A Falta de Pan Buenas Son Tortas. Bolet Peraza

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A FALTA DE PAN BUENAS SON TORTAS

Comedia De Costumbres
De Nicanor Bolet Peraza

El teatro representa una tienda de sastrería, con un maniquí, roperos, un escritorio y


demás enseres.
Escena I
Don Toribio, doña Bibiana

Don Toribio: (Leyendo un periódico) ¡Pues señor, no hay ya nada que esperar
de esta situación! ¡Cuando don Cirilo ha llegado a ser Ministro! Un hombre que
ayer no más era un pelagatos, y que sólo a fuerza de intrigas y de bajezas ha
podido conseguir una posición política hasta cierto punto envidiable... Si no
digo yo...
Doña Bibiana: Y bien, ¿qué tienes tú que decir? ¿Acaso puedes censurar en
los demás aquello en que justamente estás incurriendo? Te parece muy
extraño, y lo criticas, que don Cirilo sea lo que es, y tú estás deseando para ti
otro tanto; y no sé si hay diferencia entre tus merecimientos y los suyos...
Don Toribio: ¿Quiere usted callar, señora ignorante? ¡Qué sabes tú lo que te
dices! Yo critico que don Cirilo sea Ministro, no porque se haya elevado hasta
esa Magistratura, de la nada en que vivía, sino porque no puede alegar
servicios de ningún género en esta situación que otros han creado y de la cual
él solo se engulle la miel que produce, en tanto que los otros nos chupamos el
dedo.
Doña Bibiana: Pues bien; esa es la política. Aquel que más hace menos
merece; pero a ti ni te va ni te viene nada en el asunto, pues que no has
hecho, ni haces, ni te propones hacer nada en favor de ningún gobierno,
pasado, presente ni futuro. Sastre eres, y sastre serás hasta que venga la
tierra y el pisón.
Don Toribio: ¡Basta, basta mujer!, ahora no extraño yo que los gobiernos
echen en olvido los servicios de sus defensores, cuando esta desgraciada...
¡Esto es el colmo de la ingratitud! Suficiente motivo sería este para que ahora
mismo tomase mi carabina y me fuese a una punta de cerro a enarbolar el
estandarte de la rebelión.
Doña Bibiana: Si no coges la vara de medir, que es la única arma que te he
visto manejar, y enarbolas algún retazo de pantalón, que es el estandarte que
te viene de perilla...
Don Toribio: Mira Bibiana; no me calientes los cascos, porque aun no me
conoces mis arranques marciales. Es preciso que sepas que dentro de este
pecho que ahora ves cubierto de alfileres y agujas, late un corazón que ya
envidiarían muchos generales que yo conozco y que jamás han hecho la
guardia ni a un monumento, ni han visto el plomo sino en el enconductado de
las calles. Tu hermano, por ejemplo, aquel mojiganga que carga más galones
que el Nazareno de San Pablo y más estrellas que el manto de la Soledad; tu
hermanito, digo, es uno de esos que si oye sonar un triquitraque es capaz de. .
Doña Bibiana: ¡Vas a callarte si no quieres haya hoy las de San Quintín! Deja
a mi hermano tranquilo y ocúpate de corregirte a ti mismo. Bien dice el refrán:
que nadie ve la viga en su ojo.

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Don Toribio: ¡Bien! Tú lo has querido. ¡Poner en duda mis servicios a la
patria! ¡Decir que nada le debe esta República a don Toribio Zurcetelas! ¡Ah!,
porque no salgo echando bandos por esas calles de Dios, como muchos hacen,
refiriendo sus hazañas y proezas... No señor. Tú sabes, Bibiana, que ni en mi
juventud fui ambicioso. Ahora dime, mujer vendida a la ingratitud, ¿qué
hubiera sido de la nave del Estado si cuando el gobierno dejó de pagar el
presupuesto tres años con sus días y sus noches, no le hubiera yo abierto mi
tienda a los pobres empleados? ¿Y aquel uniforme que hice para el general
Celedonio Tragalanzas; y aquel voltear de levitas para los Secretarios, que
daba gusto verlos con sus bolsillos a la izquierda?...
Doña Bibiana: No sigas, hombre, no sigas, que según te vas explicando, tu
hoja de servicios es más ilustre y más gloriosa que la del Cid Campeador.
Don Toribio: Pues sí señora, no lo diga usted con esa sorna. Todos los
ciudadanos sirven a su patria de diversas maneras. Unos, con la espada, otros
con la pluma, estos con el hisopo, aquellos con el bisturí y la lanceta, los otros
con sus caudales, y yo, señora mía, la he servido...
Doña Bibiana: ¿Con qué, vamos a ver, con qué la has servido tú?
Don Toribio: ¡Con mi tijera! ¡Cuántos prójimos he conocido yo que a falta de
otro instrumento cortante la han servido con las uñas!
Doña Bibiana: En fin, Toribio, dejemos estas discusiones políticas, que no
hacen sino amargar nuestra vida conyugal. Tú no has de ser empleado, ni cosa
parecida; con que, abandona esa manía; y dedícate a cortar bragas y chalecos,
que al fin es un medio seguro de ganar la vida. (Aparte) No sé cómo pueden
vivir las mujeres de los empleados, pendientes siempre del presupuesto... que
hace que la pobre mujer esté siempre como a quien le tiran de los pelos de las
sienes.
Don Toribio: Ya tú ves, mujer, que estás desbarrando como una cotorra. Eso
sucede cuando los gobiernos echan mano de hombres como don Cirilo, por
ejemplo, un quidam, que ni teneduría de libros sabe, excepto aquello de
aprovechamientos, traslación de caudales (Hace como que se echa algo en los
bolsillos), y otras partidas por este tenor. Pero ¡qué diferencia, si un gobierno
justo y honrado sacase sus ministros de entre aquellos ciudadanos que vivimos
lejos de la intriga y de la adulación!
Doña Bibiana: Y hay quien soporte semejante majadero...
Don Toribio: Si verbi-gracia, y esto no es sino una suposición, me llamase el
gobierno y me dijese: Don Toribio, usted es el hombre que necesita la Hacienda
para salir del caos en que está sumergida. Haga usted el sacrificio patriótico de
aceptar la cartera de finanzas por algunos meses y ofrende a la patria sus
talentos administrativos; porque los tengo, Bibiana, los tengo.
Doña Bibiana: ¡Ah, sí! (Aparte) como que necesita que Emilia le lleve las
cuentas de la sastrería...
Don Toribio: Entonces sería otro cantar. Todo abundancia, todo contento. ¿El
tesorero? Pila de agua bendita en que todo fiel cristiano tendría el derecho de
mojar su dedo. ¿Las aduanas? Temperamentos mejores que El Valle y
Antímano. Eso sí; allí estaría siempre mi vigilancia para decirle al que estuviese
ya gordo de panza y grueso de carrillos: deja entrar a este otro prójimo que es
un espárrago, y que engorde, que la patria es para todos. Desengáñate,
criatura: si la tesorería fuera una mujer de carne y hueso y pudiera hablar, tu

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verías como le faltaba voz para responder a todo el que se arma de un trabuco
o de una lanza, o se monta en una tribuna a llamarla con estos nombres
(Llamando) ¡Constitución!, ¡Libertad!, ¡Orden!, ¡Garantías!, ¡Moralidad!,
¡Sufragio! y etc.
Doña Bibiana: ¿De modo que tú también eres de los que le haces esas
llamaditas, cuando te pones a hacer oposición y a vomitar disparates?...
Don Toribio: ¡Calla, mujer! Yo estoy hablando en Ministro y no en Toribio!
Doña Bibiana: Está visto que te has propuesto perder la chaveta y volverme
loca a mí también. Y para que duela más, el trabajo parado. Ya vendrá don
Narciso a medirse la casaca y no has dado puntada. Me voy y te dejo solo, a
ver si así acabas esa obra. (Aparte) Pero si le dejo los periódicos se pasará el
día leyendo noticias y nombramientos. (Toma los periódicos)
Don Toribio: ¿Qué haces, mujer?
Doña Bibiana: Nada; necesito estos papeles para sacar unos moldes. (Vase)

Escena II
Toribio solo, después Perico

Don Toribio: Anda ahí, mujer antipatriótica, que así ves con indiferencia los
sagrados intereses de la Patria de tu marido. Coser, coser, pegar botones,
zurcir medias, remendar trapos: eso es una mujer. Sáquenlas de allí y no valen
maldita la cosa.
Perico: (Entrando con un periódico en la mano) Señor Toribio, aquí han tirado
por la ventana El Cañón rayado; tómelo usted.
Don Toribio: ¡Ah! dame acá. (Desdoblándolo) ¡Cañón de mi alma!, ¡rayado de
mis entrañas! Este si que es todo un órgano del país. ¡Qué oposición tan
vigorosa!, ¡qué independencia tan... tan buena!, ¡qué valor civil y qué
patriotismo! Pero, ¿qué veo? ¿Será cierto? (Limpia los espejuelos, se los coloca
y lee en alta voz con dificultad) Por fin la administración, oyendo nuestras
indicaciones ha torcido... (aparte) ¡torcido! ¿por qué no te han torcido a ti el
ombligo?, ¡veleta! (Lee) el rumbo en su marcha, y hoy se encamina a todo
trapo a los puertos de la Libertad. (Aparte) ¡Esto no es posible! Don Facundo
está loco, o ha cedido la redacción a algún muerto de hambre. Pero
prosigamos. (Lee) La paz es una necesidad ingente del país, y si antes
predicábamos la guerra era porque el Gobierno se apartaba... ¡vamos, esto es
insoportable! ¿Y qué le habrá dado a este don Facundo?
Perico: Pregunte usted más bien qué le habrán dado...
Don Toribio: ¡Cómo! Perico, tú crees que don Facundo...
Perico: Yo no creo nada... pero...
Don Toribio: Acaba, ¿qué ibas a decir?
Perico: Pues sepa usted que se ha descubierto que don Facundo era
ventrílocuo.
Don Toribio: ¡Ventrílocuo! ¿Y qué empleo es ese?, ¿qué sueldo tiene?
Perico: No es empleo, pero sí un medio de pescarlo. Es simplemente una
facultad por la cual se habla por el estómago. ¡Ay señor don Toribio!, la
oposición muchas veces no es sino una sociedad de ventrílocuos consumados.
Don Toribio: De manera que yo también soy... (Tocándose el estómago)
Perico: Lo más fácil es. Dígame, don Toribio, ¿siente usted que su patriotismo

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le sale alguna vez de estos vecindarios? (Señala al vientre)
Don Toribio: Casi siempre, Perico, casi siempre. No sé si lo que me digo.
Perico: ¡Pues ventrílocuo de primera fuerza!
Don Toribio: (Viendo el periódico) ¡Está visto! ¡Ya no hay de quien fiarse!
¡Todo el mundo es Popayán! ¡Ah!, dime, Perico, y ahora, ¿qué va a hacer don
Facundo con el título de su periódico? Le tendrá que cambiar por otro menos
faccioso...
Perico: Eso estaría bueno si don Facundo fuera de los que se maman el dedo.
Cañón rayado se llama y Cañón rayado se habrá de quedar. Sólo que en vez de
disparar la metralla sobre el gobierno, la vomitará sobre la oposición. ¿No sabe
usted que los cañones rayados son giratorios?
(Don Toribio se queda inmóvil, Perico se retira diciendo:)
Perico: Con este golpe es capaz de tirar piedras. (Vase)

Escena III
Don Toribio y Narciso, luego Emilia

Don Narciso: Felices días, don Toribio. Pero, qué pensativo está usted, no
parece sino que le ocurre a usted algo muy grave.
Don Toribio: Dios guarde a usted, señor Narciso; no tengo nada, no señor. No
hay motivo para que esté triste. Si todo marcha a pedir de boca, si el gobierno
es muy bueno, y sobre todo, ha oído las indicaciones de la prensa ilustrada,
como dice ese miserable de don Facundo.
Don Narciso: Pero, bien, ¿qué sucede?
Don Toribio: Nada, nada. Usted es un ministerial de capa rajada y lo verá
todo color de rosa. Pero doblemos la hoja. Me había olvidado de que debía
usted venir a medirse la casaca; sírvase esperar un instante que ya estará lista.
(Toma la casaca y le pega una falda, mientras tanto Narciso toserá tres veces
para que aparezca Emilia hasta la puerta lateral)
Don Narciso: Emilia, amada Emilia, ¿no me has oído?
Emilia: Sí, Narciso; pero estaba procurando distraer a mamá que está muy
preocupada con la manía que ha cogido el pobre papá de que ha de ser
empleado.
Don Toribio: (Cosiendo) Si no hay qué esperar ya. ¡No sé cómo no están
peleando en las calles, y ocupando el Calvario, y atrincherado el gobierno, y
tronando el cañón, y embargando los burros, y pegándole fuego al demonio!
(Distraídamente toma el periódico y lo cose junto con la otra falda)
Don Narciso: No temas por eso, Emilia, yo hallaré el medio para que su
locura cese y sea propicio a nuestro amor.
Emilia: Pero, ignoras que te tiene ojeriza...
Don Narciso: Lo sé, pero no importa. Hoy mismo sabrá de mis propios labios
mis intenciones respecto a ti.
Don Toribio: ¡No, no; esto no puede durar! ¡Don Cirilo, Ministro!, ¡don
Facundo ventrílocuo del gobierno! iTodo el mundo en candelero y yo... todavía
en palmatoria!
Don Narciso: Le hablaré hoy mismo, bien mío, no tengas cuidado, y fía en
este corazón que es todo tuyo. Hasta luego.
Emilia: No tardes mucho, que me mata la incertidumbre. (Vase)

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Don Toribio: Venga usted, don Narciso, puede probarse la casaca.
Don Narciso: (Probándosela) Las solapas están buenas. (Se toca las faldas)
Pero, ¿qué es esto? ¿Se ha vuelto usted loco, don Toribio?, esto es una casaca
de Judas.
Don Toribio: ¡Maldito sea el gobierno!... Perdone usted, don Narciso; ¡tengo
la cabeza hecha una maraca! Déme usted acá. (Le quita la casaca a don
Narciso y arroja al suelo el periódico)
Don Narciso: Recobre usted la calma, don Toribio. Mire que en política los
hombres exagerados son los que menos medran.
Don Toribio: Eso no es así, don Narciso. Aquí tiene usted a don Facundo, que
ayer no más era un energúmeno, que predicaba la guerra, la rebelión... y hoy
lea usted, lea usted...
Don Narciso: Conozco ya la evolución de don Narciso Veleta.
Don Toribio: ¡Maldito sea ese alemán!... ¿Cómo lo llaman, don Narciso?
Don Narciso: ¿A quién?
Don Toribio: A ese que inventó la imprenta...
Don Narciso: ¡Ah!, el gran Guttenberg.
Don Toribio: ¡El diablo cargue con ese franchute! No hay remedio. Yo no
podré escribir periódicos; si apenas alcanzo a leerlos... Es verdad que talento
no me falta, pero en un talento... así... al mazo, lo que llaman talento práctico,
no de papelerías... ¡Dios eterno! y con su plan tan bonito entre la cabeza!
Don Narciso: (Dándole palmaditas en el hombro) Hay otros medios, don
Toribio, hay otros medios...
Don Toribio: Serán demasiado bajos, cuando yo no...
Don Narciso: Si usted contase con una persona amiga que le recomendase al
Presidente...
Don Toribio: ¡Amigos!... ¿Por qué no me propone más bien coger
cabañuelas?
Don Narciso: Porque es más fácil muchas veces encontrar un amigo; aquí
tiene usted delante al que necesita.
Don Toribio: ¡Usted, don Narciso!
Don Narciso: Tengo un pariente de mucho influjo en el gobierno que no se
negará a interesarse por usted.
Don Toribio: ¡Joven generoso, patriota sin igual, salvador de su país, déjeme
que le ahogue mi gratitud! (Le abraza)
Don Narciso: Me voy, don Toribio. Desde ahora mismo pongo en juego mis
resortes y no temo asegurar a usted que los diarios de mañana registrarán su
nombramiento. (Vase)
Don Toribio: (Acompañándole hasta la puerta) ¿De verás, hombre?, espérese
usted, no se marche... sí, sí, márchese usted pronto... (Con efusión) ¡Qué cosa,
Dios mío!, ¡qué alegría! Pero, señor, ¿para cuándo serán los sofocones y los
patatús? ¡Hace rato que yo debía estar desmayado!

Escena IV
Don Toribio solo, Perico que entra después

Don Toribio: Sí; él lo ha dicho (Con alegría) en los diarios de mañana.


(Repasando en el periódico que está en el suelo y cogiéndole con cariño) ¡Ven

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a mis brazos, Facundo de mi corazón! veamos, veamos lo que hablas, pico de
plata... (Lee), "El gobierno como que ha oído al fin"... ¡Ay!, ¡pues cómo no ha
de oír!
Perico: (Entrando) La señora le espera para almorzar.
Don Toribio: ¡Déjate de almuerzos, Perico! ¡Estoy repleto, no tengo hambre!
Perico: ¿Se habrá comido los retazos que estaban en el cajón? (Se dirige a ver
el cajón donde se guardan los retazos) Yo he sabido de locos que la han dado
por ahí.
Don Toribio: (Le detiene) ¡Oye! ¿No ves en mi rostro retratada la felicidad?
Perico: Yo no entiendo jota en materia de caricaturas... Pero, ¿qué es lo que
ocurre, maestro?
Don Toribio: Llámame don Toribio por ahora, que más tarde tendrás que
llamarme señor Ministro, señor Tesorero... o algo por esa vitola.
Perico: (Aparte) ¡Pues señor... de remate! (Dirigiéndose a la puerta lateral y
hablando alto hacia el interior) ¡Qué traigan el samuro y los sinapismos!
Don Toribio: ¿Qué estás ahí rezando? ¿Todavía no tengo sino síntomas de
Ministro y ya comienza a rugir la oposición? Ciudadano Perico (Le agarra por
él brazo) Sepa usted que para los tumba-gobiernos tengo yo un buen
remedio. ¡Les abro un ojal en las tragaderas y van a que San Pedro les corte
bragas!
Perico: (Aparte) No hay remedio. Tendré que ser el Sancho Panza de este
Quijote. (A don Toribio) Estoy dispuesto a seguirlo, don Toribio; pero ¿cuándo
me compra el burro?
Don Toribio: ¡Qué burro ni qué niño muerto! Mira, voy a hacerte aguar la
boca. Don Narciso que tiene parientes y amigos en el gobierno me hará
nombrar Ministro.
Perico: Sí; ya comprendo; lo que llaman alguacil.
Don Toribio: ¡Eh!, ¡no seas tonto!, Ministro de Estado, Ministro de Hacienda.
Mira, acaban de salir de aquí más de doscientas personas del pueblo que han
venido a pedirme permiso para darme una serenata.
Perico: ¿Ahora, a mediodía?
Don Toribio: ¡No señor! Esta noche. Ya verás que la cosa cuaja.
Perico: (Aparte) Lo que estoy viendo es que no entiendo ni palabra...
Don Toribio: Cuenta pues con que te nombraré...
Perico: (Tirando al aire la gorra) ¡Portero del Ministerio!, ¡vivaaa!
Don Toribio: ¡Quita allá, majadero! EI hombre sin ambición es inútil para su
Patria. Serás mi secretario.
Perico: ¿Yo... su... Secretario...? ¿Y qué sé yo de Secretarías? Si ni mis
propios secretos sé guardar...
Don Toribio: ¡Qué de disparates! Secretarios he conocido yo que sumaban
con los dedos...
Perico: Ya lo creo; si los Ministros restaban con las uñas...
Don Toribio: Vamos, no te discuto el punto. Ayudemos a don Narciso en su
noble empresa. Tú que tienes algún talento (al que anda con la miel algo se le
pega), escribe allí, en esa mesa, un artículo para El Cañón rayado en que
muchos ciudadanos me recomienden para el Ministerio.
Perico: Pero, ¿y dónde reclutamos esos muchos ciudadanos? Si a los mismos
gobiernos les cuesta trabajo para coger a salto de mata algunos voluntarios...

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Don Toribio: ¡Bah, bah, bah!, si eres un tonto de capirote. Esos muchos
ciudadanos son como la mayor parte de los sufragantes en una elección de
Diputados. Entes imaginarios, seres impalpables.
Perico: Serán entonces angelitos. Mire usted la doctrina de Ripalda lo dice:
(Remedando a los muchachos de escuela) ¿Qué cosa son los ángeles? Unos
espíritus puros que no tienen cuerpo.
Don Toribio: Las más veces son difuntos que aun con siete pies debajo de la
tierra siguen dando su voto y su opinión con entera libertad. ¡Pocos muertos
del cólera morbus he visto yo firmando votos de gracia, felicitaciones y
pronunciamientos!
Perico: Pues convenido, firmaremos por esos patriotas.
Don Toribio: Vamos al título. Esto decide casi siempre del éxito de un escrito.
Busquemos un título bien sonoro, bien retumbante...
Perico: Sí; busquemos. (Don Toribio se pone a pensar, con el dedo en la
frente y Perico le remeda; de repente exclama Perico)
Perico: ¡¡¡Al público!!!
Don Toribio: ¡Eh!... no seas babieca. Eso es un lugar común. No hay
impertinente que quiera decir alguna necedad, que no salga con eso de ¡Al
público! Déjame buscar yo... (Piensa, un momento y de repente exclama:)
¡¡¡Terremoto!!!
Perico: (Cayendo de rodillas y elevando con terror los ojos al cielo)
¡Misericordia! ¡Misericordia!
Don Toribio: (Cayendo también de rodillas y golpeándose el pecho, con
espanto) ¡Misericordia! ¡Dios mío! ¡Misericordia! (Con contrición)

El trisagio que Isaías


Escribió con grande celo,
Lo oyó cantar en el cielo...

(A Perico), pero, dime, Perico, ¿fue muy fuerte la os-ci-la-ción?


Perico: Si yo no he sentido nada.
Don Toribio: Y ¿cómo pedías misericordia y me has hecho caer de rodillas y
hasta comenzar a rezar el trisagio?
Perico: (Levantándose y don Toribio hace lo mismo) Pues, hombre. Si usted
grita de repente ¡Terremoto!, como si ya tuviera media casa encima.
Don Toribio: Siempre la ignorancia haciendo de las suyas. ¿No sabías que
buscaba un título bien retumbante? Pues ese fue el que encontré...
Perico: ¿Cuál? ¿El de... terremoto? Pues más retumbante no lo inventaría el
mismo Lucifer.
Don Toribio: Pues bien, Perico; cuando ese efecto nos ha causado a
nosotros, ¿cómo será el que produzca en las masas populares? ¡Cuándo el
perro muerde a su amo!... Escribe, escribe, hijo.
Perico: (Escribiendo) ¡Terremoto!
Don Toribio: Ponle diez admiraciones.
Perico: Ya están. ¿No le ponemos de una vez un par de misericordias y unos
cuantos golpes de pecho?
Don Toribio: Vamos, no te chancees, que es cosa seria. Ahora, mientras yo
voy a almorzar, escribe... lo que te parezca sobre mi recomendación; eso sí,

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nada de exagerar, que con la verdad que digas tienes para hacer un libro.
Perico: Descuide usted, que lo voy a poner como un frasco de panacea...
(Vase Toribio)

Escena V
Perico solo

Perico: ¡Vaya una manía la de don Toribio! Querer hacerse Ministro un


hombre que no sabe leer en letra de carta y que con mil trabajos descifra la de
catón; que el día en que las gallinas no dejan grano de maíz en la casa, no hay
forma de que saque las cuentas, y que ni para cortar un pantalón vale gran
cosa. Pero escribamos el dichoso artículo (Escribiendo) Bien;... muy bien...
magnífico, soberbio... ¡descomunal!... Me parece que ha quedado a pedir de
boca. (Lee) ¡¡Terremoto!! (Ave María purísima) "Tiempo es ya de que en la
Hacienda pública tenga efecto un verdadero terremoto que derribe las
carcomidas ideas sobre las que se han basado hasta la fecha las operaciones
fiscales. Un nuevo plan, una nueva organización se necesita; y sólo un hombre
puede realizar tan estupendo prodigio y éste es don Toribio Zurcetelas,
patriota acrisolado, estadista profundo que ha pasado la mitad de su vida
tomando medidas (esta es la única verdad del cuento), para llegar a combinar
un sistema administrativo que habrá de ser el pasmo del presente y la
maravilla de las generaciones futuras. Esperemos que el Gobierno aprovechará
los grandes talentos del ciudadano Zurcetelas nombrándole Ministro de
Hacienda si quiere que ésta se salve de la bancarrota. Muchos ciudadanos".

Escena VI
Perico, don Toribio

Don Toribio: (Entrando) ¿Has concluido, Perico?


Perico: Sí, señor; lea U...
Don Toribio: No; no es necesario; tengo confianza en tu talento. .. y como el
asunto se presta...
Perico: Voy a leerlo; es corto.
Don Toribio: No te molestes, que tenemos que ganar tiempo. ¡Ah! He estado
pensando mientras almorzaba, que sería de mejor efecto, que firmásemos a
cada uno de esos ciudadanos por sus nombres y apellidos... Eso así... en
bloque, parece siempre escrito por uno mismo. Ya la gente está muy avisada,
Perico.
Perico: Pero, ¿y cómo nos componemos para eso? don Toribio. Usted mismo
dice que son entes imaginarios...
Don Toribio: Pues por lo mismo. Los bautizamos con nombres imaginarios.
Escribe y verás qué bien salimos. Si creerás que esto es nuevo... Mira; el año
de 46 fui yo miembro de la junta electoral de mi parroquia, y era un gusto ver
cómo bautizábamos los sufragantes. ¡Ja, ja, ja! De entonces acá no hay junta
de elecciones que no tenga su cura para los bautismos y su obispo para las
confirmaciones. Ahora verás. Yo voy dando los nombres y tú los apellidos. (Se
sientan a la mesa de escribir) Para más facilidad tomaré el almanaque (Lo
toma).

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Perico: Ya estoy listo; venga el nene que ya tengo el agua bendita.
Don Toribio: (Después de ponerse los espejuelos) ¡Sandalio!
Perico: ¡Jaramillo!
Don Toribio: ¡Bueno, ese es el golpe! ¡Cornelio!
Perico: ¡Monteverde!
Don Toribio: Procura huir de los apellidos muy conocidos. Siempre hacen
mejor efecto los nombres del pueblo. ¡Ciriaco!
Perico: Espérese, que no se me ocurre ninguno. Maldita memoria la mía. Les
pondremos apellidos de cosas. Comenzaré con las frutas. Vamos, ¿cómo dijo
usted?
Don Toribio: iCiríaco!
Perico: ¡Naranjo!
Don Toribio: iCeledonio!
Perico: ¡Piña!
Don Toribio: ¡Pantaleón!
Perico: ¡Lima!
Don Toribio: ¡Raimundo!
Perico: ¡Guanábana!
Don Toribio: ¿Qué apellido es ese?
Perico: Apellido indio. Esas gentes del pueblo, y principalmente de los pueblos,
se ponen nombres de lo primero que encuentran. ¡Raimundo Guanábana! Este
debe ser de Los Teques...
Don Toribio: Escribe, pues, Ambrosio.
Perico: Se me han agotado las frutas, sigamos ahora con los animales...
¿Cómo dijo usted?
Don Toribio: ¡Ambrosio!
Perico: ¡Toro!
Don Toribio: iEmeterio!
Perico: ¡Vaca!
Don Toribio: ¡Mamerto!
Perico: ¡Lagartija!
Don Toribio: ¿Quién es ese?
Perico: Otro indiecito. Ahora comienza a bajar la gente de los Altos.
Don Toribio: Vamos, con esos basta.
Perico: ¡Qué lástima! Cuando iba a entrar con las legumbres y las maderas.
Tenía en la punta de la lengua un Policarpo Rábano, un Tristán Pepino, un
Romualdo Pardillo, un Salustiano Vera, y así un millón... Me parece que son
pocos, don Toribio...
Don Toribio: Para eso se le pone ahora... escribe... "Siguen mil quinientas
firmas".
Perico: (Con asombro) Usted es un hombre extraordinario, don Toribio. ¡Cómo
lo allana usted todo! (Escribe)
Don Toribio: Vete pronto; lleva a don Facundo el manuscrito, y dile que esos
señores desean ver hoy mismo eso en letra de molde.
Perico: Por supuesto, que le diré también que les pase la cuenta a esos
ciudadanos firmantes.
Don Toribio: Ya se arreglará eso. Todos se la tragarán menos el impresor.
Vete. (Vase Perico)

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Escena VII
Don Toribio solo

Don Toribio: Ahora sólo me resta, para completar el efecto que habrá de
producir el artículo de esos patriotas, que yo me vaya casa del Presidente, le
haga una visita y le deje entrever mis profundos conocimientos... Vamos;
pongámonos un traje aparente para el objeto... Esta levita me va bien; es de
un Jefe de Sección que tiene mi mismo cuerpo. Pero no; la levita no es de buen
tono... Esta casaca... Ah sí; la casaca del Diputado Botalón. ¡Un tesoro de
elocuencia! En cada Congreso le remiendo diez o doce veces el asiento de los
pantalones. Este sí que es un traje diplomático. Vamos, venga el sombrero.
Ajajá. Ahora sí que estoy hecho todo un legislador. Pero, ¿cómo saludaré al
Presidente?, ¿qué le diré? Ensayemos primero. (Busca con la vista algo y ve el
maniquí) Hagámonos el cargo de que este maniquí es el Presidente. ¡Cuántos
Presidentes han hecho el papel de maniquíes! (Coloca el maniquí frente a él)
¡Buenos días caballero!... ¿Cómo está su Excelencia? (Cambia la voz) A la orden
de usted, señor mío. (Aparte) ¡Ay!, y qué amable es el Presidente. ¡Si no hay
como rozarse con los que mandan para conocerlos y estimarlos! (Cambia la
voz) Siéntese usted, y sírvase decir en qué puedo servirle. (Aparte) Vamos con
tiento; no esperaba yo tanta aquella…; ¡y yo que le he hecho la oposición! El
deseo de ofrecer a Vuecencia mis más profundos respetos a la vez que...

Escena VIII
Toribio y Bibiana

Doña Bibiana: (Entrando) A la vez que tu simpleza y tu locura.


Don Toribio: ¡Cómo Bibiana! ¿Te atreves a hablar así delante del Presidente?
Mira que no estás en tu juicio...
Doña Bibiana: El que no está en el suyo eres tú. ¿Creerás por ventura que
ese muñeco es el Presidente?
Don Toribio: (Azorado) Es verdad; me había parecido... ya se ve; no está uno
acostumbrado a las altas recepciones...
Doña Bibiana: Y bien, ¿para qué te has disfrazado con ese vestido?
Don Toribio: ¿Cómo que para qué? Ignoras que no volveré a ponerme esa
chaqueta, y que voy a dar al traste con todos esos avíos? Señora Ministra,
Señora Tesorera. Prepare usted la comida a su señor esposo, que vendrá
fatigado y con hambre de la oficina. (Vase saludando)

Escena IX
Doña Bibiana, luego Emilia

Doña Bibiana: ¡Dios eterno! Si ha perdido a la vez todas las clavijas del
cerebro. Señora Ministra... señora Tesorera... ¡señor simplón! Buen tesoro he
de tener yo que guardar... Un loco a quien habrá que rapar la cabeza y ponerle
una cadena. Cielo santo, dale fuerzas a esta infeliz mujer. (Ve que Emilia se

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acerca) Llegas a tiempo, hija, para que cuides de la tienda; yo no puedo
tenerme en pie. Las cosas de tu padre me causan una terrible angustia. (Vase)
Emilia: Es verdad... la pobre mamá... (Se pone un momento triste) El corazón
me dice que Narciso no debe tardar. ¡Y pensar que papá no le mira con buenos
ojos porque es amigo del gobierno! ¡Puede que lleve su pasión política hasta
causar nuestra desgracia! Pero ¿no es mucho pretender que una pobre
muchacha se resigne a seguir los caprichos de un padre que no piensa sino en
sus politiquerías y en sus majaderías...? No, señor. Yo amo a Narciso como
puede y debe amar una muchacha honrada. ¿Y qué hacer si papá no consiente
en nuestro matrimonio...?

Escena X
Emilia y Narciso

Emilia: ¿De veras? ¿Y se lo has dicho todo?


Don Narciso: Sí, consentirá, querida Emilia. Tu padre y yo somos los mejores
amigos.
Emilia: ¿De veras? ¿Y se lo has dicho todo?
Don Narciso: No, aun no ha llegado la oportunidad. Yo te prometo que no
pasará el día de hoy sin que lo sepa.
Emilia: Si así lo cumples, hoy mismo se lo confesaré yo también a mamá. Mira,
mira como me salta de gozo el corazón. (Se pone la mano en el pecho)
Don Narciso: ¿A ver...? (Estira la mano)
Emilia: Alto allí señor mío; ¿de cuándo acá se ha metido usted a médico?
Don Narciso: Pero si tú misma...
Emilia: ¿No te he dicho que esta mano te pertenece? Pues lo que ella sienta es
como si tú lo sintieras, porque es tuya, solamente tuya.
Don Narciso: Un hombre con tres manos es un fenómeno, hija. Deja que me
coma a besos mi tercera mano, dame acá. (Le toma la mano y se la besa)
Emilia: Piensa que papá puede llegar de un momento a otro y hallarnos solos.
Don Narciso: Voyme, pero volveré en breve. Tú sabes que no puedo vivir
lejos de ti un instante.
Emilia: ¿Volverás cuando papá haya regresado?
Don Narciso: Sí, Emilia, hasta luego. (Le da la mano)
Emilia: Vete, vete... Si encuentras a papá en la calle, díceselo... revélaselo
todo... ¿me lo ofreces?
Don Narciso: Descuida ¡Adiós!

Escena XI
Emilia sola
Se sienta a escribir

Emilia: ¡Qué feliz voy a ser, Dios mío! ¿Y qué dirán las Ortices y las Olivares,
que me decían que Narciso me engañaba. El pobre papá que tanto me quiere y
le voy a dejar; y mamá! que me mima tanto? Pero vendremos todas las noches
a verlos y así será menos sensible la separación. (Sigue escribiendo)

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Escena XII
Emilia, Don Toribio

Don Toribio: (Entrando) ¡Uf!, ¡qué fatalidad! No he podido hablar al


Presidente. Aquel demonio de portero de Hacienda, que es un completo
cancerbero, me ha tirado la puerta en los hocicos. Ese bribón está sostenido
por don Cirilo. Le juro por mi abuelo que la primera resolución que he de tomar
será deponiendo a ese canalla. ¿Eres tú, hija?
Emilia: Sí, papá; estoy asentando las cuentas de la semana.
Don Toribio: Deja, hija; deja ese trabajo. Ya tú no te embadurnas de tinta los
dedos escribiendo cuentas, números y medidas. No; nada de esas porquerías.
Emilia: (Aparte) ¡Ah, Dios mío! Ya lo sabe todo. Narciso se lo ha dicho en la
calle. Sí, papá; pero no vaya usted a creer que no lo siento; porque al fin,
cuando hay que abandonar aquello que le ha rodeado a una desde la niñez...
Don Toribio: Calla, calla, hija. Pues no concibo cómo puedes sentir que
cambie tu posición. Pasar de repente de la nada a la opulencia y a las
consideraciones sociales...
Emilia: (Aparte) ¿Con que Narciso era rico? ¡Y nada me había dejado
sospechar! (A Tor.) Es que yo no me pago de las riquezas, papá.
Don Toribio: Pues señorita, hay que pagarse de ellas, porque ya que la
fortuna las trae...
Emilia: Sin embargo, papá... ¿Cómo quiere usted que yo no sienta dejar a
mamá...?
Don Toribio: ¡Y qué! ¿Piensas acaso que yo he de consentir en que tu madre
se quede en este chiribitil? ¡Nada de eso! Bibiana vivirá con nosotros, mal que
le pese a sus escrúpulos antipolíticos.
Emilia: ¿Juntos todos, papá de mi alma? ¿Y se lo ha prometido así Narciso?
¡Qué felicidad!
Don Toribio: ¿Te imaginas por un momento que yo lo aceptaría con la
condición de separarme de mis afectos de familia? ¡De ninguna manera!
(Aparte) Cualquiera que me oyera diría que ya tengo el nombramiento.
Emilia: ¡Virgen santa!, ¡qué dicha!, ¡cuánto quiero a mi querido papá de mi
corazón! (Le abraza)
Don Toribio: Y mucho más me habrás de querer, cuando seas la esposa de
algún Ministro o de algún Tesorero. Sí, hija; sí cuando a uno le cae la lotería,
saca también hasta las aproximaciones...
Emilia: (Aparte) ¿Qué jerigonza es esta? Ya veo que Narciso no le ha dicho
nada. ¡Me ha engañado, el pérfido!
Don Toribio: Vamos, hija, no charlemos más. Falta algo que hacer todavía.
Tienes que escribir el programa administrativo que debo presentar al aceptar la
cartera.
Emilia: ¿Qué cartera, papá?
Don Toribio: Pues, ¿cómo tienes la cabeza? ¿Se te ha olvidado que voy a ser
Ministro de Hacienda?
Emilia: ¿De cuál hacienda, papá?
Don Toribio: ¿De cuál va a ser, niña?, de la hacienda de nosotros, del
Gobierno y mía.

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Emilia: (Aparte) ¿Qué enredo es este? ¡Ah!, ya recuerdo. Pero Narciso le ha
visto y nada le ha dicho; esto me desespera...
Don Toribio: Escribe, hija, escribe; no perdamos tiempo. Toma, aquí hay
papel. Tan luego como esté el programa lo daré a don Narciso para que lo
presente al gobierno.
Emilia: (Aparte) ¡Ah!, ¡qué oportunidad para echarle en cara su conducta! Voy
a escribirle todo lo que siento. (A Toribio) Ya estoy pronta, papá.
Don Toribio: (Dictando, se pasea) Programa que presenta el ciudadano
Toribio Zurcetelas al aceptar el Ministerio de Hacienda.
Emilia: De hacienda.
Don Toribio: Artículo 1°: Aumento de un sesenta por ciento en los derechos
de importación. (Aparte) Yo he abogado por la rebaja, pero una cosa es estar
fuera y otra el estar adentro. Artículo 2°: Sobresueldo a los Ministros. (Aparte)
Cuando se sirve a la patria se debe estar bien remunerado. Artículo 3°: Todos
los Ministerios se refunden en uno solo: en el de Hacienda, el cual quedará
dotado con los sueldos y sobresueldos de los Ministros eliminados. (Aparte) La
economía es la base de todo gobierno regular. Ahora comprendo el verdadero
significado de la palabra econo-mía. Artículo 4°: El actual Ministro no reconoce
créditos viejos. (Aparte) Olvido de lo pasado; y el que venga atrás que arree.
Emilia: Ya está terminado, papá. (Le da el papel) ¿Usted le dará el programa a
don Narciso para que lo vea, no es verdad?
Don Toribio: Sí, hija; él será el portador de esta maravilla que hará que estén
hablando de tu padre por lo menos diez siglos.
Emilia: Me voy, papá; debo vestirme.
Don Toribio: Anda, hija, y ponte bien galana. Y sobre todo, la cola bien larga
y el tontillo si es posible sobre la nuca, eso da cierta importancia...
Emilia: No tengas cuidado papá, que voltearé el baúl. (Aparte) Quiero que me
encuentre bien hermosa Narciso, para que vea lo que pierde, el ingrato. (Vase)

Escena XIII
Don Toribio, después Perico

Don Toribio: ¡Qué efecto va a producir en el Gobierno mi programa! Ya me


parece estar oyendo a don Cirilo decir, con un tono de envidia mal reprimida,...
sí;... está bueno... aunque no contiene nada nuevo... ¡Bribón! ¡Si la patria con-
tara con carabineros como tú... ya...!
Perico: (Entrando con un pantalón en la mano) Las trabillas, don Toribio; ya
está el pantalón.
Don Toribio: ¡Trabillas tienes tú en la mollera, bestia! En vez de estar
estudiando el archivo de que vas a hacerte cargo muy pronto.
Perico: (Dejando caer el pantalón) ¿Qué dice usted de archivo?
Don Toribio: Que ya vendrá por ahí mi nombramiento de Ministro, y que tú
debieras estar extendiendo el tuyo de Secretario.
Perico: ¡Virgen de Coromoto! ¿Conque era cierto?
Don Toribio: Tan cierto como que aquí tienes el programa que he dictado a
Emilia y que entregaré a don Narciso para su presentación al Gobierno.
Perico: (Tomando el papel y leyendo para sí) ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!
Don Toribio: ¿De qué te ríes, miserable?

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Perico: De nada, señor, de nada; son ataques de nervios. (Aparte) ¿Conque,
mientras el papá está pensando en ser empleado, la niña se emplea con don
Narciso?
Don Toribio: Lee en alta voz por si faltare alguna coma.
Perico: (Aparte) Pero ¿cómo voy a comprometer a esta locuela de Emilia? No;
excusemos la lectura. Perdóneme usted, don Toribio, pero me hace daño leer
en alta voz; tengo el pecho malo y...
Don Toribio: Ya comprendo. Ese es achaque de los secretarios. Lee y no te
esfuerces mucho. ¡Eso sí, dale entonación!
Perico: (Aparte) Pues ya que se empeña, riamos un poco a su costa. (Lee)
"Programa que presenta el ciudadano Toribio Zurcetelas al aceptar el Ministerio
de Hacienda. Artículo 1º: Disponer de todos los fondos en beneficio propio.
Don Toribio: ¿Cómo?, ¿cómo es eso? Yo no he dictado semejante cosa, al
menos con esa claridad y desparpajo. ¿Te burlas?
Perico: No, señor; si así está escrito; lea usted, lea usted.
Don Toribio: Es inútil. Bien sabes que me marea la letra de carta. Pero sigue
a ver si todo está equivocado.
Perico: Artículo 2°: La mitad de ese apartado será para mi Secretario.
Don Toribio: ¡Ladronazo! ¡Tragaldabas!, dame acá. Ese no es mi programa;
ese es el programa común de los aspirantes a Ministerios. Yo he introducido
reformas sustanciales. Está visto que hoy estás de chancitas. (Le quita el
papel)

Escena XIV
Dichos, don Narciso

Don Narciso: Dios guarde a usted, don Toribio.


Don Toribio: iAh!, ¿es usted, amigo mío? ¡Cuánto placer en verle en este
instante! Y ¿cómo marcha el asunto?
Don Narciso: Bien; muy bien; pero no hay que apurarlo. Las cosas de palacio
andan despacio.
Don Toribio: ¿Sabe usted que ya he escrito mi programa? Véalo usted y deme
su opinión con franqueza. (Le da el papel)
Don Narciso: (Aparte) ¿Qué es esto? (A don Toribio) ¿Lo ha escrito Emilia?
Don Toribio: Sí, señor; ¿buena letra, eh?
Don Narciso: (Aparte) ¡Qué loca es esta Emilia!, ¡en qué compromiso me
pone! (Leyendo en alta voz) "Programa que presenta el ciudadano Toribio
Zurcetelas al aceptar el Ministerio de Hacienda..."
Don Toribio: Siga usted que ya llega lo bueno.
Don Narciso: (Aparte) Salgamos del paso como podamos. (Lee en alta voz)
Artículo 1°: Libre importación y exportación.
Don Toribio: ¿Libre exporta... qué? Repita usted, don Narciso.
Don Narciso: Libre importación y exportación; con todas sus letras.
Don Toribio: ¡Pero eso no puede ser! Seguramente Emilia ha estampado mis
ideas de cuando yo era de la oposición. Si por el contrario, yo pido un aumento
de sesenta por ciento.
Perico: (Aparte) Cuarenta para él y veinte para el Gobierno.
Don Narciso: Y no hay duda. Eso es lo que aparece escrito; pero deje usted

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que yo lo corregiré. (Trata de guardarse el papel, pero don Toribio se lo quita)
Don Toribio: ¡No, señor!, deme usted acá. (Llama) ¡Emilia! ¡Bibiana!

Escena XV
Dichos, Emilia, Bibiana

Emilia: ¿Qué es papá? (Viendo a Narciso) Buen día caballero. (Aparte) ¡Sí
habrá leído, el muy pícaro!
Don Narciso: Beso a usted los pies, señorita Emilia.
Doña Bibiana: Dios guarde a usted don Narciso.
Don Narciso: A los pies de usted señora.
Doña Bibiana: ¿Qué ocurre, Toribio?
Don Toribio: Quiero que me saques de este berenjenal. Tú no puedes
engañarme. Lee a ver qué dice este papel. (Le da el papel y ella lee para sí)
Narciso: (Aparte) Pues, señor, me ha ahorrado la introducción.
Emilia: (Aparte) ¡Cielo santo! Estoy sudando frío; pero él tiene la culpa.
(Viendo a Narciso)
Doña Bibiana: ¿Qué quiere decir esto, Emilia?
Perico: (Aparte) ¡Adiós! ¡Ya van a bailar los títeres!
Emilia: (Bajando los ojos) Mamá...
Don Toribio: (Dando una patada en el suelo) Pero ¿qué es lo que dice,
Bibiana?
Doña Bibiana: Oye, Toribio; he aquí el castigo de tus majaderías y locuras.
Mientras tú perdías el tiempo en buscar empleos y cometiendo ridiculeces,
estos señoritos se han estado en trapicheos amorosos; y sin que tú ni yo lo
supiésemos, teníamos en la casa una tierna Eloísa y entraba en ella un
apasionado Abelardo.
Narciso: Perdone usted, señora; no hemos sido sino Pablo y Virginia.
Don Toribio: ¿Será posible? ¿Usted, don Narciso, usted se ha burlado de mí
de una manera tan ruin? ¡Ah! ¡Debí sospecharlo! ¡Esta es una venganza del
gobierno dirigida por don Cirilo! ¡No debí olvidar que usted era ministerial! Pero
yo sabré vengarme.
Narciso: Cálmese usted don Toribio; yo le explicaré todo.
Doña Bibiana: ¡Toribio!
Emilia: ¡Oiga usted papá!
Don Toribio: No quiero explicaciones. Ya nos veremos las caras. Dentro de un
par de horas estaré ocupando a Baruta con dos mil hombres. ¡Y sepa usted
señor mío, que yo soy terrible, inexorable! ¡Sistema de guerrillas, peajes y
guerra a muerte!
Doña Bibiana: Oigamos a don Narciso...
Narciso: Sí, señora. Ni Emilia ni yo somos culpables. Téngase la bondad de
leerle a don Toribio lo que dice ese papel. (Don Toribio estará pensativo)
Doña Bibiana: Dice... atiende Toribio. (Lee en alta voz) Programa que
presenta el ciudadano Toribio Zurcetelas al aceptar el Ministerio de...
Don Toribio: ¡Eh!... deje eso y lea la parte dispositiva.
Doña Bibiana: (Leyendo) Art. 1°: Querido Narciso. Me prometiste hablar a
papá sobre nuestro enlace y no lo has hecho; lo cual prueba que no me quieres
ni pizca. Art. 2°: Es una iniquidad burlarse así de una pobre muchacha. Art. 3°:

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Cuando usted quiera, venga por sus cartas y su pelo, y su retrato y su sortija.
No quiero que me escriba más. Esta es mi última carta. La contestación puede
mandarla con la sirvienta o traérmela usted mismo. Su Emilia.
Narciso: Ya ve usted, señora; ya ve usted, don Toribio. Yo ofrecí hablar a
usted para pedir en matrimonio a su hija; pero no pude hacerlo antes de ahora.
Ya que la desconfianza de Emilia ha precipitado los acontecimientos, aprovecho
esta oportunidad para pedir a sus padres su adorable mano.
Doña Bibiana: ¡Don Narciso; usted es todo un caballero! Yo no puedo negar a
usted lo que pide. Sea usted el esposo de Emilia.
Emilia: Gracias, mamá querida.
Don Toribio: (A Narciso) De manera que aquello del destino era...
Narciso: No, señor; lo que ofrecí a usted se lo he cumplido. Aquí está el
nombramiento. (Saca un pliego y se lo entrega)
Don Toribio: Ven a mis brazos, hijo mío. (Abraza a Narciso)
Perico: Pero veamos qué nombramiento es ese...
Toribio: Toma, léelo para aguarle la boca a esta incrédula de Bibiana que me
llamaba loco y majadero. Si no hay como un gobierno justo...
Perico: (Leyendo en alta voz) Estados Unidos de Venezuela. Ministerio de
Guerra y Marina. Sección tercera. Caracas, enero... aquí la fecha. Ciudadano
Toribio Zurcetelas. En esta fecha ha tenido a bien este Ministerio nombrar a
usted...
Toribio: ¿Cómo? ¡El Ministerio de Guerra!, pues no comprendo. Si yo sigo la
carrera de hacienda...
Perico: (Lee) Nombrar a usted Director...
Don Toribio: Sí, ya sé; Director de la Academia de Matemáticas... en fin...
Perico: (Lee) ¡Director de la maestranza de vestuarios de tropa!
Don Toribio: ¿Qué has dicho, tunante?
Narciso: Escúcheme usted, don Toribio; al ofrecer a usted mi recomendación
para que obtuviese un empleo, tuve la idea de que fuese en consonancia con
sus aptitudes. El presente nombramiento le pone a usted en capacidad de
ganarse honradamente un pequeño capital sin que le atraiga el ridículo sobre
su persona. Vea usted a don Cirilo, que es la burla de todo el mundo; pues
bien; yo le hablo con la franqueza de un hijo; usted en un Ministerio, no sería
sino un don Cirilo.
Perico: ¡O un don Ciruelo!
Doña Bibiana: Ya ves, Toribio, don Narciso opina con mucho juicio. Acepta
ese nombramiento que está con tus aptitudes y no pienses en lo que no puedes
alcanzar.
Emilia: Sí, papá, acepte usted.
Toribio: Pues bien, ya que todos lo quieren, acepto... Pero este demonio de
Perico se va a reír. (Viendo al lado opuesto a Perico) Díganme, por Dios, si se
está riendo...
Perico: (Adelantándose) Señor don Toribio; su Secretario presenta su dimisión
y le ruega también que acepte; porque... al fin, "¡a falta de pan buenas son
tortas!"

CAE EL TELÓN

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