bajas de la región opuesta, Después se habían publicado trabajos de importancia, de los que
donde no tenía ni aun el rico y saludable clima de las altas praderas tenía conocimiento; pero ¿cómo le había de ser posible hacerse de los
que se hallan más al Este. libros necesarios mientras permaneciera en Siberia? La aproximación
del momento de recobrar la libertad no era motivo de regocijo para él,
Cuando me encontraba preso en Clairvaux, me escribió y cam- porque sabía no se le permitiría residir en ninguna de las ciudades uni-
biamos algunas cartas. En ellas decía que, aun cuando nuestra corres- versitarias de Rusia ó de la Europa occidental, sino que, á la primera
pondencia fuera leída por la policía rusa en Siberia y por los emplea- seguiría una segunda deportación, tal vez peor que la anterior, á alguna
dos de la prisión en Francia, podíamos escribirnos, á pesar de esa doble aldea de la Rusia oriental.
fiscalización. Hablaba de su vida en familia, de sus tres hijos, á quie-
nes describía de un modo interesante, y de sus trabajos. Me encargaba « Una desesperación como la de Fausto se apodera de mí algu-
con interés que no perdiera de vista el desarrollo científico de Italia, nas veces í>, me escribía, y cuando el fin de su condena se acercaba,
donde se llevaban á cabo excelentes y originales investigaciones, las mandó su mujer y sus hijos á Rusia, aprovechando uno de los últimos
cuales han permanecido ignoradas en el mundo de la ciencia hasta ser vapores, antes de que se cerrase la navegación, y, en una noche triste,
explotadas por Alemania, dándome también su opinión sobre el pro- esta desesperación puso un término á su existencia.
bable progreso de la vida política en Rusia. No creía posible entre noso-
tros, en un próximo porvenir, un gobierno parlamentario como el de
las naciones occidentales de Europa; pero mirando hacia delante, consi-
deraba suficiente por el momento la convocatoria de una especie de Una nube densa se fijó sobre nuestra casita durante muchos meses,
Asamblea Nacional deliberante (Zémskiy Sobor ó Etats Généraux). La hasta que un rayo de luz vino á rasgarla, cuando en la inmediata pri-
cual no haría las leyes, sino solamente los proyectos á los que el poder mavera una inocente niña que lleva el nombre de mi hermano vino
imperial y el Consejo de Estado darían forma definitiva y sanción legal. al mundo, y con su tierno llanto hizo vibrar nuevas fibras en mi co-
razón.
Sobre todo, de lo que más me hablaba en sus cartas era de su obra
científica. Siempre había tenido particular predilección por la astrono-
mía, y cuando estábamos en San Petersburgo publicó en ruso un exce- XVI.
lente compendio de todos nuestros conocimientos sobre las estrellas
errantes. Con su claro entendimiento crítico pronto se apercibió del E n el 86, el movimiento socialista en Inglaterra se hallaba en todo
lado fuerte ó débil de las diferentes hipótesis, y sin suficientes cono- su apogeo. Grandes masas obreras se habían francamente unido á él
cimientos matemáticos, pero dotado de una poderosa imaginación, en todas las poblaciones de importancia, así como un número de per-
consiguió hacerse cargo de las investigaciones matemáticas más com- sonas de la clase media, jóvenes en su mayoría, que le prestaban su
plicadas. concurso de varios modos.
Viviendo con el pensamiento entre los cuerpos celestes errantes, Una aguda crisis industrial se hacía sentir aquel año en la mayoría
llegó á comprender sus movimientos complejos, á menudo mejor que de los oficios, y todas las mañanas y á menudo durante el día, no dejaba
algunos matemáticos — en particular los puramente algebristas —,
de oír á grupos de trabajadores, recorriendo las calles cantando: « Esta- otras más importantes para el porvenir. « Somos una nación del centro
mos en paro forzoso », ó algún himno, y demandando pan. Las gentes izquierdo; vivimos transiguiendo », me dijo una vez un antiguo miem-
acudían de noche á la plaza de Trafalgar á dormir allí al aire libre, bro del parlamento, que tenía gran conocimiento de la vida de su país.
expuestas al viento y la lluvia entre dos periódicos; y un día de Febrero, En la morada del pobre también noté una diferencia entre las pre-
la multitud, después de haber escuchado los discursos de Burns, Hynd- guntas que me dirigían en Inglaterra y las que me habían hecho en el
man y Champion, corrió á Picadilly, rompiendo varios biombos de las Continente. Los principios generales, cuya aplicación parcial ha de
principales tiendas. Pero más importante aún que esta manifestación ser determinada por ellos mismos, interesan profundamente al traba-
de malestar era el espíritu que animaba á la parte más pobre de la po- jador latino. Si este ó aquel concejo municipal vota fondos para soste-
blación obrera que habita los barrios exteriores de Londres. Fué de ner una huelga, ó se ocupa de la alimentación de los niños de las escue-
índole tal, que si los jefes del movimiento, á quienes se procesó por lo las, no se da importancia á tales medidas, tomándolas ccmo cosa co-
ocurrido, hubieran sido tratados con severidad, un deseo de venganza rriente. « Claro es que un niño hambriento no puede aprender — dice
y sed de odio, desconocidos hasta entonces en la historia actual del un trabajador —; hay que alimentarlo ». « Es indudable que el patrón
movimiento obrero en Inglaterra, pero cuyos síntomas se mostraban cometió una torpeza al obligar á los trabajadores al paro ». Esto es
bien marcados en el 86, se hubiesen desarrollado, imprimiéndoles sus todo lo que se dice sobre el particular, y nadie le da importancia á esas
huellas á las agitaciones futuras durante largo tiempo. La clase media, pequeñas concesiones, hechas por la sociedad individualista á los prin-
en este caso, pareció haber comprendido bien la situación, inscribién- cipios comunistas. La imaginación del trabajador va más allá de esas
dose inmediatamente cantidades importantes de dinero en el West concesiones, preguntando si es el municipio, la Unión de trabajadores
End, para aliviar la miseria de la parte opuesta de la ciudad, lo cual, ó el Estado quien debe ocuparse de organizar la producción, si el con-
aunque insuficiente para remediar el mal, bastaba, por lo menos, para cierto libre será suficiente para mantener la armonía en la sociedad,
demostrar una buena intención. E n cuanto á las sentencias que reca- y cuál será el freno moral de ésta cuando se desprendiera de sus actua-
yeron sobre los jefes procesados, todas se limitaron á dos ó tres meses les medios de represión; si un gobierno democrático libremente elegido
de prisión. sería capaz de realizar cambios de importancia en sentido socialista
y si los hechos consumados no deberían preceder á la legislación, y
La cantidad de interés en las cuestiones sociales y los proyectos otras cosas parecidas.
de todas clases de reforma y reconstrucción eran grandes y numero-
sos entre todas las eapas de la sociedad. E n Inglaterra, donde más particularmente se fijaba la atención,
Empezando en el otoño y continuando todo el invierno, fui, por era en una serie de concesiones paliativas, que gradualmente iban cre-
encargo de los amigos, dando conferencias por todo el país, en parte ciendo en importancia. Mas, por otra parte, la imposibilidad de la ad-
sobre las prisiones, pero generalmente sobre socialismo anarquista, vi- ministración industrial por el Estado, parecía haber sido comprendida
sitando de ese modo las principales poblaciones de Inglaterra y Esco- con bastante anterioridad por estos obreros, en tanto que lo que más
cia. Por regla general aceptaba la primera invitación de hospedaje que le interesaba era lo que tenía carácter constructivo, así como el medio
se me hacía en la noche de la conferencia, por lo que ocurría que una de obtener las condiciones de vida necesarias para poder llevar á la prác-
noche me tocaba dormir en una casa rica, y la siguiente en el estrecho tica semejante variación.
círculo de una familia obrera. « Y bien, Kropotkin, supongamos que mañana tomáramos pose-
Cada noche veía un número considerable de personas de todas sión de los diques de nuestra ciudad. ¿Qué pensáis sobre el modo de ad-
clases, y ya fuera en la modesta casa del trabajador ó en la sala de re- ministrarlos? », es cosa que, por ejemplo, se nos preguntaba en cuanto
cepción del capitalista, una animada discusión sobre socialismo y anar- nos sentábamos en casa de un trabajador. O bien esta otra: « No esta-
quismo se mantenía hasta las altas horas de la noche; con ilusión en la mos conforme con que el Estado administra los ferrocarriles, y el sis-
primera y con desaliento en la segunda, pero en todas partes con la tema empleado hoy por las compañías, no es, ni más ni menos, que
misma sinceridad. el robo organizado. Mas supongamos que fueran de los trabajadores.
En la mansión del poderoso, las primeras preguntas eran: « ¿Qué ¿Cómo el servicio entonces se organizaría? » La falta, pues, de ideas
quieren los socialistas? ¿Qué se proponen hacer? — y después — ¿Que generales era reemplazada por un deseo de profundizar más honda-
concesiones son las que en primer término hay necesidad de otorgar en mente los detalles de la realidad.
un momento dado, con objeto de evitar conflictos graves? » En nuestras Otro rasgo del movimiento en Inglaterra era el considerable nú-
conversaciones rara vez oí negar la justicia de nuestra causa ó califi- mero de gente de la clase media que le prestaba su concurso por varios
carla como falta de fundamento. Pero hallé una firme convicción de que conceptos, unos asociándose á él francamente, y otros ayudándole de
una revolución era imposible en Inglaterra; que lo que reclamaban las un modo indirecto. En Francia y en Suiza los dos partidos — los tra-
masas trabajadoras no llegaba, ni con mucho, á lo que demandaban bajadores y la clase media — permanecían contemplándose frente á
los socialistas, y que aquéllos se contentarían con bastante menos, de frente, con una clara línea divisoria entre ambos. Al menos, esto es lo
tal modo, que concesiones secundarias, limitadas á un pequeño aumento que sucedía en los años que mediaron del 76 al 85. Durante el tiempo
de bienestar ó descanso, serían aceptadas por ellas como garantía de que estuve en Suiza, puedo decir que en los tres ó cuatro años que per-
maneci allí no conocí más que á trabajadores. En Inglaterra eso hubiera
sido imposible; en este país encontramos un número considerable de
personas de ambos sexos que no vacilaban en presentarse públicamente,
lo mismo en Londres que en las provincias, ya para favorecer la orga-
nización de mitins socialistas, ó ir en tiempo de huelga á recorrer los que aquéllas reclaman se producen en mayor cantidad de lo que se ne-
parques recolectando auxilios. Además, allí veíamos un movimiento cesitaría para asegurar el fin indicado, y el exceso de producción, de
parecido al que habíamos presenciado en Rusia en los primeros años que tanto se ha hablado, no significa otra cosa sino que las masas son
despues del 70, cuando nuestra juventud corrió « hacia el pueblo ¡>, muy pobres, hasta para comprar aun lo que se considera actualmente
aunque no con t a n t a intensidad, tan lleno de abnegación y tan com- como de primera necesidad. Pero es indudable que en todo país civi-
pletamente desprovisto de la idea de « caridad »>. Aquí también, en In- lizado, la producción, tanto agrícola como industrial, se debería y fá-
glaterra, una multitud de personas fueron, por modos diferentes, á cilmente se podría aumentar extraordinariamente, con objeto de ase-
vivir entre los trabajadores en los asilos nocturnos, en las casas del gurar el reinado de la abundancia para todos. Esto me indujo á consi-
pueblo y en todas partes, y conviene hacer constar que el entusiasmo derar los recursos de la moderna agricultura, así como los de una edu-
que entonces existía era muy grande. Muchos, probablemente, imagi- cación que diera á cada uno los medios de poder ejecutar á un tiempo
naron que ya había empezado la revolución social; pero, como por lo lo mismo un trabajo manual agradable que otro intelectual. Desarrollé
general ocurre siempre en tales casos, cuando la mayoría vió que, tanto estas ideas en una serie de artículos publicados en el Nineteenth Century,
en dicho país como en todas partes, quedaba todavía un duro y penoso que posteriormente han visto la luz en un libro titulado Campos, Fá-
trabajo que hacer, se retiraron de la vida activa, y hoy se contentan bricas y Talleres.
con no ser más que simpatizadores. Otra gran cuestión embargaba mi mente. Se sabe hasta qué punto
la fórmula de Darwin, llamada « lucha por la existencia >>, ha sido inter-
pretada por sus partidarios en general, aun por los más inteligentes,
XVII. tales como Huxley. No hay infamia alguna en la sociedad civilizada
ó en las relaciones de los blancos con las llamadas razas inferiores, ó
En este movimiento tomé una parte activa, y con algunos com- en las del fuerte con el débil, que no pueda encontrar su excusa en ella.
pañeros ingleses empecé á publicar, además de los tres periódicos socia-
listas que entonces existían, una revista anarquista comunista men- Hasta durante mi residencia en Clairvaux vi la necesidad de re-
sual, llamada Freedom, que sigue existiendo todavía. Al mismo tiempo formarla, así como su aplicación á las relaciones humanas. Los pasos
reanudé mis trabajos sobre el anarquismo, que interrumpí en el mo- dados por algunos socialistas en esta dirección no me dejaron satisfe-
mento de mi prisión. La parte crítica de ellos fué publicada por Elíseo cho; pero encontré en una conferencia dada por el zoólogo ruso, pro-
Keclus, durante el tiempo que estuve en Clairvaux, con el título de fesor Hessler, una verdadera expresión de la ley de la lucha por la exis-
Palabras de un Rebelde. Después me dediqué á escribir la parte cons- tencia. « El apoyo mutuo — dijo en ella — es tan ley de la naturaleza
tructiva de a sociedad comunista anarquista — hasta donde era posi- como la mutua lucha; mas en cuanto á la evolución progresiva de las
ble concebirla — en una serie de artículos publicados en París en La especies, la primera es mucho más importante que la segunda Estas
Revolte, porque« nuestro hijo », perseguido por hacer propaganda anti- pocas palabras, confirmadas desgraciadamente por sólo un par de ejem-
militar se había visto obligado á cambiar de nombre, teniendo ahora plos (á los que Syevertroff, el zoólogo de quien he hablado en uno de
un titulo femenino. Más adelante, estos artículos se publicaron en una los capítulos anteriores, agregó uno ó dos más), contenían para mí la
forma mas acabada en el libro La Conquista del Pan. clave de todo el problema.
Estas investigaciones fueron motivo de que yo estudiara más de- Cuando Huxley publicó en el 88 su atroz artículo « La lucha por
tenidamente ciertos puntos de la vida económica de las naciones civi- la existencia es todo un programa >>, me decidí á presentar en forma
lizadas de la época. comprensible mis objeciones á su modo de entender la referida lucha,
lo mismo entre los animales que entre los hombres, cuyos materiales
La mayoría de los socialistas han afirmado hasta ahora que en
estuve acumulando durante dos años. Hablé del particular á mis ami-
nuestras presentes sociedades civilizadas producimos actualmente mu-
gos; pero hallé que la interpretación de «lucha por la existencia » en el
cho mas de lo que se necesita para asegurar el bienestar á todos; que
sentido del grito de guerra, «¡Ay de los v e n c i d o s ! e l e v a d o á la altura
t . n t Z ? S+Ó1° C n l a d i s t r i b u c i ó n > Y ^ caso de efectuarse una de un mandato de la naturaleza revelado por la ciencia, estaba t a n
revolución social, todo quedaría reducido á que cada uno continuara profundamente arraigado en este país, que se había convertido poco
yendo, como antes, a su fábrica ó taller, en tanto que la sociedad tomaba menos que en dogma. Sólo dos personas me ampararon en mi rebeldía
por si misma posesión del « valor sobrante » ó utilidades que ahora re- contra esa errónea interpretación de los hechos de la naturaleza, siendo
condiri^P í * Contrario> °Pinaba bajo las presentes uno de ellos Mr. J. Knowles, director del Nineteenth Century, quien
condiciones de propiedad particular, la producción misma había seguido con su admirable perspicacia, en el acto se hizo cargo de la parte funda-
una senda errónea, siendo completamente inadecuada, hasta respecto mental de la cuestión, y con una energía verdaderamente juvenil, me
a las mas apremiantes necesidades de la vida. Ninguno de los artículos alentó en tal empresa. El otro, cuya pérdida todos lamentamos, fué
Mr. H. W. Bates, á quien Darwin, en su Autobiografía, describe como
uno de los hombres más inteligentes que jamás había conocido. Era
secretario de la Sociedad de Geografía, y de ahí que yo le conociera
r¿ w-S i n t e n c l o n e s - La idea le pareció excelente: « Sí ha- el tiempo, á extender la idea de no gobierno, de los derechos individua-
w ¡ n , í ' n G n C S C n b i r 6 n 6 5 6 S e n t Í d ° ~ m e d i Í ° ^ el verdadero d S - les y de la iniciativa local y libre acuerdo, en oposición á las de la supre-
wimsmo, y es vergonzoso el considerar lo que han hecho con dichas macía del Estado, centralización y disciplina que estaban en su apo-
deas No dejeis de realizarlo, y cuando lo hadáis terminado, os e n v l a S geo hace veinte años.
una carta apoyando el pensamiento, que podéis publicar también ? Toda Europa está pasando ahora por una fase bien obscura del
No era posible encontrar personas más autorizadas que me alentaran desarrollo del espíritu militar. Esto fué una inevitable consecuencia
y al efecto empecé á trabajar, publicándose después la obra en ¿ r e ' de la victoria obtenida por el imperio militar alemán, con su sistema
¿ni r S 7
los tít de
l S barbar
; ^ at°y°mutuo de servicio general obligatorio, sobre Francia en el 71, habiendo sido
ya desde entonces prevista y anunciada por muchos, y de un modo
l/JLÍ n ' ^ ° °s> En la ciudad medioeval y Entre particularmente expresivo por Bakunin. Pero la contracorriente se hace
nosotros. Desgraciadamente olvidé someter á la aprobación de ¿ a £
P n S r t í C U l O S d e e s t a s series actualmente sentir en la vida moderna.
, „ r / > q^e tratan de los animale?
Las ideas comunistas, despojadas de su forma monástica, han pe-
de ía o b r a P t 1 C Í S ^ f ^ § U m w r t e - En cuanto á la s e g u n d e a r t e
netrado en Europa y América de un modo extraordinario durante los
minada ¿ r f r l ^ 0 ^ l0S h m b r e s es ero
° ' P tenerla p r o n t o ^ veintisiete años en que he tomado una parte activa en el movimiento
T l n t ^ Z r m e h a C 0 S t a d ° V a d 0 S a ñ 0 S d e t r a b a i ° ' - ese tiempo socialista y podido observar su desarrollo. Cuando pienso en las vagas,
confusas y tímidas ideas manifestadas por los trabajadores en los pri-
fin d e a L t 7 m I Í g a , C Í ° n e S "ec,esité W durante estos estudios, á meros congresos de la Internacional ó en las que eran corrientes en Pa-
d f l f d e S H u d T i e r í f dC . instituciones del período bárbaro, rís durante la insurrección de la Commune, hasta entre los más inteli-
med,CeVales m e
m e n t e L Z r X n S 1, ^ ' O v a r o n á otras igualé gentes de los jefes, y las comparo con las que se han abierto camino
teiteT n o ^ í P ^ r ? P r e s e n t a d a en la historia por el Estado en nuestros días entre un gran número de trabajadores, me veo pre-
cisado á decir que me parecen pertenecer á dos mundos enteramente
distintos.
No hay época en la historia — si se exceptúa tal vez el período
de insurrección en los siglos x n y X I I I que dieron por resultado el mo-
vimiento de los municipios medioevales — durante la cual un cambio
de la misma índole, y t a n profundo, se haya hecho sentir en las con-
Ú1Üm
°S dÍCZ a ñ
°S' el crecim¡
e n t o del socialismo en Inglaterra cepciones corrientes de la sociedad. Y ahora, á los cincuenta y siete
años de edad, estoy más profundamente convencido, si es posible, que
5S=5a?=sss M » - t ^ S antes, que una combinación cualquiera de circunstancias accidenta-
les puede hacer estallar en Europa una revolución que se extienda tanto
como la del 48 y sea mucho más importante, no en el sentido de mera
S s ^ F lucha entre partidos diferentes, sino en el de una profunda y rápida
reconstrucción social; y tengo el convencimiento que, cualquiera que
sea el carácter que semejante movimiento pueda tomar en diferentes
países, en todas partes se manifestará un conocimiento más profundo
de los cambios que se necesitan, de lo que jamás se ha dado á conocer
electorales 3 v ^ s t o " T 6
**»» -cialista S s ^ r o U m S durante los seis siglos últimos, en tanto que la resistencia que el movi-
a y st
® i , ° e s 1 0 q u e s u c e d e precisamente en Inglaterra Oc,7 miento encuentre en las clases privilegiadas apenas tendrá el carácter
er S a n T V t ™ S Í S t 6 m a S d e s o d a l i s m o ^ e formularon Fol de obtusa obstinación que hizo t a n violentas las revoluciones de los
E s c Ú T l T a u / * ° b e : t ( \ 0 W e n ' 61 Ú 1 Ü m ° e s e l domina allí y e n tiempos pasados.
tídos n o r l q ' CS tanto
J P ° r e l n úmero de mitins ó de votos emi-
la ÍntenSÍdad del
movimiento s S o La obtención de este gran resultado justifica bien los esfuerzos que
en £ s o c S a d ¿ t P U dG V 1 S t a s o c i a l i s t a
en las uniones de oficios, tantos miles de criaturas de ambos sexos, y en todas las naciones y cla-
, C 0 ° P e r a t l v a s , y en el llamado socialismo municipal ses han hecho en los últimos treinta años.
M á ^ S a r K B K w r F I N DE LA OBRA.
r;^rarbrrLver-dad™
' i
r , ^ i-
. f. y1
INDICE
Introducción Pág. 5
PARTE PRIMERA.
INFANCIA H
PARTE SEGUNDA.
E L C U E R P O DE P A J E S » 52
PARTE TERCERA.
SIBERIA » 103
PARTE CUARTA /
SAN PETERSBURGO » 144
PARTE QUINTA.
PARTE SEXTA
L A E U R O P A OCCIDENTAL » 234