Trastorno de Personalidad Antisocial y Misoginia

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 31

100 LA VENTANA, NÚM.

H2 / 2015

USO DE LA CATEGORÍA
"TRASTORNO ANTISOCIAL
DE LA PERSONALIDAD"
COM O INVISIBILIZACIÓN DE
LA VIOLENCIA FEMINICIDA

1Secretaría General de Gobierno del Esta­


JESUS OSWALDO
do de México, Ecatepec de Morelos, Méxi­
co. [email protected] HERRERA RAMOS1

Resumen
El presente ensayo tiene como objetivo examinar, desde
una perspectiva feminista, las conductas antisociales de los
hombres con Trastorno Antisocial de la Personalidad (TAP)
como actos de violencia feminicida. Desde esta perspectiva,
el psicópata, criminal o no, constituye la expresión máxima
de la violencia feminicida: es el extremo negativo de la di­
mensión de la masculinidad hegemónica. Para Russell
(2006), estar mentalmente enfermo no libera a los hombres
de su misoginia o su racismo; hay una falta de considera­
ción de los factores socioculturales que contribuyen a las
causas de los actos criminales. Los actos y las conductas
violentas contra las mujeres, entonces, se deben visibilizar
como una expresión misógina que atenta contra los dere­
chos humanos de las mujeres (Lagarde, 2008). No es viable

R EVÍ STA ESTUDIOS DE GÉNERO. LA VENTANA. NÚM. 42. JULI0- D ICIEMBRE DE 2015. PP. 100-128. ISSN 1405-9*136
JESÚS OSWALDO HERRERA RAMOS 1 0 1

la solución del problema del trastorno antisocial sólo por la


perspectiva de la psiquiatría, pero sí lo es que el problema
de violencia feminicida misógina pueda y deba ser erradica­
do a través de modificaciones en las estructuras legales y
sociales, propuestas por los movimientos feministas.2

Palabras clave: violencia feminicida, tras-


I 2 La corrección de estilo estuvo a
tom o antisocial de la personalidad, psico- ! cargo de Fanny Itzel González Colín
patía, misoginia y violencia de género.

Abstract
The present essay aims to examine, from a feminist perspec­
tive, the antisocial behavior of men who suffer from Antiso­
cial Personality Disorder, like acts of femicide violence. From
this perspective, the psychopath, criminal or not, consti­
tutes the maximum expression of femicide violence: It is the
negative extreme of the hegemonic masculinity dimension.
For Russell (2006), being mentally ill does not exempt men
from their misogyny and racism; there is a lack of consider­
ation of the sociocultural factors which promote the caus­
es of the criminal acts. The acts and the violent behaviors
against women, then, have to be displayed as a misogynist
expression which violates the human rights of all women
(Lagarde, 2008). A solution to this problem using only a psy­
chiatric perspective is not viable. A solution is that the fem­
icide violence problem and misogynist can and should be
102

eradicated through the modifications in the legal and social


structures, proposed in the feminist movements.

Keywords: feminicide violence, antisocial personality dis­


order, psychopathy, misogyny and gender violence.

RECEPCIÓN: 0 5 DE MARZO DE 2 0 1 3 / ACEPTACIÓN: 1 3 DE AGOSTO

DE 2 0 1 5

LOS TRASTORNOS MENTALES,


¿UNA CATEGORÍA O UNA DIMENSIÓN?
I Es tema de debate en la psicología el planteam iento
I siguiente: ¿los trastornos de la personalidad existen
a lo largo de dimensiones que reflejan variantes extremas de la
personalidad "n o rm a l", o son categorías expresas cualitativa­
mente diferentes y claramente desmarcadas de los rasgos de la
personalidad "n o rm a l" y entre sí? (Phillips y Gunderson, 1996).

Dentro de la personalidad psicopática o


3 El DSM-IV'TR considera equivalentes el trastorno trastorno antisocial de la personalidad3
antisocial de la personalidad y la psicopatía, por lo que
se usaran indistintamente tales términos. En adelante,
hablaremos de una dimensión continua;
se usará TAP en lugar de trastorno antisocial. es decir, algunos hombres presentan ras­
gos psicopáticos o antisociales más psico-
patológicos que otros. Amor, Echeburúa y Loinaz (2009)
se preguntan si existe el maltratador antisocial o se trata
más bien de un continuo antisocial, es decir, se puede
JESÚS OSWALDO HERRERA RAMOS 103

plantear la posibilidad de diferenciar a los agresores a lo


largo de un continuo antisocial. Para estos autores, cla­
sificar en tipologías a los hombres maltratadores sólo es
con el objetivo de determinar las necesidades y alcances
terapéuticos de cada uno de los agresores.

La violencia es una característica presente en muchos de los


trastornos mentales que abarca el Manual Diagnóstico y Esta­
dístico de los Trastornos Mentales (American Psychiatric Asso­
ciation, 2002);4 por ejemplo, trastornos
4 En adelante se citará com o el DSM-IV-TR o el DSM-V
esquizofrénicos, trastornos relaciona- por su siglas en inglés

dos con sustancias, trastornos de la


personalidad, trastorno explosivo intermitente, episodios ma­
níacos.
Entre estos últimos, el t a p sobresale, entre sus criterios diag­
nósticos, por un patrón general de desprecio y violación de los
derechos de los demás, que se acompaña, entre otras caracte­
rísticas, por impulsividad, irritabilidad y agresividad, despreo­
cupación imprudente por la seguridad de los demás, falta de
remordimientos, etc.
Según Spitzer, Gibbon, Skodol, Williams y First (2003), una
de las críticas hacia los criterios para el TAP, en el DSM-IV-TR, es
el excesivo énfasis que se da a los actos antisociales, que pue­
den ocasionar problemas legales, así como la poca atención en
los rasgos psicológicos del trastorno, como ausencia de culpa,
falta de lealtad hacia las personas y carencia de empatia. La
104 LA VENTANA , NÚH. 42 / 2015

crítica del presente trabajo apuntaría hacia una subrepresen­


tación de los hombres en esta categoría psicopatológica, en
el sentido de que una gran variedad de actos antisociales de
éstos no conllevan necesariamente a problemas legales en las
sociedades patriarcales, por tal razón, muchos de ellos podrían
evitar las consecuencias legales de sus conductas violentas, y
por consiguiente no caer en la categoría de tap.

El dsm - iv -tr refiere que la prevalencia del tap, en las mues­


tras de población general, es de aproximadamente 3% en hom­
bres y 1% en mujeres. De acuerdo con la Encuesta Nacional
de Epidemiología Psiquiátrica (Medina-Mora et al., 2003), en
México, un 10.3% de hombres han padecido trastorno disocial
(antecedente del tap) alguna vez en su vida, mientras que sólo
un 2.3% de las mujeres se han visto afectadas.
Sin embargo, habría que preguntarnos por qué autores es­
pecializados (Hare, 2003; Spitzer et al., 2003), al relatar casos
del TAP, mencionan casi exclusivamente hombres, mientras las
mujeres constituyen las principales o únicas víctimas de éstos.
Incluso cuando el tap afectara, como proporción, un máximo de
tres veces más a los hombres que a las mujeres, esta estadística
nos plantea cómo incide y afecta el género en dicho trastorno,
y permite reflexionar si las personas con tal trastorno, más que
conducirse con misantropía, actúan motivados por la misoginia.
En las contadas excepciones que Hare (2003) describe mujeres
psicópatas, éstas ejercen mucha menos violencia que los hom­
bres, y a veces se encuentran en el límite entre lo legal y lo ilegal.
JESÚS OSWALDO HERRERA RAMOS 105

Según este autor, una proporción significativa de los hombres


psicópatas son maltratadores habituales hacia sus parejas, lo
cual permite asociar a la psicopatía como violencia de género.
No es casualidad que los psicópatas tengan entre sus vícti­
mas, principal o exclusivamente, a mujeres. Los crímenes co­
metidos por psicópatas tienen implicaciones políticas hacia
el género; es decir, son asesinatos basados en un sistema de
supremacía masculina (Caputi, 1993). El psicópata, criminal o
no, constituye la expresión máxima de la violencia feminicida.
La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de
Violencia define la violencia feminicida como:

La forma extrema de violencia de género contra las


mujeres, producto de la violación de sus derechos hu­
manos, en los ámbitos público y privado, conformada
por el conjunto de conductas misóginas que pueden
conllevar impunidad social y del Estado y puede culmi­
nar en homicidio y otras formas de muerte violenta de
mujeres (2011:6).

LA ENFERMEDAD MENTAL
COMO METÁFORA
DE LA ENFERMEDAD FÍSICA
ditores del dsm-iv-tr afirman que no existe una
___ ición que especifique adecuadamente los lími­
tes del concepto "trastorno mental", es decir, carece de una
LA VENTANA, NÚM. H2 / 2015

definición operacional; concordando en que los trastornos


mentales se definen a partir de diferentes niveles de abstrac­
ción. Estos editores aseveran que "el término 'trastorno mental'
implica, desafortunadamente, una distinción entre trastornos
mentales y físicos (un anacronismo reduccionista del dualis­
mo mente/cuerpo); los conocimientos actuales indican que hay
mucho de 'físico' en los trastornos mentales".
Sin embargo, para una gran parte de los trastornos menta­
les, especialmente el tap, no explican cuál es la parte física, hor­
monal u cerebral del trastorno en cuestión. Muchos psiquiatras
creen que las anormalidades cerebrales (por ejemplo, surcos
cerebrales anormalmente aumentados y ventrículos ligeramen­
te dilatados) pueden ser un factor etiológico en el desarrollo
de su conducta patológica. Sin embargo, Spitzer et al. (2003)
se preguntan si tales alteraciones son más bien el resultado de
frecuentes traumatismos craneales. Esto considerando que los
mismos psicópatas fueron víctimas de severos abusos físicos
en la infancia, y que, además, siendo frecuentes las peleas físi­
cas con otras personas, y sin preocuparles su propia seguridad,
suelen ser blancos fáciles de accidentes que terminen en trau­
matismos.
Detrás de todo esto, está el cuestionamiento más general
sobre las enfermedades mentales. Thomas Szasz (2002), con­
trovertido psiquiatra y pionero del movimiento de la antipsi­
quiatría, afirma que el concepto de la enfermedad mental ha
sido abstracto y teórico, más que empírico y concreto; dicho
JESUS OSWALDO HERRERA RAMOS 107

concepto psiquiátrico constituye una metáfora literalizada por


razones prácticas, convirtiéndose la psiquiatría en el estudio
"científico" del mal comportamiento y su control "médico". El
diagnóstico de las enfermedades mentales, para la psiquiatría,
se fundamenta en los "síntomas del comportamiento" de los
supuestos pacientes. Sin embargo, para que una condición sea
nombrada enfermedad mental debe cumplir con los siguientes
requerimientos:
1) Decir que una condición es una enfermedad mental equi­
vale a decir que la persona no es responsable por su pade­
cimiento y, por lo tanto, no aplican sanciones, por lo menos
de tipo legal. Ésta es una característica de la enfermedad en
general. La aparición de la enfermedad no puede ser explicada
como el resultado de una decisión voluntaria, independiente­
mente de las ganancias secundarias que ésta pueda reportar.
2) Considerar algo una enfermedad mental equivale a decir
que es "un tipo de cosa" susceptible de ser tratada y, en el me­
jor de los casos, curada por medio de una terapéutica médica
(Morgan, 1975 en Ordorika, 2005).

EL CUESTIONAMIENTO
DEL USO DE LA ETIQUETA TAP
COMO CATEGORÍA MENTAL
El psicópata no está trastornado, es estable; cons­
tituye una manera de ser, de estar y de relacio­
narse con el mundo; reducir la psicopatía a un trastorno de
108 LA VENTANA, NÚM■ M2 / 2015

personalidad implica un grave error de comprensión clínica


de psicopatología (Jáuregui, 2008). La psicopatía o tap no se
circunscribe exclusivamente a la conducta criminal, sino que
también está presente en personas aparentemente normales,
adaptadas e integradas en la sociedad y en el mundo laboral
(Jáuregui, 2008; Millón et al., 2004). Además, la literatura psi­
cológica señala que actualmente no hay ninguna terapia psico­
lógica eficaz para el TAP; los escasos tratamientos psicológicos
propuestos son dudosos en cuanto a su eficacia clínica (Quiro-
ga y Errasti, 2001).
La idea central de este ensayo dista de considerar la enfer­
medad mental como desvinculación de la responsabilidad por
las consecuencias de la conducta. Todavía hoy es común la ¡dea
de que "el enfermo mental es víctima y sus procesos mentales
son los victimarios; el delincuente es una víctima, una persona
que ha tenido una vida familiar y social destructiva, carente de
equilibrio y estabilidad emocional" (Hikal, 2009: 130).

¿IMPUTABILIDAD
_ O INIMPUTABILIDAD DEL TAP?
países como España, para que la imputabilidad
sujeto se vea anulada o atenuada, su capacidad
cognoscitiva y volitiva tendrá que verse afectada en el momen­
to de comisión del delito y tener una relación causal con éste
(Molina, Trabazo, López y Fernández, 2009). Hay autores que
piensan que los psicópatas no poseen la misma capacidad de
JE SÚ S OSWALDO HERRERA RAMOS 109

autocontrol que las personas normales, lo que debería de te­


nerse en cuenta al determinar su tratamiento jurídico, aunque
fuese para atenuar la responsabilidad penal (Vega, 2004).
Otras autoras, como Barbero y Salduna (2007), afirman que
no se puede asegurar que los psicópatas son siempre imputa­
bles o inimputables; es decir, no es suficiente el diagnóstico del
TAP, sino que se procederá según las circunstancias específicas
del caso concreto, y de la gravedad del trastorno. En nuestro
contexto jurídico, el Código Penal Federal de nuestro país, en
su capítulo iv, artículo 15, fracción vil, estipula como causa de
exclusión del delito que:
Al momento de realizar el hecho típico, el agente no tenga
la capacidad de comprender el carácter ilícito de aquél o de
conducirse de acuerdo con esa comprensión, en virtud de pa­
decer trastorno mental o desarrollo intelectual retardado, a no
ser que el agente hubiere preordenado su trastorno mental do­
losa o culposamente, en cuyo caso responderá por el resultado
típico siempre y cuando lo haya previsto o le fuere previsible.
Herrero y Colom (2006) señalan, en su estudio, que los in­
ternos de una población penitenciaria exhiben menor impulsi­
vidad comparados con la población normal, cuestionando, de
esta forma, el modelo de comportamiento antisocial basado
en las dificultades temperamentales de los delincuentes. Esto
es importante ya que si se considera que no se tiene control
de los impulsos, entonces se cuestiona la capacidad mental, lo
cual tiene implicaciones relevantes, ya que la incapacidad de
LA VENTANA, NÚM ■ 42 / 2015

obrar puede ser usado como mecanismo para evitar responsa­


bilidades (Gómez-Jarabo, Rodríguez y Olavarrieta, 2004).
Las conductas de los psicópatas no son, entonces, resulta­
do de unas mentes trastornadas. Según los cánones legales y
psiquiátricos, son conscientes y responsables de las consecuen­
cias de sus actos, aunque se muestren incapaces para tratar a
los demás como seres humanos pensantes y sensibles (Hare,
2003). En sentido estrictamente jurídico-psicológico, estos su­
jetos tienen conocimiento de la ilicitud de sus acciones y la vo­
luntad determinante al infringir la norma legal, por lo que son
responsables legales de sus actos (Molina et al., 2009).

¿CRIMINALIZARLOS
O PATOLOGIZARLOS, O AMBOS?

E arita Tirado-Álvarez enlista una serie de razo-


, ara aumentar las sanciones penales impuestas
a los psicópatas criminales, planteando la posibilidad, incluso,
de la aplicación perpetua de la pena privativa de libertad:

Primero, aunque el individuo pague una pena prolonga­


da, nunca se resocializará dada su condición de incura­
ble; segundo, el mismo no sentirá culpa por cuanto no
la experimenta ni aprenderá de los errores cometidos;
tercero, dado el alto nivel de reincidencia, una vez cum­
plida la pena el sujeto seguramente repetirá su conduc­
ta; cuarto, la retribución sólo cabría en la medida en que
JESÚ S OSWALDO HERRERA RAMOS

repare civilmente y satisfaga el deseo de la víctima o sus


familiares de ver al victimario aislado de la sociedad a la
que pueda dañar; quinto, la prevención especial no será
posible porque no interioriza la norma, además, porque
el alto nivel de reincidencia que los caracteriza, su inco-
rregibilidad, la impulsividad y la ausencia de temor al
castigo no evitarán que el sujeto vuelva a incurrir en la
conducta que originó la sanción penal (2010: 129-130).

LA PSIQUIATRÍA Y EL CONTROL
SOCIAL DE LAS MUJERES

E quiatría como institución patriarcal tiene fuer-


'sgos sexistas. Como ejemplo, pensemos en las
sobrerrepresentación de las mujeres en las estadísticas epide­
miológicas psiquiátricas en el d s m - iv -tr , especialmente en los
trastornos del estado de ánimo, como la depresión. Más aún,
las categorías de salud y padecimientos mentales tienen un ca­
rácter de construcción social e histórico (Ordorika, 2009).
La sobrerrepresentación de las mujeres en las estadísticas
epidemiológicas psiquiátricas es consecuencia de que las condi­
ciones de vida de las mujeres estén marcadas por la opresión y
dominación de los hombres y el sistema patriarcal (Burín, 1999).
De la misma forma, se puede argumentar que la mayor
prevalencia de hombres en los trastornos violentos, especial­
mente el tap , es resultado del sistema patriarcal hegemónico
112 LA VENTANA, NÚH. *\2 / 2015

que les concede, al colectivo de los hombres, el poder y con­


tro l sobre las mujeres, el cual deriva en el ejercicio de la vio ­
lencia de género. De cualquier form a, cabria preguntarse si
incluir un tra storn o que describa al hom bre que ejerce vio ­
lencia de género contra las mujeres reportaría más venta­
jas que inconvenientes. Castro y Bronfm an (1993: 386) se
preguntan: "¿ po r qué la m ayor predisposición a la violencia
de parte de los hom bres no es clasificada como enferm edad
m ental?".
Irma Saucedo (2003), en contraparte, afirma que las in stitu ­
ciones de salud, al clasificar los actos violentos y sus consecuen­
cias como enfermedades o patologías individuales, validan las
formas de poder y control que son ejercidas por los hombres
contra las mujeres en la sociedad, es decir, patologizar a és­
tos desmarcaría el problema de la violencia contra las mujeres
como una cuestión estructural y de género, y lo situaría sola­
mente en un plano individual.

GÉNERO, PODER Y PATRIARCADO


El género es una categoría social asignada a un cuer­
po sexuado; es tam bién una manera de diferenciar
los roles sociales asignados a mujeres y hombres. La relevancia
del tema de género radica en que éste es un elemento estable­
cido de las relaciones sociales; además es el terreno fundam en­
tal dentro del cual o por medio del cual se configura el poder
(Scott, 1990).
JESÚS OSWALDO HERRERA RAMOS

Para Foucault (1980), en cualquier sociedad hay múltiples


relaciones de poder, las cuales permean, caracterizan y cons­
tituyen el cuerpo social, y estas relaciones no pueden por sí
mismas ser establecidas o consolidadas sin el funcionamiento
de un discurso. El poder está en todas partes, viene de todas
partes, se ejerce a partir de innumerables puntos y en el juego
de relaciones no igualitarias (Foucault, 1977).
Es aquí donde las autoras feministas hablan de cultura y dis­
curso de género. Lamas (2007) sostiene que lo que sobresale
persistentemente en la trama de género de la cultura es que la
diferencia se traduce en desigualdad. Dicho proceso convierte
al género en el fundamento de la subordinación social de las
mujeres.
La cultura, como tal, cumple un papel relevante, tanto en
la reproducción y perpetuación de patrones de dominación de
los hombres sobre las mujeres, como en la modificación de las
desiguales relaciones de género prevalentes en Latinoamérica
(Castro y Cacique, 2008). Incluso, la cultura es el resultado de
la manera en que la sociedad interpreta las diferencias entre
mujeres y varones (Lamas, 2002). Es así que el género estruc­
tura el modo en que perciben los sujetos sociales y moldea la
forma en que se organiza la vida social.
Esto significa que la socialización tiene una clara influencia
tanto en el desarrollo de la identidad de género, como en la
aceptación de los roles de género, las conductas de rol, o en el
desarrollo de una determinada ideología sobre la masculinidad
LA VENTANA, NÚH■ 42 / 2015
114

o el fe m in ism o ; además, tales variables se relacionan con la


discrim in a ció n de género (Castillo y M ontes, 2007).
La marcada desigualdad, entre varones y mujeres, en las esfe­
ras económ ica, educativa, política y legal de la sociedad m antiene
una estructura patriarcal o de desigualdad de género, que in flu ­
ye directa o indirectam ente en las experiencias de discrim inación
y de violencia hacia las mujeres (Frías, 2008). Lo que ahora lla­
m amos violencia, algún tie m p o atrás se contem plaba com o una
legitim a m anifestación del poder y una form a consensuada de
interactuar en las relaciones sociales (Perrone y Nannini, 2007).
La violencia de género alude a los m ecanism os a través de
las cuales se in te n ta m a ntener el sistema de jerarquías im pues­
to p o r el patriarcado ; uno de los obstáculos principales para la
com prensión de la violencia de género contra las m ujeres ha
sido estru cturada a p a rtir de dos ejes fundam en tales: la invisi-
bilización y la n aturalización (Corsi, 2003).
Siendo así, debem os considerar necesariam ente la ideología
patriarcal al hab lar de la violencia de los hom bres contra las
m ujeres (W hite, 1994). Ya que la estructura del patriarcado,
c o n s tru id o sobre el m o d e lo de la do m in a ció n de los hom bres
sobre el cuerpo y la v o lu n ta d de las mujeres, es responsable
del sexismo y de la violencia hacia las m ujeres (G argallo, 2006).
Judith Butler cita que:

Esta violencia em erge de un p ro fu n d o deseo de m an­


tener el orden del género binario natural o necesario.
JESÚS OSWALDO HERRERA RAMOS 115

de convertirlo en una estructura, ya sea natural, cul­


tural o ambas, contra la cual ningún humano pueda
oponerse y seguir siendo humano... entonces parece
que la violencia emerge precisamente como una de­
manda de deshacer dicho reconocimiento, de cues­
tionar su posibilidad, de convertirlo en irreal e im­
posible frente a cualquier apariencia de lo contrario
( 2006 : 59 ).

MISOGINIA,
VIOLENCIA FEMINICIDA Y TAP

E DSM-IV-TR no hay ningún trastorno que haga


?ncia al hombre que ejerce violencia de
'

género contra las mujeres. Teresa Ordorika5 (comunica­


3Comunicación personal

ción personal) entiende que la categoría de trastorno mental


también exime de responsabilidad, y que no todo comporta­
miento inmoral o antisocial constituye un trastorno, ya que tales
comportamientos están más relacionados con las condiciones
estructurales del ejercicio del poder. Clasificar o no tales com­
portamientos como categorías psicopatológicas tiene relevantes
implicaciones políticas.
Otra de las posibles razones se relaciona con la definición
anterior de que los trastornos clasificados en ese manual de­
ben apartarse de las expectativas culturales. Sin embargo, en
las sociedades patriarcales, en distintos grados y modalidades,
la violencia de género sigue siendo relativamente aceptada y
116 LA VENTANA, NÚH. 42 / 2015

tolerada como forma legítima de resolver los conflictos. Den­


tro de este marco de tolerancia, la violencia se dirige principal­
mente contra las mujeres debido a la relación de desigualdad
que conserva frente a los hombres, producto de la socializa­
ción de género (Lagarde, 2008; Saldivar, Ramos y Saltijeral,
2004).
La misoginia, como pilar básico de la violencia de género,
alude a una mezcla de temor, rechazo y odio contra las mu­
jeres, a la estructura fundamental del dominio masculino, la
impronta de las relaciones sociales y de las concepciones hege-
mónicas de la realidad social; la misoginia tiene también como
manifestación la enajenación de los hombres (Cazés, 2005). La
enajenación es el caldo de cultivo para la violencia.
Además, las conductas misóginas son grotescas y aberran­
tes, pero quienes las ejecutan son sujetos ordinarios caracteri­
zados por una falta de conciencia social y emocional, no son
monstruos o seres satánicos, carentes de una convicción ideo­
lógicamente mínimamente elaborada (Zumaya, 2005). Marcela
Lagarde refiere que:

La violencia feminicida se produce por la organización


social genérica patriarcal, jerárquica, de supremacía e
inferioridad, que crea desigualdad de género entre mu­
jeres y hombres. Se produce, también, por la aceptación
y la tolerancia, que evidencian múltiples complicidades
entre hombres supremacistas, machistas y misóginos.
JESUS OSWALDO HERRERA RAMOS

incluso por el silencio social en to rn o a quienes delin­


quen y no son sancionados (2008:232-233).

No obstante , no to d o s los crim inales son antisociales y no t o ­


dos los antisociales son crim inales; hay m uchas característi­
cas antisociales en el rango de lo norm al que son alentadas
y adm iradas en nuestra sociedad co m p e titiv a (M illó n e t al.,
2004). Una de las razones principales de que las mujeres sean
el blanco principal de los psicópatas la podem os e n co n tra r en
la vu ln e ra b ilid a d o fa lta de sus derechos hum anos, p ro d u cto
de la m isoginia. M arcela Lagarde a firm a que "las mujeres no
son sujetas de derecho ni son consideradas ni tratadas com o
ciudada nas" (2 0 0 8 :2 3 4 ).

PERFIL DEL PSICÓPATA Y PERFIL


DEL HOMBRE MALTRATADOR
CONTRA SU PAREJA
El dsm-v, la nueva edición del M anual Estadístico
y D iagnóstico de los Trastornos M entales, refiere
que las personas con tap desprecian los deseos, derechos o
se ntim ie n to s de los demás; fre cu e n te m e n te , engañan y m a­
n ipulan con tal de conseguir provecho o placer personales
(p o r ejem plo, para o b te n e r dinero, sexo o poder). Los sujetos
tie n d e n a ser irritables y agresivos y pueden te n e r peleas físi­
cas repetidas o co m ete r actos de agresión (incluidos los malos
tra to s al cónyuge). Tienen pocos o nulos re m o rd im ie n to s por
118 LA VENTANA, NÚIi. M2 / 2015

las consecuencias de sus actos; pueden ser indiferentes o dar


ju stifica cio n e s superficiales p o r haber o fe n d id o , m a ltra ta d o o
ro b a d o a alguien. Estas personas pueden culpar a las víctim as
p o r ser to n to s , débiles o p o r m erecer su mala suerte, pueden
m in im iz a r las consecuencias desagradables de sus actos o, sim ­
plem ente, m o stra r una co m p le ta indiferencia.
El perfil del psicópata no es tan d ife re n te del perfil del h o m ­
bre vio le n to . Echeburúa y F ernández-M ontalvo (1998) enlistan
las siguientes características del perfil del hom bre v io le n to : se
irrita fá c ilm e n te cuan do se le ponen lím ites, no co n tro la sus
im pulsos, com ete actos de violencia cuando se enoja, ha m al­
tra ta d o a otras m ujeres, culpa a otro s de sus problem as, exce­
sivam ente celoso y posesivo, experim enta cam bios bruscos de
hum or, bebe alcohol en exceso, tiene una baja autoestim a, y
cree que las m ujeres deben estar subordinadas a los hom bres.
Aun cuando to d o s estos rasgos pueden estar presentes en los
psicópatas, p o r lo m enos las cinco principales características
coincid en con criterios d iagnó sticos del tap.

El DSM-lV-TR asevera que el m a ltra to o el a b a ndon o en la


infancia, el c o m p o rta m ie n to inestable o variable de los padres
o la inconsistencia en la disciplina por parte de los padres au­
m entan las p roba bilida des de que un tra s to rn o disocial e volu­
cione hasta un tap. Es decir, el e studio del m a ltra to in fa n til y el
abuso sexual en la infancia a po rtaría antecedentes psicógenos
asociados a la aparición de conductas antisociales (Alarcón, Vi-
net y Salvo, 2005).
JESÚS OSWALDO HERRERA RAMOS 119

No obstante, Echeburúa y Fernández-Montalvo (1998) ase­


guran que el 36% de los maltratadores han sido víctimas de
malos tratos en la niñez, mientras el 64% no ha sufrido maltra­
to en la infancia. Estas cifras debilitan el argumento que sos­
tiene que el factor determinante de la violencia de los hombres
contra las mujeres radica en el hecho de ellos mismos haber
sido violentados en su infancia, con ello se valida la tesis de
que la violencia de género está vinculada con las condiciones
estructurales del ejercicio del poder en el patriarcado.
Además, el DSM-v presenta a los sujetos con tap como fre­
cuentemente carentes de empatia, con tendencia a ser insen­
sibles, cínicos y a menospreciar los sentimientos, derechos y
penalidades de los demás. También pueden ser irresponsables
y explotadores en sus relaciones sexuales; tener una historia
de muchos acompañantes sexuales y carecer de una relación
monógama duradera, además de poseer una tendencia a la
irresponsabilidad paterna. Aunque las estadísticas refieran que
sólo un pequeño porcentaje de los hombres que ejercen violen­
cia contra sus parejas se pueden clasificar en un trastorno de
personalidad, la mayoría de ellos o todos, en algunos aspectos
de su conducta, revelan un rasgo o característica típica del tap,
los cuales son, como ya se ha mencionado antes, impulsividad,
irritabilidad y agresividad, despreocupación imprudente por la
seguridad de los demás, falta de remordimientos, entre otros.
"Con una total carencia de conciencia y sentimientos por los
demás, toman lo que les apetece de la forma que les viene en
120 LA VENTANA, NÚM. M2 / 2015

gana, sin respeto por las normas sociales y sin el menor rastro
de arrepentimiento o piedad" (Hare, 2003: 1). Esta descripción
sobre los psicópatas, así como los criterios diagnósticos del DSM-
iv -tr sobre el tap , nos recuerdan mucho a los hombres que ejer­
cen violencia de género contra las mujeres, pareciera que no hay
diferencias cualitativas, sólo diferencias de grado. El psicópata
es, entonces, el extremo negativo de la dimensión de la mascu-
linidad hegemónica. Recordemos lo que Kaufman (1994) afirma
que mucho de lo que las personas asocian con masculinidad gira
sobre la capacidad del hombre de ejercer poder y control.
Usualmente, los psicópatas no experimentan el malestar
subjetivo que acompaña a casi todos de los más de 300 tras­
tornos mentales del d s m - iv -tr , característica que, tam bién, se
encuentra en la mayoría de los hombres que ejercen violencia
feminicida.

CONCLUSIONES
La intención de este ensayo no es patologizar a los
hombres que ejercen violencia de género contra las
mujeres (lo cual no sirve de mucho ya que externalizamos el
problema), o identificar a estos últim os con psicópatas. Be-
yebach (1999) sostiene que el uso de etiquetas diagnósticas
como patológicas supone hablar de entidades individuales, ais­
ladas de su contexto sociocultural.
Una de las premisas que subyace aquí es considerar las cla­
sificaciones de la psicopatología com o dimensiones continuas
JESÚS OSWALDO HERRERA RAMOS

en lugar de categorías cualitativamente diferentes de la per­


sonalidad "norm al". Considerar a los hombres psicópatas
como trastornados mentales sólo facilita su exculpación, y
menosprecia la influencia del orden desigual de género que
acepta y tolera la violencia de género contra las mujeres, sin
que por ello estos hombres dejen de ser totalm ente responsa­
bles, legal y moralmente, por las consecuencias de sus actos
violentos.
Es válido cuestionarse cual es la utilidad de relacionar con­
ceptualmente la violencia feminicida con la psicopatía. La jus­
tificación es reconocer y visibilizar los actos psicopáticos como
violencia feminicida y no verlos exclusivamente como manifes­
taciones de un trastorno mental, aislados de su contexto social.
Teresa Ordorika sostiene que:

Las investigaciones feministas deben ser capaces de re­


lacionar los padecimientos mentales tanto con los con­
textos inmediatos de las personas, como con las estruc­
turas sociales en las que prevalecen desigualdades que
afectan negativamente la salud, con la finalidad de ubi­
car qué tipo de acciones son necesarias para resolverlos
( 2009 : 667 ).

No es casualidad que el trastorno violento por excelencia, el


tap, haya sido categorizado sólo como desorden mental. Podría
decirse que no es viable el problema del trastorno antisocial
LA V E N T A N A , NÚH. M2 / 2015
122

para ser solucionado sólo por la psiquiatría, pero sí lo es que


el problema de violencia feminicida misógina pueda y sea erra­
dicado a través de modificaciones en las estructuras legales y
sociales propuestas por los movimientos feministas.
Diana Russell (2006) afirma que estar mentalmente enfer­
mo no libera a los hombres de su misoginia o su racismo; hay
una falta de consideración de los factores socioculturales que
contribuyen a las causas de los actos criminales. La misma
autora enfatiza que los feminicidios y la violencia feminicida
son trivializados y despolitizados con el argumento de que
los hombres que ejercen dichos actos criminales están tras­
tornados.
Los actos y conductas misóginas de violencia feminicida
que ejercen los hombres psicópatas no se pueden reducir sólo
a actos individuales o psicopatológicos, sin ocultar, al mismo
tiempo, la relación de poder patriarcal que sustenta el orden
de género. Por las anteriores razones, no es posible hablar de
actos y conductas violentas feminiddas exclusivamente como
psicopatologías individuales, sino principalmente como tras­
tornos sociales del sistema patriarcal dominante, o como des­
órdenes estructurales de la sociedad hegemónica. Teresa Or-
dorika (2009) enfatiza que la salud mental está estrechamente
vinculada con las condiciones de vida de las personas.
Tales actos y conductas violentas contra las mujeres se de­
ben visibilizar como una expresión misógina que atenta con­
tra los derechos humanos de las mujeres (Lagarde, 2008). Esta
JESÚS OSWALDO HERRERA RAMOS
123

perspectiva de género es fundamental, ya que uno de los com­


ponentes relevantes de la misoginia es una relación de poder y
control; todos los hombres, querámoslo o no en lo individual,
somos estructuralmente misóginos (Minello, 2005).
Cuando se discute sobre la problemática de la violencia de
los hombres contra las mujeres no se puede dejar de hacerlo
desde una perspectiva de género. De no hacerlo así incurriría­
mos en un grave error: soslayar el contexto y reducir el proble­
ma a circunstancias de índole individual. Peor aún acabaríamos
por culpabilizar a la víctima de su situación y colocando a am­
bos, víctima y victimario, en el mismo nivel de responsabilidad.
Resulta, entonces, que la violencia feminicida constituye el
verdadero malestar en la cultura. Nos resulta difícil aceptar y
tolerar que vivamos en una sociedad sexista y misógina, pero
solamente este reconocimiento explícito posibilita otras mu­
chas condiciones que, a su vez, permitan la transformación de
las estructuras sociales, culturales, políticas y legales que sus­
tentan el orden patriarcal.

BIBLIOGRAFÍA

A larcon , P., V inet , E. y SALVO, S. (2005). "Estilos de personalidad y des­

adaptación social durante la adolescencia", en Psykhe, vol. 14, t. 1,


pp. 3-16.

A merican Psychiatric A ssociation (2002). Manual diagnóstico y estadístico

de los trastornos mentales: texto revisado. Barcelona: Masson.


124 LA VENTANA. NÚM. t2 / 2015

A mor , R; EcheburÚa , E. y Loinaz , I. (2009). "Se puede establecer una clasifica­

ción tipológica de los hombres violentos contra la pareja", en Internation­

al Journal o f Clinical and Health Psychology, vol. 9, núm. 3, pp. 519-539.


Barbero, N. y Salduna , M. (2007). "Responsabilidad penal del psicópata",

en Revista Latinoamericana de Derecho, vol. IV, pp. 89-127. Recuperado


el 7 de junio del 2011 de: http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/

rev/revlad/cont/7/cnt/cnt4.pdf.

BEYEBACH, M. (1999). "Introducción a la terapia breve centrada en solucio­

nes", en G. Navarro y G. Fuentes (eds.), Intervención y prevención en

salud mental. España: Amaró.


BURÍN, M. (1999) "Género y psicoanálisis: subjetividades femeninas vulne­

rables", en M. Burin y E. Dio Bleichmar (comps.), Género, psicoanálisis,

subjetividad, pp. 61-99. Buenos Aires: Paidós.


BUTLER, J. (2006). Deshacer el género. Barcelona: Paidós.
CAPUTI, J. (1993). "American psychos: the serial killer in contemporary fic­
tio n ", en Journal o f American Culture, vol. 16, núm. 4, pp. 101-112.

Castro, R. y Bronfman , M. (1993). "Teoría feminista y sociología médica: ba­

ses para una discusión", en Cad. Saúde Públ., vol. 9, núm. 3, pp. 375-394.

Castro, R. y Cacique, I. (2008). "Introducción". En Roberto Castro e Irene

Cacique (edits.), en Estudios sobre cultura, género y violencia contra las

mujeres, pp. 11-15. México: UNAM.


Castillo M „ R. y MONTES B., B. (2007). "Validación de las escalas relacionadas con
la socialización del género", en Iniciación a la Investigación, vol. 2, pp. 1-9.

CAZÉS, D. (2005). La misoginia: ideología de las relaciones humanas. Una in­

troducción, en D. Cazés y F. Huerta (coords.), Hombres ante la misoginia:

miradas críticas. México: Plaza y Valdés/ CEIICH-UNAM.


JESUS OSWALDO HERRERA RAMOS
125

CÓDIGO PENAL Federal (2011). Diario Oficial de la Federación. Recuperado el

14 de mayo de 2011 de: http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/


pdf/9.pdf.

CORSI, J. (2003). "La violencia en el contexto fam iliar como problema social",
en J. Corsi (comp.), Maltrato y abuso en el ámbito doméstico, pp. 15-40.
Argentina: Paidós.

EcheburÚA, E. y FERNÁNDEZ-MONTALVO, J. (1998). "Hombres maltratadores",


en E. Echeburúa y P. de Corral (coords.), Manual de violencia familiar.
España: Siglo XXI.

FOUCAULT, M. (1977). Historia de la sexualidad i : la voluntad de saber. Méx­


ico: Siglo XXI.

(1980). Two Lectures", en Power/Knowledge: Selected Interviews and


Other Writings, pp. 78-108. Nueva York: Pantheon, .

Gargallo, F. (2006). Ideas feministas latinoamericanas. Venezuela: El Perro


y la Rana.

Gómez-Jarabo, G., Rodríguez, E. y Olavarrieta, S. (2004). "Valoración de


la capacidad de obrar: el control de los impulsos", en Investigación en
Salud, vol. 6, núm. 1, pp. 35-42.

Hare, R. (2003). Sin conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas que


nos rodean. España: Paidós.

Herrero, O. y Colom , R. (2006). "¿Es verosímil la teoría de la delincuencia de


David Lykken?", en Psichotema, vol. 18, núm. 3, pp. 374-377.

Hikal, W. (2009). "Criminología del desarrollo: el estudio de la personali­


dad", en Ciencia UANL, vol. 12, núm. 2, pp. 124-130.

Jáuregui, I. (2008). "Psicopatía, ideología y sociedad", en Nómadas, Revis­

ta Critica de Ciencias Sociales y Jurídicas, vol. 18. Recuperado el 18 de


126 LA VENTANA. NÚH. 42 / 2015

abril del 2011 de: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/181/18101805.

pdf.
Kaufman , M. (1994) "Men, feminism, and men's contradictory experiences
of power", en H. Brod y M. Kaufman (eds.), Theorizing Masculinities, pp.

142-163. California: Sage.


Lagarde , M. (2008). "Antropología, feminismo y política: violencia feminici-
da y derechos humanos de las mujeres", en M. Bullen y C. Diez (coords.),

Retos teóricos y nuevas prácticas. México: Ed. Ankulegi Antropología

Elkartea. Recuperado el 22 de marzo del 2011 de: http://www.euskome-


dia.org/PDFAnlt/antropologia/11/14/14209239.pdf.

Lam as , M. (2002). Cuerpo: diferencia sexual y género. México: Taurus.

— (2007)."Las putas honestas, ayer y hoy", en M. Lamas (comp.), Miradas


feministas sobre las mexicanas del siglo XX, pp. 312-346. México: Fondo

de Cultura Económica.
Ley General de A cceso de las M ujeres a una vida Ubre de violencia (2011).
Diario Oficial de la Federación. Recuperado el 17 de marzo del 2011 de:
http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LGAMVLV.pdf.

MEDINA-MORA, M. ef al. (2003). "Prevalencia de trastornos mentales y uso de


servicios: resultados de la encuesta nacional de epidemiología psiquiátri­

ca en México", en Salud Mental, vol. 26, núm. 4, pp. 1-16.

MIllon, T„ Grossman, S„ millón , C , M eagher, S. y Ramnath , r . (2004).


Personality disorders in modern life. New Jersey: 2a ed., John Wiley &

Sons, Inc.
MlNELLO, N. (2005). "De la misoginia y otras dominaciones", en D. Cazés y F.

Huerta (coords.), Hombres ante la misoginia: miradas críticas, pp. 77-86.

México: Plaza y Valdés/ CEIICH-UNAM.


JESÚS OSWALDO HERRERA RAMOS
127

M o l in a , }., T r a b a zo , V , López , L. y Fe r ná n d e z , S. (2009). "Delictología de los

trastornos de personalidad y su repercusión sobre la im putabilidad", en


EduPsykhé. Revista de Psicología y Educación, vol. 8, núm. 2, pp. 101-
126.

ORDORIKA, T. (2009). "Aportaciones sociológicas al estudio de la salud mental

de las mujeres", en Revista Mexicana de Sociología, vol. 71, núm. 4, pp.


647-674.

Perrone , R. y N a n n in i , M. (2007). Violencia y abusos sexuales en la familia.

Argentina: 2a ed„ Paidós.

Phillips , K. y G u n d e r s o n , J. (1996). "Trastornos de la personalidad", en R.

Hales, S. Yudofsky y J. Talbott (coords.), Tratado de Psiquiatría. Estados


Unidos: 2a ed., American Psychiatric Press.

QUIROGA, E. y ERRASTI, J. (2001). "Tratamientos psicológicos eficaces para

los trastornos de personalidad", en Psicothema, vol. 13, núm. 3, pp.


393-406.

RUSSELL, D. (2006) "Feminicidio: la 'solución final' de algunos hombres para

las mujeres", en D. Russell y R. Harmes (eds.), Feminicidio: una perspec­


tiva global. México: c eiich - u n a m .

SALDÍVAR, G., RAMOS, L. y Saltijeral , M. (2004). "Validación de las escalas de

violencia en universitarios", en Salud Mental, vol. 27, pp. 40-49.

Sa u ce d o , I. (2003). "Violencia de género: problema prioritario de salud públi­

ca. Oportunidades y límites para la puesta en marcha de programas en el


sistema de salud del Estado", en P. López, B. Rico, A. Langer y G. Espinoza

(comps.), Género y política en salud, pp. 359-388. México: Secretaría de


Salud.
128 LA VENTANA. NÚM, H2 / 2015

SCOTT, J. (1990). "El género: una categoría útil para el análisis histórico",

en J. Amelang y M. Nash (eds.), Historia y género: las mujeres en la

Europa Moderna y Contemporánea, pp. 23-56. España: Alfons el Mag-


nánim.

Spitzer, R., Gibbon , m ., Skodol , a ., W illiam s , J. y First, m . (2003). DSM-IV-TR

libro de casos: compañero del DSM-IV-TR. España: Masson.


SZASZ, T. (2002). Esquizofrenia. El símbolo sagrado de la psiquiatría. México:

Ediciones Coyoacán.

Tirado -Á lvarez, M. (2010). "Necesidad de la creación de una sanción penal

especial para ser impuesta al sujeto que padece trastorno antisocial de

la personalidad (psicopatía) en Colombia", Revista Estudios Socio-Jurídi­

cos, vol. 12, núm. 1, pp. 127-154,

VEGA, Z. (2004). "Las alteraciones o perturbaciones psíquicas como causas


de inimputabilidad: especial problemática en el ámbito de las psicopa­

tías", en Memorias del encuentro No. 70. Managua, Nicaragua: Univer­


sidad Centroamericana. Recuperado el 8 de junio del 2011 de: http://b¡-
bliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/nicaragua/uca/encuen70/vega.rtf.

Zum aya , M. (2005). "Psiquiatras, psicoanalistas y otros misóginos", en D.

Cazés y F. Huerta (coords.), Hombres ante la misoginia: miradas críticas.

México: Plaza y Valdés / CEIICH-UNAM.


Copyright of Revista de Estudios de Género. La Ventana is the property of Universidad de
Guadalajara and its content may not be copied or emailed to multiple sites or posted to a
listserv without the copyright holder's express written permission. However, users may print,
download, or email articles for individual use.
Copyright of Revista de Estudios de Género. La Ventana is the property of Universidad de
Guadalajara and its content may not be copied or emailed to multiple sites or posted to a
listserv without the copyright holder's express written permission. However, users may print,
download, or email articles for individual use.

También podría gustarte