La Ciudad y Sus Signos - Resumen
La Ciudad y Sus Signos - Resumen
La Ciudad y Sus Signos - Resumen
El espacio, las calles, los edificios y el paisaje urbano son significantes. Caminar por la ciudad
lleva consigo la posibilidad de recibir e interpretar múltiples mensajes que hablan a sus
habitantes, emiten señales e intervienen en los comportamientos. El habitante que tiene
competencia cultural para comprender su ciudad puede interpretar, en diversas dimensiones,
las señales que ésta contiene y descifrar, en la marea semiológica contenida en el espacio
urbano, signos sensibles, estímulos, señales de identidad, prescripciones o prohibiciones que
orientan sus prácticas. La competencia del nativo indica que su uso de la ciudad es una
práctica cultural que permite el inter-juego, la comunicación no explícita entre los habitantes,
la posibilidad de elección entre múltiples trayectorias y, aún más, una precaria armonía en las
transgresiones y formas de operar, de modo que el cúmulo de agresiones (provenientes del
ambiente, de los vehículos, del ruido o de los vecinos) no llegue a hacer estallar el
funcionamiento habitual ni interrumpa el fluir de la ciudad. El nativo posee saberes que le
permiten emprender trayectorias complejas, la convivencia con diversas tribus en el espacio
urbano.
“Los significados pasan, los significantes quedan”, afirma Roland Barthes, y esta frase podría
aludir, en el caso de la ciudad, a la permanencia de las calles, edificios, monumentos y al
cambio en su significación. Los estudios sobre el lenguaje revelan que las palabras superponen,
con el paso del tiempo, nuevos modos de significación. Su uso en otros contextos va
imponiendo sentidos renovados a un viejo significante, que no obstante conserva en su
intimidad restos de sus antiguos usos. En el caso de las ciudades, pueden hallarse situaciones
análogas: configuraciones urbanas que han sobrevivido al paso del tiempo y conservado sus
rasgos materiales, van adquiriendo una nueva significación. Los significantes urbanos son
percibidos de modos diferentes por los grupos que en ella habitan. Podría afirmarse que cada
uno de esos grupos imagina y vivencia una ciudad distinta. Habría entonces, en cierto modo,
ciudades paralelas y simultáneas, pero diferentes si se las distingue desde la intimidad de las
vivencias de los diversos grupos de habitantes. Cada una de las subculturas que conviven en la
ciudad posee sus propios dispositivos epistémicos que operan sobre su modo de percibir la
ciudad. A veces personas de distintas generaciones o sectores sociales comparten el mismo
tiempo y espacio, y transitan por una ciudad que se vuelve subjetivamente múltiple.
La ciudad es también, y sobre todo, sus habitantes. La ciudad expresa la cultura compartida
por quienes la habitan. Es también el movimiento, los lenguajes, los comportamientos, las
vivencias y modos de vivir de sus habitantes. La ciudad se manifiesta, también, en el ritmo que
le imprimen los ciudadanos. La ciudad es inteligible para sus habitantes. Esta inteligibilidad
varía según el vínculo que el ciudadano tenga con cada lugar de la ciudad, con la historia y
memoria que lo relaciona en forma intelectual y afectiva con cada sitio. En los habitus
incorporados que refieren a la ciudad, en los usos que se hace de ella, en los códigos y en las
prácticas influye la historia personal, familiar y barrial, el sitio ocupado en la ciudad y la
diferente carga afectiva y cognitiva relacionada con los diferentes lugares. Desde el punto de
vista subjetivo, varía el grado de comunicación, de intimidad, la significatividad de cada
espacio urbano; de allí la sensibilidad hacia las modificaciones. Todo cambio, toda demolición
suelen ser vividos como agresión. Todo habitante construye marcas simbólicas que definen su
espacio personal, que la vuelven propia y familiar. Este proceso consiste en la transformación
del territorio en lugar, que ocurre en el plano de la subjetividad con la depositación de
identidad y de afecto sobre algunos espacios urbanos.
La ciudad es también la cristalización de fetiches que emanan del sistema mercantil. Las
representaciones colectivas están influidas por los sesgos ideológicos que operan sobre la
construcción social del sentido e inciden en la significación de toda clase de objetos. La labor
de buscar y descifrar las señales impuestas por un sistema social en el que impera el fetichismo
de la mercancía, imponiendo su influencia alucinatoria a la ciudad y sus contenidos (calles,
casas, objetos, espejos), parece haber sido uno de los ejes centrales de la vasta labor realizada
durante más de una década por Walter Benjamin (1892-1940) en la ciudad de París.
Son múltiples las lecturas posibles. Se puede intentar la interpretación de la cultura a partir de
la ciudad considerada como un texto infinito, un texto compuesto no sólo por la configuración
de edificios vehículos y objetos, sino también por sus habitantes en movimiento, sus prácticas
e itinerarios, sus acciones y la regulación de las mismas por códigos que no son visibles y
evidentes. La ciudad presenta formas de articulación del espacio, de los movimientos, de los
ritmos y velocidades, que le son peculiares, y sus habitantes se socializan en esas modalidades
del tiempo y del espacio, aprehenden e incorporan estas modulaciones en lo que tienen de
general y en lo propio de los espacios específicos, los barrios, las calles. La ciudad es un agente
en el proceso de socialización, de incorporación de cultura, y cada individuo que nace y crece
en ella se impregna de los ritmos y cadencias, de los modos y modalidades, de los sistemas de
reconocimiento y apreciación; aprende lenguajes y dialectos, gestos y signos que construyen la
identidad del habitante y de cada miembro de las subculturas urbanas pertenecientes a los
múltiples nichos culturales, sociales o espaciales que confluyen en la ciudad.
La ciudad desigual
La ciudad es también expresión de la diferenciación social: ésta puede ser leída y apreciada en
sus calles y arquitectura, en el cuerpo, ropa y gestualidad de los transeúntes, en el alcance de
los servicios que brinda, en el consumo ostentoso de algunos o en los índices de pobreza,
carencia, enfermedad y privaciones.
La ciudad emite señales; diversos signos que influyen en los itinerarios urbanos de los distintos
sectores sociales. Muchas zonas de la ciudad no son invitantes o más aún, son abiertamente
hostiles para aquellos que no son considerados legítimos en ese entorno. La ciudad expresa las
diferencias sociales y manifiesta todos los matices de la distinción.
Las diferencias sociales se reflejan en la vida ciudadana, en los usos y comportamientos de sus
habitantes. La diferenciación social es portada en los cuerpos y las vestimentas, las costumbres
y los hábitos de consumo. Son signos que revelan la pertenencia de clase, de nacionalidad y de
cultura de los habitantes de la ciudad; estos signos los identifican: son registrados y
decodificados en su tránsito por la ciudad. En todo esto incide la “racialización de las
relaciones de clase”, que habla de antiguos procesos de discriminación y exclusión. Existe en la
ciudad de Buenos Aires una apreciación diferencial hacia distintos sectores, en función de su
origen étnico y cultural, que viene relacionada, por lo general, con su nivel socioeconómico.
Características de los cuerpos y de la cultura están asociadas con la distribución espacial de los
habitantes en el territorio urbano. Las fronteras de la ciudad, algunas obvias, otras fronteras
invisibles, son también muchas veces fronteras de clase y de rasgos corporales. A grandes
rasgos podríamos decir que en los barrios de clases más acomodadas predomina la población
con rasgos europeos, mientras que en la periferia, sobre todo en los sectores más pobres, en
los cordones del conurbano predominan habitantes con rasgos latinoamericanos, en cuyos
cuerpos y cultura se advierte el mestizaje y la inmigración desde las provincias del interior o
desde países limítrofes.
A las fronteras notorias que separan los grandes espacios materiales y simbólicos del territorio
urbano, se agregan fronteras internas, a veces sólo perceptibles para sus habitantes. A veces
una calle o avenida opera como frontera simbólica entre la villa (miseria) y el barrio (de clase
media baja). Estas distinciones operan como señales de distinción y a veces inciden en la vida
cotidiana. Por ejemplo, los habitantes de las villas (llamadas de emergencia), al habitar en
viviendas irregulares, muchas veces en tierras tomadas, carecen de un domicilio que pueda
expresarse de igual manera que para el común de los habitantes de la ciudad. El domicilio, una
calle y un número, se transforma en valor simbólico, en factor de distinción y señal de
identidad.
También el espacio se clasifica y jerarquiza en el interior de los sectores más pobres. Los
sectores más antiguos, o de ciertas comunidades, se distinguen y entran en conflicto con los
recién llegados, menos asentados, de peores viviendas, o pertenecientes a determinadas
comunidades migratorias. Las estrategias de exclusión y desprecio, que operan en las
clasificaciones que estos sectores sufren y soportan, son también adoptadas por ellos mismos
con respecto a “otros” que consideran inferiores, al asumir e internalizar los procesos de
socialización y los mensajes dominantes.
La ciudad mediática
En las zonas más densas y transitadas, en el centro, son frecuentes los obstáculos en las
veredas, invadidas, privatizadas de hecho o de derecho, sucias, abandonadas, destruidas;
pseudo-refugios para peatones invadiendo los espacios para caminar. Hay espacios hostiles en
los que abunda el desorden y la amenaza, situaciones de desarreglo y hasta de caos, en
vinculación con la pérdida de funcionalidad de los sistemas expertos, ante la indiferencia o la
insuficiencia de la acción política. Tener competencia urbana supone para el habitante de la
ciudad disponer también de los códigos necesarios para apreciar y actuar con pericia en tales
condiciones
El espacio público se torna hostil, dificultoso, inseguro. La gente en la calle cambia: se torna
desconfiada, el otro no es ya un conciudadano sino un obstáculo que me puede robar o
mendigar o que quiere vender. Retroceden las relaciones entre vecinos, la calle ya no es usada
por familias que sacan su silla a la vereda o por chicos que juegan. La calle es un lugar de
transacciones, de pujas, de circulación, de comercio, de compra-venta.
Se restringen cada vez más los espacios urbanos para la sociabilidad. La interacción, base de la
acción colectiva y de la política, pierde su espacio público. La ciudad es cada vez menos un bien
común. Se va volviendo ajena, y sólo podemos confiarnos, relajarnos y eventualmente ensayar
alguna sociabilidad en nuestra casa o en algún oasis privado.
El shopping es un nuevo espacio social privatizado en el que se instala una nueva sociabilidad
condicionada por los mensajes del entorno, los agentes de seguridad y las insinuaciones meta-
comunicadas en las señales que emite el conjunto, referidas a las condiciones de ingreso y las
pautas de comportamiento: no todos son bienvenidos: el shopping elige su público; en el
shopping hay que consumir, si no se consume hay que circular. Confluyen la dinámica de la
ciudad y la de los medios de comunicación, para configurar nuevas formas de relación y de
vida política. El espacio público por excelencia es hoy el espacio televisivo y la pantalla, en la
que incide progresivamente Internet, y no es casual que en él se diriman los problemas de la
representación política. Surgen nuevas formas de expresión de la vida política y se van
reduciendo los espacios urbanos adecuados para el encuentro y las posibilidades de
participación de los ciudadanos comunes, que en su comunicación e interacción pueden
construir solidaridades. Este proceso es paralelo a la hegemonía del mercado, a la crisis del
sindicalismo, al retroceso de formas más equitativas y humanas de organización de lo
económico y de distribución de los bienes. La política tiende a transformarse en un ejercicio
estadístico, la suma algebraica de voluntades aisladas. El ciudadano, se transforma en
encuestado.
La ciudad expulsa o la T.V. atrae. Es difícil establecer el factor prioritario, lo cierto es que la
ecuación ciudad hostil/carencia de espacios urbanos para la interacción y
participación/televisión abundante, contribuye a la tendencia a retener a la gente en sus casas
y a la gestación de una nueva calidad de espacio público centrado en la pantalla.
La televisión se dirige a familias en sus casas. Pocos emisores y millones de receptores que
tienen escasas posibilidades de diálogo. El espacio público reaparece y se incrementa, pero en
su reencarnación massmediática. Ya no hay grandes concentraciones de personas o son cada
vez más escasas. Ya no hay casi acción colectiva; la televisión genera televidentes, personas
pasivas y aisladas que no tienen comunicación entre sí. Aparece entonces el gran aparato de
simulacros: simulacro de interacción, simulacro de política, simulacro de opinión pública.
Desaparecen el ágora y la plaza pública: lo público se experimenta en privado, en el
aislamiento de las casas.
Hablar de la ciudad massmediática implica reconocer, más allá de la ciudad material y visible,
otra ciudad que existe como experiencia cotidiana de sus habitantes. La comunicación y los
flujos circulan por el éter televisivo y a medida que se va imponiendo la actual revolución
técnica, también la ciudad va registrando cambios. En ese orden, y en el marco de la
mundialización acelerada, derivada de la comunicación instantánea y del desarrollo de
vínculos sin copresencia cada vez más intensos que generan en el plano “virtual” una
desaparición de las distancias, Paul Virilio acuña la expresión “metrópolis virtual” para referirse
a la progresiva interconexión entre las ciudades del mundo. Desde esta perspectiva, las
ciudades, situadas en distintos continentes, serían “barrios” o “suburbios” de una meta-ciudad
mundial.
Conclusión
Para concluir, es importante destacar que las transformaciones que la ciudad experimenta van
diluyendo su condición de lugar de encuentro con los otros y de espacio de interacción y
participación. Los habitantes viven y transitan en una ciudad cada vez más ajena e inaprensible
y son clasificados en categorías del anonimato: “consumidor”, “contribuyente”, “respetable
público”, “encuestado”. Cambia la ciudad, se trasladan las fronteras internas. Con las
transformaciones en su funcionamiento varían los signos y sus significados y ante la progresiva
reducción de las condiciones que tornaban a la ciudad humana y habitable, sus habitantes se
enfrentan con una crisis que erosiona el ejercicio de la ciudadanía y su participación en la
construcción de la cultura.
Postscriptum
Meses después de escrito el texto que antecede, los hechos ocurridos en Argentina proponen
un nuevo examen de algunas de las hipótesis planteadas, sobre todo aquellas referidas a la
carencia de espacios en la ciudad para la expresión y diálogo entre sus habitantes y, en
general, a la crisis de la interacción en el ámbito urbano.
A partir de esa fecha, y hasta el presente (mayo de 2002), pocos meses después, fue notorio el
aumento en la participación de habitantes provenientes de distintos sectores urbanos y la
aparición de nuevas y variadas formas de interacción. Las calles y espacios abiertos de la
ciudad, las carreteras y las plazas, se han convertido en teatro, no sólo de ruidosas expresiones
de protesta, también de fuerte impugnación hacia los modos en que se desenvuelve la política
y de reflexión y debate acerca de las formas de representación vigentes. Los métodos de
protesta y de expresión son imaginativos y diferentes, desde marchas y piquetes (bloqueo de
carreteras) sobre todo por parte de sectores populares, hasta ruidosos cacerolazos con la
intervención de muchas mujeres de distintas edades y asambleas barriales deliberativas
protagonizadas principalmente por sectores medios urbanos.
Los acontecimientos son demasiado cercanos para poder extraer conclusiones, pero es
importante advertir que se ha producido un cambio significativo que ha sacudido la pasividad y
la inacción. Grandes sectores de la población salen a la calle, reclaman participación, impugnan
y descalifican las anteriores formas de delegación y la sustitución de su soberanía. El espacio
público se convierte en escenario de asambleas, tienen lugar ruidosos reclamos y marchas
vibrantes, el protagonismo de los habitantes ha iniciado una nueva etapa.
Junto a estas manifestaciones, y como parte de la crisis económica y social que les ha dado
origen, aparecen también nuevas formas de solidaridad y apoyo mutuo y originales
modalidades de intercambio, producto de la iniciativa popular. Se destacan entre estas nuevas
expresiones los clubs de trueque, que se han desarrollado con extraordinaria rapidez y pujanza
en numerosos lugares de la ciudad y su conurbano, al igual que en ámbitos provincianos, como
alternativa y desafío al claudicante mercado capitalista. Ponen en acción un ámbito de
intercambio de bienes y servicios, sin ganancia, sin trabajo asalariado, sin crédito y sin
burocracia y, sobre todo, al margen de la intervención del estado o de las empresas. Desde
luego que estas formas precapitalistas no constituyen una solución para la situación
productiva y financiera del país, pero brindan salidas dignas a las carencias de la coyuntura que
mucha gente aprovecha y que permiten, para muchos, una modesta posibilidad de
subsistencia.
Un eje que atraviesa esta transformación es la profunda crisis económica, acompañada de una
no menos profunda crisis en la política. Buena parte de la población, defraudada y
empobrecida, pone en cuestión todo aquello que poco antes connotaba autoridad, trátese de
personas, de discursos o de mensajes de los medios. Quienes medían su popularidad por
votos, por encuestas o por rating, son ahora cuestionados y estigmatizados. La crisis, el
desempleo, la falta de dinero, la frustración, el sentirse engañados, defraudados y despojados,
ha llevado a mucha gente a sacudir su inercia, a inventar nuevas formas de expresión, de
encuentro y de protesta, a deliberar en busca de soluciones. Este es el estado en que se
encuentra nuestro país y nuestra ciudad: un momento de ruptura con los antiguos ídolos, una
etapa de protesta, de indignación, de búsqueda, de movilización que contrasta con la reciente
pasividad. La ciudad está escribiendo un nuevo texto que todavía no estamos preparados para
descifrar.