Michel Henry La Esencia de La Manifestación
Michel Henry La Esencia de La Manifestación
Michel Henry La Esencia de La Manifestación
LA ESENCIA
DE LA MANIFESTACIÓN
Traducción anotada de
MIGUEL ÜARCÍA-BARÓ y MERCEDES HUARTE
EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2015
Cet ouvrage a bénéficié du soutien des Programmes d'aide a la publication
de 1'Institut frarn;ais / Ministere frarn;ais des Affaires étrangeres.
Esta obra se benefició de los Programas de ayuda para la publicación
del Institut frarn;ais / Ministerio francés de Asuntos Exteriores.
ISBN: 978-84-301-1895-3
Depósito legal: S. 93-2015
Impreso en España/ Unión Europea
Imprenta Kadmos, Salamanca
ALABANZA
DE MICHEL HENRY
MIGUEL GARCÍA-BARÓ
que son posibles, surgen múltiples problemas que se dejan atrás como
si no fueran enigmas radicales, de los cuales precisamente tiene que
ocuparse una filosofia primera de verdad digna de este nombre.
El primero de estos problemas es que hay, pues, que suponer que
cierta ontología formal o general es en realidad la propia filosofia pri-
mera, puesto que la conciencia, su acto, la intencionalidad y su correla-
to se entienden desde el principio como, respectivamente, una totalidad,
una parte de esta totalidad, y una relación de esta parte con otra parte
de una totalidad distinta. Incluso, en última instancia, deberá suponer-
se que la totalidad a la que pertenece el correlato de la conciencia (el
mundo) abarca por completo a la conciencia misma y al ente (el hombre
concreto) en el que esta conciencia figura, a su vez, como una parte. De
hecho, este es el planteamiento explícito de los primeros trabajos de la
filosofia fenomenológica: los de Franz Brentano (que por esto se decía
un aristotélico, aunque incorporando los métodos de Descartes y Locke
en sus análisis), Carl Stumpf, Kasimir Twardowski, Alexius Meinong,
Anton Marty y el joven (hasta los cuarenta y cinco años de su edad, más
o menos) Edmund Husserl.
Precisamente las Investigaciones lógicas, de Husserl (1900-1901 ),
estaban destinadas a hacer vacilar, pese a las declaraciones en contrario
del autor y los capítulos de autointerpretación que contiene su libro, este
realismo sin duda ingenuo (Brentano era tan adversario de Kant que pa-
rece haber reflexionado poco en que también el «dogmatismo» de Aris-
tóteles, Descartes y Locke tiene problemas fundamentales; pese a que
es justamente Brentano el primero que comprende, desde los idealistas,
que la versión de Descartes racionalista se enfrenta a lo que de hecho
es el trabajo básico de la Primera Meditación de prima philosophia del
mismo Descartes).
Este papel de inicio de algo nuevo les estaba reservado a las Investi-
gaciones lógicas debido a que tomaron como su tema la verdad, o sea,
la vivencia de la verdad. La propia ontología formal o general (en su
versión más extensa, la lógica pura, cuyo sistema debía ser preparado
precisamente por estas Investigaciones) tiene como condición de su po-
sibilidad, como esencia suya (en la hegeliana terminología de Henry),
su verdad, su fenomenicidad, su ser-objeto. ¿Puede entenderse la mis-
ma verdad, la misma esencia, de la ontología general en puros términos
de ella, en puros términos de ontología general, de teoría general de las
partes y los todos, o de la sustancia y sus accidentes?
Husserl extremó hasta lo heroico el esfuerzo de responder que sí a
esta pregunta que no llegó a plantearse en las páginas mismas de su libro,
aunque todo él está a la luz (o la sombra) de ella. Si fundo expresiones
de este texto con otras tomadas de las posteriores Ideas, puedo resumir la
8 Alabanza de Michel Henry
Más acá de la verdad ontológica, antes que ella misma, como la su-
pra-presencia que es el fundamento esencial de la presencia por la que
son presentes, son y son verdaderos todos los entes, está la verdad origi-
naria, que no es otra que yo mismo. Yo mismo entendido no, desde luego,
como un ente del mundo, ni como el mundo , ni como la identidad del
ser y la nada o la obra o la apertura del ser, sino, por lo pronto, en alguna
misteriosa no-homogeneidad con el ser. Y si digo que también yo tengo
ser -¿y por qué no lo diré, si precisamente esta comprensión del ser es
la originaria?-, entonces diré que empiezo a verse dibujar ante mí los
confines de cierto elemental, primordial, dualismo ontológico: el ser del
ego no es homogéneo con el ser del mundo.
La sorpresa es que con este movimiento, cuya plausibilidad ya se
ve, pero cuya necesidad deberá fundarse mejor, en realidad regresamos
a lo que Husserl, aunque no supiera terminar de expresarlo bien , había
entendido ; y que no tiene por qué diferir de lo que ocurrió antes que él a
Descartes , a Fichte, a Maine de Biran sobre todo . Y aún más claramente
a Kierkegaard y a los místicos. Henry, de entrada, prefiere hablar la
lengua de Husserl: si la verdad del hombre (o del «archihombre» , como
decía Husserl anciano , para no caer en el círculo de reducir la verdad
ontológica a mucho menos que sí misma) es más originaria que la ver-
dad del ser; si la inmanencia es más originaria que toda trascendencia
y hasta es la esencia de la trascendencia, la esencia del ser en el sentido
que en Heidegger es exclusivo, monístico; entonces nos encontramos
en algo así como una mónada, sólo que habitada por una incalculable
riqueza , señalada por los grados mismos que hemos visto que exige el
término capital de la filosofia: el término verdad.
Alabanza de Miche/ Henry 11
1. SZ, 24 . La lista de las abreviaturas usadas en las notas se halla en la página anterior .
16 Introducción
veces son símbolos lingüísticos - ; una intuición, en cambio, da el objeto que mienta , aunque
en grados diversos de plenitud intuitiva.
Es muy frecuente el caso de que una significación acompañe a una intuición , bien sea
porque la capta en palabras o porque nos proponemos una cuestión y buscamos luego la
intuición que satisfaga su sentido. En estas ocasiones, la intuición cumple la significación
o cumplirá, respectivamente, la significación correspondiente. El sentido que posee la sig-
nificación se encuentra satisfecho, realizado, cumplido, por la intuición correspondiente, la
cual tiene el mismo sentido pero un plus de presencia, de cercanía, de «corporalidad» (como
ha dicho arriba Henry) de la cosa misma mentada. La plenitud intuitiva llena, rellena, lo
vacio de la significación .
La teleología de la vida intencional es justamente su tendencia a la plenitud intuitiva -y
a sus análogos en las esferas de los actos estimativos, volitivos y prácticos - .
Al traducir, usaremos indistintamente, para las significaciones del joven Husserl, tanto
el adjetivo significativo como el neologismo signitivo. Henry escribe para ambos casos sig-
nifiant. Nuestra opción se justifica porque hay significaciones que utilizan palabras y otras
que no lo hacen, aunque utilicen signos simbólicos que Husserl entiende que son análogos a
las palabras --cosa que nosotros no creemos-. Signitivo se refiere justamente a estos casos en
los que no hay o no suele haber palabras propiamente dichas sino otras intenciones vacías.
Téngase por fin en cuenta que, sobre todo en el Husserl de Investigacion es lógicas, la
palabra meinen, mentar, designa en principio el género de todas las intencionalidades de
la conciencia, tanto objetivadoras como no objetivadoras; pero también suele ser usada para
referirse a las meras significaciones. Lo mismo ocurre frecuentemente en el texto de Henry
con la palabra viser y sus derivados (N. del T.).
El ser del «ego» y los presupuestos de la ontología 21
7. Los actos objetivadores intuitivos, y en especial los que poseen evidencia apodíctica
y realizan, pues, la meta de la teleología de la vida conciente a la que se ha referido ya Henry
en más de una ocasión , no pueden dejar de ser posiciones o tesis del ser de su correlato ob-
jetivo, y precisamente tal y como se les da éste en la evidencia apodíctica . La tradición sitúa
en el juicio estas posiciones, pero, en realidad, en su mayor parte están ya contenidas en actos
intencionales mucho más simples que un auténtico juicio predicativo (el cual implica una
síntesis de sujeto y predicado, o sea, una objetivación altamente compleja) .
En otro orden de cosas, nótese que en esta y otras notas, así como en la traducción,
utilizamos la palabra de sabor unamuniano conciente y sus derivadas (inconciente, concien-
temente, etc .), que van de la mano de conciencia (N. del T.).
22 Introducción
elucidación del ser del ego, considerada como su fin propio. La investi-
gación en la que se adentra entonces debe presentar un interés racional
eminente, en razón del carácter específico de apodicticidad presentado
por las evidencias que rigen, a título de experiencias posibles, el ámbi-
to del ser al que pertenece el ego cogito. Tal investigación, proseguida
bajo el título de «fenomenología racional del ego», no puede constituir,
sin embargo, más que una investigación particular. La problemática que
concierne al ser del ego no ocupa, en realidad, más que un lugar estricta-
mente delimitado en el conjunto de las investigaciones fenomenológicas.
No obstante, es respecto a éstas, consideradas como un conjunto arqui-
tectónico cuyo 'tÉAo~es la elucidación sistemática del ser a través de
todas sus estructuras y en sus diferenciaciones eidéticas últimas, como
la tarea de la filosofia fenomenológica debe entenderse, al menos si se
le quiere restituir su envergadura propia. La razón debe ser comprendida
en un sentido ampliado. Su ámbito no puede pensarse rectamente si se
pretende limitarlo refiriéndolo en exclusiva a un tipo determinado de evi-
dencia, por privilegiado que éste sea. La razón es más bien una reflexión
acerca del conjunto de las posiciones que hallan su fundamento, y esto
de una forma que hay que precisar cada vez, en la totalidad de los tipos
fundamentales de evidencia y en el dominio de las regiones correspon-
dientes . En cada caso y cada ámbito es posible un tipo de posición racio-
nal: obedece a unas modalidades intuitivas y racionales rigurosamente
definidas. La forma en que debe confirmarse o invalidarse la verdad de
este tipo de posición y, por consiguiente, el modo según el cual se realiza
la racionalidad que concierne al ámbito correspondiente del ser, son a su
vez objeto de un estudio que pretende apodicticidad 8 • Así pues, el ser del
ego parece perder su privilegio exclusivo a medida que se cumple el es-
fuerzo de la conciencia filosófica por igualarse a su propia tarea: realizar
en toda su amplitud una visión racional del ser.
8. Una posición basada en una evidencia apodíctica no puede quedar invalidada ya nun,
ca, pero sí caben decepciones o confirmaciones de las posiciones fundadas en intuiciones
que no alcancen este grado supremo de la plenitud intuitiva -lo cual no las hace precisamen-
te irracionales - (N. del T.).
El ser del «ego» y los presupuestos de la ontología 23
9. La mayúscula indica que Henry toma la palabra en el sentido que ésta tiene en Kant
(N. del T.).
24 Introducción
del ser hay en realidad. Su número y su índole son cuestiones empíricas. Pero ocurre que
cuando se tiene ya la idea de una de tales regiones --ejemplos: la vida, el cuerpo, el espíri-
tu, los números, las cosas naturales, la historia , etc.-, se ve que en esta idea entran ciertos
componentes que se exigen absolutamente -H usserl los denomina categorías-. Cualquier
verdad sobre esta necesidad que vincula a las categorías de una región es una verdad sinté-
tica apriórica. Y todos los objetos concretos de la misma región tienen en común las mismas
verdades ontológico-materiales, o sea, todos los cuerpos son cuerpos -es decir: obedecen a
las verdades que afectan al ser cuerpo en general - . La investigación de las leyes empíricas,
sobre todo las causales , que suelen ligar además a una especie de objetos de la región con
los de otra especie, ya no es asunto ontológico sino óntico, y, de hecho, una ley empírica
nunca es apriórica, o sea, nunca tiene más que un grado alto de verosimilitud . Hay ejemplos
especiales de regiones del ser en que, como sucede con los números , no cabe que haya leyes
meramente empíricas .
La ontología formal, en cambio, abarca el campo de la lógica formal y la matemática
pura, que atraviesa, desde luego, todas las regiones materiales (N. del T.).
11. Pese al esfuerzo de Levinas en su trabajo sobre La teoría de la intuición en la
fenomenología (traducido en esta misma colección), cabe dudar profundamente que Hus-
serl haya pensado clara o directamente en esta ontología no ya regional, sino fundamental,
universal, que fue el tema que ante todo quiso añadir Heidegger a las investigaciones del
movimiento fenomenológico. De hecho , Husserl comienza en Ideas 1 por admitir que la
conciencia pura es una, aunque muy especial, región del ser. En el curso de su propio traba-
jo , se puede comprender que ello es erróneo, aunque Husserl no retire dentro de ese mismo
libro su primera forma de referirse al asunto. Ya sucede otra cosa en sus publicaciones
posteriores, a partir de Lógi ca formal y lógica trascendental. Lo sorprendente o inadecuado
es que cuando ya no reconoce Husserl mismo que propiamente haya una ontología formal,
debido precisamente a que la conciencia , la vida trascendental, no se puede interpretar como
una región material, sometida, por supuesto, a las verdades analíticas de la ontología formal,
conserve todavía esta denominación para la ciencia de lo formal. Cf. sobre todo esto, más
abajo, el § 5 (N. del T.).
El ser del «ego» y los presupuestos de la omología 27
12. De Husserl hemos pasado a Heidegger en todo este párrafo, y sobre todo a su¿ Qué
es metajisica? Y, en concreto , a las consecuencias que se derivan de la diferencia entre ser
y ente (la llamada diferencia ontológica). Henry se separa terminológicamente bastante de
Heidegger al conservar la palabra esencia en medio de esta discusión - y al final del parágrafo
justifica este proceder-. En español no es posible traducir de otro modo que le néant n 'est
pas ríen, pero el contexto salva el problema. El término ríen ya no vuelve a aparecer aquí de
forma que pueda confundirse con néant más que una vez que abajo se señala (N. del T.).
13. Rien (N. del T.).
28 Introducción
intuición: es más bien inherente a la intuición como tal. Ésta es, por prin-
cipio, un pensamiento finito. Sin duda, se determina libremente por la
libre orientación de su apuntar intencional, pero esta determinación es
ella misma una necesidad que se impone a su libertad, y lo hace de una
manera insuperable. Por eso el pensamiento del ser no podrá cumplirse
en el modo de una realización intuitiva, sino sólo en el del misterio.
El proyecto de elucidar las diferentes esferas del ser en su estructura
propia permanece sometido, en realidad, al i:ÉAoc;de la realización in-
tuitiva. Precisamente para determinar las condiciones que hacen posible
cada vez esta realización, y esto de una manera que permita a las posi-
ciones de la conciencia que se apoyan en ella satisfacer a la razón, es por
lo que ésta persigue la tarea infinita de desvelar los diferentes tipos de
ser y su sentido inmanente. La puesta a la luz de las estructuras eidéticas
regionales que gobiernan los objetos que pertenecen a las diversas regio-
nes correspondientes no tiene otro objetivo que el de decir cómo estos
múltiples objetos singulares pueden y deben hacerse presentes cada vez
en una conciencia intuitiva adecuada. La elucidación sistemática de las
regiones no es todavía más que un medio que permanece subordinado al
ideal de la obtención del ser-determinado y de las verdades particulares.
La significación de la fenomenología de la razón no puede ser calificada
sin restricción de «ontológica», cuando el objetivo último de esta razón
es la posesión del ser singular y finito. Semejante posesión queda siendo
el ideal de la razón en el trabajo ontológico que ésta continúa realizando
para hacerla posible. El cogito no representa sino un ser particular y de-
terminado, captado en la evidencia apodíctica. Es cierto que no podemos
olvidar la manera en que se da tal ser, la certeza de la que es el correla-
to «real» y «verdadero»; pero esta experiencia, privilegiada en el caso
del cogito, sigue siendo una experiencia estrictamente determinada. La
conciencia que se consagra a la.finitud y a la determinación del ser-ahí,
no es ella misma , por esta razón, más que una conciencia.finita. Por par-
ticular e intensa que sea la experiencia subjetiva que alcanza la concien-
cia que se iguala al objeto en la certeza y en la verdad, tal experiencia
no es todavía más que un modo de una vida esencialmente finita. En el
disfrute del ser finito o de la experiencia finita que lo da, la conciencia
no puede librarse del modo de existencia que debe asumir si quiere vivir
la vida racional a la que pertenecen por igual la certeza singular y el ser
determinado . Al revés, va hundiéndose cada vez más en ese modo de
existencia, que permanece esencialmente marcado por la finitud, y se va
apartando de lo que trasciende toda finitud. La conciencia cartesiana ,
que apunta racionalmente al ser determinado y que se da a ella misma
la experiencia subjetiva de la certeza, no es en absoluto una conciencia
privilegiada . No ha dado con la esencia y, por eso mismo, con la verda-
30 Introducción
15. Este término, que antes tradujo implícitamente Henry por tonalidad afectiva, como
hará siempre, da en español, desde las excelentes traducciones de la antigua Revista de Occi-
dente, temple de ánimo o temple afectivo , que vierte muy exactamente el sentido de la palabra
alemana . En realidad, el primero en emplear esta terminología otorgándole gran relevancia
filosófica fue Kierkegaard, pero lo habitual es que se recurra en este asunto a Ser y tiempo, de
Martín Heidegger. Es a él a quien en definitiva remite este parágrafo de Henry (N. del T.).
16. Nuestro re-presenta traduce aquí présent/fie. La diferencia es básicamente la que
hay, según Husserl, Sexta Investigación Lógica, entre las dos clases mayores de la intuición,
que en ese texto se denominan percepción e imaginación. El sentido de esta imaginación es,
justamente , el de traer en cierto modo algo no «corporalmente>> presente al presente de la
conciencia: como pasado (recuerdo), como futuro (expectativa) o como no real (fantasía).
Henry, de acuerdo con algunos textos de Husserl (por ejemplo, La idea de la fenomenología),
llega a decir que hasta las significaciones tienen un aspecto intuitivo, pues nos confrontan
con signos (no con la cosa misma, como hacen las percepciones , ni con imágenes o análogos
de imágenes de las cosas , como hacen las imaginaciones - téngase en cuenta que Husserl fue
luego muy conciente de que es básicamente un error incluir en el mismo apartado , la imagi-
nación, vivencias tan distintas como el recuerdo, la conciencia de imagen (osea, por ejemplo ,
el re-presentar algo mediante un retrato suyo) y la fantasía propiamente dicha-(N . del T.).
El ser del «ego» y los presupuestos de la ontología 31
17. La expresión etre-la, que no aparece aquí por primera vez, no es la traducción de
Dasein en el uso que hace de esta palabra Ser y tiempo. Dasein de~igna al ente que somos
cada uno de nosotros, y fue traducido por José Gaos como ser-ahí . Etre-la , en cambio, en el
empleo que da Henry al término, quiere decir más bien la presencia ante la vida intencional
y fuera de ella de los objetos de sus posibles intuiciones (de modo que traduce , en todo caso ,
el término técnico Vorhandenheit de Ser y tiempo, y se refiere a lo mismo que Husserl llama
trascendencia -respecto de la inmanencia de la vida intencional misma- en textos como las
lecciones La idea de la fenomenología) (N. del T.).
32 Introducción
18. Mención vacía equivale a mera significación , siempre en el vocabulario de las In-
vestigaciones lógicas (N. del T.).
El ser del «ego» y los presupuestos de la ontología 33
23 . Se combinan aquí temas de Heidegger y, sobre todo , de Hegel. Respecto a éste últi-
mo, cf. la magnífica exposición que contiene el Apéndice que cierra este tratado (N. del T.).
38 Introducción
para ella parece no ser a veces más que una última tentativa para escapar
del psicologismo. Pero ¿cómo puede la trascendencia evitar indefini-
damente la confusión con un acto psicológico, puesto que aparece, de
hecho, como la propiedad de un ser determinado? 24 De todas maneras,
no se evita la contradicción que hay en asignar a la esencia cuyo nadifi-
car despliega el horizonte del ser, la condición de una realidad particular
sometida a este horizonte. El ser, que no puede ser pensado más que
sobrepasando el existente singular, sólo paradójicamente puede revestir
la naturaleza de tal existente. Por otra parte, ¿cómo el existente singu-
lar, aunque sea el sujeto humano, podría ser asimilado a la esencia que
despliega el horizonte y que abre el medio del ser? Más bien es dentro
de tal medio donde nosotros, y todas las cosas, podemos manifestar-
nos, como «fenómenos», en la luz del mundo. Debido a que la trascen-
dencia que hace ser el mundo nos sobrepasa radicalmente a nosotros
los hombres, al igual que a las cosas, es por lo que podemos pensarnos
a nosotros mismos como pensamos las cosas, y captarnos también en
nuestra relación con ellas. En cuanto a nosotros, nos está permitido sólo
beneficiarnos de la obra del ser y, apoyándonos en la operación interna
de la trascendencia, acceder a las cosas de las que ella ha hecho para
nosotros «fenómenos» 25 •
La subjetividad, por tanto, no es la condición absoluta, e igual que
la esencia no queda salvaguardada, sino que, por el contrario, sufre una
alteración profunda cuando es pensada como una determinación par-
ticular, tampoco se respeta la naturaleza de esta subjetividad cuando se
pretende hacerle desempeñar un papel a cuya altura no puede poner-
se. La subjetividad no es la esencia: es una vida particular y, como tal,
profundamente real. La identificación injustificada con la esencia no
puede sino irrealizar tal vida o, mejor dicho, destruirla. Las discusio-
nes relativas al «sustancialismo» espiritual no hacen más que ilustrar
la contradicción en la que se sume inevitablemente el idealismo. En la
medida en que considera a la subjetividad un fundamento ontológico,
24. El psicologismo, con cuya crítica radical, en los Prolegómenos a la lógica pura
(primera parte de las Investigaciones lógicas de Husserl), empieza la historia de la fenome-
nología, al reducir todo objeto a fenómeno de la conciencia de un ser individual (e incluso
muchas veces a parte integrante de esta conciencia), vuelve contingente, como lo es este ser
individual , absolutamente todo . Lo cual es una contradicción, es escepticismo, como Hus-
serl dice, porque tal tesis asienta absolutamente que nada puede asentarse absolutamente.
La misma contingencia es necesariam ente contingencia : lo único que no puede pasarle es
volverse necesidad ... Y ya Husserl se atrevía a incluir a Kanty sus discípulos en el ámbito
del psicologismo (N. del T.).
25. Quizá convenga advertir al lector, de una vez por todas , que es muy frecuente, a lo
largo de todo el libro, encontrar párrafos como éste, en los que Henry se limita a exponer
el pensamiento de alguno de sus clásicos, con el que sólo parcialmente está de acuerdo (en
realidad, suele ser mucho mayor el desacuerdo que el acuerdo) (N. del T.).
El ser del «ego» y los presupuestos de la ontología 39
29. Aunque este libro no realice el análisis a fondo de esta diferencia, hay que distinguir
entre el ego que soy yo mismo, por ejemplo, y el ego absoluto . Pero distinguir no significa
separar tajantemente (N. del T.).
El ser del «ego» y los presupuestos de la ontología 43
Aquello en cuya presencia estamos ahora es, por tanto, el ego absoluto,
el naturante originario que no pertenece a una región determinada del ser
y que no puede ser pensado correctamente por nosotros como «región
conciencia», ya que es, por el contrario, lo que confiere al conjunto de las
regiones el sentido que el ser reviste cada vez en ellas.
¿Se resuelve el problema del ser del ego absoluto mediante las con-
sideraciones precedentes? ¿No nos ponen ellas más bien en presencia de
una situación aceptada con demasiada facilidad por la filosofia clásica y
que puede caracterizarse por la ausencia de toda problemática dirigida
a aquello en que estriba la subjetividad del sujeto, por el olvido del pro-
blema del ser de ésta? Una vez que hemos mostrado, en efecto, cómo
las diferentes regiones del ser remiten necesariamente a un poder fun-
damental de constitución que es el origen de donde los objetos que ellas
rigen sacan su ser y su sentido, no por ello hemos resuelto el problema
de este origen, sino que éste se plantea con más urgencia. La explicita-
ción fenomenológica del ego trascendental, la descripción sistemática
de las configuraciones y los encadenamientos de conciencia considera-
dos como tipos aprióricos, como estructuras de orden eidético a las que
se someten cada vez las vivencias, ¿no conciernen, sin embargo, a tal
problema; no constituyen, con toda evidencia, una elucidación temática
del fundamento? ¿Pero cómo es posible semejante elucidación? ¿Cómo
puede el origen ser llevado a la condición de «fenómeno», de modo que
se convierta en el «objeto» de la investigación fenomenológica? ¿Aca-
so no es sólo a la luz de la trascendencia, o sea, a condición de aceptar
la jurisdicción del horizonte trascendental del ser en y por el que todo,
y en particular tal «origen», puede hacerse «visible»? El problema del
ser de la subjetividad nos remite, inevitablemente, al problema del sen-
tido del ser en general.
El problema del ser del ego es el mismo que el de saber cómo el ego
puede acceder al rango de «fenómeno» 30 • Puesto que ahora se trata del
ego absoluto, este problema puede formularse así: ¿cómo puede el campo
trascendental, entendido como el origen del ser, de sus diversos sentidos
y de sus diversas estructuras, surgir ante nosotros, en la luz, de manera
30. Hay que considerar que el ser ha sido tratado como horizonte del aparecer de los
entes susceptibles del modo de intencionalidad que es la intuición (y, por tanto, también de
los que son susceptibles de figurar como correlatos de cualquier intención objetivadora). Se
trata ahora -y aquí se entra en lo original del pensamiento de Henry- de si la fenomenicidad
del mismo ego absoluto es también el resultado de una intención dentro del horizonte del ser
(tal como lo ha tomado la obra de Heidegger). Las páginas que acabamos de leer ya indican
que no puede ser así. En las siguientes se muestra cómo Husserl, en la perspectiva de Henry,
ha visto el problema pero no le ha dado la solución correcta. En el parágrafo siguiente, Henry
empieza a describir cómo Heidegger pretendió, también sin éxito, profundizar el plantea-
miento de la fenomenología husserliana en Ser y tiempo. Heidegger y Hegel, y en menor
medida Scheler, son de hecho los interlocutores constantes de Henry en este libro (N. del T.).
44 Introducción
Pero está claro también que tal experiencia implica la apertura previa
de un campo de presencia dentro del cual esta vida y sus contenidos
puedan precisamente surgir ante nosotros como «fenómenos». La ex-
periencia interna «trascendental» y fenomenológica a la que conduce la
EJtOXlJ permanece así subordinada a las condiciones de la evidencia y de
la realización intuitiva, es decir, de hecho, al horizonte trascendental del
ser en general. Al exponer la tarea de la explicitación fenomenológica
del ego trascendental, Husserl escribe: «Habrá que atenerse estricta-
mente a los datos puros de la reflexión trascendental, tomarlos exacta-
mente como se dan en la intuición de la evidencia directa, y apartar de
ellos todas las interpretaciones que sobrepasen ese dato» 34 •
La superación del intuicionismo hacia una filosofia trascendental de
la conciencia constituyente y donante es sólo aparente . La dificultad
fundamental con la que choca no es de orden metodológico. No basta
para superarla invitar a la investigación a empezar a ejercerse de manera
irrefleja, antes de tomar conciencia de sus presupuestos y de su mar-
cha propia. La retrorreferencia a ella misma de la fenomenología sólo
podría tener una significación ontológica si la intuición fuera por sí
misma su propio fundamento. Pero la crítica del intuicionismo ha saca-
do a la luz la condición trascendental de toda realización intuitiva y de
toda evidencia. De esta condición hace uso constantemente, sin tomarla
no obstante nunca como tema, la explicitación del ego trascendental en
cuanto que es una explicitación fenomenológica, es decir, una elucida-
ción. Toda elucidación es un modo de realización de la evidencia. Tal
realización se opera, por consiguiente, dentro de un marco de evidencia,
y éste desempeña, respecto a la fenomenología misma, el papel de un
fundamento último, aunque implícito.
La necesaria subordinación de la descripción fenomenológica y, por
consiguiente, de la fenomenología misma a la esencia que despliega el
horizonte trascendental del ser en general, no se debe, subrayémoslo,
a la actitud científica adoptada por el fenomenólogo, en tanto que esta
actitud es, por principio, de orden reflexivo. La evidencia es lo que ca-
racteriza ya, en el plano de la vida irrefleja, el modo en el que el ego está
presente a sí mismo. El despliegue del horizonte, lejos de ser una mera
consecuencia de la reflexión científica, es, por el contrario , su presuposi-
inseparable, tomado estrictamente tal y como está mentado, de la mención que se dirige a
él. Es imposible, por ejemplo, describir un acto de sentir sin describir también lo sentido
en cuanto tal, porque es de la esencia misma de cualquier acto de sentir tener un correlato
precisamente de tal y cual sentido determinado.
La «inmanencia» del correlato intencional es una adquisición fundamental de Ideas I
respecto de Investigaciones lógicas, y se expresa con la no muy afortunada terminología
que diferencia el acto intencional como nóesis, del nóema, su correlato (N. del T.) .
34. MC, 30; el subrayado es nuestro.
46 Introducción
ción. Porque ya el ego nos está presente como elemento en el medio del
ser, es por lo que el proyecto de su elucidación sistemática puede surgir.
La explicitación no se opera a partir de nada: recae en algo que debe
siempre, de cierta manera, estar ya ahí. Es manifiesto , en fin, que tam-
poco cambia nada en tal exigencia si tenemos en cuenta el hecho de que
la explicitación fenomenológica se desarrolla dentro de una actitud de
reducción y que, por otra parte, trascurre en el modo eidético. Igual que
la conciencia empírica, que permanece ligada al mundo y al ser natural,
el ego puro trascendentalmente reducido implica, como condición de po-
sibilidad de su manifestación y, por consiguiente, de toda elucidación
sistemática de su vida propia, un horizonte de presencia . Éste no pierde
su papel de fundamento si la consideración del eidos ego, así como de
las posibilidades aprióricas incluidas en la vida del ego, sustituye al aná-
lisis de tal o cual determinación efectiva de una subjetividad dada aun-
que reducida -por ejemplo, la del propio fenomenólogo-. La manifesta-
ción del eidos requiere, igual que todo elemento empírico determinado,
la apertura previa de un medio ontológico. La revelación trascendental
del ego no es, en resumidas cuentas, más que un caso particular, aunque
privilegiado, de realización intuitiva.
El ego trascendental que nos entrega la reducción fenomenológica
lleva en él, como correlato intencional, un mundo de objetos. Éste no es
una mera suma de existentes singulares, de orden empírico o eidético;
es ante todo un «universo», el medio en el que todos los cogitata pueden
libremente manifestarse. Respecto a tal «universo» y a sus contenidos, el
ego puro desempeña el papel de fundamento y origen. Pero el ego mismo
y el cogitatum que le es inmanente como mundo o determinación intra-
mundana, no pueden revestir ellos mismos la condición de fenómenos
y surgir en el ser más que sobre el fondo de éste en ellos 35•
35. En esta última página ha empezado a verse cómo Henry, aunque mantiene en defi-
nitiva siempre la denominación de fenomenología (radical o material) para su propio pen-
samiento , exige una especie de inversión de la fenomenología (es el título de la primera
amplia sección de su tratado Encarnación) que en realidad es una reducción dentro de la
reducción. Si la reducción fenomenológica, tal como la practica Husserl, conduce a la co-
rrelación vida-mundo , la reducción dentro de la reducción exigida por Henry conduce a la
pura autoafección de la vida (N. del T.).
El ser del «ego» y los presupu es tos de la ontología 47
39. O sea, el análisis de las posibilidade s del modo de ser de cada uno de nosotros (un
análisis, pues , ontológico y no óntico , pue sto que lo óntico es cómo realizamo s cada uno en
concr eto esas posibilidades) . Es óntica la pregunta por cómo soy yo, pero es ontológica la
pregunta por las po sibilidade s de la Existenz (que es tanto como preguntar por esta misma ).
En seguida se verá que Henry traduce Existenz por existencialidad (N. del T.).
50 Introducción
40. La evolución posterior de la doctrina no hará sino confirmar este punto de vista.
52 Introducción
43. Naturalmente, se trata de la tesis central de la filosofia de Michel Henry, vista hasta
el final de su obra en múltiples perspectivas (N. del T.).
44. Esta tesis , tan semejante al principio radical de la filosofia de Leibniz, es asimismo
extraordinariamente decisiva , si se me permite subrayarlo. Henry la enuncia de mil maneras
(N. del T.).
54 Introducción
45. Como ya ocurrió antes en un pasaje muy semejante del§ 4, no es sólo Kant mismo
quien resulta criticado , y ni siquiera el neokantismo -que conoció en la misma Francia un
gran éxito todavía en la primera mitad del siglo XX-, sino también la vertiente del llamado
espiritualismo francés más próxima al kantismo . Es imposible no pensar que Henry incluye
en su crítica a su respetad o maestro Jean Nabert (N. del T.).
46 . De nuevo, ce néant n 'est «rien». En la siguiente frase, las dos veces néant (N. del T.).
El ser del «ego» y los presupue stos de la ontología 55
49. Los últimos párrafos han expuesto por primera vez con algún detalle, como es
evidente, el fondo del pensamiento de Henry, que culmina en esta aparente paradoja, que se
diría que devuelve la filosofia primera al psicologismo -naturalmente, no puede ser así. Por
cierto , la explicitación de la vida y de su ipseidad se encuentra mucho más desarrollada en
otros textos que en el presente, donde el análisis se concentra en el acceso a lo esencial, más
que en su descripción pormenorizada.
Hacemos notar que la oposición entre revelación y desvelamiento es capital. La palabra
desvelamiento es un neologismo indeseable, sobre todo cuando obliga a usar en español la
forma desvelar, que resulta extremadamente chocante. Pero ocurre que el término castella-
no que habría que emplear es, precisamente , revelar;lo cual es imposible, puesto que, como
se ve, Henry opone la revelación de la vida a sí misma en sí misma (la verdad originaria e
inmanente) al trabajo de re-velar o, forzosamente dicho así, des-velar los entes en el hori-
zonte de luz de la trascendencia .
Por otra parte , no deja de tener profundas intenciones morales, políticas y religiosas este
nuevo referirse al ser humano, y no más al Dasein. Así ocurre también en la obra, paralela
en muchos sentidos a ésta, pese a las grandes divergencias que saltan en seguida a la vista,
de Emmanuel Levinas (N. del T.).
58 Introducción
50. sz,35.
51. Conviene notar que por primera vez tiempo y trascendencia aparecen asociados, en
lo que constituye una de las tesis más espectacul ares de la fenomenología de Henry - y más
alejadas de Husserl , Heidegger y toda la anterior tradición fenomenológica - (N. del T.).
El ser del «ego» y los presupuestos de la ontología 59
54. Permítaseme marcar de nuevo las tesis más propiamente extraordinarias de la filo-
sofía de Henry ... (N. del T.).
55. Se ha vuelto corriente utilizar en las traducciones españolas (y francesas) de Heideg-
ger este feo término, que traduce vagamente la rci..ávride los diálogos socráticos de Platón, o
sea, la inconstancia, los continuos vaivenes y como vagabundeos de una opinión que , de esta
forma, manifiesta su profunda no-verdad (su errar en el doble sentido de la palabra española)
(N. del T.).
62 Introducción
56. Los análisis a los que acabamos de aludir no han podido, como tampoco la des-
trucción ontológica del paralogismo de la psicología racional, encontrar un lugar en este
libro; serán objeto de posteriores trabajos . [La primera tarea se cumple en el Marx; para la
segunda, véase sobre todo el capítulo IV de Genealogía del psicoanálisis .]
SECCIÓN 1
ELUCIDACIÓNDEL CONCEPTODE FENÓMENO.
EL MONISMO ONTOLÓGICO
1. Ideen /, 66.
2. /dote, 8.
El monismo ontológico 65
3. Ido/e , 8.
4. Este término, muy habitual en la escuela de Brentano , la filosofia austríaca que lo
siguió e incluso en Wittgenstein, designa en primer lugar el correlato objetivo de los actos
de juicio . Preferimos la traducción inicial española, situación [objetiva] , como aparece en la
versión de las investiga ciones lógicas por Morente y Gaos , y no el estado de cosas , que se ha
vuelto ya corriente (y que refleja el equivalente inglés state o.faffairs) (N. del T.).
5. Cf. Ido/ e, 25.
6. MC,41.
66 La esencia de la manifestación
10. H, 129.
11. PhE, r, 68.
El monismo ontológico 69
de tratar lo que debe ser debatido por ella. Lo que debe ser debatido,
sin embargo, no es sino el «cómo», la manera en que la realidad se
manifiesta y debe manifestarse a nosotros. La realidad de lo real no es,
en efecto , más que la manera en que lo real se manifiesta. «Ontología y
fenomenología no son, dice Heidegger, dos disciplinas pertenecientes,
una al lado de la otra, a la filosofia. Estos dos títulos caracterizan a la
filosofia misma según el objeto y según el modo de su tratamiento» 12 •
Pero en el caso que nos ocupa, el objeto es el modo de tratamiento mis-
mo. La fenomenología es lo que nos da acceso al fenómeno compren-
dido en su realidad, es decir, al fenómeno en cuanto tal. Pero la vía de
acceso al fenómeno es el fenómeno mismo. La fenomenología se nos
propone como un medio: el medio de traer junto a nosotros la esencia
concreta y verdadera, la esencia de la presencia, lo absoluto en cuanto
que es la Parusía 13• Pero el medio es lo absoluto mismo, puesto que el
acto de traer junto a nosotros es la obra de la esencia, en cuanto que ella
es la esencia de la presencia, la Parusía y lo absoluto. La fenomenolo-
gía busca la Parusía de lo absoluto sobre el fundamento de lo absoluto
entendido como la Parusía.
En cuanto que es la aplicación del método fenomenológico al pro-
blema de la esencia del fenómeno, la fenomenología se mueve en un
círculo. Éste es el signo de su carácter absoluto. Este carácter absoluto
de la problemática que ella instituye no significa que la fenomenología
no tenga presupuestos. Por el contrario, admite un presupuesto funda-
mental en cuanto que este presupuesto es el fundamento mismo, lo ab-
soluto. La fenomenología es una investigación que apunta a elucidar su
propio fundamento, es una reflexión sobre sí misma. La fenomenología
es su propio objeto.
Los problemas últimos de la.fenomenología se refieren a la reflexión
de la fenomenología sobre sí misma y sobre su fundamento. En la res-
puesta que se da a estos problemas últimos se decide el sentido de la
fenomenología. Éste depende, en efecto, de la naturaleza del fundamen-
to. Cómo puede la fenomenología entrar en relación con la esencia, es
decir, con el Cómo fundamental conforme al cual la realidad se realiza
haciéndose «fenómeno», depende evidentemente de la naturaleza del
«Cómo». El problema de la esencia del fenómeno es primero respecto
al de la elucidación. La fenomenología se deja guiar por su objeto. El
Cómo de su acercamiento está subordinado al Cómo de la realidad a
16. L. Mal veme , «La condit ion de l'e tre»: Rev. Mét . Mor. (enero 1949) 42.
El monismo ontológico 75
17. Obsérvese que, aunque de un modo bien diferente que en Heidegger , esta afirma-
ción contiene ya los problemas radicales que Henry ha visto, sobre todo en su filosofia del
cristianismo, en el concepto de la creación del mundo (N. del T.).
76 La esencia de la manifestación
22. Husserl llamaba en sus últimos años Lebenswelt, que solemos traducir , tanto en fran-
cés como en español, por «mundo de la vida» (aunque esta expresión no refleja hasta qué
punto en la original aparecen imbricados mundo y vida), no al «mundo objetivo» de las cosas
bien identificadas y ya preparadas para su categorización científica, sino al ámbito de inme-
diatez en el que nos movemos y que manejamos del modo más natural y primario . En buena
medida , trataba así de responder Husserl a la noción heideggeriana de mundo (N. del T.).
23. Desde la primera traducción de Ser y tiempo, debida a José Gaos , acostumbramos a
diferenciar en español existenciario de existencial. Lo existenciario es de orden ontológico
(una posibilidad formal de la existencia), mientras que lo existencial es de orden óntico (o
sea, el modo concreto en que realiza un Dasein un existenciario). Respectivamente, los
términos alemanes son existenzial y existenziell. En el texto de Henry se pone esto mismo a
continuación de manifiesto sobre el caso concreto de la distancia (N. del T.).
24. Se trata de una evidente alusión al modo en que Kierkegaard comprende el ser hoy
discípulo de Cristo (cf. sobre todo , de este autor , sus Migajas defi/osofia) (N. del T.).
El monismo ontológico 79
25. La mayúscula indica que se trata de la tradu cción del término Sorge, de Ser y tiem-
po: el existenciario capital, en definitiva, puesto que existimos lanzado s al futuro, cuidándo-
nos de las posibilidades en mane ras muy variadas (trabajando con las cosas, ocupándonos
con las persona s, y siempre, en todo ello, cuidándono s a nosotros mismos) (N . del T.) .
26. O sea, el ente más o menos cercano-lejano . Para el francés, étant es una expresión
mucho más forzada y desacostumbrada que nuestro ente. Muy pocas líneas más abajo se
observará otro caso igual, que ya no hace falta resaltar (N. del T.).
80 La esencia de la manifestación
27 . Hay que tomar de nuevo la precaución de saber que Henry se limita aquí a reprodu-
cir la doctrina de otros, el monismo, que será luego objeto capital de su crítica (N. del T.).
28. VB, 141.
29. VB, 142.
El monismo ontológico 81
Ahora bien, para ser más exactos, Dios mismo no es algo que se someta
a tales condiciones; si es la esencia misma de la espiritualidad, Él es lo
mismo que estas condiciones, se confunde con ellas; Él es no sólo esta
vocación de manifestarse y de realizarse en esta manifestación, sino el
movimiento mismo que actualiza esta vocación, el poder que hace de
ella algo real. La esencia de la divinidad es idéntica, por consiguiente,
con la de este poder; lo pensado en los dos casos es la estructura inter-
na de lo absoluto, es la esencia de la manifestación como tal. De este
modo, las condiciones de la fenomenalidad encuentran en la descrip-
ción de la esencia divina, no el ejemplo particular aunque privilegiado
de una realidad a la que ellas someterían y que estaría subsumida bajo
ellas como bajo una regla general, sino su propia realidad, en tanto
precisamente que ellas no son unas condiciones abstractas, sino las
condiciones mismas de la realidad y, como tales, la propia realidad
ontológica absoluta.
El comentario fichteano del principio del Evangelio de san Juan se
sitúa en esta perspectiva: vale como una repetición de los presupuestos
ontológicos que hemos evocado; repetición que, debido a que se colo-
ca decididamente esta vez en el plano de lo absoluto, confiere a estos
presupuestos un carácter decisivo. La definición de Dios como Verbo
significa la comprensión del ser divino como existencia. El ser de Dios
existe, se manifiesta, y lo hace conforme a las condiciones que consti-
tuyen la esencia de la manifestación , es decir, de hecho , la esencia de la
propia divinidad. Que el ser de Dios existe significa, conforme a estas
condiciones que constituyen su ser, que Dios se divide en virtud del
dualismo del ser y la existencia ; que el ser divino no puede ser puesto
en el aparecer más que en la medida en que se pro-duce frente a él,
nadificándose ante él, su propia imagen, que es la existencia y el saber
de su ser mismo. La existencia de Dios, producida a partir de él como
aquello que lo hace existir, constituye así la realidad del ser divino; es,
como ser fuera de su ser, como imagen y como existencia, el ser mismo
de este ser. El ser de Dios es existencia 34 •
¿Cómo hay que entender , de una manera más precisa, la relación en
Dios del ser y la existencia? La existencia de Dios no es ni exterior ni
posterior a su ser. Esta «existencia que nosotros distinguimos ... no es
distinta de él», dice Fichte; es «primitiva» 35 , tan primitiva como su ser.
De modo que para Fichte, al igual que ya antes de él para Bohme, no
podemos considerar el ser divino aparte del proceso por el que emerge
49. H, 161.
El monismo ontológico 89
65. Semejante promoción a la luz merece ser llamada certeza, porque de lo que estamos
ciertos es de lo que se ofrece verdaderamente a nosotros a esta luz y vemos en ella tal como es
en sí. Cuando decimos que estamos ciertos del ente que nos aparece, queremos sencillamente
decir que él nos aparece. La certeza se basa en el aparecer o, más bien, se identifica con él.
El monismo ontológico 95
82. sz,366.
83. H, 134.
84. Los comentadores que han desentrañado el pensamiento de Heidegger han percibi-
do esta identidad de la subjetividad y el mundo como tal, identidad que constituye el aspecto
más profundo del monismo ontológico. Cf. J. Beaufret: «En la cercanía más próxima se
produce la abertura de luz que concierne a cada uno en su ser más íntimo» (Heidegger et
le probléme de la vérité: Rev. Fontaine [noviembre 1947] 770). H. Birault habla también
de una «luz que es a la vez la del Ser y la del ser que somos nosotros» (en Rev. Mét. Mor.
[enero-marzo 1951] 64).
85. Jaspers llama «principio de la conciencia» a la intencionalidad, es decir, a la tras-
cendencia de objetos determinados.
El monismo ontológico
'º'
ontológica del concepto de conciencia reside en la afirmación de que la
conciencia no es sino este rebasamiento. Entonces el ser de la conciencia
se identifica verdaderamente con el proceso ontológico de la realidad;
deja de ser el ser determinado de un sujeto opuesto, como realidad dada,
a la realidad dada del objeto, para pasar a ser el principio de toda realidad
como tal. La conciencia ya no es el predicado, o hasta el atributo esen-
cial, del ser-sustancial del sujeto. La sustancialidad del sujeto consiste en
el rebasamiento mismo por el que tenemos acceso a las cosas, y el sujeto
es el acceso mismo, el Ser-en como tal. «Toda conciencia es posicional y
se agota en esta posición misma» 86• La esencia del hombre en dirección
al ser es esta dirección. No basta con decir, como hace también Sartre,
que Heidegger rechaza «el aislamiento megárico y antidialéctico de las
esencias»; lo que en él se manifiesta es una nueva concepción de la esen-
cia87, conforme a la cual la esencia es la dialéctica misma, el intercambio
y el paso. Y esta esencia define la humanidad misma del hombre, es la
esencia de la realidad humana. Es, pues, en el interior del hombre, en lo
más íntimo de su ser, donde reside el poder ontológico de la dialéctica.
Todos los poderes del hombre se fundan exclusivamente en este poder
que hay en él. La visión, por ejemplo, «sólo se prepara interiormente por
mi apertura ... a un campo de trascendencias» 88. La apertura como tal al
campo trascendental , apertura que es este campo mismo: tal es, en su
esencia, el ser-íntimo del hombre. El ser más íntimo del hombre es, pues,
la espacialidad originaria pensada como la condición de toda presencia.
La comprensión del ser-íntimo del hombre a partir de la espacialidad
trascendental de la presencia está en el origen del concepto monista de
la existencia. «La existencia es espacial, es decir, que, por una necesidad
interior, se abre a un fuera» 89 • La exterioridad más radical, lo que es
más objetivo que cualquier objeto, define la interioridad más íntima . Lo
que es más objetivo que todo objeto es su condición, su existencia . La
trascendencia es la condición del objeto en cuanto tal. El objeto es el ser
trascendente. Pero la trascendencia es la interioridad del sujeto humano,
es el ser más íntimo del hombre. La trascendencia es la existencia uni-
versal. La existencia del hombre es la existencia de las cosas. La subje-
tividad del sujeto no es más que la objetividad del objeto.
La identidad de la subjetividad del sujeto y de la objetividad del obje-
to ha podido permanecer oculta mucho tiempo. El que no se haya mani-
festado antes en la problemática filosófica se ha debido, en primer lugar,
90. Esta vez está el mismo Husserl entre los pensadores criticados por la afirmación
de Henry. Ya ve el lector cómo este largo parágrafo está dedicado todo él a comprobar la
identidad en el monismo de la filosofia del ser y la filosofia de la conciencia , tomando en
consideración tanto a los llamados idealistas como a los fenomenólogos que no han logra-
do llevar hasta su radicalidad la fenomenología . Se echa de menos siempre, en el caso de
Henry, alguna atención al pensamiento griego y a sus secuelas medievales más evidentes.
Es como si, en su perspectiva , la filosofia en su refundación cartesiana haya absorbido y
superado cuanto de ontológicamente relevanse te había hecho antes (N. del T.).
El monismo ontol ógico 103
91 . Lachelier , Psyc hologie et Métaphy sique, PUF, Paris 1949, 54; en esta cita el subra-
yado es nuestro .
104 La esencia de la manifestación
93. Acaba de rozarse, y ello no es nada frecuente, la posibilidad de que el orden del
bien, la moral, tenga alguna relevancia en ontología. De hecho, el aislamiento de la ontolo-
gía respecto de la moral es, al menos en este tratado, un más que probable defecto. Heideg-
ger ha dejado aquí su impronta (N. del T.).
94. Watson, The ways ofbehaviorism, Harper and Brothers, New York - London 1928, 7.
106 La esencia de la manifestación
95. Esta apelación aparece como el leitmotiv de la crítica behaviorista contra la filosofia
de la conciencia. Cf. por ejemplo este otro texto, que considera más exactamente la con-
cepción del recuerdo y de la imagen entendidos en el sentido clásico, es decir, como hechos
de conciencia: «But the behaviorist, having made a clean sweep of ali the rubbish called
conciousness, comes back at you: 'Prove to me', he says, 'that you have auditory images,
visual images or any other kinds of disembodies processes. So far I have only your unveri-
fied and unsupported word that you have them'» [Pero el conductista, una vez que ha barrido
bien toda la basura que llaman conciencia, vuelve y te dice: Pruébame que tienes imágenes
auditivas, imágenes visuales o cualquier otra clase de procesos incorporales. Hasta ahora no
tengo más que tu palabra, sin verificación ni apoyos, de que los tienes] (The ways of beha-
viorism, 75; el subrayado es nuestro).
96. No menos ingenua y contradictoria era, en el siglo pasado, la posición de Cl. Ber-
nard, cuando oponía a la filosofia, ciencia hueca si no perjudicial, mero ejercicio de la mente,
su proposición fundamental, según la cual «fuera de la experiencia no hay nada». La filosofia
es justamente la ciencia de la experiencia como tal; sólo que es preciso ver que la experiencia
como tal constituye un problema. Elevarse a la inteligencia de este problema es, precisamen-
te, ser filósofo.
97. Hay que leer, sin duda, «existenciaria».
98. EN, 115.
99. H, 134.
El monismo ontológico /07
dada o utensilio que comporta, es cierto, una relación con el ente del
que ella enuncia algo. Cuando esta relación es adecuada, cuando hay
acuerdo entre la proposición (por ejemplo, la rosa es fragante) y el ente
(la fragancia de la rosa), hay verdad, y error en el caso contrario (si la
rosa no huele, si es una rosa artificial, etc.). De este modo, la represen-
tación, que, en cuanto apertura y descubrimiento del ente, es la esencia,
decae al rango de la proposición, que, como proposición expresada,
es una realidad intramundana (ideal o no). La relación trascendental,
que es la apertura originaria de la representación y de la existencia, la
conserva la proposición, en cuanto proposición expresada, bajo la for-
ma de la relación que mantiene con el ente con el que se corresponde.
Esta misma relación de conformidad o de no conformidad entre dos
realidades dadas se comprende porque está inserta en una de ellas -la
proposición- como una realidad dada. La naturaleza de esta relación,
en cuanto que está dada, resulta así de la interpretación del ser de la
relación trascendental original de la trascendencia a la luz del estar dada
la proposición en cuanto proposición expresada. El acuerdo que, en la
filosofia clásica, define la «verdad» no es sino la decadencia de la verdad
ontológica originaria de la existencia en cuanto que esta verdad reside en
la apertura y el descubrimiento del ente 1°7 •
La misma decadencia aparece también en las tesis kantianas rela-
tivas a la crítica del idealismo problemático 108 • La idea misma de una
demostración de la realidad del mundo exterior implica el desconoci-
miento de la esencia originaria del mundo como talw9 • Ésta se confunde
con la totalidad de la realidad intramundana. De hecho, esta última es
lo que se busca fundar, mostrando que la vida psicológica e interior de
la conciencia es posible sólo en su conexión con los objetos exteriores,
cuyo orden objetivo constituye el único fundamento asignable tanto a la
unidad como a la distinción de los acontecimientos interiores. Las repre-
sentaciones subjetivas, identificadas con estos acontecimientos, reciben
como ellos la significación de formar una realidad yuxtapuesta a la reali-
dad óntica exterior. En cuanto a la relación que une estas dos realidades
dadas y que confiere a la serie subjetiva su unidad, no es, a su vez, sino
una realidad dada.
111. «Esta nada es la realidad humana misma», dice Sartre (EN, 230).
112. Esta afirmación paradójica y constante la hace, en fin, Ser y tiempo (N. del T.).
El monismo ontológico 113
115. Esta afirmación resultará ser de máxima relevancia. Henry lucha en este tratado ,
contra el monismo y contra el propio Heidegger, por establecerla, a sabiendas de que no
puede probarla, puesto que es el principio, sino sólo tratar de manifestarla, después, eso sí,
de haber criticado todo pensamiento que la desconoce o la niega explícitamente (N. del T.).
116. Trascendencia, rebasamiento, trasgresión, superación, negatividad, nadificación ...
significan realmente lo mismo y son desde ahora términos utilizados muy a menudo. En el
problema al que se refieren es patente la cercanía de Heidegger a Hegel (N. del T.).
117. K,224 .
116 La esencia de la manifestación
118. H, 190.
119. Téngase en cuenta que la crítica del monismo reinterpretará radicalmente esta te-
sis, característica del reconocimiento de la diferencia ontológica. Si hay otra manifestación
del ser, es decir, otro ser, además del descrito por el monismo ontológico, quizá ya en su
dominio (en la inmanencia, como se verá) no deba seguir manteniéndose que siempre el ser
es ser del ente y, por ello, finitud (N. del T.).
El monismo ontológico 117
127. L, 175.
120 La esencia de la manifestación
128. Kierkegaard dice que en Grecia lo sensible no era la culpabilidad, sino el enigma.
En este carácter enigmático de lo sensible reside, según Kierkegaard, la significación de
la plástica griega. Cf. El concepto de angustia (en la versión fr. de K. Ferlov y J. Gateau,
Gallimard, Paris 1935, 96).
129. Cf. infra, Apéndice.
El monismo ontológi co 121
130. Cf. A. Koyré, La philosophie de Jacob Bohme , Vrin, París 1929, 303-414 .
131. Al recordar ahora Henry cómo en Bohme se encuentran muchas de las raíces de
la especulación ontológica de los idealistas alemanes, implícitamente nos hace caer en la
cuenta de la extraordinaria importancia que ha tenido, para estimular estas ideas, la consi-
deración de la trinidad divina tal como la propone la dogmática cristiana (N. del T.).
El monismo ontológic o 123
cia efectiva en tanto que «la conciencia es el acto por el que el sujeto
pensante se vuelve inmediatamente objeto» 132 • El tema según el cual la
objetivación es el devenir de la conciencia bajo la forma del devenir
del objeto, es la realización de la conciencia en tanto que la conci encia
debe objetivarse para aparecer, pertenece a la filosofia de la concien-
cia en general. Pero la objetivación que es la realización de la conciencia
no es la objetivación pura. Es la objetivación efectiva en la que la de-
terminación está presente. Por tanto, la conciencia se manifiesta en un
objeto real, en la efectividad de una entidad trascendente y , como tal,
limitada. Lo que, en el devenir efectivo de la fenomenalidad, entra en
la condición fenoménica, es la determinación finita. «Llegar a la con-
ciencia y ser limitado, es una sola y misma cosa» 133 . La esencia pura de
la manifestación no se manifiesta más que bajo una forma finita. Schel-
ling concibe esta esencia pura como una actividad primitiva e infinita .
Por eso escribe: «Es la condición de la conciencia que esta actividad
primitiva e infinita, esta esencia de toda realidad, se convierta en su
propio objeto y, por consiguiente, se vuelva definida y limitada» 134 • Así,
la entidad concreta y de suyo no-conciencia es, en tanto que concien-
te, la única realización posible de la esencia fenoménica de la conciencia
pura. Si en las Investigacione s sobre la libertad humana, el elemento
nocturno que sirve de «reactivo» a la revelación y constituye como tal la
condición de su posibilidad, puede ser interpretado como un elemento
ontológico puro --en tanto que el Fondo causal no es la determinación
sobre la que se refleja la luz, sino lo que, en la esencia misma de ésta, se
disimula, y no con anterioridad a su devenir efectivo sino en el seno de
éste-, el elemento diferente de la conc iencia es, en la última filosofia 135,
claramente establecido en su heterogeneidad respecto de la esencia. Lo
que la esencia se opone en la alienación en la que busca la existencia
conciente es un ser real en el sentido de la determinación, y no ella mis-
ma. La oposición al simple pensamiento de sí mismo de la idea de una
creación efectiva que desemboca en un término real y, como tal, ajeno
a la pura objetivación de sí del pensamiento, tiene la misma significa-
ción que la crítica dirigida por Bohme contra la Sabiduría divina . Esta
significa ción fenomenológica es que la pura objetivación no pued e lle-
var a cabo su obra más que si lo que sobrevi ene en ella le es ajeno. La
separación efectiva de la criatura respecto de Dios en el fenómeno de la
132. IT , 34.
133. IT , 65.
134. IT , 53.
135. Se entiende que de Schelling . Imposibl e no ech ar de menos en la obra de Henry
algo semejante a la filosofia de la mitología y la revelación que se encuentra en esta última
forma del pensamient o de Schelling (N . del T.).
124 La esencia de la manifestación
152. IT, 9.
153. «El único objeto inmediato desde el punto de vista trascendental es lo subjetivo
[es decir, la esencia pura, lo trascendental, el elemento absolutamente no objetivo] ; el único
órgano de esta filosofía es el sentido íntimo» (ibid., 15).
154. Como es evidente, Henry ha procedido, para terminar estableciendo esta tesis, a
una especie de prolija inducción a través de las formas históricas más profundas de la filo-
sofía de la conciencia (N. del T.).
155. Koyré, La Philosophie de Jacob Bohme , 243.
El monismo ontológico 129
157. sz,212 .
El monismo ontológico 131
158. Marx, (Euvres philosophiques VI, trad. Molitor, Costes, Paris 1946, 84.
El monismo ontológico 135
159. K, 278.
160. He aquí un resultado capital de estas largas disquisiciones a través del idealismo y
la filosofia de la conciencia. Henry logra un punto de apoyo para su filosofia (N. del T.).
161. Este neologismo viene de eliminar de la palabra objeto, Gegenstand, el prefijo que
alude a su estar-delante, enfrente (geg-). Lo que queda es, en español, el estante (N. del T.).
162. WG, 109.
136 La esencia de la manifestación
163. Buscar la finitud en el ser racional mismo, como pretendían Heidegger y Kant, no
significa, por tanto, mostrar cómo este ser implica para realizarse algo distinto de él, a saber,
un elemento no ontológico. La finitud del ser racional concierne a la manifestación misma
como tal: no al ente, sino a la pura imagen en que aparece.
164. EU, 159.
165. EU, 259.
El monismo ontológico 137
168. Dada la especial dureza del último parágrafo, permítasenos una aclaración. El pro-
blema planteado es el de saber si, ya que el ser de los entes intramundanos es la luz finita en la
que éstos se muestran, la misma proyección de esta luz comparece o no ante la propia luz. La
obra de la esencia desplegando el horizonte de luz del mundo ha de ser, natural y justamente,
esencial. Pero esta obra, que ha sido llamada trascendencia en la reciente filosofia del ser, ¿se
contempla a sí misma en la luz que ella proyecta? Como su trabajo es la manifestación de los
entes intramundanos, ¿cómo va este manifestar a quedar al margen de toda manifestación, o
cómo va a achacarse sólo a los entes mismos la única posibilidad de que se manifieste su ser?
Plantear así el problema es ya casi haberlo resuelto en la forma en que lo hace la siguiente
sección del tratado: la obra de la trascendencia se manifiesta no trascendente sino inmanen-
temente; la esencia de la manifestación es manifestación, pero no (y en esto se equivoca el
monismo) en el mismo sentido en que ella hace manifiestos a los entes intramundanos . Lapa-
labra manifestación tiene dos sentidos vinculados entre sí. El monismo, en cambio, sólo pue-
de referirse especulativamente, no fenomenológicamente, al ser mismo , a la esencia misma,
a la verdad originaria. O bien ha de empezar hablando de una correlación intencional entre
acto y objeto más atrás de la cual no se puede retroceder, o sea, cuya esencia es absolutamente
ininteligible (N. del T.).
SECCIÓN II
REPETICIÓN DE LA ELUCIDACIÓN
DEL CONCEPTO DE FENÓMENO.
TRASCENDENCIA E INMANENCIA
su condición primitiva, que es, como tal, como este 'ya' de la manifes-
tación pura efectiva que hace posible todo comportamiento y todo paso
ulterior, lo absoluto. El ser se manifiesta ya de entrada, con anterioridad
a todo trabajo de elucidación. Ya: no sólo como presupuesto de este tra-
bajo mismo, sino como una condición absolutamente universal de toda
actividad de la conciencia natural en general.
No menos ambigua es la proposición antes citada 2 , según la cual «pa-
ra que podamos comprender la esencial determinación del ente por el
ser, el elemento determinante mismo tendrá que mostrarse con una cier-
ta claridad». La manifestación del ser entendido como el elemento de-
terminante del ente (en cuanto constitutivo de la estructura ontológica de
éste) se interpreta aquí como debiendo producirse en el futuro; por lo
tanto, referida a un trabajo de elucidación que ella reclama, y justamen-
te para producirse al menos «con una cierta claridad». La determina-
ción del ente por el ser se realiza, sin embargo, con anterioridad a la
comprensión de esta determinación por el filósofo, y esta determinación
anterior a toda comprensión filosófica presupone, no obstante, la mani-
festación del ser, en cuanto que de hecho no es sino esta manifestación
misma. Pues sobre el trasfondo de esta manifestación es el ente lo que
es. A la conciencia natural que capta cada vez el ente con sus caracteres
propios, el ser está ya dado: la manifestación del ser es originaria.
La determinación del ente por el ser expresa la dependencia de lo
que aparece respecto del acto de aparecer considerado en sí y por sí. En
la pura apariencia la determinación encuentra el origen de su destino:
este su destino le es ajeno. Que su propio destino sea ajeno al contenido
de la determinación no significa que lo sea también a la conciencia na-
tural que vive en presencia de este contenido. Para entregarse a la con-
sideración exclusiva del ente, la conciencia debe tener acceso al ser. El
ser se manifiesta a la conciencia natural como lo que le permite ser lo
que es: una conciencia que apunta al ente. La conciencia vive, por tan-
to, en presencia del ser que es esta presencia misma. La presencia del
ser en la que vive la conciencia natural no es una presencia supuesta,
una condición extraída por la reflexión filosófica y pensada por ella co-
mo la presuposición de toda relación posible con el ente. La presencia
del ser que hace posible esta relación, es decir, la conciencia misma,
está más bien presente en ella misma. Porque la relación está presente,
porque el ser se manifiesta, es por lo que la conciencia natural tiene
efectivamente una relación con el ente. La realidad de la relación es su
manifestación. La manifestación de la relación es la manifestación del
ser que se da a la conciencia desde el momento en que ésta se relaciona
3. H, 126.
4. H, 190.
5. H, 189.
144 La esencia de la manifestación
6. PhE, 1, 198.
7. PhE, 11,271-272.
Trascendencia e inmanencia 145
12. H, 181.
Trascendencia e inmanencia 147
13. Debido a que el horizonte del ser nunca es el «objeto» de una «representación» par-
ticular, la posibilidad de la representación del ser en el saber filosófico sigue siendo proble-
mática. Lo que se representa en el saber filosófico no es quizá el ser mismo, sino una «repre-
sentación» del ser, una significación objetiva cuyo sentido es remitir a la esencia originaria
del horizonte y de su manifestación. Tal significación objetiva encuentra obviamente su fun-
damento en el horizonte mismo . Pero en la naturaleza de éste no está sólo el fundamento del
saber filosófico , sino también su motivo. Pues el saber filosófico no surge con el problema
del saber de sí de la esencia más que en la medida en que ésta parece «oscura». Pero quizá la
esencia no parece oscura más que a la mirada de la mención que la conciencia le dirige en el
pensamiento temático ; quizá la oscuridad de la esencia es obra de la «representación».
14. H, 136.
150 La esencia de la manifestación
que el saber natural es solamente, según dice Hegel, «el concepto del
saber» -y concepto quiere aquí decir la mera «representación de algo en
general», por oposición al concepto absoluto, en el que el saber se capta
a sí mismo en su misma esencia, en el que lo absoluto está presente a
sí mismo en su absolutez-. A decir verdad, no es de la misma manera
como el saber natural «toma en cuenta» el ser y «no lo toma en cuenta».
Tomar en cuenta no significa lo mismo en los dos casos. Si se emplea
afirmativamente, tomar en cuenta designa la representación que cons-
tituye la esencia de la conciencia en general. El ser que esta conciencia
toma en cuenta es el horizonte trascendental cuya manifestación origi-
naria pertenece a la esencia misma del ser y es como tal radicalmente
independiente respecto de cualquier captación en un acto de conciencia
dirigido a ella. De esta captación en un acto de conciencia es de lo que
se trata, por el contrario, cuando se dice que el saber natural «no toma
en cuenta el ser»: constatamos que tal captación, que tiene al ser como
objeto, no está comprendida en el saber natural en cuanto que a lo que
éste apunta no es precisamente al ser, sino solamente al ente. El objeto
que el saber natural no toma en cuenta no puede ser el ser mismo en su
naturaleza originaria, en cuanto que éste se manifiesta a la conciencia
conforme a su esencia misma, conforme a la esencia de esta conciencia,
ya sea la conciencia natural o filosófica, ya lo «tome en cuenta» o no.
Pero la manifestación originaria del ser en la conciencia es el concepto
absoluto. Por tanto, es falso decir que el saber natural es solamente el
«concepto del saber»: es el saber mismo en un sentido absoluto, la pre-
sencia de lo absoluto a sí mismo en su absolutez y, como tal, la Parusía.
Que el saber natural no tome en cuenta el ser significa, pues, no que
el ser no se manifi,este a la conciencia natural en esta manifestación
originaria de sí que es la propia Parusía, sino simplemente que no se
manifiesta a esta conciencia bajo la forma de un objeto dado en un acto
de captación. En realidad, solamente de semejante acto de captación, es
decir, de un modo determinado de la vida de la conciencia, se puede de-
cir que no es más que el «concepto del saber», en tanto, justamente, que
«no toma en cuenta el ser». El saber verdadero, por el contrario, tomará
en cuenta el ser captándolo. Este tomarlo en cuenta el saber verdadero
es justamente lo que no es obra de la conciencia natural. Pero la con-
ciencia natural ha tomado ya en cuenta el ser, aunque ciertamente en un
sentido muy diferente: en tanto que es una conciencia y que la represen-
tación del ser le pertenece como la manifestación de sí originaria del ser,
como la Parusía. Tomar o no en cuenta el ser en un acto de captación
no tiene relación con el tomarlo en cuenta inherente a la esencia de la
conciencia, es decir, al ser mismo. La oposición de la conciencia natural
y el saber verdadero es inesencial.
Trascendencia e inmanencia 151
15. Nótese esta nueva tesis esencial, propia ya de la filosofia de Henry (N . del T.).
16. H,163.
152 La esencia de la manifestación
conciencia, «para ella», «para sí», «para nosotros», lo que ella se repre-
senta al comprenderse en un modo determinado de su vida, es siempre,
sea cual sea ese modo, algo irreal. A la separación irreal de la esencia
y la existencia que es para la conciencia natural (jür es), se opone no
la unidad -ella misma irreal- de la esencia y la existencia que es para
nosotros (fiir uns) o para la conciencia que se comprende a sí misma en
su esencia (für sich ), sino solamente la unidad real de la existencia y
la esencia. Poco importa, en última instancia, que la existencia se com-
prenda o no como siendo la esencia: ella es la esencia, es decir, la reali-
dad. Ella es la manifestación de sí de la esencia de la manifestación, el
ser para-sí originario del ser mismo.
Aunque parezca introducir la problemática en la dimensión original
del ser-para-sí, la distinción establecida por Hegel entre lo que es para
la conciencia y lo que es para nosotros, permanece de hecho radical-
mente ajena a ella: no concierne a la estructura ontológica del ser-
para-sí. La Fenomenología del Espíritu, que se atiene a la descripción
de la existencia tal como es para la conciencia que se la representa, sea
esta conciencia la conciencia natural o la conciencia filosófica, no tie-
ne, pues, en ningún momento relación con la realidad. El examen de las
diversas modalidades dentro de las cuales la existencia se comprende a
sí misma, procede en la abstracción, porque, como dice el propio He-
gel, «la abstracción es justamente lo que no es auténticamente, lo que
solamente es para la conciencia» 22 • Es cierto que por «lo que solamen-
te es para la conciencia» entiende Hegel lo que vale para la conciencia
no filosófica que todavía no ha logrado el conocimiento de sí misma 23 •
Pero, como hemos visto, lo que es para la conciencia filosófica (für
sich,fiir uns) no es menos irreal: la unidad de la existencia y la esencia
que se representa esta conciencia al comprenderse a sí misma en su ver-
dad, no es todavía sino una unidad abstracta . Vemos, más precisamente,
la profunda ambigüedad que hay en la obligación impuesta al en-sí de
convertirse en para-sí cuando, como es el caso constantemente en la
Fenomenología del Espíritu, el en-sí designa la realidad de la concien-
cia, es decir, de hecho la estructura ontológica originaria del ser-para-
sí. El devenir-para-sí del ser-en-sí de la conciencia no tiene, en rigor,
ninguna significación ontológica . La esencia está contenida por entero
en el ser-en-sí de la conciencia en la que de entrada está ya cumplida.
El devenir-para-sí del ser-en-sí de la conciencia concierne sólo a lama-
nera en que esta conciencia se comprende a sí misma, y no tiene, como
. 24. E~ esta tesi~ se alcanza el punto más grave de la crítica de Henry a Hegel y, por lo
mismo, la 1mpos1b1hdadpara la fenomenología radical de entrar en la dialéctica que carac-
teriza todas las sistematizaciones del saber filosófico intentadas por el idealismo alemán.
Los párrafos siguientes van iluminando este punto capital, sobre el que insiste luego el § 20.
Ya aquí se deja ver la conclusión capital de Henry, según la cual la verdad originaria es de
índole auto-afectiva -y no puede no serlo (N. del T.).
160 La esencia de la manifestación
25. PhE , I, 74 .
162 La esencia de la manifestación
28 . PhE, 1, 77.
29. Jbid.
Trascendencia e inmanencia 165
32. Aquí no se pretende en absoluto, por otra parte, hacer de esta representación el
resorte de la historia, la esencia de lo que es histórico.
33. PhE, 11, 303-304.
168 La esencia de la manifestación
36. Hyppolite , Genese et Structure de la Phénom énologie de! 'Esp rit de Hegel, Aubi er,
París 1940, 575.
37. H , 176.
38. H , 175.
170 La esencia de la manifestación
39. L, 163.
40. Ofrezco un nuevo subrayado: la ontología no es ni puede ser pensamiento (N. del T.).
41. L, 77.
42 . H, 167.
Trascendenciae inmanencia 171
44. En alemán, entsteh en significa surgir. El Entstand es, pues, el correlato de una
intuición creadora , no de una actividad receptiva (de la que el correlato es un Gegenstand:
algo que ya está ahí alzándos e delante) . Más que una distinción de Kant, es una distinción
de Henry sobre la base del texto de Kant (N. del T.).
174 La esencia de la manifestación
45. K, 92 .
46. Anotemos que la verdad originaria -la ontología-, de la que ya sabíamos que no
podía ser un pensamiento, no ha de poder ser tampoco una intuición (N. del T.).
Trascendencia e inmanencia 175
49 . K, 210 .
Trascendencia e inmanencia 177
54. K, 148.
55. !bid.
56. K, 178-179.
57. K, 187.
58. Cf. supra, Introducción § 3.
59. K, 149; el subrayado es nuestro .
60. Permítaseme subrayar que éste es un punto esencialmente delicado en la argumen-
tación global de Henry. ¿No bastaría con distinguir dos modos sumamente diferentes de
Trascendencia e inmanencia 179
intuición para deshacer el círculo ? A fin de cuentas, la mayoría de las palabras capitales en
la teoría del conocimiento se han usado con sentidos análogos muchísimas veces. En todo
caso, lo que se dilucida aquí es la posibilidad o la imposibilidad de atribuir algún rasgo pro-
piamente cognoscitivo a la verdad originaria, a la ontología . Si ésta no tiene el carácter ni de
pensamiento ni de intuición, se corre el riesgo de incurrir en alguna figura del irracionalismo .
Henry deberá enfrentarse más adelante con este peligro, que afectaba igualmente al pensa-
miento de Heidegger -c omo ponen de relieve los párrafos que siguen- (N. del T.).
61. Se trata, naturalmente , del sentido de la doctrina kantiana sobre la imaginación
trascendental (N. del T.).
180 La esencia de la manifestación
62. K,205.
63. K, 84; el subrayado es nuestro. Kant decía ya, no menos explícitamente: «Cada uno
de los dos (la intuición y el pensamiento) es ciertamente representación», Über die Fort-
schritte der Metaphysik seit Leibniz und Wolff, en Oeuvres VIII, ed. E. Cassirer, 312, citado
por Heidegger, K, 84.
Trascendenciae inmanencia 181
64. K, 159.
65. K, 180.
Trascendenciae inmanencia 183
66. K, 157.
67. K, 156.
184 La esencia de la manifestación
68. K, 160.
69. K, 159.
70. ]bid.; el subrayado es nuestro.
Trascendencia e inmanencia 185
71. Heidegger mismo señala en Sein und Zeit (p. 358) que «la idea de la intuición guía,
desde el comienzo de la ontología griega hasta hoy, toda interpretación del conocimiento».
Este primado de la intuición lo afirma también, de manera tan solemne como explícita,
Kant, desde el principio de la Crítica (Estética trascendental): «de cualquier manera y por
cualquier medio en que un conocimiento pueda referirse a objetos, el modo por el que
se refiere inmediatamente a los objetos y al que tiende todo pensamiento como a la meta
respecto de la cual él es el medio, es la intuición» (Crítica de la Razón pura, versión fr. de
Tremesaygues y Pacaud, PUF, París 1950, 53).
186 La esencia de la manifestación
74. K, 166.
75. !bid.
76. K , 245.
188 La esencia de la manifestación
77. K, 244.
78. K, 242.
79. En esta medida tal intuición es una intuición «original», es decir, una intuición cuyo
«modo de presentación» es un modo «productivo» (cf. K, 199s).
80. K,230.
81. K, 246 .
Trascendencia e inmanencia 189
82. K, 246.
83. Cf. Kant, Crítica de la Razón pura, 178, donde afirma, en efecto, que «el tiempo no
puede ser percibido en sí mismo».
1
84. Se trata de esos principios del entendimiento puro que Kant llama analogías de la
experiencia. La primera es el principio de la permanencia de la sustancia ; la segunda, el
principio de la sucesión temporal según la ley de la causalidad (cf. KrV A l 32ss). El lector ya
va comprobando hasta qué punto Henry sigue fielmente en estas páginas el libro de Heideg-
ger sobre Kant y el problema de la metafísica . Henry da globalmente la razón a Heidegger en
la interpretación que éste hace del núcleo de la Critica de la razón pura, pero precisamente
para mostrar luego lo erróneo, también, de esa posición ontológica (N. del T.).
85. K,244.
86. lbid.
Trascendencia e inmanencia 191
87. K, 253 .
88. K, 245.
192 La esencia de la manifestación
90. K, 229.
194 la esencia de la manifestación
acto que recibe ¿no es, por tanto, en su ser idéntica al de la esencia de la
manifestación, el proceso mismo por el que ésta se objetiva bajo la forma
de un horizonte?
El que la manifestación del acto que recibe resida en el proceso por
el que la esencia se objetiva bajo la forma de un horizonte, significa que
la realidad fenomenológica de este acto se sitúa de hecho en lo que se
encuentra producido por él. Solamente en lo que se encuentra producido
por él, es decir, en la apertura del horizonte puro del ser, se cumple el
devenir efectivo de la fenomenalidad. Es precisamente porque el devenir
efectivo de la fenomenalidad se cumple solamente en lo que se encuen-
tra producido por el acto de la esencia por lo que tal acto se produce.
La trascendencia se lanza hacia delante porque, en este movimiento de
salir de sí e ir hacia fuera, crea, con este fuera, el primer plano de luz
que constituye la dimensión efectiva de la fenomenalidad. El medio fe-
nomenológico de la exterioridad que anima como su TÉAoi;el acto por el
que la esencia se objetiva en él, contiene también, de hecho, la realidad
de este acto, en cuanto que asegura su devenir fenoménico. El medio de
la exterioridad en que se constituye la dimensión de la fenomenalidad
efectiva, sin embargo, es producido. La trascendencia es quien despliega
el horizonte trascendental del ser. Trasferir la realidad del acto que abre
el medio del ser a este medio abierto, es, en ausencia de toda problemá-
tica explícitamente dirigida al modo originario de manifestación de este
acto, atribuir a éste el estatuto fenomenológico de lo que se encuentra,
de hecho, producido por él. Sin embargo, lo que se encuentra producido
por el acto de la trascendencia no obtiene tal estatuto sino en y por este
acto. Si la determinación del estatuto fenomenológico del medio del ser
exige que se ponga en claro lo que hace posible la fenomenalidad de
este medio y constituye, por consiguiente, su esencia misma, esta deter-
minación remite inevitablemente al acto originario de la trascendencia.
El pensamiento que ve en la perceptibilidad del horizonte la manifesta-
ción de la trascendencia olvida solamente que esta perceptibilidad no es
obra del horizonte sino de la trascendencia misma . Más exactamente, la
perceptibilidad del horizonte reside en la posibilidad última que tiene
la trascendencia de ser afectada por él. Cuando se da la perceptibilidad
del horizonte, se da la esencia misma en su totalidad concreta. A esta
totalidad pertenece no obstante, como fundando su carácter concreto en
la determinación de su posibilidad intrínseca, no sólo el horizonte pu-
ro, sino su perceptibilidad como tal, idéntica de hecho a su esencia. En
cuanto que la receptividad funda esta perceptibilidad y constituye así la
esencia del horizonte, es en ella, y no en el ser separado de aquél, donde
debe buscarse la realidad. Cuando está separado del poder que asegura
su formación fenomenológica en el acto por el que lo recibe, el horizonte
Trascendenciae inmanencia 197
99. Esta afirmacióncontieneya in nuce el fondo de la propuestade Henry (N. del T.).
Trascendenciae inmanencia 199
100. K, 97-98.
200 La esencia de la manifestación
así las condiciones según las cuales lo absoluto se fenomenaliza, atestigua la preeminencia
que tienen en Malebranche, como en tantos otros pensadores, ciertos presupuestos ontoló-
gicos últimos del monismo. Sobre el presentimiento genial que, sin embargo, tuvo Male-
branche acerca de la insuficiencia radical de estos presupuestos en su pretensión de definir la
condición de toda fenomenalidad, así como sobre el fracaso de este presentimiento, cf. infra,
§ 48. [Es de notar que, en realidad, Malebranche considera que nuestro conocimiento de la
realidad de Dios no está mediado por idea alguna, porque Dios no es sino el ser infinitamente
infinito, que no puede ser reflejado en idea alguna, pero que no por ello nos es precisamente
desconocido. Pensar ser es ya estar inmerso en la infinitud divina. Por otra parte, y en general,
es claro que la defensa malebranchiana de que en la percepción de nosotros mismos no hay
idea sino sólo sentimiento ha influido positivamente en Henry (N. del T.)].
104. Guéroult, Étendue et Psychologie chez Malebranche, Les Belles-Lettres, Paris
1939, 24-25.
Trascendencia e inmanencia 207
105. Esta tesis, tan laboriosamente lograda a través de las pasadas disquisiciones sobre
la filosofía de la conciencia, el esquematismo, la imaginación, el tiempo y la interpretación
heideggeriana de Kant, constituye el centro de la propuesta de Henry. Aquí, naturalmente,
aún no están sacadas las consecuencias últimas de lo que esto signifique (N. del T.).
208 La esencia de la manifestación
111.H,134.
Trascendencia e inmanencia 215
plica es nada menos que una identidad ontológica que todo el contexto
de la problemática desmiente. En el plano fenomenológico mismo, sin
embargo, tal identificación se revela ilusoria. Con la manifestación del
horizonte en el que busca en vano el principio de una fenomenología de
la trascendencia, es decir, del fundamento mismo, la problemática se da
algo a sí misma que ella no tiene, pues la manifestación del horizonte
sólo es posible por la trascendencia, es decir, justamente sobre el fondo
de algo que se le escapa.
El que el ser del fundamento se le escape a la problemática en el mo-
mento en que intenta captarlo en la manifestación del horizonte; el que la
trascendencia no sea en sí misma lo que se fenomenaliza originariamente
en el campo fenomenológico del ser, se ve también en el hecho de que
ella es más bien lo que no se muestra en la verdad de este campo y, como
tal, la esencia ontológica, más antigua que él, de la no-verdad. Desde el
momento en que se comprende en su naturaleza ontológica de funda-
mento, la trascendencia se escabulle de la fenomenalidad del horizonte.
El que en el momento en que se escabulle así de la luz de esta fenome-
nalidad, la trascendencia se realice pura y simplemente en la noche de la
no-verdad, atestigua el fracaso, en la doble dirección en la que se adentra,
de la problemática que quería asignarle un estatuto fenomenológico posi-
tivo y, con ello, determinar en su realidad el ser del fundamento.
112. Por primera vez expone explícitamente Henry el fondo de su posición , aunque,
evidentemente , sin desarrollarlo. Se echa de ver la cercanía de sus fórmulas a las de Fichte
(aunque ya sabemos que esta auto-manifestación de la esencia de la manifestación no con-
siste ni en pensamiento ni en intuición) (N. del T.).
218 La esencia de la manifestación
los idealistas) . Sin esta cierta reconquista, las consecuencias de orden teológico del pensa-
miento de Henry no serían posibles; pero en realidad son necesarias, si no se quiere que la
fenomenología radical desemboque en una forma nueva de psicologismo o antropologismo.
Es lo que ocurriría si la esencia de la manifestación coincidiera plenamente y sin más con la
esencia del ser del hombre (N. del T.).
Trascendencia e inmanencia 221
114. Revelación e inmanencia son los términos caract erísticos de la salida del monismo,
en la caracterización que de éste hace Henry, corno podrá verse largamente avanzando en la
224 La esencia de la manifestación
115. Toda la filosofia de Henry es consecuencia del desarrollo completo de esta afirma-
ción (N. del T.) .
226 La esencia de la manifestación
116. Me permito subrayar que aquí se trata al horizonte como una realidad ontológica;
lo que, de paso, fundamenta que Henry considere su postura como adversaria del monismo.
El punto es importante a la hora de interpretar la posterior filosofia del cristianismo de
nuestro autor, que, para muchos, representa un monismo de signo inverso al criticado en este
período de formación y primera madurez de su obra (N. del T.).
117. ¿El único horizonte que, como tal, sea posible? Así parece , desde luego, sostener-
lo Henry, pese a esta frase (N. del T.).
Trascendenciae inmanencia 227
118. La fenomenología de Husserl queda, pues, según Henry, sobre todo del mismo
lado, el monismo, que la filosofia del ser, la filosofia de la existencia y las filosofias de la
conciencia -incluido el idealismo alemán-(N. del T.).
Trascendencia e inmanencia 229
cia los alcance en persona en el acto por el que se orienta hacia ellos
para captarlos 119 • Encuentre o no su cumplimiento intuitivo adecuado,
este acto de «orientación hacia» es la condición ontológica de los con-
tenidos tanto «inmanentes» como trascendentes y, como tal, su esencia
común. Debido a que encuentran la condición de su posibilidad en el
acto de orientación de la conciencia, es decir, en la trascendencia, estos
contenidos pertenecen a un único y mismo medio: al medio ontológico
trascendente del horizonte. La distinción entre contenidos inmanentes y
contenidos trascendentes es una distinción interior a este medio, al que
ella no permite oponer otro medio ontológico, otra dimensión de existen-
cia y de revelación. Que tal distinción sea inesencial se ve en el hecho de
que los contenidos que separa pueden de hecho intercambiarse: cabe que
un contenido trascendente se vuelva inmanente y viceversa. El carácter
en virtud del cual un contenido se dice que es inmanente es, por tanto,
contingente en relación con este contenido, ya que él también es capaz
de revestir el carácter opuesto, el carácter de trascendencia. Esta contin-
gencia de los caracteres encuentra desde luego su razón en la esencia:
la finitud inherente al horizonte de la trascendencia es la que quiere que
los diversos contenidos susceptibles de aparecer en él no puedan hacer-
lo más que sucesivamente, de manera que una manifestación efectiva
cumpliéndose en un modo de presentación originaria constituye necesa-
riamente, respecto de cada uno de estos contenidos, una determinación
pasajera y, como tal, contingente 12º.
¿De qué contenidos se trata, no obstante, cuando la inmanencia y la
trascendencia son para ellos determinaciones contingentes? En este caso
se trata manifiestamente de contenidos susceptibles de aparecer «dentro
del horizonte de la trascendencia», es decir, de contenidos ónticas. La
distinción entre contenidos inmanentes y trascendentes, en el sentido de
contenidos ónticos realmente dados o simplemente mentados, no sólo
es inesencial, sino que se muestra de hecho profundamente inadecuada
en relación con una problemática cuyo objetivo es la determinación de
la esencia de la manifestación y de su contenido ontológico puro. Ahora
bien, si el modo particular según el cual se da un contenido óntico es
contingente respecto a él y, como tal, variable, es una ley de la esencia
que el contenido que le pertenece como propio no sea contingente, sino
que, por el contrario, esté rigurosamente determinado por ella. Porque
encuentra su origen en la esencia de la trascendencia, el contenido onto-
lógico puro de esta esencia está, como hemos visto, radicalmente deter-
minado por ella; la trascendencia, el hecho de ser trascendente, designa
el modo de ser esencial o, más exactamente, la esencia de este contenido.
Ser inmanente, de la misma manera, para un contenido ontológico puro,
es hallarse radicalmente determinado en su ser por un modo específico
de aparición y de revelación: por la esencia originaria de la revelación
en cuanto que ésta reside en la inmanencia.
¿En qué consiste la determinación de un contenido inmanente por la
esencia originaria de la revelación? Evidentemente, en el modo según el
cual esta revelación se cumple. Sobre el trasfondo de su determinación
ontológica radical por la esencia de la inmanencia, es decir, por un modo
originario de receptividad que se halla en posesión de su contenido sin
moverse ni sobrepasarse hacia él, este contenido ha sido comprendido en
su estructura ontológica como lo que se ofrece sin pro-ponerse a lama-
nera de un horizonte: como lo que se revela de otro modo que bajo la
forma de un fuera y sin volverse tal. Semejante comprensión basta para
descartar como radicalmente impropia la subsunción bajo el concepto de
inmanencia de todo contenido realmente dado a la conciencia, cuando
estar dado significa ofrecerse como contenido trascendente, es decir, en
y por la mediación de un horizonte. Tal· subsunción no es impropia so-
lamente en cuanto que hace que el pensamiento, olvidando su propósito
ontológico primero, vuelva a la consideración de los contenidos ónticos
y de sus caracteres variables, sino, más profunda y gravemente, porque
en el plano ontológico mismo da como perteneciente a la esencia de una
estructura ontológica fundamental lo que se encuentra por principio ex-
cluido de ella. Dar una significación ontológica rigurosa al concepto de
inmanencia es, en cambio, comprender la estructura interna de la esen-
cia que él mienta como definida por esta exclusión fuera de ella de toda
trascendencia. Si no da esta significación al concepto de inmanencia,
la problemática se extravía completamente y se impide a sí misma de-
finitivamente captar en su naturaleza propia aquello que constituye la
posibilidad más última de la esencia a la que apunta.
Pero la definición de la estructura interna de la inmanencia mediante
la exclusión fuera de ella de toda trascendencia no tiene sólo como efec-
to hacer decididamente imposible la designación como «inmanente» de
todo contenido ontológicamente trascendente, ya se trate de un conteni-
do óntico o del contenido ontológico puro constituido por el horizonte
mismo; en ella se encuentra la determinación positiva de la esencia de
un contenido inmanente entendido en un sentido ontológico estricto. Tal
determinación exige, en primer lugar, que se recuerde precisamente el
carácter ontológico de ese contenido, pues es del contenido que perte-
nece en exclusiva al poder ontológico que asegura su recepción del que
Trascendenciae inmanencia 231
de ese contenido: al hecho de que éste no está constituido más que por la
esencia y, como tal, le es idéntico. Sin embargo, en el medio ontológico
de la exterioridad es donde este contenido es lo que es: un contenido que
se manifiesta a la esencia y que se le muestra . Que este contenido sea
la esencia misma no cambia en nada el modo de manifestación que lo
determina esencialmente como un contenido «exterior». La esencia se
manifiesta a sí misma bajo la forma de un horizonte. La identidad de
la esencia y su contenido es una identidad en la diferencia, si el medio
de la exterioridad es también el de una alteridad radical. Si la esencia es
la que se manifiesta a sí misma, se manifiesta, no obstante, como distinta
de ella misma, como eso mismo que es lo otro 121•
Aquí, sin embargo, lo que parece ponerse en tela de juicio son los
fundamentos mismos de una ontología fenomenológica. La posibilidad
de la edificación de una ontología fenomenológica se basa, en efecto,
en la identidad de la realidad ontológica y la apariencia como tal. ¿En
qué se convierte esta identidad si la manifestación de un contenido ra-
dicalmente otro respecto de la esencia se interpreta , no obstante, como
la manifestación de la esencia misma? Que sea la esencia misma la que
se manifiesta en el horizonte de la alteridad, es un presupuesto vacía si
el aspecto de este horizonte es precisamente el único elemento feno-
menológico del que dispone la problemática. ¿En qué se basa ésta para
sobrepasar la experiencia que se le da, hacia la afirmación metafisica
según la cual tal apariencia es la de la esencia misma? ¿O es que esta
afirmación no tiene de hecho ningún carácter metafisico y quiere sim-
plemente identificar la esencia con la apariencia fenomenológica de la
que dispone: con la apariencia del horizonte como tal? En el contenido
fenomenológico de esta apariencia, sin embargo, hay un carácter de al-
teridad del que la problemática ya no puede dar cuenta, si la esencia se
identifica verdaderamente con ese contenido. Que no se identifica con él
es, por el contrario, lo que ha mostrado todo el contexto de la problemá-
tica. ¿Cómo, sin embargo, un contenido ontológico puro puede no ser
idéntico a la esencia? ¿No es la esencia misma la que se objetiva bajo
la forma del horizonte que ella se propone y en el que se proyecta para
manifestarse a sí misma?
¿O no es el momento de que la problemática se atenga de una forma
más rigurosa a sus propios resultados? Pues el horizonte trascendental
del ser no es la esencia, sino el producto de su imaginación. En su ac-
to imaginativo, sin embargo, es decir, en cuanto intuición creadora, la
122. Se habrá observado que la palabra creación se destina a expresar la relación entre
la esencia y el horizonte trascendental del ser. Creación es, pues, lo mismo que represen-
tación. No se aclara (todavía) la relación entre la creación representativa y los entes repre-
sentados. La creación lo es del horizonte, no de los entes que se manifiestan dentro de él y
gracias a él -pero el horizonte no es tampoco el acto de representarlos- (N. del T.).
240 La esencia de la manifestación
124. K,244.
Trascendencia e inmanencia 243
127. No puedo dejar de observar que en realidad es asombroso que una afirmación como
ésta tenga que costar tantas páginas de fundamentación a una filosofia de nuestro tiempo. Es
sencillamente la conquista cartesiana de la primera Meditación metafísica. Naturalmente,
la dificultad auténtica está en extraer de manera adecuada las consecuencias, tras haber des-
crito con precisión el sentido fenomenológico de tal tesis. Ya Descartes no lo logró. Henry
recupera aquí el punto de partida esencial de filósofos cartesianos como Franz Brentano o
Maine de Biran. En realidad, la mayor parte de las sabidurías de nuestro tiempo continúan
negando la tesis, continúan siendo monistas en el peculiar sentido que Henry da en este libro
a la palabra. No sólo las teorías filosóficas, sino, en consecuencia, también las ciencias natu-
rales, las ciencias formales y las ciencias humanas. Sean cuales sean las posibles carencias
del pensamiento de Henry, hay aquí, sin duda, un mérito extraordinario de su trabajo. Cf. M.
García-Baró, Introducción a la teoría de la verdad, Síntesis, Madrid 1999 (N. del T.).
248 La esencia de la manifestación
128. En todo este texto que ahora sigue, la palabra relación traduce rapport. En francés
resuena mucho más fuertemente que en español que la relación es, en su sentido existencial,
un llevarse junto a, ya que llevar es apporter en este contexto. Relación encierra también el
verbo llevar ([ero), pero disimuladamente para quien no sabe latín (N. del T.).
252 La esencia de la manifestación
entre ellos relaciones (de tamaño, de posición, etc.), ninguno de ellos «se
relaciona», sin embargo, con los demás. Y asimismo, cuando decimos de
la mesa que se encuentra en cierta relación con la pared (contra ella, al
lado de ella, etc.), la mesa, sin embargo, no «se relaciona» con la pared.
¿Por qué razón tiene que ser así? ¿Por qué ninguno de los lados de la
figura es susceptible de relacionarse con los otros? ¿Por qué la mesa no
puede, como dice Heidegger, «tocar la pared» 129? Porque ni una ni otro
son capaces de «sobrepasarse hacia» aquello con lo que podrían enton-
ces mantener una «relación» . La posibilidad de esta relación, entendida
en un sentido trascendental, no puede, sin embargo, describirse simple-
mente como hallando, por ejemplo, su esencia en la trascendencia. O
más bien, esta descripción debe ser tal que sea idénticamente la puesta
en claro de la posibilidad de la estructura interna de la trascendencia mis-
ma. Con la comprensión de la relación trascendental del ser-en-el-mundo
como incluyendo en su esencia un «relacionarse con», se cumple esa
puesta en claro. El «relacionarse con» de la relación no halla su condi-
ción en la trascendencia; es, más bien, lo que la hace posible.
¿Qué es este «relacionarse con»? ¿En qué consiste la posibilidad de
la trascendencia misma? «Relacionarse con» significa «llevarse a sí mis-
mo junto a». «Llevarse a sí mismo junto a» es, para el movimiento que
se lleva hacia, no separarse de sí mismo, quedarse, por el contrario,junto
a sí, permanecer en sí mismo, de manera que este «sí mismo», manteni-
do y conservado en el movimiento, se encuentre llevado con él junto a
aquello hacia lo que este movimiento se dirige. El «sí mismo» mantenido
y conservado en el movimiento y que se encuentra llevado con él junto
a aquello hacia lo que este movimiento se dirige, es este movimiento
mismo. Que le movimiento tenga un «sí mismo» quiere decir que este
movimiento, el movimiento de llevarse junto a, se mantiene junto a sí
mismo en su cumplimiento mismo, y este mantenerse junto a sí del mo-
vimiento en su cumplimiento es idénticamente su revelación originaria
a él mismo. Allí donde existe una relación, existe para sí. El ser-para-sí
de la relación que la hace posible como relación está, sin embargo, de-
terminado. En la esencia de la revelación originaria del movimiento que
se lleva a sí mismo «junto a» está incluida la posibilidad que éste tiene
de permanecer junto a sí en su cumplimiento y de ser de este modo po-
sible como movimiento de «llevarse a sí mismo junto a» y como acto de
«relacionarse con». La auto-revelación originaria que determina en su
posibilidad intrínseca el movimiento de «llevarse a sí mismo junto a»,
es decir, la posibilidad última de la trascendencia, que la constituye en
su esencia como acto de «relacionarse con», es la inmanencia.
129. sz,55.
Trascendencia e inmanencia 253
130. Es una cita imprecisa del famoso final de un texto sartriano presentando la noción
husserliana de intencionalidad, en el comienzo del primer volumen de Situations (N. del T.) .
Trascendenciae inmanencia 255
132. Esta extensión, afirmada constantemente por Merleau-Ponty (cf. por ejemplo PhP,
192- 193), es justamente lo que lo lleva a rechazar el concepto de inmanencia. Esta es verda-
deramente en él una categoría óntica: no designa ya nada más que la «cosa» .
133. Heidegger , Über den Humanismus, Klostennann, Frankfurt am Main 1949, 35.
Trascendenciae inmanencia 259
136. De momento, como parece evidente -lo era hasta para Hume- que se ofrece de
forma perceptible movimiento dentro del mundo, la tesis suena exageradamente amplia;
pero debe recordarse que ya se ha tratado, en el fondo, a la realidad como inmanencia y al
horizonte trascendental como imaginario (N. del T.).
137. Ideen I, 160-164.
Trascendenciae inmanencia 261
139. La reiteración de estas tesis no debe hacer olvidar que hay que explicar por qué la
conciencia sin mundo se ha de hacer acompañar por la imaginación del mundo (o sea, por
qué la autoconciencia lo es del acto de imaginar). Las posiciones clásicas invierten el orden
esencial que Henry descubre, puesto que dan la primacía a la imaginación, sólo gracias a la
cual cabe que haya además la conciencia de la imaginación. Henry ha insistido en que, en el
fondo, incluso el idealismo cae en el espejismo monista (N. del T.).
264 La esencia de la manifestación
140. K, 176.
141. K, 99.
268 La esencia de la manifestación
l. L, 73.
280 La esencia de la manifestación
2. Cf. supra, § 9.
Lo invisible 283
3. Permítaseme subrayar todo lo posible esta vinculación necesaria entre realidad e infi-
nito, correspondiente de la que liga finitud e irrealidad. La ontología y la teología de Henry
se expresan aquí con toda su originalidad ~y sus dificultades (N. del T.).
4. Todo monismo ontológico al estilo del de Henry (espero que este término, que in-
vierte el sentido en que se ha discutido el monismo de la representación en la larga sección
anterior del libro, no sorprenda ahora ya) se enfrenta a la paradoja que es evidente en esta
frase. Veremos luego cómo intenta resolverla Henry en este tratado (N. del T.).
284 La esencia de la manifestación
que en la irrealidad, de lo que «todavía no» es real. Sólo con esta condi-
ción puede la esencia deber obedecer a la prescripción de llegar a ser lo
que es: con la de llevar en ella la irrealidad como elemento constitutivo
de su ser mismo. Pero esta condición, que halla precisamente su expli-
citación en la interpretación ontológica de la esencia como Proyecto y
Cuidado, como poder-ser, se encuentra radicalmente excluida, por el
contrario, de lo que constituye propiamente hablando la estructura in-
terna de ella 5• Por eso la esencia, considerada en sí misma, se encuentra
desprovista por completo del poder aquí en cuestión, de cualquier poder
en relación con su ser propio: allí donde no hay nada irreal, tampoco hay
realización posible. La ausencia de todo poder relativo a su ser propio es
idénticamente en la esencia la del «no» del «no ser» o del «no ser aún»:
la ausencia de toda finitud. Semejante ausencia debe entonces recibir su
verdadero nombre, pues ya no significa una privación sino el todo de la
realidad. En el no-poder la esencia encuentra su poder supremo; su im-
potencia es la de la plenitud 6 •
Esta plenitud de la esencia separada de todas las determinaciones
del mundo y que, sin embargo, no carece de nada; esta riqueza de una
realidad sin límite que se pierde en su propia profusión y se confunde
enteramente con ella; la experiencia del ser en su desnudez, en su sim-
plicidad, en su totalidad; esta experiencia sin igual que es el ser mismo,
es lo que el joven Hegel se representaba como contenido de la concien-
cia religiosa. Semejante profusión que se le da como eso mismo que
ella es, la vivía esta conciencia muy especialmente en el símbolo del
agua. El elemento líquido no conoce «ninguna laguna, ninguna limita-
5. Es así evidente que Henry enfrenta ahora directamente la ontología de Ser y tiempo
(N. del T.).
6. Es posible que la irrealidad o, más exactamente, su inclusión en la esencia, no consti-
tuya un obstáculo para la existencia y la captación de una totalidad: «El fenómeno del Aún-
no, que nace de la anticipación de sí mismo, no es, como tampoco la estructura del Cuidado
en general, un argumento contra la posibilidad y la existencia de un estado de totalidad» (SZ,
259). Esta anticipación de sí en el proyecto es lo que constituye, por el contrario, según Hei-
degger, la posibilidad para el Dasein de llegar a la captación de su totalidad, y ello porque
el impulso que anticipa su posibilidad última y postrera, absolutamente insuperable, revela
al mismo tiempo «todas las posibilidades situadas más acá de esta última» (SZ, 264). La
totalidad así revelada por el impulso anticipador debe, no obstante, comprenderse en lo que
es y como lo que funda al mismo tiempo la posibilidad de la revelación: debe comprenderse
como finitud. En efecto, la finitud del horizonte es lo que constituye la significación onto-
lógica del ser-a-la-muerte o, mejor dicho, le es idéntica. La mirada dirigida a la existencia
humana en su conjunto por el ser-a-la-muerte no es, pues, nada más que esta finitud misma
y, por esta razón, se desarrolla por entero en el plano de la irrealidad. En otros términos,
la totalidad aquí en cuestión es una totalidad comprendida, que surge en el interior del acto
anticipador de la trascendencia y como el horizonte mismo de ésta. No concierne en modo
alguno a la realidad de la esencia, de manera que la posibilidad que tiene esta última de
formar en ella misma una totalidad y de ser captada como tal ni siquiera se toma en consi-
deración y no constituye en absoluto el problema planteado.
Lo invisible 285
7. CD, 98.
8. !bid.
1
ser lo que es, se interpreta de entrada, sin duda, y, por ejemplo, en Des-
cartes, como el ente; y la acción ejercida sobre lo que se propone, por el
contrario , como pasivo, se asimila en primer lugar a un comportamiento
de orden óntico. Pero el ente no es otro más que por la alteridad. En su
relación con ésta es como la pasividad se comprende como lo que ella
es. La necesidad en virtud de la cual el medio ontológico de la alteridad
se mantiene ante ella y se impone a ella como aquello a lo que está so-
metida, no es, sin embargo, más que la libertad. La verdadera necesidad
concierne a ésta, a la libertad misma como siendo lo que es. Así se halla
definida la naturaleza del vínculo que debe ser subsumido bajo el con-
cepto de pasividad en cuanto este último se muestra capaz de designar
la estructura interna del poder ontológico: a él mismo, no a la alteridad,
es a lo que se halla sometido en la pasividad que lo determina a ser lo
que es. La pasividad que determina fundamentalmente al poder ontoló-
gico es, como pasividad del ser respecto de sí, no de otro, una pasividad
en la unidad. ¿Cómo puede tal pasividad mantenerse en su concepto?
¿Cómo lo que está dado y está como tal recibido puede ser eso mismo
que lo recibe? Ser sí mismo lo que se recibe -y como tal esencialmente
pasivo respecto a sí-: tal es, sin embargo, la esencia de la vida y, cuando
ésta designa la revelación misma en su efectividad concreta, cuando la
pasividad respecto de sí no es sino la experiencia de sí, o sea, precisa-
mente esta revelación misma, la esencia del espíritu. «Al espíritu, a la
vida, decía el joven Hegel, lo que reciben no les está dado : llegan a serlo
por ellos mismos ; sucede esto en ellos de manera que es entonces una
modificación de ellos mismos, su vida» 12• Lo que la vida recibe, lo que
el espíritu recibe, no es, sin embargo, una modificación de ellos mismos.
Por eso, a decir verdad, no llegan a serlo; lo son, y desde siempre, por-
que, desde siempre, eso es lo que son: lo que reciben, precisamente en
cuanto que lo son ellos mismos y lo reciben.
En cuanto que la vida y el espíritu son ellos mismos lo que reciben,
la pasividad que los determina y que, como pasividad respecto de sí,
o también como pasividad en la unidad, constituyen su ser mismo, no
tiene nada que ver con la que caracteriza la relación con el ser ajeno.
A la sumisión al ser que se da como otro en el elemento de la alteridad,
sumisión que constituye , no obstante, la libertad misma y sobre la que se
funda como consecuencia la posibilidad de adoptar actitud y asumir así
lo que se le distingue -el ser objetivo- en el servicio, el miedo, el desa-
fio o la idea, se opone decididamente lo que se encuentra determinado
en sí por la ausencia de toda elección; aquello cuya sumisión respecto
de sí ya no significa una posibilidad sino, por el contrario, y de manera
14. Hay la posibilidad evidente de una relectura teológica de este alegato contra la
causa sui -aunque existen elementos que acercan considerablemente la tesis de Henry a
la de Espinosa- y contra la creación del Logos por la Vida (N. del T.).
294 La esencia de la manifestación
del origen y del ser inmanente. «La existencia, escribe Fichte, no puede
ser sin encontrarse, concebirse, suponerse ... », y añade, en una proposi-
ción esencial: «debido al carácter absoluto de su existencia y al hecho
de que está ligada a esta su existencia, le está vedada toda posibilidad de
sobrepasar esta última y comprenderse, e incluso de deducirse más allá
de esta última, ... está ya dada ... , sin que se pueda explicar cómo y por
qué es como es» 19• La existencia que, ligada a ella misma, no puede so-
brepasarse a sí misma, se muestra a la vez radicalmente independiente
respecto de lo que se produce en tal superación: respecto de la represen-
tación de sí y el concepto, respecto de la existencia primitivamente re-
conocida como existencia en la exterioridad, como existencia objetiva:
«esta existencia misma, dice Fichte, se apoya y se funda en ella misma,
con anterioridad a toda noción que tenga de sí misma , y es insoluble
para esta noción que tiene de ella misma» 2º.Que la existencia así com-
prendida de manera esencial, como anterior a toda noción que pueda
tener de ella misma, y como radicalmente independiente a su respecto,
constituye precisamente el ser mismo de lo absoluto, es lo que Fichte
afirma incondicionalmente: «¿de dónde le viene, pregunta a propósito
de la existencia, este ser completamente independiente de todo su ser
que se deriva de su noción de ella misma y que, por el contrario, lo pre-
cede y lo hace posible? ... Es la fuerte y viva existencia de lo absoluto
mismo, que es lo único capaz de ser y de existir, y fuera del cual nada
es ni existe verdaderamente» 2 1.
La modificación radical que sufre la teoría de la existencia cuando
concierne a la existencia de lo absoluto mismo, es decir, a la existencia
verdadera, a lo único que «es y existe verdaderamente», la ha percibido
e incluso la ha afirmado explícitamente Fichte. Por eso, «tras reconocer
en la conciencia, con toda su forma diversa, que tomábamos antes por
la existencia verdadera, una mera existencia de segunda mano y la mera
manifestación de esta existencia, y tras reconocer el amor en la existen-
cia verdadera y absoluta» 22, Fichte viene a modificar de la misma manera
y no menos explícitamente su teoría del Verbo, es decir, la interpretación
dada por él del principio del evangelio de san Juan. «Al principio era el
Verbo» ya no significa: al principio era lo absoluto en la forma conscien-
te de su existencia, es decir, en su exterioridad respecto a sí, sino al prin-
cipio era el amor, es decir también, lo absoluto, pero como lo que per-
manece en sí, como «eternamente recogido por completo en sí». Puesto
que la existencia ya no significa, en lo que concierne a lo absoluto , la
ser reconocida nuestra unión con Dios» 29-, la existencia divina, por el
contrario, se presenta, con independencia de su reflexión en la alteridad,
como esencialmente escondida. «Es en ella, dice Fichte, en esta existen-
cia divina inmediata, donde estaba la vida, el fundamento más profun-
do de toda existencia viva, sustancial, pero que permanece eternamente
oculta a la mirada» 30 • Y más adelante, comentando las palabras «nadie
ha visto nunca a Dios», Fichte escribe: «la esencia divina está oculta en
sí misma, sólo se manifiesta bajo la forma de saben>31 •
¿O acaso será solamente para nosotros, a nuestra mirada de hom-
bres, ante lo que lo absoluto permanece oculto, de manera que un saber
solamente nuestro deba entonces añadirse de forma extrínseca, a conse-
cuencia de nuestra limitación? La oposición a lo absoluto de la existen-
cia, es decir también, de un saber que como tal le es opuesto, no puede,
por tanto, ser considerada como interior a lo absoluto mismo, como una
oposición que lo concierne o lo constituye, sino, por el contrario, como
la simple adición exterior a su ser, idéntica a su existencia verdadera, de
una existencia «de segunda mano»: del saber propio del hombre. Por-
que no hay «separación entre lo absoluto o Dios y el saber en su raíz más
profunda» 32 , es por lo que, como hemos visto, «toda la diferencia seña-
lada ... entre ser y existencia ... resulta no existir más que para nosotros,
a consecuencia de nuestra limitación»33 • Y sólo en relación con este
saber esencialmente finito que es el nuestro y que le es exterior, puede
y debe, por consiguiente, lo absoluto interpretarse como zafándose de
una luz que, como no le es consustancial en la identidad de un único ar-
dor, no puede iluminar en él su verdadera naturaleza. La posibilidad que
tiene ésta de revelarse en sí misma tal como es continúa existiendo, sólo
que se sustrae al poder del hombre y de su visión. «El ojo del hombre,
dice Fichte, le oculta a Dios» 34 .
La intervención del hombre, cuyo sentido es, pues, reservar la posi-
bilidad de una manifestación del ser absoluto mismo, más exactamente,
dejar abierto, dentro de la problemática, el lugar para una interpretación
ontológica última de la estructura interna de la inmanencia como re-
velación, ¿puede, no obstante, recibir y conservar tal sentido? ¿No es
§ 39. Eckhart
La comprensión de las estructuras ontológicas últimas que consti-
tuyen la esencia de la realidad no es aparentemente el objetivo que se
propone Eckhart. Sólo le interesa la edificación de las almas, y la acti-
vidad a la que se consagra para lograrlo no es de orden especulativo: es
la predicación. Eckhart predica al alma su unión posible con Dios. Le
enseña lo que debe hacer para elevarse a esta unión en la que encontrará
a la vez su salvación y la dicha. No es, por tanto, la estructura interna
de lo absoluto mismo o Dios sino la relación del hombre con éste lo que
constituye el tema del pensamiento y de la predicación de Eckhart. Sin
embargo, relacionarse con Dios, hacerse manifiesto lo absoluto , no es
posible más que por la obra de la manifestación, por obra de lo absoluto
mismo. Por eso, como la problemática había reconocido necesariamen-
te desde el primer momento de su esfuerzo por captarse y comprenderse
en su meta y en sus medios 39 , la relación con lo absoluto depende de la
naturaleza de éste y de su estructura interna, o, más bien, es idéntica
a ellas: la unión existencial del hombre con Dios sólo es posible sobre
el fondo de su unidad ontológica. Ésta es precisamente la enseñanza de
Eckhart: lo absoluto, en el cumplimiento efectivo de su obra, es lo que
constituye , según él, la esencia del alma; esencia que, como tal, no es
diferente de esta obra o, como dice Eckhart, no es diferente de la ope-
49. T, 245.
50. T, 256; el subrayado es nuestro.
Lo invisible 307
51. T, 257.
52. T, 258; el subray ado es nuestro .
53. T, 185-186 .
54. T, 189.
308 La esencia de la manifestación
55. T, 131.
lo invisible 309
de la alteridad. Pues, como hemos visto, por ella es por lo que todo lo
que es otro muestra ser tal. La alteridad no es, en efecto, una categoría
vacía, puramente lógica, bajo la que conviene colocar de manera formal
todo Jo que no es la realidad de la esencia y muestra, como tal, ser «otro»
que ella; por el contrario, se halla determinada ontológicamente de una
manera rigurosa como constitutiva precisamente de un medio ontoló-
gico, como horizonte y como mundo. Por consiguiente, igual que la de
la alteridad, la significación de la exclusión se encuentra determinada
ella misma. La exclusión es la del mundo e, idénticamente, la de lo que
se manifiesta en él. El contenido de la que se manifiesta en el mundo,
precisamente en cuanto que se manifiesta en él y en su representación,
constituye cada vez lo que llamamos «una imagen». El «mundo» y todas
sus «imágenes» es precisamente, según Eckhart, lo que se encuentra re-
chazado fuera de lo absoluto, lo que hay que excluir de éste, al menos si
su estructura interna debe ser comprendida. «Si quieres encontrar la na-
turaleza sin velo, dice, hay que romper todas las imágenes; cuanto más
avanzamos en esta tarea, más nos acercamos a la Esencia» 56 • El rechazo
de todas las imágenes es idénticamente el del medio puro en el que ellas
son tales y que, como alteridad, es también el de la exterioridad. Por eso,
como afirma incansablemente Eckhart, la liberación de la esencia impli-
ca que el pensamiento se aparte de todo lo que es exterior. «Dios está
en nosotros, pero, dice, nosotros estamos fuera de nosotros» 57 • Y descri-
biendo de una manera más explícita este movimiento del pensamiento
para lograr apartarse de todo lo que es exterior y, sobre todo, de los atri-
butos que son las determinaciones trascendentes del ser, lo comprende
como el de la razón misma para conseguir captarse en su propia esencia
y en su propio fondo: «la razón, dice, mira dentro ... », «penetra en el
interior; nada exterior le basta: ni bondad, ni sabiduría, ni verdad ... hace
irrupción hasta el Fondo donde brotan Bondad y Verdad, capta todas las
cosas in principio, en la fuente primitiva, donde Bondad y Verdad tienen
su origen primero antes incluso de recibir un nombre, antes incluso de
que irrumpan ... La razón rechaza estos atributos, va resueltamente más
allá, se abre paso hasta la Raíz ... » 58 • El rechazo de todas las imágenes y
de todos los atributos es también el de las «formas» 59 ; es, de manera ge-
neral, el de todo lo que se separa de la esencia y se halla puesto fuera de
ella, el del acto mismo de poner la exterioridad y la alteridad, el rechazo
de toda creación. Así se explicita , en su significación ontológica radical
a la vez que decisiva, la necesidad afirmada sin cesar por Eckhart de su-
56. T, 213.
57. T, 200.
58. T, 224.
59. Cf. por ejemplo T, 202.
310 La esencia de la manifestación
60. T,203.
61. T, 231.
62. T, 85; el subrayado es nuestro .
63. T, 108.
64. Ibid .
65. T, 258.
Lo invisible 311
66. T, 259.
67. T, 189.
68. T, 108; el subrayado es nuestro.
69. T, 182; el subrayado es nuestro.
70 . T, 122; el subrayado es nuestro.
71. T, 149.
312 La esencia de la manifesta ción
72. T, 149.
73 . T, 144.
74. T, 256; el subrayado es nuestro.
Lo invisible 313
instituida por Eckhart dentro del elemento ontológico mismo entre Dios
y lo que él llama la Deidad. Sólo esta última constituye la realidad on-
tológica , precisamente en cuanto que la trascendencia no es activa en
ella, no obra en ella; en cuanto que no hay en ella «operación» . «La Dei-
dad no obra, dice .. ., no hay operación en ella, ella nunca ha puesto los
ojos en ninguna operación» 78• Esta ausencia en el seno de la Deidad de
toda «operación» es idénticamente en ella la de toda actividad. «En la
pura Deidad, dice Eckhart , no hay ya absolutamente ninguna actividad.
Y que la actividad identificada en su concepto con el de la operación
designa como ésta el fundamento ontológico del mundo en el que el
ente recibe su forma, lo muestra el contexto inmediato , en el que se dice,
siempre de la Deidad, que es el lugar «donde ya no hay operaciones
ni formas» 79 • Tal es, pues, la esencia de la Deidad, la esencia de Dios
mismo en su naturaleza más íntima; lo que Eckhart llama también «la
Esencialidad divina donde , dice, Dios se abstiene de toda actividad» 80 •
Por el contrario , Dios y su concepto , en lugar de apuntar en general al
elemento ontológico , se toman entonces en sentido restrictivo: designan
la «operación» misma, el acto creador del mundo, el origen de la alteri-
dad y su fundamento. «Dios obra» , dice Eckhart 81• En esto precisamente
difiere de la Deidad: «Dios y la Deidad difieren como la operación y la
No-operación» 82• Esta referencia de Dios, así comprendido ontológica-
mente (y, sin embargo, de una manera conforme a su función metafísica
tradicional) como el acto de salir de sí de lo absoluto , esta referencia de
Dios a la esencia de la creación y de lo que se encuentra producido por
ella, es explícita : «antes de que hubiera criaturas, dice Eckhart , Dios
no era todavía Dios , pero era lo que era. Cuando la criatura fue y reci-
bió su naturaleza de criatura , Dios no era Dios en sí mismo, era Dios en
la criatura» 83 • Por eso: «Si Dios es llamado Dios, es por la voluntad de
las criaturas». Y además, con idéntica claridad : «Sólo cuando el alma se
hizo criatura hubo un Dios» 84 ; lo que quiere decir que se encontró some-
tida desde entonces al poder ontológico de la exterioridad. Porque éste
está excluido, por el contrario, de lo que constituye la esencia misma de
Dios ; porque el fundamento de la alteridad es ajeno a su propio funda-
mento , a la Deidad; porque ésta es la unidad, es por lo que, como dice
Eckhart , «todo lo que está en la Deidad es unidad» 85 •
78. T, 246.
79. T, 242; el subrayado es nuestro.
80. T, 250.
81. T, 246 .
82. /bid .
83. T, 256.
84. T, 248.
85. T, 246 .
lo invisible 315
¿Qué es, pues, lo que está en la Deidad? ¿De qué está hecha la esen-
cia de Dios, de modo que se deja comprender como la Unidad? Consi-
derando ya no a Dios mismo, entendido en el sentido restrictivo de su
concepto, sino esta vez su esencia, Eckhart dice, en una proposición
fundamental: «todo lo que está en Dios es Dios» 86 • Así se devuelve a su
positividad ontológica propia la afirmación según la cual en lo absoluto
no hay nada otro, nada ajeno . Que la esencia tenga un contenido que le
pertenece y que esté constituido por ella, es lo que confiere inteligibi-
lidad a las determinaciones ontológicas fundamentales bajo las cuales
Eckhart comprende como «soledad» y como «desierto» lo que forma
la estructura interna de esta esencia , es decir, la naturaleza misma de la
Deidad. La exclusión fuera de ella de todas las formas del ser y de sus
configuraciones tiene como correlato la presencia en ella de su funda-
mento radical y último, su propia presencia a ella misma como consti-
tutiva de tal fundamento. Lo que hay «en lo recóndito de la naturaleza
divina y de su soledad» 87, esta naturaleza divina misma como realidad
ontológica absoluta, explica por qué «la potencia» que «va hasta el fon-
do ... capta a Dios en su unidad y en su soledad ... , en su desierto y en
su propio fondo» 88• Porque el propio fondo de Dios, la Deidad, es lo que
constituye la esencia de este desierto , el contenido de esta soledad, ésta
y las determinaciones en las que se realiza y que le son idénticas -hu-
mildad y pobreza , pureza y virginidad- tienen , por tanto, precisamente
un contenido, a saber, la Deidad misma, y son, como tales, la experien-
cia de Dios, es decir, su propia realidad. Por eso la humildad, por ejem-
plo, podía considerarse arraigada en el Fondo de la Deidad, insertada en
ella, de manera que no podía tener ser sino en ella: porque, en definitiva,
al tener la Deidad como contenido, le es idéntica.
La posibilidad para la Deidad de constituir ella misma su propio
contenido y de ser así, dentro de su soledad y en el desierto de su Fon-
do, la realidad ontológica absoluta, es, sin embargo, un problema; su
fundamento reside, como ha mostrado la problemática, en la unidad en-
tendida no ya a partir de la mera identidad de la forma y el conteni-
do, sino precisamente como lo que hace posible tal identidad , como el
modo originario conforme al cual se cumple ésta: tal es precisamente
el concepto eckhartiano de la unidad, que no designa la simple presen-
cia de la esencia en ella, sino su poder fundamental de llevar a sí misma,
de recibirse a sí misma y de reunirse de este modo consigo, de manera
que esta unidad de la esencia consigo resulta en ella de la unidad /un-
86. T, 131.
87. T, 112.
88. T, 167; el subrayado es nuestro.
316 La esencia de la manifestación
93. T, 236 .
94. T, 143.
95. T, 246 .
96. T, 144.
97. T, 256; el subrayado es nuestro.
98. T, 151; el subrayado es nuestro.
99. T, 254.
100. T, 241.
101. T, 202.
102. Cf. T, 60 .
103. T, 256.
318 La esencia de la manifestación
115. T, 197.
116. T, 168; el subrayado es nuestro .
117. T, 94 .
118. T,41.
322 La esencia de la manifestación
119. T, 169.
120. T, 195; Jn 4, 6-26 .
121. T, 221-222.
Lo invisible 323
122. T, 110.
123. T, 105.
124. T, 11O; el subrayado es nuestro.
125. T,I69.
126. T,110-111.
324 La esencia de la manifestación
127. T, 213.
128. T, 130.
129. T, 158.
130. T, 190. «Si el alma habitara dentro de ella misma, dice también Eckhart, el mundo
entero le estaría presente» (T, 203).
131. Por primera vez, Henry muestra su original interpretación del Logos -luego cada
vez más próxima al sentido joánico del término- , según la cual la Palabra es, en su esencia,
la Vida y no, en cambio, un modo de la representación. Henry tuvo siempre la idea de que tal
interpretación del Logos se opone a cualquier concepto griego de éste. El traductor se permite
dudar de que así se haga justicia , en última instancia, a los más profundos textos platónicos
puestos ·en boca de Sócrates (o de su maestra , Diotima) . Por otra parte , un lugar tan clásico
Lo invisibl e 325
Pero hay otro Verbo que se piensa pero permanece inexpresado; recojo
yo éste en mí en el preciso nivel en que la representación es todavía
posible. Pero hay además un tercer Verbo, que permanece impensado e
inexpresado y no sale nunca sino que permanece eternamente en quien
lo dice; siempre se lo capta como en el instante de ir a salir y, sin em-
bargo, permanece en el Padre. La razón dirige, obra siempre dentro. Así
pues, cuanto más fuerte y más fina es la razón, más interior también es
para ella el objeto conocido y más estrecha se vuelve su unión con él. ..
Hasta la dicha de Dios descansa sobre la operación interna de la razón:
allí donde el Verbo eterno permanece en él» 139•
La interpretación ontológica última, a la que Eckhart se ha eleva-
do, de la estructura interna de la inmanencia como constitutiva de la
esencia del Logos, exige aún para cumplirse: l.º que se lleve más lejos
la elaboración de esta estructura, de manera que se vuelva aparente la
totalidad de sus caracteres ontológicos al mismo tiempo que la unidad
significativa fundamental que ellos le prescriben; 2.º que se hagan inte-
ligibles las razones por las que esta estructura constitutiva de la esencia
del Logos precisamente no ha sido nunca comprendida como tal -en
otros términos, por las que se oculta de manera esencial la revelación
misma en la efectividad de su cumplimiento originario; 3.0 por último,
que se muestre y se determine sin equívoco lo que constituye, en el seno
mismo del acto por el que ella se «oculta», el contenido fenomenológi-
co positivo, la efectividad de esta revelación.
mente que ser lo que ella es y, como tal, tiene que asumir, en lo que
constituye entonces su desamparo más insuperable, el modo de existen-
cia que le corresponde cada vez? ¿ O más aún, por el contrario, acaso
la determinación ontológica fundamental de la trascendencia a partir
del ser-sí-mismo y como ser-abandonado-a-sí-mismo proviene no de
ésta, sino precisamente de lo que la deja invenciblemente a ella misma
en la imposibilidad de sobrepasarse? Sólo a partir de esta imposibi-
lidad y de la esencia que la contiene se comprenden y aclaran, en su
oposición radical a las de la tautología, las determinaciones ontológi-
cas estructurales que condenan a la trascendencia a esta su existencia y
forman el ser-abandonado-a-sí-mismo del sobrepasamiento, para ser el
sobrepasamiento que es. Al mismo tiempo se solventa el equívoco que
concierne , en la filosofia de la trascendencia, al ser de ésta precisamente
en cuanto que ella «tiene que serlo»; equívoco que subsiste, en cambio,
mientras no se ha puesto en claro el origen de tal determinación y de la
prescripción que ella dirige a la libertad. Que ésta tenga que ser lo que
es, no proviene de ella sino de su anti-esencia fundamental. En la esen-
cia de esta anti-esencia reside, al mismo tiempo que la imposibilidad
que tiene la libertad de sobrepasarse -imposibilidad que la entrega a sí
misma-, lo que se deriva de ella: el ser-en-situación de la trascenden-
cia y de lo que ésta produce.
Esto es, en efecto, lo que significa para la trascendencia tener un sí
misma , ser la trascendencia de su sí misma. La trascendencia no es lo
que es -entregada a sí misma- , sobre el trasfondo de su propia esencia,
en su abandono a sí misma; sino que es así, por el contrario, como deter-
minada independientemente de ella y por lo que constituye precisamente
su anti-esencia, y reviste además en esta determinación los caracteres
ontológicos últimos que la definen como lo que es: el ser-sí mismo de lo
que no puede separarse de sí; el ser-situado de lo que, en esta unidad
constitutiva del sí mismo, no puede sobrepasar se a sí mismo ni escapar
de su «condición». Como no puede escapar de su condición ni echarla,
el sobrepasamiento es, únicamente por esta razón , lo que es: realiza su
esencia sobre el trasfondo en él de su anti-esencia. Que realiza su esen-
cia no quiere decir simplemente que se cumple según cierta estructura
que es justamente la suya -la estructura de la trascendencia-, sino que
quiere decir que se cumple de manera que en ningún momento puede
retomar o recuperar lo que cumple -su sobrepasamiento y lo que éste
produce: el alejamiento y el estar-alejado; no puede retomarlo en ningún
momento ni zafarse de su ley, de esta ley que es suya, que es su esencia,
porque se sitúa dentro de ésta, dentro de este sobrepasamiento que aleja
siempre aquello con lo que nunca puede juntarse . Que él sea este sobre-
pasamiento que aleja siempre aquello con lo que nunca puede juntarse
Lo invisible 335
143. sz,107.
144. PhP, 289 .
145. sz, 289 .
Lo invisible 339
146. WG,99.
147. WG, 98 .
340 La esencia de la manifestación
153. sz,228.
342 La esencia de la manifestación
155. Este aspecto del pensamiento de Heidegger es ciertamente el que ha sido más y me-
jor comprendido, sobre todo por el existencialismo francés. Que el «hombre» tenga que de-
cidir él mismo, en su libre proyecto y por él, acerca de lo que es él cada vez y puede ser; que
en este sentido no tenga nada a lo que recurtir y que deba asumir él mismo lo que le sucede ,
es decir, la situación que él produce en su libertad y también los valores a cuya luz la piensa
y se comprende a sí mismo; que en la guerra, por ejemplo, no haya víctimas inocentes : todas
estas tesis y los diversos desarrollos a que dan lugar son, si no su expresión pura, al menos su
traducción inmediata en un plano psicológico. Por qué el abandono del hombre a él mismo
comprendido así e interpretado como determinando su situación, no contiene la esencia de
ésta y conttibuye, muy al contratio , a enmascarar las estructuras ontológicas últimas que la
constituyen, es lo que pone de manifiesto la continuación del presente análisis .
156. SZ, 284-285.
344 La esencia de la manifestación
160. !bid.
346 La esencia de la manifestación
161. Aquí culmina ya el intento crítico esencial de Henry contra la ontología heidegge-
riana . Acaba de invertirla en su estricto opuesto (N. del T.).
162. SZ, 284-285; el subrayado es nuestro .
163.sz, 285.
Lo invisible 347
164. !bid .
165. !bid.
166. !bid. La ambigüedad de la Nichtigkeit no es sólo la de la de la Geworfenheit; afecta
también al concepto heideggeriano de lafinitud. Ésta, en efecto, no concierne simplemente al
proyecto efectivo de las posibilidades, es decir, al acto de la trascendencia considerado como
un fundamento. Que la realización de tal acto no esté en poder de la trascendencia misma, es
lo que se presenta en Vom Wesen des Grundes [De la esencia del fundamento] como la razón
por la que «hay que esclarecer por la constitución misma de su ser lo que es esencialmente la
finitud del Dasein» ( WG, 110-111 ). En la medida en que tal finitud se encuentra así explícita-
mente referida al no-ser-fundamento de sí del ser-fundamento del Da sein, su concepto escapa
necesariamente a la filosofia de la trascendencia y, lejos de caracterizar el modo concreto
según el cual se realiza ésta, designa, por el contrario, el fin de su poder , el reinado de la anti-
esencia. Pero porque la idea misma de finitud conserva en Heidegger, con todo derecho, una
relación esencial con el modo de fundar que corresponde a la trascendencia , la significación
última percibida aquí y que marca de hecho elfin de todafinitud se encuentra inmediatamente
referida a ésta y, por consiguiente, completamente olvidada.
348 La esencia de la manifestación
cen aparecer en ellos, como eso mismo que descubren, el abandono del
Dasein en la Geworfenheit, su situación. El carácter concreto de ésta,
el hecho de que signifique precisamente el abandono del Dasein, su de-
relicción, no se deriva simplemente, sin embargo, del cumplimiento de
la temporalidad. Este último, más bien, debe comprenderse no como la
mera vuelta del futuro sobre el pasado, sino a partir de la determinación
más original de estos ékstasis: a partir del horizonte finito de la muerte
y de lo que, refiriéndose a ella, le está de entrada, desde su nacimiento,
pues, entregado. El ser-habiendo-sido como entregado a la muerte des-
de su nacimiento, el ser que lleva en él co-originariamente nacimiento
y muerte -no como lo que ya no es «real» o como lo que todavía no
lo es, sino como lo que surge incansablemente del cumplimiento de la
temporalidad y como este cumplimiento mismo-,. está como tal -como
esencialmente determinado de suyo por la temporalidad, como trascen-
dencia y como Dasein- situado.
La situación del Dasein, sin embargo, no se confunde con la tempo-
ralidad sino que nace en ella . En el proyecto del futuro no hay más que
la muerte. Tan sólo en el acto de volver sobre sí a partir de ésta el Da-
sein se comprende en su abandono, como estando entregado a ella. Por-
que esta comprensión por sí del Dasein en su derelicción se cumple en
este acto, como una vuelta atrás, surge en el ékstasis del pasado, toma
su forma y la presupone. Por eso el concepto de situación aparece origi-
nalmente ligado al pasado: porque la Geworfenheit de la existencia se
descubre dentro de éste, en el ékstasis de su horizonte. «En la Befindlich-
keit el Dasein es sorprendido como el ente que ya era y sigue aún siendo,
es decir, que es constantemente sido. El sentido existenciario primero
de la facticidad se basa en la Gewesenheit» 174 [ser-sido o ser-habiendo-
sido]. Ésta, a decir verdad, no se solapa en modo alguno con el pasado;
se descubre en él. «El ser-ya, dice Heidegger, está abierto en el horizon-
te del pasado» 175 • En la estructura constitutiva del ser-en-situación, pen-
sada aquí a la luz del vínculo que une derelicción y pasado, hay, pues,
lugar para distinguir, por una parte, el horizonte puro del pasado , cuyo
ékstasis se temporaliza co-originariamente con el del futuro y a partir
de él; y por otra parte, lo que se manifiesta en el interior de este horizon-
te: el Dasein mismo como siendo ya ahí, como ser-habiendo-sido. Éste
hasta tal punto no se reduce al contenido ontológico puro del horizonte
abierto por la temporalidad en el ékstasis del pasado , que se manifiesta
en él como lo que ya era, como anterior, por consiguiente , a la apertura
de este horizonte. Lejos de que el descubrir ekstático comprensivo que
176. sz,340.
Lo invisible 353
177. sz,348.
178. SZ, 345.
354 La esencia de la manifestación
192. Es uno de esos casos en que, por sorpresa, Heidegger evidentemente se contradice a
sí mismo, seguramente por no haber considerado los acontecimientos esenciales del comien-
zo de la existencia. En las líneas que siguen, Henry aporta los factores que permiten, hasta
cierto punto, entender tal contradicción dentro incluso del texto de Heidegger (N. del T.).
193. WG, 64; el subrayado es nuestro.
1
194. K, 284.
Lo invisible 359
otro, ni de los en-sí que forman el mundo ... » 195 • Lo que no halla su
fundamento en la trascendencia, lo que escapa a su poder y no recibe
de ella su «razón», es contingente y, como el acto de la trascendencia
permanece ontológicamente fundante, se manifiesta como tal. Así pues,
el ente se manifiesta, en su independencia radical respecto de su propia
manifestación, con la característica esencial de la contingencia. Ésta
afecta al Dasein mismo en cuanto que, en el acto por el que vuelve so-
bre sí y se manifiesta, se manifiesta como un ente. En la independencia
radical del ente-Dasein respecto del acto por el que vuelve sobre sí,
respecto de la temporalidad, reside, no obstante, el fundamento de su si-
tuación. La contingencia permea la esencia de ésta como su determina-
ción más propia. De este modo intervienen los temas esenciales que se
encuentran inevitablemente desarrollados por la problemática desde el
momento en que se pregunta acerca de lo que constituye precisamente
el ser-situado del Dasein mismo, la situación del hombre. Que éste, que
el «Dasein» no encuentre como ente su fundamento en la trascendencia
comprendida, sin embargo, como el único fundamento, determina el ca-
rácter insuperable de su abandono y, puesto que la idea de esta ausencia
de fundamento, la idea de la contingencia, comporta inevitablemente
una apreciación de orden axiológico, este abandono, el hecho mismo
para el hombre de estar situado, significa entonces, en una perspectiva
ética y metafisica a la vez, su propia culpabilidad.
Así se determina más profundamente el concepto de situación a par-
tir del de contingencia, es decir, más precisamente, a partir de la hete-
rogeneidad del ente respecto de la trascendencia comprendida como un
fundamento. Porque la actividad fundante de ésta no puede reabsorber
en ella al ente que libera, el Dasein, en el acto por el que vuelve sobre sí,
se manifiesta como algo absurdo, junto con la contingencia que codeter-
mina, como su esencia misma, las determinaciones estructurales cons-
titutivas de su situación: facticidad, Gewesenheit, Geworfenheit. Por eso
el Dasein «se encuentra siempre solamente como hecho arrojado» 196 ;
por eso es verdad decir, en este sentido, que «el acto de llevar ante el
ente arrojado que uno mismo es ... crea el ser-sido (Gewesen)». Porque
la relación del «Dasein» con el fundamento arrojado de él mismo se
comprende como ekstáticamente temporal, es por lo que este fundamen-
to aparece precisamente como arrojado. Porque vuelve a más acá de su
derelicción, es por lo que ésta, en realidad, es lo que es; y es también
aquello por lo que la esencia de la situación se deja captar como la con-
tingencia. Bajo el concepto de contingencia se oculta, sin embargo, la
197. «Pero porque ella es precisamente esta base, la libertad es el Abismo del Dasein» ,
WG, 109.
198. EN, 371-372.
Lo invisible 361
2. Hay que notar esta personalización repentina de la esencia , que se corresponde con
los motivos teológicos o casi teológicos que leíamos en el capítulo anterior (N. del T.).
3. Holderlin, Oeuvres, ed. Von Hellingrath, IV, 246.
370 La esencia de la manifestación
6. Cf. K, 290 : «Una analítica del Das ein debe esforzarse , desde el principio , por poner
en claro el Dasein en el hombre según este modo de ser que, por naturaleza, mantiene en
el olvido a él y a su comprensión del ser .. . Este modo de ser del Dasein -decisivo tan sólo
desde el punto de vista de una ontología fundamental- lo llamamos nosotros la existencia
cotidiana (Alltiiglichkeit)».
372 La esencia de la manifestación
7. K, 289.
Lo invisible (continuación) 373
16. Tran Duc Thao , Phénom énologie et matérialisme dialectique, Minh-Tan , París 1951,
178.
17. Husserl, Forma/e und traszendentale Logik, Niemeyer, Halle 1929, 12.
18. PhP , 117; el subrayado es nuestro.
19. PhP , 399 .
20. PhP, 454.
21. PhP, 71; el subrayado es nuestro .
378 La esencia de la manifestación
«El cuerpo por sí mismo, el cuerpo en reposo no es sino una masa oscura; lo percibimos como
un ser preciso e identificable cuando se mueve hacia algo, en cuanto que se proyecta intencio-
nalmente hacia fuera, y, por otra parte, nunca más que con el rabillo del ojo y en el margen de
la conciencia, cuyo centro está ocupado por las cosas y el mundo» (PhP, 3 72). De igual modo,
de un cuerpo marginal, de una primera capa trascendente de la sensibilidad constituida por las
sensaciones que acompañan la realización del movimiento, no del ser original de éste, o sea,
del cuerpo inmanente, es de lo que habla Sartre en realidad en las proposiciones antes citadas,
que presentan a este cuerpo como «inaprensible», «desatendido», «pasado por alto», etc.
37. «El cognoscente, dice Sartre, ... no es captable», EN, 225.
1
54. Es imposible pasar sin subrayar enérgicamente esta tesis extrema, realmente casi
inédita en su tremenda fuerza , antítesis literal , por ejemplo, de la cumbre de la teología
aristotélica. Y sin embargo, es imposible hacer de Henry un mero irracionalista, si se lee por
entero y cuidadosamente su obra. Líneas más abajo se ve cómo Henry atribuye a la esencia
de la religión esta tesis tan característicamente suya (N . del T.).
55. Journa/ intime, 269 ; el subrayado es nuestro.
56. Kafka, «Cuadernos diversos, hojas sueltas », en Préparatife de nace a la campagne,
Gallimard, Paris 1957, 301. «La ley interior, dice también Kafka, .. . no es comunicable por-
que no es captable, pero, por eso, no inspira menos a comunicarse » (Journal intime, 306s) .
57. «El cielo», es decir, el mundo, «está mudo , dice Kafka; no es sino el eco del mutis-
mo» (Journal intime, 299).
390 La esencia de la manifestación
58. Este género, tan frecuente, de conexiones establecidas de pronto entre la ontología
y el texto de la Escritura - sobre todo, del Nuevo Testamento- muestra bien a las claras que
la preocupación por la peculiar verdad del cristianismo no es exclusiva, ni mucho menos, de
los años finales del trabajo de Henry. Que la reflexión sobre la naturaleza de la religión es
antigua en él, resulta por completo evidente en estas mismas páginas (N. del T.) .
59. Hace apenas diez años que se dispone en español de una nueva traducción del danés
de este texto famoso, que data de 1880. Entre nosotros no tuvo en su momento la repercu-
sión que en otros lugares , aunque ya en 1929, con otro título, apareció en español, casi a
la vez que algunas traducciones de otros relatos de este autor, e incluso en 1941 hubo una
segunda versión (N. del T.).
Lo invisible (continuación) 391
64. D, 198.
65. Confesiones, lib. XI, cap. 13-28.
66. VB, 286-287.
67. En lo que concierne al hecho primitivo del Cristianismo, «este hecho se encuentra
trasformado en metafisica por un uso del entendimiento que se eleva por encima del hecho
cuando uno se empeña en comprender su razón, y si, por ejemplo, con este objetivo, se cons-
truye una hipótesis sobre la manera en que el individuo Jesús , en cuanto individuo , procede
de la esencia divina» ( VB, 287-288) .
Lo invisible (continuación) 393
pues, que en el Diario , en el mismo momento en que el fracaso de toda búsqueda humana
se le imputa explícitamente a ésta, aparece , por el contrario, la necesidad de fundar en la
esencia misma , y como idéntica de hecho a ella, la posibilidad efectiva de alcanzarla . Tal
posibilidad, fundada en la estructura de la esencia, se deja comprender, pues, a partir de su
oposición radical al conocimiento, y el pensamiento que se deja conducir por ella, o sea,
por la esencia misma , recupera la significación metafisica y religiosa de los «medios» que
fueron desde el origen los de la religión, la significación de las técnicas religiosas ; mien-
tras que se descubre a ese pensamiento, al mismo tiempo y por esta razón, la esencia de
la realidad y de la vida , que todo saber positivo desconocía necesariamente. Hablando de la
vida, Katka dice que está «extendida alrededor de cada uno, en su plenitud, pero velada en
las profundidades, invisible .. . Ahí está, en absoluto hostil, en absoll!to refractaria o sorda.
Si se la invoca con la palabra justa , por su nombre verdadero, viene. Este es el carácter de la
magia : que no crea sino que invoca» (Journal intime, 11).
72. J. Laporte, Le Rationalisme de Descartes, PUF, Paris 1900, 21, 76.
73. !bid., 206; cf. 143-144.
Lo invisible (continuación) 395
77 . De modo que lo que se entiende comúnmente por irracionalismo es tan sólo una
inversión del monismo, una consecuencia, en realidad, del propio monismo . De donde se
sigue que la posición de Henry rechaza por principio ser clasificada ni de racionalista ni de
irracionalista (N. del T.).
78. Sobre esto, cf. Jaspers, Descartes et la philosophie, trad. H. Pollinow, Alean, París
I 938, 70-71.
79. Cf. Philosophie, J. Springer , Berlín 1932, ll , 186.
80. «Ser fiel a mí mismo, podrán decir M. Dufrenne y P. Ricoeur en su comentario, es
siempre atreverme, porque yo no sé nunca lo que soy» (Karl Jaspers et la phi/osophie de
l'existence, Éditions du Seuil, Paris 1947, 150; el subrayado es nuestro).
81. De este modo se descarta una filosofia aberrante de la opción. Que esta última no
se derive del examen de los motivos, lo vemos en el hecho de que tal examen, si no tiene por
efecto diferirla indefinidamente y hacerla al fin imposible, se limita a subrayar su carácter
inexplicable y misterioso . El paralogismo de toda teoría intelectualista de la acción es bus-
car en la esfera de la idealidad el origen de las determinaciones reales.
Lo invisible (continuación) 397
82. Que la psicología no pueda rendir cuenta del salto cualitativo, porque este último
se produce en una dimensión ontológica radicalmente diferente de aquella en que se mueve
la psicología, lo había señalado ya Kierkegaard (Le concept d 'Angoiss e, 64ss). La impo-
tencia de ésta, y en general del saber, no sólo es afirmada, sin embargo, por Kierkegaard
(éste es también el sentido de la tesis según la cual hay contradicción en querer afligirse
por la culpabilidad en el terreno estético, cf. Le concept d'Angoisse, 57); va acompañada
en él, contra lo que se ha dicho como consecuencia de ciertas afirmaciones de Heidegger
(cf. infra, § 70, nota), por la definición al menos implícita de una ontología positiva de la
subjetividad, ontología que desempeña respecto a la filosofía de la existencia el papel de un
fundamento esencial y le impide en consecuencia degenerar en literatura o verbalismo o,
como veremos, en el vacío y la confusión de cualquier «irracionalismo» .
398 La esencia de la manifestación
87. «La objetividad, que es la apariencia de la trascendencia, debe ser evanescente para
la conciencia, pues no es el ser consistente» (Jaspers, Philosophie, III, 15). Y añade tam-
bién: «La trascendencia inmanente es la inmanencia que, al mismo tiempo, se disipa de
nuevo; es la trascendencia que, en el ser empírico, se ha vuelto palabra bajo la forma de ci-
fra» (ibid., 135; cf. M. Dufrenne y P. Ricoeur, Karl Jaspers et laphilosophie de l'existence,
290, 384). Sobre la pretensión de captar en la evanescencia de la entidad la manifestación
de la esencia, cf. infra, Apéndice.
Lo invisible (continuación) 401
88. Tal crítica, por otra parte, apenas merece este nombre . Es más bien, como acabamos
de ver a propósito de Jaspers, pero como mostraría en general la historia del racionalismo ,
obra de éste mismo en cuanto que no ha podido desarrollarse, es decir, intentar promover el
reinado de la razón, su luz, sin topar con el elemento que no aparece en ella más que para ma-
nifestarle su heterogeneidad radical: el ente. Subsiste así en el objeto del conocimiento algo
irracional que él no puede reducir del todo , aunque tiende sin cesar a ello. Que este elemento
irreducible a las determinaciones inteligibles del conocimiento reaparezca, según lafilosofia
clásica, del lado del «sujeto», no muestra sólo el carácter purament e problemático de este
último. La afinidad paradójica que mantiene entonces el espíritu con el término opaco e
impensable que lo determina a construir el objeto y que sirve de sustrato a éste, vuelve ade-
más su concepto absurdo por principio, como despojado precisamente de toda significación
ontológica. Este absurdo de un concepto no ontológico de «espíritu» es lo que constituye el
fondo del voluntarismo y también de la filosofía de la existencia en el sentido del Jaspers .
402 La esencia de la manifestación
89. En esto consiste el racionalismo de Malebranche. Para él, sin duda, como para
los cartesianos en general, existe, junto al conocimiento racional, un conocimiento sensi-
ble cuya originalidad no puede negarse. Semejante originalidad se basa, no obstante, en el
carácter específico del contenido sensible, no en la posibilidad para él de ser un contenido
-posibilidad que resulta precisamente estar constituida por la extensión-. La inserción de
las cualidades sensibles en la extensión es lo que permite su «conocimiento», el estable-
cimiento de relaciones entre ellas, la inteligibilidad de estas relaciones y, finalmente, la
determinación por ellas de las cualidades mismas.
90. Sobre esto, cf. M. Guéroult, Étendue et Psychologie chez Malebranche, Les Belles-
Lettres, Paris 1939, Lecciones VIII-XIII .
404 La esencia de la manifestación
91. No es posible , por supuesto , establecer aquí , ni aun bajo la forma de un esbozo, una
problemática del cogito propiamente dicha. Tanto en razón de la naturaleza compleja de este
último, como de las múltiples cuestiones que suscita, sólo han podido ser abordados en el
marco del presente análisis los puntos que se relacionan directamente con su tema.
92. Por otra parte, ésta debía pasar desapercibida en el curso posterior de la filosofia
occidental, menos en Maine de Biran, a quien estaba reservado darle un desarrollo infinito.
Lo invisible (continuación) 407
gos original constitutivo del ser absoluto, los enunciados que componen
en conjunto la crítica del conocimiento manifiestan entre ellos la unidad
que es la de esta estructura, determinan los momentos sucesivos de un
único análisis -que es el del ser. Es dentro de este trabajo ontológico de
elucidación y como perteneciente como, en última instancia, se lleva a
cabo en Eckhart la crítica del conocimiento. De este modo se explica
su carácter sistemático. Las intuiciones fundamentales de la religión se
encuentran en ella no ya en la dispersión de su surgimiento histórico,
sino verdaderamente comprendidas, captadas en una visión interna del
ser y constituyéndola. Por eso la exposición teórica de esta crítica in-
cluye como motivo de ésta, o más bien, como su contenido mismo, las
determinaciones ontológicas estructurales de la realidad elaboradas por
Eckhart y en general por la problemática, y las repite. Por esta razón, la
crítica del conocimiento, tal como se realiza en Eckhart, no podrá aquí
más que repasarse en sus grandes líneas.
La determinación estructural esencial del ser, puesta en evidencia en
la teoría del Logos, tiene la significación siguiente: la experiencia del
ser, idéntica al ser mismo, sólo es posible sobre el trasfondo de la unidad
y por ella. En la estructura de ésta, por consiguiente, y en su mantenerse,
reside la posibilidad interna del ser, su esencia. Tal posibilidad, por el
contrario, se halla excluida por principio del medio ontológico que es
el del conocimiento. Así es como, respecto de este último, se funda en
la estructura misma del ser la imposibilidad de que llegue hasta él. Tal
imposibilidad no expresa sino la oposición irreducible de dos esencias
fenomenológicas: es porque la fenomenalidad que constituye su reali-
dad no tiene nada que ver con la que define el medio del conocimiento,
por lo que el ser no puede mostrarse en éste. Porque la fenomenalidad
constitutiva del ser y la del conocimiento no tienen entre ellas nada en
común, porque difieren en su naturaleza, en lo que constituye su feno-
menalidad misma, la efectividad de una implica cada vez en ella, en
el surgimiento de su contenido manifiesto, la no-efectividad de la otra.
La oposición irreducible de las esencias fenomenológicas posee esta
significación última. Conforme a ella, porque la manifestación de una
esencia determina la no-manifestación de su anti-esencia fenomenoló-
gica, toda aparición es idénticamente, en lo que concierne a los datos
puros originales que estructuran fundamentalmente la realidad y la de-
finen, una desaparición. Por eso el conocimiento no puede desarrollar
el medio en que se vuelve visible lo que él alcanza; tal medio no puede
volverse visible en sí mismo sin hacer que se desvanezca fuera de su luz
lo que permanece, en su contenido fenomenológico esencial, irreducible
a ésta. En su desarrollo positivo, el conocimiento realiza a cada vez la
obra de ocultar. Nada de lo que produce -ni las objetividades que libera,
Lo invisible (continuación) 409
94 . T, 144.
95. T, 221.
96. T, 130.
97. T. 201.
98. T, 239.
99 . T, 191.
410 La esencia de la manifestación
100. T, 214.
101. «Por poco que percibamos de la Deidad, dice Eckhart, la multiplicidad está ya
ahí» (K, 249).
102. Es imposible pasar por alto el matiz por lo menos casi docetista de esta tesis, que
luego se volverá capital y constante. Aquí simplemente empieza a enunciarse (N. del T.).
103. T, 240.
Lo invisible (continuación) 411
104. T, 248.
105. T, 254.
106. T, 224.
107. T, 259.
108. T, 258.
109. T, 150.
110. «¿Qué es la vida? La esencia de Dios es mi vida», T, 148.
111. El personaje del relato de Jacobsen que se mencionó arriba (N. del T.).
112. Vuelve aquí, una vez más, el alto aprecio que hace Henry del ateísmo como crítica
de la radical insuficiencia del teísmo «monista» (N. del T.).
412 La esencia de la manifestación
119. «Ese Dios, dice Eckhart hablando del Dios real-que no es aquel en quien el hom-
bre puede o no pensar-, no pasa» (T, 33).
120. T, 186.
121. T,47.
122. T, 186.
123. «Lo que me es innato, permanece» (ibid.).
124. T, 242; el subrayado es nuestro.
414 La esencia de la manifestación
125. Se notará que la alabanza sin reservas de Eckhart está fundada en la comprensión
ontológica y estrictamente literal de un puñado de sus más osados textos (N. del T.).
126. Aunque son frecuentes las expresiones «panteístas » en Henry, ésta es realmente
extrema (N. del T.).
127. T, 121. Salmo 36, 10; el subrayado es nuestro .
128. T, 223.
Lo invisible (continuación) 415
133. T, 199.
134. Cf. supra, § 40.
135. T, 110-111.
136. T,179.
137. T, 111.
138. T, 197.
139. T,111.
Lo invisible (continuación) 417
140. T, 199.
141. T, 77; el subrayado es nuestro.
142. T, 256; el subrayado es nuestro. Cf. supra,§ 39.
143. T, 251.
418 La esencia de la manifestación
144. T, 256-257 .
145. T, 197.
146. T, 110.
147. «Ella se apaci gua enteramente en el ser de Dios ; todo lo que sabe , es que está allí ,
y no conoce sino a Dios» (T, 110).
148. Tal «pérdid a» no se cumple, por supuesto , má s que en la men ción o el apuntar de
la conciencia y com o lo que se deriva justamente del movimiento de este apuntar .
149. T, 110-111 ; el subrayado es nuestro.
150. T, 198, cita del relato de Jacob [Géne sis 28, 16 (N. del T.)].
Lo invisible (continuación) 419
151. T, 52. «¿Por qué no tienes conciencia de ello?» , pregunta también Eckhart en otro
pasaje (T, 135): «porque tú mismo allí no estás verdaderamente en ti».
152. T, 241; el subrayado es nuestro.
153. No deja de ser paradójico que se mencione a Parménides en una oposición con
la Noche que es precisamente ajena al poema de este pensador arcaico (y a las teogonías
órficas en las que probablemente se inspiraba a este propósito) (N. del T.).
420 La esencia de la manifestación
154. La expresión Abismo se adecua muy bien a la vena gnóstica, docética, que inspira
estas páginas, como inspiró otras semejantes de los idealistas. (Henry se aplicó posterior-
mente a sí mismo en alguna ocasión el adjetivo gnóstico) (N. del T.).
155. Cf. supra,§ 8.
Lo invisible (continuación) 421
156. «No tenemos más fuente de conocimiento, aparte de estas dos (la sensibilidad y el
entendimiento)», Crítica de la Razón pura, PUF, Paris 1950, 252.
157. T, 167: «Allí donde el alma permanece en el día que conviene a su propia natura-
leza, conoce todas las cosas más allá del tiempo y el espacio, y nada le es cercano o lejano»;
el subrayado es nuestro.
158. T, 174.
422 La esencia de la manifestación
159. T, 108. Es la versión que da Eckhart del versículo del evangelio de san Juan.
160. Renouvier, Traité de Psychologie rationnelle II, 107.
Lo invisible (continua ción) 423
161. Probablem ente, y más en general, de la literatura , si se tiene en cuenta los textos
narrativos que en diversas ocasiones publicó Michel Henry, algunos de ellos con éxito nota-
ble (N. del T.).
162. Hymnes ala Nuit, versión fr. G. Bianquis , Aubier, Paris 1943, 79.
163. /bid. , 77-79 .
164. /bid., 83.
165. !bid. , 81.
166. «El sol brilla sin cesa r», decía Eckhart.
167. Hy mnes a la Nuit, 79-81 ; el subrayado es nuestro .
424 La esencia de la manifestación
de grados, tales que cada uno de ellos le pertenece y revela ser accesible
a partir de ella. De este modo piensa Kant poder refutar el argumento
de Mendelssohn a favor de la permanencia del alma atribuyendo a ésta,
es decir, a la fenomenalidad pura como tal, «una magnitud intensiva» y,
por consiguiente, la posibilidad de acrecentarse pero también de dismi-
nuir gradualmente hasta reducirse a nada (ríen). «La conciencia misma,
dice Kant, tiene siempre un grado que puede siempre disminuir» 176 • Así
Husserl muestra cómo, a partir del presente vivo en que se da primitiva-
mente, toda vivencia que cae, conforme a la legalidad eidética que rige la
constitución de la temporalidad inmanente y domina la vida concreta de
la conciencia, en la retención, sufre en ésta y en sus fases sucesivas una
serie de modificaciones fenomenológicas cuyo desenlace es «el fondo
recóndito universal. .. lo que llamarnos lo inconciente, que no es más que
una nada (néant) fenomenológica pero que, añade Husserl , es él mismo
un modo límite de la conciencia» 177•
Porque el juego de estas determinaciones fenomenológicas concierne
en primer lugar a la propia fenomenalidad pura y le pertenece , porque
son sus determinaciones y los modos concretos de su cumplimiento, la
esencia de aquélla las contiene todas y las funda por igual a todas . Es una
única naturaleza la que se hunde en la oscuridad o, al contrario, se vuelve
hacia el despertar; la que realiza, más bien, en ella, en su unidad dialécti-
ca interna, la efectividad de este doble movimiento. Por eso el desarrollo
del proceso fenomenológico se lleva a cabo, en esta tensión dialéctica,
como un combate, como el intercambio entre ellas de las determinacio-
nes fenomenológicas puras y su incesante paso. Como este combate que
se ha vuelto conciente de sí y se ha llevado a su término, se ha conducido
a su paroxismo , es como se propone la fenomenología misma -si la te-
leología que la anima y por la que se define es hacer visible lo invisible,
pero de modo que lo visible no adviene más que en la vuelta de la po-
tencia contraria de la que surge-. Así está determinado lo invisible en su
oposición a lo visible, o sea, de hecho, en su unidad dialéctica con él: no
como el concepto de una esencia separada , sino en la fluidez del paso en
que no cesa de constituirse como aquello que no deja de hurtársele 178•
181. Kierkegaard, citado en J. Wahl, Études kierkegaardiennes , Aubier, Paris 1938, 289.
430 La esencia de la manifestación
182. Es casi imposible acercar más la religión a la ontología. En el fondo, aquí Henry
procede como Hegel en su filosofía de la religión, pero eliminando toda dialéctica (N. del T.).
183. Como bien lo ha entendido Kierkegaard cf. D, !94ss.
lo invisible (continuación) 431
184. CD, 106, 108. Sobre la crítica de Hegel al cristianismo, cf. infra, Apéndice,§ 73.
185. L, 226.
432 La esencia de la manifestación
186. L , 225.
187. Sobre esto y sobre la interpretación aquí esbozada de la sexualidad, cf. Philoso-
phie et ph énoménologie du corps, conclusión .
Lo invisible (continua ción) 435
l. K, 244.
438 La esencia de la manifestación
afectante que nos solicita y viene a nosotros a partir del futuro, presu-
pone justamente la apertura de éste y, conjuntamente, la de un presente
y un pasado puros en que le está permitido mantenerse y ejercer sobre
nosotros su presión. Así pues, el todo de la naturaleza que no deja de
afectamos con sus múltiples excitaciones, no es como tal el suelo y el
fundamento de nuestra experiencia, «el fundamento ... de todo lo que se
llama ... experiencia» 2 , un campo en que los datos primitivos de la sen-
sibilidad se organizan pasivamente según las síntesis de la asociación y
del tiempo, sino porque éste despliega de entrada, más allá de estos da-
tos y como aquello que los da, el horizonte de un mundo puro. A través
de este mundo llega a nosotros todo lo que nos afecta. En él se instituye
nuestra comunicación vital con el ser de la naturaleza. El mundo es el
medio de la afección; él es, más bien, lo que nos afecta. La presión que
ejerce sobre nosotros el ente es en realidad la del mundo. Por éste es por
el que somos investidos, y la pasividad de la conciencia natural respecto
al excitante hacia el que le está permitido ulteriormente volverse de ma-
nera activa, presupone y oculta la pasividad ontológica de la conciencia
pura respecto al horizonte tridimensional del tiempo que ella no deja de
suscitar y de sufrir. Por eso toda afección es en su esencia una afección
pura, conforme a la cual «el sujeto se encuentra afectado fuera de la
experiencia», es decir, independientemente del ente.
La problemática ha mostrado lo que ocurre con esta afección pura,
independiente del ente y que constituye, sin embargo, la condición y la
esencia de toda afección por éste. La oposición hace posible la manifes-
tación de lo que es como tal, como ser manifiesto, capaz de afectamos
y tocamos, de modo que lo afectante nunca es el ente mismo, sino el
objeto cuya posibilidad reside en el ser-opuesto, es decir, en el mundo.
La oposición misma, no obstante, sólo puede cumplirse si el ser-opuesto
formado por la imaginación se encuentra también recibido y retenido
por ella. El tiempo es precisamente en la imaginación el poder de recibir
intuyendo lo que ella se opone. Al recibir intuyéndolo el término de la
oposición, el tiempo lo hace sensible y, como tal, fenomenológicamente
efectivo. El poder de hacer sensible, es decir, de sentir, reside, pues, en el
tiempo idéntico a la imaginación trascendental y constituye como tal el
sentido interno. Porque designa la proyección del horizonte por el cual,
al recibirlo, la esencia se afecta a sí misma, el sentido interno se com-
prende también como la forma de toda autosolicitación, como el acto en
el que la esencia se propone a ella misma lo que intuye. En la estructura
de tal acto está incluida la esencia de la sensibilidad. En ésta, en el
despliegue fenomenológico de su estructura, se apoya a su vez la po-
2. EU, 53.
La revelación como afectividad 439
1O. Esta descripción del ser como dulzura tiene un excepcional antecedente clásico: Epi-
curo . De hecho , son muchas las coincidencias entre Henry y el filósofo del Jardín (N. del T.).
11. No hemos evitado el anacoluto evidente del original (N. del T.).
454 La esencia de la manifestación
12. Levinas niega precisamente por esto la condición de ser, y aun la condición de su-
jeto , a Dios (N. del T.).
13. Aunque Henry ha descrito incansable este centro de todo su pensamiento (o, mejor,
de su experiencia de sí y del ser), esta página merece un puesto de honor dentro de su obra.
La frescura del primer encuentro y la potencia del escritor joven se reúnen aquí (N. del T.).
La revelación como afectividad 455
14. Aquí sí corregimos la imperfeccióndel original, que producía un absurdo (N. del T.).
15. Essais et Conférences,trad. A. Préau, Gallimard, Paris 1958, 329.
16. !bid., 329.
17. !bid., 158-159.
18. Cf. el comentario de las palabras de Holderlin : «somos un signo vacío de sentido» ,
Essais et Conférences , 159-160.
456 La esencia de la manifestación
19. Es la tesis de Merleau-Ponty, cf. PhP, 249,277 . [El original, on sent, con su sujeto
impersonal y neutro, deja ver mejor lo que critica Henry que el español se siente (N. del T.)].
La revelación como afectividad 457
20. Nuevo error del original; ahora no lo corregimos, pues no confunde (N. del T.).
21. «La esencia de la sensibilidad, dice Heidegger , se halla en la finitud de la intuición»
(K, 87). Con ello considera Heidegger la sensibilidad como obligada a recibir un ente que ella
no ha creado (los instrumentos de tal recepción son los sentidos, cuya necesidad reside, pues,
en la finitud de la intuición y debe entenderse desde ella), como sensibilidad empírica. Pero
la sensibilidad pura en la que se funda cada vez la sensibilid ad empírica no puede cumplirse
tampoco más que en la recepción del contenido que ella se propone, o sea, intuyéndolo.
458 La esencia de la manifesta ción
nuestros pensamientos. E igual que éstos dejan ver en ellos unas es-
tructuras típicas absolutamente determinadas y a las que obedecen, lo
mismo ocurre con nuestros sentimientos en su vínculo con estos pen-
samientos y, por medio de ellos, con las cosas. Cada uno siente y ex-
perimenta, vive de una manera diferente, de una manera subjetiva, un
paisaje, una obra de arte, un momento de la historia y todo lo que le
sucede, pero de forma que estas «maneras de vivir» están sometidas
a las leyes de la percepción, de la imaginación, del recuerdo, etc. Las
tonalidades afectivas que están ligadas a estos actos de la percepción,
de la imaginación, del recuerdo, y los determinan inevitablemente, no
son contingentes respecto de tales actos: son su realidad y los modos de
su realización . No experimentamos cualquier cosa ante cualquier cosa.
Los sentimientos que provocan en nosotros las cosas son la conciencia
de su constitución.
La interpretación del comprender como afectivo no significa sola-
mente la existencia en él de una tonalidad que le pertenece y determina
cada vez el modo concreto de su realización efectiva; esta proposición
parece también implicada por ella y se propone como esencial: cual-
quier tonalidad inherente a un acto de comprensión y ligada a él como
su realidad misma, es, como tal, comprensiva. De este modo se abre
paso a la luz la tesis según la cual la afectividad no consiste en un con-
junto de modificaciones o de cualidades subjetivas, por sí mismas opa-
cas, irracionales, inexpresables, incapaces de sobrepasarse hacia una
significación ni de alcanzarla, privadas de «sentido», por consiguiente,
y cuyo vínculo con nuestras representaciones sólo puede ser, por tanto,
un vínculo exterior, contingente , susceptible de dar lugar a fenómenos
de asociación, de trasferencia, de sublimación, etc., en una palabra, a fe-
nómenos puramente mecánicos. Porque la afectividad es en ella misma
comprensiva, se propone de entrada, por el contrario, como un fenóme-
no significativo, despliega el horizonte de comprensión dentro del cual
apunta ella al objeto y se relaciona con él, de manera que este apuntar al
objeto, la posibilidad misma de apuntar a él y de relacionarse con él, de
relacionarse con algo distinto, le pertenece y la define. Así aparece en la
filosofía moderna, como uno de sus descubrimientos más importantes
y presentado por ella como esencial, la tesis según la cual la afectividad
es intencional. La afectividad no es una cosa, es conciencia y, como tal,
conciencia de algo. Este carácter esencial de la intencionalidad, en efec-
to, lo deja ver en ella toda determinación afectiva, al igual que cualquier
otro hecho psíquico. ¿Qué sería un amor sin objeto? ¿Cómo delimitar
un odio que no fuera el odio a Pedro o a Pablo , el odio a tal o cual grupo
social, a un rasgo de carácter, a una actitud vivida por ese odio preci-
samente como «odiosa»? Porque un sentimiento no es nunca un hecho
La revelación como afectividad 463
27. No es posible plantear mejor la pregunta realmente radical que concierne a la filo-
sofia de Henry y que hemos ido anticipando de muchas formas en nuestras notas. El intento
de responderla exhaustivamente es lo que quizá constituye la importancia mayor del presen-
te tratado (N. del T.).
464 La esencia de la man¡festación
28. Proust, A la recherche du temps p erdu I. Du cóté de chez Swann, Gallimard, París
1960, 427 .
29. Se acaba de tomar contacto indudablemente con lo más original y profundo, con lo
más extraordinario de la ontología nueva de Henry (N. del T.).
La revelación como afectividad 465
como ajeno en sí mismo a toda afección por el ser ajeno; como siendo
él mismo, en su pasividad ontológica original respecto de sí. Por eso el
nombre de esta suficiencia es autonomía. La autonomía es la esencia
de la vida, idéntica a la afectividad misma; es el hecho de que la vida
se siente, tiene, es el sentimiento de ella misma. Precisamente porque
la vida es en su esencia autonomía, «depende de las circunstancias», es
decir, puede ser afectada. Pues una piedra no es afectada por nada, y
tampoco un cuerpo cualquiera, sea cual sea el grado de complejidad de
su organización interna, aunque fuera biológica y estuviera dotado por
ella, como «cuerpo vivo», de un sistema nervioso. Únicamente lo que
se hunde en sí mismo como un sí mismo, la entidad absoluta que es el
sentimiento de sí, la esencia de la afectividad es y puede ser afectada.
Toda dependencia supone una independencia absoluta: la autonomía
original del ser, como ser-Sí mismo, y de la vida. Tal autonomía no es
la libertad en el sentido en que solemos entenderla, tampoco la libertad
ontológica que le sirve de fundamento no percibido; sino su contrario y,
precisamente, la pasividad original del ser respecto de sí y su suficien-
cia en sí mismo, la esencia de la no-libertad 30 •
En cuanto que la vida no «depende de las circunstancias» más que
sobre el fondo en ella de su independencia absoluta como dependencia
absoluta de su ser respecto de sí, lo que es esta dependencia respecto de
las circunstancias, la afección de la vida por el ser ajeno, la tonalidad en
que esta afección se realiza y por la que la vida misma se encuentra así
determinada, todo esto se vuelve transparente. La tonalidad es la forma
en que la vida se experimenta, un modo de sufrir, el sufrirse a sí mismo
de lo absoluto, tal que este «sufrirse» de lo absoluto depende de lo abso-
luto mismo y le es idéntico como el modo según el cual él se realiza cada
vez y como su historial. El historial de lo absoluto, su devenir interior
y el modo según el cual este devenir se lleva a cabo, es lo que rige toda
afección: su ley, su esencia, su realidad. La realidad de la afección, la
autoafección del ser-afectado, es la realidad de lo absoluto y su histo-
rial, es la tonalidad. La tonalidad no procede de la afección, de la afec-
ción por el ser ajeno; es su realidad como realidad de lo absoluto mismo
tal como se realiza cada vez en él, a partir de él y como lo que él es 31•
Porque la tonalidad no procede de la afección, porque es la realidad
misma de lo absoluto tal como se realiza cada vez en él y en su historial,
la relación que mantiene con lo afectante, la relación del sentimiento
30. Este peculiar momento dialéctico es, desde luego, clave también para la posición
última de Henry (N. del T.).
31. Como se ve, los términos devenir e historial se aplican aquí por primera vez, sin
equívocos, a lo absoluto mismo ~aunque no, naturalmente, tiempo-(N. del T.).
468 La esencia de la manifestación
33. F , 351.
470 La esencia de la manifestación
plican entonces por una perturbación de esta función esencial, por una
«desfuncionalización», una desadaptación en la que el sentimiento, des-
pegado del medio ambiente, ajeno a sus fluctuaciones, deja de modi-
ficarse conforme a éstas y persiste, por el contrario, por ejemplo tras
una fijación, una regresión o un trauma cualquiera, corno un sentimien-
to patológico anacrónico, del que entonces da cuenta el análisis, y que
está destinado, en la mejor de las hipótesis, a ser reducido por él. La
pasión, en la que el sentimiento tiende a afirmarse despreciando la si-
tuación históricamente definida y sus exigencias cambiantes, representa
corno tal, en su permanencia, un ejemplo típico de desadaptación, que,
sin embargo, sólo puede comprenderse a partir de la adaptación misma,
como una determinación negativa de ésta o como su modo-límite, pues-
to que la duración patológica de un sentimiento no es precisamente sino
la persistencia de lo que en otro tiempo, pero siempre de alguna manera,
estuvo funcionalmente fundado 35 •
Lo propio de las llamadas investigaciones positivas es el desconoci-
miento habitual de la esencia del fenómeno que estudian, lo que las lleva
a atribuir a éste cierto número de características sin poderlas jerarquizar
entre ellas ni fundarlas, y a enumerarlas de forma gratuita y casual y a
discutir de este mismo y, por consiguiente, indefinidamente sobre ellas.
De este modo, la «subjetividad» aparece unas veces, en el desajuste y
los desarreglos de la pasión, como una propiedad de la afectividad y, por
consiguiente, corno una determinación accidental de ésta, ligada a ella
de manera contingente y precisamente gracias a un «desajuste»; mien-
tras que, como hemos mostrado, la afectividad constituye la posibilidad
misma de la subjetividad y su esencia, y es idéntica a ella. Vemos, pues,
cómo el análisis se orienta de manera absurda hacia la búsqueda de la
función del sentimiento y del papel que éste juega en la economía ge-
neral del psiquismo; cómo se esfuerza por dar cuenta de él a partir del
fenómeno de la adaptación; cómo explica, por ejemplo, las emociones
por una ruptura brusca de ésta, es decir, también a partir de ella; cómo se
entrega, en esta dirección, a todo tipo de análisis y de consideraciones,
antes incluso de preocuparse por saber qué es el sentimiento corno tal;
35. Sobre esto, cf. Pradines, Traité de Psychologie générale I, PUF, Paris 1948, 663ss.
Esta justificación funcional de la afectividad no excluye, por otra parte, independientemente
de toda fijación patológica, una cierta estabilidad «normal» y de alguna manera «sana» del
sentimiento; estabilidad siempre relativa, no obstante, y que expresa la estabilidad de la
adaptación misma, como sucede, por ejemplo, en el matrimonio, dentro de una profesión o
en la elección de una actividad continuada, es decir, cuando la situación ya no se modifica
o se modifica sólo de manera insensible, aunque el cambio perpetuo de nuestras afecciones
y la voluntad de mantenerlo proporcionándole siempre nuevos objetos pueden significar, en
ciertas condiciones, un rechazo de la adaptación misma y de sus exigencias y, como tales,
pueden volverse ellos mismos «patológicos».
472 La esencia de la manifestación
36. S, 289.
474 La esencia de la manifestación
forma allí donde se forma la vida, vibra en ella, con ella, y la determina
como su determinación, posible a partir de ella, como una modalidad
y una tonalidad de la vida misma . Así se resuelve al mismo tiempo el
absurdo que grava el concepto de «sensación externa», como si algo
exterior, trascendente, pudiera constituir por sí mismo una sensación,
pudiera portar en sí el ser-interior de lo que está vivo, el experimentarse
a sí mismo -que es lo único susceptible, como tal, de experimentar algo
así como un modo de, precisamente, su «experimentarse a sí mismo»,
una determinación de su afectividad.
La sensación no es «exteriorn más que por su significación, en su
referencia a aquello de lo que es la sensación. Precisamente porque se
lleva a cabo en el sentido, como un modo del sentir y de la trascendencia
en él, la sensación, cualquier sensación es por naturaleza la sensación de
algo. Aquello de lo que la sensación es sensación, es precisamente el ex-
citante. El excitante no es el término desconocido = x, determinable so-
lamente por el progreso científico, y que actúa sobre un órgano sensorial
ajeno él mismo a la experiencia sensible; es el objeto de esta experiencia;
como tal y sólo a título de tal nos afecta. En cuanto que la sensación se
refiere a un objeto del que ella es la sensación, es representativa. Que
«represente» tal objeto no significa en absoluto que lo piense, que se
lo represente en un acto de conocimiento, que este objeto sea el objeto
determinable del entendimiento . Porque el objeto de la sensación es re-
cibido por ella, en el sentir, es sentido, es «afectivo» en el sentido que
hemos dicho, y se propone con esta determinación ontológica esencial.
Que ésta no concierna , sin embargo , solamente al objeto de la sensación,
sino también a las producciones del pensamiento, a todo tipo de objetos;
que se proponga como una determinación ontológica estructural del ser
trascendente, se deriva justamente de que el pensamiento mismo se apo-
ya en el sentido y se produce en él, en el medio ontológico de la afección,
que es la condición de toda experiencia de objetos en general.
La sensación tiene dos contenidos: un contenido inmanente, afecti-
vo, el contenido del ser-afectado, lo que experimenta la vida cuando se
experimenta a sí misma en esta determinación particular que resulta en
ella de la afección; y un contenido trascendente, el excitante mismo, lo
afectante , tal como se da en el sentir y por él. Que éste se realice , en el
caso de la sensación propiamente dicha, por la intermediación de órga-
nos corporalmente determinados , determina únicamente la especificidad
del contenido impresiona! de la sensación correspondiente, que, no obs-
tante, debe entenderse en los dos sentidos indicados; encuentra cada vez
su condición ontológica , la condición ontológica de su «sensibilidad»
y de su «afectividad» , en la estructura ontológica de la afección misma,
en la estructura del sentido interno y en la de la afectividad. Por supues-
La revelación como afectividad 479
son, por así decirlo, sino uno; en que el primero, sin oponerse todavía
el segundo, lo conoce simplemente «en comunión íntima con él», como
sucede «cuando el objeto se funde en nosotros en el torrente inconciente
de la vida vegetativa» 42 •
Así sale a la luz la representación de una afección original que ex-
cluye toda distancia entre lo afectante y lo afectado y que es además
instantánea; una afección puntual en la que lo afectante nos afecta en un
contacto inmediato y precisamente como por un choque análogo al que
se produce entre dos realidades contiguas. Por confusa y, a decir ver-
dad, impensable que sea tal representación -confusa porque identifica el
surgimiento de lo afectante con un contacto ciego entre dos entes; im-
pensable porque en tal contacto no hay precisamente ninguna afección-,
deja presentir en ella, con la idea de la supresión de toda distancia entre
lo afectante y lo afectado -por impropia que sea, a su vez, la figuración
de esta idea con la ayuda de elementos tomados siempre de un realismo
elemental, la de este «contacto inmediato»-, una estructura distinta de la
de la afección y que la funda al mismo tiempo que ella funda su afectivi-
dad; es ella en todo caso la que designa a la sensibilidad, bajo su forma
original, como sensibilidad afectiva.
A ésta sucede la sensibilidad representativa, que se produce cuando
el ser afectado, dejando de sufrir lo afectante en un contacto inmedia-
to o incluso de mezclarse con él en una fusión casi mística, se vuelve
contra él, lo mantiene a distancia y no es alcanzado por él más que «en
excitaciones retardadas que, cada vez menos afectivas, cada vez más
capaces de retardo, nos significan, en anticipaciones cada vez más am-
plias de la excitación viva, distancias cada vez más grandes de lo ex-
citante mismo». Éste, por consiguiente, ya no es sufrido directamente,
sino que únicamente es representado en «un símbolo degradado de su
acción», que es su «cualidad», mientras que él mismo queda insertado
en el espacio, «a cierta distancia», como «objeto» 43 • De esta manera,
las impresiones afectivas primitivas «que conmueven», se sustituyen por
impresiones «que dejan insensible» en cuanto que están solamente re-
presentadas, y tal sustitución expresa el esfuerzo del viviente por poner-
se fuera de alcance y por disponer a su alrededor un campo inofensivo,
que es el de la representación. Esta última, por tanto, no sucede simple-
mente al reinado primitivo de la afectividad; está destinada a ponerle
fin, de modo que entre ellas hay «una relación inversa», algo así como
una disminución progresiva de la afectividad mientras que se desarro-
lla, en cambio, la representación misma, la sensación representativa o
44 . Ibid. , 450 .
45. Dada la caracterización de la esencia en la que estamos inmer sos, esta espléndida
definición de la filosofía no deja de contener la paradoja de que circunscribe a este saber a un
ámbito de trascendencia, como es el dominio de lo eidético . A menos que se logre establecer
una relación adecuada - adecuad a a las bases y los logros de la fenomenología radical- entre
lo absoluto y algo así como su eidos (N. del T.).
482 La esencia de la manifestación
50 . EN, 398-399 .
51. Es decir, pon ente, propiamente asertiva . El neologi smo lo acuñó Husserl (N. del T.).
52. EN, 398-399 . [Para no encontrar dema siado extraña la tradu cción, recuérde se que
Sartre usa el verbo existir como tran sitivo frecuentemente (N. del T.)].
53. EN, 396.
La revelación como afectividad 485
54. Sartre traduce al francés la expresión heideggeriana ist zu como a aetre. El exist en-
te no es sino que va a, está a ... (está a sus posibilidade s). Pero nos par ece que es demasiado
forzado traducir esta frase al español de otro modo que como proponemos aquí (N. del T.).
55. EN, 162; el subrayado es nuestro.
56 . EN, 533-534 .
57 . Naturalmente , la afectividad como forma de formas es la tesis propiamente origi-
nal , decisiva, de este libro (N. del T.) .
486 la esencia de la manifestación
58. Sugerimos anotar cuidado samente este aspecto de la descripción (N. del T.).
La revelación como afectividad 487
64. En esta frase, pese a la primera apariencia, no se justifica, creemos, que haya un
lado representativo en la sensación , sino que haya simplemente sensación como tal; y, por
otra parte, se emplea la sorprendente expresión/fujo para referirla, al parecer de manera no
impropia , a la subjetividad absoluta (N. del T.).
494 La esencia de la manifestación
65. R, 79.
496 La esencia de la manifestación
sigue siendo aún algo sensible, patológico. «La acción negativa sobre el
sentimiento es, como toda influencia sobre el sentimiento y como cual-
quier sentimiento en general, patológica» 69 •
El respeto es lo que es, sin embargo, es en la sensibilidad su propia
humillación, sólo en la medida en que se deriva de la ley moral. Sólo en
esta relación con la ley moral, en efecto, en cuanto que la representación
de ésta, por el hecho mismo de que nos humilla y en la medida en que lo
hace, excita, como dice Kant, «el respeto por sí mismo», este último es
lo que es: no sólo la humillación de la sensibilidad, sino precisamente el
respeto de la ley moral. Ésta, por tanto, ejerce sobre el sentimiento una
doble acción: una negativa por la que lo humilla , a él y a la sensibilidad
a la que él pertenece; otra positiva por la que lo determina en su relación
con ella misma como respeto por la ley. Conforme a esta doble acción
sobre él de la ley moral, el respeto presenta dos aspectos, de manera que
cualquiera que sea el aspecto bajo el que se lo considere, como respeto
por la ley, por supuesto, pero también como el efecto negativo de ésta
sobre la sensibilidad, como humillación, se deriva en todo caso del prin- ·
cipio supremo de la razón pura práctica, a saber, de la ley moral misma.
De este modo , ella constituye la causa del respeto y su origen verdadero
como origen puramente intelectual, es decir, no sensible. Sobre este ca-
rácter puramente intelectual, no sensible, del origen del respeto , se apoya
el análisis kantiano para establecer entre éste y la sensibilidad empírica
o patológica a la que él pertene ce por naturaleza, como cualquier otro
sentimiento, una disociación ontológicamente imposible, presentada , sin
embargo, como radical, y que no puede serlo precisamente más que en
la medida en que el carácter afectivo del respeto, es decir, su esencia , es
tenido en ella por un hecho desdeñable .
Aquí se lleva a cabo el escamoteo por el que un sentimiento se encuen-
tra vaciado de su afectividad, es decir, de lo que constituye propiamente
la positividad de su realidad interna , para no ser ya más que un concepto
definido por el conjuoto de las relaciones ideales que mantiene con los
demás elementos puros del sistema de la moralidad: con la ley moral y,
por medio de ella, con la razón pura misma. Así se vuelve homogéneo a
ésta lo que, sin embargo, difiere, según Kant, ontológicamente de ella.
Así el origen y la significación del respeto, es decir, precisamente su in-
serción en el sistema de la moralidad, su definición puramente extrínseca
a partir de este último, sustituyen a la consideración de su naturaleza y
de lo que él es. «El sentimiento sensible , que es el fundamento de todas
nuestras inclinaciones , es, sin duda, la condición del sentimiento (Emp-
findung) que denominamos respeto ; pero la causa de la determinación
69 . R, 79.
498 La esencia de la manifestación
concepto puro de la afectividad del que carece por completo Kant. Por
eso, en lugar de proponerse como una distinción inmediata basada en lo
que la afectividad del respeto tiene de específico, la oposición de éste a
las determinaciones afectivas de la sensibilidad empírica se establece
con ayuda de argumentos, de razonamientos, en resumen, de un conjun-
to de consideraciones mediatas 73 , que hacen de esta oposición el tér-
mino de una deducción, igual que se deduce en general, ya que no pue-
de ser captada en ella misma, la naturaleza del respeto, y ello a partir de
un contexto ajeno a ésta, a partir de su «origen».
Sin embargo, la definición extrínseca del respeto a partir de su «ori-
gen», a partir de una realidad ajena a su propia realidad, lejos de poder
escamotear ésta, a saber, su afectividad y la esencia de la afectividad en
él, por el contrario conduce inevitablemente a ella. La definición del res-
peto a partir de su origen lleva a la ley moral, entendida como este origen
mismo; el respeto es precisamente el respeto de la ley y sólo es inteligi-
ble como tal. La ley, sin embargo, no puede suscitar para sí el respeto del
sujeto más que en la medida en que ella lo afecta, en la medida en que
ella está representada por él. La representación de la ley es la condición
ontológica del respeto. El sujeto, sin duda, no se representa solamente
la ley en el respeto: se la representa como aquello a lo que debe some-
terse, de manera que esta necesaria sumisión del sujeto, como recep-
ción por él de lo que él mismo ha proyectado libremente, pertenece, al
igual que esta proyección, a la estructura ontológica de la representación
y la constituye. La afección del sujeto por la ley, tal como se realiza en
la representación de ésta, presupone además, sin embargo, la condición
ontológica universal de toda afección posible en general: la autoafección
del acto que proyecta y que recibe, la afectividad. A la cuestión propuesta
por Kant como un enigma impenetrable para la razón especulativa -la de
saber cómo una representación pura puede estar ligada a una tonalidad
afectiva determinada, cómo es posible «la influencia de una idea mera-
mente intelectual sobre el sentimiento» 74- se responde cuando la afec-
tividad se comprende no como ligada solamente a esta idea pura, sino
como perteneciendo a la estructura de su representación y como la posi-
bilidad más íntima de ésta. Así la relación con la ley en la representación
reviste, en virtud de una necesidad eidética, la forma de la afectividad,
que constituye la realidad de esta relación misma, la realidad del respeto
definido como la representación de la ley.
El respeto, sin embargo, no lo define sólo Kant como la represen-
tación de la ley, como la afección por ella de la conciencia pura. Preci-
samente porque ésta no es nada empírico y como tal, según Kant, nada
afectivo; porque su afección por la ley, es decir, por la forma pura del
principio universal de la razón práctica, excluye también la afectividad,
que no está en absoluto comprendida como la posibilidad ontológica
última de esta afección pura ni como su esencia, el respeto, como sen-
timiento, presupone necesariamente la intervención de otro elemento
además de la forma. Al mismo tiempo que la representación de la ley,
el respeto debe entenderse como el efecto de ésta sobre la sensibilidad
empírica. «La conciencia de una libre sumisión de la voluntad a la ley,
unida, sin embargo, a una coerción inevitable que se ejerce sobre todas
las inclinaciones, pero solamente por nuestra propia razón, es, pues, el
respeto por la ley». Semejante coerción la designa también Kant explíci-
tamente como un «efecto subjetivo sobre el sentimiento» 75• ¿Cómo hay
que comprender semejante «efecto», el efecto de la ley sobre la sensibi-
lidad empírica? ¿Qué sentido dar a esta acción del producto de la razón
pura sobre la sensibilidad empírica del hombre?
Aquí se debe denunciar la ambigüedad profunda del concepto kan-
tiano de sensibilidad, según designe la afección de la conciencia pura, es
decir, de la razón misma, por la ley que ella produce o, por el contrario,
la acción de ésta sobre la subjetividad empírica, la afección patológica
del sentimiento. En el primer caso, el concepto de sensibilidad tiene una
significación ontológica radical, designa la posibilidad misma de la afec-
ción y su estructura como constituida por el sentido interno y, en última
instancia, por la esencia de la afectividad en él. Precisamente porque ésta
constituye, junto con la trascendencia y como su fundamento último,
la esencia de la afección pura, es por lo que la determinación de esta
esencia, o sea, de la conciencia pura misma, por lo que ella proyecta se
propone necesariamente como una determinación afectiva y, en el caso
de la afección por la ley, es decir, por el principio supremo de la razón
práctica, como el respeto. Pero se trata aquí de una determinación afecti-
va pura, de un sentimiento puro, del que Kant no entiende nada.
En lo que concierne a la acción de la ley sobre la sensibilidad empí-
rica, la determinación patológica de ésta no puede llevarse a cabo ahora
según un proceso ciego como el de la causalidad natural; significa ade-
más una afección, y así la designa Kant a pesar de su carácter patoló-
gico. La sensibilidad empírica no puede, sin embargo, ser afectada por
la ley más que en la medida en que lleva en ella, como un poder ontoló-
gico y puro, el de ser afectada en general por algo. Tal poder es precisa-
mente la sensibilidad pura, la estructura pura de la afección y su esencia
última, la afectividad. Cuando este poder está determinado por la ley, es
76. R, 80.
502 La esencia de la manifestación
77. R, 80.
78. R, 93.
79. Sobre esto, cf. Philosophie et phénoménologie du corps, cap. II.
504 La esencia de la manifestación
80. En efecto, el ser, el actuar, la razón, la realidad son todos la vida, o sea, la afectividad
como autoafección, según la muy audaz tesis de Henry. Falta saber aún qué ocurre con los
entes, con la multiplicidad, con lo fundado en general por la esencia una y única (N. del T.).
81. R, 88, 89.
82. R, 92.
83. R, 93.
La revelación como afectividad 505
86. Es decir, la problemática, que es, como se ve tantas veces, la designación del propio
trabajo de la ontología, no ha penetrado en esta consideración. Precisamente es lo que hará
la posterior filosofia del cristianismo construida por Henry (N. del T.).
La revelación como afectividad 511
92. Nuestras sensaciones son diferentes de nosotros, decía Lachelier. Cf. supra,§ 57.
93. Permítasenos subrayar el poder extraordinario de este ejemplo, el preferido muchas
veces por Henry para ilustrar el fondo de su filosofía (N. del T.).
La revelación como afectividad 515
Que la verdad del dolor sea el dolor mismo, el ser doloroso como tal,
no significa que el dolor sea por él mismo verdad ni la esencia de ésta
(al menos, no podemos decirlo ahora). El dolor mismo, el dolor con-
siderado en cuanto tal, no es algo simple; su ser no es nada inmediato.
El ser del dolor, su realidad, lo que hace de él algo vivo y una determi-
nación de la vida, reside en la estructura interna de ésta: es el hecho de
que el dolor se siente a sí mismo inmediatamente, se experimenta a sí
mismo, es su ser-dado-a-sí-mismo en la pasividad original del sufrir y
la esencia de la afectividad en él. El ser del dolor, su realidad, es pre-
cisamente su revelación como encontrando su esencia no en el dolor
mismo, sin embargo, sino en lo que le permite ser lo que es y constituye
precisamente su realidad, en la afectividad. El fenómeno cuya esencia
no supo captar Lachelier debe enunciarse de este modo: la verdad del
dolor es su afectividad 94 .
Precisamente porque la verdad del dolor es su afectividad, esta verdad
se presenta también y se propone, en lo que concierne al dolor, como el
dolor mismo, corno hallando su efectividad y el modo de su presentación
fenomenológica concreta en el ser-doloroso corno tal. Que la verdad del
dolor sea su afectividad significa, en efecto: lo que revela el dolor y lo
ilumina y, en esta revelación, le confiere el ser, es su ser-dado-a-sí-mis-
mo tal que, residiendo precisamente en la afectividad y constituido por
ella, encontrando su realidad en la esencia cuya propiedad es recibirse
a ella misma, experimentarse a ella misma y ser afectada por sí misma,
lo que él da, a saber, el dolor, es también aquello a lo que él lo da; de
manera que, en él y por él, en ella se sumerge el dolor a través de la trans-
parencia de su afectividad. El dolor es el contenido fenomenológico, la
apariencia efectiva, la fenomenalidad de esta revelación que es él mismo,
sobre el fondo en él de su afectividad . En este sentido, la verdad del dolor
es el dolor mismo; en el sentido en que éste, el dolor, es eso mismo que
se manifiesta en su afectividad y por ella.
Corno tal, siendo lo que es, exhibiendo lo que exhibe dentro de su
afectividad y por ella, el dolor es una modalidad de la vida afectiva y
como tal se lo toma aquí, a título de ejemplo de entre todas las tonali-
dades afectivas posibles. A éstas les está prescrito que, revelándose en
el seno de la afectividad y por ella, se revelen cada vez como afectivas,
encuentren necesariamente en la afectividad su verdad, el modo de su
presentación fenomenológica efectiva y el cómo de esta presentación.
94. Este complemento imprescindible del ejemplo mayor viene a recordarnos la di-
ficultad de aunar en lo absoluto la afectividad una y única y los afectos múltiples y no
simultáneo s; para no insistir en la otra gran dificultad, a saber: la de vincular los afectos con
lo afectante como trascendente -la de vincular lo absoluto con el mundo, la realidad con la
idealidad-(N. del T.).
r
95. Hay aquí un acuerdo sorprendente con Soloviov y, desde luego, proximid ad a Sche-
ler (N. del T.).
518 La esencia de la manifestación
99. Sartre, l'Existentia/isme est un Humanisme, Nagel, Paris 1946, 31, 36-38.
La revelación como afectividad 525
1OO. Desde esta tesis de los dos lenguajes, el de lo absoluto y el del mundo , siendo
aquél el Logos original, se deja comprender el poco aprecio en que tiene Henry a la exégesis
científica del texto bíblico , cuando se trata de ontología y aun de religión . Ello se manifiesta
con plena claridad en la posterior filosofia del cristianismo (N. del T.).
101. Aquí aparece un nuevo problema de máxima gravedad para el teólogo cristiano
lector de Henry : que sólo el mundo tiene propiamente historia , pero no la revelación, no el
Logos original (N. del T.).
526 La esencia de la manifestación
102. Quizá convenga recordar que la palabra producir está generalmente tomada, como
sucede aquí, en el sentido etimológico de pro-ducere, que Henry asimila a revelar o a mani-
festar (N. del T.).
La revelación como afectividad 527
103. SS, 63 .
La revelación como afectividad 529
104. R, 77.
105. !bid.
530 La esencia de la manifestación
106. Hasta cierto punto, alguna expresión de este párrafo no es estrictamente correcta.
Lo que hace que la alegría sea alegría es la alegría misma, como hemos leído ya y como
experimentamos directa e íntimamente, en la autorrevelación de la alegría. No es verdad
que sea eso lo mismo que hace del dolor, dolor. Naturalmente, ambas experiencias, ambos
sentimientos o tonalidades afectivas comparten el momento de la afectividad, de la auto-
rrevelación precisamente afectiva; pero hay que exponer no sólo este factor común, sino
precisamente también el diferencial. Salvo que, insistiendo en que la autoafección es perfec-
tamente adecuada, no vengamos a afirmar, a la manera de Heráclito, que el dolor y la alegría
son realmente lo mismo. Son y no son lo mismo. Es preciso esperar que Henry profundice
en este punto, en vez de reiterar lo que ya está ganado (N. del T.).
532 La esencia de la manifestación
108. Va empezando a desarrollarse aquí la más intere sante crítica que se haya presenta-
do, desde dentro de la fenomenología y la axiolo gía, del flanco más débil del intuicionismo
de Scheler y sus seguidores (N. del T.).
534 La esencia de la manifestación
109. K,215.
La revelación como afectividad 535
111. Subrayemos que de nuevo se habla aquí de dos esencias irreducibles pero de una
estructura global o de conjunto, para terminar en que es la afectividad la que funda esa
estructura global, dentro de la cual realizan su obra simultáneamente las dos esencias que se
acaba de declarar irreducibles . Estamos otra vez en la encrucijada decisiva del pensamiento
de Henry (y de la descripción fenomenológica directa de esta simultaneidad extraordinaria
y evidente) (N. del T.).
La revelación como afectividad 537
112. Hemos suplido un defecto del original en esta larga frase en cursiva (N. del T.).
538 La esencia de la manifestación
114. Ocurre así obviamente en Freud, a pesar de la afirmación decisiva según la cual,
mientras que «una representación puede existir aun cuando no sea percibida , el sentimiento
consiste, por el contrario, en la percepción misma » (nota añadida por Freud a la tesis de De
Saussure sobre La Méthode psyc hanaly tique , 17; cf. también Freud, Introduction a la Psycho-
logie, trad. Jankélévitch, 438); según la cual, pues, el sentimiento se halla arrancado a las
grandes masas trascendentes de lo inconciente y del mecanismo psicológico . Porque la afec-
tividad, cuyo carácter esencialmente fenomenológico está así impropia pero efectivamente
reconocido por Freud, constituye, sin embargo, la realidad de la representaci ón misma y su
posibilidad, lo que se desmoron a es todo el contexto filosófico y conceptual del freudismo.
542 la esencia de la manifestación
117. Tesis fundamental , que se tratará de entender a fondo. Por otra parte , no podía ser
de otra manera que como ella dice . .. (N. del T.).
544 La esencia de la manifestación
118. F, 266-267.
La revelación com o afeC!ividad 545
119. F,304.
120. F, 349. Esta significación originaria del poder de revelación propio del sentimien-
to vital pone así directamente en tela de juicio la afirmación de Husserl según la cual, por el
contrario, «para que algo pueda darse como .. . temible, repulsivo, atrayente .. . debe de algún
modo estar presente . .. en la experiencia sensible inmediata, aun cuando no vayamos más
allá en su percepción y no intentemos explicitarla ... » (EU, 53).
121. F, 304.
122. Cf. F, 314.
123. F, 305.
La revelación como afectividad 547
124. F, 269-270 .
125. !bid.; el subrayado es nuestro.
126. F, 270; el subrayado es nuestro .
548 La esencia de la manifestación
127. F, 270.
La revelación como afectividad 549
128. F, 268.
La revelación como afectividad 551
133. F, 268 .
134. F, 272.
554 La esencia de la manifestación
135. F, 271.
La revelación como afectividad 555
142. Todas las siguientes apariciones de nada traducen néant (N. del T.).
143. K,293.
La revelación como afectividad 559
mismo de la relación que mantiene con él; no puede aquél ser tal más
que si, en el miedo, la existencia se revela originalmente a ella misma
como entregada al mundo y ligada a él. Es cierto que esta revelación a
ella misma de la existencia en el miedo, la existencia en el miedo se la
disimula; la angustia que brota de la existencia entregada al mundo, el
miedo la proyecta sobre el ente del que se preocupa y que piensa como
su origen o su causa. La huida de la existencia hacia el objeto de su
miedo presupone , no obstante, como huida ante sí, su revelación a ella
misma, la revelación original de sí de la existencia tal como se realiza
en su afectividad misma. A la revelación original de sí de la existen-
cia en la afectividad pertenece únicamente que, igual que la revelación
del mundo que le es consustancial y contemporánea , puede producirse
de forma auténtica o no.
La revelación original de sí de la existencia en la afectividad se pro-
duce de forma auténtica en la angustia . En la angustia la existencia deja
de perderse por los entes intramundanos de que se preocupa el miedo;
estos entes , más bien, quedan sumidos en la indiferencia; las tareas
que suscitan y por medio de las cuales se nos dan en el modo de vida
decaído de la banalidad cotidiana, aparecen privadas de significación;
tan sólo se manifiesta ahora, como su ser verdadero, la nada del ente,
el mundo como tal. La angustia, sin embargo, no revela únicamente el
mundo ; al venir a chocar con él y con su nada, se encuentra retrotraí-
da al Ser-en-el-mundo como tal, a la existencia misma como entregada
al mundo. En cuanto que está entregada al mundo , la existencia está
entregada, en primer lugar, a sí misma. Esto es precisamente lo que
le revela su angustia: ella trae la existencia ante ella misma, la revela
a ella misma , le revela el hecho de su existencia y, al mismo tiempo ,
lo que ella es: su estar entregada a ella misma para estar entregada al
mundo. Que la revelación de la existenci a misma, de su ser entregado
a ella misma para ser entregado al mundo, se realice , no obstante, de
manera auténtica en la angustia, quiere decir: que no es algo propio de
ella, como revelación del mundo , revelación del ser-en- el-mundo , reve-
lación de la existencia a ella misma; es obra de la afectividad como tal.
Por esta razón tal revelación se realiza en cada una de las tonalidades
afectivas de la existencia, tonalidades que representan precisamente los
diversos modos según los cuales se realiza esta revelación, los modos
de la revelación a sí misma de la existencia como original y esencial-
mente constituida por su afectividad . Cada disposición afectiva, dice
Heidegger, «lleva al Dasein más o menos explícitamente ... ante el he-
cho de que él es» 147 •
148. K, 214-215 .
149. K, 283. Heidegger subraya «ser». Nosotros hemos subrayado : «comprendemos,
pues , el ser».
La revelación como afectividad 563
154. SZ, 340 [Ya se habrá observado que Befindlichkeit, el encontrarse afectivo, del
que son fenómenos concretos cada una de las tonalidades afectivas, Stimmungen, temples
del ánimo, se traduce al francés por disposición afectiva. Hemos respetado, naturalmente ,
el modo en que Michel Henry utiliza estas palabras esenciales del vocabulario de Ser y
tiempo (N. del T.)].
566 La esencia de la manifestación
165. Sobre esto y para todo el análisis que sigue, cf. Heidegger, Qui est le Zarathoustra
de Nietzsche? en Essais et Conférences, 130-141.
570 La esencia de la manifestación
171. SZ,345.
172. SZ, 344. La misma observación se hace a propósito del miedo: «La unidad ekstá-
tica específica que hace posible ... el Sichfarchten se temporaliza de forma primaria a partir
del olvido ... como modo del pasado ... » (SZ, 342).
572 La esencia de la manifestación
176. lbid .
177. !bid.
574 La esencia de la manifestación
178. K,216.
La revelación como afectividad 5.75
excluidas del ser real y propio del sentimiento, y eso es lo que hace de
éste un contenido inmanente en el sentido radical definido por la pro-
blemática: contenido de la esencia cuya estructura interna es justamen-
te la inmanencia, es decir también, la afectividad misma como tal. La
determinación ontológica fundamental del sentimiento como contenido
inmanente y, recíprocamente, de todo contenido inmanente como afec-
tivo, la determinación ontológica fundamental de la afectividad como
constituyendo la esencia de la inmanencia y como idéntica a ésta, cho-
ca, en cambio , con una objeción decisiva capaz de poner en tela de
juicio todos los resultados de la problemática con que, en un solo caso,
una sola vez, el sentimiento despliegue su ser en el medio ontológico de
la exterioridad y se presente así en él como un contenido trascendente.
Tal es el caso del sentimiento sensorial, según Scheler.
El sentimiento sensorial , y hay que entender por ello toda clase de pla-
ceres y de dolores, de sentimientos agradables o desagradables ligados al
ejercicio de las diferentes funciones del organismo y, por consiguiente,
de origen manifiestamente sensorial , se propone , y eso es lo que lo ca-
racteriza en primer lugar, como extendido, como situado en lugares de-
terminados del cuerpo propio y dividiéndose conforme a las estructuras
que aparecen en éste y lo determinan. El sentimiento sensorial no se deja
reducir, sin duda, a una sensación, no es una mera propiedad de ésta, «un
tono» que le pertenezca igual que su cualidad o su intensidad, sino que
representa siempre respecto a ella, respecto a un conjunto de contenidos
sensoriales específicos, «una cualidad nueva, fundada en una serie y en
un orden de tales contenidos ». Pero igual que la sensación , igual que los
diferentes contenidos en los que se funda , el sentimiento sensorial está
incluido en la parte del cuerpo orgánico cuyo estado y tonalidad expresa
y de la cual es el sentimiento . «Lo siento, dice Scheler, allí donde vivo
por experiencia vivida la unidad orgánica cuyo estado es él». Porque está
incluido en la parte del cuerpo orgánico cuyo estado y tonalidad expresa,
el sentimiento sensorial reviste la extensión que corresponde a esta parte,
se extiende realmente en ella, su modo de existencia es el modo de exis-
tencia espacial y temporal del cuerpo orgánico y de sus diferentes partes.
«Su forma de existencia exclusiva es la de su existencia en su tiempo y
en su lugar en el cuerpo propio» 179 •
Que el sentimiento sensorial se halla incluido en una parte del cuer-
po orgánico , que existe con esa existencia espacial y temporal que ca-
racteriza a este último, no es una afirmación especulativa , sino que quie-
re decir que el sentimiento sensorial se manifiesta como tal, extendido
en la extensión corporal y durando en ella , en su duración, de manera
182. F, 341.
183. F, 343.
184. F, 340-341.
185. Cf. F, 341.
186. F , 343-344 .
La revelación como afectividad 579
ción del ser trascendente, a todo lo que se nos propone como un ob-jeto,
ya sea el objeto de una intencionalidad perceptiva o, más originalmen-
te, el de una intencionalidad motriz, le corresponde poder darse según
unos modos de claridad creciente, hasta la evidencia del estar-dado bajo
la mirada temática del Yo.
Los caracteres eidéticos del ser trascendente del cuerpo orgánico y de
sus estructuras diferenciadas no tienen nada que ver, sin embargo, con
los caracteres eidéticos conforme a los cuales el sentimiento es cada vez
lo que es, y no pueden contenerlos; un punto del espacio orgánico no
puede experimentarse a sí mismo, ser un sentimiento; se encuentra, por
el contrario, privado por principio de este poder. La unidad de un con-
tinuum orgánico extendido, de un órgano del cuerpo propio, tampoco
puede sentirse a sí misma, contenerse y reunirse originalmente consigo
en la unidad interior y viva de la vida, como lo hace el sentimiento; es
una unidad fundada, que presupone la unidad de la síntesis que desplie-
ga el estar-extendido-delante y lo mantiene en la unidad de su acto de
unir, el cual tan sólo puede realizar lo que realiza, ser lo que es: el Uno-
Uniente, en la medida en que él es primero el Uno, en la medida en que
se afecta originalmente a él mismo en la unidad interior inmanente de
su afectividad; de manera que ésta, que el ser del sentimiento, reside en
primer lugar y solamente y no puede encontrarse más que en esta unidad
interior original, en la estructura interna de la inmanencia como tal. La
incapacidad de referirse a un objectum cualquiera, inscrita en la estruc-
tura del cuerpo orgánico como una propiedad puramente negativa, por
otra parte, y como una determinación del ente en general, no tiene nada
que ver tampoco con la imposibilidad que tiene por principio de sobre-
pasarse a sí mismo que caracteriza esencialmente el ser del sentimiento;
es sólo la de la cosa ajena al elemento ontológico de la manifestación:
la incapacidad del continuum orgánico, al igual que la de toda entidad
trascendente en general; mientras que la imposibilidad que tiene el sen-
timiento de sobrepasarse a sí mismo afecta al ser interior de la trascen-
dencia misma y la constituye, determinándola así originalmente como
afectiva: determina el ser del sentimiento en su pertenencia original a la
estructura global de la trascendencia y como su fundamento último. En
lo que concierne, por último, a la propiedad de los fundamentos orgáni-
cos del sentimiento sensorial de someterse a la mirada de la atención sin
ser alterados o destruidos por ella, tampoco puede ser imputada al senti-
miento mismo, que manifiesta justo la propiedad opuesta.
La heterogeneidad ontológica irreducible de los caracteres eidéticos
del sentimiento, por una parte, del medio en el que está situado como
sentimiento constituido y, por otra, la heterogeneidad ontológica de sus
esencias, de la esencia de la afectividad y de la del ser trascendente espa-
580 La esencia de la manifestación
187. F, 346.
La revelación como afectividad 581
188. F, 346.
582 La esencia de la manifestación
189. F , 347.
190. La teoría de este contacto inmediato, que cubre de hecho el fenómeno trascen-
dental de la afección y, más originalmente , de la autoafección, que por esta razón no puede
producirse «en el espacio y en el tiempo», ha sido ya criticada ya por la problemática. Cf.
supra,§ 56.
191. F, 349.
La revelacióncomo afectividad 583
192. F, 339-340.
La revelación como afectividad 585
193. F , 347.
586 La esencia de la manifestación
194. F, 347.
La revelación como afectividad 587
195. También me permito subrayar la expresión paso incesante, que alude muy directa
y evidentemente a la peculiar pluralidad casi temporal de la esencia misma, de la vida mis-
ma. Sobre ello vendrán en seguida más análisis detenidos (N. del T.).
588 La esencia de la manifestación
pendiente respecto del orden de otro nivel, cualquiera que sea la os-
cilación de la atención de un nivel al otro» 196; proposición esta que se
basa precisamente en la tesis de la exterioridad recíproca de los niveles
afectivos y quiere hacerla manifiesta. En apoyo de esta proposición,
Scheler hace valer el hecho de que una sucesión de dolores en el pla-
no de la sensibilidad y, en general, de desgracias y males en la historia
de una existencia, no impide a ésta, a la persona que sufre estos dolo-
res y estos males, experimentar al mismo tiempo que ellos, en el nivel
afectivo más profundo , un sentimiento de dicha -y aduce también el
hecho de que una sucesión de placeres pueda ir acompañada, no como
por una consecuencia sino en la unidad de un mismo instante, por un
sentimiento de desesperación que subsista a pesar de que se acumulen
esos placeres. De este modo, los sentimientos espirituales muestran no
tener relación más que temporal, más que exterior, con los sentimientos
que se realizan en otros planos , con los sentimientos sensoriales, vitales
o incluso con los sentimientos del alma. «Pertenece precisamente a la
esencia de la dicha y de la desesperación, dice Scheler con profundidad,
que su existencia sea independiente de la alternancia de la felicidad e
infelicidad» 197 • La independencia de la dicha y la desesperación res-
pecto de la alternancia de la felicidad y la infelicidad no significa en
absoluto, sin embargo, la ausencia de toda relación entre estos diversos
sentimientos, sino, muy al contrario, la determinación de los segundos
por los primeros, determinación que funda precisamente la indepen-
dencia de los unos y, conjuntamente con las vicisitudes de una historia,
la dependencia de los otros. El hecho de que la capa profunda, como
declara también Scheler, no esté condicionada o determinada en abso-
luto por la capa periférica 198 , quiere decir, de la misma manera, que ella
la condiciona y la determina : no implica ninguna exterioridad real de
estas diferentes «capas», sino, muy al contrario, la unidad ontológica
del medio en que este condicionamiento y esta determinación son po-
sibles y se llevan a cabo.
Semejante determinación constituye el contenido mismo de la ley,
vista por Scheler y enunciada por él, «de la tendencia a sucedáneos en el
caso de determinación negativa de las capas emocionales profundas del
Yo»; es visible cuando se dice que esta determinación negativa de la capa
199
afectiva profunda <<produce» la tendencia a buscar compensaciones
periféricas; que «la insatisfacción en un nivel más central. .. tiene como
consecuencia provocar en un nivel de la zona sensible un sentimiento
sería trascendente. Pero el dolor, mientras está ahí, no está ahí ante no-
sotros; lo que lo determina existencialmente es lo que lo determina on-
tológicamente: la incapacidad por principio del ego absoluto de tomar
cualquier distancia respecto de él y de escapar de él, es decir también,
la pertenencia por principio del dolor, considerado en su afectividad, a la
esfera de inmanencia radical que es la del ego mismo 203 •
204." F, 342.
205. Sobre esto, cf. los hermosos análisis de Scheler en S, 80.
La revelación como afectividad 593
208. Estas diferencias se basan, por otra parte, en la diferencia real de las intencionali-
dades que mientan cada vez y constituyen estas propiedades noemáticas.
209. EN, 396.
600 La esen cia de la manifestación
tomar postura en los modos del gozar o del sufrir; o en el caso también
de la relación con el otro, cuando la inserción de los estados afectivos
vividos por las diversas conciencias en el proceso dialéctico de su lucha
vuelve a cada uno de estos estados trascendente para aquel mismo que
lo vivía antes de hacer de él un elemento de su prestigio en el medio
abierto del reconocimiento: todas estas trasformaciones y alteraciones
de la vida afectiva, las situaciones fenomenológicas complejas a las que
dan lugar, sólo pueden ser pensadas y descritas a la luz de las estruc-
turas ontológicas fundamentales en que se define en cada una de estas
situaciones, a través de cada una de estas trasformaciones, la realidad
del sentimiento y de lo que, por el contrario, no es cada vez más que un
correlato noemático intencional, una significación afectiva trascendente
y por eso mismo irreal.
La disociación ontológica fundamental entre la afectividad real y de
la afectividad irreal aclara la crítica que la problemática dirige contra
la tesis de la existencia de sentimientos «falsos», «ilusorios» o «imagi-
narios» y le confiere un fundamento más sólido. Esta crítica equivalía,
como recordamos, a mostrar que la «apariencia» bajo la cual se supo-
nía que el sentimiento se presentaba primero para desvanecerse a conti-
nuación con ella, no era el sentimiento realmente experimentado por la
conciencia, sino solamente la interpretación que ésta se daba a sí misma
de sus propias tonalidades afectivas, de manera que el error o la ilusión
no residía nunca en éstas, sino precisamente en esta interpretación que
se proponía acerca de ellas y, en general, en la inadecuación de princi-
pio que existe entre el lenguaje del sentimiento y el del pensamiento.
No obstante, este último no se reduce en modo alguno a un puro juego
de significaciones intelectuales; a la luz de estas significaciones que ella
proyecta o que se le dan en el mundo en el que vive es como la existen-
cia se comprende y, la mayoría de las veces y ante todo, se equivoca, de
manera que la ilusión de la que es víctima no es solamente un error del
juicio, sino precisamente una ilusión afectiva. Que exista una ilusión de
este tipo no pone en cuestión, como vemos, la verdad absoluta del sen-
timiento considerado en su realidad; encuentra su origen en el carácter
inadecuado de la significación afectiva a la luz de la cual esta realidad
del sentimiento se comprende en la comprensión existencial inmediata
de sí mismo , y en lo que funda un carácter tal y, en última instancia , la
inadecuación por principio de toda comprensión existencial afectiva de
sí mismo o del otro: en la diferencia ontológica fundamental entre la
afectividad real y la afectividad irreal.
Tal diferencia permite precisar lo que conviene entender por «sen-
timientos imaginarios», que se dan precisamente como una fuente de
errores o de ilusiones en la vida afectiva. O bien se trata de sentimientos
604 La esencia de la manifestación
215. S, 373.
La revelación como afectividad 60 7
Por eso, cuando Scheler afirma también: «yo puedo co-sentir de for-
ma real el cansancio de un pájaro, pero nunca sus estados afectivos de
carácter sensorial, que me son totalmente impenetrables» 2 16 , el para-
logismo que comete es claro, ya que no opone aquí, a pesar de lo que
parece y como cree hacerlo, el sentimiento sensorial y el sentimiento
vital, sino, por una parte, un sentimiento sensorial real que, ciertamen-
te, ni Scheler ni el propio pájaro pueden co-sentir y, por otra parte, un
sentimiento vital irreal que sí es posible co-sentir, pero no porque se
trate de un sentimiento vital sino solamente en razón de su irrealidad .
Aquí de nuevo la distinción ontológica rigurosa entre la afectividad real
y la afectividad irreal es lo único que permite al análisis de nuestros
sentimientos no perderse en oposiciones que no son tales, no tomar lo
accidental por lo esencial, y captar precisamente la naturaleza de éste,
la realidad del sentimiento constitutiva de su afectividad, en su hetero-
geneidad profunda respecto del ámbito de la percepción y en definitiva
de la trascendencia: en su inmanencia radical.
216. F , 348 .
608 La esencia de la manifestación
217. F, 351-352.
218. S, 295.
La revelación como afectividad 609
219. F, 352.
610 La esencia de la manifestación
220. F, 355.
221. K, 358.
La revelación como afectividad 611
225. F, 357.
226. Cf. ibid.
La revelación como afectividad 615
227. Esta nueva muestra del peculiar modo de aprovechamiento filosófico de las tesis
de la religión no persiste en la posterior filosofia del cristianismo de Henry, en la que Lutero
no resalta. Naturalmente, el casi quietismo de estas afirmaciones reta fuertemente a quien
sostiene que la libertad es la esencia (N. del T.).
618 La esencia de la manifestación
229. s, 170.
620 La esencia de la manifestación
231. F, 344.
622 La esencia de la manifestación
232. Nos atrevemos a apuntar la necesidad de una prueba de esta tesis clave, que acerca
inmensamente lo absoluto a lo finito. No puede bastar con el registro de que así sucede en la
finitud, puesto que se está hablando de la esencia (N. del T.).
La revelación como afectividad 625
233. «Every thing which exists is particular», Three Dialogues between Hylas and Phi-
lonous, en Berkeley s complete works 1, Fraser, Oxford 1901, 403.
626 La esencia de la manifestación
234. «En primerísimo lugar, sería el pensamiento lo que daría el dolor a los mortales»,
decía Heidegger en su comentario de Holderlin, cf. Essais et Conférences, 162.
La revelación como afectividad 627
235. El modo en que se ha mostrado la alegria en el sufrimiento es tan humano que resul-
ta problemático trasladarlo tan unívocamente a Dios, se pregunta el que traduce ... (N. del T.).
630 La esencia de la manifestación
236. ¿Es realmente posible la verdad de esta frase, teniendo en cuenta todo lo que la
problemática ya ha desarrollado ? (N. del T.).
La revelación como afectividad 631
reparto por así decir espontáneo, según dos clases distintas, según las
categorías «positiva» del placer, de la alegría, de la felicidad, y «negati-
va» del dolor, del sufrimiento, de la desesperación, tampoco es algo
contingente , un simple hecho tan inexplicable como el contenido propio
de cada tonalidad. En vano pretenderíamos reducir esta contingencia
recurriendo para cada una de estas categorías a una explicación diferen-
te, como si las tonalidades negativas, por ejemplo, fueran del orden de
la sensación o se explicaran al menos a partir de ella, de la estructura
psicofisica de la sensibilidad, mientras que las tonalidades positivas tan
sólo podrían comprenderse en la prolongación de la tendencia a la efec-
tuación a la que estarían ligadas, por consiguiente en la prolongación
de la vida activa, sobre el trasfondo de su subestructura y de su desa-
rrollo orgánico . Tales explicaciones no sólo permanecen trascendentes
al orden de los fenómenos que pretenden reducir, sino que también son
ilusorias en lo que hace a que la referencia a la sensibilidad o a la ac-
tividad, tomadas además como unas facultades mal definidas, inexpli-
citadas en su posibilidad y en su fundamento, nunca dará cuenta de la
tonalidad específica de las determinaciones «positivas» o «negativas»:
lejos de poder fundar la dicotomía de la afectividad, la génesis se limi-
ta a presuponerla.
La dicotomía de la afectividad posee una significación fenomenoló-
gica, arraiga en la estructura misma de la fenomenalidad, en la estruc-
tura del ser, y le es consustancial. Las tonalidades positivas y negati-
vas que arraigan en la estructura misma de la fenomenalidad y del ser,
que son sus modos originales de realización , constituyen el único fun-
damento asignable a la dicotomía que la vida afectiva deja aparecer en
ella, su fundamento ontológico precisamente . Que este fundamento no
pueda él mismo ser considerado como un término misterioso afirmado
por las necesidades del análisis, se echa de ver en la forma en que reali-
za su obra de fundación y se comporta justamente como un fundamento
fenomenológico; se echa de ver en que las múltiples tonalidades que
componen la historia de la existencia y en las que ésta no deja de tras-
formarse, las tonalidades existenciales, no son sino las modalizaciones
y los modos de las tonalidades ontológicas fundamentales positivas o
negativas inscritas en la esencia como posibilidades puras y actuali -
zación de éstas; en que su fenomenalidad, la fenomenalidad de estas
modalizaciones y de estos modos no es sino la modalización y el modo
de la fenomenalidad misma y de su esencia original, la manera infinita-
mente diversa en que el ser se realiza y su historial.
¿Qué es lo que ocurre, no obstante, con estas tonalidades existencia-
les en cuanto que componen la historia de una existencia y se suceden
en ella indefinidamente? Si su posibilidad, como posibilidad pura , la
632 La esencia de la manifestación
237. Es evidente que continuamos estando en el punto extremo y dificil de esta tesis
ontológic a: en la distinción, si realmente hay tal, entre nuestras tonalidade s afectivas y lo
absoluto. Porque justamente la distinción parece hacer imposible hablar de lo absoluto en
los término s en que ya se lo ha descrito (N. del T.).
238. «Vieux bonheurs , vieux malheurs , comme une file d'oies » ( «Antigua s felicidades ,
antiguas desgracias , como una fila de ocas »), dice Verlaine.
239. Así es como se desmorona , sobre todo , la teoría freudiana de la afectividad, que
busca en la angustia, más exactamente , en las condiciones en que se produce, y en el trau-
mati smo del nacimiento, el origen de nuestra vida afectiva y de sus desarrollos .
634 La esencia de la manifestación
254 . Para dar cuenta de la posible simultaneidad en nosotros de dos sentimientos dife-
rentes , es para lo que Scheler había construido la inverosímil teoría de los niveles afectivos.
255. F, 355.
256. SS, 66.
642 La esencia de la manifestación
269 . D, 75.
646 La esencia de la manifestación
270. D, 71.
271. D, 75. [Habría que averiguar con sumo cuidado si Kierkegaard caracteriza la con-
dición de posibilidad de la desesperación de la misma manera que Henry; o lo que es lo
mismo: si quien pone la relación que se relaciona consigo -en esto consiste el sí mismo para
Kierkegaard- es la esencia en el mismo modo que lo es la vida en la doctrina de Henry. Pero
Kierkegaard exige libertad y fe para superar la desesperación, y de ninguna manera piensa
que se trate en esa superación de un mero pasar sino de un salto ... (N. del T.)].
La revelación como afectividad 647
276 . D, 83.
277 . D, 171.
La revelación como afectividad 649
279. Juan 3, 8.
280. Jankélévitch , L'Odyssée de la conscience dans la derniére phi/osophie de Schel-
ling, 73.
28 l. Pascal, «Memorial», en Pensées, Lafuma, 333 .
La revelación como afectividad 651
ser todo entero para sí mismo y llega a ser la vida, vivir, es decir mucho.
En la relación de este «poco» con este «mucho» se juega el destino de
la revelación y, si es que le está ligado, el destino del hombre mismo.
Escuchemos a Holderlin:
Poco saber pero mucha alegría,
Tal es el lote de los mortales 282 •
* * *
2. L, 163.
Aclaración de la esencia de la revelación 655
3. CD, 142.
656 La esencia de la manifestaci ón
4. CD, 82.
5. CD, 172.
6. CD, 144.
Aclaración de la esencia de la revelación 65 7
9. H, 169-170.
Aclaración de la esencia de la revelación 659
ser. En tal constitución, sin embargo, el ser se nos presenta bajo la forma
de la determinación. La esencia de la negatividad, comprendida como la
esencia de la manifestación, es lo que nos permite pensar la esencia de
la determinación. Ésta no es sino la estructura misma del ser en cuanto
que es vuelto manifiesto por la operación de la negatividad. La negati-
vidad determina el ser en cuanto que lo sitúa en el espacio trascenden-
tal que ha desplegado para permitirle manifestarse allí. La entidad que
aparece en este campo ontológico primitivo no puede nunca igualarse a
él. Ese campo la sobrepasa, más bien, por todas partes. Este sobrepasa-
miento es tan radical que no es sino la supresión dialéctica de la entidad.
No obstante, en el acto mismo de esta supresión, en virtud de la cual apa-
rece esencialmente determinada y finita, la entidad encuentra el medio
de ser ahí y de mantenerse cerca de nosotros, en la presencia.
La esencia de la negatividad no es sino la esencia de la presencia.
La negatividad, que niega la entidad particular, no es diferente de ella:
la hace existir. Es su esencia misma, en cuanto que esta entidad está
presente. Es el ser del ser-ahí en cuanto que está ahí. La entidad tras-
cendente, en su presencia, no es sino la negatividad misma: es el acto de
suprimirse dialécticamente a sí misma. La negatividad es una categoría
constitutiva de la determinación trascendente, es el elemento de esta
determinación.
No sin una restricción, a decir verdad decisiva, puede la negatividad
ser llamada una esencia ontológica. Sin duda, hay entre la negatividad y
el ser puro y simple que ella niega una diferencia que debemos calificar
en primer lugar de ontológica. La negatividad no es en su esencia, a decir
verdad, sino tal diferencia. Pero la diferencia no es ajena a la identidad.
Es, más bien, la esencia misma de la identidad en cuanto que ésta preten-
de ser. La manifestación del ser idéntico sólo es posible sobre el fondo de
la diferencia en él. Esta diferencia es tan poco exterior a su esencia que
de ella, y sólo de ella, recibe el ser idéntico el privilegio de existir en su
identidad misma. La diferencia es el fundamento de la identidad; sobre
este fundamento el ser idéntico se desarrolla llevando en él la caracterís-
tica esencial de ser la determinación. El ser de ésta es la esencia negativa.
Negatividad e Identidad están tan poco separadas que el acto por el que
la identidad llega, en la determinación, a la vida concreta, no es más
que el acto mismo en el que se expresa la esencia de la negatividad. «La
vida concreta de la determinabilidad, dice explícitamente Hegel, es ella
misma la operación de disolverse» 10•
El ser sólo es real en cuanto que es ahí. El proceso por el que el
ser se vuelve real tiene su origen en la esencia de la negatividad. Sin
11. PhE , I, 40 .
12. !bid. , 48 .
Aclaración de la esencia de la revelación 661
en la esencia misma de la dialéctica y nunca es, por ello, más que una
repetición bajo formas diversas de los presupuestos ontológicos funda-
mentales que hemos evocado.
Desde su juventud, Hegel reflexiona acerca de la vida y, en relación
con la esencia de ésta, acerca del cristianismo. Este último se le aparece
enseguida como una «limitación de la vida». Cristo renuncia a muchas
cosas: a las relaciones del individuo con la sociedad en que vive y, en
general, a todas las formas exteriores de la vida. «Gran número de re-
laciones activas, de relaciones vivas se perdieron» 18• Lo que define al
cristianismo es, por oposición a la riqueza de la vida, cierta «pobreza»
cuyo carácter esencial conviene comprender . No se trata, en efecto, de
una pobreza relativa, en relación, por ejemplo, con una enseñanza mo-
ral, como si algunas cosas fueran rechazadas o prohibidas mientras que
otras, por lo menos, estuvieran permitidas. En realidad, el cristianismo
no deja subsistir nada, ya que pone en entredicho, para Hegel, la esencia
misma de las cosas . Esta esencia es el Espíritu, es el ser concreto, real,
en su cualidad de ser manifiesto; es la objetividad en cuanto tal. Pero
la objetividad era para Cristo «el mayor enemigo» 19 • Por esta razón, él
debía permanecer, con los que lo siguieran, esencialmente pobre, en una
indigencia absoluta, privado de todo. Es verdad que esta indigencia, a
los ojos de los discípulos, es sólo aparente. Es como la cara vuelta hacia
el mundo de una riqueza que quiere ser interior y que, como tal, es infi-
nita. Lo que Cristo enseña es la pureza del corazón , es un amor interior
y sin límites. Pero si las palabras tienen sentido, hay que poder indicar,
en el plano ontológico, qué esencia puede servir de soporte a este amor
para conferirle realidad. Pues bien , esta esencia, que no puede ser sino la
subjetividad, no es una esencia. La indigencia a la que está abocado por
principio el cristianismo no es sino la de esta pseudo-esencia que es,
desde el punto de vista ontológico, la negatividad. Separada de la esen-
cia de la objetividad a la que de hecho pertenece, aislada de la Totalidad,
que es lo único concreto, la negatividad ya no es sino una categoría vacía
cuyo sentido se ha perdido. Querer «mantener en su absolutez» aquello
que, por sí mismo , es sólo una abstracción, es caer en el «fanatismo» 20 •
El destino del cristianismo se deriva de un intento de fundarse en lo que
no es una esencia , a lo que se añade la pretensión vana de rechazar la
esencia verdadera, a saber, la objetividad como tal.
Ahora bien, en este doble propósito hay una contradicción ruinosa:
lo que se pretende oponer a la esencia es sólo un momento de ésta, mo-
sacan a la luz las partes positivas del sistema. Éstas consisten en la des-
cripción de las diversas formas fundamentales de la objetivación en y
por la cual lo real se realiza. Así se explica, sobre todo , el papel decisivo
que el hegelianismo atribuye a los grandes fenómenos de la acción, del
lenguaje. Lo que se encuentra pensado bajo estos términos no es, cada
vez, sino la esencia.
La necesidad de la acción es afirmada a menudo por Hegel, sobre
todo cuando se trata de sacar a la luz la insuficiencia de la moral tradi-
cional, es decir, de la moralidad subjetiva . Pero el recurso a la acción
no tiene como meta definir un modo de vida auténticamente moral por
oposición a otro que no sería más que hipocresía. El debate no se sitúa en
absoluto, contra lo que pueda parecer, en el plano moral. Los imperativos
éticos del hegelianismo encuentran su fundamento en la ontología. Si la
necesidad de recurrir a la acción vuelve una y otra vez como un leitmo-
tiv, es porque la acción es la condición de la realidad. «Hay acción, dice
Hegel, porque el hecho de obrar es en sí y para sí mismo la esencia de la
realidad efectiva» 24 • Por realidad efectiva conviene entender la determi-
nación objetiva que resulta de la acción , p ero no en su singularidad, sino
en su objetividad. Conviene, más precisamente, y como muestra con bri-
llantez el contexto, entender esta objetividad considerada en ella misma.
La acción es la condición de la objetividad en cuanto que no es sino el
movimiento mismo por el que la objetividad deviene, en cuanto que es
una objetivación. La acción es la condición de lo real. Pero lo real es Es-
píritu, es «fenómeno», manifestación. La acción es, por consiguiente , la
condición de la manifestación, su devenir; es la manifestación misma en
cuanto que la esencia de ésta es el devenir. La acción es el paso del en-sí
al para-sí, es decir, a lo objetivo. No hay que entender este paso como la
mera entrada de un contenido en la luz del ser trascendente. Lo que se
historia/iza en la acción es la luz misma. La acción tiene una significa-
ción ontológica . Es el acontecimiento mismo de la trascendencia. Lo que
cuenta no es la acción singular, con su contenido particular y contingen-
te: es el hecho mismo de la acción . Es «el hecho de obrar en sí y para sí».
La acción es una operación universal, es el despliegue trascendental del
medio fenomenológico del ser. Porque el hecho de obrar en sí y para sí
es la apertura misma del horizonte trascendental, es por lo que puede ser
llamado la realidad efectiva, es decir, la realidad en su condición y en su
posibilidad misma , la realidad en cuanto tal.
La antinomia clásica del saber y la acción no encuentra sitio den-
tro del hegelianismo. La acción es el devenir del saber. La esencia de
la acción es la esencia de la manifestación. No hay, en Hegel, ninguna
25 . PhE, I, 327 .
26. PhE, 11,175.
Aclaración de la esencia de la revelación 673
27. Esta consecuencia muestra, quizá mejor que ningún otro factor, la deuda que Henry
contrae con Hegel, a la vez que también señala la tajante negación que le opone (N. del T.).
28. PhE, II, 184.
674 La esencia de la manifestación
en cuanto tal. Que esta «realización» sea una «caída», se deriva inme-
diatamente del hecho de que lo que es producido por tal movimiento
es la realidad dada, es el tiempo vorhanden en que el tiempo originario
se pierde para realizarse. El tiempo no es más que este movimiento de
perderse. La «caída» es, por tanto, el tiempo mismo. Todo esto se deriva
finalmente del monismo, que identifica la realidad con la objetividad
como tal. El espíritu no puede realizarse, conforme a tales presupuestos,
más que entrando en la objetividad y aceptando la forma de la realidad
dada. El tiempo mismo es esta entrada en la realidad dada, es su propia
supresión como tiempo puro. El tiempo vorhanden es la verdad del tiem-
po originario. El tiempo mismo es la realización de esta verdad, es decir,
del Espíritu. La entrada en la objetividad, que es la obra del tiempo, es
la trasformación del en-sí en para-sí, el cumplimiento de lo Interior, o
sea, su manifestación como «fenómeno» en la luz. Por eso «el tiempo
se manifiesta ... como el destino y la necesidad del espíritu ... , como la
necesidad de realizar lo que primero es sólo interior y de revelarlo» 32 • Es
inexacto decir, sin más explicaciones, que el espíritu «cae en el tiempo».
El tiempo que se sitúa frente al espíritu como una realidad dada y en la
que el espíritu debe «caer», es sólo el tiempo vorhanden. Pero el tiempo
originario no es exterior al Espíritu. Por otra parte, sólo de una manera
misteriosa y, para Hegel, incomprensible, se sitúa el tiempo vorhanden
frente al Espíritu; pero el Espíritu, que es el tiempo originario, es el mo-
vimiento mismo por el que la realidad se realiza, es decir, se pone frente
a sí como realidad histórica.
La realidad histórica es, para Hegel, la única realidad. El Espíritu se
realiza en cuanto que es el tiempo puro. El tiempo vorhanden es el es-
píritu realizado. En cuanto realizado, el espíritu aparece bajo la forma
de una serie de figuras concretas en el seno de la historia. El Espíritu
real es esta experiencia histórica en cuanto tal. El monismo de la mani-
festación tiene como consecuencia que esta manifestación sólo puede
ser histórica. La esencia de la manifestación consiste en el trabajo por
el que la negatividad despliega el horizonte fenomenológico universal.
La verdad, entendida como la apertura de este horizonte es, pues, obra
del tiempo puro. Por eso «la naturaleza de lo verdadero es salir a la luz
cuando llega su tiempo» 33 • Cuando llega el tiempo, entonces el Espíritu
puede ser ahí, está presente como un Espíritu real, como una figura
concreta del espíritu.
Si la «caída» del espíritu en el tiempo vorhanden tiene la signifi-
cación positiva de ser la «realización» del Espíritu bajo la forma de su
36. L, 226.
37. L, 291.
684 La esencia de la manifestación
una nueva entidad. Por eso esta supresión no coincide, a decir verdad,
con el acto de volver a entrar en sí mismo del Concepto; es sólo su equi-
valente fenoménico, la manifestación caída. Pertenece a la esfera de la
sucesión objetiva, donde la desaparición no se traduce de otro modo que
. por la sustitución perpetua de lo que desaparece.
Es el momento de denunciar la ambigüedad profunda de la filoso-
fia hegeliana de la muerte. Esta ambigüedad se disipará si reservamos
el término muerte para designar la desaparición de la determinación
objetiva en cuanto que esta desaparición se manifiesta efectivamente
como dato fenomenológico , es decir, como la mera sustitución de esta
determinación por otra de la misma naturaleza que ella. No podemos ,
por tanto, entender por «muerte» el acto de mismo de la negatividad
trascendental considerada en y para sí, ya que, en rigor, ese acto no se
manifiesta; al menos, no de otro modo que por la destrucción y la sus-
titución de la entidad trascendente, destrucción en la que la naturaleza
originaria del Concepto queda completamente destruida . La ambigüe-
dad que hace que el pensamiento de la muerte se refiera también y con
demasiada frecuencia al acto trascendental de la supresión dialéctica
considerado en sí y para sí, encuentra así su origen en el hecho de
que este acto no puede manifestarse de otro modo que en la esfera de la
trascendencia, bajo la forma de la destrucción y de la sustitución de
la entidad objetiva, es decir, como la muerte de esta entidad. No sólo en
Grecia, como declara la Filosofia de la Historia, ocurre que la libertad
subjetiva sólo puede aparecer como una destrucción; en el conjunto
de la :filosofiahegeliana el Concepto está de hecho sometido a esta con-
dición de no poder manifestarse más que por la muerte. Y de esta ma-
nera, en la dialéctica de la lucha de las conciencias -dialéctica que
se repite en realidad en cada estrato de la fenomenología- la muerte
aparece como el único medio dejado a la libertad para hacer la prueba
de ella misma, es decir, para manifestarse o, como dice también He-
gel, para hacerse reconocer. Pues aunque el Concepto sólo puede reali-
zarse manifestándose, y aunque sólo puede manifestarse objetivándose
en el · ser-ahí que es su único recurso contra la potencia del Abismo,
este ser-ahí, sin embargo, tiene la significación de ser la alienación y
la desaparición del Concepto; debe, por tanto, dejar aparecer igual de
inmediatamente su desigualdad respecto del ser originario y puro del
Concepto, debe manifestarse como no manifestando el Concepto, y no
puede hacerlo más que desapareciendo a su vez. La alienación y la
caída del Concepto en el ser-ahí - alienación que se podría entender
como una muerte- no pueden precisamente significar algo distinto de
la muerte del Concepto más que si la entidad en la que el Concepto se
ha negado, se encuentra negada a su vez, de forma que el final empírico
Aclaración de la esencia de la revelación 687
40. Ya señalamos arriba el discipulado que en este problema muestra Henry respecto de
Hegel a lo largo de este tratado y, en general, de su obra entera (N . del T.).
41. PhE, ll, 256.
Aclaración de la esencia de la revelación 691
acto por el que sale fuera de sí, la esencia se dirige hacia ella misma y,
en el cumplimiento de este acto, permanece junto a sí. La alienación es,
de este modo, la venida ante sí de la esencia, y en esta venida ante sí,
la esencia de la manifestación está presente al fin a ella misma, el saber
absoluto se ha cumplido.
La alienación no significa, por tanto, para la esencia la pérdida de
sí misma; es el autodespliegue en el seno del cual la esencia constituye
su ser propio, se pone a sí misma tal como es, y de este modo se vuel-
ve a encontrar en su igualdad consigo misma. Si, como dice Hegel, la
esencia «es el movimiento de retener en su ser-otro la igualdad consigo
mismo» 44 , hay que comprender que la igualdad no se mantiene a pesar
de este acto de volverse otro, sino que esta igualdad se produce en y por
la alienación. La alienación, comprendida como el elemento formal del
saber, no es la autosupresión de lo Absoluto, sino el devenir de éste tal
como es en sí. Del elemento ontológico formal que hace de él un saber
y que significa el devenir-para-sí de lo Absoluto tal como es en sí, el
saber absoluto toma también su contenido. De este modo, el contenido
del saber absoluto es idéntico a su forma. «Mediante este contenido, la
degradación del objeto a la pura objetividad, a la forma de la negatividad
de la conciencia de sí, desaparece» 45 • El objeto del saber absoluto es este
saber mismo. En la producción de la objetividad, el saber se produce él
mismo. Se produce a la vez en su ser propio y en lo que permite a este ser
estar presente. El Saber absoluto es lo absoluto mismo en cuanto real, es
decir, en cuanto presente a él mismo. Porque el acto de salir fuera de sí
es constitutivo de la esencia misma de la presencia, la alienación de lo
Absoluto es el propio devenir-real de éste. La alienación de la esencia es
de este modo, como señala Heidegger en su comentario, la agrupación
y la reunión de esta esencia en ella misma, el cumplimiento del Erschei-
nen [aparecer] en su plenitud. De esta identidad ontológica del acto de
alienarse y del de agruparse y reunirse en sí misma, identidad que cons-
tituye propiamente la estructura interna de la esencia, extrae el espíritu
su propia fuerza, esa «fuerza» que «consiste en conservar su igualdad
consigo mismo en su alienación» 46 • En esta estructura ontológica interna
de la esencia encuentran su fundamento los temas últimos del hegelia-
nismo: el de la igualdad consigo mismo en el seno de la escisión, el de
la infinitud como unidad consigo en el desdoblamiento, el de la felicidad
como división superada, el de la supresión de toda diferencia, en fin, en
el mantenimiento de esta diferencia.
49. L, 162.
50. PhE, II, 215.
698 La, esencia de la manifestación
ALABANZA
DEMICHELHENRY,
por Miguel García-Baró ............................. 5
LA ESENCIA
DE LA MANIFESTACIÓN