La Coqueta Fria
La Coqueta Fria
La Coqueta Fria
totalmente autosuficientes: no te
tras de ti.
En el otoño de 1795, París cayó en un extraño vértigo. El reino del terror que siguió a la
Revolución francesa había terminado; el ruido de la guillotina se había extinguido. La ciudad
jolgorios. Se había hecho famoso como general brillante y audaz al ayudar a sofocar la rebelión en
las provincias, pero su ambición era ilimitada, y ardía en deseos de nuevas conquistas. Así, cuando
en octubre de ese año la infausta viuda Josefina de Beauhar-nais, de treinta y tres años, visitó sus
oficinas, él no pudo menos que confundirse. Josefina era demasiado exótica, y todo en ella
lánguido y sensual. (Capitalizaba su raro aspecto: era de la Martinica.) Por otra parte, tenía fama de
mujer fácil, y el tímido Napoleón creía en el matrimonio. Aun así, cuando Josefina lo invitó a una de
sus veladas semanales, él aceptó, para su propia sorpresa. En la velada, Napoleón se sintió
Todos los grandes escritores e ingenios de la ciudad estaban ahí, así como los pocos nobles
sobrevivientes; la misma Josefina era vizcondesa, y había escapado apenas a la guillotina. Las
mujeres estaban deslumbrantes, y algunas de ellas eran más hermosas que la anfitriona; pero los
actitud. Ella los abandonó varias veces para acudir al lado de Napoleón; nada habría podido halagar
más el inseguro ego de éste. El empezó a visitarla. En ocasiones ella lo ignoraba, y él se marchaba
encolerizado. Pero al día siguiente llegaba una apasionada carta de Josefina, y él corría a verla.
Pronto pasaba casi todo el tiempo con ella. Las ocasionales demostraciones de tristeza de Josefina,
sus arranques de ira o de lágrimas, no hacían más que ahondar el apego de él.
En marzo de 1796, Napoleón y Josefina se casaron. Dos días después de su boda, él partió a
dirigir una campaña en el norte de Italia, contra los austríacos. "Eres el objeto constante de mis
qué haces." Sus generales lo veten distraído: abandonaba pronto las reuniones, pasaba horas
escribiendo cartas o contemplaba la miniatura de Josefina que llevaba al cuello. Había llegado a tal
estado a causa de la insoportable distancia entre ellos, y de la leve frialdad que ahora detectaba e
Josefina: rara vez escribía, y en sus cartas faltaba pasión; no lo había acompañado a Italia,
tampoco. Napoleón debía terminar rápido esa guerra, para volver a su lado Tras combatir al
enemigo con celo inusual, empezó a cometer errores. "¡Vivir por Josefina!", le escribió. Trabajo
para estar cerca de ti; me muero por estar a tu lado." Sus cartas se hicieron más apasionadas y
eróticas; una amiga de Josefina que las leyó, escribió: "La letra [era] casi indescifrable, la ortografía
incierta, el estilo grotesco y confuso. [...] jQué posición para una mujer! Ser la fuerza impulsora de
la marcha triunfal de un ejército". Pasaron meses en que Napoleón rogaba a Josefina que fuera a
Italia y ella daba excusas interminables. Al fin accedió, y marchó de París a Brescia, donde
Pero, de camino, un encuentro cercano con el enemigo la obligó a desviarse a Milán. Fuera
de Brescia en batalla, al volver Napoleón y descubrir que ella se ausentaba aún, culpó a su
enemigo, el general Würmser, y juró vengarse. En los meses subsecuentes pareció perseguir dos
objetivos con igual denuedo: Würmser y Josefina. Su esposa nunca estaba donde se suponía:
"Llego a Milán, corro a tu casa, dejando de lado todo para estrecharte en mis brazos, ¡y no estás
ahí!". Napoleón se ponía furibundo y celoso; pero cuando al fin daba con Josefina, el menor de sus
favores le derretía el corazón. Hacía largos paseos con ella en un carruaje encubierto, mientras sus
escribió él después, "una mujer había estado en tan completo dominio del corazón de un hombre."
No obstante, el tiempo que pasaban juntos era muy breve. Durante una campaña que duró casi un
A oídos de Napoleón llegaron más tarde rumores de que Josefina había tenido un amante
mientras él estaba en Italia. Sus sentimientos hacia ella se enfriaron, y él mismo tuvo una
inagotable serie de amantes. Pero a Josefina jamás le preocupó esta amenaza a su poder sobre su
esposo; unas cuantas lágrimas, algunas escenas, un poco de frialdad de su parte, y él seguía siendo
su esclavo. En 1804, él la hizo coronar emperatriz; y si ella le hubiese dado un hijo, habría seguido
siendo emperatriz hasta el final. Cuando Napoleón estaba en su lecho de muerte, la última palabra
Esta experiencia la dejó sin ilusiones, y con dos fines en mente: vivir una vida de placer y buscar al
hombre que mejor pudiera brindársela. Pronto puso los ojos en Napoleón. Era joven y tenía un
brillante futuro. Bajo su serena apariencia, intuyó Josefina, él era por completo emocional y
agresivo, pero esto no la intimidó; sólo revelaba la inseguridad y debilidad de él. Sería fácil de
esclavizar. Josefina se adaptó primero a sus humores, lo cautivó con su gracia femenina, lo
entusiasmó con sus miradas y modales. Él deseó poseerla. Y una vez que ella suscitó este deseo, su
' La gente es inherentemente perversa. Una conquista fácil tiene menos valor que una difícil;
en realidad, sólo nos excita lo que se nos niega, lo que no podemos poseer por completo. Tu mayor
poder en la seducción es tu capacidad para distanciarte, para hacer que los demás te sigan,
retrasando su satisfacción. La mayoría de las personas calculan mal y se rinden muy pronto, por
temor a que la otra pierda interés, o a que el hecho de darle lo que quiere conceda al dador cierto
poder.
La verdad es lo contrario: una vez que satisfaces a alguien, pierdes la iniciativa, y te expones
a que él pierda el interés al menor capricho. Recuerda: la vanidad es decisiva en el amor. Haz temer
a tus objetivos que te apartarás, que dejarán de interesarte, y despertarás su inseguridad innata; el
miedo de que, al conocerlos, dejen de excitarte. Estas inseguridades son devastadoras. Luego, una
vez que se sientan inseguros de ti y ellos mismos, reenciende su esperanza haciéndolos sentir
desconciertes por el enojo de tu objetivo: es signo seguro de esclavitud. Aquella que retenga largo