Gabriel Garcia Galan - El Tabaco y Su Accion en La Independencia de Cuba
Gabriel Garcia Galan - El Tabaco y Su Accion en La Independencia de Cuba
Gabriel Garcia Galan - El Tabaco y Su Accion en La Independencia de Cuba
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REPÚBLICA DE CUBA
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el apóstol de nuestras libertades. Lleguen al Sr. Fran-
cisco Batista y Zaldívar, Gobernador de La Habana,
nuestra profunda gratitud, por haber ordenado la pu-
blicación del antes dicho trabajo, así como otros de
la misma naturaleza, pensando con clarísima visión,
que es necesario, en esta época de incontenible mate-
rialismo, dar a conocer esos grandes valores espiri-
tuales, contribuyendo de esa manera, a un posible
mundo mejor,
La Habana, 10 de Enero
de 1958.
£1 ^aíaco- 4f, é.u acción en la
Ondep&ndencia de Guia
(Por Gabriel García Galán)
^Cuando los pueblos esclavizados se empeñan
en obtener su libertad, todos los medios son bue-
nos, si ellos logran destruir el poder tiránico que
los esclaviza. No puede haber términos medios,
por lo que, los componentes de una sociedad an-
helosa de ser libre, deberán, sin excepción, dar su
aporte en heroísmos y sacrificios para el triunfo
del ideal. Cuba no podía dejar de actuar en em-
peño tan noble y levantado, y por eso durante
muchos años, sus hijos —los que sinceramente
querían su libertad— lucharon denodadamente
hasta verla cristalizar en hermosa realidad.
La industria tabacalera justamente calificada
como la "segunda zafra" del país, fue factor, a
partir de 1723 en la extraordinaria empresa, con-
tribuyendo así y al través de los años, a la maña-
na gloriosa del 20 de mayo de 1902, en que la pa-
tria ya liberada del agobio tiranizante de la
metrópoli dominadora, entró en el concierto de
las naciones libres y soberanas. Durante seis años,
los sembradores de tabaco, a virtud de la crea-
ción del Estanco, que resultaba oneroso para
dichos trabajadores, puesto que, se sentían lesio-
nados en sus intereses, mantuvieron su airada
protesta ante el representante de la monarquía
española. Fue ello en el año 1717, pero al no ser
atendidos, agotados todos los medios que acon-
sejaban las circunstancias, dispuestos los ánimos
para la lucha, decidieron, en 1723, sublevarse con-
tra el inicuo atropello. Aquella heroica determi-
nación, desgraciadamente resultó ineficaz, por la
infame delación de uno de los estancieros, ven-
dido a las autoridades^ Varios de los protestan-
tes cayeron prisioneros, siendo muertos a tiros,
llevándolos después a terrenos de Jesús del Mon-
te, dejándolos colgados de los árboles, según man-
dato del Capitán General de la Isla, Gregorio
Guazo Calderón y Fernández de la Vega, para
que ello sirviera de escarmiento a los demás re-
voltosos. Fueron ellos, Juan Quesada, Eusebio
Pérez, Pedro González, Blas Martín, Mateo Ra-
velo, José Camino, y Melchor Martín. Este mo-
vimiento armado, ha sido considerado por distin-
tos historiadores, como una de las primeras pro-
testas del pueblo cubano, contra la injusta opre-
sión de los mandatarios de la España intran-
sigente.
Al darse el 10 de octubre de 1868, el grito de
independencia o muerte, por Carlos Manuel de
Céspedes y los otros patriotas que lo secundaron
en la Demajagua, el gobierno metropolitano, sor-
prendido y atemorizado por las consecuencias
que habría de traer consigo, se apresuró a perse-
guir a todos los que suponía mezclados en la
conspiración. Fueron presos elementos de todas
las clases sociales, tanto los obreros, como los
profesionales, ricos y pobres, analfabetos o inte-
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lectuales. Así murieron en el patíbulo, en el mes
de abril de 1869, dos tabaqueros, Francisco de
León y Agustín Medina, acusados de simpatizan-
tes de la revolución redentora. Le siguieron otros
patriotas, entre ellos Domingo Goicuría, inmola-
do en las faldas del Castillo del Príncipe, donde
un sencillo monumento señala el lugar de su tris-
te desaparición. Puede asegurarse, y las pruebas
existen en el Archivo Nacional, que otros taba-
queros, ya cultivadores de esa planta o rezagado-
res y encargados del torcido, así como los que
prestaban servicios en otros sectores de la men-
cionada industria, cooperaron, en una u otra for-
ma, al mantenimiento de la contienda heroica,
dando su sangre y sus vidas en el tesonero afán
de romper las cadenas de la esclavitud.
Uno de los medios de propaganda, que no pa-
só inadvertido por los gobernantes españoles, lo
fue sin duda la implantación de la lectura a viva
voz en las fábricas de tabaco. No es posible en
este trabajo, sujeto al imperativo del espacio en
que va a ser publicado, hacer total historia de
esa interesante organización, que contribuyó y
lo sigue haciendo ahora, al mejoramiento cultu-
ral de los tabaqueros, ya en los talleres de torcido,
o en los centros de despalillo, donde centenares
de mujeres ganan el sustento de sus hogares.
Diremos sin embargo, que la lectura en las taba-
querías se inició, para unos en 1864, en la ciudad
de Bejucal, en una fábrica denominada "Viñas n ,
pero para otros, que parecen tener la razón, lo
fue en la capital de la Isla, en el taller "El Fíga- ,
ro", en el mes de diciembre de 1865^*?/- /2 -
La implantación de ese sistema tan prove-
choso para el tabaquero, no sólo porque le per-
mite un mayor rendimiento en su trabajo, sino
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porque se ilustra con la serie de conocimientos
que le imparte el lector, por medio de los libros,
revistas y periódicos, tuvo que encontrar en sus
caminos muchísimas/ dificultades. Algunos pro-
pietarios de fábricas, no querían admitirla, esti-
mando que perjudicaba sus intereses, y que no
eran los talleres el lugar adecuado para educar e
instruir. Otros, los más, y ahí está el sentido pa-
triótico que estamos destacando, porque para
ellos, españoles intransigentes, la lectura era un
medio de conspirar contra la "madre patria", co-
mo cariñosamente la llamaban. Es innegable, que
en cierto modo tenían parte de razón, puesto que,
el "lector", desde la tribuna y al llenar su come-
tido, daba a conocer las labores reivindicativas del
obrerismo universal, lo que iba forjando concien-
cias capaces de contribuir a la independencia de
la patria, y a la justa reclamación de sus dere-
chos. Uno de los principales animadores de la lec-
tura antes dicha, fue Saturnino Martínez, poeta
y escritor, tesonero defensor de la clase a que
pertenecía, quizás inspirado en atinadas reco-
mendaciones de Don Nicolás Azcárate, hombre
de tendencias liberales, de quien era admirador y
amigo.
Fueron varios los que se dedicaron en los pri-
meros tiempos a esa difícil labor, en que era nece-
sario poseer potente voz y buena dicción, pero
solamente mencionaremos al joven Antonio Leal,
natural de San Antonio de los Baños, y a Rafael
María Márquez, asesinado por los voluntarios en
el año 1869, cuatro años después de haberse ini-
ciado como lector® La primera prohibición de la
lectura, tuvo efecto el 14 de mayo de 1866, en un
bando de Orden Público, dictado por el entonces
Jefe de Policía de La Habana, Cipriano de Mazo.
De esa manera quedó abolida la lectura, mante-
en
•14—
sidente. Además de ésta y otras agrupaciones,
que también integraban muchas mujeres, jamás
remisas al cumplimiento del deber, se fundó en
Tampa, el club "Ignacio Agramonte" en el mes
de mayo de 1891, organizado principalmente por
Eligió Carbonell, con la cooperación de otros. Se
designó presidente del mismo, al patricio Néstor
Leonelo Carbonell, bravo luchador en la década
inmortal. A Tampa vino Martí, invitado por los
mantenedores de dicho club, el 26 de noviembre
del antes dicho año, pronunciando desde su tri-
buna su famoso discurso, que inició con estas p^
labras: "Para Cuba que sufre, la primera pala-
bra. De altar se ha de tomar la patria, para ofren-
darle nuestra vida, y no pedestal, para levantar-
nos sobre ella. . ." Al día siguiente, la Liga Pa-
triótica lo recibe en su seno, reconociendo en él su
acendrado patriotismo. De Tampa pasó a Cayo
Hueso, donde lo recibieron con fervorosas demos-
traciones de admiración y cariño. Su actuación
en aquella fragua de selectos espíritus, hizo acre-
centar los esfuerzos de los que no omitían sacri-
ficios para la forjación de las armas redentoras.
Martí, que visitó en sus viajes de propaganda
a los centros tabacaleros de Tampa y el Cayo,
hablando desde las tribunas de los mismos, los
calificó de esta manera: "aquellas fábricas, don-
de la mano que dobla en el día la hoja de tabaco,
levanta en la noche el libro de enseñar". De aque-
llos hombres entusiastas y decididos, escogió el
Apóstol, a Gerardo Castellanos Leonart, para que
lo sirviera como emisario de ¡la revolución, próxi-
ma a estallar. El concepto que tuvo el general
Máximo Gómez, de aquella emigración, que ca-
lificó una vez, como "alas del ejército mambí",
puede condensarse en lo que aparece en su Dia-
rio de Campaña: "Los ricos ¡contribuyentes de
-15-
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sangre y dinero, fueron —como acontece en las
horas de grandes sacrificios para el bien y la glo-
ria de los pueblos— raras excepciones, y puede
decirse, que la última tabla de salvación para los
combatientes, lo fue siempre la chaveta del taba-
quero. ¡Honor y gloria a esos heroicos hijos del
pueblo cubano"!
En carta a Serafín Bello, otro de los emigra-
dos, jamás remisos al cumplimiento del deber,
José Martí dejó plena constancia de su noble sen-
tir sobre aquellos laboriosos tabaqueros, inconte-
nibles en el afán de darlo todo por el bien de
Cuba, y en estos cortos renglones, impregnados
de su fe y amor en ellos, se expresa de esta mane-
ra: "El corazón se me va a un trabajador como
a un hermano. Unos escribiendo la hoja y otros
torciéndola. En una mesa tinta, y en la otra, tri-
pa y capa. Del tabaco sólo queda la virtud del
que trabaja. De la hoja escrita queda tal vez la
razón de su derecho, y el modo de conquistarlo."
Entre otros muchos datos que podrían apor-
tarse, para justificar la razón del tema de este
trabajo, con el que rendimos homenaje a tan im-
portante industria, y especialmente a los torce-
dores, por su valioso aporte a la liberación de
Cuba, de la tiránica opresión de su metrópoli, se-
ñalaremos estos dos, excluyentes de toda duda:
Cuando el ilustre patricio, Juan Gualberto Gó-
mez, recibió la cantidad efectiva enviada por Ma-
nuel García, el llamado Rey de los campos de Cu-
ba, como contribución a los preparativos de la
guerra de independencia, a la que pensaba su-
marse, ante lo que significaba para el procer, re-
tener en su poder el cuantioso donativo, hasta
tanto se consultara a Martí, puso su pensamiento
en Francisco Pereira, su buen amigo, tabaquero
de la fábrica "El Águila de Oro" establecida en
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La Habana. Lo visitó, y haciéndolo depositario
de aquellos miles de pesos, le dijo: "Pancho, si
me sorprenden con este dinero los españoles, me
vuelan la cabeza". "Te lo dejo en esta maleta,
cuídala hasta que yo te avise". Y aquel honrado
tabaquero, uno de los animadores de la sociedad
"La Bella Unión", y que pertenecía al grupo de
conspiradores que seguían al eximio patriota,
cumplió a plenitud su cometido. Meses después,
y como si fuera el tabaco, el llamado a participar
en todo aquello que fuera favorable a la causa
redentora, cuando llegó el momento culminante
del inicio de la guerra, las instrucciones llegaron
dentro de un modesto tabaco, que recibió Juan
Gualberto de manos de uno de los conspiradores.
Más tarde y al confirmarse el trascendente man-
dato, también vino en la misma forma, esta vez
por conducto de Miguel Ángel Duque de Estra-
da, hombre de confianza de los organizadores del
movimiento armado.
Todavía no ha sido bien pagada la deuda de
gratitud, que la patria debe a aquellos abnega-
dos trabajadores, y ahora, después de una larga
espera, va a cristalizar en realidad el monumen-
to recordativo del tesonero esfuerzo de los que
al calor de la industria tabacalera, contribuyeron
a la independencia de Cuba. Ha sido una inicia-
tiva del Club Rotario de Santiago de las Vegas,
apoyado por la Asociación de los Emigrados Re-
volucionarios cubanos de la independencia. No
conocemos el tamaño ni la forma de dicho monu-
mento, así como las inscripciones que llevará el
mismo; pero qué oportuno sería ver en él, aquel
admonitivo pensamiento de José Martí: "La pa-
tria es agonía y deber", tan bien interpretado
por aquella gloriosa emigración.
_17_
Bibliografía:
N. del A.
-18—
José Martí, se destaca al centro de esta fotografía, entre
gran número de tabaqueros de la fábrica de Martínez
Ibor, en l a m p a , Ibor City.
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